EL PADRE MARINO ZUGASTI
Javier Medarde me envía esta fotografía del P.Marino y me cuenta:
Te mando una fotografía del P. Marino Zugasti. Está en uno de los programas de Matemáticas de Dios. Ya hemos comentado algunas veces que era un programa en el que el P. Marino recogía dinero para familias pobres a través de Radio Popular.
Se hizo muy famoso en la Navarra de los años 60. No sé decirte el nombre del otro dominico que aparece en la foto.
Una hermana mía que trabajó como secretaria del P. Marino en aquellos años, me comentaba que podía tratarse del P. Javier Sacristán.
También te mando la semblanza que el P. Carlos Olóriz hizo del P. Marino en su funeral. Me parece que recoge perfectamente el espíritu de este dominico al que muchos recordamos con cariño.
Si yo estudié en los Dominicos mucho se debe a él.
Javier Medarde.
SEMBLANZA DE FR. MARINO ZUGASTI IBARROLA O. P.
Nació Fr. Marino en Ilzarbe – Ollo, el 18 de Julio de 1927. Sus padres, Sotero y María, de recia formación religiosa, formaban una sencilla familia de agricultores que trabajaban con la misma intensidad que oraban al buen Dios en que creían.
Era el P. Marino, el mayor de 11 hermanos: Julián Angelita, Dolores, Victorino, Francisco, Felisa, Vicente, Sabina, María, Jesús, y los esfuerzos por sacar adelante la familia fueron intensos en aquella época de escasez. Pero hubo mucha fe, trabajo y hasta imaginación para que el tiempo diera la oportunidad, y todos salieran adelante.
El P. Marino fue llevado a el colegio de Villava, donde El Director a la sazón era el P. Ariz, luego nombrado Obispo en el Perú. Parece que no venía muy preparado, pues en casa había trabajo para todos, pero pronto se dieron cuenta de las capacidades del niño.
El 8 de Septiembre de 1945 tomó el hábito como dominico en el convento de san Esteban de Salamanca. Hizo su primera Profesión religiosa 10 de Septiembre de 1946. Realizó sus estudios de Filosofía en el convento de san José de Vergara y en la casa de Nrta. Sra. de Las caldas. Hizo la Profesión solemne en san Esteban de Salamanca, convento en el que cursó los estudios de teología.
En esa época estuvo delicado de salud dispensándole la escolaridad del último año de teología. Y vino a restablecerse al convento de Villava a la vez que preparaba las materias del último examen.
Fue destinado a este convento de Villava el año 1953. Y el 19 de Julio del mismo año fue ordenado de Presbítero. Fue una bendición para nuestro Seminario: pronto le hicieron Director del mismo, Promotor de vocaciones, Profesor en las Dominicas de Villava.
El año 1961 aparece destinado al convento de Pamplona y allí comienza su labor más mediática: Subdirector de Radio Popular; Director de la emisión Matemáticas de Dios; delegado del Sr. Arzobispo y Director de Cáritas Diocesana. Asistió como periodista al Concilio Vaticano II, desde donde enviaba diariamente noticias del transcurrir de las Sesiones. Y no faltaban cosa curiosas relatadas con su gran humor.
Fue elegido Prior del convento de La Virgen del Camino en León, el año 1969, donde dejó constancia de su predicación, realzando la fuerza del Santuario mariano. Fue elegido Rector del Santuario; Consejero de Provincia Presidente de la comisión Provincial de Formación Promotor Provincial de Estudios.
El P. Provincial, al terminar su cargo, le envió a la casa de Ntra. Sra. de los Rosales, Era el año 1972. Allí se matricula en la Escuela de Teología Pastoral; Es profesor de religión en el colegio de Torrelodones.
El P. Provincial lo envía a la Universidad Central de Bayamón (Provincia de los dominicos Holandeses). Allí ejerce de Director de la Oficina de Desarrollo, Director del Departamento de Relaciones Públicas.
De regreso a España, el año 1975 actúa como Vicario Parroquial en la Parroquia de Lo Ángeles en Vitoria. En 1982 es nombrado Prior y Párroco del convento de Bilbao.
En 1983 es destinado al convento de san Valentín de Berrio Ochoa de Villava. En cargado de la Iglesia conventual fue infatigable colaborador en la restauración del Templo. Eligió a los mejores artistas y se llevó a cabo un templo que es una joya de nuestro pueblo de Villava.
No podemos hablar de Villava sin la figura del P. Marino. Todas las personas pudieron gozar de sus Homilías, por su brevedad y estar llenas de contenido, por su “gracejo” que cautivaba a los presentes, y por su gran personalidad. Esta Capilla fue su humilde pero gran púlpito para encontrarse con los demás. No se nos va a olvidar fácilmente.
A esta predicación semanal se unía su colaboración en el Colegio de MM. Teresianas, Dominicas de Jarauta, Ntra, Sra. del Huerto, Colegio de San Cernin, Colegio de Notre Dame. Fue muchos años Administrador de CONFER Navarra.
