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Antiguos alumnos dominicos VIRGEN DEL CAMINO - LEON

MEMORIA Y REFLEXIÓN Pedro Sánchez Menéndez, o.p.

MEMORIA Y REFLEXIÓN  Pedro Sánchez Menéndez, o.p.

MEMORIA Y REFLEXIÓN

Pedro Sánchez Menéndez, o.p.

 

Rebasados ya los noventa y cinco años de mi vida, me gustaría dejar por escrito lo que ha sido mi trayectoria vital, según la recuerdo mirando hacia atrás y reflexionando sobre ella.

 

Infancia

Nací en Gijón (Asturias) en la Navidad de 1924. Pertenecí a una familia tradicional y religiosa. Éramos en total siete de familia, mis padres y cinco hermanos. Yo iba en cuarto lugar.

De mi infancia recuerdo principalmente a mi padre, fotógrafo de profesión, que, estando ya enfermo de asma, subía con gran dificultad las escaleras hasta llegar a la buhardilla donde vivíamos. Era muy penoso verle en esa situación. Cuando aún no había cumplido yo los 6 años, me quedé huérfano. Mi padre murió víctima de la enfermedad de asma que padecía. Tenía solamente 49 años. Aunque sin ser yo muy consciente de ello, esta orfandad debió marcar de alguna manera mi vida.

Poco a poco me fui dando cuenta de las dificultades económicas de la familia. Al quedar viuda con cinco hijos menores de edad, mi madre tuvo que redoblar su trabajo de peluquera, para poder salir adelante con toda la familia.

Fue D. Florentino Soria, padre de tres futuros dominicos (Carlos, Fernando y José Manuel), quien, para aliviar la situación de mi madre, me admitió gratuitamente en su “Academia Hispano-Americana”, en Gijón, con el fin de realizar los estudios propios de mi edad.

            Como ya dije anteriormente, cuando mi padre murió, mi madre se armó de valor y abrió una peluquería en la propia vivienda a donde nos trasladamos, dentro de mismo edificio. En esa peluquería trabajaron mi madre y mis dos hermanas mayores. Así tuvo que hacer frente mi madre a la situación que se creó, cuando se quedó viuda con cinco hijos menores de edad. Fueron años muy difíciles

La educación recibida en el hogar, así como los valores en los que fui educado, fueron los propios de una familia cristiana tradicional de aquel tiempo. Y, si no recuerdo mal, identificada con las derechas tradicionales del país. No recuerdo ningún maltrato por parte de mis padres. Creo que me educaron en el respeto y en el cariño. En la familia recibí también los valores religiosos de la Iglesia católica.

 

Contacto con la Orden

El contacto y la amistad con los hijos de D. Florentino Soria fueron los que, de alguna manera, determinaron mi ingreso en la Escuela Apostólica de los Dominicos, en Corias, para llegar a ser dominico como ellos. Recuerdo que al principio me resistí a las invitaciones de Carlos y de Fernando, pero al final, sin que pueda decir por qué, decidí marchar con los amigos al Convento de Corias, para comenzar la aventura de ser dominico.

En octubre del año 1938, aún sin terminar la guerra civil (en la que murió mi hermano Carlos), ingresábamos en el convento de Corias Carlos, Fernando y yo. Como ya teníamos algún curso hecho, Fernando y yo nos incorporamos a 2º curso, mientras que Carlos pasó a algún curso superior.

Los seminarios religiosos funcionaban de tal manera, que pienso que te marcaban necesariamente. No salíamos ya prácticamente nunca del seminario para compartir algún tiempo con la familia, ni siquiera en las vacaciones de verano. Como excepción, salimos un mes en el año 1941, para solucionar el problema del hambre de la posguerra, que se sufría también en el seminario. En el año 1942 pudimos disfrutar de nuevo durante un mes de la familia, pues a partir de aquellas vacaciones, marchábamos ya para Salamanca donde haríamos el noviciado.

Desde que entré en el noviciado, ya no volví a Gijón hasta el año 1950, en que recibí la ordenación de presbítero, y entonces viajé a Gijón para “cantar” mi primera misa en la parroquia de la Milagrosa, que era la que le correspondía a mi familia.

Esta configuración de la vida a tan corta edad me recuerda una recomendación que hacían entonces las Constituciones: “Que los que ingresan en la Escuela Apostólica no se consideren nacidos en la Orden, sino que han sido llamados a la misma.”

El aislamiento provoca, sin duda, una predeterminación hacia el estilo de vida que te toca vivir en situaciones como estas. En aquellos años, la moral y la práctica religiosa, impuestas como algo determinante para llegar a la perfección o a la salvación que se prometía, eran decisivas para hacer una elección que considero que no era ni mucho menos libre. Lo cual no quiere decir, sin embargo, que yo no fuese feliz y estuviese convencido de que aquello era lo mejor para mí.

Los estudios de filosofía, de teología, de exégesis, de moral que yo recibí fueron también los que tradicionalmente se estudiaban en aquellos años cuarenta y cincuenta, anteriores al Concilio Vaticano II. Y durante largos años me identifiqué totalmente con el modo de pensar y de vivir que existía en aquellos tiempos en la Iglesia y en la Orden. No tenía otra referencia. No se me hubiese ocurrido pensar de manera distinta de la que se enseñaba en el estudio de teología de Salamanca. 

Yo creo que ninguno de nosotros tenía duda de que las cosas eran tal y como nos las transmitían profesores preparados y serios, algunos de ellos con gran prestigio en aquellos momentos. Sólo años más tarde entendería una expresión que oí a Alberto Colunga un día al salir del comedor, donde se nos estaba leyendo la encíclica “Divino afflante Spiritu” de Pío XII, y que hablaba de cómo debían realizarse los estudios bíblicos. El comentario de Alberto Colunga, que era profesor de Exégesis, fue: “Hace cuarenta años que esperaba yo esta Encíclica”. Nuestra formación fue, pues, una formación fuertemente tradicional, que determinaría los primeros años de mi vida, y los primeros años de mi actuación como dominico.

A partir del Concilio Vaticano II, mi modo de entender y vivir el mensaje de Jesús, la misión de la Iglesia y el sentido de la existencia de una Orden religiosa, como la de los dominicos, ha ido evolucionando de forma muy profunda. 

 

Primer destino

Mi primer “destino”, una vez terminada la carrera en el año 1951, fue la Escuela Apostólica. Primero seis años en Corias y después nueve años en la Virgen del Camino, a donde fue trasladada la Escuela en el año 1957. Por tanto, fueron quince años dedicado a la formación de los que aspiraban a ser dominicos. Yo traté de inculcar a los alumnos la misma formación que había recibido, pero, en este caso, como profesor o como director.

Sobre los años vividos en la Escuela Apostólica, sobre todo los correspondientes a la Virgen del Camino, en los que fui director, reproduzco parte de una reflexión que yo hacía en la celebración del cincuentenario de la Fundación Virgen del Camino:

“En todos aquellos años se fomentaron en gran manera los temas culturales, con una gran convicción por parte de los que componían el grupo de formadores, los “hábitos blancos”, de los que alguno de vosotros habla en el Blog. Efectivamente, se fomentaron la música, el teatro, el cine, la lectura, la literatura, el dibujo, la pintura, la radio, además del estudio y de los deportes.

