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Antiguos alumnos dominicos VIRGEN DEL CAMINO - LEON

LA CARCAJADA DE ISIDRO

LA CARCAJADA DE ISIDRO

Isidro Cícero (esdrújulo en aquel colegio) remprimiéndose, era 1965.

¿Reprimiendo un bostezo? ¿Reprimiendo una carcajada?

No lo recuerda.

 

15 comentarios

Javier del Vigo -

Por un momento pensé que obligabas a Isidro a oír mis lamentables ronquidos en ese viaje en comisión de servicios a la Toscana para bucear en la cultura dominicana florentina e italiana.

Ya veo que no. Que extiendes la propuesta a las parejas respectivas. ¡Tú sí que eres guapo, Juan Antonio!

En este acto, quedas nombrado, al menos por mi parte, representante oficial. Consíguenos unos cuantos viajes como el que propones y recibirás unas cuantas "fiorentinas". Y como sacrificio, de agua, nada. Como poco, par de botellas de agua de Bilbao.

Feliz fin de semana, chiquitín. Que el buen tiempo limpie las telarañas y los campos os vean trotar como en los tiempos de la Paramera, chavalería.

Juan A. Iturriaga -

Creo recordar que alguna vez ya había oído algo sobre la relación entre la golondrina de la columna y los Dominicos.

Fra Angélico era de Vicchio di Mugello.
Es un pueblín cerca de Florencia, de esos que tienen pedanías diseminadas por los alrededores. También había nacido por allí el Giotto y creo que alguno de los Medicis.

Ahora lo más importante que tienen es un circuito de Fórmula 1. El de Mugello. Eso es lo que cuenta en este siglo.

Tendríamos que enviar a los señores Del Vigo y Cicero, en comisión de servicios, a esa región para poner en valor a Fra Angélico y poner las cosas en su sitio. Por supuesto con sus respectivas.

Se come de maravilla y sobre todo, hay unas chuletas como en ningún otro sitio. Son las llamadas “fiorentinas” que dicen que hay que acompañarlas con un buen Brunello de Montalcino. Yo, cuando estuve por allí bebí agua.

Javier del Vigo -

Los entresijos del azar son tan enigmáticos como los movimientos del cosmos; pero más aleatorios; incluso muy enigmáticos.

En su última intervención –por ahora- relata Isidro que el 2 de junio nos dimos el abrazo ritual y apetecido junto al ayuntamiento histórico de Laredo, villa a la que llegó Carlos I en 1556, viejo ya, para emprender el camino hacia Yuste, su última morada antes de morir. La mañana en la que la noticia se hizo pública, aquella soleada acá, junto al mar Cantábrico, el rey Borbón, Juan Carlos, anunció que iba a dimitir. Y el tema nos dio a Isidro y a mí, a quienes apenas nos va el palique, para un intercambio de opiniones, como a cualquier hijo de vecino aquel día.

Su antecesor, el rey-emperador martillo de heterodoxos y herejes, Carlos de Habsburgo –como recordáis, chicos leídos- había abdicado cinco siglos antes en Bruselas; bien es verdad que sin el visto bueno de Toñín Argüeso, alcalde mayor de la capital de Europa, ni los votos en contra de la Izquierda Plural o las abstenciones de Ciu, PNV o algún verso suelto del PSE-PSOE. Eran otros tiempos, tiempos de súbditos, donde reyes y emperadores tomaban decisiones sólo en virtud de la fuerza de sus ejércitos; estaban tan “aforados” que eran como dioses, inviolables porque su poder tenía un origen divino; no como estos reyes constitucionales de hoy en día, que son como la guinda sobre el suflé: si el suflé es bueno, la guinda también. Si malo, el rey se va de montería a tierras lejanas, por si no le pillan. ¡Ay, aunque lo pillaron en esta ocasión!