P. Marino, un servidor de la Palabra, infatigable hasta su jubilación, de quien, los que fuimos educados por él en este Seminario, aprendimos, desde las normas de educación, hasta el poder aprovecharnos de sus homilías y de su predicación.
P. Marino, recibe nuestro reconocimiento. Que el Señor te reconozca en el cielo como evangelizador y servidor fiel, y te reciba en su amistad.
Descansa en Paz
19 comentarios
Luis Teódulo -
Javier, gracias, por tu exagerado entusiasmo y que hayas tenido suerte en tu examen de la Corona de Aragón, ahora que andamos en tiempos de reinvindicaciones históricas. Me despido de tí con una jota que mi amigo Marcial cantaba el otro día:
Que se divierta y no llore,
yo a mi corazón le digo.
Que se divierta y no llore,
yo a mi corazón le digo.
Que si tú no lo has querido,
no faltará quien lo adore.
Me despido, amigos, después de esta inmersiòn en el pasado. Lo hice como un homenaje a Marino, que ya no la podrá leer, a Huarte, a los Iturbe, a tu hermano Augusto y a tí, Javier, a Zurbano, Loitegui, Menéndez... y a todos los compañeros de entonces.
Un fuerte abrazo a todos.
Javier Cirauqui -
Me ha encantado tu escrito y me ha llegado al alma. Sos recuerdos infantiles, los recuerdos de los sanfermines, las novelas de Marcial Lafuente Estefanía, Villava, Burlada.
Te mandaré mi respuesta en breve, estoy con exámenes y curiosamente mañana tengo exámen de la Historia de la Corona de Aragón. Un fuerte abrazo y gracias por tu escrito, es maravilloso.
Javier.
Vibot -
Me encantan esas líneas, Teódulo, y toda esa inspirada evocación -luego me dices que yo escribo largo- plena de sentimiento, perceptividad y ajustada expresión.
Gracias por compartirlo.
Luis Teódulo -
En el internado de Villava los inviernos eran gélidos. Uno no sabe muy bien si porque entonces, 1956-1960, el tiempo era mucho más frío que ahora, o porque el vetusto y magnífico edificio que se asentaba a la derecha de la carretera de Pamplona, justo antes de la Escuela de Peritos Agrícolas, carecía de las más elementales instalaciones de calefacción. Puede ser que se juntasen las dos razones.
El edificio, precedido por un pequeño jardín, había sido, en su primer destino, un casino restaurante para divertimento de las familias adineradas de Pamplona. Claro que esto, como algunas otras cosas delicadas, nunca se lo contaron los frailes dominicos. Pero resulta sorprendente que lo que en 1911 se inauguró como el Casino Besta Jira (alrededor de la fiesta), quedase reconvertido en 1915 en Seminario Misionero Berrio Ochoa.
Yo tenía diez años cuando llegué al internado. Llegaba desde Cariñena, un mar de viñas en primavera, soles abrumadores en verano y cepas desnudas en invierno, descansando sobre la tierra cascajosa y roja que Julio Medem intentaría describir, años más tarde, en su película de Tierra. Había crecido un tanto salvaje, entre los carros de uva que los campesinos acarreaban hasta la bodega, escuchando sus implacables blasfemias, cuando el peso de la carga obligaba a retroceder a las caballerías. Con olor a mosto, los juegos infantiles en la brisa seca que se permeaba a nuestro antojo en túneles infinitos y cuevas para nuestros escondrijos, aprendimos las primeras letras en las monjas de Santa Ana. Al abrigo de la cocina de carbón me inicié en las primeras lecturas con los tebeos del Coyote y del Guerrero Antifaz que heredé de mis hermanos mayores.
Recuerdo las noches, antes de acostarnos. En familia, escuchábamos una vieja radio o nos leía mi padre una novela del oeste, de Estefanía. Siempre había en aquellas historias algún forastero llegando a galope con su caballo hasta la cantina y las balas, en el fragor de la disputa, salían disparadas en todas las direcciones. Yo, el más pequeño de los tres hermanos, me sentaba en las rodillas de mi padre y allí me acomodaba hasta caer dormido Su mono azul olía al mosto de la bodega de abajo y sus manos, que entonces me parecían enormes, llevaban siempre la huella indeleble del vino.
Jugábamos con pelotas de goma, muy propensas a pincharse con las zarzas, en las eras del pueblo. Si algún afortunado traía un balón de reglamento, le reconocíamos el privilegio de escoger equipo, sin echar suelas, y organizábamos toda la chiquillería partidos muy reñidos entre dos porterías hechas con piedras. De aquellos partidos solíamos salir con las rodillas ensangrentadas, ya acostumbradas, herida sobre herida, costra sobre vieja costra, que nuestras sufridas madres trataban de curarnos como podían entre continuos reproches.