Todas estas expresiones de cultura se potenciaron a través de la Escolanía, la Rondalla, la representación de los Autos Sacramentales y otras obras teatrales, la Revista Camino, la Emisora, las sesiones frecuentes de cine, los concursos de música clásica, las exposiciones, los viajes culturales, etc.

Sin duda ninguna, todas estas manifestaciones culturales fueron posibles debido a la extraordinaria estructura del Colegio y el Santuario, obras de Francisco Coello y realizadas gracias a la generosidad de Don Pablo Díez.

En el encuentro que tuve con algunos de vosotros el día 7 de agosto, uno me decía: yo te definiría (no sé si le entendí bien) como “humanista”. No se me había ocurrido nunca esta definición, pero la agradezco sinceramente. Yo aplicaría esta definición a mis compañeros dominicos de aquellos tiempos que hicieron posible, efectivamente, un ambiente humanístico, a pesar de lo que significaba para vosotros estar encerrados en un seminario en años tan decisivos para la vida de cada uno.

En aquellos años, todo aquel grupo de frailes hicimos todo lo posible por fomentar este modelo de formación integral, y digo esto porque sé que muchos recordáis lo significativo que muchos de ellos resultaron para vosotros. Resulta conmovedora, al recordarla con el paso del tiempo, la respuesta extraordinaria que hubo por vuestra parte. Los alumnos fuisteis los que hicisteis posible esta aventura. Y es enormemente agradable que muchos os encontráis ahora aquí.

Por otra parte, yo os digo sinceramente que traté de educaros con cariño y afecto. Y lo hice, no porque fuera un educador excelente, sino precisamente por el cariño y el entusiasmo que todos pusimos en aquel empeño que nos parecía tan importante. 

Seguro que vosotros guardáis vivencias, no solo de todo lo relacionado con aquellas actividades culturales llevadas a cabo en el Colegio, sino también de otros muchos recuerdos del ambiente que se creó allí. También me habéis manifestado repetidamente, que me recordáis con cariño y con agradecimiento. Os quedo muy reconocido por ello.

Es bonito hacer memoria de muchos de estos momentos y vivencias, y este encuentro de todos los que fuimos actores de aquella “historia” es una oportunidad, siempre feliz, para vernos, y una forma de seguir renovando nuestra amistad, nuestro afecto y nuestra complicidad a través de los años.

Conste que todo esto lo digo justo porque siempre reconocí vuestra actitud abierta de jóvenes que emprendían una etapa de formación fundamental en su vida, y que fue la que supo subsanar nuestra escasa capacitación para la formación de jóvenes.” 

Con motivo de un trabajo muy concienzudo y elogioso de un antiguo alumno sobre la educación recibida en la Virgen del Camino, yo le contestaba: “Es verdad que tuvimos la suerte de que coincidieran situaciones y personas cualificadas que salvaron los vacíos que podíamos tener. Porque soy consciente de que no éramos enviados al colegio con la preparación necesaria para hacer frente a tal responsabilidad. De modo que cada uno hacía las cosas como mejor le parecía. Incluso los formadores adolecíamos de una falta de preparación psicológica para saber de qué manera había que tratar a pre-adolescentes y adolescentes. Más difícil todavía, si se trataba de “descubrir” una vocación de dominico. La “moral” quedaba principalmente a la decisión de los “confesores”, que dependían del modo de pensar existente en aquel momento. Es cierto, según puedo recordar, que yo trataba de conducirme siempre con un gran respeto hacia todos vosotros, aunque, con toda seguridad, no siempre lo conseguí. Pero reconozco que yo solamente intentaba llevar la dirección como a mí me parecía, siempre dentro de las normativas generales establecidas.”

Así pensaba entonces y así traté de plasmarlo en mi contestación a este amigo que me recordaba con gran afecto.

 

El Concilio Vaticano II

En los primeros años sesenta llegó el Concilio Vaticano II. Yo lo viví desde la lejanía. Solo muy poco a poco fui comprendiendo lo que el Concilio significaba para la necesaria transformación de la vida cristiana y también de la vida religiosa. Mis pasos hacia un cambio de mentalidad fueron, por desgracia, muy lentos. La conversión, el cambio nunca vienen repentinamente. Hay que ir asimilando progresiva y casi imperceptiblemente los cambios que se nos presentan como exigencia. Y no siempre son fácilmente aceptados por todos. No siempre tenemos valor para abordar la conversión.

Recuerdo que, por aquel entonces, un compañero dominico me habló de los temas relacionados con los problemas sociales, y de cómo deberíamos de afrontarlos desde nuestro ser de religiosos. Sin duda era el momento de comenzar a comprender que el cristianismo tiene una evidente dimensión social. Yo, sin duda resistiéndome, pensé para mis adentros que, efectivamente, eran cosas que había que tener en cuenta, que había que afrontar, pero que cada uno debería elegir un aspecto de lo que llamamos vida cristiana. Y yo prefería dedicarme a la pastoral, a la liturgia, a los sacramentos. ¡Qué iluso!

 

Maestro de novicios

En el año 1966, el Capítulo Provincial me nombra maestro de novicios. Cargo que ejercí durante cuatro años en el convento de Caleruega. Elegí la colaboración de José Luis Alcalde como sub-maestro. José Luis fue muy buen colaborador. Aportó mucho con su personalidad y con sus cualidades humanas y culturales en aquellos años de noviciado. Reconozco que fue un reto para mí y para José Luis. Pero, por otra parte, no teníamos dudas de que lo que teníamos que hacer era transmitir lo que habíamos recibido nosotros y lo que nos había mantenido como dominicos durante los años anteriores. Aunque con un talante de renovación.

Durante mucho tiempo mi modo de ver y de vivir la vida cristiana y religiosa fue la tradicional, la que vivía entonces la gran mayoría. Era una religión espiritualista, intimista, de falsa relación con Dios, de fidelidad a unas formas estereotipadas que, se suponía, nos acercaban a lo sagrado, a lo que se relacionaba con Dios.

Este modo de vivir apenas incidía en la vida de la gente, en la transformación de la sociedad. Eso era cosa de otros. No teníamos que meternos en política. Vivíamos aislados, al margen de la sociedad, y parecíamos felices. Nuestro empeño era que la gente viviese también esa vida cristiana lo mejor posible y así la preparábamos para el encuentro con Dios.

La Biblia, el estudio, la oración, la liturgia, las celebraciones eran consideradas en sí mismas, sin relación alguna con la realidad de la vida. La exégesis que se hacía sobre los evangelios, en aquellos tiempos, impedía otro modo de comprensión en lo que se refiere a la vida cristiana.

Los primeros cambios postconciliares se produjeron en la liturgia de la misa y del oficio divino. La utilización de la lengua vernácula fue muy importante para una mayor comprensión de las oraciones oficiales. Era lo más elemental y, hasta cierto punto, lo más sencillo. Y desde el noviciado (siendo ya maestro de novicios) contribuimos a la introducción de esa lenta transformación del Oficio Divino en el noviciado y en la Provincia.

En estos años de maestro de novicios introdujimos algo que nos pareció entonces importante. Ante el reto del compromiso de ingresar en una Orden Religiosa, nos pareció de gran interés que los novicios dispusieran de un estudio psicológico de su propia personalidad, hecho por profesionales capacitados para ello.

