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Antiguos alumnos dominicos VIRGEN DEL CAMINO - LEON

NAVIDAD, NAVIDAD...

NAVIDAD, NAVIDAD...

Mis queridos amigos. Además de esta preciosa postal de Navidad que nos envía la familia Torrellas (¡¡todos os queremos!!), en __D E S C Á R G A TE__ podéis ver dos nuevas felicitaciones sonoras que nos envía nuestro querido Fr. José Laguna. Los  ficheros tienen los siguientes nombres:

  • FR.JOSE LAGUNA-Felicitación de Navidad 2007.pps  (con la música de LA BAILA)
  • FR. JOSE LAGUNA-Felicitación Navideña a los alumnos de la Virgen del Camino.2007.pps (con música de LA BAILIA y PEROGRULLO)

9 comentarios

Mariano Estrada -

CURIOSIDADES NAVIDEÑAS

¿Sabías que...
En África conviven varias religiones y creencias. Los cristianos en Navidad se reúnen y leen pasajes de la Biblia, y posteriormente realizan bailes y cantos al aire libre.
¿Sabías que...
En Etiopía realizan una ceremonia del baño en los ríos. Primero se bendicen las aguas y luego la gente arroja flores y se baña.
¿Sabías que...
En la India, sólo un pequeño porcentaje (un tres por ciento) celebra la Navidad. Pero los cristianos allí suman alrededor de veinte millones.
¿Sabías que...
En japonés, la Navidad se nombra "KURISUMASU".

HUMOR NAVIDEÑO

Navidad:

Le preguntan a uno:
- ¿Usted qué prefiere, el sexo o la Navidad?
- La Navidad.
- ¿Y por qué?
- Bueno, porque ocurre más a menudo.

Año Nuevo:
Están un matrimonio de viejos, y uno dice:
- ¡Fegiz ane uego!
- Pero Raimundo, cómo que feliz año nuevo, si no es Navidad.
- ¡Fegiz ane uego!
- Pero qué dices, carcamal, si estamos en agosto.
- ¡Fegiz ane uego!
- A ver, espera que te pongo la dentadura, que no te entiendo...
- ¡¡Felisa, me muero!

Tomado de la revista digital El Almanaque

Mariano Estrada -

Querido Andrés M Trapiello (querido sin solución de continuidad, aunque tú me pongas corchetes):

Te has quedado en los huesos desencajados, pero no has percibido que la mente estaba muy fresca. Ya ves, unos ya no estamos para la práctica del fútbol y otros ya no estáis para la percepción de las apódosis…Mis comentarios no se dirigen a la conclusión, sino que proceden de la sugerencia. En barra libre. Como la caída de los cuerpos.

Te dejo un artículo que escribí ya hace tiempo, no para amargar la Navidad a los “dulces”, sino para invitarles a reflexionar sobre ciertas realidades que son bastante “amargas”.

Con un cariñoso abrazo

Marianchik

La Navidad y sus juguetes

El ordenador me ha chafado un artículo que había escrito sobre la Navidad. Era un artículo muy tierno, que evocaba la niñez, la nieve, la felicidad, el calor indescriptible de la familia. Así que me dispuse a rescribirlo, pero entonces me di cuenta de que, salvados los recuerdos y la sensiblería, aquello sobre lo que yo me había explayado, hoy apenas existe. Que ahora lo que prima es otra cosa: frío en las relaciones, cálculo en los pensamientos y máximo interés en el negocio. ¿Cómo cambiar la realidad en unos pocos días y cómo ofrecerles a los niños algo que acaso no tenemos?

Los mercaderes occidentales, que en Europa reniegan de su pasado cristiano, utilizan la Navidad para vender sus cachivaches de hipocresía. Porque, vamos a ver, ¿para qué se celebra el nacimiento de Jesucristo, realmente? Para mantener un negocio monumental ¿Y no sería mejor que redujéramos al mínimo la parafernalia, que es abrumadora y obscena, y les dijéramos a los niños que eso de los Reyes Magos, a cuyas barbas se ha subido Papá Noel, es algo que se ha salido del tiesto, es decir, del espacio íntimo del corazón y de los zapatos? ¿Por qué seguimos el juego de los mercaderes que, además de enriquecerse con nosotros, nos atiborran de cosas innecesarias o contraproducentes, algunas de las cuales promueven claramente la agresividad?

