AFERRÁNDONOS AL 2007
Queridos amigos; antes de concluir el 2007 que encerraba las fechas del gran sentimiento, inolvidable Octubre, nos hemos envuelto en abrazos Noches de Paz, Bailas, Cenántibus illis, Ro, ros...y todo lo que nuestros corazones rebosaban, aún más encendidos por la Navidad.
Y con Pedro de prior, y con José Ramón que nos hablaste de la textura de nuestros sentimientos, y nuestras "santas" que nos atienden y entienden como otro privilegio de los que nos ha tocado en el sorteo 2007.
Pedro, Chema, Froi, Marcelino (maestro), Trapi, Ministro, José Ramón, Fernandito, Quique, Santos, Martín, Justino, Josemari y Carlitos llevamos un trozo de cada uno de vosotros hasta el final del bendito 2007, que nos ha devuelto los unos a los otros, mientras cantamos con las mismas vibraciones que si fuéramos los seiscientos de la mano.
Y mi mandolina en la ventana....
13 comentarios
Vibot -
¡Ah, y me encantó ese fuego con el que dirigiste nuestra pequeña escolanía, tan cómplice de ti.
Te quiero mucho.
Chema Sarmiento -
De la misma manera, los que no pudisteis venir el día 29 sabed que la crónica de Santines vale tanto o más que la vivencia del momento mismo.
Y sabed también que estoy haciendo cálculos sobre cuántas veces tendré que repetir el hecho para que no quede sin venir a El Bierzo ningún ex-alumno del colegio, si le apetece hacerlo.
Chema Sarmiento
Vibot -
Y de ese viaje al Bierzo alto tan inolvidable, con su preludio del viejo León.
Salí el 28 de una Palencia congelada por la vieja carretera de mi infancia, y los nombre surgían volviéndome a mecer entre la niebla: Villada, donde se fabricaban caramelos, Grajal de cuyo imponente castillo se contaban temerosas leyendas de pasadizos y túneles subterráneos que llegaban hasta...Sahagún, y aquella carretera flanqueada de gigantescos chopos al pasar por Galleguillos, por la que venía mi abuelo a buscarme con la serré y aquel precioso caballo blanco -el "Gardón"- a la estación del tren.
Al llegar a León, Trapiello me tenía reservada su propia plaza de garaje y una sonrisa y un tono de voz de hermano de sangre.
Me invitó -juro que pagó él- a un cafetito frente a San Isidoro, y comenzó mostrándome la casa donde nació, a la que sólo separa de la basílica una callecita, y que no es nada menos que el palacio de Quintanilla, con su magnífica fachada blasonada y adornada de preciosos balcones y rejas. Al fondo del amplio zaguán hay un patio. Silencioso y con un pozo en forma de estrella. Un tejo y un enorme lilo bajo las ventanas donde aún vive su madre. Volveré en primavera para verlo florido. Y él me lo iba diciendo todo con ese tono suyo entre humilde y zumbón, ufano niño aún. ¡Qué maravilla!
Y al salir a la plaza, en lo alto de un evónimus de casi tres metro podado en esfera, un gato muy bonito, blanquinegro, disfrutaba del sol. Como una esfinge en miniatura. Y en el lado contrario otra esfera de evónimus y un imponente cedro. casi ocultando la columna corintia conmemorativa de la Legio Septima Gemina.
Esta tranquila e imponente Plazuela es de lo más bonito de León.
Me llevó luego hasta la Iglesia de Santa Marina y, como el cura es su párroco y Andrés conoce por aquí a todo el mundo, enseguida me permitió tocar el órgano que es un ejemplar de ibérico estupendo con teclado partido y octava corta, ideal para nuestro barroco español. La Corneta Magna sonaba preciosa y los Clarines en eco también.
No quise entretenerme mucho porque la niebla me había hecho llegar tarde y casi era la hora de comer.
Pero aún vimos el arco de la cárcel, con las evocaciones que me trae del otro Andrés que lo comenta y lamenta tanto, los cubos de la muralla, un precioso palacio y placita que hay en la calleja del flanco izquierdo de la catedral, todo el exterior del ábside, con su bosque de arbotantes y gárgolas y el palacio del obispo, a cuyo conserje, como a tantos otros por el trayecto, saludó Andrés por su nombre y en diminutivo.
Frente a la fachada de la catedral me mostró la casa y ventana en la que Félix Cañal cazaba los cuervos en "El Filandón".
