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Memorial de un viaje en tres secuencias y un apéndice (Por Marcelino Iglesias) 1ª parte

Memorial de un viaje en tres secuencias y un apéndice (Por Marcelino Iglesias) 1ª parte

 

I. Encuentro casual en Pamplona (25 de octubre de 2013)

Jubilauta reciente, en el otoño de 2013 me dio por viajar —la mayor parte del recorrido en tren y, cuando esto no fue posible, en bus— por  la Rioja y el País Vasco con la intención de hacer escalas sin prisa en lugares a los que o bien hacía años que no visitaba o bien algún otro en que no había estado nunca (Durango, por ejemplo). En el tránsito entre comunidades, me paré en Pamplona, ciudad en que solamente había estado —en visita fugaz y de paso— en otra ocasión. Y ahí fue donde el viajero pudo confirmar en vivo la extraña presencia del “azar objetivo”*, el poderoso oxímoron del patriarca del surrealismo, André Breton.

Proveniente de Logroño, una vez acomodado y habiendo dejado en el hotel mi frasciscano equipaje –tanto, que cabía en una mochila–  al mediodía enfilé la Calle Nueva con la intención de callejear por el centro de la ciudad. Me acordé distraídamente de que no  habían sido pocos los navarros con quienes había convivido en el colegio y en qué haría si me encontraba con alguna cara conocida. Y fue entonces cuando, en la calle a la altura de un hotel, una figura, que me pareció conocida, hablaba con otras dos personas. Ya más cerca confirmé que, en efecto, se trataba de Helio Pedregal (como supe poco después, estaban allí porque aquella noche representaban El Diccionario). Dudé en qué hacer. Pero, tras vacilar, me dirigí decididamente hacia él. Pronuncié su nombre y me presenté. A él le resultaba familiar el mío, más que un recuerdo difuso de cuando convivimos en el colegio, precisamente por mi colaboración en este blog. Y allí conversamos brevemente; antes de la despedida, le propuse hacernos una foto y le comuniqué, si él no tenía inconveniente, mi intención de enviársela a Josemari. Y así hasta hoy: diligente, pues, no he sido. 

Apelo, por ello, a la indulgencia de Helio Pedregal para con este procrastinador pertinaz por haber postergado, durante estos ya largos seis años, el envío a esta ventana abierta de esta foto, que solícitamente Vicky Peña —a quien desde aquí doy las gracias por su amabilidad— se ofreció a hacérnosla ella viendo cómo yo alargaba el brazo para ejecutarla con la cámara de mi telefonino.

*Con “azar objetivo” se refiere André Breton a que lo improbable, una vez ocurrido, tiene siempre una razón de ser, por muy ilógica que parezca.

 

Apéndice: Fragmentos de una entrevista a Helio Pedregal

 

Recordando hoy —día en que preparo el texto para mandárselo a nuestro Furriel en Jefe— aquella mañana otoñal de domingo, rescato una entrevista que le hicieron en 2015 en un periódico de ámbito estatal (cujum nomen non volo recordare per non calentare cascos: escribo en macarrónico y, al leerlo, me suena en interior con la voz del P. Felipe Lanz) con motivo del regreso al Teatro Fígaro de Madrid (después de la gira por España y de haberla estrenado y mantenido primero en escena durante un tiempo en el Teatro Español) de La sesión final de Freud en que Helio encarna a la figura del padre del psicoanálisis en el memorable encuentro y enfrentamiento intelectual e ideológico con C. S. Lewis, el autor de Las  crónicas de Narnia. De esa entrevista selecciono una parte —precisamente aquella en que empatizo con sus respuestas— reveladora de su manera de ser y estar en el mundo. Y ahí me enteré también, como comprobaréis, de la operación en las cuerdas vocales a que iba a ser sometido.

 

Decía Machado: «Quien habla, solo espera hablar con Dios un día». ¿Usted es hombre de hacerse preguntas?

—Sí, lo soy. Lo hago porque confío poco en mi especie. No le deseo ningún mal, por lo que no me caería bien el término «misántropo». Pero se me plantea un problema al comprobar la diferencia entre aquello de lo que somos capaces y aquello que estamos haciendo. Nos obliga a revisar definiciones como la de «ser inteligente». Somos unos seres que deambulan por aquí destrozando todo aquello que encuentran a su paso. En ese sentido soy pesimista.

Me ha recordado la frase de Primo Levi: «Existe Auschwitz, luego no existe Dios». ¿Eso inclina la balanza a favor de Freud?

—Sin duda. Freud hace en este debate algunas afirmaciones que se asemejan muchísimo. Su historia familiar es terrible, un drama permanente. Él habla de los «Planes de Dios» refiriéndose a los hijos y nietos que perdió. Al final, viene a decir que no hay un Dios culpable. Simplemente, no lo hay.

Por eso Trueba le dedicó su Oscar a Billy Wilder. ¿A quién le agradecería Helio Pedregal el suyo?

—A mí mismo. Soy una persona ya en edad de jubilación, y me ha costado muchísimo llegar hasta aquí. Hay anécdotas que podría engordar... Pero lo poco o mucho que tengo y que sé me lo debo a mí mismo.

Parece un tipo serio, un «gentleman» nacido en Oviedo, un hombre cabal y, como reza el epitafio de John Wayne, «feo, fuerte y formal». Si dejamos aparte lo de feo, ¿me he equivocado?

—No, no mucho. Sí, soy un tipo serio, entre otras razones porque encuentro pocas excusas para pasármelo bien y divertirme. Una de mis peleas en los últimos veinte o treinta años ha sido contra esa frase que dice que el humor es lo último que nos queda. Yo no lo comparto. En muchas ocasiones, no nos sirve más que como excusa para no entrarle al asunto como merece. No puedo entender a la gente que dice que es feliz. No sé cómo se puede serlo si tienes que compartir la injusticia, el robo, el atropello, el desprecio que padecen millones de seres humanos.

¿Y lo de «gentleman»?

—No. Yo soy muy de pueblo. Tengo una doble personalidad: soy actor, me he dedicado a esto desde que tenía 18 años, pero tengo otra profesión, que es el campo. La naturaleza me ha enseñado tanto o más que todas las personas a mi alrededor. Te da lecciones impagables y puede afectar a tu posición intelectual, moral y existencial. Tengo una tierra con miles de árboles, que me ha costado muchísimo conseguir. Los conozco personalmente a cada unosigo su trayectoria, su vida...

Lo de «feo, fuerte y formal» lo decía como contraposición al actor joven, de moda...

—Yo nunca he sido eso. En la época más joven de mi trayectoria profesional, trabajaba para cambiar las cosas. De hecho, estuve con un grupo independiente, al que algún día habrá que darle el lugar que merece, y no tenía ni siquiera nombre. No buscaba una trayectoria profesional. Entonces pensaba que el teatro y la vida eran la misma cosa. No soy un actor popular, pero no ha sido culpa de nadie. Reconozco que la responsabilidad es mía por no haber favorecido el marketing sobre mi propia persona.

