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Antiguos alumnos dominicos VIRGEN DEL CAMINO - LEON

CAMARILLA = APROVECHAMIENTO DEL ESPACIO

CAMARILLA = APROVECHAMIENTO DEL ESPACIO

Sobran comentarios, (aunque espero los vuestros).

6 comentarios

Javier del Vigo -

No había leido este relato de Marcelino, no!

Y es un retazo de memoria colectiva fantástico. Ciertamente. Recuerdo, además, "aquella imagen" que describes, Marcelino, de Mediavilla, un hombrón ya crecido para unos "guajes" recién llegados a León.

Si te da por mirar hacia atrás, mi enhorabuena por el relato.

¿Por qué nos dejas a unos pocos solos ante los morlacos? ¿Por qué hace tiempo que no sé nada de tí?

Ya sabes mi ruego, no? Eso es! Te espero en los portillos de septiembre, cuando debes re-encontrarte con el trabajo y muchas otras cosas...

Un abrazo!

Luis Heredia Alvarez -

Marcelino, eres un monstruo.

Me gustaría tener tu facilidad de expresión y "condensación".

No se puede describir tanto y tan bien en tan pocos renglones.

Hasta me estoy viendo abrir la camarilla.

Es que para mi la camarilla tenía un sentido especial.

Fué para mi, mi primer "espacio físico vital".

Soy de familia muy numerosa y hasta los 11 años, siempre compartí cama plegable (mesa y mantel huelga decirlo) con mi siguiente hermano.

A los 11 años me fuí interno a Santo Domingo en Oviedo para preparme durante dos años intelectualmente (espiritualmente creo que lo estaba) con el fin de ingresar en La Virgen ya que suspendí el test "sicodélico" de ingreso.Mi primo Germán Torrellas, por méritos propios y que no haya ningún malpensado, lo superó con creces. (No os extrañe que hoy día sea uno de los alumnos considerados Ilustres en el campo de la música, pues el solfeo tiene algo de test "sicodélico")

En Santo Domingo, no compartí cama, ya sería sospechoso, pero sí un dormitorio corrido.

De ahí que cuando ingresé directamente en la Escuela Mayor, al tener un espacio físico y cama propia me sentí en otro mundo completamente nuevo para mi.

Los únicos que compartían comigo mi espacio, mesa y mantel eran los ocupas de cuatro patas y rabo que se asentaban por tribus en los cajones que teníamos debajo del colchón y donde guardábamos el paquete recibido de nuestras casas. Nunca nadie supo por dónde coño accedían a los cajones, ya que caían de dos en dos por las noches en las ratoneras de madera que se siguen utilizando hoy día y que distribuíamos estratégicamente en el pasillo.

Juan Carlos García Pascual -

Qué curioso. Quince años después de la fecha de tu recuerdo yo ocupé esos mismos espacios junto a otros 200 compañeros (ya éramos pocos), y aún había tranvías con petróleo, onzas de chocolate a la merienda, camarillas con lo imprescindible, admiración afectuoso-temerosa por los de la Mayor, Aleluyas y Perogrullos..; cosas que quizá no conocisteis los de entonces: el cine de los domingos, los Belenes del P.Laguna, el superpiscinón... y lo que no se cuenta, verdad?, la morriña, las angustias e inseguridades, en fin, todos los retoños de la sufriente adolescencia. Creo que nos hacemos mayores porque no podríamos soportar por mucho más tiempo la sensibilidad propia de aquella edad; añoro esos años, su manera limpia (indefensa?)de mirarlo todo. Perdón, no quería ponerme profundo. Pero me he reconocido en el ambiente de tu mínima escena, Marcelino, y me ha encantao saber que se puede compartir lo esencial a través de tanto tiempo. Si vais por el Cole veréis que los escenarios externos están medio perdidos. Es un consuelo poderlos reconstruir en esta memoria colectiva. Un saludo pa todos.

José Mª Cortés Aranaz -

Marcelino, ¡¡precioso y emotivo relato!!. Eres un fenómeno.