Lo tuvimos fácil. Jesús Gallego (dominico) trabajaba en el Gabinete de Psicología de la CONFER, formando parte del equipo con otro jesuita que ejercía de Director del mismo. No era un estudio de control por nuestra parte, pues los novicios se quedaban con el informe realizado por la CONFER. Pero creo que fue una experiencia muy positiva, que sirvió en gran medida para el propio conocimiento de su personalidad antes de afrontar el compromiso de la profesión religiosa.

Fue una novedad que, en aquel tiempo, llamó la atención de los que conocieron esta experiencia. Se preguntaban o nos preguntaban: ¿Es que ahora se va a estudiar la vocación religiosa a través de un examen psicológico…?

 

Un nuevo mundo y una nueva realidad

Terminé como maestro de novicios en el año 1970 y, por mandato obligatorio, mi nuevo destino fue América Latina. Decidí aceptar una invitación que me hizo el Provincial de México, Agustín Desobry, y a partir de enero de 1972, durante cinco años, mi nuevo destino fue México. En el convento de Agua Viva, a sesenta kilómetros del Distrito Federal, colaboré en los encuentros y ejercicios que se realizaban allí, principalmente los fines de semana. Mantengo todavía una buena amistad con algunas de las personas que conocí allí entonces.

Hubo otros cambios que fueron más difíciles de asumir. Fueron diversas las causas que influyeron en mí para que se realizase poco a poco ese cambio. Desde luego, y, en primer lugar, los estudios exegéticos que me abrieron los ojos a una realidad más cercana a lo que Dios quiere comunicarnos a través de su Palabra. Y, por supuesto, tantos pensadores, sobre todo teólogos, que me llevaron de la mano hacia una comprensión diferente del mensaje del evangelio.

Entre estos pensadores, sin duda alguna, los teólogos de la liberación que, en mí contacto con América Latina, me abrieron los ojos para comprender el problema social más sobresaliente, el que se refiere a las terribles desigualdades que existen en la humanidad. En mi interior siempre he tenido un agradecimiento inmenso, nunca suficientemente expresado, para tantos estudiosos que me facilitaron la posibilidad de cambiar.

Otro factor que influyó en mi cambio, fue el descubrimiento de la pobreza injusta que padece una gran parte de la población, y que entra por los ojos en América Latina. Una vez que vas entendiendo que el mensaje de Jesús es un mensaje de vida, de liberación de la pobreza y de todo lo que impide la felicidad de la gente, ¿cómo no se te va partir el corazón de dolor ante esas grandes poblaciones, sometidas a una vida indigna del ser humano? El descubrimiento de esta realidad causó en mí un fuerte impacto.

Descubriría poco a poco, a través del estudio y del contacto con una nueva realidad, a un Jesús con un mensaje que llega a fascinar y con el que me encuentro totalmente identificado. Esto cambia mi modo de entender el compromiso de la Iglesia y de la Orden de Predicadores con la sociedad en que vivimos. Desde entonces entiendo la “predicación” como el anuncio de un estilo de vida como el de Jesús, que nos compromete en la transformación del mundo. Actualmente llegas a la conclusión de que la espiritualidad, la teología y los valores que recibí en mi juventud, en gran parte ya no me sirven. Poco a poco voy descubriendo un modo nuevo de comprender y de asumir el mensaje de Jesús y, como consecuencia, la forma de la evangelización. Entonces comenzó a despertarse más profundamente mi conciencia.

Cuando una realidad tan dura te entra por los ojos, ya no puedes esquivarla y, como seguidor de Jesús, no tienes más remedio que plantearte la situación y dejarte interpelar por una realidad tan tremendamente antievangélica. Ya no puedes tomar decisiones vitales sin tener en cuenta este cuestionamiento.

Durante los años que pasé en México, comenzó a florecer la Teología de la Liberación. Hacia el año 1968, Gustavo Gutiérrez (que terminaría ingresando en la Orden como dominico) publicó un folleto titulado “Hacia una teología de la liberación”, que recuerdo haber leído en los primeros años setenta. En el año 1975, estando yo en México, publicaría un importante libro titulado, ya claramente, “La Teología de la Liberación”. A partir de estos años, esta forma de aproximación a la comprensión del Evangelio fue la que marcó de una manera definitiva mi vocación y mi vida.

 

De nuevo, maestro de novicios

En Agua Viva está el noviciado de la Provincia de México. Pues bien, allí me nombraron de nuevo maestro de novicios. Y, como preámbulo, me encargaron del pre-noviciado. Propuse que este pre-noviciado se realizara en una zona deprimida de la capital, para que los pre-novicios tuvieran un mejor conocimiento de la realidad, y este proyecto se aceptó. Esta fue mi primera decisión. Elegimos la zona de Texcoco, donde estaba trabajando Ángel Torrellas con otro dominico francés. Mi intención era que los que fuesen al noviciado, tuviesen en cuenta el panorama real de la vida de pobreza de la sociedad con la que deberían de enfrentarse, como seguidores de Jesús.

Mientras tanto, durante los meses que duró el pre-noviciado, intentamos planificar, en el Consejo de Formación, la ubicación idónea para un noviciado como el de la Provincia de México, que tendría que hacer frente al tremendo desafío de la pobreza que padecía una gran parte de la población. El Consejo de Formación, después de largas deliberaciones, acabó en tablas y, como consecuencia, el Provincial, Damian Byrne (que después llegó a ser Maestro de la Orden) decidió dejar las cosas como estaban. Y todavía hoy, después de tantos años, no hemos encontrado la fórmula para que, desde el comienzo de la vida religiosa, los que quieran formar parte de la Orden, sean conscientes, de una manera vital, que nuestra vocación nos debe de llevar a dar respuesta a este problema social y de vida, que debe de estar en el lugar central de nuestra preocupación y de nuestra vocación.

 

Imposible volver atrás. Nueva decisión

Entonces yo me vi en la necesidad de tomar mi propia decisión. Recuerdo que Ángel Torrellas me decía: “no puedes volverte atrás”. No encontraba sentido a ser maestro de novicios, encerrado en un convento lejano y ajeno a la realidad que estaba viviendo una parte significativa de la población mexicana. No me veía de maestro de novicios en un lugar bien acomodado y desde allí explicar a los novicios que Jesús quiere que estemos al lado de los más desfavorecidos, para sacarlos de esa situación. Y, como consecuencia, renuncié como maestro de novicios.

Después de unos meses de búsqueda en Centroamérica, me tomé un año sabático, que dediqué a estudiar la Teología de la Liberación y a profundizar en la Cristología y los Estudios Bíblicos en el Instituto Superior de Pastoral de Madrid. Este año de estudio fue en el curso 1977-1978. Fue para mí muy enriquecedor.

Durante el año de reciclaje, que cursé nada más llegar de América, conocí a Julio Lois, profesor de Cristología y de Teología de la Liberación en el Instituto Superior de Pastoral de Madrid. Este encuentro con Julio Lois fue también determinante en mi vida. Julio fue un auténtico seguidor de Jesús y un gran teólogo. Sus clases en el Instituto Superior de Pastoral resultaban extraordinarias y rebosaban de alumnos. Nuestra relación terminó, con el tiempo, en una profunda amistad, que fue profundizándose en el proyecto pastoral que, hasta su muerte, compartimos en la parroquia Santo Tomás de Villanueva, en Vallecas, y en el compromiso social desde la Asociación de Vecinos Los Pinos de San Agustín.