Yuste. En la Vera extremeña. Destino final de aquel dueño de medio mundo. A donde mi inquietud me llevó el pasado abril, cuando el Jerte y el Tiétar reventaban por la floración de los cerezos. Si habré tenido que leer y contar de veces en mi vida aquello de que el emperador pasó sus últimos días con los Jerónimos, en Yuste. Pero nunca tuve la oportunidad de ir a ver in situ aquella casa palacio construida expresamente para aquel “anciano” muerto a los 58 años, en la que residió apenas dos años. Las malas lenguas dicen que no influyó tanto en su decisión combatir la gota con aquel clima tan saludable cuanto el jamón serrano que producían y siguen produciendo los cerdos y el pimentón de la Vera.

Ah, la entrada, 9 eurazos per cápita. Total, para ver una iglesia, la cama donde yació el viejillo y un armatoste en el que lo transportaban. De su afición al jamón o de si en aquella época el Jerte estallaba en primavera con sus cerezos en flor, nada, oyes.

Ya digo: qué cosa el azar, que teje y desteje personas, acontecimientos, geografías… Isidro Cicero, Laredo, Javier del Vigo, Yuste, Bruselas, Toñín Argüeso, Carlos V, abdicaciones, Juan Carlos I…

Por lo demás, ¡qué jodío Isidro Cicero! Eres una máquina de pensamientos. Profundos, las más de las veces; originales siempre. A veces, incluso originales y profundos.

Ahí va uno, a modo de guinda. Durante 33 años, los que coticé para que ahora me pague el Estado una jubilación por no hacer nada “productivo” en el sentido que se entiende la producción, expliqué con mejor o peor fortuna asignaturas de bachiller correspondientes al Departamento de Historia. Entre otras, Historia del Arte.

Cada año, pues, tocaba hablar del gótico, de la transición al Renacimiento, del primer Renacimiento italiano… Y aparecía inexorablemente la figura de Fra Angelico, aquel fraile dominico de la Toscana italiana, beatificado en el siglo pasado por Juan Pablo II. Cuando llegaba yo a él, vagamente, sin demasiada intensidad, pasaban por mi mente aquellas estampitas que corrían de mano en mano por los misales de cuando la Paramera, que reproducían la pintura del toscano, buena parte de ella en los muros del convento dominico de Florencia.

Vagamente, ya digo, porque durante muchos años puse sordina a aquellos años. Pero nunca presté atención a una de sus pinturas como lo ha hecho Isidro: La Anunciación del Prado. Nunca hasta que el otro día le dimos a la lengua en Laredo durante unas horas... LuegTras la conversación, he vuelto a nuestros textos, a los libros de El Tomillar, del tándem Lalo el Grande - Josemari Cortés…

Sí.Isidro ha ido dando pistas de su pensamiento profundo y original en sus entradas al blog y en sus artículos en los libros.

Y no digo más. Pero si me habéis seguido hasta aquí, una pregunta: ¿hay algún volátil en la Anunciación de El Prado que represente a los domis, como diría el besucón, José Luis Alcalde?

Yo antes nunca hubiera caído. Isidro me metió una vez más el bichito en el cuerpo.

