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Antiguos alumnos dominicos VIRGEN DEL CAMINO - LEON

CON CARA DE ANGELITOS

CON  CARA  DE  ANGELITOS

Con esa cara de angelitos (querubines, creo) que parece que  no rompían un plato, mis queridos amigo-hermano Pedro López LLorente y mi querido amigo-hermano-"cuñao" Francisco Javier San José Recio (Pachi), flanquean al también muy querido Padre Sánchez.

En Octubre os contaré con detalle en lo que se han convertido esas dos caritas de angel. De momento, poneos en lo peor. Os adelanto que cuando vienen a León lo tienen que hacer "de incógnito".

Besos, queridos del Furriel.

30 comentarios

Mariano Estrada -

Querido Manolo:

José Antonio Granda ¿Qué habrá sido de él? Fue un amigo especial ¿Y Faes, qué habrá sido de Pablo González Díaz-Faes? Me alegraría mucho poder saber de ellos, como de otros, y de poder abrazarlos en octubre.

Querido Juan (Xuan), Manuel, Juan Manuel, Manolo… ¿Importa mucho el nombre, cuando se tienen tantos? Claro que importa, lo sé ¿Recuerdas tú, acaso, cómo me llamaban a mí, cómo me llamabais a mí? Por cierto, te agradezco muchísimo el nombre por el que tú me has llamado. Me refiero, claro, a Marianín, por el que aún me llaman los que me tienen mucho cariño…Algunos, como me conocen del fútbol, añaden el nombre de Melenchón, en recuerdo de aquella media famosa ¿del Oviedo?

Pues bien, Juan, me alegro mucho de que, con el texto que nos has regalado, se hayan quedado cortas mis ponderaciones. Es realmente magnífico y yo te doy las gracias por él. Y me alegro de que finalmente, venciendo tus reticencias, hayas pasado por encima de esos muertos que viven. Ya sabes que, como dijo Serrat, “los muertos están en cautiverio y no los dejan salir del cementerio”. Tu sitio está aquí, con los vivos. Y los vivos te animamos para que sigas escribiendo relatos como éste que, desde luego, van a encontrar muchos lectores entre los antiguos alumnos, y de manera especial entre los compañeros de pupitre y de risa no contenida en las interminables filas de los pasillos.

Un enorme abrazo
Mariano, para ti Marianín.

Coda: te creía de vacaciones. Por eso no me he dado prisa en contestar tu último correo. Pero no me olvido. Preferí esperar a que regresaras…

Otra coda: es curioso, acababa de escribir un recuerdo en el que está implicado Fernando Muñoz Box, por el que siento parecidos agradecimientos a los que tú manifiestas.

José Mª Cortés Aranaz -

Mi querido Juan "Manolo",

Realmente somos unos privilegiados por el amor que son y por la bondad que han traído a nuestras casas Marta y Alberto.

Espero poder darte pronto un abrazo, amigo.

