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Antiguos alumnos dominicos VIRGEN DEL CAMINO - LEON

EL FRAILE QUE SE PARECÍA A BÚSTER KEATON y otros pecios de la memoria (y VI)

EL FRAILE QUE SE PARECÍA A BÚSTER KEATON y otros pecios de la memoria (y VI)

Esta sexta y última parte del relato de los pecios de la memoria de Marcelino ha sido con seguridad la que más me ha conmovido (el tímido de Marcelino me dice que teme que los amables lectores de este blog nos hayamos cansado de tanto pecio).

¡Cuántos reproches me hago ahora que ya soy sesentón por no haber sabido leer en los rostros infantiles de mis compañeros, os quiero tanto, sus sufrimientos, decepciones y desencantos de quienes os íbais sin explicación, expulsados sin compasión de aquel Colegio Apostólico del que, dice Marcelino, desconocía su significado, y que volvíais escondidos a examinaros, casi a mendigar un certificado escolar porque no érais aptos para la vida dominicana! ¡no teníais vocación!

¡Coño, ni yo!

Sentimiento de una memoria, aunque ya quebradiza, aún emocionada. Pero era un niño...

Para finalizar los pecios de Marcelino, yo también recuerdo al fraile delgado, cariñoso, santo, un fraile bueno, el Padre Uría... inolvidable Padre Uría, aquel organista bondadoso que se parecía a Búster Keaton, y las tres lecciones que Santos S.Santamarta aprendió eficazmente de él (Fernando, prometo esforzarme en la tercera):

  1. Se ha de ser honrado
  2. Los pillos se exponen a la vergüenza de ser pillados
  3. Es muy conveniente saber matemáticas

Amigo Marcelino, gracias por "volver" a compartir con nosotros la parte de tu vida que compartiste con nosotros.

el furriel.


 

El fraile que se parecía a Búster Keaton y otros pecios de la memoria (y VI) 

  • Crisis y abandono
  • Decepción
  • Piscina: desolación y ruinas
  • Regreso al Santuario

 

Crisis y abandono

De nuevo me dispongo a recorrer el pasillo: parece quebrarse, dilatarse y, por uno de esos caprichos de la fantasía, alargarse y alargarse, perderse en punto oscuro. Y ahora siento de nuevo frío. Frío y miedo. Miedo difuso que eriza la piel, que parece adentrarse y adentrarse, hasta el punto de apoderarse de tu interior: parálisis. El miedo puede paralizar, anonadar. Ese miedo que nos inculcan, que braman en sus sermones, en sus continuas reprimendas en la capilla, durante los ejercicios espirituales, en las confesiones. Esas confesiones que estás a punto de saltarte, de ya no confesar durante los últimos meses de tu estancia aquí, de algunos días ni siquiera comulgar, de quedarte en tu puesto en el banco; haciendo manifiesta ostentación de tu deseo de huir, de dejar aquel agobio… Y así durante tres o cuatro meses de 5º. Sensación de asfixia: eso recuerdas. El ahogo, el ya no poder ni respirar: ¿Qué hago aquí? Resuena aún la voz temblorosa del adolescente que se hace con insistencia la pregunta.  ¿Dios? Ya no le sirve el infantil, el de estampita ingenua. Ya duda. Ya entonces aquel cómodo dios dejó de interesarle, dejó su hueco a la consciencia asumida: la nada. Y la vida apenas un fragmento de luz entre oscuridad y oscuridad. Esa duda que poco después, alguna lectura mediante, se diluirá como azucarillo en el café.

De nuevo se instala en el recuerdo el miedo. Miedo y frío. Y su compañera la culpa adueñándose de tu ser, calando hasta los huesos. La pegajosa culpa extendiendo sus tentáculos y posando su liga viscosa en todo tu cuerpo. Miedo. Huele a miedo en los dilatados pasillos, en los flácidos pasillos que se alargan y alargan distorsionados, sinuosos, tal que un cuadro surrealista pintado por De Chirico, por Dalí…

Iba a regresar a mi pueblo que no estaba en una ladera sino en el valle, entre la pena y el abandono como triste compañía: qué será de mi vida, qué será, si sé mucho o no sé nada, se verá y será, será lo que será. Esa canción —o mejor: su contenido— resuena (o lo hace al menos ahora al rememorar aquellos sentimientos tan intensos) punzante en mi vértigo existencial, se acopla como guante a la incertidumbre de aquel adolescente perdido en sus dudas, ese muchacho que había de sufrir una dura adaptación. Una adaptación que pronto se traduciría en el lenguaje: en primer lugar, sustituir jobar —cómo se reían de mí cuando se me escapaba— por joder y masturbación por hacerse una paja; y echar un polvo y su significado; y las chicas, más que guapas o feas como hasta entonces, estaban buenas o no, y entonces eran un ferrote o un callu; y oía que tal muchacha o tal otra estaban sordas. Y es que no me enteraba de nada: a mí me parecía que oían perfectamente; el pazguato de mí ignoraba que la expresión significaba que se dejaban meter mano... No obstante, al recordarlo hoy, cuando el trayecto del camino me indica que el recorrido que queda atrás es mayor que el aún por andar, con nostalgia se cuela de rondón una vez más esa letra de nostalgia elegíaca: Qué tiempo tan feliz,  que nunca olvidaré y la canción alegre del ayer…

 

La foto del libro de escolaridad, de septiembre de 1967, cinco meses después de haber abandonado el colegio refleja  la imagen del Marcelino de entonces. 