Y por allí nos esperaban Josemari y su hijo Alberto, que nada más verme recordó que yo toqué el órgano y me dió un cariñoso abrazo, como su padre.
Ya en casa, la asturianina Merce -que pinta unos preciosos cuadros impresionistas, nos tenía preparadas unas lentejeas con chorizo -que yo le había pedido- para chuparse los dedos. Y pastel de cabracho, nada menos!
También estaban a la mesa los más preciosos ojos verdes vieneses de una escritora Anónima que escribe en nuestro blog desde hace poco y cuyo nombre no puedo desvelar. Urbano me dejaría de llamar un caballero.
Y un hermoso y simpático arquitecto, -¡más prudente y más majo!, que diría mi madre-.
La sobremesa, a la que vino El Furriel, con Isabel y Alberto, se alargó entre risas y billetes de 19 euros y fotos de reconciliación hasta casi las seis.
Sí, Estrada, no llegué a tus siete horas. Pero fue culpa de la niebla. No del encanto del Trapi. Continuará.
La última galantería consistió en que Andresito me guió con su coche hasta la plaza de toros para salir a Albares.
Paré en el Santuario casi al anochecer. ¿Podéis imaginaros la Gran Vidriera con la última luz? A esa hora nunca la vimos. Puedo deciros que es puro rescoldo, apagados destellos como brasas durmientes. Venenosas. Heladas. Hermosísimas.
Al parar el motor y salir del coche, en Albares, se escuchaba un silencio inmaculado, excelso. Y olía a humo de pueblo.
La dulce voz de Sarmiento casi cantaba bajo las estrellas.
La casa -de sus abuelos y en la que nació él- estaba llena de vida, risas y conversaciones: El Padre Pedro, más feliz abuelito que nunca. López de la Osa, casi con la misma juventud de 1970, Bañugues y Marcelino con guitarras y almireses, Gundisalvo el Ministro, mi encantador paisano de Palencia. Todos ellos con sus felices esposas. Isabel, la prima de Sarmiento, actriz del Filandón y feliz de cantar con nosotros. Y la tímida pero firme belleza de Fabrice.
Ensayamos Cenantibus illis y Recordad en el precioso abuhardillado presidido por el San Pelayín del Filandón. Bajamos a cenar junto a la lumbre y el rescoldo de roble . Y, en torno a la queimada, cuya llama azulada escanciaba Fabrice, cantamos todo aquel repertorio de cantos regionales y de casi olvidados villancicos que -de súbito- volvían íntegros a nuestra memoria y nuestros labios. Y todos tan felices celebrando la vida.
Y ese Preludio nº 1 de Heitor Villalobos, con el que Marcelino nos encandiló en la medianoche. Compraré el disco para escucharlo siempre en los muchos eneros de la vida.
Y Chema e Isabel cantando a dúo: "Somos del Bierzo bajo, ay, ay, ay...nos gusta el vino, jolín, nos gusta el vino, pío, pío, pío...cus, cus, cus..."
Se me cierran los ojos de sueño y de gusto al recordar aquel calor querido, amigos, otro día -cuando Gundi me mande las fotos de la Iglesia-
os contaré el día siguiente.
Besos y abrazos
Luis Teódulo -
Me perdonaréis, amigos,
desde algún tiempo
perdí el interés por leer
las noticias del diario,
que siempre llegan
como marea cruel y pestilente.
Frecuento ahora,
quizás penséis que estoy loco,
las lecturas de poetas,
hombres humildes y desconocidos
en el monumental circo de la fama.
Artífices locos de sueños imposibles,
juegan con palabras como si fueran niños
a la puerta de sus casas.
Vibot -
Tengo el defecto de no leer los periódicos. Lo poco que me gusta de ellos suele aparecer más tarde reunido en preciosos libros. Me gustaría mucho saber quién eres, si te puedo ver en las fotos antiguas del colegio. Tu saga, quién es ese primo tuyo que escribe en el país,etc.
Recibe un cristalino abrazo.
Luis Teódulo -
Contigo me pierdo un poco, porque a veces te veo desamparado por el torbellino de Madrid, buscando con el gps la casa de tu amigo Santos, esa alma cristalina que nos alumbra de vez en cuando con destellos de su luz las estancias de nuestra infancia, ya oscurecidas por el tiempo. O tomándote un café con el padrecito Pedro, otro que atesora silencios y quietud, con sabiduría ejemplar. Yo creo que te pierdes intencionadamente, porque con Bach en los oídos los ruidos y el tumulto de Madrid se serenan y no te importa demasiado desandar lo andado y preguntar a algún transeúnte por la puerta de Brandeburgo, cuando tú querías decir la puerta del Sol.
