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Antiguos alumnos dominicos VIRGEN DEL CAMINO - LEON

DÁNDOLE VUELTAS A ...

DÁNDOLE VUELTAS A ...

Y no hay más que hablar, leches. El gran Lalo Mayo nos entrega este su trabajo de campo realizado "in situ" (para los de Ciencias, excepto Fernando Box, durante la siesta). Claro, con su altura y el satélite particular que tiene en A Coruña...

Permitidme que eleve a la categoría de artículo de cabecera el comentario de Lalo sobre los olores de la vuelta a la finca, se lo merece.

Sublime relato, no creo que nadie pudiese describir mejor esas mañanitas.


 ¿Que a qué olía la finca?
 

Sería mejor preguntárselo a Vibot, que en esto es un maestro de narices (con permiso de mosén Trapiello y, sin duda, también del mío).

 

Centeno, seguro que sí recuerdas que el recorrido comenzaba en la camarilla, con todos nosotros, inocentes participantes, semidormidos y todos forzosos voluntarios al evento. Allí surgía el primer olor de la mañana. El refectorio estaba lejos y no nos llegaban los aromas del pan recién tostado, el café hirviendo, los cruasáns, el chocolate o el beicon churruscado en la parrilla.

Aquel en cambio era un olor recio que en cuanto podía huía por las ventanas horadando el relente gélido de la mañana. ¡Qué de la mañana, de la madrugada!
 

Una incontrolada masa de “nosotros” nos empujaba escaleras abajo hasta la recreación y allí, a medida que se iban abriendo las puertas de los zapateros con el rítmico eco que aún nos resuena en la cabeza, se iba asentando el sutil olor a queso bien curado que ya se quedaba allí en lo que quedaba de jornada, que era toda.
 

Al salir a los campos, el choque con la mañana mesetaria nos despertaba del todo y nos imbuía una idea primaria en el cerebro mientras las neuronas todavía se iban poniendo en fila: "Cuanto más corras, menos frío vas a pasar".

Así que con el cuerpo todavía entero cruzábamos los campos y pasábamos ante la Granja. Vacas, caballos, gallinas, cerdos y sus sobrantes. Parte de ellos los escondíamos en los cimientos del colegio, pero otros nos saludaban al paso y se quedaban en nuestras fosas nasales hasta que, paulatinamente, el tomillo se abría con la mañana y se dirigía a nuestro encuentro. El esfuerzo deportivo nos obligaba a inhalar toneladas de los efluvios del Tomillar y cuando nuestras piernas ya habían encontrado el ritmo en la horizontal y larga recta paralela al valle, la pista giraba 90 grados a la derecha y se desplomaba entre brezos ladera abajo.

En la mitad de esta cuesta brotaba a veces un pequeño manantial que se escondía entre algunos brotes de berros. La velocidad a la que pasábamos por allí nos impedía disfrutarlos.

 

Una vez en el Valle, los chopos, las mimbreras y algún otro efluvio (ver "Aromas del colegio". Santos Vibot. 2007. Por ahora sin editor) luchaba por hacerse presente, pero la pared de tierra que teníamos delante, aquella cuesta interminable jalonada a mano derecha por el cementerio, nos ocultaba cualquier otro disfrute que no fuera el del esfuerzo físico, el sudor empapándonos y congelándose entre la camiseta y nuestro entonces tierno pecho, la respiración entrecortada, las piernas de madera...
 

Éramos jóvenes de carácter.

Y después de la cuesta, de nuevo una llanura. Recuerdo que aquel camino, completamente plano, nos ofrecía esperanzadoras facilidades tras el esfuerzo.
Y una mierda. Allí nos daban el tiro de gracia, cuando el náufrago ya creía haber llegado a la orilla. Así lo recuerda Heredia y así era: un doloroso desgranamiento de apostólicos vacilantes que nada tenían que ver con los que unos minutos antes habían salido a comerse el mundo por la puerta de la recreación y dispuestos a disfrutar con una salutífera brisilla mañanera.