La verdad es que con este bombardeo de chirimbolos que lanzamos sobre los niños, acaso les estamos diciendo: “mirad, muchachos, en el futuro no tendréis que pensar, porque pensar es chungo. Lo único que tenéis que hacer es apretar un botón, enchufar un cable, habilitar un espacio. Además, cuando os canséis de la insulsez de los juguetes “pacíficos”, que como sabéis son ñoños, podéis pasar a la acción con los juguetes de guerra, entre los que los videojuegos tienen un lugar destacado. Y puesto que de mayores os vais a destrozar unos a otros, lo mejor es que aprendáis a hacerlo cuanto antes ¿No os parece? Vuestro futuro está en los rifles de repetición, en los aviones lanzamisiles, en los tanques destripaenemigos. Ahí los tenéis. Ésos deben ser vuestros caballos de adiestramiento. Id haciendo putadas de iniciación. Dentro de unos años, vais a tener que vivir en una guerra continua para aseguraros el futuro, que será de competitividad y de odio. Lucharéis para servir a vuestro amo, que será un dios de poder y de dinero”.

Quien abajo firma, que no es un fanático religioso ni un extremista político, sino un simple ciudadano de la calle situado ante su propia responsabilidad, tiene clara conciencia de que lo dicho más arriba parece la cantinela de un loco. Una hipérbole, vamos. Pero lo cierto es que si entre nosotros, los mayores, hay síntomas evidentes de deshumanización, o por lo menos de deshermanamiento, entre los niños de cierta edad, - y no digamos entre los jóvenes y los adolescentes -, hay una inquietante inclinación a la violencia que, si fuéramos sabios y responsables, nos debiera llenar de preocupación.

Pero claro -se objetará-, si unos son ñoños y otros perversos ¿qué juguetes les damos a los niños? Y lo que es peor aún ¿qué van a hacer los pobres mercaderes si les quitamos de un plumazo la bicoca? Vaya, no había caído yo en esa cuenta, pero es verdad: ni los niños pueden jugar en la calle, donde sólo hay espacio para los coches, ni los mercaderes pueden prescindir alegremente de sus consolidados negocios. ¿Cómo van a hacerlo si el Gran Papá Estado, cuyos representantes debieran velar por la bondad de sus amados contribuyentes, tiene ocupadas las alcantarillas por el obsceno comercio de las armas?

Y éstas no son de juguete precisamente, éstas sirven para matar de verdad. Y también para que las empuñen los niños, porque conviene recordar que hay niños que crecen con un arma en la mano, que a los once años son reclutados para el terrorismo o para la guerra y que muchos de ellos mueren sin haber tenido niñez y, lo que es peor aún, sin haberla dejado todavía.

Mariano Estrada www.mestrada.net Paisajes Literarios
Blog http://paisajes.blogcindario.com

Andrés Martínez Trapiello -

Querido (a veces) Mariano Estrada:
No puedes leer a Isidro Cícero (para mí, con acento), y estar con los huesos desencajados; ¿solo los huesos?. No debes dedicarte a cosas que ya no van con tu edad.
El "globazo" de Cícero hay que leerlo, y volverlo a leer. Yo voy por la segunda vez, y me falta la tercera; y no por falta de comprensión, sino por la "miga".
En fin, Mariano: Encaja bien tus posaderas en la silla; ajusta tus huesos... y el resto; y mira la pantalla: Si ves "La Vendedora de Globos - 14", vuelve a leerlo.

Y la próxima vez, en lugar de jugar a futbol, dale al parchís.