Solían darnos para merendar pan mojado en vino y azúcar y corríamos de nuevo a las eras para seguir jugando. Si llovía y bajaba el agua por las acequias de la carretera, construíamos barcos con los juncos de las orillas de los barrancos. Los arrojábamos luego a las aguas tumultuosas y organizábamos carreras esperando, tumbados sobre las salidas de los túneles, verlos pasar rápidos y alejarse de nuestros dominios.
Las vidas se transformaban cuando llegaba el tiempo de la vendimia. Nuestros padres se volvían huraños y pensativos, encerrados en sus preocupaciones y nos abandonaban unos días a nuestra suerte. Ya no tenían tiempo ni humor para fabricarnos las espadas con los palos de madera de las escobas, ni para modularnos los aros de alambre ni para construirnos los carromatos con ruedas de cojinetes. En aquellos días, apenas los veíamos y había en el aire familiar una preocupación concentrada y espesa que adivinábamos peligrosa para nuestras despreocupadas diabluras infantiles.
Veíamos pasar los carros cargados de uva por las calles y los caminos del pueblo. Yo llegaba a casa entre las filas interminables de carros y caballerías que esperaban su turno para descargar. Veía a mi padre moverse inquieto, con gesto preocupado, en el interior de la bodega, afanado en sus tareas, olía dulce a mosto por toda la casa y el ruido frenético de las trituradoras de las descargaderas y la vocería de los trabajadores ya no nos abandonaba ni de día ni de noche.
Había que esperar a que pasasen los días frenéticos de la campaña. Entonces mi padre me cogía de la mano y me llevaba orgulloso por sus dominios. Subíamos por las galerías, entre los balcones metálicos que circundaban los depósitos de cemento. Allí apartaba las tapas de madera de las ventanas de los depósitos y se veía fermentar el mosto, chisporrotear alegremente el líquido rojizo que muy pronto se convertiría en vino. Yo preguntaba intrigado por aquella misteriosa transformación y mi padre, generalmente de pocas palabras, se explayaba en unas lecciones de elemental enología que a mí me parecían de una elevada y desconocida sabiduría. No sabíamos, ninguno de los dos éramos entonces conscientes de que aquello marcaría para siempre nuestras vidas. Podríamos habernos entregado a profundas reflexiones.
El vino, el tema del vino, está latente a lo largo de nuestra literatura y en cualquier otra manifestación artística que haya intentado calar, de alguna manera, en la esencia de nuestro pueblo O, mirando el mosto fermentar, podrían haber escuchado a Ortega decir solemne y un tanto irónico: Un problema cósmico es el vino
Tampoco extrañarían las palabras que escribe Goya, de la vecina Fuendetodos, en carta de julio de 1780 a su amigo Zapater: Para mi casa no necesito de muchos muebles, pues me parece que con una estampa de Nª Sra. del Pilar, una mesa, cinco sillas, una sartén, una bota todo lo demás es superfluo
O lo que escribe Galdós en La Campaña del Maestrazgo: Servía Viscarrués un Cariñena superior, sin competencia en cuatro leguas a la redonda, y para todo pasto un tintillo de Contamina que en lo de alegrar corazones y cabezas parecía hermano de la jota. Uno y otro procedían de la misma cepa
¿Cariñena o Jerez? le preguntan a D. Juan Tenorio los compañeros de mesa en la obra de Zorrilla. Yo haré honor a los dos, contesta con orgullo.
Serían innumerables las alusiones al vino en nuestros textos literarios que, en aquel preciso momento, los escritores y poetas de todos los tiempos podrían haber pronunciado
En la interior bodega/de mi Amado bebí (Cántico espiritual de S. Juan de la Cruz)
Que el cántaro de vino/al beso de amor sume su beso (Neruda en Oda al vino)
Conviérteme en monedas de oro para pagar tus besos/en el vino de oro que quema entre tus labios..( García Baena)
En el bronce de Homero resplandece tu nombre,/negro vino que alegras el corazón del hombre.. (Borges en Al vino)
Fermentarán en los lagares los sueños de los hombres,/la vida se derramará generosa/
y vendrán los poetas a embriagarse de versos,/a cantar en la gran fiesta de la tierra.
Aquellos felices años de infancia en Cariñena pasaron pronto. Un buen día, mis padres me dijeron que tenía que estudiar para hacerme un hombre de provecho y decidieron mi marcha a las tierras más verdes y serenas de Villava
Cuando mi madre, una valiente y guapa moza de Castillonuevo, me despidió rota en lágrimas, quise hacerme el hombre y aguanté como pude la nostalgia que se desbordaba por mi pequeño corazón.
La abrazé y la besé, antes que el hermano portero cerrara la puerta. Aguanté las lágrimas hasta que, ya de noche, me metí en la cama del gran dormitorio comunitario y pude dar rienda suelta a mis sentimientos. Me sentí como un niño huérfano y la distancia de Cariñena a Villava me pareció un muro inexpugnable que rompía con toda mi feliz existencia anterior.