(…)

Vivimos en un país que hasta hace cuatro días tenía un altísimo porcentaje de analfabetismo. Ahora ya no hablamos de eso, pero sí de falta de cultura: éste no es un país culto.

(…)

Y este verano, cuando acabe la función ¿se IVA a algún sitio? 

—No: el 15 de julio me opero de una gravísima lesión en una cuerda vocal. De modo que tendré que estar 30 días como mínimo sin decir nada. Voy a dedicar mis vacaciones, con IVA, a callarme. Con mis árboles hablo sin necesidad de emitir sonido. 


Marcelino Iglesias

13 comentarios

Jose Manuel García Valdés -

Estabais avisaos. Que nadie se queje.
Seguimos aguantando.

BALDO -

Eladio Chávarri escribió su monumental primera obra con el título “Perfiles de nueva humanidad”. Empieza el primer capítulo indicando las sendas perdidas que no conducen a conseguir esa nueva humanidad. Extraigo aquí solo algunas, las que creo que están relacionadas con lo que dicen Helio y Cicero.

LAS SENDAS PERDIDAS EN LA CONSTRUCCIÓN DE LA NUEVA HUMANIDAD

La senda perdida no es algo periférico a la demanda de una mejor humanidad. Es la tentación, el espíritu insidioso o la ingenuidad caprichosa que sin descanso acecha a quien demanda mejor humanidad. Vale la pena detenerse y reflexionar sobre ella, pues uno puede orientar y gastar sus energías en la dirección incorrecta. Las sendas perdidas son probablemente tantas como personas ansiosas de mejor nuestro modo humano de vivir.

1. SENDAS PERDIDAS EN LAS ARTICULACIONES DEL TIEMPO

El Cronos griego subraya los implacables aspectos corrosivos, destructores. El tiempo acaba con todo el ser que se ha manifestado; no permite que lo fáctico, lo actual se siente en el trono de la perenne realidad. Se traga juventud y vejez, primaveras y otoños, vestidos y máquinas, ideas y dioses. Recuérdese la patética imagen mítica de Cronos, que se come sin piedad a sus hijos recién nacidos. "A ellos los devoraba el gran Cronos, escribe HESÍODO en la Antígona, cuando cada uno desde el sagrado vientre de su madre llegaba a sus rodillas, tramando esto para que ningún otro de los nobles descendientes de Urano detuviera la dignidad real entre los Inmortales" (Alianza Ed., Madrid 1986, p. 41).

Las demandas de nueva humanidad han de encontrarse por fuerza con el tiempo. Y en esta misma dimensión aparecen sendas que se pierden en las articulaciones del tiempo humano. Veamos algunas.

1.1. La memoria histórica

Tanto a nivel individual como colectivo, somos un producto del pasado. Además del código genético –memoria biótica–, poseemos todos un código cultural –memoria histórica–. Esta memoria se va imprimiendo en valores y normas, costumbres e instrumentos, relaciones sociales y fiestas, vivencias de la Naturaleza, del Cosmos y de los dioses; se solidifica en instituciones como la familia, el grupo étnico, la policía, el sindicato o el Estado; y se expresa en signos, símbolos y lenguajes hablados o escritos. A esta gran memoria histórica, que nos envuelve y vivifica como el agua a los peces, hay que añadir la pequeña memoria histórica de cada uno. Es claro que no se pueden hacer auténticas demandas de una humanidad sin contar con el pasado, reseteando, como dice Isidro. No hemos nacido humanos por generación espontánea.

En la situación contraria están quienes abogan por volver al pasado, al “paraíso terrenal”. Las memorias histórica e individual suscitan constantemente añoranzas del pasado. Creo que esto se debe a una especie de pereza vital inscrita en el viviente, particularmente en la especie humana, que congela o dilapida nuestras energías. En Más allá del principio del placer, FREUD habla de "la aspiración más general de todo lo animado, la de retornar a la quietud del mundo inorgánico"(Obras completas, Biblioteca Nueva, Madrid 1948, I, p. 1116). Es de inteligentes olvidar el dolor de la vida y recordar los ratos felices. De jóvenes falseamos los recuerdos de la niñez; de hombres ya maduros, los de la juventud; en muchos ancianos el engaño se extiende a toda su vida. Algunos hijos y nietos demandan más humanidad. ¿La encontrarán en los paraísos perdidos de sus padres o abuelos? El pueblo israelita exclamaba en su dura peregrinación por el desierto del Sinaí: "¡Cómo nos acordamos de tanto pescado como de balde comíamos en Egipto, de los cohombros, de los puerros, de las cebollas, de los ajos! Ahora está al seco nuestro apetito, y no vemos sino el maná" (Núm 11, 5–6). He ahí a padres y abuelos añorando su propia esclavitud.

El ser Humano Productor Consumidor es ciertamente pródigo en dolores. Dolores propios, genuinos, jamás engendrados anteriormente por Forma de vida alguna. Si nos fijamos tan sólo en estos males, somos ciertamente los hombres más nocivos (nocentes), los menos inocentes y felices. Así es fácil imaginar la Historia como un río de aguas cada vez más turbias. Remontando la corriente hemos de recobrar por fuerza el paraíso perdido, los hombres cabalmente felices e inocentes. ¡Bellos sueños de la pereza vital! Cabe reiterar aquí las mismas preguntas de antes. No será así como eliminaremos el sufrimiento inmerso en el ser Humano Productor Consumidor.

1.2. Las sendas perdidas en la proyección del futuro

El pasado histórico alimentaba las sendas perdidas del regreso; el futuro inspira las numerosas sendas perdidas de la proyección. Si las primeras se nutrían de la pereza vital, las segundas se alimentan de las ilusiones vitales. También éstas se camuflan en figuras varias. Voy a detenerme simplemente en dos de ellas.

a) El olvido de la lenta peregrinación cultural corta la continuidad histórica del ser humano

¿Cómo se produce la ilusión vital? No cabe duda de que la peregrinación cultural, ese despliegue histórico de las Formas de vida, es apasionante y duro. Hay ciertamente saltos cualitativos, aunque sean pequeños, donde brilla un poco más la sustancia humana, donde parece retroceder un tanto lo inhumano. Pero el dolor, el deterioro y la limitación renacen siempre, toman cuerpo en nuevas y sorprendentes dimensiones. Existen pocos estilos de ser hombre más fecundos al respecto que el ser Humano Productor Consumidor. La ilusión vital sugiere modos de acabar con esta situación. Corta de un tajo la continuidad histórica. Olvidándose totalmente de la lenta, espinosa y entusiasta peregrinación cultural, imagina puertos seguros, oasis en medio del desierto de la vida, tierras que manan leche y miel. No se desea peregrinar; se quiere poseer la verdadera humanidad de un golpe. Sabemos, por el contrario, que no hay puertos en alta mar. El movimiento hacia el futuro, cualquiera que sea, no sufre tales discontinuidades con el presente. Ha de tener por fuerza conexión ontológica con el ser Humano Productor Consumidor.

