Blogia
Antiguos alumnos dominicos VIRGEN DEL CAMINO - LEON

Navidad: muchos tienen más, y muchos más tienen menos

Publicado en la sección TRIBUNA-Opinión del Diario de León.

 

EUGENIO GONZÁLEZ NÚÑEZ PROFESOR. UNIVERSIDAD DE MISOURI-KANSAS (USA)
01/12/2018

El último cuarto del siglo pasado, y los años iniciales del presente siglo, fueron tiempos de una cierta y más que notoria bonanza en la que se llegó, abusando, hasta el manirroto despilfarro público y familiar. Muchos creyeron que el filón dorado y el amelcochado grano de los trigales veraniegos nunca se iban a acabar; así como otros muchos siguen creyendo, aún ahora, que la crisis que se inició pocos años después, iba a ser un largo, doloroso y macabro invierno sin final.

Los años difíciles sometieron a muchas familias a ajustes inimaginables, disimulada austeridad, pura y dura pobreza, humillaciones de todo género, pero el refrán siguió siendo válido, porque aún en esa situación tan adversa, los hubo y no pocos que, con la pobreza y el hambre de muchos, alimentaron su andorga personal, porque en las aguas turbias de la tormenta medran las carpas más grasientas y voraces.

Las crisis son terribles, pero siempre tienen, como la vida misma, su aprendizaje, su moraleja, y la fábula de la cigarra y la hormiga, sigue siendo válida en los tiempos que vivimos, porque bajo el sol, nada hay nuevo, salvo nuestros fatales y dolorosos olvidos que nos llevan en ocasiones a renegar y a “bailar bajo el frío”.

Navidad es un tiempo para compartir buenas nuevas: la intensa luz que opaca la oscuridad, la esperanza que ahuyenta el miedo, corazones para enmarcar un mundo solidario y nuevo. Estos son nuestros deseos, nuestras sinceras palabras, año tras año.

Nosotros seguimos compartiendo desde la mesa de trabajo, desde cada uno de nuestros hogares la buena noticia de cómo el amor hecho entendimiento y empatía, respeto y diálogo no se avienen con las palabras broncas, los gestos malcriados, la ironía, la burla de quienes nos representan en el poder y en las instituciones públicas. No aceptamos un mundo en que nada sea verdad ni mentira, y todo sea del color de la doble moral del político que la mira.

Los ciudadanos de a pie necesitamos, antes que leyes, presupuestos o enmiendas, padres de la patria que sean ciudadanos dechados de honradez y honestidad. ¿Olvidan todos ésos que viven de nuestro salario que sus actitudes crean en mucha gente vitandos resabios de odios y enfrentamientos? ¿O es que vamos a tener que poner de nuevo la censura para que niños y jóvenes no vean a los padres de la patria en actitudes y comportamientos fuera del lugar y del tiempo en que vivimos?

En la ciudad y en el campo, en las diferentes culturas y pueblos, en las montañas y en los valles, en Wall Street y en San Pedro Sula, en la soledad de la Cabrera y en el bullicio de la Plaza del Grano, en nuestras cómodas casas y en la revuelta, dividida y peligrosa frontera de Tijuana, en el proceloso paso de El Estrecho, en la noche misteriosa de cada vida, a tientas, las gentes buscamos una luz, un hogar, un trabajo digno, paz sin alambres, tierra y asilo sin fronteras, hijos con futuro, dignidad sin humillación, todo un porqué para vivir.

Perdona tus flaquezas y desdichas, asume tus enfermedades, deja que los otros las descubran. Ve a contar tus bendiciones, tus proyectos, tus planes de futuro, porque si lloras por haber perdido el sol —la salud, el trabajo, un ser querido…—, el llanto ciego te impedirá ver las estrellas que Rabindranath Tagore adivinaba en la frente de los pobres y parias de la India, que hoy van camino de dignificación en diálogo y respeto. Ve y cuenta tu dicha de ser tu mismo, de tener un hogar y de sobrevivir, aunque sea a duras penas.