Pronto la rutina de las clases y de los juegos se sucedió en un proceso vertiginoso. No nos quedaba mucho tiempo para la melancolía, esa era la verdad.
Realizábamos excursiones, con bastante frecuencia, al monte y al fuerte de San Cristóbal. Justo, detrás del colegio, atravesando una carretera, nos internábamos en el monte y lo subíamos en continuas carreras, desafiándonos. Puede que los portones de aquella fortaleza estuvieran cerrados, pero los más aguerridos encontrábamos siempre algún resquicio por donde colarse. Me sentía como Agamenón revistando las tropas infantiles. Los rincones y vericuetos del fuerte de San Cristóbal movían nuestras mentes infantiles para maquinar situaciones de hechos fantásticos que hubieran podido ocurrir allí en tiempos pasados. Novelábamos sobre guerras, cárceles, fortines Nos parecía un sitio sobrecogedor, lejos, no obstante, de conocer la verdadera historia trágica de aquellas instalaciones militares que habían servido de cárcel durante la guerra civil para soldados y personas de ideales republicanos. Eramos niños y no advertimos el dolor lacerante que rezumaban aquellas paredes; los gritos desesperados todavía contenidos en las mazmorras; el vendaval de fugados corriendo por las laderas en una huída alocada, sin esperanza. Eramos únicamente niños que corríamos y gritábamos por aquellos tétricos pasillos, para infundirnos valor, escuchando sólo el propio eco de nuestras voces. Al salir de la penumbra de los pasadizos, nos deslumbraba la luz, apareciendo una magnífica vista de Pamplona y sus alrededores.
Vino en aquellos años por la casa un Rafael Sánchez Guerra envejecido, ya viudo, dispuesto a terminar sus días en la paz del convento. Había sido secretario de la Presidencia de la República Española en 1931, con Niceto Alcalá Zamora, periodista incisivo y presidente del Real Madrid. Llegaba del destierro, de París, y fue como un golpe de aire fresco que ensanchara los horizontes de los pequeños estudiantes. Nos hablaba de personajes ilustres con la naturalidad que da la amistad compartida: de Gregorio Marañón, de Torcuato Luca de Tena, de José María Pemán. Los estudiantes aprovechábamos el tiempo de recreo para abordarle y escuchar entretenidos sus fascinantes historias. Hombre de mundo, se le concedían dos pequeños privilegios para sobrellevar su enclaustramiento voluntario: un vaso de vino tinto en las comidas y su paquete inseparable de tabaco negro.
A veces, veíamos también a un joven fraile villavés, Domingo Iturgaiz, siempre con aspecto de artista despistado, rebuscar afanosamente, entre los escombros, algún material que sirviera para sus mosaicos. Andaba por entonces muy ocupado en la fabricación de los mosaicos y vidrieras del Colegio e Iglesia de la Virgen del Camino, en León. Ese colegio sería, precisamente, nuestro destino inmediato cuando acabásemos los cursos en Villava, para terminar el bachillerato y continuar luego con los estudios de filosofía. Había una especie de guerra fría no declarada, rivalidad soterrada pero intensa, entre los educados en Villava y en la Virgen del Camino. Por el colegio de los dominicos de León pasaron, que se sepa, escritores leoneses de la talla de Jesús Torbado y Andrés Trapiello. O conjuntos musicales de categoría, como los hermanos de Café Quijano. Semejante competencia, en cambio, nunca nos arredró a los villaveses. Nemesio Sánchez, por ejemplo, con Zurbano, publica versos comprometidos en Bruselas y le prologa nada menos que Antonio Gamoneda.
Los inviernos resultaban mucho más complicados de sobrellevar. Nos salían sabañones en las orejas y en las manos, que el hermano Carlos curaba con una pócima pestilente pero milagrosa. Nos levantábamos muy temprano y el golpe de la noche y del aire frío nos azotaba la cara al abrir las ventanas del dormitorio.
Había, no obstante, tres oportunidades que nos permitían huir de la inercia diaria: el pertenecer al coro, a la rondalla o al equipo de fútbol.
El equipo de fútbol de cada curso se formaba con los muchachos que más destacaban en los partidillos del recreo y les otorgaba cierta prestancia entre los compañeros. Jugaban con equipos de otros colegio. Cirauqui, un portero valiente y arriesgado, era de la vecina Burlada. Elgorriaga, delantero centro que llegó hasta jugar en el Salamanca, procedía de Vera del Bidasoa. Unzué, de Olite, formaba parte con él de una delantera goleadora. Calzaban humildes alpargatas, pero el ánimo era intrépido y estaban curtidos en mil batallas. Les entrenaba Iturbe y todos admiraban sus acrobáticas chilenas en el aire. Eran los tiempos de Glaría, Marañón, Sabino y compañía de un Osasuna corajudo, en el viejo campo de San Juan, que todos los chavales de entonces querían emular.