b) La ruptura de la continuidad se produce en las nuevas humanidades forjadas por la ilusión milenarista

La intención de los milenarismos no puede ser más noble. Se trata de salvar al hombre, de crear un hombre nuevo libre del dolor, el deterioro y la limitación. ¿Cómo lograrlo? Para algunos milenaristas les basta su imaginación. Se plantan frente al ser Humano Productor Consumidor como los ilusionistas ante el público. Las nuevas humanidades surgen de sus cabezas como las palomas de los sombreros. Se quiebra toda continuidad ontológica con el hombre de carne y hueso que habita en una Forma de vida. El denominado pensamiento utópico tiene que ver bastante con todo esto. Tales ilusiones vitales se repiten de Platón a nuestros días. La Europa del siglo XIX es pródiga en milenarismos de este tipo. Tal vez sea el gran filósofo HEGEL el principal inspirador de todos ellos.

El milenarismo recibe, asimismo, otro cariz. Hace surgir a veces el hombre nuevo apoyándose en algunas potencialidades del ser Humano Productor Consumidor. En Europa ha sido corriente confiar la nueva humanidad a la Ciencia y la Tecnología. ¿Cómo pueden desarrollar la Ciencia y la Tecnología todos los valores del hombre nuevo? ¿Acaso son aptas para fomentar el amor familiar entre esposos e hijos? ¿Aseguran tal vez el arte culinario, la justicia o la democracia? ¿Cómo han de desarrollar la dimensión estética? ¿Pueden convertir al ser Humano Productor Consumidor en un hombre solidario? De nuevo nos hallamos ante la discontinuidad cultural, el salto en el vacío. Uno de los más ambiciosos entusiastas de esta ilusión vital ha sido Augusto COMTE. Todavía hay ingenuos que confían las nuevas humanidades a la reorganización del código genético.

1.3. Sendas perdidas en el presente: la reclusión en el jardín

Se intenta promover nuevas humanidades en espacios privilegiados. El nombre me lo ha sugerido la famosa "retirada" de Epicuro. Encerrado en una amplia casa–jardín, rodeado de exquisitos amigos, quiso salvar y desarrollar allí la prístina humanidad griega, que se hallaba a la sazón en franca decadencia. Ni los dioses, ni la muerte, ni la sociedad, ni siquiera la rica paideia, fueron capaces de turbar la autosuficiencia de la nueva humanidad del Jardín.

2. LA RAZÓN CRÍTICA PUEDE TOMAR LA SENDA PERDIDA DE LA GRAN NEGACIÓN

Es sin duda la más tentadora de cuantas hemos considerado, porque parte de la experiencia humana más profunda que conocemos. Todas las cosas, –eso que llamamos realidad–, nos afectan de forma contradictoria. Se muestran, por un lado, penetradas de ser, de afirmación; aparecen, por otra parte, limitadas por el no ser, por la negación. La negación alcanza a las cosas en extensión e intensidad. En extensión, porque al limitarse a su específico modo de ser excluyen el ser propio de las demás. Una rosa, por ejemplo, está confinada a su propio ser y carece de todo otro ser, en concreto del perteneciente a los lirios. En intensidad, porque los entes tienen deficiencia de ser en la misma línea de lo que son. La citada rosa, tal como ha aparecido en la existencia, podría haber surgido con más plenitud. A la razón crítica, según indicamos, le interesa el valor de los entes, la espesura de su ser. Por eso el hombre ha desarrollado una razón crítica negativa, siguiendo pormenorizadamente los matices de no ser, de negación, que afectan a las mismas cosas.

B. GRACIÁN refiere en el Criticón, I, 4 la famosa anécdota sobre el rey Alfonso X el Sabio, recogida por la Crónica de Pedro IV de Aragón. "Y si aquel otro rey, aplaudido de sabio porque conoció cuatro estrellas (tanto se estima en los príncipes el saber), se arrojó a decir que, si él hubiera asistido al lado del divino Hacedor en la fábrica del universo, muchas cosas se hubieran dispuesto de otro modo y otras mejorado, no fue tanto efecto de su saber cuanto defecto de su nación; que en este achaque del presumir aún con el mismo Dios no se modera" (Obras completas, Aguilar, Madrid 1967, p. 540). Cuando tenemos poder, enfervorizados por la razón negativa, emprendemos cualquier reforma de los entes.

Desde hace aproximadamente dos siglos, en Europa se creyó que todas las Formas de vida estaban mal hechas y que también estaba a nuestro alcance el construirlas mejor. Hoy día, a finales del siglo veinte, esta fe se ha debilitado notablemente y casi desaparecido. Pero no es fácil acallar a la razón crítica negativa en este ámbito; antes bien cobra aquí especiales acentos. Pues la negatividad se identifica con el no ser humano; con el dolor, el deterioro y la limitación; con todo lo inhumano. Quien demanda más humanidad no puede prescindir de la razón negativa. "... no tratamos de anticipar dogmáticamente el mundo, escribía C. MARX en uno de sus Escritos de juventud, sino que queremos encontrar el mundo nuevo por medio de la crítica del viejo" (Obras fundamentales, FCE, México 1982, I, p. 458).

Pero es muy tentador quedarse en el ejercicio dialéctico de la pura negación, es decir, en la gran negación. ¿Por qué la gran negación constituye una senda perdida para quien demanda más humanidad? Porque niega de tal modo la inhumanidad de las Formas de vida que se esfuma toda posible humanidad. ¿Cabe concebir una nueva rosa ejercitándose tan sólo en la eliminación de todas las rosas? (¿aparecerá un alumno inteligente suprimiendo a todos los alumnos torpes?). La consecuencia inmediata es el vacío de nueva humanidad.

No haremos surgir un hombre nuevo ejercitando simplemente la crítica sobre el ser Humano Productor Consumidor. Si vamos estampando el “no” en cada acción, institución, valor, norma, relación y actitud de este hombre, nos quedaremos al fin con el “gran no”, el vacío total. Después de tanta razón crítica, ¿qué permanece a la postre?, preguntaba a H. MARCUSE un estudiante berlinés revolucionario. No supo contestarle; había desplegado ante el auditorio excesivo “no ser”, demasiada negatividad, mucho vacío, nada. La gran negación puede extenderse bastante más allá de los límites de una Forma de vida. Sorprende al respecto la ambición desmesurada de algunos filósofos europeos del siglo dieciocho. Catapultados por la razón crítica ilustrada, casi hicieron tabla rasa de los valores de todas las culturas anteriores. Negaron sencillamente la humanidad que había aparecido hasta entonces en la Historia.