 

 

Decepción

Dejo que la memoria fluya, que rescate esos momentos últimos: hacer precipitadamente la maleta, desprenderse de cuanto no cabía en ella, cedérselo gustoso a algún compañero. La noche, con alguna conversación acallada, puro murmullo de despedida, dio paso al alba. De nuevo agitación, despedidas discretas: una mezcla imprecisa de alegría y pena, de nostalgia difusa. Mientras la mañana comenzaba su fluir mecánico, Jesús Díaz Velasco y yo (unidos por lazos familiares y confidentes durante meses), descendíamos nerviosos, acarreando con nuestro modesto equipaje, en dirección a la parada de autobuses Fernández, próxima a la “Confitería Laiz”. Atrás quedaban casi cinco años, tantas vivencias, tantos sinsabores pero también tantas alegrías, y un bagaje inestimable del que sigo agradecido: cuanto allí habíamos convivido, cuanto allí habíamos aprendido.

El abandono había estado a punto de materializarse en las vacaciones de Navidad. Cierta resistencia familiar, la necesidad de acabar el curso motivaron que la decisión fuera aplazada. Pero el regreso se hizo penoso, los días inacabables: ¿qué hacía allí? Comencé entonces un pulso con el P. Cura quien estaba convencido —o al menos esa era su posición dialéctica— de que se trataba de una crisis pasajera, que había que resistir, que me entregara confiado a la protección de la Virgen, que la vocación era un don por el que había que luchar… Como quien oye llover.

Por fin, el 19 de marzo (día de visita por ser esa señalada festividad) acudió a mi llamada mi padre. Le conté el caso durante la comida, me escuchó y me dijo escuetamente:

—Viniste libremente, tú tomaste la iniciativa. Y del mismo modo puedes dejarlo.

No tengo constancia de que ese día mi padre hablara con el P. Cura ni con ningún otro fraile. O tal vez sí: nunca se lo pregunté ni nunca me contó nada. Lo cierto fue que, semanas después, ya mediado abril, coincidiendo con el final del segundo trimestre, el P. Cura nos llamó una tarde y nos dijo que podíamos hacer las maletas. Quiero recordar que hablamos de convalidaciones, de que por correo y pago de las tasas (1000 pesetas) se nos enviaría el certificado de estudios. Tengo la certeza de haber interpretado (pero la memoria puede no ser ecuánime, puede haberse ofuscado) en las conversaciones de los dos o tres últimos días que se nos enviaría con notas también de 6º: de ese modo se paliaría el perjuicio, no perderíamos curso.

Una vez en el mundo, lo cierto fue que, entretanto, mientras esperaba la llegada del certificado para convalidar estudios, nos permitieron asistir como oyentes a clases de 5º en el Instituto de El Entrego. Y así pasó mayo, expectantes. Un día de junio —de improviso, sin que antes se nos hubiera dicho nada al respecto— nos llegó por carta certificada la convocatoria para examinarnos de 5º, exámenes finales, sin más explicaciones. Un jarro de agua fría. Explicaciones o aclaraciones que nunca se nos dieron y que yo, atrapado por las circunstancias y en clara desventaja, nunca pude reclamar. Hasta hoy.

Fue una estancia breve, unas dos horas, aséptica y distante en el trato: Extraña sensación de estorbar, de apestado… Y recordé la insistencia con que durante meses el P. Cura había tratado de convencerme para que no abandonara, para que confiara en que fuese una crisis pasajera, que me encomendara a la Virgen, que me acogiera esperanzado a su ayuda… Y ahora, aquel adolescente que había aterrizado en espacio ajeno, era tratado con frialdad, con recelo incluso… Aquel adolescente sensible hubiera necesitado una palabra de ánimo, una pregunta interesándose por cómo le iba en la vida… Y se encontró con un profesor severo aunque justo, el P. Box, quien me examinó de Matemáticas y de Química: allí me veo —tras una noche en vela, un madrugón y la inquietud por el viaje, por la prueba, por el reencuentro— cohibido en aquella aula conocida, con la tiza en la mano temblorosa procurando responder con acierto a las fórmulas y problemas planteados. Quiero recordar que el examen fue un fracaso en Matemáticas y aceptable en Química (supongo también que la nota que luego figuró en mi expediente —5 y 7´5 respectivamente— tuvo en cuenta la media mantenida durante los dos primeros trimestres del curso —9 en Matemáticas y 8 en Ciencias Físicas, tal como figura en los boletines de notas que conservo), que apenas completé con acierto algunas fórmulas, alguno de los problemas. No guardo ningún otro recuerdo sobre aquel examen final al que hubimos de acudir si queríamos obtener el certificado de estudios. Supongo que fue rutinario, que salí airoso de las pruebas en las otras asignaturas. O al menos así lo registraron las notas recibidas un mes después.

Hasta el orden de los apellidos le cambiaron en el certificado

Y no digo yo que hubiera sido justo un paripé de examen: no, de ningún modo. Pero lo que sí hubiera esperado una vez concluida la prueba era una palabra afectuosa, un qué tal te va, dónde estudias, ¿estás bien ahora?* Al entonces director de la Escuela Mayor, al P. Cura —que lo había sido también de la Escuela Menor y que siempre se había mostrado paternal y afectuoso conmigo— ni recuerdo haberlo visto después del distante saludo de recibimiento. Nadie —excepto algún compañero con el que casualmente nos topamos— se interesó por nosotros, por cómo nos iba… Tampoco nadie, excepto de nuevo unos pocos compañeros que encontramos en el camino, se despidió de nosotros, tal vez Pepe al vernos cruzar el dintel nos hiciera un gesto de despedida a la entrada de la portería. Tal vez. Y solamente hacía dos meses que habíamos dejado el colegio, un día claro pero frío de abril…

Por delicadeza y respeto, por los cinco años de convivencia, hubiera esperado una charla privada, una explicación de por qué no había sido posible evitarnos el trámite del examen final (ya no digo la trampa de adelantar notas del curso siguiente** para subsanar la pérdida de un curso en la convalidación) convocarnos a examen final en plazo (en mayo, por ejemplo) y, de ese modo, hubiéramos podido convalidar cuarto y hacer el examen de reválida en junio, y no tener que esperar a septiembre: recibí el certificado de estudios el 26 de agosto, casi dos meses después de haberme examinado. He de contaros que sí que aprobé la reválida en septiembre, que repetí con éxito 5º (en la modalidad de Ciencias: 7, tanto en Matemáticas como en Química) como alumno libre; que en 6º (aunque mis notas del primer trimestre — 9 en Física y 7,5 en Matemáticas— eran muy buenas, en el mes de febrero me cambié a Letras: había decidido —presuntuoso pero convencido— ser profesor de Literatura)  y en PREU ya fui alumno oficial en el instituto de El Entrego.