Y ese barrio tuyo de León debe de ser una maravilla, bueno León entero es una ciudad encantadora para perderse y olvidarse de las preocupaciones diarias: San Marcos, San Isidoro, La Catedral
Acuérdate un poco de Mariano, que no sé si habrás notado que la escritura estos días le sale un poco huidiza, los tembleques de un catarro que ha cogido y no le dejan parar tranquilo. Por correo urgente le podemos mandar un P. Picudo para que vaya haciendo gárgaras y se vaya entonando un poco, que el pobre necesita estos días un poco de calor y de cariño.
Yo también, Andrés, Chema, Santos, Pedro, José María . os deseo lo mejor
Andrés Martínez Trapiello -
¿Te das cuenta de la cantidad de personas que caben en la mente de los que aparecen en la foto? Pues, estaban allí también.
Besos
jose ignacio serrano mallada -
Teneis que hacernos un hueco, en el extremo al lado de Pedro, o en el otro extremo, da igual, ahí estamos aunque no salgamos.
Es como en aquellos tiempos y aquellas Navidades del Colegio, tan frías en el clima pero tan calientes en nuestro juvenil corazón.
Ay, aquellas benditas Navidades, aquellos benditos Padres, aquellos benditos hermanos.
Un fuerte abrazo y feliz 2008
Andrés Martínez Trapiello -
No te preocupen, Luis Teódulo, ni las sagas, ni los escritores. Ya sabes que he explicado a Javier del Vigo Palencia lo mío, la saga, y pienso que cree a pesar de su inteligencia-, que yo soy hijo de mi tío el cura.
Y, ¿solo escriben los escritores? ¿No es escritor el que escribe en la playa te quiero y lo borra el mar con sus olas?
No estuve en Colón, Luis Teódulo.
Recorría a esas horas, enganchando a la música, a los conciertos de Brandenburgo de Bach, mi viejo barrio. El antiguo barrio que enseñe a Mariano Estrada y a Vibot. Volví a caminar hasta la parroquia donde hay un órgano -el instrumento que tanto le gustó a Vibot- con trompetas y dulzainas; la parroquia en la que, en mi niñez, abarrotábamos en catequesis de domingo cientos de niños; la parroquia donde ya no existen los púlpitos. Ahora, quizás, se han convertido en plataformas y están en Colón, en Madrid; y vía satélite, en el Vaticano.
Y hoy, esta mañana, me he acordado de Dickens.
Un hombre mayor, con buena presencia, me decía a la puerta de casa, que si le podría dar algo de lo que me sobraba.
Después, los preparativos del día más bien de la noche- exigían hacer compras, dedicarse a la bolsa; gastar. Y me acordé del hombre mayor en la carnecería, en el super, entre coches y miles de gentes que -con prisas- corrían, empujaban para no llegar tarde...
Querido Luis Teódulo: Hoy, cuando den las uvas que yo habré comido ya como postre- te seguiré deseando, a ti y a todos, que seas feliz para que hagas dichosos a los que te rodean.
Y, seguro, volveré a acordarme del hombre mayor.
Andrés Martínez Trapiello -
Y yo con estos pelos.
Me voy a la cama, Luis Teódulo, que son horas de brujas y quiero domir tranquilo.
Investigaré.
Luis Teódulo -
Vengo de leer un sentido obituario de A, Trapiello en El Pais sobre Carnicer y otro artículo más voluminoso sobre los teocons en la Iglesia, de mi primico José Luis, a quien alguna vez cambié los pañales cuando todavía era niño. Ya ves, Andrés, que mi saga familiar de escritores es muy sencilla: José Luis, que escribe en El Pais hace ya muchos años y yo que escribo donde puedo y donde me dejan, que esto de escribir es un vicio como el tabaco, difícil de quitar.
Me extraña el escrito de Trapiello en El Pais, donde nunca le había visto publicar o es que no me he fijado suficiente y creía que andaba más bien por El Mundo. Alguna cosa buena tiene esto de hacerse viejo: que abres el periódico una mañana de domingo y ves gente conocida.