No te conformes, pero tampoco te desesperes. Muchos tienen más, y muchos más tiene menos. Lucha, sigue luchando, por todos, por el conjunto, en la fábrica y en la aldea, el pueblo y la ciudad. Apuesta, y verás que en la quiniela de la vida quien juega y apuesta duro, nunca pierde.

La vida, de una o de otra manera, siempre es generosa con los luchadores, y hay más ‘Vestas’ en el mundo por las que seguir apostando y pedaleando.

Y ahora, apaga la tele y el móvil, y cuéntaselo a tus hijos, a tus nietos. Cuéntales tu vida, la dureza del viejo hogar, tus secretas lágrimas de infancia, tu juventud sin escuela, tu madurez pobre y asalariada.

Háblales de lo que pasó y de lo que no debe volver a repetirse jamás; de los días de silencio, palo y tentetieso, de los interminables y duros años de la mina, de la migración en la babilonia de las lenguas; de la Orbea, la Vespa, el Seiscientos, de los años de bienestar, de vacas gordas, que creíamos que íbamos a ordeñar siempre, pero que un día, sin esperarlo, ‘mosquearon’ con la crisis, se fueron al carajo, y vino el paro, y se acabó el ‘paro’ y vinieron las colas en Caritas, el socorro de los abuelos, la vergüenza de mendigar. Háblales de todo esto, pero que sepan que aún vives, sin odio ni rencor, para contarlo. No les metas miedo, ni les aburras con tus monsergas, pero háblales para que se pongan las pilas en el estudio, el trabajo, el ahorro prudente, la responsabilidad en el uso comedido de la libertad.

¡Cuéntaselo, amigo!, sin preocuparte de más, para que lo cuenten en la oficina, en el taller, en la fábrica, en el barrio, el aula y el mercado. Mándales a decir, que todo puede ocurrir, que todo puede cambiar, que los poderosos pueden dejar sus broncas maleducadas, pendencieras, sus ambiciones sin límites, y pensar en los demás. Recuérdales que los pobres siempre llevamos bajo el brazo “el libro gordo…” de nuestros mayores y de vez en cuando lo abrimos y lo sacamos a relucir, “como contaba mi abuelo, como recordaba mi padre, como decía mi madre…y ¡qué razón tenían!”

Por todo ello, la Navidad es un buen tiempo para escuchar historias: humanas y divinas, secretas y misteriosas historias de dioses, magos y estrellas. Noches llenas de luz, de colores, de bullicio, de sonrisas, vacaciones, fervorosos villancicos, calurosos brindis y rumbosas fiestas con abetos de mentira y belenes de cartón.

Crecen lentamente los días y se hace más palpable la cercanía del hogar; incorporamos a nuestra intimidad familiar a amigos y a extraños, ensanchando el círculo —sin fronteras—, de nuestra fraternidad. Compartimos mesa, y damos generosos y abundantes besos y abrazos por doquier.

En Navidad hay inexorables campanadas de una noche vieja atiborrada de burbujas de nieve y de cava, para estrenar un año nuevo, frágil, pero prometedor. Por Navidad espero tu tarjeta, tus breves palabras por email, por whatsapp, tu llamada de larga distancia, tu beso en gozosa cercanía o tu entrañable recuerdo en las borrosas antípodas de una vieja amistad, pero ¡todo lo espero!, porque en noches invernales siguen empañándose los cristales de mi ventana, y a través de ellos, en la penumbra, sigo buscando la estrella evocadora de un ayer lejano, pero capaz de contener este tiempo que a diario, entre las manos, se me escurre febril.

¡Y ahora sí, con Dios, lectores amigos!, que no hay nada más navideño en el mundo que regalar personal y vivido testimonio, así como humilde y sencilla contentura a quienes quieran recibirlos.

2 comentarios

Javier Cirauqui -

Eugenio, estoy de acuerdo con tus reflexiones navideñas y te doy las gracias por ellas. Uno está ya harto de tanta vergüenza y tanta injusticia. Necesitamos mucha más solidaridad, amor, comprensión, ternura y justicia.

Pedro Sánchez Menéndez -

Gracias, Eugenio, por esta reflexión navideña. Comparto lo que has escrito en ese artículo publicado en la Tibuna del Diariode León. Felicidades.