De la rondalla, que dirigía Torrellas, formaban parte los diestros en instrumentos musicales, destreza que no le había concedido la madre naturaleza. Zurbano, que anda ahora por Bruselas y que venía de Torres del Río, era uno de los músicos agraciados. Soriano, de Valencia. Tambièn formaban parte de la Rondalla, Aldea y Zabala, de Oteiza de la Solana. Aldea, un muchacho muy juerguista, se salió en Teología, pero Zabala está o estuvo de misionero por las selvas amazónicas del Perú. Ibisate, asturiano como Torrellas, gozaba de algunas prerrogativas que les encelaban un poco. Por ejemplo, su botecito de colacao para los desayunos, con que amenizar la leche aguada, les parecía un privilegio excesivo.
Apenas comenzado el curso, nos fueron llamando a los nuevos, uno por uno, para probar la voz. Así es como empecé a formar parte del coro. Debía ser por mi corta edad y otras escondidas razones heredadas de mi madre, aficionada a arrancarse con jotas aragonesas y navarras en los festejos familiares, por las que el Padre Huarte me eligiò para la primera voz. El pertenecer al coro tenía, sin embargo, otras muchas ventajas de las que pronto pude disfrutar.
Con mucha frecuencia el hermano Silvio, un anciano entrañable, nos trasladaba a los chicos del coro en un viejo coche hasta la Iglesia de Santo Domingo en Pamplona. Causaba risa vernos bajar a los diez muchachos coristas. Los viandantes de la ciudad miraban con asombro aquel espectáculo, preguntándose cómo era posible semejante milagro de ubicuidad. Desde el coro, situado en el fondo, se divisaba con claridad toda la iglesia.
Otras veces, si el coche del internado estaba averíado u ocupado en otros viajes, íbamos en la villavesa. Abríamos bien los ojos asombrados ante el espectáculo de la ciudad, la gente caminando por la Estafeta, las mesas de los bares en los porches de la plaza del Castillo repletas de gentes bulliciosas. El corazón de la vieja ciudad latiendo con fuerza a nuestro paso nos producía una excitación muy agradable y sorpresiva. Aquellos soportales del Iruña y del hotel Perla habían sido testigos también, en numerosas ocasiones, de la presencia de un escritor americano, ya mayor en aquella época, próximo a los sesenta, en el cenit de su carrera literaria, recién coronado por los premios Nobel y Pulitcer.
Hemingway estaba frecuentemente, confundido entre el gentío, sentado en una de aquellas mesas, leyendo los periódicos y disfrutando de un rosado navarro al que era muy aficionado. Quizás un niño de aquel coro pudo acercarse hasta la mesa, abordarle y espetarle ingenuamente: Señor,ese vino lo hace mi padre en la bodega de Campanas". O haberle dicho: Señor,yo tambièn escribo en ese periódico de El Pensamiento Navarro. Inocentes historias que escribíamos en la clase de literatura de Huarte, aleccionándonos en los primeros pasos de la escritura literaria, ese veneno hermoso y seductor que, una vez probado, se convierte en compañero inseparable; el mismo que, unos pocos años después, terminaría con la vida del escritor americano. O pudo ocurrir que un grupo de jóvenes peñistas, en la locura de la fiesta, hiciese corro al escritor y al niño del coro, llevándoles en musical juerga, hasta la plaza del Ayuntamiento y luego, por la cuesta de Santo Domingo, hasta la misma puerta de la Iglesia. Pudo ser porque aquella ciudad, pacífica de ordinario, se transformaba en un colosal vendaval de fiesta y alegría para San Fermín.
Pudo ser que el escritor americano, de vuelta de muchas batallas, accediese a aliviar su corazón cansado en la penumbra silenciosa del templo. Y que el niño del coro, arropado por la voz poderosa del salmantino Salustiano, entonase entonces pan divino y gracioso. Que las voces infantiles, derramándose por el templo, hicieran asomar una sonrisa tímida en el escritor. Pudo ocurrir. Y que ya vacía la Iglesia, el hombre mayor, con su habitual gorra cogida en la mano, hiciera un leve gesto de despedida a los niños que asomaban sus cabezas entre las balaustradas del coro. Todo pudo ocurrir.
Vibot -
Luis Teódulo -
A veces vuelas tan alto que da pereza seguir tu estela en el cielo luminoso de tus pensamientos. Creo que Santiago confunde un poco sus consideraciones. Torrelas era de música y yo era de letras. Allí, en Montesclaros, yo leía ·Peñas arriba" de Pereda, a mis 18 añitos, y yo creo que lo hacía como una lectura obligada, de esas que las tomas más como una obligación que como una devoción. Y la verdad es que, en aquel escenario, cuando la niebla se asentaba sobre el Ebro, en los montes que correteabamos con juvenil entusiasmo, Pereda, aunque algo aburrido, nos ayudaba en los tiempos de descanso.