Mariano Estrada -

Hoy he jugado al fútbol. He marcado un gol que me han dado en bandeja, no ha valido de nada. Tengo los huesos desencajados, estoy roto... Pero siento que tengo fresca la mente y que puedo participar en este juego literario en el que, según Andrés M Trapiello, sólo hay que ir poniendo palabra tras palabra. Como todos los jugadores que me preceden (Pedro Sánchez, Julio Correas y Luís Barbería), leo con gusto a Isidro Cicero, a quien quiero a dirigirme, entre otras cosas, porque hacía muchas lunas que no dejaba sus globos en este blog:

Querido Isidro: tu relato, en el que vuelve a quedar patente tu precocidad, me ha producido los siguientes efectos: Por un lado te he visto como un nuevo Niño Jesús entre los doctores, sólo que los doctores no te hacían ni caso, tal vez porque tu aureola se iluminaba con una bombilla de 25 voltios, entonces muy corriente en los hogares humildes. Y, por otra parte, me ha recordado una especie de “oración protesta” que, muy lejos de toda precocidad, escribí yo por los años ochenta y pocos, inspirándome en las palabras de una persona mayor, muy pobre, muy buena, muy religiosa, muy creyente y, sobre todo, muy cansada y muy harta. No sé cómo decirte, una persona “duracell” que comprendió de golpe su total dependencia de unas pilas que ya era incapaz de recargar.

Huelga decir que el pensamiento reflejado en el texto es el de aquella persona. Yo he sido tan sólo su amanuense.

La dejo aquí

Con un abrazo

LAS CUENTAS

Mi Dios me pide cuentas, pero yo le digo: ¿qué cuentas, di, mi Dios, si tuyo es el negocio, yo tu esclavo. Si me prestas con usura el pan de cada día, que es bien duro. Si me cobras alquiler por una casa que primero me vendiste ¡Y a qué precio! Si me das unos harapos y me pides pundonor en el vestido. Si me niegas libertad para tomar la iniciativa. Si me acosas, me persigues, me torturas?

¿Qué cuentas, di, mi Dios, si vivo en las afueras de lo necesario. Si aún de ahí me exiges que prodigue la limosna, que el dé al parado y al mendigo?

¿Qué cuentas, Dios, si ya me falta carne que me cubra el hueso. Si mi cuerpo es sólo aire, sutileza; si me tengo que clavar para impedir que la sustancia se me vuele?

¿Qué me pides, pues, si hasta me niegas el morir?

Pero Dios, ¿qué cuentas quieres, si te has llevado tú todos los libros?

Mariano Estrada

Luis Barbería -

Vengo de leer un ameno artículo “Disfruten del vuelo” en una revista de viajes. Lo firma un ilustre bigote, con muchas palabras a sus espaldas, que era mi referente cultural cuando abandonábamos el nido y nos lanzábamos al incierto mundo exterior para descubrir la vida y tratar luego de plasmarla en unas páginas que luego nunca se escribieron o nunca se publicaron. Pero siempre que le vuelvo a leer no puedo dejar de pensar que en un tiempo lejano anduvimos por territorios muy cercanos y no me refiero precisamente a los espacios físicos.

Pero esto de Internet es un arma angelical y diabólica al mismo tiempo. Cómo podría imaginar encontrarme con escritos de cuando teníamos 14 años.

Os confieso que todavía tengo dudas cuando abro vuestro blog y recorro con cierta prevención lugares de la memoria que yo creía clausurados. Por una parte siento cierto nerviosismo y por otra me puede la curiosidad y vuelvo a recalar una y otra vez en el blog.

Pero hoy he tenido la fortuna de encontrarme con el relato de Isidoro y ha merecido la pena esta arriesgada excursión de la memoria. Esa elegancia y rotundidad con que aborda sus recuerdos- y que son también los nuestros- me hace pensar que aquellos tiempos no fueron malos del todo y que para algo nos sirvieron.

Gracias, Mariano, gracias Isidoro, por vuestras historias tan bien contadas. Me siento orgulloso de pertenecer a un espacio por donde vosotros también pasasteis.

Feliz Navidad a todos


Julio Correas -

Querido Isidro:

Esto no es un globo, es un balón de reglamento con costuras... pero sin el sebo que le dábamos en las baloneras.

Gracias por tu dedicatoria... la asumo y la agradezco.

Tengo que buscar las "Cartas a Nicodemo", libro que leí con fruicion varias veces en las horas de capilla!
Gracias por recordármelo.