Recuerdo que tanto Jesús como yo abandonamos el colegio con un suspiro de alivio, sí, pero también con un nudo en la garganta: me apetecía echarlo a gritos, pero me contuve, tragué mis lágrimas y se comenzó a fraguar —he de reconocerlo— un rencor sordo. Un punto de rencor —ya hace mucho superado— que hoy he rescatado como pecio de esta memoria sosegada. Un pecio de frustración que quizá hayan experimentado también otros compañeros en circunstancias similares. Tamizado hoy por el paso de tantos años ya, me queda la vaga sensación de que (mientras el tren descendía Pajares como una oruga sinuosa que se adaptaba al terreno, que entraba y salía de la luz a la sombra —pura metáfora sin duda—) acababa de salir de un túnel tenebroso de prohibiciones, premios y castigos, que ahora debía suplir esas referencias por otras, no sabía todavía cuáles ni cómo."

Porque, en efecto, en el mundo al que volvíamos, fuera de aquel recinto vallado, nos aguardaban otras pruebas de adaptación, un mundo al que habíamos sido ajenos durante cinco años nos iba a recibir con otros colores, otra música, otras normas territoriales y de comportamiento: en fin, un duro aprendizaje para la vida del exterior en que los de tu edad te sacaban cinco años de experiencia. No, nadie nos preguntó por cómo nos iba en la vida, en los estudios. Y bien que lo sentí en su día y bien que lo sigo lamentando hoy, casi 44 años después, cuando aún pervive algún rescoldo en interior de aquel tiempo de incertidumbre y búsqueda que nunca olvidaré.

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* Sí, ya sé, ya sé, claro que sí, cómo no reconocerlo: La llegada del P. Box al colegio trajo un aire nuevo no sólo al enfoque riguroso de las asignaturas de Ciencias, sino también a sus modos y maneras de enseñar. Pero yo recuerdo con especial agradecimiento las presentaciones tan ilustrativas de películas memorables. Y, en fin, lo que tiene de caprichosa la memoria es que me parece estar viéndolo en este momento: dando pasos a zancadas —acaso por timidez—  de lado a lado del escenario mientras hablaba sobre actores, sobre la trama o sobre algún aspecto técnico; me acuerdo muy en especial de la inolvidable tarde en que vimos  El hombre que mató a Liberty Valance, refiriéndose incluso a ese secundario gordinflón y panzudo con voz de pito que hacía de sheriff: ¿os acordáis, compañeros?, ¿ te acuerdas tú, Fernando Box?).

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**Existen versiones encontradas sobre concesión de certificados de estudio con un año adelantado antes de nuestro caso, antes de 1967. Por eso me gustaría cotejar lo que nos ocurrió a Jesús Díaz Velasco y a mí con otros compañeros que abandonaron el colegio antes de acabar el curso o una vez concluido este, tanto ese año como en años anteriores. ¿Es cierto que se daba un curso más para equilibrar y no repetir el ya cursado o forma parte de la leyenda colegial, un apócrifo dominicano?

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Piscina: desolación y ruinas

De regreso al santuario, en el centro de las dos partes simétricas, gemelas, que constituyen el colegio, está la piscina. Cierro los ojos y veo: cuánta alegría desbordada, qué escape para tanta energía acumulada, reprimida. Así recuerdo el balsámico efecto de nadar en la piscina, de los juegos y aguadillas entre risas y gritos, de las improvisadas carreras, de los desafíos. Decido detenerme un momento, echarle un vistazo. ¿Qué ocurre? ¿Por qué tanta expectación? ¿Es día de competición? ¿Estamos celebrando las olimpiadas? Ahora veo a quienes salen del agua, a quienes palmean en la espalda; a uno de ellos lo aplauden con entusiasmo: es, sin duda, el ganador de la prueba: ¿Arrúe, Andrés Cortés, Carlinos Bañugues? No creo engañarme con esos nombres, todos ellos muy buenos nadadores, a no ser que alguien me corrija.

Carlinos Bañugues sentado, Marcelino mira a la cámara a la puerta de la Recreación.

Interrumpo la ensoñación, abro los ojos; la delicada luz lunar me permite entrever un paisaje desolador: ruinas, abandono… Ahí estaba la piscina, el hueco de la piscina ahora cubierto de escombros; esa piscina nuestra que recientemente ha sabido glosar entrañablemente nuestro compañero Carlinos Bañugues. Ese espacio de agua y juego marcaba, llegado junio, la proximidad del final de curso, de las vacaciones anheladas: alegría desbordada, expectativas de respirar libres lejos de allí, de aquel encierro.