Por la derecha seguían los alambres del perímetro de la finca; a la izquierda, un desnivel por el que asomaban las chimeneas de las bodegas, muchas ya semihundidas; y al frente, la esperanza de una saludable ducha de agua fría cuando no una gratificante inmersión en las aguas cristalinas de la piscina. Una vez, eso sí, retiradas las placas de hielo que la cubrían. Y después, aquello que escribía un poco más arriba del pan, el café o los cuasáns, el beicon churruscado...

Pero nos hemos quedado en la puerta de la valla. Todavía hay que atravesar el campo de fútbol, el de baloncesto, el de balón volea... de la Mayor. En diagonal. Y el de balonmano de la Menor. Y la recreación... Y una guinda: en la línea medular del campo de fútbol, hierático y quizás con una sonrisilla (nunca pude apreciarlo porque por aquí yo ya pasaba funcionalmente ciego), el pCura de imaginaria.Y el último en llegar recib premio.

¿Qué a qué olía la finca, preguntas, mi querido Manolo Centeno?

Quizás a algunos les olía a napalm (¿te acuerdas del comandante de los helicópteros de Apocalypse now?) pero a mí el sabor a sangre (la mía) que me pasaba por la boca en aquellas mañanas me impidió siempre apreciar cualquier aroma.

Salud
Lalo Mayo

6 comentarios

Luis Heredia -

Queridos todos,

Lo que os trascribo a continuación es uno de los relatos del BLOG, Tejín, que más me han impactado y que lo tengo impreso sobre mi mesa desde que lo sacó a la luz Tejín. Tejín lo publicó en Febrero de 2.009, en plena forma física aún después de múltiples vueltas a la finca y kilómetros y kilómetros rodados y corridos a lo largo de su vida.

Lo he vuelto a leer y espero el perdón de Tejín por haberme atrevido sin su consentimiento a relucirlo de nuevo. Pero merece la pena que lo leais porque es uno de los relatos del blog más bellos, cómo lo malo, lo odiado, lo podemos convertir en una experiencia que marcó nuestro futuro. Para unos, inolvidable por lo malo, por ejemplo como acudir a Misa todos los días -faltaría más estando en un Seminario-, para otros, como Tejín, una experiencia tan vital como para recordar ahora que muchos de sus éxitos futuros y alegrías fueron logrados gracias a "La Vuelta a la finca". Y al P. Cura, a pesar de la carta de advertencia de éste de las Navidades del 66?. Perdona Tejín, ahora mismo no recuerdo el año de tu abandono forzoso. ¡Cuánto perdió la Orden y ganó tu familia, Tejín¡ Y nosotros.


"Dedicado al Padre Cura

Quiero compartir estas medallas.


Escribo estas palabras porque el gran Marcelino, hace pocos días, cuando su cumple, recordaba haber oído de mis éxitos de corredor de fondo, allá por los Parises de la France.



Volviendo sobre los pasos de mi memoria, recuerdo, como uno de los días más felices de mi vivir en La Virgen, la primera vez que llegué el primero de dar la vuelta a la “finca”. Sé de sobra que aquello no era ninguna competición, pero yo competía conmigo mismo y con algún que otro galgo. Desde aquel día yo esperaba todas las mañanas a que el P. Cura diera la orden de salir pitando a dar la vuelta a la finca. Y una vez y otra también, yo me encontraba capitaneando aquel grupo donde había más protestotes (lo entiendo) y renegados (también lo entiendo) que otra cosa. Como disfrutaba yo de mis pocos años y de mis pocos kilos, dominando el sendero, disfrutando del viento, los calores, los fríos en la cara y de aquellas madrugadas con nieve. A llegar siempre encontraba la palmada cariñosa en la nuca del P. Cura.: “Bien Tejín, bien”. Seguro que nadie se acuerda de aquello pero a mí me marcó para toda la vida.