Manolo Díaz -

En su momento, descubrí por casualidad este más que meritorio blog y, desde entonces soy asiduo visitante. Mi gratitud y mi sentida enhorabuena a quienes tuvieron la feliz idea de elaborarlo, dedicándole impagables esfuerzos y sacrificios personales que sólo pueden compensar los recuerdos felices que despierta en muchos de nosotros rescatando de las brumas, cada vez más densas, de nuestra memoria a personas y episodios que definitivamente configuraron lo que ahora somos.
Singular gratitud al bien llamado “Furriel”, alma y cuerpo de todo este maravilloso tinglado.
Desde mi posición de voyerismo, confieso que decidí no implicarme de forma activa. Tenía mis razones, quizá pueriles, quizá propias de un Peter Pan que en estos momentos está ya en la “edad del mono” (Si no recordáis el maravillo cuento de la Hermanos Grimm que habla de las edades del hombre prometo relatároslo, vertido por mí al bable, en futuras intervenciones). ¿Y cuáles eran esas razones?. Es posible que esta anécdota, bien entendida, os aporte alguna pista. Un día le pregunté a una persona muy querida, soldado durante mucho tiempo en esa guerra incivil, por qué nunca hablaba de los muchos meses que pasó en el frente. Me contestó: “Porque tuve que matar”. ¡No, por favor, no creáis que tengo algún cadáver enterrado en el Tomellar o en las eras de Quintana de Raneros, ni deudas pendientes con el código penal!. Los muertos que yo maté gozan de buena salud. Y dejo aquí la analogía, sin más explicaciones. Así me mantuve hasta el presente. ¿Qué me hizo cambiar de idea?. Tres cosas:
1ª La intervención de mi entrañable amigo Cícero relatando la anécdota de un inolvidable 15 de mayo.
2ª La insistencia de mi Marianín Estrada Vázquez-Sijé, poeta que si tiene en generosa abundancia “la gracia que quiso darle el cielo”, como hubiese querido para sí nuestro Don Miguel (“Yo que siempre me afano y me desvelo, por parecer que tengo de poeta, que es gracia que no quiso darme el cielo”).
3ª La foto de familia que Josemari Cortés, el Furriel, colgó en el blog y que me permitió conocer a su hijo Alberto que, junto con mi hija Marta, forman parte de ese grupo de personas que Dios escogió como eternos depositarios del Amor y de la Bondad, referentes en los que se fija el Altísimo cuando, hastiado del resto de los humanos, exclama: “Ellos justifican mi Obra”.
¡A estas alturas ni siquiera me presenté!. Me llamo Juan porque Don Felipe, el cura de San Feliz, parafraseó al viejo Simeón y dijo “Juan es su nombre”. Y como Juan llegué un lluvioso 4 de octubre, festividad de San Francisco, a nuestro Colegio, atravesando por primera vez la Cordillera Cantábrica y descubriendo con el mayor de los asombros que había entrado en una tierra donde los ríos “corrían p´arriba”. Aquella noche mi asombro fue en aumento cuando, a través de la ventana de la camarilla, vi “una estrella colorá”, que luego me acompañó durante los seis cursos de mi estancia en el Colegio porque, desde lo alto de la torre del Santuario, servía de guía a los aviones.
Y a los pocos días ocurrió que salíamos en larga fila del comedor, posicionado yo delante de la puerta de la procuración, quebrantando la sacratisima lex, de tal forma que el Padre Cura, viendo la ruralidad en mi persona, al igual que le ocurrió al Sebastián de Delibes, inició la reprimenda con una frase que desde entonces resultó bautismal: “Manolón, tronco de árbol…”. Pudo añadir que llevaba el pueblo en la cara y hubiese tenido razón. Ahora sería para mí un orgullo compartir esa fortuna con el protagonista de Viejas historias de Castilla la Vieja. Desde entonces he sido Manolo, como bien dice mi entrañable Cícero, a quien yo siempre mantuve y mantendré la esdrújula, aferrándome a una tilde que posiblemente no existe en su partida de bautismo.
En ese mismo mes de octubre nos endosaron unos ejercicios espirituales que implicaban auténtico tormento para quienes no éramos capaces de descubrir la virtud del silencio. Cabizbajo, me alejé hasta el extremo del campo de fútbol, muy cerca de la casa de Máximo. Y allí, sentado en una piedra y con libro entre las manos (¿Los mártires de Uganda?) encontré a un compañero rubio, de noble semblante, paisano de Daniel el Mochuelo, que aceptó de inmediato mi compañía. Fue el comienzo de una amistad que ha trascendido el tiempo y el espacio y que, al menos el día de San Isidro, procuramos refrescarla recordando anécdotas como la del garrafón. Por cierto, el rincón de la balonera era una peña taurina camuflada donde Martín Depablos (el mejor balonero de todos los tiempos apostólicos) acumulaba periódicos taurinos que tenían como figura central a Santiago Martín el Viti.
Bajo la capitanía de Cícero recorrí el mundo, desde Valdeprado hasta los Mares del Sur, pasando por patios de Sevilla. Descubrí a Lorca y aprendí de memoria gran parte del Romancero Gitano que aun estoy en disposición de recitar. Cantamos en varios países suramericanos con Ronda Española y
hasta fuimos capaces de representar al mejor Casona y a otros autores en originalísimas sesiones de teatro leído. Cícero era la literatura y consecuentemente tenía que estar reñido con las matemáticas. Claro que él encontraba remedio en las lamentaciones bíblicas entonando una salmodia que decía: “Ay, Señor, yo soy el que os ofendí y sois BOX el que me cateáis en dos”, cuyas dos eran las matemáticas y la física. Qué alegría reencontrarme en el blog con este gran maestro de la ciencia, Fernando Box, que me abrió las puertas de un lenguaje con el que conecté de inmediato. Le anticipo el abrazo que físicamente le propinaré el día del encuentro.
De vuestra benevolencia espero el perdón por haberme extralimitado.
Me quedan tantas cosas en el tintero que amenazo con nuevas intervenciones.
Y no puedo terminar ésta primera sin un recuerdo especial a cuatro compañeros del alma tan tempranos que, con seguridad, van a estar con nosotros el doce de octubre: Granda, Baudilio, Villa y Acitores.
Manolo Díaz