 

Y bajo los escombros —esa losa mortuoria, fruto del abandono y la desidia— tantas ilusiones, tantos días gozosos de sol y juegos, de competición… Y también de sacrificio, de castigo, de crueldad incluso: todos recordamos días en que tuvimos que zambullirnos en el agua a punto ya de congelarse, algunos recuerdan que con partes ya cubiertas por una fina capa de hielo… Se trataba, cómo no, de curtir nuestros cuerpos, de alejar de nosotros todo atisbo de molicie…

 

 

 Regreso al Santuario

 

 

El templo está en penumbra. Silencio acunado por el son monocorde de alguna creyente que, en actitud de pío recogimiento, continúa bisbiseando sus rezos. Sigo dudando sobre por qué o para qué he regresado. De pronto, sonaron de nuevo intensos, profundos, los acordes del órgano. Me giré, miré en el coro y allí no había nadie. No, no había nadie. Cerré los ojos y la memoria comenzó a escuchar, a rescatar del olvido pecios del pasado: allí se alojaban inolvidables, intactos, prestos a ser recuperados los acordes profundos, arrancados a las entrañas del órgano por aquel fraile que se parecía a Búster Keaton. Pero hoy no, en ese momento no había nadie tocando el órgano; no se trataba sin embargo de un nuevo maese Pérez. No obstante, sonaban sus acordes que apreciaba agradecido mi oído zapatilla; esa música sonaba en mi interior —y mi interior no es zapatilla—, esa música apasionada acompañaba mi recuerdo de aquel organista bondadoso que se parecía a Búster Keaton. Rememorando sus gestos, oyendo en interior el arrebato de su interpretación, siento calma, placidez. El frío es amortiguado por la calidez del recuerdo, por la tierna sonrisa triste de aquel fraile bueno.

 

El Padre Uría, aquel organista bondadoso que se parecía a Búster Keaton

 

 

 

Supe, al fin, por qué había vuelto. Cierro los ojos y veo. El espíritu se remansa ante la bondad y la belleza, esos pilares de la vida.

 

 

 

 

Marcelino Iglesias

12 comentarios

Antonio Argüeso -

Guardo lo arriba escrito para ocuparme cuando me jubile(n). ¿Tanto da de sí la jubilación, Pitu? Digo en tiempo, no te nos enrolles con lo que dé o deje de dar de sí monetariamente.

Julio, no te olvides de preguntarle sobre lo arriba escrito por/al Pitu este verano, para ir haciendo boca. Bueno, la verdad es que con el tiempo que a ti te queda para jubilar, igual lo llegas a entender antes.

JOSE MANUEL GARCÍA VALDES -

Antoñito, cómo se nota que en Valle de Valdarroyo no preocupan las cuestiones del SER sino las del TENER. Para TENER hay que ser sin embargo para SER no hace falta TENER. Lo tuyo se llama materialismo, lo nuestro, NADA, de ahí lo de nihilismo. Citas el Sean und Zeit donde aparece una interpretación sobre el hombre al que define como un ente que está abandonado al ser , es decir, como una esencia que decae en la nada; ahí tienes el cimiento del nihilismo óntico-fenomenológico y, hete aquí que, considera que la “temporalidad” es la estructura misma del ser. El mismo ser del ente que el hombre es, como comportamiento en acto, es decir, en cuanto inmerso en la temporalidad o ser-ahí, es la existencia. De lo cual se deduce, cosa difícil para ti, que el SER ES y la NADA TAMBIÉN ES. Presumirás de ser, pero también los que no somos NADA podemos presumir de lo mismo por lo antedicho que ya había dicho. Si eres hombre debes reflexionar sobre la siguiente idea: “el hombre se encuentra en la necesidad de darse a sí mismo una comprensión del mundo, cosa que le es accesible en tanto en cuanto su vida toma, respecto al transcurrir del tiempo, el carácter de un proyecto: el hombre se comprende en el mundo como ser en el mundo, en la medida en que se encuentra comprometido a realizar en él la posibilidad de su existencia. Esto es lo que nos ocupa a Pedrín y a mí y nos encontramos a más de camino entre el SER Y el DEJAR DE SER, fase en la que EL SER se funde con la NADA, es el momento en que el SER se funde con el ESTAR, dejando de estar el ser, y con ello se acabó la temporalidad del ser y comienza la trascendentalidad de la NADA: volaverunt, volavere. Estos temas forman parte de conversación diaria. Para el reencuentro en que no estarás con motivos, te hablaré del P. Ramírez, del P. Urdanoz y otros.
Marcelino, no pretendemos robarte el portillo, pero el SER está de moda.
Abrazos

Antonio Argüeso -

Penita pena al leer “última parte” porque nos has alegrado muchos ratos, Marcelino. Tampoco me quedan adjetivos: dulce nostalgia que al leerte nos atenaza.

Pero Pitu, lo de “ser” con “nada” es pura falacia. Recuerda (en tu caso aprende) que cuando el “místico de la nada” (léase Heidegger) escribió aquello de “Sein zum Tode” y/o “Sein zum Nichts” no sé quién lo tradujo por “ser para la muerte” y “ser para la nada”. Como eran tiempos de tele única (como para el pensamiento, vamos) , poco cine y mucho aburrimiento, alguien le dijo que a ver si aprendía a traducir porque no era “ser”, sino “estar”: “estar para la nada” y, sobre todo, “estar para la muerte”. Creo recordar que se enzarzaron en una (¿estéril?) polémica en el ABC similar a la del P. Ramírez contra Julián Marías por no sé qué quítame allá esas pajas referente al pensamiento de Ortega.

Si alguien pudiese echar mano de la primera disputa, me haría un favor si me decía dónde (re)leerla.

Como a Marce, como a Javivi, como a Iturriaga, como… tampoco quise, durante mucho tiempo, saber nada de “aquellos años”, pero el tiempo muda todo, hasta los sentimientos y mediante este blog, ahora leo con agrado recuerdos cercanos o lejanos de aquél lugar. Y sobre todo, sobre todo he podido reencontrar a compañeros y amigos de entonces.