 

Una nueva comunidad dominicana en Vallecas

La pobreza no existe solo en América Latina. Al volver a España, yo tenía que tomar una decisión, si quería ser mínimamente coherente con la realidad que había ido descubriendo. Acertar es siempre difícil. Pero para mí era evidente que tenía que elegir un lugar entre la gente menos favorecida. Y no solo por estar presente en esa realidad, sino para orientar toda la actividad de mi vida en la dirección y las exigencias de lo que suponía esa forma de aproximación al Evangelio de Jesús que yo había descubierto en América: la teología de la liberación.

Durante el curso 1977-78, Jesús Espeja, José Luis Alcalde y yo mismo resucitamos la idea de formar una pequeña comunidad de la que habíamos hablado entre nosotros en años anteriores, durante la etapa de maestro de novicios en Caleruega. Al enterarse José Ramón López de la Osa de nuestro proyecto, se unió también a nosotros. Nuestra decisión era formar esa comunidad de dominicos, manteniendo una cercanía con la gente más necesitada, en la periferia de Madrid. Se trataba de poner en práctica los convencimientos que habíamos ido adquiriendo en los últimos años. En realidad, se trataba de ser consecuentes con la convicción, que se hacía evidente, de que había que tomar una opción por los pobres.

“La opción por los pobres” ha estado expuesta a muchas interpretaciones. Una de las primeras Conferencias Episcopales de América Latina asumió plenamente esta expresión como una consecuencia evangélica. Lo cual determinó un cambio profundo de presencias de presbíteros y religiosos en América Latina. En América Latina se constató que el ochenta por ciento de los “religiosos” se dedicaban al veinte por ciento de las clases más altas de la sociedad, y solamente el otro veinte por ciento de “religiosos” se dedicaba a los más pobres, que llegaban a ser un tanto por ciento muy elevado de esa sociedad. A partir de entonces se comenzaron a invertir las presencias.

Posteriormente, en otra de las reuniones de las Conferencias Episcopales de América Latina, (bajo el mandato de Juan Pablo II) el lema de la opción por los pobres sufrió una corrección, y se pasó a hablar de la “opción preferencial por los pobres”. En los Capítulos Generales de la Orden se ha hablado también de las “fronteras”, de las “periferias”. Pero, a pesar de utilizar estos términos u otros semejantes, la opción por los pobres quedaba manifiesta.

A través de los años, dio la impresión de que se intentaba rebajar, en la medida de lo posible, todo el mordiente que pudiera tener la opción por los pobres. Y hasta llegamos a preguntarnos: ¿por donde pasan hoy las fronteras? Pero, mientras tanto, la pobreza en el mundo sigue siendo una realidad sangrante y antievangélica que clama al cielo. Agradezco al Papa Francisco que, en alguna de sus alocuciones o escritos haya afirmado recientemente: “…sin ir realmente a las periferias, las buenas propuestas y proyectos… se quedan en el reino de la idea…” Y también: “No debemos conformarnos con una teología de despacho. Que el lugar de nuestras reflexiones sean las fronteras”.

No fue fácil afrontar el proyecto de una nueva comunidad de dominicos en la periferia de Madrid. Los Vicarios Diocesanos, algunos de los cuales visitamos, no entendían nuestro proyecto. Pero cuando el obispo Alberto Iniesta, Vicario de la Vicaría IV, y en cuya Vicaría ya colaboraba José Ramón, se enteró de nuestro proyecto, nos ayudó a concretarlo en Vallecas, dentro de su Vicaría, en Madrid.

Vallecas está formada por el Distrito de Puente de Vallecas y el de Villa de Vallecas, además de El Pozo y Entrevías. Una población aproximada de unos 250.000 habitantes. La casi totalidad de la población la compone gente trabajadora. Muchas familias emigraron a Vallecas desde otros lugares de España, sobre todo en las décadas de 1950-1960. Estas familias, al no tener acceso a vivienda, iban edificando casa a casa, trabajando durante la noche, para que no pudiera derribarlas la policía. Las edificaban en campos yermos de los alrededores de Vallecas. Eran edificadas sin cimientos y, por tanto, estaban llenas de humedades, que, a la larga, repercutieron en la salud de los habitantes. Por eso en muchas ocasiones, a estas “casas bajas”, las llamaban “chabolas”.

Pero tengo que añadir que los cambios producidos en Vallecas durante los años ochenta han sido extraordinarios, al menos, externamente. Se produjo una remodelación, en cuanto a las viviendas y equipamientos, que se considera la mayor que ha habido en Europa. Se edificaron miles de viviendas, equipamientos de todo tipo (centros de salud, colegios, institutos, parques, etc.), que dieron un vuelco a la realidad de Vallecas. Y todo ello en unas condiciones económicas muy favorables para la población. Es verdad que la gente seguía siendo la misma y con parecidas dificultades y carencias, pero con la posibilidad de educar a los hijos de un modo más eficiente, con Parques donde jugar y pasear.

La realidad vallecana había cambiado. A partir de ahí, y con la lucha de la gente, se procedió a continuación a conseguir la rehabilitación de otras muchas viviendas, que habían sido edificadas en los años cuarenta-sesenta. Una rehabilitación, aún inconclusa, y que ha incluido la colocación de ascensores, tan necesarios para la gente que vino al barrio de joven y hoy tienen dificultad para subir a un cuarto piso.

            A pesar de todo, todavía hoy la realidad social de Vallecas está siendo muy difícil. Existe una gran población mayor que necesita asistencia. Con motivo de las crisis, el paro se ha agudizado. Cáritas tiene que salir al paso de la gente que lo pasa peor con la ayuda de alimentos a través de las parroquias. La gente está preocupada con la educación y el futuro laboral de sus hijos. Hay hogares que se han quedado sin apenas ingresos para poder subsistir. Hay gente que se guarda su problema, a pesar de que lo está pasando muy mal, por la vergüenza que les produce tener que solicitar ayuda.

 

Aceptación del Provincial y comienzo de la comunidad

En aquel momento (año 1978) en que nosotros queríamos fundar nuestra comunidad, era Provincial Cándido Ániz, que aceptó nuestra propuesta, aunque sin mucha convicción por su parte. Fue muy respetuoso con nuestra decisión y se lo agradecemos sinceramente. Comenzamos nuestra presencia en Vallecas el 1 de agosto de 1978, alquilando provisionalmente una pequeña vivienda, a la que vinimos a vivir Jesús Espeja, José Luis Alcalde, José Ramón López de la Osa y yo. Intentamos una vida sencilla y dependiendo de nuestro trabajo.

A partir de entonces teníamos que afrontar nuestro proyecto. Elegir un lugar como Vallecas, suponía no tratar de ser una comunidad aislada, funcionando al margen de la vida que se desarrolla en la sociedad, sino viviendo la vida de la gente, empapándonos de sus problemas y tratando de arrimar el hombro para luchar juntos por la realidad de un mundo más justo y solidario.

Como consecuencia de esta elección, nuestra comunidad se concibió como una comunidad abierta. Lo cual implicaba, en primer lugar, estar abiertos en nuestro estudio, a todos los esfuerzos de reflexión que existían a nuestro alrededor en orden a la transformación de la realidad. Un estudio, además, que debía repercutir positivamente sobre la vida de la gente.