Isidro Cicero -

El día 2 de julio de 2014 Javier del Vigo y yo partimos distancias espaciales y nos reunimos en Laredo para que él me entregara mi ejemplar del Álbum de las Fotos y para que yo le reintegrara el desembolso que en mi nombre había realizado días antes en León. Y, como tantas otras veces, para mantener una conversación que siempre se hace demasiado breve y que en esta ocasión duró hasta que cada quien tuvo que reintegrarse a sus ocupaciones particulares. Cuando todos nosotros éramos internos en aquella institución total -yo me esforcé en resaltar este hecho en la presentación del libro “Poecanciones de Amor” de Mariano Estrada- las obligaciones eran idénticas para todos y cada uno de nosotros; los ocios también, también las devociones. Hoy ya no, ahora cada uno tiene su propio ritmo y gira en su propia órbita. Por eso, no por otra cosa, llegó un momento después de un par de horas, en que Javivi y yo cortamos con otro abrazo nuestra conversación y nos fuimos cada uno por su lado sintiéndolo mucho.
Esta vez el abrazo de saludo que nos dimos Javier y yo tuvo lugar justamente delante del viejo Ayuntamiento de Laredo. Más precisamente, delante del busto que en esta villa marinera del Cantábrico tiene dedicado el emperador Carlos V. No me cabe duda de que Fernando Alonso a quien fui adjudicado como compañero veterano en octubre de 1961 el día que ingresó en el colegio, recuerda perfectamente estos escenarios. Javivi y yo tuvimos con Fernando hace años sendos encuentros por separado en este mismo lugar.
Yo no me entretendría ahora en hablaros de estos escenarios laredanos si no fuera porque minutos antes de mi abrazo con Javivi, el rey de España anunciaba su abdicación, lo mismo que hizo ese Carlos V hace siglos. Tras abdicar en Gante, llegó a Laredo para viajar desde aquí a Yuste. Se arrodilló en la playa, besó la arena y saludó a la tierra diciendo: “Salve, madre común de todos los mortales, hoy llego a ti rendido y derrotado…” Así lo apuntaron los cronistas en su día y así lo recordé yo, fascinado por la envolvente casualidad del momento, mientras saludaba a Javivi, aunque sin revelarle al amigo estos pensamientos.
Aquella mañana Javivi y yo nos referimos brevemente al rey y a la situación política e institucional. Pero luego nos dedicamos a ojear el Álbum –yo lo escribo siempre con mayúscula como las cosas importantes- a empoderar su calidad. Y ya luego dejamos al margen al rey y al Álbum y nos dedicamos a hablar de la Virgen, cosa que no me cabe la menor duda, habrá hecho feliz a nuestro padre Santo Domingo, mis queridos apostólicos, si es que se ha enterado, ya que el fundador mandataba a sus frailes hablar de ella o con ella. Lo cual demuestra bien a las claras la pedrada que nosotros tenemos encima desde entonces. Este cuelgue, como dicen por aquí.
El tema mariano de nuestra meditación aquella mañana fue la advocación “del Camino”. Cuando decimos Virgen del Camino, ¿a qué camino nos referimos? La respuesta habitual es el Camino de Santiago, a cuya vera tuvo lugar la aparición y fue erigido el humilladero primero, después la ermita y los dos santuarios sucesivamente. Después de meditarlo, Javivi y yo llegamos a un principio de acuerdo en el sentido de que el Camino de la Virgen no es una ruta marcada en la tierra con más o menos mojones y cruceros, sino la Vía espiritual hacia el Reino de los Cielos, al que se refería Jesús.
Sorprendía a los dos amigos en Laredo constatar que la tradición oriental pintó desde muy antiguamente el icono de la Virgen del Camino, la Virgen que indica el Camino, la Jodegetria (Ὁδηγήτρια). En los iconos de la Theotocos Jodegetria aparece María señalando con el dedo la figura de su Hijo e indicando con este gesto quién es el Camino, no otro que aquel que dijo “El Camino soy yo. Yo soy el Camino la Verdad y la Vida. Y nadie va al Padre sino por mi”.
La Virgen del Camino en Oriente tiene muchos santuarios: En Constantinopla, uno de los más importantes templos de la Virgen del Camino es el de Panagias Hodegetria y en Rusia el de la Hodegetria de Smolenko.
Pero tampoco son escasos en Occidente. En Roma, una Jodegetria como la copa de un pino es la Virgen Salus Populi Romani. En algunos países traducen Jodegetria como Our Lady of the Way. (Ojo, no “of the Road”, ya que no hay que confundir el camino propiamente dicho físico y carretero, con la manera de caminar, que eso es otra cosa. La Way de la que hablaba Frank Sinatra).
El Greco, de joven, cuando aún no había salido de Creta, hizo el cuadro San Lucas pintando el icono de la Hodegetria (1565-1567). Tengo ganas de ir a Toledo a verlo.
No sé cómo le sentará esta ampliación de su devoción a los leoneses. Su Virgen del Camino no tiene la felicidad hierática –como decía Arsenio Arenas- del arte oriental. A su “La que muestra el Camino”, los tallistas castellanos la hicieron sufriendo y llorando.