Mi experiencia postparamera no fue mala, la verdad. En el 70 escribí al P Iparraguirre desde aquí para pedirle las notas; me las envió a vuelta de correo con una agradable misiva en la que me deseaba suerte. Constaté que la formación en lo académico no fue mala, pues conseguí sobrevivir en un entorno exageradamente exigente (terminamos 18% de los que empezamos); el principal problema provenía, a mi entender, de la estructura general: estructura cuartelaría, con un número insignificante de formadores que, a su vez, no tenían ninguna formación para ello; con esa visión tan terrible del ser humano que tan bien describes, Cirauqui; todo era pecado….

Pero aquí hemos tenido que llegar y aquí estamos.

Y hablando de todo: ¿qué pasa con el encuentro de este año? Que como me voy quedando sin disculpas, necesito tiempo para buscar una.

jose ignacio -


deja poso el vino viejo
en una copa muy fina,
mira, niño, que te dejo
sacarme suave esta espina.

Un fuerte abrazo,

Joaquín Urbano -

Marcelino:
He leído tus excelentes, diré mejor excepcionales comentarios , con sumo deleite pues de tu mano he recorrido, paso a paso, con abundantes coincidencias, los años que yo pase en el Colegio.
Querido compañero, gracias, muchas gracias y un fuerte abrazo.

Javier Cirauqui -

Como siempre tarde y largo. Escribo desde mi trabajo porque tengo jodido mi ordenador. Espero poder terminarlo, sino tengo que atender a mucha gente. No me resistía a poner mi granazo de arena.

Yo pensaba que ya habían terminado estos maravillosos pecios y me encuentro con "El fraile que se parecía a Búster Keaton y otros pecios de la memoria (y VI). ¡Que pena que se acaben!.
Estos pensamientos tuyos, estos recuerdos me han hecho removber mi disco duro de la memoria. Cuando tu hablas de tu crisis y abandono, yo recuerdo mi crisis y mi abandono, (perdóname, Marcelino, la osadía de comentarlas).
Desde las Navidasdes de 6º Curso, andaba ya que "vivo sin vivir en mí", desasosegado, inquieto, confuso. Me gustaba apartarme y cuando más me corroía la angustia, recitaba aquellos versos de Miguel Hernández:
"Umbrío por la pena, casi bruno,
porque la pena tizna cuando estalla,
donde yo no me hallo no se halla
otro maá apenado que ninguno...
Pena con pena desayuno,
pena es mi soledad y pena mi destino. (Y sigue...
Me refocilaba en ellos, con mi dolor y mi angustia como Rocinante y el burro de Sancho Panza en el Quijote, un poco masoca y complacido.
Recuerdo la angustia, la duda, la culpa envolviendo todo mi ser, el dolor y otra vez la culpa, corrolléndome, yo creo que en aquellos tiempos toda la culpas del pecado original estaba depositada y cargada sobre mis espaldas.
Me pareció desproporcionado y desmedido que el P. Sama me comparará con María Magdalena, pues mis pecados de alivio y evacuación no eran para tanto. Por aquellos tiempos yo me confesaba con el P. Ricardo, pero aquel día me cambié al P. Sama, por su fama de buen confesor.
Durante mi estancia, tanto en Villava como en la Virgen del Camino, me llamaba la atención la cantidad de formas y maneras de pecar que había: de pensamiento, palabra, obra u omisión, en solitario o en compañía, con una o varias personas a la vez, de un sexo o de otro sexo, con penetración, con frotamientos, toques,roces, sobes y rozamientos,...etc.
Así que por aquello de que más vale malo por conocido que bueno por conocer, volví a confesarme con el P. Ricardo y le comencé a decir como me sentía, con harta timidez,indecisión y vergüenza, y fuimos poco a poco, preparando la salida del Colegio. Negocié con él y quedamos que me iba a finales de Mayo y que me darían como terminado 6º Curso (no faltaba casi nada).
En ese tiempo, me llamo el P. Pedro, para tener una entrevista con él, en su despacho de director de la escuela mayor, situado en el pasillo que llevaba a las aulas, al fondo la purta de salida, a la izquierda el Teatro y a la derecha los comedores pasando por una galería, que anteriormente fue Santuario.
¿Para qué querría el P. Pedro hablar conmigo?. ¿Se habría enterado de mis intenciones?.
No, era simplemente pararealizar un trámite, para ingresar en el Noviciado y tomar el hábito, estampar una firma para el Obispo de la Diócesis. Temblando y sonrojado le dije que me marchaba a casa y que no iba a tomar el hábito. Me dijo querespetaba mi decisión y que se lo imaginaba, por mi comportamiento inquieto y desasosegado de los últimos días, pero que no se lo dijera al resto de mis compañeros. Me fui triste y angustiado después de la entrevista y así estuve un mes entero disimulando entre mis compañeros... Para que luego digan que la adoslescencia y juventud es bella y hermosa y que no se sufre: "Que tiempo tan feliz, que nunca olvidaré, es la canción alegre del ayer,por nuestra juventud tan llena de inquietud...
Revisando un cuaderno de poesías que escribí en aquella época, veo varios poemas que expresan la angustia de entonces. todos son angustiados y angustiosos, escojo uno al azar y lo transcribo conservando su versificación:

¿Quién me espera tras la montaña
de celajes revestida?
La imponderable angustia,
crepitando en los tibios rayos de sol.
¿Quién me espera, entre el oleaje del mar embravecido?
El vaivén de la vida
con su suerte fluctuante
y caprichosa.
¿Quién me espera?
La pregunta, la interrogación
y la duda."