Andrés Martínez Trapiello -

Gracias, Isidro. Te he leído con deleite. Y me has hecho recordar y recrear aquella sociedad de hace cincuenta años. Tengo la sensación personal de haber pérdido algo con el tiempo; pero si Cícero o Cicero me lo "encuentran", me siento feliz mientras le leo.
Continúa. Y, gracias.

Isidro Cicero -

LA VENDEDORA DE GLOBOS / 3 . CLASICA

DEDICADO A LUIS HEREDIA

Una vez, a los dos o tres días de llegar al Colegio, me atreví a preguntarle al compañero de al lado cuándo se iba a terminar aquello que estaba sonando y cuándo iba a empezar lo que tuviera que empezar. No recuerdo el nombre de aquel compañero, sí recuerdo su cara de asombro. “Cuándo se va a acabar, ¿lo qué? Y cuándo tiene que empezar, ¿el qué?”, me preguntó intrigado.

Estábamos en el comedor de la Escuela Menor. Comíamos, en silencio, y escuchábamos una sinfonía. La primera sinfonía que yo escuchaba yo en mi vida. No me preguntéis cuál era, ni de qué autor. No lo sé.

Sí sé la sensación que me estaba produciendo. Por un lado, estaba sorprendido. Por otro, muy desconcertado. Espero que me entendáis, espero que me entiendas, querido Luis Heredia, a quien dedico especialmente este relato por tu amable insistencia en que escriba, en que cuente cosas y os recuerde recordándome. Por tus palabras tan cariñosas que espero poder corresponder.

Luis. En el comedor de la Escuela Menor descubrí yo la música clásica. Y cuando digo descubrí, digo descubrir, en el sentido pleno del significado. En el lugar del que yo venía, ¿no había música? Sí, pero la hacíamos a voces, otras cosas las hacíamos a martillazos. Entonces los pueblos, incluso los pueblos de alta montaña, todavía estaban poblados, todavía tenían mozos que cantaban las rondas, mozas que cantaban romances, oraciones de iglesia, coplas de boda. Curas e hijas de maría que cantaban la misa. Exmonaguillos ya viejos que cantaban el miserere en los entierros. Y había algunos instrumentos para acompañar algunas de estas voces dependiendo de cuál fuera la ocasión.

Estaba la pandereta, el tambor, la gaita, las cucharas, la botella de anís el mono, el almirez de bronce de machacar los ajos, el chiflo, la flauta. Y la bandurria, un instrumento de la tierra al que hace unos años le cambiaron el nombre local para llamarlo rabel. Se podía cantar sin acompañamiento instrumental, pero nunca se tocaron allí instrumentos solos, que no fueran para preparar mullida en la que se acostara cómodamente la voz humana. Llegaba un momento en que los instrumentos construidos por manos humanas tenían que dar paso al instrumento rey, la voz del hombre, la voz de la mujer. A no ser que fuera la gaita, que ésta se bastaba y se sobraba para acompañar el baile.

