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Antiguos alumnos dominicos VIRGEN DEL CAMINO - LEON

EN LA ESCUELA MAYOR

EN LA ESCUELA MAYOR

Creo que esta foto de la capilla de la Escuela Mayor no la tenemos en nuestros álbumes.

Otra para el museo.

7 comentarios

Vibot -

Nunca me he alejado.

Isidro Cicero -

Hasta ahora no había leído estos cinco textos maravillosos que van delante de estas líneas. A poco que nos esforzáramos, a un poco que añadiéramos cada uno, a nada que fuéramos constantes, mantendríamos este artefacto como la revista literaria que un día llegó a ser.

Luis Heredia -

Cuando yo pisé por primera vez el Santuario, quedé deslumbrado por su luz, su espacio estelar, sus olores y su sencillez. Era otro mundo para mi que venía de barrocos tardíos y copias de gótico repletas de figuras en algunos casos fantasmales. Tènebres ambientes y recovecos que daba miedo dar la vuelta a una columna por lo que te podía aparecer nada más moverte 40°.
Nada más pisar nuestra Capilla de la Escuela Mayor, me di cuenta que me encontraba en otro mundo. Era mi mundo y se convirtió en mi Capilla. Tenía una Capilla en mi propia casa y además música y coro de querubines propio. Encajaba todo como si aquello formara una sola pieza. Ese organito eléctrico era la pieza clave que maridaba con el imponente mosaico cuando los dedos de los que yo consideré siempre como virtuosos lo tocábais. Siempre me dejè llevar por vuestra música como si estuviera sobre una suave ola. Desatendía el oficio religioso por atender la música. Mi Capilla me sirvió para pelearme en solitario muchas veces conmigo mismo meditando si realmente estaba en el lugar que me correspondía y debía seguir adelante.
No gozaba ni gozo de rizos para que alguien se fijara en mi pero sí muchas veces torcí mi cabeza para admirar a Vibot y a los que le precedieron. Y aún les sigo admirando, incluso màs, por los años vividos y nunca olvidados.

Vibot -

Querido Olóriz, seguramente tú también pasaste largos ratos tocando en aquel organito eléctrico que estaba más o menos en el lugar desde el que está tomada esta fotografía. Recordarás que el altavoz no estaba en la misma consola sino detrás del retablo-mosaico de Iturgáiz y que esto producía un ligero retardo entre la pulsación de las teclas y la llegada del sonido a los oídos quien tocaba.
A pesar de este inconveniente, como otros muchos en los distintos pianos del colegio -no había uno bueno-, yo pasé muchas horas tocando en aquella capilla, escapándome a veces de las ligas y los otros recreos, sumergiéndome en aquellos gastados cuadernos de partituras: las “Harmonies paroissiales” del abad Délepine, las “Horas místicas” de Léon Boëllmann y, sobre todo, las partituras corales de D. Joaquín y los “Cantos íntimos” de Eduardo Torres, cuyas harmonías impresionistas con sus aterciopeladas disonancias me fascinaban. Ya lo evoqué apasionadamente en los primeros años de este blog.
Harmonías. Misticismo. Intimidad. ¡Qué conceptos tan nosotros aquellos años! Misteriosas harmonías en las músicas con que nos despertaban que adormecían nuestra melancolía y desvalimiento lejos de nuestras familias. Misticismo ilusorio para escapar en vano de todo lo que no comprendíamos a penas. Intimidad en mi caso masacrada por aquel impuesto silencio sobre los sentimientos, tan alevosamente prohibidos, aquella culpa injusta, desmedida, irreparable.
Es mi eterna canción, diréis, pero allí estaba él, sólo unos bancos más adelante, de rodillas con la cara sumida entre las manos en la acción de gracias…y yo sólo veía su cabeza, sus rubios rizos querubínicos, su inefable sonrisa siempre en mi alma que me hacía llorar en las camarillas noche tras noche amargas sin salida, aquel muchacho que nunca supo que le quise tanto, ni aún hoy. Ni aún hoy después de tantas confidencias.
¡Wordsworth! Qué perfecto apellido para un escritor: “el valor de las palabras…el digno de la palabra”. Qué importa que aquella sublime belleza y que el esplendor en la hierba y la gloria en las flores -¡ay, sólo imaginados, impunemente cercenados!- subsistan siempre en el recuerdo si nada podrá devolvernos aquel amor, aquella teofanía…
Habláis, queridos amigos, de nombres con dos oes. No deberíais olvidar a Antinoo, el amado de Hadriano, el bello joven que se suicidó por amor al emperador, para protegerlo de los adversos oráculos y tras cuya muerte en el Nilo, éste se hundió en ingente tristeza y mas tarde ordenó construir en su honor la ciudad conmemorativa de Antinópolis, elevó a su amado perdido a la categoría de dios y llenó de estatuas suyas el imperio romano donde se perpetúa hasta hoy su maravillosa y melancólica sonrisa, como ese busto suyo en delicado mármol susurrante que se conserva en el Museo del Prado… “Memorias de Adriano”, de Marguerite Yourcenar, es una conmovedora, penetrante, inolvidable recreación de este histórico amor correspondido.
En aquellas larguísimas comuniones matinales diarias de esa inmortal capilla, mientras tocaba para vosotros aquellas melodías y harmonías, como antes lo hicieron Tejo, Olóriz, Seque, Rueda…y después Manuel Esteban, Víctor Pablo, tantos otros…cuántos sueños de amor, cuánta vida prohibida, cercenada. Sigo oyendo ese órgano ya desaparecido y sus quejas de amor, como el agua del río heraclitano donde ya nunca más nos bañaremos.

Olóriz -

...y coincidirás conmigo en que los nombres con dos oes resultan mucho más interesantes si además la segunda lleva un acento

Luis Carrizo -

He entrado en Internet por contextualizar el nostálgico verso que citas,querido "Oloóriz", origen del título de la famosa película de E.Kazan y, por evitar comentarios, paso a pegar la cita con el antecedente y el consecuente: "Aunque mis ojos ya no puedan ver ese puro destello que en mi juventud me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor en la hierba, de la gloria en las flores, no hay que afligirse, porque la belleza siempre subsiste en el recuerdo." (William Wordsworth).
Te lo digo por lo del consecuente, que yo encuentro asaz lenitivo dentro de todo.
Por lo demás, me encanta tu faceta de despistado (siempre me gustó), que aún conservas y por muchos años y yo que los vea, que nacimos casi el mismo día del mismo mes del mismo año, y que te lleva hasta transcribir indebidamente tu apellido. Pero hasta en el error aciertas, al menos para mi gusto, pues me perezco por los nombres que llevan dos oes: Alcinoo, Laocoonte... Se me ocurre otro más reciente, que no cito por no abrir heridas aún frescas. Cicero, al que envío un gran abrazo, sabe a qué me refiero.

Oloóriz -

Aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor en la hierba...