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Antiguos alumnos dominicos VIRGEN DEL CAMINO - LEON

EL CORRALÓN DE EUGENIO

EL CORRALÓN DE EUGENIO

Ediciones Hontanar publica la novela de costumbres ’El Corralón de la Casona’ de nuestro compañero, berciano del curso del 58, Eugenio González Núñez.   Es una novela de 420 páginas escrita por Eugenio, nacido en Congosto. A través de encargados y criados, mozas y gañanes, corrillos y filandones, el autor va narrando un siglo de vida las familias más pudientes de la zona.


El coloquio de los perrosEL CORRALÓN DE LA CASONA
Autor: Eugenio González Núñez 
Género: Novela
Páginas: 420
precio: 20 €

Sinopsis:

A través de encargados y criados, mozas y gañanes, corrillos y filandones, nos vamos enterando de la vida y milagros de algunas de las familias más pudientes y nombradas de la capital, y otras del propio entorno berciano que, a lo largo de cien años, por temporadas, vivieron en La Casona (Congosto). Los Cansecos y Chicarros, Arriolas e Insunzas, Alstatds y Moranos, desfilan por la imaginación, la simpatía o la antipatía de quienes les sirvieron, y día a día les fueron sacando las puntadas.

Los protagonistas de esta historia, son aquéllos que pasaron por insignificantes y olvidados. Por simples razones de justicia, he querido prestarles la palabra a los que nunca la tuvieron. Ellos nos van a detallar el quehacer diario de una pequeña villa, la patria chica de Álvaro de Mendaña y Neyra, cuna de viejos y numerosos hidalgos, venidos después a pobres villanos, sirvientes de señores, pero despiertos y, en ocasiones, capaces de subversión ante los poderes establecidos: los señores, el clero, la autoridad represiva.

Pesan en la historia los años de las guerras de ultramar, Cuba, Filipinas y África; pero el verdadero peso del relato lo soportan la terrible Guerra Civil española, y una triste y larga postguerra.

No le faltan ni alegría ni chispa a esta novela. Es la alegría y la chispa del pueblo que es capaz de reírse, con palabras hermosas y sonoras como cantos rodados, de su propia mala sombra, y poniendo al mal tiempo buena cara. Que conste que fueron ellos, pasando recientemente por El Corralón vacío donde discurría parte importante de su vida, los que en un susurro suplicante, las voces del silencio, me pidieron que la contara, “porque no queremos que nuestros nombres se borren de la memoria”, creí entender. ¡Ojalá este relato esté a la altura y satisfaga sus humildes exigencias y las tuyas, lector amigo!.

Biografía del autor:

Eugenio González Núñez, nació en Congosto, León, en 1945. Estudió en la escuelita de la villa y después pasó al Colegio de los Padres Dominicos en la Virgen del Camino. Acabado su bachillerato estudió filosofía en Caldas de Besaya, Santander. En Salamanca completó la teología y fue ordenado sacerdote dominico. Con veintiséis años llegó a El Salvador. Ejerció pastoralmente y estudió un año en la Universidad Centroamericana. Después vivió y trabajó tres años con los nativos de origen maya-quiché en la Baja Verapaz, Guatemala. Pasó después a Managua, Nicaragua donde vivió, trabajó y estudió en la Universidad Centroamericana. Fue profesor y director de dos Colegios privados y participó en tareas de la revolución popular sandinista, y en la cruzada de alfabetización nacional ‘Héroes y mártires por la Liberación de Nicaragua’. En 1980 regresó a España y fue profesor y director de Colegios Diocesanos en Vega de Espinareda, León, y Fontei, Ourense. Finalmente fue profesor y Rector del Seminario Mayor de Astorga. En el 2000 volvió de nuevo a cruzar el charco y tras un par de años en Chicago, estudiando inglés, vive ahora con su esposa Jane en Kansas City, donde da clases de español en Johnson County Community College (JCCC), la universidad de la comunidad. Es licenciado en Filología Española, y tiene un master en Teología. Actualmente, está escribiendo su tesis doctoral en Filosofía para la Universidad de Foenix, Arizona, USA.

En el 2011, el Ayuntamiento de Congosto le publicó el libro Alvaro de Mendaña y Neyra: berciano, hidalgo y soñador. En el 2012, su relato Martes de antruejo, resultó ganador del XI Premio Hontanar de Narrativa Breve.