Un instrumento no construido por el hombre, sino construida por la naturaleza y en el caso de la de José Luis y la de Olóriz, construida por Dios nuestro señor. Por eso, me desconcertaba aquella orquesta invisible en el tocadiscos del comedor de la Escuela Menor, ella sola sucediéndose a si misma, sin decidirse a dar paso al hombre, ni a la mujer. Y recuerdo la lógica perplejidad de mi espera: Si una simple pandereta sirve en mi pueblo para preparar la entrada de fulanita de tal, la que mejor canta, la que más gracia tiene, la que más nos hace reír o llorar según la ocasión, ¿quién tendrá que venir detrás de todo este maravilloso volumen de sonido, de este raudal de instrumentos de los que no sé el nombre, de los que hasta hace unos momentos no sabía ni la existencia?

Tú, querido Luis Heredia, a lo mejor eres de los que piensan que esto que te cuento es literatura. Y sólo literatura. Y a lo mejor se te ocurre escribirme preguntándome si no había tocadiscos allí de donde yo venía. No, es la respuesta. Si no había magnetófonos. No. Si no teníamos televisión. No. Si no teníamos Radio 2 Clásica. No, no la teníamos. Si no teníamos radio como radio, como aparato. Todavía no teníamos radio, aunque nos faltaba poco. Si en la escuela no nos hablaban de Bethoven. No. No teníamos radio, no teníamos duchas, padre Cura, ni retretes, ni agua corriente; tampoco teníamos coche, tampoco teníamos tren, tampoco teníamos teléfono, tampoco teníamos dinero. Estábamos abandonados de la mano de Dios. Y tampoco teníamos posibilidad de saber que había más allá de las puertos aquellos, nuestros queridos puertos, un mundo maravilloso constituido por músicos y por música. ¿Teníamos algo? Sí, muchísimas cosas que ahora no vienen a cuento, pero de lo que acabo de enumerara, nada .

Cuando salí de mi confusión, puse un interés muy interesado, una muy determinada determinación respecto a la música clásica; presté un oído muy activo a aquellas sinfonías y aquellos conciertos extraordinarios del comedor.. Había un chico, procedente de la burguesía leonesa, - que si no se llamaba Carlos le faltaría poco - que de música clásica sabía un huevo. Lo había mamado. Me puso en antecedentes en pocas palabras. Me dio las pistas y el cauce para avanzar en este conocimiento y en muchas delectaciones a través de él. Le escuchaba yo con admiración, con envidia, cuando antes de poner el disco, nos explicaba por el altavoz algunas cosas del autor, de la obra, de los intérpretes.

La gran música ha sido desde entonces un respiradero. Por eso estoy tan agradecido a la educación del colegio, tan singular, tan adelantada. Y por eso me hace feliz saber que muchos de los que allí estuvimos hemos contribuido después a que estos tesoros del patrimonio humano no fueran privativos de unos selectos privilegiados, si no que se hayan universalizado, y que la igualdad de oportunidades siga su avance imparable por el mundo.

Esta misma tarde, yo mismo he asistido a un concierto del “contratenor” Andreas Scholl y la Accademia Bizantina, interpretando a Vivaldi, Haendel, Albinoni, Porpora, Geminiani y Lotti. Me acordaré de la ignorancia del primer día. Me acordé de ti, amable Luis, pero aunque estuve esforzándome en ello, no me vino el nombre de aquel compañero del comedor que me miró con cara de asombro cuando le pregunté si la orquesta del tocadiscos iba a tener la bondad de callarse de una vez para dejar paso a la voz del hombre, de la mujer. No me llegó su nombre, aunque lo he invocado. Quizá le venga el mío a él, si me lee, recuerde mi pregunta y nos lo diga.

PD. Gracias, Pedro López Llorente. Ojalá te entretengas con ese libro.

Pedro López LLorente -

Querido Isidro: La verdad es que no me molesta en absoluto, de hecho es así como me conocían en el Colegio.
Es una delicia poder leer tus relatos y tus recuerdos. Además la casualidad hace que pueda seguir leyéndote. Ayer fuí a una "librería de viejo" y fue una alegría inmensa encontrar tu famoso libro, que tenía muchas ganas de leer,"Los que se echaron al monte". O sea que este fin de semana seguiré disfrutando de tus maravillosos relatos.
Un abrazo.