3. SENDAS PERDIDAS EN EL ÁMBITO DE LA IMAGINACIÓN CREADORA

3.1. A quien propugna una humanidad mejor no ha de faltarle el impulso de la imaginación creadora.

Necesitamos hombres capaces de jugar a demiurgos con el "material" de que disponemos. La mayoría de nosotros ve la perspectiva rígida, pesada, fija de las cosas, mientras los creadores las contemplan maleables, prontas a hermanarse unas con otras, abiertas a nuevas formas de existencia. Es una mezcla armoniosa de fantasía, sentimiento, razón y acción. Piénsese al respecto en las docenas y docenas de potencialidades ocultas halladas en el petróleo. La imaginación creadora se ha manifestado particularmente en el arte. Cascadas de armonía arrancadas al sonido, asombrosas manipulaciones de los tenues reflejos de la luz y del color; la piedra, el cemento o el mármol convertidos en monumentos y estatuas. Pero sobre todo el prodigioso trato de la palabra en la creación literaria, y la admirable composición de imagen, movimiento, lenguaje, sonido y color en el cine.

La actividad artística está profundamente ligada a lo humano e inhumano que discurre por las Formas de vida. Hoy no se puede escribir el romance de los Infantes de Lara, el teatro de Lope o de Zorrilla. No está tan claro, sin embargo, el tipo de relación con la sociedad que se desea para el artista. ¿Ha de comprometerse con ella? ¿Se ha de unir necesariamente a los que luchan por una nueva humanidad? ¿Puede evadirse totalmente de ella? ¿Se le pide algo más que esa envidiable libertad de jugar con el sonido, la palabra, el color, la imagen, el mármol o la piedra? ¿No puede crear lo que le apetezca? Adviértase que la relación del arte a la construcción de nuevas humanidades aparece por primera vez, –precisamente con sentido negativo–, en el diálogo platónico República, X, 1, 595 ss.

Me parece que la cuestión del compromiso o evasión de los artistas respecto de la humanidad que les rodea se plantea en términos muy radicales. No creo que vayan a dejar de ser artistas por ser socialistas comprometidos o burgueses despreocupados. Pero quien demanda más humanidad pone todas sus energías al advenimiento de esta. En este sentido no veo la diferencia entre el comerciante, el técnico, la madre de familia y el escritor. La actividad artística, como la tecnológica, puede incorporarse o no a la tarea. Si se llega a una nueva cultura, a un nuevo hombre, la imaginación creadora cobrará nuevas perspectivas.

3.2. La razón desmesurada: sin medida, sin proporción, sin sentido alguno del límite

De todos modos, el arte, particularmente el cine y la literatura, es una formidable plataforma donde se exhiben humanidades variopintas. Quien demanda nueva humanidad puede perderse por la senda de la razón desmesurada. Como indica su mismo nombre, la razón desmesurada es la razón sin medida, sin proporción, sin sentido alguno del límite. Es hija indómita del lenguaje fabulador. Crea los lugares más fantásticos o los más abominables, los tiempos pletóricos o totalmente vacíos; los personajes de inconmensurable nobleza o enteramente viles. Lo diáfano y lo oscuro, damas y corceles, amores y odios, depresiones y entusiasmos, libertades y esclavitudes, todo ello es puesto en la anchura de la infinitud. La palabra es todopoderosa, crea todo, como si jugara conscientemente a ser la Palabra. Se cae en la borrachera del esteticismo, se vive en el delirio de la droga y el deseo.

El cine y la novela presentan a veces humanidades de este cariz. La razón desmesurada penetra, asimismo, en todas las sendas perdidas citadas más arriba. Simplifica sociedades al máximo, ensancha paraísos perdidos, infla las ilusiones milenaristas. No nos hagamos ilusiones. Ni el principio de realidad ni la razón crítica pueden acallar esta razón desmesurada, que se apoya en la magnífica fuerza de la imaginación creadora. GRAMSCI se pregunta como de paso en Cultura y literatura, si el superhombre de Nietzsche no estará inspirado "por las novelas francesas de folletín" (Eds. Península, Barcelona 1973, p. 189).

Isidro Cicero -

Comparto estos pensamientos de Helio Pedregal. Estas preocupaciones.
Quizá le espera a este planeta, añado, explorar una vez más los vericuetos hacia la reconstrucción de la inteligencia, sin veredas, sin caminos, partiendo de cero. Quizá el disco se reinicie solo, sin nosotros. Quizá se formatee desde cero, aunque no tan de cero como cuando empezó a abrirse paso un poco de oxígeno dando codazos a los gases venenosos y abundantes como el metano. Los archivos de nuestro paso por aquí, quizá se borren, al reiniciar, porque no tiene el planeta ningún sistema para hacer copias de seguridad.

Helio Pedregal -

Queridos todos. Volvamos al “azar objetivo”.
7.400.000.000 de cerebros humanos se afanan, sabiéndolo o no, por estar presentes cada día en la rueda de la historia. No es algo voluntario. Sólo es una incierta respuesta a algo que no pasa de ser casual y por tanto alejado de nuestra consciencia. Pero necesitamos saber. Y ese saber no puede servir sólo para la disquisición literario-filosófica acerca de nuestra levedad.
Si hay Dios o no lo hay no es algo que podamos decidir nosotros sino aquellos que nos tienen acogidos. Nosotros, cada uno, sí podemos decidir si nos acogemos o no nos acogemos. No vaya a ser que, como suele ocurrir, los sueños no se cumplan.
Sólo en tu mesa de trabajo o en el arrullo de tu almohada, buscas desesperadamente algo que tocar para dormir tranquilo.
Un ser inteligente es aquel que dispone y usa las armas que esa inteligencia le proporciona para despachar lo que interrumpe su camino hacia la luz –entiendase por luz aquello que hace útil y emocionante la vida de un ser humano-.
Si cuando vas a dormir aún te queda sitio para echar una mirada al edificio donde vives, a la situación de tu familia o la de otros, a Africa o a America Latina, donde las olas del tiempo devoran a millones de los que son como tú, estas perdido. No dormirás. Y si duermes espera, como iluminó Saramago, a abrir la ventana y padecer la realidad en la que vives fuera de tu té y de tu sándalo.
Puedes afrontarla a corazón abierto o mirarla con ojos trífidos que te permitan consagrar la duda, la indefinición, la espera y el entretenimiento mientras los hechos se suceden. Sólo te quedará cerrar de nuevo la ventana y seguir escribiendo en la oscuridad de tu recinto sagrado.
Querido Helio. No pongas nunca en tela de juicio que somos seres inteligentes. Posiblemente, los únicos del cosmos conocido. La razón humana es una energía incomparablemente más potente que el instinto para dirigir las experiencias de la vida.
Yo no pongo en duda todo ese potencial. Al contrario. Pero me parece muy poco inteligente dirigir tus armas hacia tu propio pecho. Cuando todo acabe, este planeta comenzará de nuevo sin nosotros. Miles de millones de insectos, muy poco inteligentes, harán del patio de nuestra casa un nuevo paraiso.
Y unos millones de años más tarde la evolución de esos insectos les permitirá saber que no deben ocupar caminos ya transitados por otros que se perdieron en ellos.
Como dijo un padre que me quiso: “Palabras, palabras, malditas palabras que todo lo enredan”.
Ponme la mano aquí Macorina y hazme entender que el oxígeno no se cambia por nada si quieres seguir admirando este inconmensurable mundo. Los perfumes para el enemigo.
Aunque irremediable y tristemente el enemigo soy yo.
Quizá Jesús de Nazaret debió esmerarse algo más en la comunicación de sus principios.

