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Antiguos alumnos dominicos VIRGEN DEL CAMINO - LEON

VA POR ELLAS

VA POR ELLAS

Precioso relato de Carlos Tejo. Un lujo, sí señor. Gracias amigo Carlos.

 Querido José Mari y familia,

Animado por el video NUESTRAS SANTAS y por el relato que sobre nuestro compañero Espinosa, foto incluida, nos regala el bueno y peleón de Alberto Gago, haciendo Luis Heredia de intermediario, y siendo hoy, en el momento que te escribo, el día dedicado a la infancia, me atreví con estos recuerdos un poco embarullados, como embarullada estaba nuestra cabeza en aquellos años, amasando felicidades y miedos, mezclándose gloria y pecado. Aprobecho lo del Pisuerga que pasa por Valladolid para enviarte una foto de  mi hermano José Ramón, en el papel de la Envidia, del Hospital de los Locos

Después de un paron demasiado prolongado, vuelvo al tajo, que en portugues quiere decir tejo.

Un abrazo cariñoso para ti, para todos los tuyos y para los que tu quieras y se dejen.

 

Carlos Tejo

LOS JUEGOS DE NUESTRAS SANTAS, DE CUANDO NIÑAS

 

Desde muy niños, en mi casa, los hermanos jugábamos a “hacer teatro”

Todo eran representaciones. Con guiñoles o a cara descubierta. Hasta decíamos misa, en latín, en una cabaña que habíamos construido en el bosque de eucaliptus de Bada.

Los niños y niñas de la zona de la playa escuchaban boquiabiertos los sermones terribles que, concretamente yo les soltaba, a imagen de aquel Padre que en las “Misiones” de Semana Santa de 1960, nos había atravesado con aquella frase: “Vosotros, pecadores riosellanos, que matasteis a mi Cristo…”

Más gustaban sobremanera las historias y versos que, escuchados a nuestra madre, sonaban a recuerdo perdurable y redivivo de cantares y romances que habían volado de pueblo en pueblo como mariposas al viento en boca de los trovadores.

 

El bosque fue nuestra tierra prometida. Estaba, porque ya fue engullido por el urbanismo más despreciable, pegado a un río que llamamos Malecón, tan pequeño que se convierte en ría  preñada de mar cuando sube la marea. Aún hoy me dejo pasear por sus orillas y disfruto viendo alguna pareja de lavanderas rasear el cristal del río. Recuerdo las pequeñas hogueras en el anochecer. Oigo crepitar las astillas y veo las llamas iluminar nuestros cuerpos de niño y nuestras sombras danzar por el suelo y por los troncos de los árboles.

 

Un mes de Septiembre, o ¿fue en Agosto? de 1962 desperté en La Virgen del Camino y

descubrí un mundo que ni había imaginado.

 

El teatro no se improvisaba. Aquellos compañeros mayores se convertían en actores como los de verdad. Como los de el TEATRO POPULAR ESPAÑOL, que se pasaba largas temporadas instalado en su carpa, junto al muelle, con función casi diaria y repertorio invariablemente clásico. Nuestra madre no se perdía una obra. ¡Cómo disfrutaba¡

 

Yo no sé por qué pero a mi me quedó grabado el Auto Sacramental “El Hospital de los Locos”. El Alma, la Locura, la Inspiración, el Deleite, la Razón, el Mundo, y sobre todo la Envidia, que interpretaba mi hermano José Ramón:

¡Ah, necio¡ Mucho me enfada

Ver tu atrevimiento loco,

Por su apariencia dorada.

Hablas mucho y  haces poco;

Prometes y no das nada

 

Los del coro cantábamos:

“Alma, por fin ha llegado

 hasta ti la Redención:

¡Que aún hay sangre en el Calvario

Y sobre todo está Dios¡

 

Y mientras esto ocurría, allá en mi pueblo, los niños seguían jugando a la peonza.

 

Las niñas, en la otra esquina del lugar, disfrutaban con juegos en los que la demostración de superioridad sobre los demás no era lo más importante.

 

Ellas disfrutaban jugando al Rayón o a la Tángana,  dibujando círculos o casillas en las calles o plazas a modo de circuito con calle única y descanso en doble. Juego que está a  punto de desaparecer por motivos derivados del orden y ornato públicos, que de forma sesudamente razonada prohíben tan magno desacato a la “excelencia turística” de nuestras localidades.

Cuando era lícito que las niñas y niños jugaran fuera de casa, con otros amigos, y no solo con el ordenador, en ese juego del rayón, las niñas lanzaban sobre el dibujado circuito una piedra plana al cuadro que se había designado.

-“A la tángana, piripitángana, tángana entera, pata cabrera, ojo de buey…¿qué pide usted?” Los saltos se daban a la pata coja menos en el cuadro doble. Se empujaba la piedra intentando acabar el circuito sin que la piedra saliera de los límites establecidos.