Isidro Cicero -

¿La mano que tanto pecó, Isidro? –interroga Vibot. Pues sí, Santos, la de la foto fue una mano pecadora. Muy pecadora. No sé yo si más o menos pecadora que las otras ocho mil manos que pasaron por aquel lugar repleto de pecadores. Por lo menos, no paraban de reconocerlo cada dos por tres y no tenemos por qué dudar de sus palabras. Ningún día pasaban más de tres horas sin reconocer en voz alta lo pecadores que eran: “por nosotros pecadores”, “ he pecado mucho”, “yo pecador”. Y así.
La mano pecaba. No sé si sigue haciéndose, pero entonces los moribundos recibían en casa la visita del párroco vestido con roquete y bonete, acompañado por el monaguillo. Llevaba un frasco con aceite (lo llamaban pinguetudinem fructus olivae) y con él ungía todos los sentidos del inminente cadáver. Era para fortalecerle en su batalla final contra el diablo y para que Dios le perdonara los pecados que había cometido en vida con cada uno de sus órganos sensoriales. Los ojos, las orejas, la nariz, la boca, los pies, las manos. Al llegar a las manos pecadoras el párroco decía: Per istam sanctam untionem et per suam piisimam misericordiam indulgeat tibi Dominus quidquid peccasti per tactum. Amén –contestaba el monaguillo y a veces también la familia.
Luego el párroco se limpiaba los dedos de sus propias manos con un poco de miga de pan dispuesta al efecto, que, tras el ceremonial. era depositada sobre las brasas de la lumbre del hogar para hacerlas desaparecer.
Pero bueno Vibot, vayamos a cosas más alegres. Si te fijas bien la foto, tú sabes hacerlo, que eres observador puntilloso, verás que por encima del muchacho de la carcajada sobrevuela algo. No es una paloma ni una lengua de fuego. ¿Qué es, Vibot querido? Es un triángulo rectángulo. Con su ángulo recto, de 90 grados, con sus dos ángulos agudos, con su hipotenusa, con sus catetos, con la altura relativa a la hipotenusa, traspasando ésta, y con una línea imaginaria prolongándose hacia el corazón de la foto a través del dedo pulgar del protagonista.
Ya sé que en aquel ámbito geométrico de Coello es difícil poner la vista en algún elemento que no tenga algo que ver con el teorema de Pitágoras o de Tales. Pero ese gran triángulo que la luz diseña sobre mi cabeza, es muy fuerte, Vibot, como con toda razón dice Cirauqui que dicen los adolescentes de hoy. Ese triángulo grande que contiene inscrito otro proporcionalmente menor, y cuya superficie restante, la propia luz descompone en otras dos figuras de las estudiadas en clase, no sé si rombos, romboides. Qué foto. La verdad.

Fernando Alonso -

Aquí, impaciente, esperando el comentario sobre la Hodegetria u otra vez sobre el jersey amarillo o sobre lo que queráis, porque lo de menos, aunque también, es el qué y lo demás es el CÓMO, que es de calidad suprema. La cosecha frondosísima del Álbum ha propiciado una vez más esta espléndida otoñada.

Javier Cirauqui -

¡¡¡ Ostras Pedrín!!! o como diría mi tío el cura, ¡¡¡hostias et preces!!! y los adolescentes de hoy en día: ¡¡¡Qué fuerte...!!!
Esto es nivel y elevar las pichorradicas a lo más sublime, me gusta.
Un saludo, con mucho cariño. Javier.