Marcelino, tu hablas de falta de gestos de afecto y cariño, pero yo aparte del apoyo del P. Ricardo, tengo un recuerdo triste de estos días, creo que era igual para todos. Siempre me acordaré que la mi salida, coincidió con la de Arrúe (por cierto un gran nadador y uno de mis mejores amigos) Creo que él se fue el día 28 de Mayo y yo el día 30. Hubiera sido estupendo volver juntos, en el tren a casa, despues de más de 6 años juntos, por lo menos hasta Alsasua. Me pareció una gran crueldad, no nos habíamos dicho nada y viví su ausencia amargamente.
La noche anterior nos separaban del resto, y nos llevaban a dormir a la enfermería, junto a las celdas de los frailes. Antes me parecía un flagrante delito de invasión domiciliaria, cuando se ocupaban las camarillas de los compañeros que se habían ido. De allí a la estación para solos recorrer el trayecto de Pamplona a León, sólo, triste y compungido.
Con miedo, casi terror, salíamos al mundo desconocido, donde nos esperaba la tentación y el pecado, (por fin pecar en compañía).
¡Qué angustia quedarse en el banco, arrodillado y no engrosar las filas de los alumnos, por no haberte confesado. Miraba por el rabillo del ojo para ver quién iba o quién no iba. Qué alivio cuando alguno se quedaba en tu propio banco y meditando. Me sentía cercano y solidario, con todos los que no iban a comulgar, por aquello de que mal de muchos consuelo de tontos.

Una vez que llegué a Burlada, empecé a convalida mis estudios, así que me matriculé en el Instituto Ximenez de Rada de Pamplona, (qué acompañamiento de mi madre y qué ayuda tan grande).
Me convalidaron cuarto y Reválida de Cuarto (Bachiller Elemental) y Quinto Curso, y nada más llegado, tuve que presentarmer a los exámenes de sexto curso y reválida de sexto (Bachiller Superior). Estaba más perdido que un burro en una cacharrería. En Junio me suspendieron, por extenderme, en Literatura y alguna otra asignatura y no contestar a todas las preguntas. Al fina me aprobaron con notas decentes en Septiembre, y el Tribunal de la Universidad de Zaragoza, distrito al que pertenecía Pamplona, me recomendó estudiar Letras Clásicas, pues había sacado un sobresaliente en Latín y Griego. La profesora de Latín era "la Cerezo, que los alumnos llamaban "La Quereco, pues así pronunciaba ella la c en latín. Hice también "Preu". Las fotografías de mi expediente académico eran las mismas que me hice para el D.N.I, al cumplir 16 años.

Comencé a trabajar, puesto que los otros cuatro hermanos estaban estudiando, me matriculé por libre en Magisterio, ya que intent´entrar en la Universidad de Navarra, para hacer Filosofía y Letras, pero los delOpus no me cogieron, porque en aquellos tiempos elitistas-franquistas, el trabajo y los estudios, eran difíciles de compaginar.
Recuerdo aquellos años, en que el "Padrecito, Monseñor", subido sobre una tyarima en el "Campus", sermoneaba a su rebaño, mostrándoles el "Camino", con harto orgullo y melosas y graciosas ocurrencias, respondidas con guitarras y cantos edulcorados... Un sotanosauro sobre una tarima haciendo circo.
Yo quería ser profesor de Literatura, poeta escritor, artista, que se yo, pero me quede siempre alrededor de la Educación Social, emprecé pronto y ahí sigo en la barricada, en la avbanzadilla más que en la retaguardia y a un año de mi jubilación. Creo que esto, algo tendrá que ver con mi paso por los Colegios de Villava y León, y con los profesores, los unos y los otros, los más modernos y los más antiguos, y con mis compañeros que vivieron las mismas alegrías y las mismas tristezas que yo.
No renuncio a nada de lo que viví en los Colegios de Villava y la Virgen del Camino y lo recuerdo como agri-dulce oximorón en duerme-vela. Fueron los mejores momentos de mi infancia, adolescencia e incipiente juventud. Gracias Marcelino por traernos , al presente, estos recuerdos tan hermosos y entrañables.
Una vez transcurrido el tiempo, puedo afirmar, que mis deseos de pecar en compañía, unas veces se han cumplido y otras no, puesto que fuera o dentro, tímido y recatado hasta el final.
Recuerdos a mis amigos del pueblo, sentados en el banco de la Tía Evarista: Carmelín, César, Domingo... mirar a las chicas del pueblo, soltarles piropos y decirles lo buenas y macizas que estaban y otros inconfesables deseos, yo me ponía colorado como un tomate maduro.
El año de mi llegada, me mandaron a pasar unos días, a Funes, pueblo de Navarra de la Ribera profunda, que era el pueblo de mi abuelo y allí entendí que a las peras se le llamaban tetas, a los testículos cojones o "güevos, al sexo femenino coño, al fornicar joder, a las meretrices putas y al pene verga o chorra. Recuerdo que en el cine del pueblo, sobre las tres de la tarde, los amigos de mis primos gritaban en la obscuridad a sus amigas: "métele mano al forastero, (el forastero era yo) y a la salida del cine dimos un paseo por las orillas del río y las huertas, y los chicos se ponían "los malacatones" como tetas y chicas gritaban "cojón" con desenfado. Me costo mucho tiempo volver a Funes, vacas para comer, vacas para cenar, vacas para desayunar, se supone que vacas por la calle.
Sé que me he alargado impunemente, pero no quiero dejar pasar estos escritos, sin un recuerdo al P. Uria, motivo del título de estos pecios.
Hace ya, más de 20 años, en casa de unos amigos de San Sebastián, apareció Tomás Aragüés, con su mujer y un perro pequeño. Su mujer era compañera de uno de mis amigos en la Seguridad Social y Tomás estaba como profesor en el Conservatorio de San Sebastián. Hablamos de la Virgen del Camino, de las grabaciones de sus salmos, de la Escolanía, del P. Torrellas, Huarte, etc., pero de quien más se acordaba y con un tremendo cariño era del P. Uría, me dijo: ¡qué gran persona, qué enorme organista y sobre todo qué bondad!. Aragüés, también es un gran músico y mejor persona. Por él me enteré que se había muerto el P. Uría.
Más que alargarme me he "desperdigau". Discupad y un saludo para tí, Marcelino y para todos los demás.
Javier


josemari cortés aranaz -

Esto es lo que me escribe desde México Gracy Alonso, la sobrina del Padre Uría.