Implicaba también una forma de orar no encerrada en nosotros mismos, sino en contacto con la comunidad humana a la que pertenecemos y de acuerdo con sus inquietudes. Oración comprometida, que nos llevase a descubrir la responsabilidad compartida en la liberación de la gente. Todo ello nos llevaba a una vivencia profunda, como grupo o comunidad, de nuestra experiencia de Dios. Implicaba, también, la necesaria implicación en los problemas de la población con la que convivíamos. 

La comunidad fue encontrando su espacio y su identidad en ese estrecho contacto con la gente y sus problemas, participando en sus actividades, compartiendo sus preocupaciones y sus dificultades, viviendo sus alegrías y sus logros. Fuimos descubriendo nuestra forma de participar en un barrio que era muy activo y que traía una larga experiencia de lucha por los derechos y las necesidades de las personas. Con una idea precisa de lo que debía de ser el movimiento vecinal y su labor en un momento de cambios políticos, sociales, religiosos, estructurales, etc.

Creo que juntos aprendimos mucho todos de aquellas experiencias y, sobre todo, se crearon unos profundos lazos de respeto, solidaridad, cariño, y fe que se han materializado en una transformación de la calidad de vida a muchos niveles (cultural, sanitario, educativo, asociativo, habitacional, etc.) que no es sino el resultado de muchas horas de trabajo compartido, de preocupaciones mutuas, de catequesis compartida y de la celebración de la vida. De esta larga experiencia aprendimos una forma de ser dominicos en esa realidad, aprendimos a leer y vivir evangélicamente esa misma realidad y sentimos el cariño profundo y el respeto sincero de las personas.

Ser fieles al carisma de santo Domingo no significa que debamos permanecer siempre igual. Somos dominicos adaptándonos a las exigencias del momento actual, de modo que las nuevas formas requeridas, para dar respuesta a los retos presentes, van modificando nuestra identidad dominicana. Yo me siento dominico, pero mi identidad como tal ha ido evolucionando a través de los años, sin que por ello me sienta menos dominico que en tiempos anteriores. Es más, creo que sería infiel al carisma dominicano, si siguiera viviendo lo que viví con entusiasmo al celebrar mi primera misa en el año 1950.

La realidad que enfrentamos hoy tiene unas connotaciones que no podemos soslayar. Vivimos en un mundo profundamente injusto, con unas desigualdades brutales. No todos hacen los mismos análisis sobre las causas que provocan esta realidad, en parte porque depende de la situación desde donde hagan la reflexión. Pero lo que es evidente es que esta realidad está en contradicción con el mensaje del Evangelio. Esta injusticia clama al cielo, al Dios de Jesús, que quiere que todos seamos hermanos e iguales. Como simples cristianos no podemos ser indiferentes ante este hecho.

Todo cristiano debería estar dispuesto a colaborar para que esta realidad cambie. Reconocer a Dios como Padre y reconocernos todos como hermanos, viviendo con dignidad la vida, es la buena noticia que Jesús proclamó desde el inicio de su predicación. Creo que, como dominicos, debemos de entrar activamente en la realización de esta buena noticia del Evangelio.

 

La Parroquia Santo Tomás de Villanueva

Nuestra idea, al principio, no era hacernos cargo de una parroquia. Nuestro propósito era, más bien, que nuestra comunidad estuviese al servicio de las necesidades de la iglesia en Vallecas. Lo entendíamos como un servicio supra-parroquial. De las ofertas que nos planteó Alberto Iniesta para comenzar, prosperó la del “Cursillo de la Pareja”, que se empezaba a implantar en aquellos momentos y que ha durado hasta nuestros días, y en la que colaboró siempre con mucho acierto y aceptación José Luis Alcalde.

Poco a poco nos fuimos dando cuenta de que era difícil hacerse presente en un ámbito cualquiera, como podría ser Vallecas, si no entrabas a formar parte, de alguna manera, del marco institucional o parroquial. Pasados unos meses desde la apertura de la comunidad, Carlos Jiménez de Parga, arcipreste entonces del Arciprestazgo del Buen Pastor, me pidió que me hiciera cargo de la Parroquia Santo Tomás de Villanueva. Lo hablamos en comunidad y, en una primera instancia, decidimos no aceptar la petición que me hacían, pensando mantener nuestra decisión de comunidad. Pero no mucho tiempo después, nos lo solicitó de nuevo y entonces decidimos aceptarlo.

La decisión fue corroborada por el obispo Alberto Iniesta, y así es como me hice cargo de la Parroquia el 1 de enero de 1980, junto con Carlos Lanuza (un joven sacerdote diocesano) como coadjutor. Carlos Jiménez de Parga, que era párroco de Santa Irene, y que fue uno de los que más nos insistió para que yo aceptase, me ayudó a afrontar lo que suponía hacerse cargo de una parroquia en ese entorno y esa tarea nueva para mí. Parece que hubo alguna dificultad para mi nombramiento, por eso, el documento que redactó Alberto Iniesta, y que aún conservo, lo escribió en una cuartilla en la que decía sencillamente que me nombraba “cura ecónomo provisional” de Santo Tomás de Villanueva.

Santo Tomás de Villanueva es una de las Parroquias erigidas por el obispo Morcillo en el año 1965. En aquel año se crearon muchas en esta zona, pero en no pocas no existían siquiera locales donde poder funcionar. En nuestro caso, las celebraciones tenían lugar en el salón de un colegio prefabricado, que gestionaba el párroco anterior. Para ser autónomos, alquilamos un minúsculo local, donde trasladamos el despacho parroquial, y tener así también un espacio mínimo en el que poder celebrar algunas reuniones.

Los primeros tiempos fueron un poco difíciles. El colegio prefabricado desapareció con motivo de la remodelación del barrio y nos quedamos sin lugar donde poder celebrar. Pasados varios meses logramos un barracón proporcionado por el IVIMA que nos sirvió de local durante más de diez años. Frío en invierno y un horno en verano. Pensábamos que hasta que la gente del barrio no estuviera asentada definitivamente en sus nuevas casas, no se podía plantear la edificación de la iglesia y de los locales parroquiales. Esto llegó más tarde.

Por otra parte, tuvimos la ventaja de encontrarnos con una parroquia que no estaba excesivamente “sacramentalizada”, y pudimos insistir en el aspecto comunitario y social.

 

La presencia de Julio Lois

Julio Lois, cuya vivienda se encontraba en nuestra demarcación parroquial, se incorporó a la parroquia. Su presencia nos alegró mucho. Comenzaron también a colaborar en ella los demás componentes de nuestra comunidad dominicana.

La presencia de Julio Lois, que era profesor del Instituto Superior de Pastoral, fue muy importante tanto para la Parroquia como para el barrio. Cuando vino a Madrid, comenzó viviendo cerca del Instituto Superior de Pastoral, junto con Casiano Floristán y Carmelo García (dominico también en aquella época). Pronto se preguntaron qué hacían viviendo allí, y decidieron trasladarse al barrio de Palomeras, en Vallecas. También fue muy importante la implicación de Julio en la Asociación de Vecinos. Su aportación teológica, pastoral y personal fue muy significativa siempre para todos.

