Blogia
Antiguos alumnos dominicos VIRGEN DEL CAMINO - LEON

DESOLACIÓN EN SOL (por Santos Vibot)

DESOLACIÓN EN SOL (por Santos Vibot)

Sería bonito saber quién se preocupó de que en el colegio hubiera pianos, cómo y dónde los consiguió. ¡Y tantos!

Si no recuerdo mal, en cada uno de los grandes estudios había una pianola. Y, aunque el complicado mecanismo de las mismas, y sus pedales para accionarlo, o faltaban por completo o estaban inservibles, podían aún ser tocadas,si no como pianos mecánicos sí como pianos normales. Además en casi todas las clases, si no en todas - al menos en la escuela mayor- había un piano más pequeño, incluso alguno con ornados candelabros dorados a los dos lados del atril y curvadas ménsulas en forma de eses roleadas desde el teclado a los pies, y perfiles moldurados en las tapas, y con la firma del fabricante miniada bajo el atril en complicadas caligrafías ornamentales taraceadas en metales dorados...

    

En esta foto demoledora -sólo ese sol radiante sigue siendo aquel sol reconfortante del invierno o abrasador del verano leonés- reconozco junto a la pared de la izquierda la tercera pianola. Al verla ultrajada de este modo se me ha encogido el corazón, tantos recuerdos guarda para mí. La he identificado por su color de chocolate de hacer -como el de aquellas gruesas pastillas, duras y ásperas que nos daban muchos días para merendar, a la puerta de la recreación, junto a aquellos enormes cestos de pan que traían "los servidores" de turno...- pero la he reconocido, sobre todo, por esas dos pequeñas pilastras con basa y capitel talladas en la madera, a los dos lados del panel frontal sobre el teclado, donde se abre -ya sin sus puertecillas correderas que tanto nos gustaba explorar- la ventana del mecanismo.

    

Esta tercera pianola era la que estaba en Pantalla, contra la pared derecha según se miraba a aquellos inmensos ventanales que daban a la depuradora de la piscina e iluminaban las altas y enormes mesas de dibujante en las que Javier Serrano -hoy magistral ilustrador de cuentos infantiles, a los que vuelve oníricamente hipnóticos e inolvidables- con sus inconfundibles gafas y su aire de artista despistado; y Clemente, con su pirógrafo -que desprendía, mientras pirogrababa, aquel intenso olor inconfundible a madera quemada bajo su punta de hierro candente como recién salida de una fragua-; y Jesús Herrero -hoy gran especialista en el Románico- con su rubio flequillo volador; y Pedro Trapiello -hoy escritor emblema de León- con su denso flequillo negro intenso; y Jesús Reyero, pulcro y ensimismado; e Ilzarbe -hoy gran artista plástico- que tenía los labios más rojos del colegio y, quizá, los más risueños... y tantos otros redactores y dibujantes  expresaron durante décadas su ingenio en aquellos murales y revistas inundados de nuestras vidas bullidoras, lo poco que podíamos expresar entonces con tanto tabú y tanto anatema... En esta pianola de Pantalla recuerdo haber espiado embelesado, a través de aquellas ventanitas de cristal que tenían las puertas, a Rueda, aquel estupendo músico, menudo y ágil (una vez que me colé en la escuela mayor por la puerta cercana a las capillas), tocando aquellas alegrísimas Fuguettas de Haendel que luego nos tocaba a los pequeños en aquel organito de tubos, los domingos en la misa de la mañana; y, estando yo ya en quinto, recuerdo a mi querido Tejo el mayor tocando con mucho sentimiento los cantos regionales asturianos ("El mió Xuan miróme, "Fui al Cristu y enamoréme"...) y alguna de los Beatles ("Yesterday") e improvisaciones suyas, que dábansele muy bien; y al incipiente filósofo Esteban Sánchez tocando "Caballería ligera" y "Poeta y aldeano"  de Franz von Suppé; y al timidísimo Matías Gañán -muerto luego en extrañas circunstancias de tremendo suicidio rural- tocar muy lentamente y como un robot, levantando los dedos hasta lo inverosímil, sin despegar la mano del teclado ni contraerla casi, una de aquellas Sonatinas de primero o segundo; y al alegre Molleda,  y a Palacín ,y a Andrés Trapiello -hoy gran escritor, tipógrafo, historiador de "las armas y las letras", penetrante poeta...- con su negro flequillo brillante, menos denso que el de su hermano Pedro pero aún más volador que el de Jesús;  y a Jesús Antonio -que tenía casi siempre, como todos nosotros en algún momento del día, aquel aire de "a mí dejadme solo con mis sueños";  y  al pálido y delicado solista Víctor-Pablo Pérez -hoy director de orquesta- que parecía un elfo de biscuit, y que tocaba y cantaba como un ángel... También tocaba Joseramón Tejo -y yo luego muchas veces en ese mismo piano- la Obertura de Semíramis, de Rossini, que habíamos encontrado en un viejo álbum de transcripciones de ópera que había en el asiento del órgano del santuario...  Y me viene muy nítida ahora la imagen de Fernando Allén,  una tarde de sol en una clase de la escuela mayor, enseñándome a tocar, en un piano viejito de teclado amarillento (que podría muy bien ser ese despojo que está delante de la pianola, y que duele hasta el alma mirar en ese estado) un encantador y glamuroso bailable como de los años veinte -"Laura"-  que tocaba una tía abuela suya, allá en Asturias, creo, y que él había aprendido con ella. A Fernando -incluso antes que al P.Torrellas- le debo la certeza de que el piano podía ser divertido y exultante: mientras los demás necesitábamos meses de arduos y aburridos ejercicios de posición fija para llegar a permitirnos tocar algo bonito -es verdad que eran los cimientos de la técnica que luego nos permitiría volar- Fernandito Allén tocaba de oído y con un desparpajo envidiable, pequeñas piezas chispeantes de alegría, como talismanes de felicidad, sonriendo al tendido y brindándonos guiños imborrables, sin sentarse siquiera en la banqueta... Con él aprendí, entre bromas y chuflas, "La chocolatera", que se tocaba sólo sobre las teclas negras, y tenía en su segunda parte la gracia -y el alarde para un completo principiante que nunca había puesto las manos sobre un teclado- de que la mano izquierda tocaba los agudos cruzando por encima de la mano derecha, todo cada vez más aprisa... y aquella "Laura", a la vez elegante y melancólica, que me hacía imaginar mundos más blandos y amorosos y cálidas caricias de preciosas mujeres perfumadas y afectuosos muchachos relajados en sofás de brocados otomanos -no era así, o entonces no hubiera podido expresarlo así, pero era, lo sabéis, debía haber otro mundo más alto, afectuoso y sensual lejos de aquella ruda y seca soledad... Fernando era simpatiquísimo, buen mozo, con unos rizos rubios siempre alborotados y unos ojos azules y pillos siempre a punto de romper a reír. Tenía los dos dientes frontales superiores un poco separados y esto le volvía aún mucho más gracioso. Era terrible: ya he contado en otra parte -pero siempre me regocija volverlo a recordar-  que Allén  hacía una versión muy suya de un número musical (que luego descubrí que aparecía en "La bella durmiente" de Walt Disney -aunque él, que la había visto antes que yo, con su familia, me hacía creer que era invención propia-) que era de partirse de risa, con todo tipo de muecas inverosímiles, torsiones corporales y coreografía enloquecida de adolescente desatado...: "Tula-katula, Bari-babula... tulakatú baribá..." parece que le estoy viendo y oyendo enseñármela en el pasillo de las clases y practicarla juntos, tras sesudas, minuciosas y tronchantes correcciones de estilo, en la zona de La Rondalla. Otra de sus fechorías (también le gustaba imitar a Harpo Marx, a quien de hecho conseguía parecerse mucho cuando lo hacía) era meter en la esfera de su reloj de pulsera una o dos hormigas y perseguirlas con la manilla grande mientras ponía caras de Harpo...terrible, ya digo. Gracias, Fernandito, por tantas risas como me regalaste -no hay regalo mejor- para olvidar lo otro y ser feliz a ratos deliciosos de amistad y cariño. Sé que estás en América, y que le contaste no hace mucho, cuando el Reencuentro, a Iturriaga, que habías tenido muchas bodas, "y muchas suegras"... ¡genio y figura!

