Blogia
Antiguos alumnos dominicos VIRGEN DEL CAMINO - LEON

TIEMPOS DE VENDIMIA

TIEMPOS DE VENDIMIA

y, ¿qué me decís de eta curiosa fotografía?

Tiempos de vendimia, al fondo el viejo Santuario de la Virgen del Camino, los paisanos del pueblo recogiendo las uvas, levantando las cepas y atropando la menudencia, sobre los terrenos que después ocuparon nuestro Colegio y nuestros campos de deporte.

6 comentarios

Luis Carrizo -

Ramón, tengo que ir a Mogarraz a conocer, de tu mano, ese famoso pueblo y alguna historia más de muchas que, sin duda, guardas bajo este mínimo iceberg que aquí nos has mostrado.
La botella, de "rufete", claro, correrá de mi cuenta.

Ramón Hernández Martín -

Cosas de uvas. También a mí me ha encantado, amigo Luis, cuanto nos cuentas sobre tus vendimias, que debieron de ocurrir en los últimos cincuenta y primeros sesenta. Mis recuerdos se remontan a los últimos cuarenta y primeros cincuenta. También los mayores nos ordenaban a los niños: “recoged los vagos” (término sin connotación peyorativa a la vagancia, pues así era como se llamaba las uvas sueltas). En los primeros sesenta, cuando yo estudiaba en San Esteban, la Sierra de Francia se quedó dos años sin cosecha debido a fuertes tormentas de granizo, cuyos terribles efectos ni siquiera lograron amortiguar los cohetes que los serranos dispararon a las nubes. Aquello fue peor para la Sierra de Francia que 24 meses de huelga. Ello desencadenó la más cruel y despiadada emigración de la zona. Mogarraz, por ejemplo, que tendría por entonces unos mil habitantes tras las emigraciones anteriores a Argentina y a América, vio reducida su población a menos de trescientos.
A horcajadas entre los ss. XIX y XX, el enorme problema de la filoxera había dejado diez años sin cosecha a la Sierra de Francia. Cuenta Eufemio Puerto en el libro en que yo mismo transcribí sus principales escritos, en Mogarreño dapié, que en Mogarraz se llegaron a vender las joyas al peso. Mogarraz era entones, y aún sigue siéndolo, un pueblo muy rico en joyas, fabricadas unas por los oribes del lugar y traídas otras de Córdoba por la “arriería”. Unas ciento veinte caballerías estaban dedicadas al transporte de mercancías, yendo por el norte hasta Bilbao y, por el sur, hasta Córdoba, largos trayectos durante los que los arrieros hacían tres y cuatro transacciones, vendiendo, comprando o canjeando. Los “arrieros” se unían en pequeñas cuadrillas y solían ir armados para defenderse de los bandidos. Recorrieron muchos kilómetros de noche. Eufemio se refiere a ese hecho con la seguridad de que se podía hacer bien debido a que “entre el día y la noche no hay pared”. Solo la llegada del tren dio al traste con ese tipo de comercio.
Hoy, más del 80 de los terrenos dedicados al cultivo de la vid en la Sierra de Francia se han hecho monte. Con el 20% restante se han creado cinco o seis bodegas, que se han unido bajo la DOP “Vinos de la Sierra de Salamanca”. Producen un vino cuyos excelente sabor y atractivo perfume salen de la uva “rufete”, uva carnosa y muy jugosa para la boca. Sin embargo, las uvas preferidas allí para la mesa son las Pedro Ximénez, las Palomino Jerez y las Verdejo, además, claro está, de las “templanas” (“tempranas”, seguramente malvasías), llamadas así por ser las primeras en madurar. En alguna ocasión oí a algún mogarreño decir: “me he dado un templa de templanas” (hartarse de esas uvas). Pues eso, amigos, ojalá que este comentario sea “una templa de gratos recuerdos para muchos”.

CARLOS TEJO -

Ellos y ellas sonríen como sólo la juventud sonríe. Son y están guapos y hermosas. les une la ilusión y el trabajo, probablemente algunos cortejaran mientras recogían las uvas. Están juntos y protegidos por la Virgen del Camino que les bendice desde el horizonte cercano. No sé qué añadir ya que únicamente veo un futuro con sol. ¿No fue así, verdad?

Luis Carrizo -

Por cierto, Cortés, la foto es preciosa.