Que Santiago dice que Torrellas disfrutaba con mis escritos, creo que tiene un lapsus en su enorme memorión. Más afín a las querencias musicales de Torrellas, recuerdo yo al valenciano, a Soriano, que parecía levitar con las melodías litúrgicas. Yo era más adipto a las poesías que me hacía recitar Pablo Huarte en el escenario del teatro, para vencer mi timidez. Recuerdo una de Lope que aún recito antes de dormir, cada noche, esa de "qué tengo yo que mi amor procuras, qué interés..."
Sin embargo, el maestro de la palabra hablada era Mariano Zugasti, un orador de primera línea, que sabía atraparte en sus historias.
De aquellos frailes también recuerdo con mucho cariño a José Mª Iturbe y a su hermano Antonino, los dos un pedazo de pan, buenos hasta cansarse, parecidos al buenísimo de Uría.
Lo dicho, amigo Vibot, que la música es el lenguaje más universal, en el que todos podemos manifestar nuestros sentimientos, sentirnos miembros de una gran familia, aunque pertenezcamos a paises y creencias muy distintas. Y entonces ahora podríamos enzarnos en una discusión sobre la literatura o la música, tú mismo, espero que en el cielo podamos disfrutar de las dos.
U abrazo muy fuerte.
Luis Teódulo -
Creo que con el tiempo he conseguido un equilibrio sostenible que me ayuda a encarar el futuro con más optimismo.
Lo de la Alhambra y posterior visita a aquel Monasterio es una apreciación muy personal, que espero no moleste a nadie, no era mi pretensión.
Un fuerte abrazo, maestro.
Javier Cirauqui -
Desde muy niño iba con mi padre y mi madre a Villava y he de decirte que en el año 59, unos meses antes de entrar al Colegio, estuve con vosotros en el Campamento Montejurra de la Ulzama y mi jefe de tienda eras tú, Augusto era el jefe de escuadra, que eran tres. Me veo en frente de la tienda, pasando la revista y preguntándome la consigna del día, pues era el más pequeño del campamento. Tu dabas las novedades. Un día hacíamos una corona para los caídos y estábamos todo el día a la entrada del Campamento haciendo guardia, los fuegos de Campamento, letrinas, juego de pistas por los montes, Lizaso, los toros de Chopera y Cesar Moreno, que algunas veces visitaban nuestras tiendas etc., etc.
!Tiempos aquellos! Eramos niños.
Siempre recuerdo los nombres de los compañeros de mi hermano:
Imaz, Sarasa, Elustondo, Ibisate, Zubillaga, Artieda, Salvador, Unzué, Izquieta, Brizuela, Gainza, Larrañeta, Adrián, Les, Menéndez, Rodríguez, Zurbano, Iraizoz, Pascual, Verdes, Aldea, Gainza, Brizuela, Artieda, Soriano, Javier Villanueva, Barbería, y alguno más. Además de otros muchos de diferentes cursos.
Como Padres recuerdo al P. Hipólito Criado, Teófilo, Benito, Velasco, Federico, Villarreal, Marino, Iturbe, Huarte, Torrellas, Noceda y algún otro. Hermanos como Carramolino, Fray Carlos, Fray Silvio, Olcoz, Salva, Huertas, Fray Berceruelo, el pintor, y Sanchez Guerra, etc.
En cuanto al futbol os he visto a todos vosotros, desde antes de entrar en el Colegio, recuerdo el gran equipo que formabais y aquellos memorables partidos entre frailes y alumnos y entre los trabajadores y médicos del Manicomio, así como los entrenamientos de los estudiantes negros de Katanga.
Mi padre y yo eramos vuestros fans y sobre todo de mi hermano Augusto, que por supuesto era un gran portero.
En Fotos y Documentos de Villava figura una fotografía de cuatro equipos de futbol, en uno de los laterales del campo de gravilla, en un banco y bajo los plataneros.
Son cuatro equipos, o sea 44 niños, de cursos anteriores al mío, equipados y fotografiados por Galle. En primera fila y en el centro está mi hermano Augusto.
Me imagino que tú y Santiago conocereis a todos los componentes de la fotografía. Yo solo coincidí con vosotros el curso 59-60. A algunos los reconozco, otros no.
Me encantaría me descifrarais esos rostros, pues, osadamente, estoy haciendo la introducción de las Fotografías de Villava.
Es cierto que aunque solo estuve dos años en Villava y cuatro en La Virgen, los recuerdos más infantiles los tengo muy vivos, además yo era de Burlada y próximo a Villava.
Un fuerte abrazo para tí, Luis y otro para Santiago. Con cariño. Javier
Vibot -
Tú que sabes tantas cosas, ¿no sabrías cuál fue el último año que Torrellas dirigió la Escolanía?
Gracias
santiago rodriguez -
un 4-3-3, en que Sarasa hacia de enlace entre la excelente media que formabais tu y el chantreano Artieda, con aqu8ella excelente delantera; de portero suplente teniamos a Imaz, que no jugó nunca, porque nuestro portero nunca se lesionaba. De defensa derecho exporadicamente jugaba un gallego llamado Cambeiro.