BALDO -

Querido Isidro.

Por alusiones y porque me interesa mucho, voy a intentar hilvanar algunas ideas respecto a tu profunda pregunta y a las reflexiones que haces en torno a ella “¿Quién es el que mantiene la esperanza de hablar un día con Dios?” “Converso con el hombre que siempre va conmigo". Es decir, el poeta (Machado) habla con el hombre interior, la conciencia o la consciencia, que nos acompaña a todas partes y en todo momento. Esa realidad de nosotros mismos con la que mantenemos diálogos que en realidad son monólogos íntimos en la soledad de nuestro corazón. Y si es en la soledad de nuestro corazón, creo yo, es lo que nos enseña a amar a nuestros semejantes. Los secretos de la filantropía, concluye Machado”. “No es lo mismo pretender que podemos (¿poder?) hablar con Dios, como podríamos hablar tú y yo, de tú a tú, entre paisanos iguales que se miran de frente a los ojos, no es lo mismo que ese diálogo imposible con la omnipresencia, la omnisciencia y la omnipotencia de Dios. Parece de ilusos pretenderlo. ¿Qué le puedo aportar yo al Ser Supremo en ese hipotético diálogo? ¿Y cómo comprender lo que me aporte Él a mí? No sé qué opinará Baldo, pero a mí, después de tu aportación, ese hipotético diálogo me parece una conversación de besugos. Cosa distinta es hablarle el hombre a Él. Yo puedo hablarle a Él, eso sí puede ser. También puedo hablar a este nogal, pero no me es fácil dialogar con el nogal, decirle algo, darle su tiempo para que me entienda, tiempo para que me conteste, escuchar su repuesta, responderle y volver a empezar”.

Cuando estudiábamos teología en Salamanca, allá por los finales de los sesenta y comienzos de los setenta, el procedimiento utilizado por aquellos profesores, formados únicamente en la neoescolástica, era coger las conclusiones de la Teodicea tomista (defensa de Dios) y aplicarlas tal cual al Dios de Jesús y al propio Jesús. El Ser supremo, el Omnipotente, el Absoluto, el Omnipresente, el Omnisciente, el Motor inmóvil, el Ser Necesario, el Fin último de todas las cosas, La Causa primera, el Yo trascendental, La Idea que incluye necesariamente su Existencia en su Esencia etc., que los filósofos utilizaban a estos dioses como la piedra angular que cerraba y fundamentaba su sistema, nada tenían que ver –como hemos sabido después– con el Dios de Jesús y, mucho menos, con Jesús de Nazaret. Con esa teología aplicada de modo deductivo –desde la Teodicea– a Jesús de Nazaret era imposible no ser monofisita (creer que Jesús tenía una sola naturaleza: la divina) o docetista (Jesús solo tuvo “apariencia” de hombre). Algunos de los evangelios que hoy llamamos “apócrifos” (que no son aceptados oficialmente en el canon de libros inspirados) abundan en este “monofisitismo” al atribuir al niño Jesús milagritos cada cual más chuscos.

Cuando los creyentes cristianos nos vamos acercando a un conocimiento cada vez más acertado de Jesús, nos damos cuenta de que él no es nada más –y nada menos– que la “plena manifestación humana de Dios”. Por tanto, si queremos conocer al Dios de Jesús, no tenemos que ir a las especulaciones de los filósofos en sus Teodiceas, sino al Libro. El método no es deductivo (aplicando las conclusiones de las teodiceas a Dios y a Jesús), sino inductivo (ascendiendo desde lo que hizo y dijo Jesús hasta la elaboración de una teología cristiana), y esto da una vuelta completa a las cosas. Lo que dijo e hizo Jesús, eso es lo que los humanos cristianos podemos saber de Dios, porque, como un evangelista pone en boca del nazareno, “Yo y el Padre somos una misma cosa” y, también, “El que me ve a mí, ve al Padre”.
Pero tu pregunta, querido Isidro, queda en parte en pie. Los que acompañaron en vida a Jesús dialogaban con Dios dialogando con Jesús, aunque esto no estuviera en las conciencias de sus seguidores, al menos desde el principio. Pero, después de la muerte en la cruz de Jesús, ¿cómo hablamos con Dios? Creo que hay tres medios privilegiados –totalmente concatenados entre sí–que nos liberan de un soliloquio o monólogo íntimo con nosotros mismos. Uno es la palabra que nos narra las experiencias de los primeros cristianos con Jesús de Nazaret (Nuevo Testamento). Otro es el “memorial” que celebramos los cristianos de la Cena de despedida que tuvo Jesús con sus seguidores antes de ser crucificado. Y otro –no menos importante que los dos anteriores– son los diálogos –muchas veces silenciosos– que mantenemos con los seres humanos de cualquier creencia, sobre todo con los excluidos. Evidentemente, estos diálogos no son únicamente con la palabra, sino con todas nuestras vitalidades (ocho clases, para el maestro Eladio), vitalidades que se activan con las acciones pertinentes a la especificidad de cada una de ellas. El último libro de la magna trilogía que escribió Schillebeeckx se titula precisamente LOS HOMBRES, RELATO DE DIOS. En la página anterior a la del Contenido cita una frase de Heinrich Böll: “El hombre es la prueba de que Dios existe”. Pero mucho más significativa es la primera frase del Prólogo: “Dicen que un niño dijo una vez: «Los hombres son las palabras con las que Dios cuenta su historia». Esta frase infantil es el tema del libro”.

Y termino, querido Isidro. Para los cristianos, Jesús es un Viviente, según la feliz expresión acuñada por Schillebeeckx como título de su primer libro de la magna trilogía antes referida (JESÚS, HISTORIA DE UN VIVIENTE). El Jesús histórico no des–arrolló toda su vitalidad y su riqueza en su vida histórica en Galilea, sino que sigue “des–plegándose” a lo largo de toda la historia posterior. Hoy sigue “des–velándose” de una manera nueva. Pero, con toda seguridad, será en los marginados de todo tipo. Con ellos se puede “dia–logar” con todas nuestras vitalidades, porque el dialogo es con Dios. Ellos nos presentarán muchas objeciones y correcciones y nos aportarán gran riqueza para que no caigamos en el solipsismo intimista.

