QUE CORRA EL AIRE (Por Pedro Trapiello)

No queda otra, vino a decir nuestra autoridad educativa: Habrá que tirar de abrigo y bufanda, las aulas cerradas son el cocido del virus. Y lo dice en León, donde el norte pierde el norte y el otoño es coronel inclemente cuadrándose ante un invierno capitán general. Esta es la orden: aulas abiertas de puertas y ventanas a ratos largos porque la mejor escoba para que virus y miasmas no afinquen en cerrado es el aire que corre y se los lleva, ventilación soplada. La autoridad científica lo deja bien claro.

Pero no es buena noticia para papás sobreprotectores; incluso los habrá capaces de denunciar al centro por someter a los críos a fríos que ponen en riesgo su salud; y no faltará el politiquero de cupo alegando que el frío en clase es inconstitucional; corren tiempos de pleitear por cualquier enfado. ¿No sería más fácil apelar a la jurisprudencia de las abuelas que nos aterraban con el peligro de las corrientes, sobre todo las que vienen por la espalda estando uno quieto o sesteando, que de ahí vienen después los males de costado?...

Sin embargo, conocí aquí a un pediatra y un fraile que demostraron que un cierto frío es sin duda más salutífero que dañino; y ventilar, una obligación. Con solo echar la mirada seis décadas atrás, el frío reinaba en las escuelas cuyas aulas solían tener el techo en las nubes sin modo de caldear la estancia -como en las de El Cid con solo una estufa que, además, atufaba-; o aquel colegio de los dominicos en La Virgen, donde tras levantarnos a las siete de la mañana para correr dos kilómetros campo a través en pantalón de deporte (el chándal era país desconocido) se abrían los ventanales para que barriera los dormitorios un aire gallego helado tras cruzar los neveros del Teleno.

En seis años no conocí un solo caso de neumonía entre los quinientos de la tropa; solo algunos catarrillos o sabañones eran el peaje, contando además que hasta los 14 íbamos todos en pantalón corto y el frío, que siempre repta a ras de suelo, nos roía los zancajos. Fuera miedos, pues, que hoy los críos van forraditos de prenda polar y sobrados de calorías.

 

Pedro Trapiello (DIARIO DE LEÓN 7-10-2020)

1 comentario

[Ramón Hernández Martín - 09 de octubre de 2020 - 20:03]

Para recuerdos, Corias no le andaba a la zaga a La Virgen, con la humedad del Narcea y de Asturias pegada al cuerpo, con dos mantitas de papel en la cama que no impedían que te congelaras de noche y sin ninguna fuente de calor que no fueran nuestros propios cuerpos. Dígase lo mismo de Las Caldas, con sus tres horas de estudio sentados a una mesa y envueltos en una manta, e ídem de humedad y de fuentes de calor. Y también de Salamanca, con dos horas de coro matinal a dos grados bajo cero, echando vapor por la boca al recitar o cantar salmos y con la mente hibernada en arrobos místicos. ¿Para qué más penitencias? Además, el frío congela las carnes e impide que "sangren". ¡Felices aquellos "tiempos de los moros" (o tempora, o mores!) que conservamos dulces en la memoria solo porque entonces éramos jóvenes! Sirva lo dicho como aperitivo de la gélida no-Navidad que ya nos amenaza. Algún día espero poder atravesar el río Caudal sin necesidad de puentes, pero eso, habida cuenta del calentamiento global, va para largo. Antes, seguro, celebraremos alegres Navidades consumiendo, en manga corta, bebidas refrescantes en las terrazas de los bares de esta Asturias que hoy nos han tachonado de naranja y que dicen que no tardará en convertirse en el bonancible Benidorm del Norte.