Un fuerte abrazo

Julio Correas

Pedro Sánchez Menéndez -

Querido Isidro Cícero: ¡Estupendo! ¿Crees que en la actualidad estarán ya todos de acuerdo? ¡Un globo muy bueno! Un abrazo. Pedro.

Isidro Cicero -

LA VENDEDORA DE GLOBOS 14

AQUELLAS NAVIDADES

DEDICADO A TODOS VOSOTROS, MIS QUERIDOS AMIGOS. DEDICADO TAMBIÉN A TODAS VOSOTRAS.

Una vez publiqué yo en el PANTALLA un artículo sobre Dios, le manda madre. Era por Navidad, y por eso (y porque me costó un disgusto) lo traigo ahora a colación. El disgusto no fue como pudierais suponer con los hombres de blanco, qué va. De aquel escrito, los hombres de blanco quizá ni se enteraron, por qué iban a enterarse. Pasarían por el mural, lo mirarían por encima del hombro, enarcarían las cejas y se preguntarían para sus adentros qué interés podría ofrecerles lo que escribiera un muchacho de catorce sobre una materia de la que no tenía ni idea, y en la que ellos eran especialistas. En otras, a lo mejor no tanto, pero en lo tocante a Dios, los hombres de blanco lo sabían todo, lo habían leído todo. El de catorce había tenido la osadía de escribir de Dios en medio de un collegium de teólogos. Algo así como ir a vender hierro a Bilbao, carbón a Mieres, anchoas a Santoña, peras al olmo. Petulante.

Pero sí leyó mi artículo sobre Dios un compañero, al menos uno. Y no le gustó nada. Él fue el del disgusto, de él aprendí para lo sucesivo y no se me ha olvidado, que determinadas materias, mejor no tocarlas jamás, para qué. El muchacho vino hacia mí con los ojos brillantes de ira y los puños crispados en los bolsillos. “Cómo se te ocurren semejantes payasadas. Cómo te atreves. Tú eres tonto o qué”, me dijo. Creo recordar que la palabra gilipollas no era de uso común en los años sesenta, como tampoco lo eran el whisky, el cubalibre, o las cariñosas expresiones de tierna afectividad que ahora se prodigan tanto en este blog. Pero el sentido que el compañero quería darle al adjetivo tonto, estaba claro. Era gilipollas precisamente. “Te la has cargado, ya verás”, terminó escandalizado.

Tengo un dibujo borroso de aquella escena, posiblemente la única elevada de tono que viví en León, donde casi siempre me sentí querido y respetado. El muchacho era mayor que yo, uno o de dos cursos mayor. Era más alto y más atlético. No recuerdo su nombre, ni su pueblo, pero me parece que uno de los apellidos terminaba en ón y venía de algún lugar de esta larga cordillera entre León y Asturias, tampoco sé de cuál de las dos vertientes. No me acuerdo de otros detalles, excepto uno: el chaval tenía la nariz larga y estaba pálido de rabia. Me gustaría mucho, si tengo la suerte de que me lea ahora, saludarle, mandarle un abrazo de cuarenta y pico años, dedicarle este globo, y preguntarle cómo le ha tratado la vida en tanto tiempo. Espero que bien.

Mi artículo sobre Dios - recuerdo- tenía pocas líneas y muchos puntos suspensivos. Entonces escribíamos así. Con prodigalidad de suspensivos, como queriendo dar a entender a nuestros lectores que si nos callábamos la mitad o más de las cosas, era porque ellos, los lectores, ya las suplían con su complicidad. Para qué se las íbamos a explicitar más. Los lectores no eran cortos, estábamos en idéntica pomada y allí funcionaba la elipsis. Casi todo lo que se podía decir, ya estaba dicho, nuestras frases sólo tenían que indicar la entrada para que el posible lector supliera lo que faltaba. Pongo un ejemplo. Si yo escribo “padre nuestro que estás en los cielos“, ¿que falta hace reproducir hasta el amén? Tres puntos suspensivos (no cuatro o cinco como ponen algunos) contienen el texto completo. No hace falta que gaste papel para escribirlo entero.
Por eso los sobreentendidos. Por eso los suspensivos. Yo dejé de ponerlos cuando me decidí a escribir por mi cuenta: O lo decías tú, o la cosa se quedaba sin decir. Y si alguien más lo decía o ya lo habían dicho, mejor leerlo que rescribirlo. Antes muerta que sencilla, quiero decir.