Isidro Cicero -

El cambio de la "con" por la "a" que me descubres, Marcelino, es otro hallazgo. Te lo agradezco, porque restauras esta parte del poema en su prístina intención, no hay mejor cosa que acudir a los originales, yo hablaba desde la memoria.
Tu restauración no es baladí. No es lo mismo pretender que podemos hablar con Dios, como podríamos hablar tú y yo, de tú a tú, entre paisanos iguales que se miran de frente a los ojos, no es lo mismo que ese diálogo imposible con la omnipresencia, la omnisciencia y la omnipotencia de Dios. Parece de ilusos pretenderlo. ¿Qué le puedo aportar yo al Ser Supremo en ese hipotético diálogo? ¿Y cómo comprender lo que me aporte Él a mí? No sé qué opinará Baldo, pero a mi, después de tu aportación, ese hipotético diálogo me parece una conversación de besugos.
Cosa distinta es hablarle el hombre a Él. Yo puedo hablarle a Él, eso sí puede ser. También puedo hablar a este nogal, pero no me es fácil dialogar con el nogal, decirle algo, darle su tiempo para que me entienda, tiempo para que me conteste, escuchar su repuesta, responderle y volver a empezar.
Machado estaba más puesto en razón:Quien había solo espera hablar a Dios un día.
Lo mismo hacía el catecismo. Cuando explica lo que es orar, dice el catecismo si mal no recuerdo, que orar es levantar el corazón a Dios y pedirle mercedes con humildad y confianza. Hablar con Él, en el sentido de dialogar, también es cambiarle el sentido a Machado. Y, me temo, al catecismo. Mejor, los textos originales.

Marcelino Iglesias -

En primer lugar, daros las gracias, compañeros, por vuestra generosa lectura y comentarios.
Y ahora, al verso de Antonio Machado que utiliza Miguel Ayanz, el periodista que le hizo la entrevista* a Helio Pedregal. En efecto, Isidro: copié tal cual estaba escrita la pregunta, sin reparar en el uso espurio de esa coma** ni el trueque de la preposición “a” del original por “con” (que, en este caso, también se te pasa a ti). Restituyamos, pues, el verso original del “Retrato” (poema que encabeza Campos de Castilla ya en la primera edición de 1912): Converso con el hombre que siempre va conmigo/—quien habla solo espera hablar a Dios un día—:/mi soliloquio es plática con este buen amigo/que me enseñó el secreto de la filantropía.
Por lo demás, el comentario que haces al respecto de este verso y su contexto me parece atinado y compartido.

*Quien quiera leer la entrevista completa o comprobar el enunciado de esa pregunta concreta puede hacerlo tecleando en google:
Helio Pedregal: “Soy actor desde los 18 años, pero tengo otra profesión: el campo”
** Es recurrente, para ejemplificar la importancia del buen uso de la coma, el caso de un hipotético telegrama que el gobernador ha de enviar al alcaide de la prisión, referido a quien aguarda en el corredor de la muerte su inminente ejecución:
a) Perdón imposible, ejecución inmediata.
b) Perdón, imposible ejecución inmediata.

Javier Cirauqui -

Marcelino, esta primera parte de tu memorial me ha encantado y además ha empezado en Pamplona ,cuando ibas a dirigirte al Casco Viejo por la Calle Nueva, donde está el Hotel Maissonave, hacia el Ayuntamiento. Esta calle era una tierra de nadie, que separaba las murallas del Burgo de San Cernin y La Población de San Nicolás, pues hay que tener en cuenta que estas dos ciudades hasta el Prvilegio de la Unión, junto con la Navarrería, formaban tres ciudades diferenciadas con sus respectivas murallas. Entonces nació Pamplona.
Pero, no vamos a hablar de eso sino de ese "azar objetivo" que hizo encontrarte con Helio Pedregal, que estaba representando "El Diccionario", y que yo estuve viendo, aunque no contacte con él, pues solo lo conocía del blog y uno no es muy decidido para estas cosas.
De todas formas si que es casual que con los muchos compañeros de la Virgen, que vivimos en Pamplona y alrededores habías de encontrarte con Helio Pedregal.
Como tú dices que dice André Breton este "azar objetivo" hace que lo improbable una vez ocurrido tiene siempre una razón de ser por muy lógica que parezca. Vamos que la razón de ser era que te encontrases con tu antiguo compañero de la Vigen del Camino en Pamplona. Pero, ¿por qué?...
He disfrutado mucho con tu relato, que dicho sea de paso, está maravillosamente escrito. Da gusto leerte.
Merece la pena haber esperado siete años para conocer este Memorial de un viaje en tres secuencias y un apéndice, con procrastinación o sin ella.
Muy interesante la entrevista pero me quedo con lo de: "Con mis árboles hablo sin necesidad de emitir sonidos".
Un fuerte abrazo.

Isidro Cicero -

¿Quién es el que mantiene la esperanza de hablar un día con Dios?

Antes de nada, debo deciros que me encantó esta primera parte del viaje de Marcelino, como en su día me encantó la primera novela que leí de él, "La sombra del tren", con la nuestro autor de La Cerezal, si mal no recuerdo, obtuvo un impotante premio literario en Oviedo. Marcelino es un buen escritor, un narrador, escribe muy bien, coloca los materiales literarios con originalidad y consigue atraer al lector. No solo de primeras atrapando la atención de los lectores, cosa cada vez más complicada, sino manteniéndonos enganchados hasta el final del relato, y esto sí que tiene mucho más mérito. Esperamos las siguientes entregas y el epìlogo. Mis felicitaciones.

¿Me permites, sin embargo, una pregunta, Marcelino al hilo de la cita de Machado? ¿Quién es el que mantiene la esperanza de hablar un día con Dios?
Estoy seguro de que Helio Pedregal contestaría a esta pregunta sin dudarlo ni un momento; el periodista que entrevistó a Helio Pedregal, si se le hubiera preguntado, también contestaría a la primera; tú, que transcribiste la entrevista para nosotros, por supuesto conoces la respuesta, no en vano eres escritor; Baldomero, por su parte, que es un teólogo neoespeculativo a fuer de ser un teólogo de la vida práctica, en lo que tardo yo en redactar este apunte insignificante, habría redactado un tratado entero sobre la esperanza, el hablar el propio Dios, con Dios y como Dios. Incluso, en lo que de un tiempo a esta parte se ha dado en llamar un “ladrillo”, habría especulado Baldo sobre la oración, que según el catecismo es lo que se entiende por esa actividad dialógica del hombre o de la mujer con el Ser Supremo, con derivaciones sobre la expresión “un día”, es decir, de forma efímera, o epi emera. Rezar así, de forme efímera. Hablar con Dios de forma efímera no es lo que recomendaba el padre Sama, que nos quería siempre en conversación con la Divinidad, no de vez en cuando.
¿Quién espera hablar con Dios un día? La respuesta es “el que habla solo”. No lo es “el que habla". “Del que habla” sin más, no dice nada Machado. Del que habla solo,sí: dice en el verso anterior; "Converao con el hombre que siempre va conmigo". Es decir, el poeta habla con el hombre interior, la conciencia o la consciencia, que nos acompaña a todas partes y en todo momento. Esa realidad de nosotros mismos con la que mantenemos diálogos que en realidad son monólogos íntimos en la soledad de nuestro corazón. Y si es en la soledad de nuestro corazón, creo yo, es lo que nos enseña a amar a nuestros semejantes. Los secretos de la filantropía, concluye Machado.