    

¡Ah, si las paredes -y los espejos- pudieran devolvernos los sonidos de nuestras voces, todas aquellas piezas que nuestros frescos dedos trinadores desgranaron entonces, las exultantes o dolientes imágenes que vieron de nosotros entre aquellos azules azulejos helados de nuestras camarillas y caldearon de apasionada vida infantil y adolescente sus gélidos azogues tantos y tantos días...!

    

Cada piano tenía su color peculiar en el sonido, su timbre inconfundible, todos distintos, todos un poco parecidos en una especie de afonía dulce como de casa de una abuela muy dulce que los hubiera tocado mucho desde su juventud. Otros traían el cine entre sus cuerdas tan desafinadas, pianos como del oeste americano que hubieran cruzado océanos y desiertos sin volverse a afinar... A todos les fallaba alguna nota, o les faltaba la cobertura blanca de una tecla, o estaba despegada y se movía. Casi todos  tenían las teclas desgastadas, o con muchos bordes rotos, o amarillentas como viejos harmoniums olvidados...

    

¡Y el olor! En los más viejecitos, ya al abrir la tapa del teclado desprendían como un olor de ermita que sólo abriera en día de romería... pero, si levantábais la tapa superior, de su oscura espelunca de intricados secretos ascendía un aroma de inciensos orientales y aceites olorosos, secos y hasta un poco mohosos, como de flor marchita, de tanto tiempo ido y tantas armonías prodigadas...

    

También había pianos especiales en las salas aquellas de visita, camino del teatro: uno negro de cola, otro marrón de mesa, los dos casi inservibles y un poco derrengados, aunque decorativos en aquellas desangeladas y rígidas estancias apenas amuebladas con aquellos -ya entonces- inverosímiles tresillos de skay modelo "Mon oncle" de Tati (¡película que era del 58: quién eligió aquello, por Dios, qué rabiosa modernez tan divertida!).  En una de aquellas frías salas, abarrotada de pianos abiertos en canal, pasó una larga temporada de meses, quizá un curso entero, o varios, un extraño refugiado alemán que los reparaba y del que habla con mucho detalle y evocación Andrés Trapiello en uno de sus Diarios o "Salón de pasos perdidos".

    

Y un último piano, en una de las celdas de los padres, la última celda del pasillo justo encima de éste del teatro. En la celda adyacente era donde guardaba Torrellas todo el archivo de las partituras, la cámara de las maravillas de nuestra inolvidable Escolanía. Era también una flamante pianola sin mecanismo ya, pero impecable, con su barniz intacto de un caoba casi negro, con el teclado inmaculado de blancura y lisura y un sonido como de gotas de cristal en cada nota y simas de harmonía en cada acorde... Llegó al colegio cuando yo estaba en la escuela mayor y Torrellas me subió un día allí para que la pudiera ver y la probara, pues él mismo estaba entusiasmado con ella. Era allí, en aquel hall sombrío y poco más grande que el propio instrumento, donde D. Joaquín le daba a él las clases de piano, que luego nos transmitía a nosotros con aquella pasión tan juvenil que ponía en todo... Años más tarde, en mis breves estancias veraniegas en La Virgen como filósofo o teólogo, cuando venía a examinarme al Conservatorio de León, recuerdo haber repasado muchas veces en aquel piano cristalino mis piezas para exámen...y también, casi en lágrimas -tanto me conmovía su letra-, aquella canción de entonces, que allí sonaba punzantemente melancólica: "Pensé dejar de amarte de una vez..." y, a veces, también "Something" de Los Beatles y "Misis Róbinson" -así lo pronunciábamos- de Simon y Garfunkel... nostalgias imposibles en el claustro, perdida juventud...

    

Hiere la sensibilidad esta foto después de la batalla. Se escandaliza uno al descubrir en ella también -incrédulo y con doloroso estremecimiento- otro precioso piano de cola descerrajado contra el rincón, con una delicada y elegante banda que lo recorre longitudinalmente incrustada en dos tonos de madera distintos. Es sin duda el más antiguo de todos. No sé dónde estaría en aquel tiempo, no lo ubico, pero, por su cola cuadrada muy Art Decó, podría provenir de los locos años veinte, con sus "Aromas de nardo indiano que mata y de ovonia que enloquece"... o hasta de la última década del siglo XIX o primera del XX, con su rumor de miriñaques y apasionadas piezas de salón, y sus kentias y sus balsámicos y ardientes bouquets de violetas, y lirios, y gardenias... aquella alta y dorada Belle Époque de las vidrieras Tiffany y el lánguido e incendiado Art Nouveau... ¡cómo iría a parar a aquel Colegio de Palestrina y nieve! ¿Y qué sueños traería prendidos en su arpa?

    

Y ese otro pobre piano devastado, con todas sus entrañas masacradas con saña, que se inclina hacia adelante a punto de rendirse... Y, junto a la ventana, bajo el sol inclemente del olvido, los dos modelos de pupitre individual que tuvimos -tantas horas sintiéndonos vivir, haciendo sobre ellos los deberes, traduciendo a los clásicos griegos y latinos, estudiando las ciencias, escanciando en suspiros nuestros primeros versos amorosos -ay, tan amordazados- escribiendo con aprendido tacto (demasiado pronto aprendido el fingimiento, qué mala influencia) a nuestros lejanos padres aquellas vigiladas cartas (en sobre abierto, que luego podían ser leídas e inspeccionadas antes de ser expedidas, como también las que recibíamos -me escribe hoy mismo mi querido amigo Manuel Alonso Herrero a quien había enviado este artículo por si él recordaba otros dibujantes o pianistas para nombrarlos aquí y me da el testimonio incalificable de que su madre recordaba cartas suyas, escritas desde el colegio, con párrafos tachados por otra mano: ¡qué abuso de poder y qué perfidia: podían hacer de nosotros casi lo que quisieran y no teníamos ni la libertad no ya de protestar, sino de expresárselo a nuestros propios padres, dónde quedaba la libertad de expresión, imponiéndose por la fuerza la versión oficial de todo!... ¡¿de qué me suena esto?!- No era sólo el colegio ni el convento, España negra que ojalá no  vuelva.