Andrés Martínez Trapiello -

Están bien estos recuerdos de memoria selectiva y positiva, Marcelino. ¿Y aquellos amaneceres de nieblas sonando la Pastoral, con legañas, encogidos por el frio?.
Y la Sinfonía del "Nuevo Mundo" que anunciaba las noticias semanales del P. Jaime y el P. Arenas. Y el entusiástico desafine en el estreno de un Aleluya en Sábado de Gloria. Y un Tenebrae, un Popule Meus, La Baila, el Perogrullo...

marcelino iglesias suárez -

A la atención de José María Cortés

Escena de la vida cotidiana animada por casual visita con guía *

¿Nos retrotraemos por un momento a 1963? Es un día cualquiera, de semana. ¿Sí? ¿Recordáis las tareas compartidas y su distribución? Una de ellas, la de la limpieza diaria de espacios comunes. Situémonos en uno de los dormitorios de la Escuela Menor. Es una mañana más de un día anodino, tal vez fuera ya por primavera o a finales del invierno. Quien escribe (un alumno de 1º que llevaba unos meses en el Colegio) manejaba intrépido uno de los tranvías (aquellos aparatosos ingenios tan útiles y manejables) con que nos deslizábamos por los pasillos con pericia y habilidad. Huele a petróleo; es un olor que recuerdo agradable.
Rompen la rutina y las habituales bromas y juegos o las no menos frecuentes desavenencias por cualesquiera motivos intrascendentes -- en tono menor las más de las veces-, voces de gente mayor. No son las del Padre Cura o del Padre Huarte (Pacura y Pahuarte, como atropelladamente los nombrábamos: ¿recordáis?). No, no son las suyas: son voces desconocidas, entre ellas las de alguna mujer. Curiosidad, atención. Compruebo intrigado: una familia que visita nuestras instalaciones. La acompaña un alumno de la Escuela Mayor. Lo reconocí: era Mediavilla, uno de los tipos más populares entre nosotros, uno de entre quienes los pequeños nos fijábamos y sabíamos sus nombres bien por ser buenos deportistas o solistas en la Escolanía o de probada simpatía. En fin, lo habitual entre los pequeños que tendíamos a imitar y a admirar a los mayores. Tal vez, además, porque fuera de Langreo (¿alguien me lo puede precisar?) y me identificara más así con él por ser yo de Blimea, de pocos kilómetros arriba, siguiendo el curso del Nalón.
Curioso, aparqué el tranvía y con discreción seguí admirado la brillante actuación –no exenta de efectistas ademanes con que iba subrayando su discurso- del ocasional guía. (Pongan atención, sitúense, compañeros: ¿recuerdan su voz, huelen a petróleo, ven cómo relucen los pasillos?)
-Fíjense ustedes: perfecta simetría en cada planta de dormitorios. En el centro –y señaló dirigiendo su mano a la pieza- la habitación del Director de la Escuela Menor.
Se giró, extendió su mano a la derecha y abrió la trampilla:
-Por aquí enviamos cada fin de semana las bolsas con la ropa sucia que será conducida posteriormente a la lavandería. Síganme, por favor. Vayamos ahora a ver las camarillas.
Abrió la que le quedaba más próxima y, con soltura de vendedor ambulante, fue enumerando cada una de los componentes del habitáculo y su correspondiente utilidad. Con las manos entrelazadas a la espalda, satisfecho, con rotunda seguridad y dicción solemne, concluyó su prolija descripción:
-Mínimo espacio, máximo rendimiento.
Boquiabierto e impresionado, observé cómo los visitantes se iban escaleras abajo cabeceando sin duda en señal de aprobación, sin ya atender yo a qué explicaciones o con qué matices de lo visto les continuaría ilustrando el improvisado y fabuloso guía, pero con el eslogan que acababa de oír por primera vez calando en la memoria, dejando abonado el surco con sus sonidos.
Y así hasta hoy, 22 de marzo de 2007, unos 44 años después, cuando por fin escribo la entrañable anécdota, en Oviedo, ciudad en la que resido.

Marcelino Iglesias Suárez, alumno de la “Fundación Virgen del Camino”, entre los años 1962-1967

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*Origen de un eslogan acertadísimo y transparente y, por ello, ya no un eslogan, sino una descripción ajustada a realidad. Se lo conté a Pedro López Llorente hace ya más de 34 años cuando nos reencontramos y compartimos nostálgicas sesiones de recuerdos de cuando entonces, de aquellos tiempos en que sufríamos los picores y heridas dolorosas de sabañones ulcerados, y cuando por toda merienda recibíamos las más de las veces unos higos pasos o una naranja de la que comíamos hasta la monda o, en el mejor de los casos, una onza de chocolate, más un zoquete de pan. La expresión no es apócrifa: se la oí, en efecto, a Mediavilla, a quien esta memoria que ya va fatigando, recuerda corpulento, de algo más que mediana estatura y con gafas gruesas, y creo no equivocarme si digo también que de Sama o de La Felguera.