En la cita de ahí ha pegado un salto la coma, no sé por qué. Lo ha hecho ella por su propio impulso, ella sola. Con ese salgo que habéis passado por alto Baldo, tú, el entrevistador de Helio y quizá aunque no creo Helio mismo, la coma da un sentido completamente diferente al pensamiento de Machado o ha privando a dicho pensamiento completamente de sentido.

¡Hay que tener un cuidado con la coma y con la mas pequeña tilde de la ley...!

BALDO -

Querido aristócrata casorvidense. No puedo pasar sin desvelar que tienes una casa declarada por la UNESCO una de las siete maravillas del universo de la Aldea Global. Yo también quiero un Marcelino –me basta con uno– para redactar mis intragables ladrillos. Pero no voy a centrarme en ti para ponerte a caldo con toda justicia ni en Marcelino para elevarlo merecidamente a los altares del Parnaso, sino en dos reflexiones del querido Helio, primo de los hermanos Frade, Enrique y Heriberto.

“Decía Machado: «Quien habla, solo espera hablar con Dios un día». ¿Usted es hombre de hacerse preguntas?”

— “Sí, lo soy. Lo hago porque confío poco en mi especie. No le deseo ningún mal, por lo que no me caería bien el término «misántropo». Pero se me plantea un problema al comprobar la diferencia entre aquello de lo que somos capaces y aquello que estamos haciendo. Nos obliga a revisar definiciones como la de «ser inteligente». Somos unos seres que deambulan por aquí destrozando todo aquello que encuentran a su paso. En ese sentido soy pesimista”.

Querido Helio. No pongas nunca en tela de juicio que somos seres inteligentes. Posiblemente, los únicos del cosmos conocido. La razón humana es una energía incomparablemente más potente que el instinto para dirigir las experiencias de la vida. Lo que sucede es que esta energía estimativa discierne no solo valores sino también contravalores e impulsa a la voluntad a que se decida y elija tanto unos como otros. Cuando la libertad opta por construir valores, estos adquieren una perfección y una finura de altísimo grado, muy superior a los valores que alimentan la vida de los no humanos. Los chimpancés nunca representarán obras de teatro. Pero cuando se decanta por los contravalores, también estos adquieren un grado de perversión incomparable mayor que en los vivientes no humanos. Es totalmente desacertada la frase “son como bestias”, que utilizamos para designar a personas que comenten acciones abominables. La maldad humana, precisamente por estar dirigida por esa energía que denominamos inteligencia, es mucho más cruel, refinada, sinuosa, astuta y brutal que la de un fiero león.

“Me ha recordado la frase de Primo Levi: «Existe Auschwitz, luego no existe Dios». ¿Eso inclina la balanza a favor de Freud?”

— “Sin duda. Freud hace en este debate algunas afirmaciones que se asemejan muchísimo. Su historia familiar es terrible, un drama permanente. Él habla de los «Planes de Dios» refiriéndose a los hijos y nietos que perdió. Al final, viene a decir que no hay un Dios culpable. Simplemente, no lo hay”.

Entre el verano de 2018 y el de 2019 dediqué gran parte de mis ratos de ocio al estudio del Libro de Job, posiblemente uno de los libros más ricos del Antiguo Testamento bíblico. ¿Qué clase de Dios es ése, que permite que los buenos sufran tanto y deja que los malvados vivan una vida confortable? ¿Por qué Dios no ha elaborado un plan y una estrategia para poder cuidar mejor de sus criaturas y de la conducta de estas? ¿Para qué necesitamos un Dios que no nos ayuda? Para recibir una respuesta a estos proble¬mas, Job quiere conversar con Dios en persona, porque sus amigos le sirven de poco. Incluso acaba poniendo pleito a Dios en un juicio en el que Dios es el demandado. Job es el único personaje de la Biblia que se atreve a retar a Dios. ¿Se insinúa en este libro que los seres huma¬nos, que como Job no pueden tener una visión de conjunto como la que tiene Dios, deben dejar de hacer preguntas? ¿O se da a entender que deben decidirse por una separación estricta entre los cielos y la tie¬rra? ¿No podríamos ellos y nosotros unirnos en afirmar con el salmo 115,16 “los cielos son del Señor, la tierra se la dio a los hombres”? ¿Es ésta la solución que ofrece el libro de Job? Si nos vemos abocados a concluir que el dominio de Dios es de un orden completamente diferente del dominio humano, los seres humanos como tales somos entonces los únicos responsables de nuestros actos y de cuanto acontece en la tierra. Por consiguiente, no podemos culpar a Dios por lo que va mal en la tierra. En resumen, este libro plantea el problema de la retribución y que esta es siempre justa, porque Dios no puede actuar injustamente. Si recibimos castigo, es que algo hay en nosotros, a lo mejor muy escondido e inaccesible, que merece sanción. Algo así como lo que dice mi cuñado Oscarín, que afirma que está escrito en el Corán –¡yo no sé!–: “Cuando llegues a casa, “solmena” a la mujer, que tú no sabes por qué, pero ella sí lo sabe”.