    

Desidia, indiferencia... y colchonetas dobladas contra los cadáveres, y los cristales sucios con escurriduras calcificadas de décadas de lluvias desoladas, y las cuerdas de las persianas enredadas y rotas... y polvo, polvo, polvo... y cardenillo -Cícero- en las cuerdas del arpa... "de su sueño tal vez olvidada", en las cuerdas del alma.

 

Santos Vibot


44 comentarios

Andrés Martínez Trapiello -

Querido Vibot: Ya sabes que yo me limito a poner una letra tras otra y si gusta, pues bien; y si no, también. Solo quería mandar mis disculpas a Josemari. Repito: Tus letras satisfacen y alegran el espíritu.
En cuanto a mis paseos con los pinganillos puestos, continuo en ellos y ya he tomado nota del enlace; será una de las primeras obras que conectaré en Spotify. Muchas gracias.
Jajajaja. Vibot, ¿un secreto?: También fui alumno de piano cuando cursaba cuarto curso; pero Torrellas se encabronó -con razón- de mis continuos aplazamientos en la lecciones, que me recomendó que era mejor que continuara con la guitarra.
Un abrazo.

Vibot -

Querido Trapi, tú también hubieras comentado muy bien esta foto, que escribes estupendamente. Y si no te he citado junto a tus célebres primos -incluído Jose María, y seguro que hay alguno más, ¡qué familia de artistas!- es porque sólo aludía a dibujantes y alumnos de piano. Pero ya te lo digo aquí con todo mi cariño y admiración.

¿Sigues escuchando música cuando vas por la calle paseando? Si es así te recomiendo, ahora que viene la semana santa, una obra coral que he vivido muy de cerca en ensayos y concierto, muy distinta de la que le digo arriba a Lalo, pero impresionante, pues explora la expresividad del doble y el triple coro, a capella, incluso más allá que Chaikovsky y Rachmáninov en sus composiciones para la liturgia ortodoxa rusa . De una generación intermedia entre los dos, Alexandr Grechanínov estudió con Rimski-Kórsakov.
Se trata de "Los siete días de la Pasión" (Strastnaja Sedmitsa, op.58).
Es una versión de unos coros americanos en una maravillosa acústica reverberante. A veces las mujeres cantan a cuatro o más voces y los hombres también. Los bajos segundos llegan a bajar hasta el La sostenido por debajo del Do supergrave. Escuchárselo a coros rusos debe ser de morir.
Pero esta versión no está nada mal. Que la disfrutéis tú y todos los que os apetezca.
Un abrazo y nos vemos pronto en León:

https://play.spotify.com/album/0jAJJESbKFo9T2NXwjYPgt

Andrés Martínez Trapiello -

¿No ves Josemari que no hay mal que por bien no venga?
Me habías enviado la foto del piano, que aún tengo en el escritorio del portatil, para que escribiera una letras, y te dije sí... y le di largas; es lo que tiene ser jubilado y falta de tiempo.
El cambio es espectacular; son las letras de Vibot que son puro sentimiento.
Ves Vibot. Y alguno te creía perdido y estabas ahí, nunca te habías marchado; y continuarás.

Vibot -

Te lo canto:
"Mañana en un frágil barco
me he de engolfar en la maaar,
daré un adiós a mi patria.
el último adiós quizáaa..."

Mi querido Lalo:
¡con qué ingenio y salero te has sabido quejar de la injusticia de no ser elegido como voz blanca para la escolanía! Y cuánto me has echo reír con los epítetos que le propinas a la pobre pianola culpable -seguro que fue ella-.
Que si caja de madera, que si vieja cascarrabias, que si ofendida virgen expectante por no cumplir bien, que si 'aparato', que si chivata y mala pécora...
Y ese "silencioso desdén" con el que te ignoraba cuando te vengabas cándidamente de ella... Me has hecho ver a la pianola -te aseguro que yo también la sentía así en las largas y enervantes sentadas de los ejercicios técnicos iniciales- como una Señorita Rottenmeier, aquella mujer de edad madura, severa, rígida y amargada que trabaja como institutriz en la mansión de la familia Sesseman de la ciudad alemana de Frankfurt en la segunda mitad del siglo XIX...(¡claro que no tengo tanta memoria, acabo de buscar a Heidi en Wikipedia! Declaraba elegantemente Borges -y no creo que fuera falsa modestia- que su tan alabada erudición, la mayoría de las veces no era más que su constante familiaridad con la Enciclopedia Británica, que "leía" asiduamente como una novela -él lo decía mejor-. Ahora no hay ni que levantarse a consultarla).
De todas formas, Laliño, tus dotes literarias han quedado patentes, por algo has sido Jefe de Redacción durante tantos años... Y ahora Editor Jefe de nuestra querida colección "El Tomillar", tipógrafo y director artístico... y hasta corrector de pruebas. ¡Cuánto trabajo y cuántas cosas buenas del alma tenemos que agradecerte!
Ese puntito de saudade tuyo por no haber sido escolano -aunque al fin fuiste dos cursos tenor irreprehensible- cuántos lo tendrían durante aquellos años desiguales en tantas cosas... y qué bien les haría sacarse aquí la espina, entre las hojas de este dulce cuaderno en el que todos nos escuchamos y comprendemos, después de tanta vida.
Si hasta hoy sigues queriendo sumergirte en la música, te recomiendo -y a todos los que tengáis querencia musical- que cantes en un coro. Yo lo hago y me siento muy bien en cada ensayo. Y los conciertos me dejan rumiando armonías y sensaciones felices durante semanas. El último concierto hicimos "El peregrinaje de la rosa" de Schumann, sobre la leyenda de una rosa que, al observar a los enamorados, quiere ser humana para sentir el amor -¡también ella!-. Un delicioso cuento de hadas en el que la Reina de los Elfos le concede el deseo, peregrina por la Tierra, conoce el amor con el hijo de un molinero, tienen un hijo… y vuelve al final a ser rosa entre voces angélicas. Es para solistas, coro y piano y fue estrenado en el propio salón de la casa del compositor en Düsseldorff, con la propia Clara Schumann al piano, y para unos 60 invitados (¡menudo salón debían tener, quién hubiera podido estar allí, con lo que a mí me gusta la época romántica). Te dejo este link por si te quieres asomar:

-http://open.spotify.com/album/35DS3HKcNYanNfzR1AWXpB

Y te mando –os mando, amigos melómanos- un abrazo muy fuerte y muitos bicos.

Lalo -

¡Lo que me haces escribir, Santines!