Isidro Cicero -

Esta vez sí, el de la foto sí soy yo, amigo Luis Heredia: esa mano que cubre la boca es mi mano pecadora; esa es mi muñeca, se conoce bien por el hueso rotundo de la casta agropecuaria a la que pertenece. Esos son mis ojos, los reconozco aunque están cerrados por el esfuerzo de reprimir una risotada. A ese tipo de carcajadas los portugueses las llaman “gargalladas” y los ingleses “risas de caballo” (horselaughs. Qué sanas eran aquellas gargalladas a las que yo era tan proclive. No sé por qué habría que reprimirlas allí, a pleno sol, cuando ya se encargan el tiempo y las cosas de quitarte las ganas y las ocasiones. Qué pena la represión del instinto, vista desde ahora en perspectiva. Qué desperdicios.

Para mí, Heredia, lo más significativo de la foto, no es que le falte al chaval el jersey amarillo. Como bien sabes, el jersey amarillo nunca le llegó a este muchacho, ¿ves cómo son las propias cosas las que se encargan de apagarte la risa? A pesar de estar pensado para arroparle y embellecerle a él aquella primavera, se ve que el jersey estaba predestinado para el torso de otro, dejando al chico de la foto con un palmo de narices. Tantas veces suceden cosas así que serían heridas insoportables
si no fuera por el placer de convertirlas en narraciones orales y escritas como hemos hecho con lo del jersey amarillo.

Así que ese niño ¿sí? ¿no? ese sí soy yo. Lo tengo claro. Mucho más claro que todas las veces que salgo en este Álbum imponente que -con la providente adhesión del cortesísimo Cortés- elaboró Lalo Mayo. Soy yo sin ninguna duda el que acompaña a Manolo Díaz en la número 49; me veo en la 298, la 3, la 32, la 355, la 536, la 542, la 549, la 57 y la 736. Pero siguen diciendo que soy yo el que viaja a la derecha de José Ramón Tejo, fumando con un par sin recato ni represión alguna, y con Ángel Torrellas, tu primo; pero no acabo de verme. Tardaba Javier del Vigo en recordar lo de "no sé si yo soy yo" que pone siempre como aposición a mi nombre, pero veo que ya lo ha escrito ahí abajo, a ver si entre esta noche y mañana le escribo un comentario, que me ha metido las ganas con eso de la Jodegetria que comentamos en Laredo el pasado día 2.

Años después del colegio, una vez que nos tropezamos, Enrique Álvarez Lobo, de Nembra, se empeñaba en que yo salía en una postal que habían hecho del estudio. En primera fila, me decía. Yo sabía que no era yo, pero él estaba empeñado. Ya sabes, Heredia, lo cabezón que podía ponerse aquel fraile. Yo le decía que era imposible, porque entre otras cosas yo jamás estuve sentado allí en la primera fila en ningún sitio. Ahora, el Album maravilloso de Lalo, al que envío un abrazo agradecido, viene a poner las cosas en su sitio. El bueno del padre Enrique me confundía con Juan Manuel Sánchez Urdiales, bien identificado en la foto 130 con, al que yo no creo haber conocido.

Luis Carrizo Medina, mi querido amigo, a afínales de los sesenta sabía imitar perfectamente el timbre de voz de Mari Trini. Le gustaba. Me he acordado ahora de él, al recordar la canción que viene tan a cuento de lo que estamos tratando y que dice, Heredia, la que te digo. Que

ese niño sí, no,
ese sí soy yo.

Javier del Vigo -

¡Santines, coño! ¿Tocando los huevos a quien ya cumplió penitencia por sus muchas manu-culpas? No eres bueno, no.

Fíjate en que el muchacho de la foto elude aquí la cuestión esencial (“ya no sé si yo soy yo”), para poner el foco en la eterna dualidad humana (“mano pecadora” versus “carcajada impúdica”. El cuerpo y el alma, lo tangible frente a lo inmaterial. ¡Ahí es nada, que diría El Pitu, cuando le tira de la levita a Perico, filósofo por antonomasia!