Por cierto, no soy de Sabero sino de Sorriba el pueblo de la Madre Agueda.
Luis Teódulo -
Disfruto mucho con tus divertidas crónicas, aunque no me acuerdo mucho de ti, sinceramente.
Al que recuerdo perfectamente es a tu hermano Augusto, un porterazo de primera, aguerrido y valiente que defendía nuestros colores con arrojo. Tenerlo de portero era toda una garantía. De aquel equipo de fútbol recuerdo a Sarasa, Unzué, Elgorriaga Gainza, Barbería que es el que suscribe- y . Seguro que nuestro amigo Santiago Rodríguez, de Sabero creo, que era un gran aficionado, recordará puntualmente aquel equipo y nos lo facilitará con su provervial gentileza.
No sé si te pasará a ti, pero, quizás fuera nuestra temprana edad y nuestro desamparo infantil, por lo que recordamos con más nostalgia Villava que la Virgen.
De aquellos tiempos primeros, guardo un especial recuerdo cariñoso de mis compañeros J.Ignacio Zurbano, J. Ramón Loitegui, Jesús Meléndez, Gainza, Soriano, Aldea, Zabala, Julio Adrián, Santiago Rodríguez
Y, cómo no, de aquel plantel de Padres jóvenes que nos cuidaban y nos enseñaban: Marino, Huarte, Iturbe, Torrellas, Noceda, Velasco . Todos ellos muy buena gente. Vamos, así los recuerdo yo, sinceramente.
Un abrazo muy fuerte a ti y a Santiago
Javier Cirauqui -
Eran los tiempos de Delegado de Caritas y con sus colaboradores, de Opposa, (Organización para la patata del Pirineo Occidental, Sociedad Anónima).
En aquellos tiempos el Padre Marino tenía a medía Navarra entusiasmada con sus palabras, igual que a sus alumnos en el colegio.
Lo recuerdo con afecto, con cariño, gran comunicador, emprendedor, jovial, y cercano a todos. Tenía el colegio abierto a todos y nos relacionaba con el pueblo de Villava, cine parroquial, procesiones, paseo, excursiones, días de campo y campamentos.
De verdad lo recuerdo con alegría y gusto.
Como todos yo también zozobré, pero la causa fue, que sentía angustia y agobio, porque no me sentía capaz de llegar a ser, lo que yo creía debía ser un fraile. Un saludo. Javier.
Luis Heredia -
¡Cuánto te he echado de menos durante estos largos meses de ausencia¡
La verdad, hay que reconocer que La Alhambra no es como La Virgen ni el Monasterio de Sta. Isabel tiene parecido con la realidad del Santuario por muchas puras coincidencias con éste, o más bien pocas.
Yo conozco también La Alhambra y me impresionó todo de élla. No conozco el Monasterio de pero por lo que describes, mi impresión hubiera sido la misma que la tuya.
Aunque todas las comparaciones son odiosas, la misma impresión que tuve de La Alhambra, la tuve de pequeño cuando pisé por primera vez el Colegio y el Santuario: Del Colegio, esplendor, sentimiento de cierta libertad y lugar de conocimiento de todas las materias. Del Santuario, más esplendor aún, recogimiento y más libertad aún por la sensación de sentirme flotando en un Universo que nunca había conocido. A pesar del retablo central, único punto donde se transmite esa sensación de dolor y sufrimiento con la imagen de La Virgen, algo inevitable, por otro lado, por ser invocación de quien es.
Con el paso del tiempo, los sentimientos no cambiaron mucho. Si acaso, lo que pasó fue que me fui moldeando y que las experiencias hay que vivirlas más que sentirlas.
Yo zozobré pero no por sentirme agobiado por lo que me rodeaba sino por pensar que no iba a cumplir con las expectativas. O sea, porque tenía tan marcado desde pequeño por mi mismo mi destino, que al final me entró pánico ante el posible incumplimiento del deber y de ciertos votos religiosos. No sé, en definitiva, qué fue lo que más pesó en la balanza. Pero lo mismo me pasó durante el ejercicio de mi profesión y creo, me seguirá pasando. Debe ser algo innato, fuera de toda filosofía o modo de vida.
Por eso digo que las experiencias hay que vivirlas y como no viví en La Alhambra, lo que de ella me deslumbró puede que no hubiera sido la realidad que yo pienso ahora de haber vivido en ella. Desde luego, mejor haber vivido dentro que fuera de ella por la belleza que nos dejaron y que se intuye por su esplendor, sensación de libertad y cultura. Todo lo contrario que el Monasterio de Santa Isabel, en efecto.
Después de todo, yo prefiero decir Zozobro, luego existo en vez del topicazo Pienso, luego existo.