Lalo -

Las pianolas que cita Vibot seguían vivas cuando empezaba la década de los setenta. Lo sé porque yo también intentaba al principio de cada curso solicitarles mi tímida amistad a aquellas teclas, a las que pretendía acariciar suavemente con mis dedos; pero cada vez que lo hacía, desde lo hondo de la profunda caja de madera subía el mismo exabrupto inarmónico que me hacía desistir de mis intenciones para lo que quedaba de año. Y así, uno tras otro, los seis que permanecí en La Virgen.
Aquellas viejas cajas de música, tan cascarrabias que cuando uno llegaba con buenas intenciones pero dedos torpes se ofendían como si fueran vírgenes expectantes que quieren dejar de serlo, solo dejaban acercarse a ellas a los chicos que, además de delicadas yemas en los dedos, tenían otros sentidos más desarrollados. Lo dicho, como vírgenes expectantes.
Pero yo no tenía —o no supe enseñarles a las viejas cascarrabias— esos sentidos que me reclamaban así que tras mi inicial visita anual, no volvía a acercarme al ángulo oscuro de aquellos salones salvo para apoyar un abrigo, un par de libros y a veces un balón grasiento. Era una inútil venganza que ellas me pagaban con silencioso desdén.

Mis habilidades eran, he de decirlo ahora que ha pasado tanto tiempo, más bien escasas. Aunque algo debieron de ver en mí el pHuarte y el pNaranjo en tercero, cuando no sé cuál de los dos me puso al frente de la revista mural de la Escuela Menor, el equivalente a la "Pantalla" de la Mayor. Quizás hasta se llamaba igual, no me acuerdo. Yo era el redactor jefe y Jesús Álvarez Ilzarbe el diseñador gráfico.
La revista empezó a publicar un relato que titulé "Al pie de un árbol morir", verso de una canción misionera, pero no recuerdo por qué razón a las pocas entregas se difuminó en el cesto de las cosas inacabadas. Nadie reclamó su continuación así que posiblemente tampoco nadie lo echó en falta. Yo sabía que estaba previsto que el protagonista, un misionero, dominico por supueso, acabaría sus días abrazado a uno de los exóticos árboles de las selvas peruanas que el pNaranjo nos describía. Y no iba a ser por mordisco o picadura, sino alanceado por una larga y negra flecha como las que guardábamos en la sala de redacción, manejada por un indígena con plumas de colores, tatuajes por el cuerpo y taparrabos breve.

Seguro que la pianola en la que el pTorrellas me pidió que hiciera aquellas escalas vocales para dictaminar si servía o no para la Escolanía (y que seguro que es una de las de la foto de ahí arriba) se chivó a sus compañeras de que en ninguno de los tres intentos que me permitió el director musical empecé por donde ella me marcaba. Y no digo dónde terminé, para asombro de Torrellas. Toda mi época de voz blanca, si alguna vez es que la tuve, fue concluyendo paulatinamente a lo largo del cuarto curso y cuando empecé quinto volví a ser magnánimamente probado, no sé si ante el mismo aparato, viejo y cascarrabias como ya dije. En el año 1968, después de la marcha a Caleruega de los fenómenos de la yeguada del 62, en la Escolanía debía haber una gran necesidad de voces graves y el pTorrellas andaba desesperado por llenar el cupo, aunque fueran para hacer bulto. Y yo, como había tenido cuatro años completos para analizar qué había hecho mal aquella primera vez, ahora pude pasar el corte y me integré en el honorable cuerpo de tenores.
Pero ya era tarde para mí. Tras la sensata decisión de Torrellas de cuatro años antes, mi desafección de la música fue casi completa, con la excepción de los breves y frustrados escarceos con la pianola de turno en cada principio de curso que ya comenté. Me costaba seguir en su exacta medida todos aquellos puntitos que subían y bajaban por las cinco pistas de las partituras y mucho más interpretar qué querían decir los signos crípticos que interrumpían de vez en cuando el lógico transcurrir de los puntitos dichosos. Bueno, sabía, y sigo sabiendo, que los puntitos son notas musicales, eso sí.
Así que desde el fondo de la masa coral me esforzaba en poner mi granito de arena (y de arena era, porque hasta en mi poco educado oído me chirriaba bastante) aunque en los dos cursos que fui “profesional”, quinto y sexto, conseguí que ni Torrellas ni Del Cura me dirigieran una de aquellas acusadoras miradas mientras se iban acercando por el pasillo con la cabeza ladeada y su oreja en dirección al desafinador y la Escolanía seguía cantando. Total, que en quinto me salvé y en sexto alguien debió pensar: "Déjalo que siga, total para los pocos compases que le quedan por masacrar...".
Con todo, yo tuve mucha envidia de todos vosotros, músicos insignes. Y no por los estudios que os saltasteis, ni por los viajes que os pegasteis, ni por los uniformes flamantes, ni siquiera por la superabundancia de misas a las que pusisteis voz. Os tuve mucha envidia porque yo, lo digo aquí ahora con toda humildad, en este foro que abrió casi cuarenta pisos más arriba Santos Vibot, soy un músico frustrado. Me hubiera gustado lanzar el torrente de mi voz por el cauce exacto de la partitura y ser capaz de extraer ruido armónicamente ordenado de tanto instrumento como por allí había.
Pero no pudo ser y la culpa la tiene la vieja pianola, esa misma, la de color chocolate que tiene esas dos pequeñas pilastras con basa y capitel talladas en la madera a los dos lados del panel frontal sobre el teclado. Esa vieja cascarrabias, chivata y mala pécora que solo quería que la tocaran dedos suaves de chicos que tenían desarrollados otros sentidos. Ahora, que se joda al sol.

Vibot -

Sí, Sarmiento, ese fenómeno, parece magia. Para que sea aún más intenso hay que pisar a fondo el pedal derecho que levanta todos los apagadores de fieltro que hay sobre la mayoría de las cuerdas, menos las sobreagudas. Y entonces emerge, como de una sima remota, un coro irisado de armónicos que parece llamarte a su etérea armonía.
Y si cantas cortas, intensas y seguidas,las tres notas de un acorde perfecto, corres el peligro de ser raptado por los elfos del bosque musical. Sin retorno.
¿A que parece que me he tomado algo?
Gracias, querido amigo.

Chema Sarmiento -

¡Qué duda cabe que, ya de niño, Santos Vibot tenía una percepción del mundo que le rodeaba distinta y más penetrante que la mayor parte de quienes estábamos con él!

El piano me trae muchos recuerdos, pero uno sólo me parece merecer ser contado: estábamos en clase de Física con el mismo Fernando Box que ha escrito unas líneas más arriba.
Fernando Box supo inculcarme el gusto por esa materia hasta el punto de que en el momento de ir a la Universidad mi duda era si estudiar Historia, como hice, o Física, como estuve tentado de hacer.
Estábamos, como digo, en clase de Física. Ese día el Padre Box nos explicaba el fenómeno de “resonancia”. Para que las cosas fueran más claras quiso hacer una experiencia y pidió un voluntario que saliera a cantar. La voz popular me designó y siguiendo sus indicaciones le acompañé hasta el fondo de la sala. Abrió las puertecillas de la pianola, me indicó que me acercara mucho, hasta el punto de pasar la mitad mi cabeza por la ventanilla delantera.
-“Canta una nota breve, una cualquiera, una sola”
Lancé un “LA” con la voz más pura que pude y la pianola, sin que nadie la tocara, como un eco, respondió con todos los “LAS” de sus siete escalas llenando el silencio que se había hecho en la clase e iluminando nuestros rostros maravillados…

Vibot -

Argüeso, si por el nivel que dices, no intervienen los amigos de siempre, por mi parte estoy dispuesto a bajarlo ahora mismo, porque los echo de menos a todos, y no los nombro porque la lista sería interminable, pero los echo de menos de verdad, ellos saben quién son.
Es verdad que hace algunos días que el Pitu no nos alegra con sus salerosos desplantes y su filosofía y sus latines.
Antonio, tu disfruta del sol y de los nietos, que eso si que es miel matinal. Gracias por tu cariño y buen humor

Antonio Argüeso -

Nada que añadir ni enmendar a lo arriba dicho. Salvo el nivel que últimamente está adquiriendo el blog (miel matinal son tus escritos, Santos y tus versos, Santos). Que lo que digo, el nivel es tal que del 59 solo Cirauqui se atreve, y con maestría, desde luego, a intervenir.