12 comentarios

Miguel Callejas -

Slds desde Chinandega , siempre buenos recuerdos

Ángel vallejo -

Me gustaría entrar en contacto con Eugenio Martínez Núñez . Si alguno tiene su dirección o teléfono i email . ???? Gracias

Eugenio González Núñez -

Gracias Julito, Josemari, Andrés, Luis, Argüeso, Javi, Lalo (de la Cepeda al Bierzo hay un paso, cuando decidas dar un salto y disfrutar de las delicias del Bierzo), Tuñón y Mariano a quienes deseo una pronta y feliz recuperación.
Creo que Malladina se me ha colao por la ventana de la novela para observar brevemente el mundo, amplia y detalladamente el Bierzo, y de paso saludar a mis estudiantes y amigos profesores, adivinando que a la niña de la lechera se le rompió el cántaro en el fuente santa Olaya, que Llorente sabe, porque ya la ha leído entera.
Reiterados agradecimientos a Enrique, a Santines (algún día –who knows?- publicaremos la segunda edición y puedan leer ustedes lo bien que Santos escribe en un prólogo que le hizo a la novela), a todos los que vinieron. Recordando y disfrutando sigo todavía las mieles del encuentro en aquel Oviedo fraterno, acogedor y soleado.

Aún esperando estamos
-Miguel Ángel y Baldomero-,
vuestra palabra no dicha,
sumiéndose en el tintero.

Hasta la próxima, amigos, bien en Oviedo, León o el Bierzo, donde además de tener buen vino y buena comida, hay una casa rural a vuestra entera disposición. Entrando en toprural.lacalzadareal.congosto podéis verla. En ella podemos quedarnos unos días y disfrutar de las bellezas y de la comida del Bierzo (patatas con jabalí, botillo, pulpo, algo así como para vegetarianos) que mi hermano en su bodega de pueblo (que no mesón, ni casa de comidas, ni nada por el estilo, sino capricho de anfitrión viejo tratando de merecer el cariño de quienes lo visitan), prepara como para chuparse los dedos. De verdad, como os lo digo, y ¡todo gratis! para los amigos como vosotros.

Un abrazo, y a esperar.

jose ignacio -

Congosto, tu pueblo.

La niña de la lechera
tuvo a su novio en la guerra.

La niña de la lechera
no tiene hoy quien la quiera.

Las tallas en la madera,
los suelos oliendo a cera,
las fotos del que muriera,
las ollas en la encimera,
huele a heno la bajera.

La niña de la lechera
siempre de luto por fuera.

jose ignacio -

Eugenio,

Qué momentos más irrepetibles esas cuatro horas de encuentros después de cincuenta años de ausencia.!

Tu novela llega muy adentro.

Nos mueves de ventana cada poco para observar variadas historias, historias humanas, conformadas por una ágil y amena narrativa.

Eres un gran novelista, compañero.

Un abrazo,
jose ignacio.

Luis Heredia -

Eugenio, eras precisamente quien primero debía abrir este portillo.
Una delicia, bello y hermoso. Leeré tu libro pero, por favor, aunque estés tan lejos, escribe de vez en cuando. Aunque sea poco porque la esencia se disfruta más en frascos pequeños.

Antonio Argüeso -

El tema que tratas en el libro aquí anunciado ya me atraía a mí, que también soy “salido un día de los pueblos”, salido justamente en ese tren que en portillo anterior Josémaría nos informa que desaparece. Tras tu evocador recuerdo del encuentro de Oviedo, la atracción se transforma en deseo de hacerme con él cuanto antes.

Tu bella descripción de ese encuentro de un grupo de “nosotros los de entonces” me ha rememorado, en este también frío, acogedor y frondoso Brabante, los que tuve la suerte de gozar en casa de Julio primero (¿qué es de tu vida, Julio?) y en Madrid, Asturias y Palencia después.

Verdad es que no somos “ni remota sombra de lo nuestro” pero “lo nuestro” nos moldeó como somos, por eso los encuentros tienen el sabor que tienen. Avisa con tiempo la próxima vez que vuelvas; yo estoy a un paso.

Javier del Vigo -

Si de la elegancia y abundancia de tu corazón hablan los párrafos que has escrito arriba, Eugenio, me apuntaré a leer tu novela, que me ha de recordar, además, una de mis patrias voluntariamente abrazadas, el Bierzo.

Encantado de descubrirte. Tu sabes que los amigos de mis amigos, que tuvieron experiencias similares a las mías, son mis amigos.

Hasta que un día la suerte me dé abrazarte en persona y escuchar de tus labios tu experiencia vital, con las sienes plateadas por las nieves del tiempo, pero con la frente alta, como si las neuronas fueran flores de primavera. O cerezas del Bierzo, rojas explosivas.