Siempre quise averiguar que significado tenían el número de las casillas o que representaba aquel itinerario. ¿Podía la piedra plana ser la representación de la niña en su paso por esta vida, a la que se la llevaba por un camino prefijado, cerrado?

 Lo más seguro es que solo fuera eso, un juego de niñas.

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Tanto mi padre como mi madre tenían buena predisposición musical. Mi madre había tocado algo el violín y mi padre presumía de tener buen oído y buena voz para lo popular.

Desde siempre, mis hermanos y yo habíamos cantado en las fiestas de familia. “Por que ha pintao tus ojeras, la flor de lirio real…” Cómo se nos daba de bien “La campanera”. Y en Navidad los villancicos y poemas por portales y  bares del barrio.

 

Eres ricu y poderosu,

Ricu, ricu de verda,

Que me lo dixo mio madre

Cuando díbamos a cenar.

Dixo que tou yera tuyu,

Qu´en toes partes estás,

En el cielo, en la tierra,

En tou el mundiu,

En el Santísimu Sacramentu del Altar.

 

Pero claro, en el lugar donde ahora estaba, el canto no era de chigre. Aquí, en mi nueva casa, toda la música era nueva. Aquí se juntaban cuatro, cantaban los cuatro de forma distinta y sonaba bien.  Cuando lo hacíamos sesenta o más, aquello te convertía en un ser inmaterial. El “yo” que cantaba no tenía cuerpo. Éramos casi Ángeles.

 

Mientras esto ocurría, los niños que había dejado en Ribadesella seguían jugando a las canicas.

 

Las niñas, en la otra esquina del lugar, se divertían con sus cosas sencillas.

 

Los alfileres era un juego femenino que solo lo vi en Ribadesella cuando yo era muy crío, y que volví a contemplar a finales de los sesenta en la vecina comunidad de Cantabria, concretamente en Panes.

El juego consistía en que una niña tirara al suelo uno o varios alfileres con cabeza en forma de bola de colores. La niña siguiente hacía lo mismo intentando montar sus alfileres sobre los de su amiga y de esa manera se ganaba el alfiler que había quedado tocado o debajo. Si esto no ocurría con la segunda concursante, lo intentaba la tercera. De esa manera, las niñas coleccionaban alfileres como los “guajes” canicas. La diferencia con nosotros es que ellas siempre fueron más legales y más leales en el juego.

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En mi casa, todos dibujábamos mejor que el resto de los niños y niñas de Ribadesella; pero en León, lo de aquel chaval, Javier Serrano, lo que salía de sus manos, aquello si era para tener envidia. Y me dediqué a copiar aquellos dibujos que aparecían en la revista Camino y a enviárselos a mi hermano LuisMi, el más dotado de todos nosotros. Descubrí lo que eran las vidrieras, los mosaicos, las esculturas de Subirach…Todo estaba allí, casi en el espacio de un pañuelo, obra y artistas. Y todo aquello era para mi, y me convertí en esponja.

 

Mientras esto acontecía, allá en Ribadesella, los que yo había dejado por el bosque de Bada se seguían divirtiendo saltando los unos sobre los otros, puestos en fila, diciendo “piqueo”…”repiqueo”…”requetepiqueo”…!zas¡ taconazo en el culo mientras pasábamos, me parece aún estar con ellos, por encima del infeliz de turno que le tocaba estar agachado.

– “Tan fuerte no vale, si seguís así yo no juego…”

-“Jolin…fue sin querer, agáchate otra vez, que todavía te toca”.

 

Y las niñas a lo suyo, a la estrella de sus juegos: la comba.

Una cuerda, dos niñas a los extremos, sujetando y volteando la misma y las demás a saltar, de una en una, de dos en dos…ahora cinco, o más. Canciones diversas acompañaban esta danza, cual si de una letanía se tratase. “El nombre de María, que cinco letras tiene…” o aquella otra: “En un castillo había tres colores, rojo blanco, anaranjado. Pisé el rojo, me quedé cojo. Pisé el blanco, me quedé manco. Pisé el anaranjado, me quedé escalabrado”.

 

Los críos de entonces, mirábamos ese juego por motivos diversos. En primer lugar, porque nos habría de verdad gustado saltar con ellas, demostrándoles nuestra resistencia y pericia en los saltos; en segundo lugar, porque nos extasiábamos mirando aquellas faldas que, al saltar acompasadamente, se subían dejando entrever unas rodillas, como “palos con nudo”, en una época en la que ni la Venus de Milo venía fotografiada en los libros escolares…por si acaso.