Vamos, que ni el Ruano se ha despeinado. Bueno, el Ruano creo que nunca se despeinó ¿o me equivoco, últimamente silenciado, que nunca silencioso, José Manuel Presidente?

Sigue haciendo bueno por aquí (20° y sol), con lo que la lectura de lo que aquí dejado es doblemente placentera.

Santos S. Santamarta -

¡Anda que no será por no haber visto veces tu entrañable apellido, mi querido Vibot!.
No sé por qué lo tenía interiorizado con esa segunda “V” (me ha pasado otras ocasiones con algún apellido de mis alumnos) que ni siquiera me fijaba en la grafía correcta teniéndola a la vista. Y además reincidente. Te pido disculpas. Si me volviese a equivocar acepto desde ahora mismo la tarea de copiarlo correctamente mil veces según el método de corrección usado a veces en aquel nuestro colegio. Espero que no empañe la admiración y el cariño con que
compuse para ti ese soneto, que además también fue con errores de puntuación.
Y ahora ya… sí que me tengo que poner a la tarea de escribirte esa carta que esperas desde hace tiempo. Te llegará.
Entre tanto un fuerte abrazo

Vibot -

No, Benjamín, tú reléete a Becquer y verás. Aún nos da unas cien vueltas, más o menos.

Vibot -

Para Santamarta:

No quería corregir tu ortografía
de Vibot a Vivot, como me nombras.
Todo en la vida es sombras,
Todo es nada, mentida geografía.

Pero...



Hay en en el barrio antiguo de la ciudad de Palma de Mallorca un palacio de piedra de ese color tostado de la de Salamanca, como de mazapán, pero con el rameado y salina pátina del mar. Es una calle estrecha y silenciosa, apenas cabe un coche de caballos, flanqueada de altos muros coronados por una franja azul de aquel límpido cielo. Y puede verse, a través de la verja del atrio umbroso y fresco, con pavimento de cantos rodados de distintos tonos en curvados, simétricos dibujos, un elegante patio, que es a un tiempo solemne y recoleto, con escudos y arcadas muy airosas de lonja mallorquina.
Palmeras y aspidistras y geranios filtran una luz verde de sosiego y silencio aristocráticos. Murmura el surtidor. Y canta íntimamente la nostalgia de un plácido vivir: Palacio de Vivot. Un antiguo linaje que se remonta a los oscuros siglos medievales. Su oro verde y luciente...
Pero ese no soy yo, yo vengo, a mucha honra, de una familia de zapateros remendones, artesanos del calzado a medida, y recios labradores de la Tierra de Campos, entre Valladolid, León y Palencia.Sombras todas, alcabo, como las del palacio ensimismado.
Pero si tu me dices: "Es leerte, Vivot, tocar la gloria", me bebo esa mixtura, ese alegre letuario de caricia y arrope, y me da igual la uve que la be.

Gracias por tu soneto que me arrulla. Y espero no agotar a quien me lee, si bien me atiende, como tú me dices.

Benjamín Díaz Gutiérrez -

Después de ver lo que escribís aquí, lo del arpa de aquel rincón, casi parece ridículo.

Santos S. Santamarta -

A fe mía, Vivot que no se entiende
en tu decir, tamaña desmesura,
tanta febril pasión, tanta finura…
que agota a quien te lee si bien te atiende

Me da a mi por pensar que fuera un duende
la causa de tu excelsa chaladura
haciéndote beber una mixtura
que en este mundo nuestro no se vende.

Porque, vamos a ver, ¿quién es el tipo
capaz de contener en la memoria
tantos nombres y datos, tanta historia
y un tan bello decir que quita el hipo?
Es leerte, Vivot, tocar la gloria;
contigo, de verdad, me pasmo y flipo.

Vibot -

El primer título que le puse a esta entrada fue "Desolación al sol", me sonaba musical con esas varias aliteraciones. Pero Lalo me sugirió "en sol", que es mucho más músical.
Gracias, querido editor, mi primero y tal vez único.
¿Cuando quedamos a comer en Marid?

Vibot -

Estrada, muchas gracias, precisamente porque son tan alargadas y profundas las huellas, necesito en largas temporadas rehuírlas y dejarme vivir. No es otra la razón de mis silencios. Gracias por degustar mis "calidades", como tú las llamas.
Un abrazo, poeta.

Vibot -

Ignacio, tu generosa ternura me adorna con excesos. Cuando pienso en las personas que me quieren te siento muy arriba en esa lista que a todos nos arropa. Y yo te correspondo.
¡Qué suerte que tuviste de cenar con Santamarta, a mí también me gustaría, dile tú que me invite, que a mí se me resiste!
Besos y abrazos

Vibot -

Alcaldito, un abrazo, cuida tu salud y tu alegría de vivir.

Vibot -

Cícero, no en Caleruega, en el estudio de la escuela mayor, a los catorce o quince años.
Un día me dijiste: "cualquier día te inflo". ¡Ya me gustaría a mí leer ese globo tuyo casi prometido!

Isidro Cicero -

me acordé de aquel "humo dormido" que leíste ¿en caleruega?

Mariano Estrada -

Hola, Santos: yo creo que deberías escribir un libro sobre el colegio. Materia tienes en abundancia, cualidades te sobran y en tus escritos queda patente que conservas de él unas huellas alargadas y profundas, Enhorabuena y ánimo.

jose ignacio -

Vibot, es un placer leerte.

Gracias por vivir y conocerte. Escribes y describes siempre con un estilo policromo, bello, profundo, íntimo, todo lo que ha conformado tu vida:

de las flores los olores,
de los campos los colores,
de la música sabores,
del pasado los vapores,
de la moral los horrores,
de la vida los amores
y del alma los dolores.

un besín,
jose ignacio

Isidro Cicero -

Delicious, Vibot.

Vibot -

Heredia, sabes que yo también te quiero mucho, aunque me mandes a Oxford. Si lo dices por lo de la altura universitaria, prefiero seguir en Madrid. Las indigestiones académicas siempre me han ahuyentado, aunque a veces sea un poco redicho, lo reconozco.
Procuro evitarlo, o al menos compensarlo, con buenas dosis de realismo, que te vuelve humilde de golpe.
Creo que me he liado. Sólo quería decirte que gracias y que te cogemos la palabra.