Luis Carrizo -

Tengo que hacer un comentario casi casi por alusiones, porque por esas precisas tierras que aparecen en la fotografía vendimié yo cuando era pequeño para Carlos Alonso, un labrador del pueblo muy amigo de mi casa. Pero casi más que esta anecdótica coincidencia, me empuja a dejar mi comentario el deseo de manifestar a Ramón Hernández mi reconocimiento y felicitación por esa descripción que nos hace, tan sentida y tan rica en sensaciones y sugerencias. Esas palabras añejas y sonoras que nos enseña a quienes las deconocíamos, y ese recuerdo admirativo hacia la gente de aquella época. Recuerdo y admiración de la que participo decididamente. Tu breve entrada, Ramón, me parece magnífica.
A lo que llamaban "racelar", según nos cuenta Ramón, se le decía por León, de forma más simplista, "el rebusco". Pero los pobres que salían a racelar por las viñas de La Virgen lo debían de tener mucho peor que los pobres que ejercitaban su pobreza por entre las cepas salmanticenses, pues en La Virgen a los vendimiadores sin graduación, como era mi caso, nos aleccionaban en la necesidad de apañar con meticulosidad hasta los granos que caían a tierra, para lo cual los jefes y oficiales con graduación una especie de mantra que rezaba así: "uva a uva llena la vieja la cuba".
Yo guardo una anécdota de aquellas vendimias infantiles que aún hoy me hace sonreír al recordarla. Íbamos subidos en el carro con las primeras luces del día --circunstancias, las dos, apasionantes para un niño no labrador-- cuando, acosada por los perros, que corrían y husmeaban sin cesar a nuestro alrededor, saltó una liebre que estaba encamada entre unas matas justo al lado del camino que los apostólicos llamaban del Tomillar y los del pueblo de las Cárcavas. No sé si gracias o por culpa de la algarabía que se formó, la liebre, que salió cagando leches como podéis imaginar, pudo contarlo en aquella ocasión.Pero los perros, por cogerle el rastro o por instinto, no lo sé, volvieron sobre sus pasos y olisqueaban con fruición la cama todavía caliente de la liebre. A mí me intrigaba qué olor podría atraer tanto el interés de los galgos (porque eran galgos y no podencos); me intrigaba tanto que salté del carro, me puse a cuatro patas y metí mis narices donde lo hacían los perros. No recuerdo haber descubierto ningún olor especial, que no fuera el maravilloso de la hierba y los tomillos con la fresca de la mañana. Lo que sí recuerdo fue el estruendo de las carcajadas que suscité entre la cuadrilla de vendimiadores.

Ramón Hernández Martín -

¡Cuántos gratos recuerdos me trae la sola palabra "vendimia! Y también ¡cuántos dolores de riñones y fatigas al estar mucho tiempo doblados o lidiando con pesos! El grupo de vendimiadores de la foto parece muy marchoso, debido seguramente a que todos ellos son jóvenes. En nuestras vendimias, las de la Sierra de Francia, se veían muchos viejos y niños entre las "parras" (vides). Sus vestimentas no eran en absoluto elegantes como las que vemos en esta fotografía, sino prácticamente "ajurdanadas", casi harapientas. Eran muchos los "jurdanos" que venían desde las Hurdes con sus caballerías, y también con sus harapos, a hacer su pequeño agosto como cortadores o como arrieros. En septiembre de 1952, a los pocos días de llegar a Corias, me eligieron por estar avezado al oficio para ir a vendimiar las viñas que se cultivaban en tierras del recinto de la propiedad monástica. No eran uvas tan logradas y sabrosas como las serranas. Tras la vendimia serrana, los pobres salían a "racelar", es decir, a recoger las racelas o racimos pequeños que se quedaban ocultos, si bien -todo hay que decirlo- a veces dejábamos adrede algún que otro racimo grande pensando en ellos. ¡Tiempos de infinitas penurias pasados en torno al "oro o sangre de la vida", el mágico elixir que quitaba las penas y animaba hasta el alma. Brindo por aquellos tiempos y también por estos, y sobre todo por los vendimiadores antiguos, tan alegres y extrovertidos, que sabían sacarle partido a su pobreza. Hoy tenemos mil veces más, pero en algunos aspectos somos mil veces menos.