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Pero aquí estoy, en 1964, en la Virgen del Camino, enfrascado en latines y corcheas. Hoy vienen los de la Discoteca Popular Católica. Vamos a grabar por la noche, en el Santuario, el Aleluya y el Amén del Mesías de Haendel. Estamos tranquilos. Lo sabemos al dedillo. Uría y Torrellas están particularmente habladores y alegres. Todo saldrá bien.

 

En Ribadesella, a mis amigos, casi adolescentes, los músculos elásticos, apenas dibujados bajo la piel tostada y tersa del aún no lejano verano, les está cambiando la voz, y a ellas, las niñas de miembros flexibles, ágiles, de movimientos agitados, les empieza a gustar trajinar los potingues de mamá. Ellas y ellos, los cuerpos frescos, plenos, henchidos, apretados en capullo, ¿prestos a la llamada de la carne?

No, todavía no. Era el tiempo de los juegos mixtos. Estos juegos eran de tipo colectivo, en los que podían jugar tanto niñas como niños. Son los últimos coletazos infantiles de el pañuelo, tres marinos en el mar, el escondite. Recuerdo el dicho “Tres marinos en la mar” a lo que respondían las niñas y críos que se habían quedado para ir a buscarles: “Y otros tres en busca van”.

En el juego del escondite, el que salvaba a los que habían sido vistos y por lo tanto apresados, los libraba diciendo: “Alzo la malla por mi y por todos mis compañeros y por mi primero”.

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Al año siguiente una carta del Padre Cura llegó a mi casa. La misiva, escueta, decía que mi  hermano José Ramón, que muy bien, pero que a mi, en Navidad, me enviaban de vuelta a casa. Que las notas en Francés, en Latín y no se en que otra cosa no dejaban lugar a dudas de mis limitaciones.

 

Cuando regresé las niñas de mi edad eran mayores que todos los chicos de mi edad. Tan mayores que se habían juntado a los de los cursos superiores.

En aquellos años, nuestras santas de hoy, apenas si estaban empezando con el rayón o la comba.

 

Y yo, ¿que iba a hacer en un pueblo donde los críos no cantaban a cuatro voces?  Donde no había olimpiadas, ni teatro, ni radio ni torero…y me marché, solo, interno, a un seminario, en Francia, a superar mis limitaciones.

 

Carlos

 

8 comentarios

Froilán Cortés -

Delicioso relato de otros tiempos, Carlos.
Tierno, delicado, fiel. Seremos ya tan mayores? O es que, estaremos comenzando a crecer...
Un fuerte abrazo, amigo.

CARLOS TEJO -

Sois generosos en vuestros criterios hasta la exageración. Pero qué bien sienta sentirse querido. Tan alto, Lalo, y tan robusto que se me atribuyen 5 centímetross y más de 10 kilos de más. No importa, casi los cogí al leeros.
Soy yo bastante más parco cuando escribís vosotros. Os admiro, y debería dejar constancia de ello. Hoy lo hago.
Un abrazo.
Carlos

Luis Heredia -

Carlos, qué gozada. ¿Quieres creer que más que leerlo lo he vivido? Debe ser por mi nuevo estado, aunque me temo que no veré a mi nieta practicar mucho el cascallo, la comba, el pio-campo, el escondite, el azurriángamela.... pues todo esto parece que se ha acabado con el progreso. Y dale con el progreso. Me conformaría con verla coleccionar aunque fuera cromos. Espero que cuando me toque hora de parque no hayan quitado los columpios alegando razones de seguridad para los abuelos.

¡Cómo me prestó lo que escribiste¡

Antonio Argüeso -

Lo arriba dicho: auténtica gozada tu lectura, Carlos. Ah nostalgie, quand tu nous tiens ! Gracias por tan espléndido regalo en este, aquí, morriñoso día.

lalo -

Carlitos, el niño de 1,88 y ¿105 kilos? nos ha retratado de forma espléndida a todos, no digáis que no.
Por lo menos a los que jugábamos en calles sin asfaltar y teníamos árboles para engarriar, praderas para volar y ríos con pozas para mojar en los secanos el mes de cada verano aquel, tan corto siempre.
Gracias, Carlos Tejo.

Salud
Lalo

Isidro Cicero -

Me ha gustado mucho tu relato, Carlos. Muchos registros, muy bien contado, enhorabuena. Un abrazo. Isidro

Pedro Sánchez Menéndez -

Carlos: ¡Magnífico! He disfrutado mucho leyéndote. Y he recordado con nostalgia a José Ramón. Un abrazo sincero. Pedro

Loseiros (César Alvarez) -

Hermoso, ¡bestial!, hermano gemelo salvo en lo superar las limitaciones, que no tuve cuaderno de ruta.

Me siento tan identificado con tu relato-historia que, leyéndolo, me ayudas a liberar arrepentimientos permanentes que me acompañan desde que destapé algunos de mis pecados y carencias que, de forma inconscientemente destape hace algún tiempo. Gracias, Carlos

Un abrazo. César