Pero entonces, no. Entonces había empalagosos libros espirituales encima de los bancos de la capilla que tenían más puntos suspensivos que ideas. En vez de poner una interrogación , ponían cuatro a cada lado. Las frases admirativas, siete palitos por delante y otros siete por detrás. Más que para admirarse aquello era para asombrarse o para partirse de risa. No me gustaban nada aquellos libros espirituales, sonaban a falso. Eso sí, me encantaban otros, como uno que nos leían en el comedor por las mañanas que tenía un título rotundo: “En el país de los eternos hielos. Alaska boreal. Por Segundo Llorente. Misionero de Alaska”. Aún me resuena en los oídos el ritmo, la sonoridad de esas frases, el frío que producían. Parece que las escucho todavía en una imaginada escala musical del recuerdo. Tantas voces diciéndolas como lectores se turnaban al micrófono. (Yo estaba exento por la egue). Pero, cuando a otro libro del comedor que me pareció espléndido, “Las Cartas de Nicodemo”, sucedió otro insoportable y zafio de un escritor jesuita que quería parecérsele pero que escribía sin sorpresa, sin estilo, sin ingenio, le di al padre Pedro tantos argumentos que me hizo caso y mandó suspender aquella lectura, aquella tortura. Qué agradecido le quedé.

Mi artículo sobre Dios no era teológico, sino sincero. Venía a decir que no necesitábamos aquellas Navidades –yo por lo menos no lo necesitaba – un Dios Padre Todopoderoso, sino un Dios - Madre Todocariñosa, todo comprensión, todo ternura, todo amor. Todo cuidado y amparo, todo acogimiento, esperanza y ayuda. Todo como la madre lejana que, tan temprano, habíamos dejado en el pueblo nevado, sólo que con más poderes que ella. Esos desgarros del desarraigo eran los que venía a decir yo en el artículo sobre Dios. Será por padres aquí, será por autoridad, había deducido el de catorce. Docenas de padres tenemos, y encima de todos un Dios Padre Todopoderoso que ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos.

Hacía falta un Dios Mujer, un Dios Madre. (Claro que todavía no había oído uno ni hablar de Spinoza y uno todavía atribuía a Dios sentimientos, pensamientos, deseos y actuaciones como de hombre, qué infantilismo).

Ya sé que la Virgen del Camino era Madre. Pero se la veía demasiado ensimismada en su propio dolor como para andar cargándola con otros. Tu problema, comparado con el suyo, era una insignificancia. No ibas tú a tener la desconsideración de sobrecargar a aquella pobre mujer con tus tonterías, cuando la veías tan agobiada, cuando desde el centro del retablo y desde las partituras de Tomás Luis de Vitoria nos repetía: ¿Habéis visto por ahí a alguien que sufra tanto como sufro yo? Si est dolor similis? Hubiera sido de poco hombres echarle más penas encima a aquella mujer, a aquella dolorosa. Si est dolor sicut dolor meus? Sí. Lo he visto una sola vez. Una madre tenía el cadáver de su hijo en brazos y se lo habían asesinado (lo hizo la eta). Y, desde luego, no seré yo quien vaya a molestar a nadie en un trance así.

No conservo el artículo de Dios, por supuesto. Tampoco me había vuelto a acordar de él hasta que una vez que venia conduciendo por la provincia de Valladolid, ya cerca de Dueñas, oí en la radio que había muerto el Papa, aquel breve Pontífice del que se comentó que había sido asesinado pocas semanas después de su elección. Decían en la radio que en uno de los pocos discursos que tuvo tiempo de pronunciar se había atrevido a referirse a Dios como una Madre, en vez de cómo un Padre todopoderoso. No sé si será cierto, pero yo me dije: Anda, pues si te pilla aquel compañero mío, uno o dos cursos mayor, te acuerdas. Y después enlacé: Qué bien nos hubiera venido antiguamente a todos, incluido el chaval del apellido terminado en on, que hubieran feminizado un poco el sermonario. Antiguamente, cuando éramos niños y jugábamos con otros niños, allá en la terrible estepa castellana, o mejor dicho, leonesa. Solo terrible en la rudeza del invierno. El resto, encantadora.