En el verano de 2019, estuvimos mi santa y yo un mes y medio por Polonia con la autocaravana y esta vez sí –en otras ocasiones, yo me opuse– recalamos en Auschwitz. Paramos a pernoctar en el área del campo de exterminio y, antes de acostarnos, vimos la película La lista de Schindler. Buen aperitivo para ambientarnos. A la mañana siguiente recorrimos las dependencias del antiguo cuartel polaco de Auschwitz, reconvertido por los nazis en oficinas de las SS y campo de prisioneros judíos polacos. Los edificios, por tratarse de un cuartel polaco, nos parecieron robustos y acondicionados y no expresan por sí mismos los crímenes que allí se habían cometido. Después fuimos al segundo campo, situado a las afueras de Auschwitz, a dos kilómetros de distancia de este primero. Era el de Birkenau. Es una esplanada inmensa, con solo unos pocos barracones dejados en pie por los nazis en su huida de las tropas aliadas, con el famoso apeadero al que llegaban los convoyes cargados de judíos y de otros grupos indeseables y con algunas de las chimeneas de las cámaras de gas que se utilizaron para llevar a cabo el plan nazi de la “solución final”. Estuvimos en aquella esplanada unas cuatro horas, aunque había poco que ver. La idea que se imponía tozudamente en mi mente no era la brutalidad a la que llega el ser humano –sobre la que ya había pensado ante atrocidades de tantos Auschwitz como han existido en la historia y que siguen existiendo en la actualidad–, sino la del Dios de Job y del Dios de Auschwitz. Me propuse, cuando terminara lo que ahora traigo entre manos (la nueva concepción de la dignidad humana que aporta el pensamiento de Eladio) hacer un “ladrillo”, o algo que se le parezca, sobre la evolución de un Dios a otro. Espero que el Corbid–19 me deje y las fuerzas del intelecto no se me deterioren mucho. Lo que sí puedo adelantar a vuela pluma es que el paradigma del Dios de Job lo rompió definitivamente el sangriento final del i–nocente Jesús de Nazaret en la cruz, aunque algún relator evangelista pone en boca de este una exclamación (¿”Por qué me has abandonado”?) de tinte claramente “job–siano”). La iglesia no ha abandonado en absoluto ese paradigma de Job al relacionarse con Dios, porque resulta muy provechoso como gran despensa de indulgencias y de otras rogativas. Ya vimos lo sucedido con aquel cura, con la custodia en ristre y escoltado por la guardia civil, queriendo espantar al Cobid–19 a “custodiazos”. Confieso que yo, desde hace tiempo, no tengo ninguna simpatía por la “oración de petición”, aunque no dejo de tener presente la gran objeción que me presenta el Padrenuestro con sus siete “peticiones”. Pero creo –y es una opinión muy personal– que no son “peticiones”, sino “actos de compromiso” privado y público: “Me comprometo a… mostrar que eres padre,… a santificar tu nombre y a hacer que tu Reino venga (con la justicia a los más necesitados y pobres) … a que se haga tu voluntad (mostrada humanamente en el hacer de Jesús de Nazaret) … a dar el pan de cada día (a quien lo necesite)… a perdonar las ofensas … a no caer en la tentación (de evadirme de mis compromisos como seguidor de Jesús) … y a librar del mal (a tantas víctimas como existen a mi alrededor).

Y ahora encomiendo a Ramón una labor muy acorde con las intenciones de su blog de promover la renovación la vieja y periclitada teología. Invita a los teólogos que no sigan elaborando una teología de terciopelo, como lo han hecho con el olvido o el pasar de largo de lo sucedido en Auschwitz. Como dice Wiesel, «quien no contribuye activa y constantemente a recordar a otros es un cómplice del enemigo. Por el contrario, quien se opone al enemigo debe ponerse del lado de las víctimas y contar sus historias, historias de soledad y desesperación, de silencio y desafío». «Contemos historias para recordar cuán vulnerable es el hombre cuando se halla ante un mal aplastante. Contemos historias para evitar que el verdugo diga la última palabra. La última palabra corresponde a la víctima. Corresponde al testigo apoderarse de ella, darle forma y luego comunicar el secreto a otros». ¿Escuchamos hoy ese testimonio? ¿Hemos oído ya sus exigencias? Tristemente, trágicamente para todos nosotros, la respuesta a estas preguntas es claramente que no. Wiesel escribe: «Tras intentar hablar durante veinticinco años del tema, me siento obligado a confesar un sentimiento de frustración. El testimonio no ha sido escuchado. El mundo es el mundo... Nuestro testimonio no interesa».

Yo, querido Helio, soy ateo, como Freud, del Dios de Job, pero no del de Jesús de Nazaret ni del de Auschwitz.

José Manuel García Valdés -

Un pequeño inciso sin ánimo de distraer de lo principal, la procrastinación de Marcelino. Luisín, no seas pelotas, sé sincero y no procrastines más los dardos y centellas que lanzaste por tu vespertina boca contra los de Oviedo y los que allí pastan, y en esas está tu elogiado Marcelino; sabes que me escandalizaste con los adjetivos calificativos, demostrativos, relativos, indefinidos y definidos que lanzaste. Y ahora te vuelves tan dulce y meloso. Para limpiar tus pecados lo haremos partícipe de tantas botellinas como me debes. Hay mucho procrastinador suelto, el procrastinador que los procrastine buen mérito tendrá. Era por decir algo.
Abrazos a ambos, el resto que aprovechen los abrazos que mandé ayer.

Luis Heredia -

Marcelino, ¿En siete años de memoria desde 2.013 hasta hoy se podría considerar que tienes algún pecio? O en tan corto período de tiempo se consideraría un simple naufragio con dos metros de profundidad.

Tus pecios de la memoria me marcaron. Tanto por la genial idea de la calificación como por tu facilidad y expresividad para sacar a flote los restos del naufragio. Nos diste una de las mejores oportunidades de haber revivido pasillos, aulas, comedores, recreación, campos, piscina, Santuario.....frailes.

No te acuses de procrastinar. Al menos, tu pecio de 7 años vio la luz. Sin embargo yo, tanto procrastiné que a Fray Ovejo le dejé sin respuesta a la carta más cariñosa que yo recibí de él a los comienzos del blog después de tantos años. Se me fue después de procrastinar más de cinco años. Algunos problemillas tuve, cierto, pero el pecado de haber procrastinado tan pertinazmente no lo olvidaré y me arrepiento sin haber recibido su absolución física. La espiritual desde el más allá espero me la haya dado, de lo que estoy seguro, porque él nunca abandonó a sus ovejos.

Me encanta cuando escribes, Marcelino.

Jose Manuel García Valdés -

Yo quiero un Marcelino ( y alguno más) para mis redacciones. Se nota que estudió en un buen colegio de pago, suerte que tuvo, y que tuvo un Lanz para sus escritos; yo también lo tuve pero peor, peor yo no ellos.
El escrito, por el grosor, tiene formato ladrillín pero por el contenido y la forma es como un mil hojas, se mastica y se traga como si nada. No tiene comparación con el ladrillo típico de Baldo que es argamasa pura reforzada con valores biopsicosociólogicos. Si lo de Marcelino es milhoja para relamerse lo de Baldo es el jamón y chorizo que se digiere a lo largo del año.
Me ha gustado tu relato, Marcelino, ¿Qué pasaría si dijera " tu relato marcelino? Igual me invento una forma nueva de narración. También me pregunto ¿ Que hago yo metiéndome estos berenjenales?
Necesitamos relatos Marcelinos, relatos Baldianos y otros muchos, tan dignos de mención, de cuyo nombre me acuerdo pero me callo.
Me "prestó" mucho leerte.
Como sois unos jovencitos,animaros, los niños a partir del 27 salen, no sabemos de qué mes pero salen.
Abrazos