Insisto en que su presencia fue importantísima para la comunidad parroquial por la convivencia, siempre entrañable y fraterna de Julio Lois. Es mucho lo que la comunidad recibió de su presencia y de su visión teológica y evangélica de la vida. Su muerte fue una gran pérdida para la Parroquia en la que colaboramos juntos. Un cáncer nos lo arrebató después de larga enfermedad. 

 

Dominicos que nos acompañaron

Han sido siempre importantes para nosotros, los primeros componentes del grupo, todos aquellos que, a través de los años, pasaron por la comunidad dominicana: Jesús Gallego, Carlos Campo, Jesús Francisco Mayordomo, José Antonio Lobo, Manuel Sordo, Juan Antonio Alonso de Juan, Segundo Pizarro (fallecido repentinamente en el año 2016). Últimamente, el 4 de febrero de 2019, murió José Luis Alcalde, como consecuencia de un ictus que lo fue deteriorando lentamente. Actualmente la comunidad se compone solamente de dos miembros: José Antonio Lobo y Pedro Sánchez.

 

Nuestra presencia en la Parroquia. Comunidad cristiana

Lo que podríamos considerar como el inicio de una comunidad cristiana, comenzó como un grupo de matrimonios, de distintas edades, que se reunían para reflexionar y madurar su fe. Con el tiempo este grupo se dividió en tres, de los cuales en la actualidad permanecen dos. En estos grupos (o comunidad cristiana) estuvimos siempre integrados dominicos, dominicas, ursulinas, y un buen número de mujeres y hombres de la Parroquia. A través de estos grupos fuimos descubriendo juntos el verdadero sentido del seguimiento de Jesús, que no era principalmente la celebración de los sacramentos, sino descubrir que la religión de Jesús es la vida, una vida de acuerdo con el evangelio, que después celebramos en la eucaristía.

Julio Lois nos describía lo que debería caracterizar a una comunidad vinculada personalmente con Jesús. Estos rasgos serían importantes: Renuncia a los grandes ídolos del mundo, tales como el dinero o las riquezas, el poder, el dominio, el triunfo que se impone. Renuncia a la violencia. Solidaridad con los últimos.

 

Colaboración de Dominicas y Ursulinas

La Parroquia siempre trató de incluir a todo el que quisiera y pudiera participar en el trabajo de la misma. Cuando nosotros llegamos, llevaban ya muchos años en Vallecas las Dominicas Misioneras de la Sagrada Familia que, a partir de entonces comenzaron a participar en la Parroquia, tanto en la catequesis como en acción social. Entre ellas, Carmen Moreno, que desde 1980 se hizo cargo de la Acción Social.

Años más tarde se incorporan también las Dominicas de la Enseñanza de la Inmaculada Concepción, fundando una comunidad en el ámbito de la parroquia, y que han hecho una labor excelente en el barrio y fuera de los ámbitos del barrio.

Colaboran también las religiosas de una comunidad de Ursulinas que, hasta hace muy poco, vivieron en el ámbito de la Parroquia y que han sido claves tanto para la catequesis como para la acción social. Entre ellas destacaría a Emma y a Mary Paz.

Y sería importante añadir la multitud de relaciones que se han establecido a partir de la actividad de la Parroquia. Destacaría en primer lugar (a pesar de que vinieron algo más tarde) la Comunidad cristiana que en la actualidad de llaman “Quédate”, que tienen una presencia significativa y comprometida en la Comunidad Parroquial, y que con su juventud proporcionan una gran vitalidad en el ambiente de la parroquia.

Añadiría además el contacto con Comunidades de Base, Acción Verapaz, Amnistía Internacional, Cristianos por el Socialismo, Cristianos Socialistas.

 

La Acción Social de Cáritas Parroquial

De acuerdo con nuestro modo de pensar, hay algo que, desde el comienzo, cuidamos con mimo exquisito. Se trata de la atención social a quienes lo necesitan. Y por ese motivo se contrató desde el principio una “trabajadora social”, que atendiese este ámbito de un modo adecuado y profesional. A partir de 1980, primero Carmen Moreno y, más adelante, Enma Muñoz y Dulce Carrera hicieron un trabajo excelente y con una dedicación encomiable. Desde el año 2005, estando yo fuera ya de las directrices de la Parroquia, se contrata oficialmente a media jornada como Trabajadora Social a Ofelia Saunders. El hecho de formalizar el contrato con Ofelia para este trabajo, ha dado una seriedad a la atención de Cáritas Parroquial, con la ayuda de dos voluntarias del barrio.

 

La Asociación de Vecinos Los Pinos de San Agustín

Desde el comienzo de nuestra presencia en la Parroquia, la actividad ha estado orientada a la coordinación y cooperación con todos aquellos movimientos e instituciones que tuvieran un objetivo claro de mejora de las infraestructuras y dotaciones del barrio. Esto nos llevó a integrar nuestra actividad social con la Asociación de Vecinos “Los Pinos de San Agustín”, cuya influencia ha sido profundamente beneficiosa en la mejora y remodelación del barrio. Hemos mantenido unas relaciones importantes con la Asociación de Vecinos. Y ha sido interesante la participación de todos los que formamos la comunidad de dominicos, junto con Julio Lois.

Siempre tuve claro que no venía a Vallecas pretendiendo aportar cosas extraordinarias. Más bien me sumé a las iniciativas que procedían del barrio y de la Asociación Vecinal, a la que me incorporé de lleno, tratando de que hubiese unas relaciones fluidas entre Parroquia y Asociación. Julio Lois, fallecido hace un tiempo, y yo apoyamos y participamos en multitud de actividades y de luchas, que redundaban en el bien de la gente del barrio. Estas actividades son las que recuerdo como algo muy positivo.

Fundada la Asociación en 1977, las dominicas, los dominicos y Julio Lois, trabajamos activamente en ella desde 1981. A ello nos animó el comprobar la plataforma privilegiada que era entrar en un contacto directo con la problemática real de los vecinos, así como la posibilidad de manifestar lo que queríamos que fuera nuestra filosofía de presencia: colaborar con todos aquellos que tuvieran como objetivo fundamental mejorar las condiciones de acuerdo con las fases de remodelación del barrio que, impulsadas por todo el movimiento vecinal, culminaron con la dotación de nuevas viviendas, escuelas, guarderías infantiles, colegios, instituto, parques, así como la infraestructura del transporte y la actividad cultural popular.

Desde entonces y, a través de la Asociación de Vecinos los Pinos de San Agustín, hemos venido trabajando en algunos ámbitos sociales de gran importancia para el barrio, en particular, en la Junta Directiva de la Asociación y en la Escuela Popular de Personas Adultas. En la Junta Directiva hemos estado participando, principalmente, Julio Lois (hasta su muerte, en el año 2015) y yo mismo.

La Escuela de Adultos ha sido y es un lugar de encuentro con la gente, privilegiado. Cubre una función de formación de adultos y, como lugar de encuentro, ha sido muy beneficioso para la profundización de relaciones entre las personas que a ella asisten. En esta actividad educativa de la Asociación, hemos colaborado todos los miembros de nuestra comunidad. También hemos conseguido la colaboración para la Escuela de Adultos de muchos profesores universitarios, que se prestaron amablemente y por amistad, a compartir sus conocimientos con la gente del barrio. En el aula de informática, colaboran actualmente dos antiguos alumnos del Colegio Virgen del Camino de León y la esposa de un tercero.