Vibot -

¡Fernando Box, por supuesto que siempre "es mejor sacudirse el polvo de la negatividad, por si aflora lo inesperado y maravilloso"!
A mí también me encanta el silencio, parar el motor y escuchar hondamente ese silencio que habla.
Gracias, amigo, por tu apretado abrazo de tímido con mucho que decir.

Vibot -

Mi querido Cirauqui, gracias por tus cariñosas palabras, que no son intromisión como tú dices sino exhuberancia de recuerdos queridos. Me alegro de haberte incitado. Creo con que tu próxima entrega deberías escanearnos esa primera página de los Estudios de Cramer ("todo esto rodeado de una cenefa arquitectonica, con laudes, arpas, jarrones y trompetas"). Circulaba por el colegio y también en Las Caldas y Salamanca. Me encantaría volver verla.
Y por supuesto, volver a leerte.
Un abrazo, navarrico.

José Luis Alcalde Revilla -

...sencillamente...MARAVILLOSO, SANTINES...no quiero blas,bla,bla, sino vivir lo que "nos escribes"..."nos dices"...muááá infinito joseito chiquitito

Luis Heredia -

Mi queridísimo Vibot.

¿Qué te voy a decir yo que no te hayan dicho los demás?

Y no me digas que eso se lo digo a tod@s, como popularmente se dice para piropear.

Cuando yo llegué al Colegio con 14 años, directamente a la Escuela Mayor a cursar 3º, me deslumbró todo. Todo es todo. Mi primo P. Angel Torrellas ya me había puesto en antecedentes de lo que me iba a encontrar en el Colegio. Incluso cuando suspendí el test psicodélico (para mi) con 11 años para irme a La Virgen y por su recomendación, me quedé interno en Sto. Domingo de Oviedo durante dos años para que mi vocación se fortaleciese ante la adversidad. Nunca me faltó su apoyo para entrar y tampoco más tarde para salir.

No me asustó el ingreso a la Escuela Mayor, pues yo ya venía destetado, como los de Villava y con muchos tiros recibidos más que pegados. Pero sí recuerdo que cada paso que daba el primer día de entrada al Colegio iba de sorpresa en sorpresa al verme en un mundo completamente nuevo y no por menos deseado. Pero de todo lo que me deslumbró, sin duda, tengo que quedarme con dos cosas:

En primer lugar, el “ paseíllo” desde la clase de la Rondalla hasta el último aula viendo pianos –porque era lo primero que veíamos- y en segundo lugar la “camarilla”. Es curioso que estas dos cosas me hubieran impactado más incluso que la ciudad deportiva o la piscina, el laboratorio, el minimuseo de Ciencias o la Capilla, visita de revista todo en el mismo día. Es posible que haya sido porque lo deportivo lo sentí siempre como, digamos, más material, puro esfuerzo físico y resistencia o pura diversión, mientras que la música, por genes o facilidad de oído, vete tú a saber, y la enseñanza la consideraba más acorde para desarrollar lo que yo quería ser y hacer. La música, porque siempre fue para mi una atracción fatal y sensual; siempre me transportó a otros mundos y lo sigue haciendo aún; y la enseñanza, para demostrarme a mí mismo que yo tenía otras cualidades intelectuales que quizá estuvieran por desarrollar y que por azares de la vida no había sido capaz de demostrarlas sin tener que poner la mejilla o las extremidades en pago de mi limitada capacidad de comprensión.

Empezando por lo segundo, la “camarilla”, ya dijimos todos lo que significó para nosotros, nuestro espacio vital, apartamento adosado individual dentro de una inmensa Urbanización de lujo donde no faltaba de nada.

Y de lo primero, del “paseíllo”, aquellas aulas que más que de Colegio parecían de Universidad, con pianos, donde se respiraba y olía a música y libros.

Yo ya había conocido en 1964 un piano antes que un albornoz y tenido mis escarceos con la “chocolatera” pues había entrado uno,un piano, en el comedor de mi casa para que mis hermanas mayores aprendieran piano, música y solfeo, o al revés. Eso sí, sin cola porque de tenerla, hubiéramos tenido que sacar al pasillo la mesa de comedor, el aparador y las dos camas empotradas donde yo dormía con uno de mis 14 hermanos.

Pero claro, el piano de mi casa, que es particular, no se toca como los demás. De ahí que mi fijación con el piano comenzó a los pocos días de mi ingreso en La Virgen cuando vi y escuché a un crío de mi clase que no tocaba como mis hermanas - el piano, claro- y que tenía destreza hasta para coordinar el movimiento de los pies llegando a pisar los pedales a pesar de no llevar zancos. A partir de ese momento es cuando me di cuenta que el virtuosismo existía sin saber aún que Mozart ya casi tocaba el piano en el vientre de su madre.

Yo no sé si tú, Vibot, tocabas ya el piano en el vientre de tu madre o era tu madre la que tocaba el piano con su vientre de vez en cuando porque se arrimaba mucho. Lo que sí sé es que a partir de escucharte a ti nada más llegar al Colegio, pasé de la afición al embeleso. Me da igual que os parezca una cursilada. A ti, Vibot, no creo que te lo parezca. No recuerdo a ninguno de los pianistas que mencionas tú o nuestro querido, y para mi mucho, Manuel Alonso Herrero. Tú ni te acuerdas que pusiste todo el empeño en enseñarme algo, pero viendo mis limitaciones opté por el deporte y algo de guitarra. Así, te libré de un peso con el que hubieras cargado toda tu vida. Más vale una retirada a tiempo que una batalla perdida, se dice.

Pero ahora que soy mayor, mayor que antes, sigo proponiéndome dos metas: Recuperar las cuatro ideas y reglas del solfeo y volver a intentar dar a las teclas con más tino y disciplina que entonces. Las vergüenzas ya van aminorando con la edad, las ilusiones, y las ganas de hacer cosas nunca las perdí a pesar de los avatares de la vida y el piano, sin cola pero con cables, ya me lo trajeron los Reyes, Magos, claro, hace 10 años.

Me falta un buen Maestro pero me temo que de Marbella a Oxford va a ser difícil contar contigo.

De cualquier modo, lo tienes a tu disposición por si algún día se os apetece venir a secar por estos Mares del Sur. Al piano, y sobre todo a mí, nos encantaría.

fernando muñoz box -

Querido Santos Vibot:

Ya sabes que no soy muy propenso a ditirambos y alabanzas, quizá porque soy más tímido de lo que parece. Pero quiero mandarte una abrazo y una enhorabuena por lo que has escrito.

Has recordado a mucha gente de aquellos pipiolos que han llegado a las alturas, quizá por lo que aprendieron, pero también por lo que valían y valen. Claro que el Colegio propició el ambiente, quizá sin saber a dónde conduciría aquella enseñanza. Y reconozco que a mí, como a Iturriaga, me pasaron inadvertidas algunas de las cosas positivas que allí había, que a lo mejor no estaban puestas a propósito. Ahora saco la conclusión de que siempre es mejor sacudirse el polvo de la negatividad, por si aflora lo inesperado y maravilloso.