Haz caso a Vibot. Él zozobró en La Virgen más que el Titanic o el Prestige y nada ni nadie logró hundirle.
Luis, espero que nos sigas leyendo pero nos que escribieras más para que tengamos el mismo placer que tú al leer a los que esporádica o habitualmente aparecemos por aquí para participar.
Vibot -
Santiago a convocado, en pocas líneas, palpitadoras sombras estivales: Montesclaros, Torrellas, tus escritos...
Quizá porque nunca estuve allí, en aquellos veranos de estudiantes, aún me llega más denso y perfumado el narcótico aroma de los montes que todos describís, el tamizado fulgor de las luciérnagas en las noches de Agosto, el alegre entusiasmo y la melancolía sin salida.
Torrellas disfrutaba leyéndote...
me pregunto si conservarás aquellas cuartillas juveniles.
Yo también echo mucho de menos aquella tallada luminosidad de tantos de tus escritos, el humor, la belleza.
Pero es verdad que el pasado puede dañar y hasta los más voladores arcángeles asfixiarnos.
Y el presente aún puede ser hermoso y absorbente y, de nuevo o por fin, feliz.
Deseo que así sea para ti.
Luis Teódulo -
Os leo de vez en cuando y sigo disfrutando de vuestras palabras, la tuya como la cimitarra o la espada mora, la palabra pausada y sabia de Cicero, la de los ángeles voladores de Vibot, la palabra de fuego y arrolladora de Mariano, la tierna y amiga del del prieto picudo, la conceptualista de Argüeso cada uno os expresáis de forma diferente y maravillosa, porque aunque vengamos de una misma fuente, luego la vida nos ha enriquecido y modelado de manera muy diversa.
Y a ti, que siempre te imagino cabalgando como árabe armado de cimitarra reluciente, quiero contarte una experiencia que me ocurrió en la última visita que hice a la Alhambra por septiembre último.
Estábamos admirando tanta maravillosa filigrana, las fuentes rientes en una mañana soleada, los arcos, los jardines , tratando de imaginar la vida de aquellos habitantes privilegiados, la refinada existencia de sus moradores, la alegría que rezumaba por todos los rincones, las muchachas bellísimas danzando en aquellas estancias, en resumen, una existencia feliz en un entorno de ensueño, casi el paraiso cuando la atenta guía turística nos sugirió que hiciéramos la última visita al Monasterio de Santa Isabel la Real de Granada.
Yo me resistía en abandonar aquella Alhambra sublime, disfrutando de tanta belleza que alegraba los sentidos y el alma. Finalmente, condescendiendo con mi acompañante, partimos hacia el Monasterio. Mira, le decía a mi compañera, que yo ya he visto muchos monasterios
Llegar desde la luminosidad de la Alhambra a la atmósfera perturbadora del Monasterio me produjo un golpe tremendo. Múltiples cruces de madera en las paredes del patio, junto a las celdas, nazarenos dolientes, culpa, pecado, dormitorios estremecedores con urnas de niños Jesús que cada abadesa traía en su inicio. Uno podía imaginar una atmósfera de mentes en peligroso desvarío místico Llegar desde la luz de la Alhambra a aquel ambiente triste y perturbador, me hizo reflexionar sobre nuestros orígenes
¿Me comprendes un poco, ahora, Javiví? Yo os respeto y os quiero, pero esas repetidas incursiones a los lugares de antaño me provocan, a veces, zozobras existenciales.
Un abrazo, cuidaros, os sigo en silencio.
Javier del Vigo -
Luis, cabrito: respeté ayer y sigo hoy respetando tu silencio en este estanque de viejas ranas cantarinas. Pero...
¿Quosque tandem?
Tengo en convencimiento de que la vida te sigue sonriendo y tú vives razonablemente feliz. Que no es poco. ¿Estamos de acuerdo?
Mucho me agradaría ver que -¡por fin!- en el 2014 podamos disfrutar de tus "parrafadas musicales", como describe Santiago tu inconfundible estilo literario.
Te echo en falta, compañero. Que te vaya bonito, en cualquier caso.
santiago rodriguez -
El que he disfrutado hoy he sido yo al ver que has trasmitido con sentimiento sublime el paso de nuestro Padre Marino por nuestras vidas; verdaderamente hasta aquellas dias en que los tan prosaicos sabañones cubrian nuestras manos su forma de hacer resultaba balsamico.
¡Gracias! Luis, por recordarnos de forma tan amena aquellos años...
Luis Teodulo -
santiago rodriguez -
El P. Oloriz dice que no llegó muy preparado a Villava, por eso me gustaría recordar una experiencia por el contada con mucha frecuencia de forma distendida: En una ocasión le dijo al P. Ariz que le dejase un "lapicito" (sic), el P. Ariz le dijo que se decia lapicerito, el niño Marino contestó: es que ahí todavía no hemos llegado.
La vida del P. Marino esta llena de anecdotas....y los que pasamos tiempo con él las disfrutabamos con frecuencia...