El barrio ha cambiado mucho en estos años y, el haber estado aquí durante todo este tiempo, nos ha permitido adquirir un conocimiento muy detallado de la problemática real de la gente, así como un acercamiento de amistad y de comunidad con ellos, que hoy es una parte muy nuclear de nuestra vida dominicana comunitaria.

Este modo de presencia ha hecho que, en la actualidad, la Parroquia sea una de las instituciones con mayor credibilidad, tanto por parte de los que comparten la fe con nosotros, como por parte de quienes, sin tener ninguna vinculación de compromiso religioso, la sienten como un testimonio de presencia y de apuesta por la gente y, de forma especial, por los ámbitos más empobrecidos de nuestro entorno.

 

Parroquia encomendada a la Orden

En el año 1994, por recomendación del entonces Vicario, Juan José Rodríguez Ponce, se solicita que el Obispado encomiende a la Orden Dominicana la Parroquia de Santo Tomás de Villanueva (hasta entonces era yo el responsable a título individual), ya que de hecho desde muy pronto, como ya he dicho, todos colaboramos en la Parroquia. Esta petición fue respondida positivamente en abril de 1994.

A esta realidad se suma un hecho muy importante, impulsado por nosotros. Como ya he manifestado, desde antes de venir nosotros a Vallecas, ya están presentes en el barrio, las Dominicas Misioneras de la Sagrada Familia, y posteriormente llegarán también las Dominicas de la Enseñanza de la Inmaculada Concepción. Las dos Congregaciones llevaban ya mucho tiempo colaborando con la Parroquia. Por eso, de acuerdo con el hecho de que la parroquia sea encomendada a la Orden Dominicana, en el año 1994 se llega, entre ellas y nosotros, a un acuerdo de “asumir solidariamente, y con la misma responsabilidad activa y pasiva, la gestión y administración de la Parroquia de Santo Tomás de Villanueva, en el barrio de Palomeras (Vallecas), en Madrid”. “Al hacerlo así, nos comprometemos a aportar el personal necesario para llevar a cabo este proyecto pastoral de Familia Dominicana, lo que implica el sostenimiento de una comunidad, por cada una de las partes, para la atención del mismo”.

En el documento de compromiso mutuo se hace referencia a una carta de enero de 1996 de Timothy Radcliffe (Maestro de la Orden) que dice así: “¿Desde dónde hacemos la teología? Necesitamos grandes facultades y Bibliotecas. Pero también necesitamos Centros donde se haga teología en otros contextos: con los que luchan por la justicia, en el diálogo con otras religiones, en barriadas pobres y en hospitales. Especialmente en este momento en la vida de la Iglesia, el verdadero estudio implica la construcción de comunidad entre mujeres y hombres. Una teología desarrollada solamente a partir de la experiencia masculina cojeará de una pierna, respirará con un solo pulmón. Por esto necesitamos hoy hacer teología con la Familia Dominicana, escuchando cada uno las intuiciones del otro, haciendo una teología que sea verdaderamente humana” (IDI. Enero 1996). Todos estábamos muy convencidos de que nuestro proyecto era un proyecto dominicano bien interesante.

 

Nuevo edificio parroquial: derribo del último barracón del barrio

Entre 1995 y 1998, se construye el nuevo edificio parroquial. Nuestro deseo era construir la Parroquia sin cargar su costo al arzobispado de Madrid, pero el fracaso de la primera empresa que comienza las obras, obliga a pedir ayuda al arzobispo de Madrid, Antonio Mª Rouco, que comprendió la situación creada y aceptó el compromiso de la edificación de la Parroquia. Recuerdo que a Julio Lois le daba miedo la construcción del nuevo edificio, pero definitivamente reconoció y reconocimos todos que la Parroquia no podía seguir funcionando en un barracón de corta vida. Creo que, al fin, resultó una construcción sencilla y que, desde entonces, ha dado mucho juego a diversas actividades del barrio. El nuevo edificio se inauguró el 1 de febrero de 1998.

 

El problema de nuestras presencias

En el año 1999, cumplidos los 75 años, dejo de ser párroco de la Parroquia Santo Tomás de Villanueva, aunque siga colaborando como uno más. A partir de este momento continúan como párrocos los siguientes miembros de la Comunidad: Manolo Sordo Villar, que es párroco hasta el año 2003. José Antonio Lobo, que ejerce desde el 2003 hasta el año 2009. Y por último José Luis Alcalde Revilla que es párroco desde el año 2009 hasta que se entrega la Parroquia a la Diócesis en el año 2013.

A partir de entonces, no hay dominicos que quieran seguir por este camino, mientras nosotros vamos envejeciendo y sintiéndonos imposibilitados para hacernos cargo de la parroquia. Compartí un día esta situación con Julio Lois (poco antes de su muerte) y las dominicas, que se mostraron profundamente preocupados, porque pensábamos que habíamos creado un ámbito de evangelización que sería una pena verlo desaparecer. Julio Lois comentaba que nuestra ausencia de Vallecas provocaría un vacío importantísimo.

Pienso que nuestra Orden no ha sido sensible a nuestra presencia en Vallecas. Cuando, a petición del Vicario Episcopal, la Provincia de España asumió “de derecho” lo que se venía haciendo ya “de hecho” desde el año 1980, se intentó y se llevó a cabo la idea de que las dos comunidades de dominicas, que venían trabajando en la parroquia, se comprometiesen también a mantener estas comunidades para el servicio de la misma. Con esto se consolidaba la aspiración que existe en la Orden de trabajar como Familia Dominicana. Pero estas decisiones no se tuvieron en cuenta a la hora del Capítulo Provincial, que decidió sobre la continuidad de nuestra permanencia en la parroquia. Los miembros de la Comisión de Parroquias ni siquiera sabían que la situación de nuestra presencia en la Parroquia Santo Tomás de Villanueva era totalmente “legal”.

En vista de todo lo expuesto, se toma una decisión: “En octubre de 2013 finaliza el compromiso provincial con la archidiócesis de Madrid para la atención pastoral de la parroquia de Santo Tomás de Villanueva en Vallecas (Madrid). La comunidad de frailes continuará prestando su ayuda al nuevo párroco y a la comunidad parroquial. Se mantiene la comunidad de San Alberto Magno en Vallecas (Madrid) mientras puedan continuar en ella los frailes que actualmente la componen” (Actas Cap. Prov. 2013, nº 179).

Se nombra a continuación un nuevo párroco diocesano, Juan Carlos Antona. Pero, desgraciadamente, Juan Carlos Antona se va al terminar su segundo año como párroco. El siguiente nombramiento recae sobre César Montero, que trabajó con mucha entrega en la parroquia por espacio de dos años. Entrega correspondida por la gente de la parroquia. Pero el Vicario, Juan Carlos Merino, le pidió que dejase el cargo, y lo sustituyó por Jorge Juan Gómez Gude, que resultó nefasto para la Parroquia, y que abandona el cargo a principios del segundo año de su nombramiento. Durante la mayor parte de este segundo año la parroquia es atendida por curas del Arciprestazgo al que pertenece nuestra parroquia. 

Ante esta situación, y ya después de marchar César Montero, muchos miembros de la comunidad parroquial, reunidos para ver la forma de proceder, solicitan hablar con el obispo, Carlos Osoro, para tratar de examinar qué es lo que está ocurriendo en la atención a la parroquia. Pero el obispo se escuda en su aislamiento y no concede ninguna de las diversas entrevistas solicitadas por la comunidad.