Esta mañana estaba pensando en que a mí me encanta la música, pero reconozco que adoro el silencio, en el mar, en el bosque, en la montaña (a lo mejor es un silencio sonoro, pero muy agradable). Me emociona la música (por cierto César Frank era uno de mis favoritos en aquellos tiempos) pero me horroriza el silencio de los muertos. Desgraciadamente la fotografía que comentas participa del silencio de los muertos, del silencio del abandono, del silencio de la desesperanza.

Perdón por ponerme rollo...
Un fuertísimo abrazo

Vibot -

Andrés y Pedro, gracias por los cariños. Y sí, Pedro, claro que tengo escritos ocho o nueve poemarios esperando su día en un cajón, soy más poeta que músico. Y a Santamarta le debe pasar lo mismo, pero por más que le tiro de la lengua no me rompe a escribir esa carta que espero desde hace años.Por poetas que no quede.

Vibot -

Federico, claro que también surge un fuerte gemido, por supuesto que no todo fue la desbordante dicha de Fernando Allén Regueras. Le contaba a Iturriaga sobre las aterciopeladas disonancias encerradas en aquellas partituras... también había entre ellas hirientes disonancias como filos.
Y recuerdo ahora que el rumoroso y sinfónico cuaderno de Franck no estaba en el colegio, sino en el umbroso atril del órgano de la iglesia de Lastres. Cada vez que lo vuelvo a tocar me inundan reflejos marinos y olor de romerías astures y sonrisas azules y lágrimas muy amargas a la sombra de los muchachos en flor.

Vibot -

Iturriaga querido, tan juntos estuvimos que te sentabas a mi lado en el gran estudio de la escuela menor. Me encantaba tu alegre cercanía, siempre dispuesto a ayudarme con las ciencias. Arriba he confundido las fechas de mi estancia en el colegio: entré en el otoño el 63 (a segundo curso) y estuve hasta el verano del 68. Cinco cursos contigo codo con codo... en la rondalla y en la escolanía, si es que no te fuiste antes, que algo me suena, tú ya me dirás.
¿No fuiste tú también alumno de piano?
Y no sé si yo vi más que los demás, cada uno tiene su valor y sus visiones, pero reconozco que, incluso más que a través del piano o de la escolanía, recuerdo haber entrevisto seductores e intensos paraísos en aquel organito eléctrico de la escuela mayor. Las diamantinas puertas decían entre arquitectónicas cenefas como las que describe Cirauqui más abajo: "Cantos íntimos" de Eduardo Torres, aquel sevillano -como supe muchísimo más tarde- amigo de Lorca y de Falla... "Horas místicas" de del alsaciano Léon Boëllmann, "L'organiste" del belga Cesar Franck, todo ello encontrado, como en un cofre del tesoro, bajo la trampilla de aquel asiento que para mí fue, durante tantas horas robadas al recreo, como una nave espacial en la que vi visiones de otros mundos mejores entre sus aterciopeladas disonancias, las mismas con las que Don Joaquín Hernández, en sus envolventes armonías corales y organísticas, nos transportaba incluso un poco más adentro, más arriba...

Javier Cirauqui -

Querido Santos Vibot:
Leer tu "Desolación en Sol", me ha entusiasmado como todos tus escritos. Me ha traido vivos recuerdos de mi infancia, de mi madre y de mi paso por Villava y León.
Mientras escribo esto, a mis espaldas tengo el piano de mi madre, desafinado pero limpio, y por lo menos, a la vista, entero. Es uno de los recuerdos más preciados que tengo en casa. La tapa levantada, y sobre el atril o ménsula el perfil moldurado de la marca en letras góticas o más bien caroinas que dice: "Laguilhoat", rodeada de curvas caligráficas de taracea dorada rodeándola. Sobre el teclado un paño, muy estropeado, con una escena campestre, de niños bailando al corro y varias guirnaldas y ramilletes de flores, rodeando la escena, bastante descolorida. Sobre la ménsula o atril, los Etudes pour piano ou Exercices doigtés dans les differents tons, calculés pour faciliter les progrés, de ceux, qui se proposent d´etudier instrument á fond. Par J. B. CRAMER. VOL. II. Neu Ausgarbe, revidirt und bezeichnet VON DR. L. BENDA, todo esto rodeado de una cenefa arquitectonica, con laudes, arpas, jarrones y trompetas y la leyenda: COLELLETION LITOFF. HENRY LITOLFF´S VERLAG y las Casas donde se pueden adquirir estas partituras en Boston New York, London, Paris, Milano, St. Petersbourg.
Esta partitura la suelo tener abierta sobre alguna página dificil con muchas bajadas y subidas para mirarlas con admiración, no para interpretarlas. A veces cambio de partituras.
Este piano de mi madre estuvo muchos años en la Casa Parroquial de Burlada, luego vino a parar a mi casa. Sirvió para amenizar veladas, bailes, dar clases de música a vaios niños y niñas en vacaciones. Sonaron piezas de Bach, Mozart, etc, Así como "Vino tinto con sifón, Fumando espero al homre que más quiero, Pericón Ranchero, Las alegres modistillas y La conga del Jaruco..."
Ese repaso que haces de los pianos del colegio me ha traido esa ola de recuerdos de mi madre. Ahora paso a los recuerdos que tengo dobre ellos en Villava y León.
Desde que entré en Villava, quizás por los precedentes, no por mis cualidades pasé a formar parte de los que estudiaban piano. En Villava había un piano en cada clase y en el estudio, además de en los rellanos de las escaleras y pasillo de las clases, que era el que yo tenía asignado para ensayar las lecciones. Aprendía con el Método L. Carpentier y conseguía tocar, Cheri te quiero, Cheri yo te adoro y Los niños del Pireo, porque me sabía las notas, si no a oido me era imposible. En Vilava pertenecía a la rondalla y a la escolanía. Tocaba, solo tocaba o acariciaba la tripa de la mandolina.
Una vez en la Virgen del Camino, por propia iniciativa dejé la rondalla, más tarde la escolanía, pero seguí con el piano. Recuerdo los pianos y pianolas que había en los estudios y clases, en Pantalla y en las Salas de Visitas. Yo ensayaba, después de comer y en algún recreo, tenía asignado el piano de la Clase de Tercero. En principio, mal o bien iba pasando las lecciones, con el Padre Torrellas, pero más tarde Dn. Joaquín, pasó a ser nuestro profesor de piano. No conseguí pasar de la primera lección del método L. Charpentier, aquella del mi,do, re, mi, mi, sol, fa mi, fa, fa, mi, re,mi, mi, re, do.... No colocaba bien los dedos, estaba agarrotado y Don Joaquin me daba manotazos en mis asustadas y temblorosas manos.
Así que decidi dejar mis estudios de piano, puesto que se me requería ir a tocar el órgano a la Escuela Menor, me puse malo y el día anterior me quedé en la cama.
Hablé con el P. Torrellas y me recomendó que me dedicará a escribir y dibujar, pero me dejó seguir con mis ensayos en la clase de 3º.
Recuerdo a varios compañeros de mi curso y otros que tocaban el piano, Luis Carlos Rueda, Baldomero, del curso anterior, Trepat, Elustondo, Ariztimuño, Arrúe y alguno más.
Recuerdo a Trepat y Ariztimuño interpretando, recorriendo todo el piano, una marcha de brujas y una marcha de hadas, que a mí me maravillaban. En una Academia del Padre Felipe, hice un guión sobre la Literatura Española, representado por todo el curso, y al final acompañados por Trepat, le cantamos el Himno de Oriamendi.
Recuerdo la pianola de Pantalla. En cuanto a los dibujantes, al que recuerdo es a Javier Serrano, encaramado a la mesa de delineante y a Clim con su pirógrafo. Luego estábamos todos los demás. Redactores, dibujantes, componedores de Minimundos y Telecosas, murales y montadores de exposiciones. Pantalla era un interesantísimo lugar de tertulias y de encuentros. Recuerdo al P. Iparraguirre, Arsenio, etc. Ibarrola, Javier Serrano, Ibarrola, Ariztimuño, Elustondo, Zarzuelo y un largo etc. Un vez hice yo un dibujo a la cera de la Presentación de Jesús en el templo. Los personajes estaban todos de perfil, al estilo egipcio. Fue muy celebrado, pero el motivo no era otro que de frente los rostros me salían duros y caballunos.
A ver si termino de mandaros los Lingotazos, que me faltan y os cuento estas cosas y muchas más.