¿Qué no hubieras -¡hubiérais, gamberros!- pensado y dicho si el chico de la foto hubiera invertido los adjetivos de esta guisa: “mano impúdica” y “risa pecadora”? Pero no; este chico de aquella foto es tan listo hoy como ayer: el cuerpo es sujeto activo y por tanto culpable o inocente, pero el alma no peca; si ríe es que hubo bondad en las acciones del cuerpo.

Y hasta aquí puedo leer. Que en nuestros tiempos de bachilleres, ni en los conventos de frailes ni en los seminarios de curas se usaba ya el baculum castitatis, esa joya de adminículo que servía de enlace entre cuerpo impúdico y alma no pecadora cuando el cuerpo necesitaba desaguar. ¡Jesús, cada cual con la suya y en mismidad consigo!

De todas formas, Sidrín no es bueno tampoco. El otro día, en paseo peripatético y matinal por entre jardines soleados, acá, junto al Cantábrico, me introdujo el gusanillo hasta los tuétanos: ¿Es la Señora del Camino, -“a quien en perenne plegaria teníamos confiados todos nuestros pensamientos, penas y alegrías”- una Theotokos clásica o se parece más a una Hodegetria (Ὁδηγήτρια, ¡toma ya!) oriental?

No eres bueno, no, Isidro. ¡La que me liaste, cochino parlanchín! La golondrina de Fra Angélico no me trae la veritas en el pico, y en los iconos orientales no encuentro Vírgenes con hijo muerto en brazos, a la manera de la Señora de León. ¡En ello me ando aunque sé que tu luz al respecto es potentísima!

Vibot -

¿esa mano que tanto pecó, Isidro?

Isidro Cicero -

Ahí tú, Queprecisión, ahí tú.

J.. que precisión. -

Quién impelió a Curcio a lanzarse en la profunda sima ardiente que apareció en la mitad de Roma? ¿Quién, contra todos los agüeros que en contra se le habían mostrado, hizo pasar el Rubicón a César? Y, con ejemplos más modernos, ¿quién barrenó los navíos y dejó en seco y aislados los valerosos españoles guiados por el cortesísimo Cortés en el Nuevo Mundo?

Isidro Cicero -

Ni la Santísima Virgen del Camino, Cirauqui, a quien, en perenne plegaria, teníamos confiados todos nuestros pensamientos, penas y alegrías. Ni siquiera ella conserva en su dolorido corazón de Madre, la naturaleza natural del gesto que oculta esa mano que tanto pecó.
Yo diría que hambre no era, ¿por qué iba a serlo si saturabuntur todos los días, según decíamos al comienzo de nuestras provechosas reuniones masivas en el refectorio?

Tampoco pienso en el sueño, con poco tenía bastante.

Yo, Cirauqui, aunque nada recuerde, me inclino por la carcajada impúdica. Ahí tuvo que haber un chiste que no se ve en la instantánea que hoy publica este "cortesísimo Cortés", como dejó dicho don Quijote a Sancho, mira si no te lo crees el capítulo 8, página 723 de la Segunda Parte.

Tuvo que haber un chiste ahí detrás y alguien contándomelo, pienso en Tobes, en Manolo Díaz, en Faes, incluso en Máximo Oloriz, con quienes tanto reí.

Y tuvo que haber alguien a quien el volumen de la carcajada sorprendió tanto como para disparar el diafragma de aquella Agfa alemana a la que no le faltaba más que hablar. Hablar y grabar las risas, que ya hubiera sido demasiado.

Luis Heredia -

Pues hasta que no lo confirme el esdrújulo, yo no creo que sea él, a pesar de no vestir jersey amarillo porque hubiera sido crucial para identificarlo.

Además, al esdrújulo no le veo yo asustando a la gente por los pasillos ni los campos. Eso si, cuando asusta de verdad es cuando escribe. Al menos a mi, de lo bien que lo hace.

Javier Cirauqui -

Ahí va mi pichorradica del día:

Esta enigmática foto
de Isidro Cícero Gómez
menos llano más esdrújulo.

¿Será sueño,será hambre,
será risa o carcajada,
será picardía grande?

¿Qué será, será, será?...