Mariano Estrada -

Queridos amigos:

Como las buenas palabras van a ser abundantes entre nosotros durante estos días -lo mismo que lo han sido hasta ahora-, y yo ya me he extendido en laureles y en deseos de felicidad, voy a poner a las gozosas copas de cava (o de whisky) unos reflexivos trozos de hielo que, aunque sean conocidos, no nos conviene olvidar. Ya hace tiempo que fueron escritos y publicados, pero… ¿a que parece que están recién sacados del horno?

Un abrazo

NAVIDADES EN BLANCO Y NEGRO


No hay duda de que la sociedad occidental, que es punta de lanza de las sociedades actualmente existentes, tiene una esencia puramente mercantilista. No es extraño, por consiguiente, que la mayoría de las actividades que propicia tengan un fundamento comercial. Y si no lo tienen todas es porque los detractores del sistema, o dentro del sistema los opositores al gobierno: los partidos políticos, los sindicatos, las asociaciones ciudadanas etc., han conseguido introducir determinados elementos de corrección en los que el factor humano se ha antepuesto a cualquier otro tipo de beneficio. De este modo, con sus fallas y lagunas, se ha logrado garantizar la enseñanza, la sanidad, la jubilación, así como dulcificar los efectos más duros del desempleo.

Lo que resulta más chocante, aunque sólo en cierto sentido, es que teniendo la sociedad occidental un origen judeo-cristiano, y siendo Jesucristo un símbolo de humildad y de pobreza, se le haya ido tanto la mano en la conmemoración de su nacimiento. La Navidad, que además de celebración es el símbolo por excelencia de la familia y la familia, a su vez, es la base de la estructura de la sociedad occidental, la Navidad, digo, antes que otra cosa es actualmente un desorbitado acto de mercantilismo. Un impresionante tintineo de monedas, una avalancha incesante de sensiblerías repentinas y deseos de felicidad con parafernalia y regalo, una proliferación de centros comerciales en los que unos atronadores villancicos -perdida su función original-, han terminado por ganar la condición de barahúnda y esperpento. Bajo esa lágrima de fácil alegría, de emociones prontas y confraternizaciones con plazo de caducidad, hay un mercadeo puro y desaforado. El famoso "Dios es amor" del ideario protestante se podía trocar fácilmente en el "Jesucristo es negocio", de los grandes mercaderes modernos y también de los que vemos los toros desde la barrera y no protestamos en absoluto.

No dudo de las buenas voluntades. Sé que hay gentes de noble corazón para las que las Navidades son blancas como el ampo de la nieve. Dentro de la sociedad occidental, deben ser un reducto, sin embargo. Soy consciente también de que en otras sociedades, haya nieve o sol, las Navidades son negras. Negras de presente y de futuro, negras de enfermedad y de ilusiones, negras de libertad y de pobreza. Nosotros, los occidentales, somos unos niños mimados a los que se nos han amontonado los regalos. En realidad, somos un montón de juguetes entre los que se nos ha hecho difícil la satisfacción. E incluso la búsqueda. Buscamos con impaciencia, pero es un hecho frío e inútil. Tal vez un día, cuando hayamos enterrado el gusanillo de lo superfluo, recorramos las galerías abandonadas de nuestros propios almacenes, porque en el fondo sabemos que en algún lugar recóndito de la memoria aún está aquel juguete sencillo y maravilloso con el que soñábamos por la noche y a menudo nos trajo un día feliz: era un leño de hogar, era un beso de madre, era un puñado de caramelos amanecidos en las cuencas de ilusión de unos zapatos rotos.

Mariano Estrada www.mestrada.net Paisajes Literarios
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