Está visto, Santos Vibot, que tu mmaravilloso escrito, me despierta los recuerdos y me inspira hondos y tiernos recuerdos. Perdona mi intromisión y mi rollo.
Un fuerte abrazo. Con todo mi cariño. Javier.


Pedro Sánchez Menéndez -

Vibot, fantástica tu descripción con motivo de esa foto terrible de pianos destripados. A mí me pasa lo que a Iturriaga y reconozco que tú, Vibot, ves más allá de lo que otros muchos no logramos alcanzar. Además de músico, tienes unas dotes para escribir que no sé si las has utilizado. Cualquier libro que escribieras, sería una delicia leerlo. Un beso. Pedro

andrés cortés aranaz -

!!!!!!.......!!!!!!
Sin comentarios. Te debo una Santines.

Federico Esteban Monasterio -

Por cierto: marchando un libro al fondo.

Federico Esteban Monasterio -

Efectivamente Vivot: es una vista triste, como otras que en ciertas ocasiones se han publicado en este nuestro bloc, y que pertenecen a la orden de los sentimientos.
Esos pianos, o ese piano, que yo también aporreé, sin llegar a tú profesionalidad como he podido comprobar en una ocasión, horriblemente manchado y mutilado, creo que conservan en su interior el recuerdo de esas manos puras, infantiles y alegres cómo pájaros que sienten en su alma el ansia de trinar, y que con mimo acariciábamos ese teclado, hoy desdentado, al compás de las enseñanzas de unos buenos Urías y Torrellas.
Con seguridad creo, que en el fondo horrible de ese cajón destrozado, cada mirada de nosotros hacía ellos, en su alma embosquecidas de cuerdas rotas, también resuena en ellos un fuerte gemido.
Abrazos.

Juan A. Iturriaga -

Hay personas que siempre ven más allá que los demás mortales.
Uno de ellos es Vibot. Siempre vio y sintió unas sensaciones que, por lo menos a mí, me pasaron inadvertidas.
Yo, en aquel tiempo, tenía necesidades primarias sin resolver, las cuales me producían una sensación de agobio que me dejaron marcado para muchos años y a la vista de todo lo que decís, creo que no me enteré de nada de lo que allí pasó.

Sin embargo Vibot, que lo tuve junto a mi casi todo ese tiempo, supo ver y disfrutar de un montón de cosas que ahora me parecen maravillosas.

A destiempo, una pena.

Lo que de verdad quiero es agradecer a Vibot sus escritos, y animarle a publicar sus recuerdos en esta editorial que ha amanecido con fuerza en el Blog.

Vibot -

Muchas gracias, Josemari, por poner la versión final.
Y gracias, Amador, por tus palabras.

Quiero pedir disculpas si he olvidado mencionar a alguno de los que dibujásteis en Pantalla cuando yo estaba allí (otoño62-verano67). La memoria no siempre me acompaña.
Lo mismo digo de los pianistas.
La verdad es que me gustaría recordar la lista completa de todos los que estudiamos piano con Torrellas, pero... son demasiados años. Conste que he preguntado a Josemari, a Lalo, a Manuel Alonso... pero nada.
Si alguno lee aquí de todos ellos, que nos cuente recuerdos. Para mí aquella música fue una puerta secreta camino del ensueño y la quimera... y aún hoy lo sigue siendo.

amador robles -

Hola Vibot, b tardes Santos....y tantos otros entrañables exalumnos...compañeros. Vibrante y sincero el homenaje de Vibot a todos esos instrumentos maloKKupas de aquellos rincones de nuestra clases, de la rondalla y de tantos y tantos sitios de auqel colegio que hoy apenas es ya mas que un relato en color muy gris y bochornoso. Como decia Machado....rio duero...rio duero...nadie a acompañarte baja....algo así se me ocurre cuandonen diferentes ocasiones he visitado solo y a solas, incluso de okupa sin permiso, tantos lugares de nuestra estudiantil etapa en La Virgen....
nunca he podido comprender y menos compartir tamaño disparate en el que además ponen como disculpa al colectivo de personas que allí trabajan y se ganan la vida....la de ellos y la de quienes (quizás..??) Se aprocevechan de sus sudores y desvelos.
en fin....apreciaciones que no quiero me decuiden de felicitaros Vibot y Santos por tan atinadas frases y versos.
vibot y santos mi correo para contactar con vosotros ez amador8576@gmail.com, sería un placer contactar con vosotros. A los demás, disculpadme por utilizar este foro para este último detalle.
amigos exalumnos, compañeros de recinto de fatigas y anhelos varios....un fuerte abrazo. SALUDOS desde Oviedo.

Vibot -

Mi querido Santamarta,
ni te olvido ni abandono,
y te digo en dulce tono
que me debes una carta.

Pocas espero con tantas ganas,gracias por tus versos, tan bien medidos y sentidos como siempre.
Josemari me pidió que comentara esta foto hace días, y aunque me desagradó mucho el primer impacto, luego me ha dado para muchas correcciones y ampliaciones. Todas las versiones se las he ido mandando día tras día y al final se ha liado y a publicado una de las primeras. Ya le he pedido que la sustituya por la versión final.
Así que Santos y Benito, tendréis que volverme a leer, ya que os ha gustado ésta.Es más larga y pulida.
Abrazos, amigos

Santos S. Santamarta -

Cuando casi parecía
ser olvido u abandono
regresó con dulce tono
y arómatica armonía
Volvió a llenarnos el día
evocando viejos cantos
a todos aquellos cuantos
le hemos tenido presente.
Hablo, como es evidente,
de Martínez Vivot, Santos

Benito Pérez Villalba -

Vibot,a sido un placer esta exposición de tus recuerdos en la paramera sobre todo lo referente a la música que a través de otros escritos anteriores veo que la drisfrutas con tanta pasión, aunque no te conozco personalmente, esto me hace tener una idea de tu persona,sigue escribiendo cosas tan bonitas como estas que tanto admiramos incluso los que somos analfabetos en la materia. Un abrazo.
P.D. Jose Mari apuntame un libro para mi.