Nunca fui buen futbolista, siendo sincero fui muy malo, y, en aquellos años, para ser reconocido como deportista había que ser ante todo futbolista. De ahí que, en La Virgen, yo no fuera de los destacados en deporte.




Ya lejos de La Virgen, el hecho de correr, fue también mi primera alegría cuando, al llegar al seminario de Saint Pé de Bigorre, cerca de Lourdes, me dio por inscribirme en una competición de cross donde participaban los chavales de todos los colegios del departamento (provincia) de los Altos Pirineos- Fue en 1967, 15 años los míos y una disciplina bien aprendida en León. Recuerdo que llegué cuarto y salieron en el periódico “Midi-Pyrénées” las clasificaciones y una foto donde yo aparecía. Lo envié a Ribadesella con una carta que decía entre otras cosas…”si lo supiera el P. Cura…” (¿Por qué recuerdo esta frase?, mi madre conservó todas las cartas que escribimos los cinco hermanos, tanto cuando estábamos estudiando como cuando hicimos la mili.)



Y con aquellos jóvenes pulmones y mi entonces espigada silueta, recorrí campos y carreteras durante años. Entrenando casi siempre en solitario, por bosques preciosos y con lluvia y nevadas que siempre me llevaban al recuerdo de la vuelta a la “finca” y a un P. Cura que, en las Navidades de 1966, probablemente habría sido de gran influencia para que yo ya no fuera de los vuestros en La Virgen, pero que había irremediablemente metido en mí una afición deportiva como nadie lo hizo jamás. Poco tiempo después llegué a ser Campeón del sur de Francia de Cross, de 3000 m. obstáculos y de 10.000 metros. Al recoger las medallas, en Toulouse, Burdeos, Niza, Carcassonne, etc. (Nunca en Paris), siempre tenía en el recuerdo, como no, a mi madre, a mi padre, entonces ya con Dios, a mis hermanos, los que estaban en Ribadesella, José Ramón estaba enfrascado en teologías y corcheas, a los que iba transmitiendo mi pasión por correr, y siempre una frase, que me servía como de talismán: “Bien Tejín, bien”



Ayer domingo, día 8 de Febrero, mi hermano Javier, el que me sigue, cumplía 56 años, (le llevo un año, un mes y un día) y como todos los años, por su “cumple”, lo celebramos haciendo un circuito por las inmediaciones de Ribadesella. Unos doce kilómetros que corremos al trote que nos permiten los años y los kilos, con otro hermano más joven, Nacho, nuestras respectivas santas a las que aficionamos a correr (y a menudo, en buenos apuros nos meten para seguirlas) y un buen grupo de amigos. Y no sé por qué, ya que hacía años que se me había ido de la memoria, recordé la frase del P. Cura y la pronuncié en voz alta: “Bien Tejín, bien”. Mi hermano, el homenajeado, lo tomó como una felicitación y me dio las gracias, entonces, yo, le di instintivamente una palmada en la nuca.



Durante los años de estudio y algunos más, practiqué, en competiciones oficiales, baloncesto, balonmano y, como no, piragüismo, no destacando excesivamente en ninguno de estos deportes, pero divirtiéndome mucho con todos ellos. Con el tiempo, los fui abandonando. Todos menos uno: Correr. El veneno que me metió el P. Cura me dura todavía. Por eso quiero hoy compartir mis medallas de aquellos años y mi afición que dura más de 45 años con quien siempre me acompañó a la hora de llevar una vida disciplinada: el P. Cura.



A pesar de todo lo que lloré cuando me echaron de la Virgen, quiero que sepas, Padre Félix Martínez del Cura, que recuerdo como algo especial aquellas palmadas en la nuca al finalizar la vuelta a la “finca. “Bien Tejín, bien “.



Padre Cura, siempre te estaré agradecido. Recibe con estos recuerdos mi más cariñoso abrazo.