Por fin, sin haber contado con las expectativas de la comunidad parroquial, el 13 de octubre de 2019, el Vicario presenta como nuevo párroco a Juan Antonio Cuesta Olmos, que hasta este momento había sido párroco en San Blas. Al parecer, procede de Vallecas, donde conoció a los jesuitas de El Pozo y por eso llegó a ser jesuita, aunque actualmente pertenece al clero secular de Madrid.

Esperamos que el nuevo párroco acierte a encauzar la actividad de la parroquia de acuerdo con las orientaciones que emanan de la pastoral del Papa Francisco.

 

Confesión

Yo, por mi parte, quiero reconocer que estos cuarenta años últimos de mi vida son los que descubro como los años que han dado más sentido a mi vida como cristiano, como seguidor de Jesús y como dominico. Lo cual no me impide reconocer que acaso no haya llegado a acertar y a llevar a cabo todo lo que hubiese significado un proyecto evangélico profundo.

¿Nos equivocamos al tomar la decisión de establecer una comunidad de dominicos en un barrio de Vallecas, en la periferia de Madrid? Con esa decisión, intentamos ser fieles al compromiso de colocarnos al lado de los necesitados, para dejarnos interpelar por ellos y, desde la práctica, anunciarles la “buena noticia de Jesús”.

Sé que hay muchas formas de vivir la vida dominicana. Estoy seguro de que la que nosotros hemos vivido no es la única posible. Nuestra presencia en lugares tan diferentes, sea desde el punto de vista cultural como religioso han hecho de la Orden un mosaico rico y variado del espíritu de Santo Domingo y de su forma abierta, compasiva y compartida de vivir y predicar el Evangelio.

Madrid, 1 de enero, de 2020

6 comentarios

Enrique elustondo -

Hace unos días me enteraba del fallecimiento de padre pedro. Lo sentí. Sentí la muerte de aquel fraile dominico de las 60, de virgen del camino, de caleruega.... y ahí mismo me enteré de que vivía en Vallecas. En Vallecas!!??? Qué hace padre pedro en Vallecas!!??? Y hoy leo su manifiesto y me dan ganas de llorar de alegría cuando aquel padre pedro dominico de aquellos años !se había convertido en un practicante de la teología de la liberación!!!! Padre pedro, cuando yo estaba estudiando filosofía en Caldas escribía canciones protesta, por ejemplo: “en las caldas de ensaya. Hay unos frailes que le rezan a la luna, no conocen quién vive a su lado.... etc.”. (Supongo que esa fue una razón por la que encontraron que elustondo no debía continuar de “religioso”. Y luego he pensado de vez en cuando “qué mal lo hubiera pasado allí en aquella inmovilidad religiosa y social”... y ahora puedo despedir a un padre pedro activo, vivo, útil, de los que jesus hubiera dicho”anda, pedro, ven y sígueme”.

Ramón Hernández Martín -

¡Impresionante el recorrido mental de un hombre siempre abierto a la mejora! He repasado con gran deleite esta valiosa confesión en la que, por así decirlo, el único reo es él mismo, pues no contiene ni una sola queja a pesar de traslucir que los palos entre los radios de la bicicleta y los chinarros en los zapatos debieron de ser muchos. Me quito el sombrero ante un hombre así, que para mí fue un joven profesor bondadoso en Corias durante los cinco años que estuve allí, y deseo de corazón que su gran obra, esa excelente comunidad dominicana abierta a todos, perdure en el tiempo, aunque lo que refiere al final deje un sabor amargo y suene a fracaso, sabor y sonido con fuertes resonancias evangélicas. Sin duda ninguna, digan lo que digan los de arriba, es decir, los que están encima de los demás, me considero afortunado por haber tenido la suerte de conocer a "san Pedro de Vallecas". Gracias, Pedro, por tu vida y también por este conmovedor relato.

Luis Heredia -

Pedro, estaràs leyendo ahora todos estos comentarios y seguirás sintièndote abrumado como si siguieras con nosotros como tantas veces me decías y yo tratando de convencerte que no eran lisonjas. Era un sincero reconocimiento a tu labor, con nosotros y con los que más tarde disfrutaron de ti y de tus enseñanzas pero sobre de todo, de ejemplo.
Nos has acompañado hasta tu último suspiro pensando en ti y pidiendo por tu recuperación. Pero la vida se acaba y el recuerdo permanece Y no te olvidaremos nunca.

José García Gómezg -

Buenos días a todos. Me uno al sincero agradecimiento de Amador, por compartir estas reflexiones/lecciones de vida del P.Pedro.
Termino ahora de leerlas, por primera vez, con la pausa que merecen, y con la necesidad de tenerlas como lámpara cercana que me pueda alumbrar muchas más veces.
La madurez, sosiego, prudencia y honestidad con que escribe el P.Pedro, no admiten duda sobre el firme binomio que llegaron a formar su mente y su corazón.
¡Qué ideal sería que la "familia dominicana trabajara en equipo en todos los sitios, y se convenciera que uno más uno son mucho más que dos!.
La recomendación que comenta el P.Pedro, hecha por el entonces P.General, referida a que no funcionar como tales, es como caminar con una sola pierna o respirar con un solo pulmón, no necesita más razonamientos.
Desde mi humilde posición, comparto absolutamente esos planteamientos.
No acabo de entender cómo "la Iglesia" (que para esto no somos todos...) no termina de dar el justo, merecido y necesario protagonismo a la mujer, en su organización y misión, aunque la realidad que ellas nos dan, con su abnegada y valiosísima labor, no admita duda alguna
Igualmente, viendo la situación actual de las vocaciones, especialmente en España, uno no entiende cómo no se solicita o admite una mayor colaboración de los "ex", que son un inmenso capital, por su formación, por su conocimiento y vivencias en los dos lados del terreno, y, en la mayoría de los casos, por seguir manteniendo ese espíritu de servicio "ad gentes".
Una vez más hemos de confiar en la Providencia.
Muchas gracias por todo P.Pedro.
Buen fin de semana para todos. Salud y buen ánimo.

José Ramón Soriano ÇReig -

Todo un ejemplo de lo que predicaba Jesús de Nazaret. ¿O no es cierto que la prédica de Jesús se puede resumir en 1/Salud para todos, 2/Comida para todos y 3/Relaciones fraternales entre todos? No entiendo la vida cómoda y fácil de tantos frailes, monjas, curas et alibi, cuando en la sociedad son más los necesitados y pobres. Gran ejemplo el del Padre Pedro. ¡Ojalá cundiera mucho más su ejemplo!

amador robles tascón -

muchas gracias por compartir esta ENORME reflexión....
excelente la sinceridad con la que nos relata su periplo...
Menudo repaso crítico a tantos errores o desaciertos de visión estratégica de muchos de los altos representantes de la iglesia... y de alguna manera de la orden. lo muy fino sincero y nada ácido del relato del pPedro.
en fin, me he quedado reconfortado de descubrir su compromiso infinito con los más desfavorecidos, con quienes poco o apenas, nada tienen.
su evolución personal, su cambio o adaptación vocacional, orientada al COMPROMISO SOCIAL que justo enlaza, bajo mi punto de vista, con la filosofía de esta etapa de nuevo papado...
TODA UNA LECCIÓN.
hasta siempre compañero!