"Amigo mío, es muy cierto, la mente de Marcelino es delicadamente hermosa, tan sublimes como dolorosas sus memorias.

No puedo decir que lamento sus experiencias, que también son las tuyas, porque al final sé, que muchas de ellas los han hecho ser, los hombres tan maravillosos que son.

Abrazos y besos a todos, que espero algún día pueda en persona dárselos.

Que Dios bendiga a toda tu gran familia!"

Juan A. Iturriaga -

No es nada fácil participar y estar a la altura.

Marcelino, has contado la historia de mi vida.
Hay algunas matizaciones pero muy particulares.

La verdad es que yo, por una serie de circunstancias encadenadas, ya no podía ni ver a casi ninguno de los frailes. El P. Uría, que un año había sido compañero mío en aquellos repartos que se hacían en Navidad, había fallecido, y con los demás no llegué establecer una relación con un mínimo de empatía.
En ese momento ya no los aguantaba y me empezaba a sonar a tragicomedia todo aquel tinglado.
Terminé 5º curso en el colegio y, efectivamente, me convalidaron únicamente 4º. El curso siguiente estuve de oyente en 5º en el Instituto Alfonso II de Oviedo, y en junio tuve que examinarme de la reválida de 4º y 5º. Luego ya seguí oficial Sexto y Preu.

Esos tres años en Oviedo, para mí fueron excepcionales.
En primer lugar, en Oviedo, conocí “la santa libertad”.
Además, según mi parecer, en aquel Instituto coincidieron una serie de profesores y catedráticos muy buenos.
Nos daba literatura la Srta. Concepción Pérez Montero, con una suavidad y delicadeza que uno se sentía el tío más importante del universo. También estaban Paulino Vicente (El pintor), D. León Garzón, Dña. Carmen Fauste, D. Luis Méndez Gayol, el Sr. Rincón, etc., magníficos profesores. Tenía un compañero que había ganado el primer premio en el programa “Cesta y puntos” (con el colegio Auseva). Hacía el bachiller a la vez por ciencias y por letras, y sacaba 10 en todas las asignaturas.

También conocí, aunque fuera de casualidad, a Tito Bustillo, que venía al mismo Instituto. Teníamos un amigo común, aunque estaba en algún curso superior.

Íbamos a pasear a la Escandalera y ocasionalmente a manifestarnos en contra de la guerra del Vietnam.

¡Qué guapas eran las chavalas de Oviedo! Y lo siguen siendo.

Lo que sí hacíamos los sábados era mirar la cartelera y buscar alguna película que estuviera calificada como 4 (Subsidiariamente 3r). Si no había ninguna, no íbamos al cine.

Para acabar, he de reconocer que, en cuanto al colegio, hasta que no apareció en Blog, raramente volví a hablar de él. No me sentía muy orgulloso de haber estado allí.

Ahora lo veo con otra perspectiva. Estoy descubriendo a los compañeros de entonces, y esos sí que me interesan.
Me estoy dando cuenta a través de esta ventana indiscreta, que viví en la panamera, sin percaparme de ello, con personas excepcionales. Cada día me asombro de algo.
Saludos a todos.

JOSE MANUEL GARCÍA VALDES -

Marcelino, "me se" han acabado los adjetivos calificativos y el resto no sé cómo concordarlos con el sujeto, por eso, como eres profesor de lengua, aplícatelos tú mismo.Escríbes muy bien pero en estos últimos quince días apenas has mejorado y, bien sabes, que hay caminar sin tregua hacia laperfección, camino en el que me encuentro yo, pero muy al principio.
Como tú planteas preguntas también yo tendré el mismo derecho, ¿Cuánto llevabas sin confesar cuando te fuiste? Piensa que puedes tener una mancha que sólo borrarás si retomas la buena senda. Javivi y Pedrín, estoy seguro, deben muchas confesiones inconfesadas; yo, hasta el final.
Otra pregunta ¿Quién te falsificó las notas para que aparezca tanto 10? Pareces un Top Ten; ya apuntabas maneras.
Ya conté mi situación cuando en 5º , Joaquín y yo, quisimos tomar las de Villadiego; el P. Sama que leyó la carta, nos aumentó la vocación 5 años más, yo duré hasta 3º de Filosofía, a Joaquín le duró menos. ¿Significa que la vocación estira y encoge? o más bien estiraba y encogía el "acojone". Al final, en mi caso, creo que no me pintó mal, me especialicé, con Pedrín, en la NADA y ahí seguimos instalados, sin olvidar que el SER y la NADA son una misma cosa, SON. ¿Quién nos dice que un buen día no decidamos retomar esa vocación y retirarnos a que nos cuiden en el convento? ¿Sería eso vocació?
Pedrín, ya te notaba yo algo raro, claro eso de ser "Ladrón de altares" deja impronta, y para colmo (no, que es del Olmo)te juntaste con el renegado Marcelino. ¡Qué vida.
Javivi, no me extraña que los del encuentro de Uviedo estén mandándote cartes reclamando no sé que deuda; lo tuyo, según cuentas, ya viene de lejos; vete adelantando lo de Madrid o ¿eso va a ser gratis?
Marcelino, no pares, quiero decir, no ceses.
Abrazos