NOTA: Para todos los demás, como podéis apreciar en la foto hecha en 1971, los 36 años y veintitantos kilos de más, casi ni se notan. Estamos todos tal cual éramos.

Carlos Tejo"

lalo -

Me adelanto a Centeno y como cepedano que no ejerzo proclamo: ¡Las patatas de La Cepeda son las mejores que puedes echar a la sartén, al horno, a la olla y, sin ánimo inquisitorial alguno, a la hoguera!

En Galicia, país de grandes comedores de patacas (que nos diga Maxi Trapero por qué aquí le cambian la segunda t por c) dicen que las mejores del mundo son las de Coristanco.
Pues sí señor. Tienen razón.
Las patatas de Coristanco son las mejores del mundo.
Las traen de La Cepeda.

Salud
Lalo

Javier del Vigo -

Jesús Herrero, pareces un farol de la mejor yeguada que parieron los siglos, coñe!

Aprovecho para saludarte -por ahora- por aquí. Mira que me costó un huevo y la parte izquierda del otro dar contigo, puñetero. Pero aquí estás y -por lo que leo- con gana de dar guerra y contar historias. ¡Bienvenido, amigo-compañero-hermano!

¡Espero que tu llegada anime este "sarao"!

¿Que cuál yeguada...?

Chavales, NOSOTROS "sois formidables", aunque el periodista que inventó aquel copyright haya acabado de finiquitar (RIP)!

¿Entendido, Pitu? Hablamos de yeguadas…

Lalo saludó al "decano" -por ahora- de este charco de sapos en que se ha convertido el blog de Josemari:

Federico Esteban, me uno a Chemari y Lalo. ¡Bienvenido!

Además, dado mi “marujoneo” vital e intrínseco, déjame que te salude no sólo como compañero mayor en la Paramera; también como compañero en esta "aventura equinoccial" de historiador, historiador de arte, geógrafo... (He visto, alonganda tu foto, que, tras de ti en tu librería, hay atlas de geografía, la muy clásica historia del arte de Pijoan, otros libros de historia... ¡Qué coño de ”marujón“ soy... ¡ Pero estoy convencido de que, hoy, podemos tener vivencias comunes de los tiempos de la Paramera (según "nuestro" diccionario, Paramera fue un lugar frío a fines de los cincuentas y principios de los sesenta cerca de León, capital, donde hubo un “colegio apostólico” de dominicos…) y experiencias comunes en la didáctica de las historias o la geografía.

Las patatas de La Cepeda ¿son buenas para hacer tortilla, Manolo? Me pido par de sacos, que las tortillas son mi especialidad gastronómica. Y si la patata es buena, la tortilla genera un si-es-no-es-orgásmico… ¿O no, lectoras y lectores?

Jesús! Jesús Herrero… ¡qué bueno que volviste! Estaremos en contacto, sabio experto en bichos pétreos!

Jesús Herrero Marcos -

CUMPLEAÑOS 61 DE LA 61/67 QUE SE CORRIÓ LA FINCA COMO NADIE

La yeguada del 61 ha cumplido (cumple, está a punto de cumplir), 61 años. ¿Pero es que nadie se ha dado cuenta? ¿Nadie va a proponer algún tipo de evento para celebrarlo?... Aunque fuera dar otra vuelta conmemorativo-virtual a la finca… ¡no sé!.., ¡algo!

Josemari, furriel del alma, di algo.

Javivi, destapa tu enorme tarro de las esencias que casi todos los días huelo en estas páginas (a veces mezcladas con los olores del chocolatito y del beicon churruscado de Lalo (¡qué buenos olores, tío!)).

Ministro, da la orden de hacer algo, aunque sea en la reunión de Asturias.

Julito del Barrio, señoría, mándanos, si es necesario, incluso una citación judicial.

En fin, querida yeguada del 61/61-67, ¿es que acaso no somos los mejores?