JOSE MANUEL GARCÍA VALDES -

Pedrín, "gorrumbu".
Atre´vete a traducirlos si sabes sino que lo haga el otru, el Castañón.
Abrazos

Pedro López LLorente -

Eugenio, para mí fue una gran satisfacción haberte conocido y disfrutado de todas las cosas que nos contaste de tu vida. La verdad, es que cuando nos volvemos a encontrar después de tantos años de haber estado en el Colegio, la emoción que sentimos es algo genial. Espero que nos podamos volver a ver y sobre todo con mucha más gente.
Ya leí tu novela "El Corralón de la Casona" y me encantó. Un abrazo. Pedro

lalofmayo -

Eugenio, leída la sinopsis de tu novela y la biografía que la acompaña no me queda la mínima duda: lo que tienes que escribirnos es un pormenorizado volumen (o dos) con las memorias de tu vida.
Un astorgano de La Cepeda
Salud

Eugenio González Núñez -

Siento ser el primero en escribir ‘algo’ después de la propaganda gentil y gratuita que me hace algún hermano y compañero. Pero ya estaba escrito ‘lo escrito’, tras la feliz y fraterna reunión de Oviedo el pasado 8 de enero.

UNOS CUALQUIERA

Volver, con la frente marchita, las nieve del tiempo platearon mi sien. (C. Gardel)


Éramos unos cualquiera, simples abueletes
ante la fachada este de la catedral de Oviedo,
justo cuando la caldeaba un tibio sol de enero.
Del montón de la vida, que más no nos creíamos,
pero intrépidos viajeros, cansados peregrinos
de peto y alpargata, salidos un día de los pueblos,
optimistas mendicantes, en busca del progreso,
que decían a una sola voz los sesudos maestros.

Ni yeguada ni banda, sino hermanos dispersos
por vientos del azar, pero hermanos, que tras
cincuenta años de ausencia, frente a la torre
-viril, pétrea como nuestros secretos sueños-,
milenario lugar de citas y de rurales encuentros,
de fraternos abrazos y de sonoros, efusivos besos,
como dicen los que saben, que abraza y besa el pueblo.

Y claro que nos reconocimos, nosotros los de entonces,
aunque ya no fuéramos ni remota sombra de lo nuestro.
Tal vez fue una sonrisa, una palabra a contratiempo,
quizás un gesto nunca olvidado, unos ojos incisivos,
una mirada a corazón abierto, el que nunca falla,
aunque el paso de los años haya ajado nuestro acento.

Cansado he sentido el corazón, los hombros tensos,
húmedos los ojos, el alma encendida, casi ardiendo,
de abrazar a cada hermano, fuerte, hasta el extremo,
de aplaudir a Santos por sus vibrantes y sentidos versos,
ver sonreír a Mallada, como dicen que lo hacen en el cielo,
de mirar a Baldomero que no se perdía ni palabra ni gesto,
para sorprender a su Juli con las buenas nuevas del encuentro;
felicitar de corazón a Enrique, eficaz convocante y pregonero,
de escuchar al conquistador asturiano Miguel Ángel Castañón,
apostando y superándome, en amores, aventuras y escarceos;
sufriendo la premura anhelante de Mariano, acuciado por
dolores que lastiman el alma y van doblegando el cuerpo.
De ver tras de la cámara a Julio Correas, sonriente, satisfecho,
de saludar a Pedro Llorente y de recibir de él, hecho a plumilla,
un rostro humano compasivo, dulce y sereno, luminoso, bello.
Y al fondo de la mesa, mi amigo Pepe, inmenso corazón de pueblo,
para celebrar juntos palabra, mesa y chupito, máxima expresión
de quienes antes compartieron, paseando, nostalgias y recuerdos.

Hoy y aquí, en esta tierra de Kansas, extensa y helada,
tan diferente de Asturias, pero acogedora y hermana,
alzo la mirada y brindo por vosotros, mis hermanos,
por los que nos juntamos, por los que no vinieron,
por los que ya hemos quedado en vernos pronto
-invitados están todos aquéllos, soñadores ellos-,
antes de que por avatares misteriosos del destino
perdamos el gris de las sienes, el tren de la vida,
y ese voluminoso y abrumador feje que llevamos
de íntimos, imborrables e irrepetibles recuerdos.

Oviedo, un día de enero de 2012

Nota. He querido escribir ‘feje’ y no ‘manojo’, porque el manojo se lleva en la mano, es endeble y puede arrebatarlo el viento, mientras que el feje carga sobre los hombros, es pesado y sólo compartiéndolo somos capaces de llevarlo.