Pedro López LLorente -

Del comentario que hace Marcelino sobre "las continuas reprimendas en las capillas", me trae a la memoria un acontecimiento que nos pasó a los monaguillos del Santuario: Manso, Lobo, Julio, Rescalvo y yo. Por el otoño, en la época de las uvas, entre la misa de once y la de una, solíamos salir, alguna vez, a las viñas de cerca del Santuario a coger algún racimo de uvas. Un domingo por la noche, en la capilla, nos pusieron de pie a los cinco monaguillos y nos dieron una bronca tremenda, pero, sobre todo, lo que no se me olvida, es lo que nos llamaron por haber cogido unas uvas, nos dijeron que éramos unos "LADRONES DEL ALTAR". Nos influyó mucho esto y también, pero en broma, nos lo llamaban los compañeros. Nosotros lo único que cogíamos del altar y bebíamos era el vino que sobraba de las misas.

Javier del Vigo -

Has contado, Marcelino, casi con pelos y señales aquella sensación de estar fuera de tiesto al llegar a la conclusión de que aquel camino no era mi camino. Fue en sexto curso de aquel bachillerato del que cada vez sobrevivimos menos. El aislamiento interior (¿a quién ibas tú a contar que tú no eras "de ellos"?), el distanciamiento de confesiones y comuniones rutinarias, el peso del paso de los días...

Lo expresas muy bien: “Esas confesiones que estás a punto de saltarte, de ya no confesar durante los últimos meses de tu estancia aquí, de algunos días ni siquiera comulgar, de quedarte en tu puesto en el banco; haciendo manifiesta ostentación de tu deseo de huir, de dejar aquel agobio…” Como no podía ser menos, viniendo de un maestro de la pluma, ¡magistral!

Pero, además, haces una pregunta y no veo yo que los mirones anden rápidos en responderte; así que –transcurrido un tiempo prudente sin que nadie excepto José María haya entrado al trapo- te contaré mi caso: aguanté el tipo hasta junio, con las vacaciones; acabé sexto curso, año 67. Desde casa, mandé carta al Colegio -no me digas a quién, que no recuerdo-, explicando que me plantaba, que ya no volvía. Sin haberme despedido de ninguno de mis compañeros como dios manda, explicando mis razones con claridad; con el cariño que nos habíamos tenido y que ha vuelto a renacer pasados 40 años. Pedía mis notas para seguir otros caminos.

Era el verano que el resto de mi yeguada marchaba en septiembre a Caleruega, a “tomar el hábito”.

La respuesta, esta vez firmada por un tal Sánchez, (subalterno de “otras autoridades” y otras prácticas) fue que, mientras no pagara la deuda acumulada (unas quince mil pesetas de la época), no había notas. Menos mal que tenía yo una abuela -de la que otro día os contaré algo- que afrontó la factura con "resignación cristiana", porque mis padres tenían demasiado con alimentar y dar estudios a 4 hijos -tres y yo- en un Bilbao al que habíamos llegado a comienzos de los sesenta, en los años de las emigraciones masivas campo - ciudad.

Pagada la deuda por la abuela, recibí las notas, sexto curso incluido; pude, así, examinarme en septiembre por libre en el Instituto de Bilbao de sexto y reválida (¿Recordáis?: reválida de cuarto, reválida de 6º y preu).

El curso 67 -68, por motivos obvios, me dediqué a trabajar de “plumilla” en empresa de transportes, para cooperar con las cargas familiares.

Y fue en el curso 68-69 cuando pude ya matricularme de preu en el Instituto de Bilbao, comenzando la universidad el año 69.

Aquella última "faena" económica me dejó "dolorido" con lo que había significado nuestro pasado común durante muchos años, como puedes imaginar; la dirección del colegio miraba por sus alubias, pero la disyuntiva en la que me pusieron, recién salido de aquel mundo de "piedades, amor al prójimo y vocaciones para salvar almas" dejó bastante tocaba la mía "in aeternum".

Mira, Marcelino, sin embargo el blog y el re-encontrar gentes que pasaron los mismos calvarios y las mismas alegrías que yo, me ha hecho congraciarme con aquellos años míos y poner un paño pudoroso a algunas estridencias que soporté. Que soportamos, parece. Y contextualizarlo todo en aquel tiempo en el que la consagración en la misa de la fiesta mayor de tu pueblo se realizaba a toque de himno nacional.

Así que, como conté en otros momentos, no guardo ya rencores; y valoro los aspectos positivos que nos intentaron inculcar (¿era Manolón quien decía aquello de “si nos descuidamos, fórmannos ho”?) , que nos han permitido llegar al presente como hemos llegado.

Aún así, espero con interés esa carta que Jose María guarda; por ver si tiene rasgos similares a la que yo recibí y se había perdido, como tantos otros detalles de mi paso por La Paramera, antes de que el “guindilla” lanzara el blog.

José Mª Sierra Tascón -

Algún día de estos, Marcelino, narrador exquisito y preciso de recuerdos que, gracias a ti vuelven a mi memoria, algún día, digo, enviaré a nuestro egregio furriel la carta que recibí del P. Iparraguirre cuando me marché yo del colegio allá por el año 1966. Yo quizá tuve más suerte y sólo tuve que repetir sexto y hacer la reválida de entonces, claro está.
Y mirando hacia atrás, dejando aparte los momentos malos, que los hubo, nos quedan los buenos compañeros y algunos amigos y nos queda el recuerdo siempre agradable de aquel fraile que se parecía a Búster Keaton. Por él y por alguno más, por tus relatos y por alguno más, por Torrellas y por alguno más... Mereció la pena el paso por aquel colegio. Aunque no nos parezcamos a Búster Keaton...
Un abrazo fuerte. Y no dejes de ser nuestra memoria colectiva.