ManuelCenteno -

¿Como habrá de producirse otro milagro si ya el Furriel empieza con un “Y no hay más que hablar”?

Contraviniendo esa orden -hasta no leerte, Javier, no me había atrevido- me expongo a las consecuencias y voy a darle las gracias a Lalo por su descripción del itinerario más que por la misma sobre los olores que no llegaba a percibir, no sin antes añadir que a mi me ocurría lo mismo, sólo sentía dolores, hasta de manos y orejas por los sabañones que tenía-mos.

Por otro lado, sin que sirva de nuevas controversias, deliberaciones, amenazas, hambrunas, etc. admito, y te digo Javier, que he descongelado recuerdos y he hecho una nueva medición de la “vuelta” que se va acercando un poco más a los 100 Km. que tu elucubrabas. En esta nueva revisión ya me salen 1.859 metros con 65 cm. Y de ahí no me bajo, pero tampoco subo. ¿Vale?
Podría decir más, pero temo las represalias del Furriel y tampoco tengo demasiado tiempo, pues como sabeis, o deberías saber, aún es época de cosecha y en La Cepeda estamos en plena recolección de la patata y preparando el festival de la misma. Tendréis noticias.
Un abrazo.

Javier del Vigo -

Aquí, tras la lectura del texto de Lalo, debiera producirse el milagro: que el Mudo hablase. ¿Habrá milagro, Mudo?

Leí más abajo que Manolo me reclamaba. Sabes, Manolo, que si tú me dices ven...

Aunque, en este “affaire”, me quedo más con el recuerdo de Lalo que con el tuyo. Visto desde aquí, desde nuestro presente, es lógico: tuviste que dar menos veces la vuelta a la finca que otros. Aunque atina Tino en que nos hicimos “robustos” con aquellas corridas matutinas, te envidio, Manolo: te veo también robusto, estilizado, sano... Y sin tanta "corrida".

He mirado varias veces en Google Earth aquel espacio por el que trotamos tantas mañanas de niños y adolescentes por llegar a fijar recuerdos y kilometraje...

Fíjate, Manolo, que -en tu acotación- el cementerio que hicimos por aquellos años, el que estrenó el buen organista Uría una tarde de lluvia torrencial, queda fuera. Ni se ve. En mis recuerdos, metidos en la neblina del tiempo, el cementerio estaba en la falda de aquella trinchera que bajaba hasta el valle de los chopos. Es lo que Lalo describe como "giro de 90 grados y desplome a la derecha..."

Hace 3 años, cuando el Cincuentenario, a la tarde del primer día, Julito Correas y yo nos llegamos hasta el cementerio charlando, mientras se ponía el sol, tintando de oro las viejas tierras de “La Finca” y La Paramera.

Aquello estaba muy cambiado. El mismo cementerio queda fuera -¿queda fuera, Quique Muñiz, el virgocaminero; Josemari, tú que tienes fresca la última corrida por la finca?- y allá, al fondo, en terrenos que habrán sido expropiados a la Fundación, se levanta la autopista; autopista en la que Lalo pone el final de la vieja finca.

Y yo creo que incluso la propiedad traspasaba la autopista...

Caray, que me estoy enrollando y no es el caso. Lo que quise decir es que soy –y sois- como niños. HAbrá quién diga que con tanto pobre por el mundo y estos jugando a recuerdos. ¡Allá! Porque, una vez más, tomar a "modo de divertimento" un tema “poliédrico” como fue este de “la vuelta” indica mucho de la bonhomía de estos hombres que, en otros tiempos, fuimos niños.

Y a mí, lo confieso, echar fuera los viejos fantasmas me relaja. Me deja las “habitaciones interiores” soleadas, sin telarañas…

¿Apuestas conmigo, Manolo? Yo creo que la lectura del texto de Lalo ha de producir el milagro: El mudo hablará.

¡Al tiempo!