Pero ya me extraña a mí este largo silencio vuestro y no sé si estáis volviendo de algún viaje de la plaza de Colón. Ya os he confesado que tengo el vicio de leer el Pais los domingos y estos obispos de hoy me inspiran más bien poco.
Angelitos míos, que vuestros seres queridos os abriguen con bufandas para el año que se avecina que afuera deja su ventisca el invierno y está oscuro.
Mariano Estrada -
Sé de vuestras andanzas y correrías porque, os guste o no os guste, tengo un infiltrado que me las cuenta. En este caso, además, me he interesado especialmente porque, en otras circunstancias, yo hubiera estado también en esa foto. O tal vez no hubiera podido, quién sabe, porque tenía también sobre la mesa la invitación de ciertos compañeros de curso, muy gamberros ellos, que, ese mismo día, a las 12 de la noche, perseguían fantasmas en un convento de monjas de la Rioja. Yo puedo dar testimonio de que los fantasmas eran reales no por el hábito que llevaban, que no lo vi, sino por la voces y gritos que pude oír por teléfono: Protegedme, cielos, que esta sombra me coge por los faldones Atrás, Señor, váyase de aquí, no cometa usted felonía ni yerro Yerro te voy a dar yo, como te pille, mira Almas en pena, almas perseguidas por ancestrales patios de profanada clausura. Almas y almos de conocida identidad que las luces del amanecer encontraron desarrapados y rendidos.
Y yo sufriendo en casa los efectos de un vulgar constipado, sin poder concurrir a estos dos aquelarres que la diosa fortuna me ofrecía ¡Qué pena! Sí, qué pena, que teniendo cena y hambre haya habido también aparatoso impedimento.
Y ya que hablamos de pena, voy a dejar aquí una antigua composición que, aun siendo de tipo diferente, la contiene a raudales. Seguro que no os importa que se la dedique a Marcelino y a Carlos, de quienes espero volver a oír un día su música.
Un abrazo a todos y feliz Año Nuevo
¡QUÉ PENA!
Qué pena tengo en los campos
rendidos a la maleza.
Qué pena tengo en las hoces,
qué pena tengo en la siembra.
Y en los caminos truncados
¡qué pena!
Qué pena tengo en los surcos
borrosos de las roderas;
y en las sonatas del carro
y en el jaez de las yeguas.
Y en las veredas del río
¡qué pena!
Qué pena tengo en los ojos
de remirar tanta ausencia:
manales, zachos, traíllas,
bigornias, entalladeras...
Y en los olores del heno
¡qué pena!
Qué pena tengo más honda
en el hondón de la huerta:
tomates, habas, cebollas,
patatas, ajos, cerezas...
Qué pena y pena más grande.
¡Ay, ay, qué pena!
Del pozo que daba el agua,
del agua que era tan buena.
Y del caldero herrumbroso
que aún pende de la polea.
Mariano Estrada
Del libro Trozos de cazuela compartida
Luis Teódulo -
Refresca ya, y las mías
están solas; que se me queden frías.
Entonces qué rescoldo, qué alto leño,
cuánto humo subirá, como si el sueño,
toda la vida se prendiera. ¡Rama
que no dura, sarmiento que un instante
es un pajar y se consume, nunca,
nunca arderá bastante
la lumbre, aunque se haga con estrellas!
Este al menos es fuego
de cepa y me calienta todo el día.
Manos queridas, manos que ahora llego
casi a tocar, aquella, la más mía,
¡pensar que es pronto y el hogar crepita,
y está ya al rojo vivo,
y es fragua eterna, y funde, y resucita
aquel tizón, aquel del que recibo
todo el calor ahora,
el de la infancia! Igual que el aire en torno
de la llama también es llama, en torno
de aquellas ascuas humo fui. La hora
del refranero blanco, de la vieja
cuenta, del gran jornal siempre seguro.
¡Decidme que no es tarde! Afuera deja
su ventisca el invierno y está oscuro.
Hoy o ya nunca más. Lo sé. Creía
poder estar aún con vosotros, pero
vedme, frías las manos todavía
esta noche de enero
junto al hogar de siempre. Cuánto humo
sube. Cuánto calor habré perdido.
Dejadme ver en lo que se convierte,
olerlo al menos, ver dónde ha llegado
antes de que despierte,
antes de que el hogar esté apagado.
(Claudio Rodriguez)