Mariano Estrada -

Querido Isidro:

Me alegra de verdad este mensaje en cuyas primeras líneas queda todo en su sitio. Las otras ya son miel sobre hojuelas. Tal vez yo he sido en exceso puntilloso al sentirme un tanto decepcionado por un saludo que no se produjo. Pero, tal como te digo, la queja ha quedado disuelta en la explicación. Y otra cosa no había. Me gustaría que intervinieras a menudo en este Blog y nos contaras muchas historias, dado que lo haces tan bien y que tienes el reconocimiento general. Como siempre lo tuviste entre los antiguos alumnos que, de una u otra forma, tuvieron noticias de ti. No digamos ya los que siempre hemos sido tus declarados admiradores.

En octubre hablaremos. Espero que podamos hacerlo largo y tendido.

Un abrazo

Andrés Martínez Trapiello -

Todo son zarandajas.
Vale, Isidro: Solo muy bien.
No hagas mucho caso a Javierdelvigopalencia en sus alabanzas. ¿Qué buscará?.

Pero quería dirigirme a Ali: Te lo mereces todo. Que no eres intrusa. ¿Cómo la hija del Furriel puede ser una intrusa en el blog?.
Querida Ali: Dale un achuchón a mi sobrino y hermano tuyo Alberto, y besos para Isabel. ¡Ah!, y dile a tu padre que me debe medias dietas -tres o cuatro- de subir con el coche a la Virgen del Camino a las reuniones. Que los cafés, no se preocupe: corro yo con el gasto. Tampoco le cobraré los Prieto Picudo que se han tomado Javierdelvigopalencia y Bañugues. Los Prieto Picudo de Julio Correas, que están pendientes, que espere, porque creo que me los compensará con sidrina el propio Julio.
En fin, Ali: Que muchos besos para tí, Alberto e Isabel. Y que tu padre, aunque tarde un poco con las dietas, no voy a perder la amistad con él.

Besos,

Luis Heredia -

No tardes, Isidro.

Un abrazo muy fuerte.

Luis Heredia

Isidro Cicero -

ALGUNOS SALUDOS

Debe de ser por mi impericia en este mundo de los blogs. Perdón. Pensaba que podría cumplir con todos vosotros si os ofrecía de cuando en cuando algunos retazos de mi memoria compartida, pero ahora me doy cuenta de que he cometido una grosera falta de educación general básica. Perdonad. He entrado sin saludaros y sin daros las gracias personalmente a quienes me habéis invitado con tanta insistencia. Creo que tenéis toda la razón en sentiros molestos. Nada más lejos de mi intención. No volverá a ocurrir.

Querido Mariano Estrada Vázquez: Sé que estoy en deuda permanente contigo, desde que me estuviste buscando por las guías, tuvimos aquella larguísima conversación telefónica y reanudamos un filamento de amistad interrruptus 38 años atrás; desde que me colgaste en tu página, en la que aún me mantienes, en la que me ofreciste espacio y tribuna, me diste todo tipo de facilidades para escribir, que no he podido aprovechar, sólo por mi causa; desde que empezamos a hablar por encima de un reencuentro re-narrativo como el de octubre, aunque de muchísimos menos vuelos, también con Manolo, (para mi, jamás Manolón) y otros amigos de época. Gracias por todo, nos explicaremos personalmente, libremente, cuando al fin nos reencontremos. Pero no me veas distante, amigo mío. Sabes que te leo y que degusto los poemas que me envías un día sí y otro también. No estoy lejos para nada.

Querido Javier del Vigo Palencia. Te recuerdo con mucho afecto. Supe siempre que me eras cercano y no sólo por ser de la raya de Burgos. Creo recordar que hasta compartimos algún regreso con melón incluido en el tren de La Robla, hasta Mataporquera. Pero quizá esté equivocado. Me han sorprendido tus textos, brillantes textos, cuando te explayas en el campo que más dominas, el del pensamiento crítico y el de la educación. Yo también tuve una etapa de dedicada a la docencia y, leyéndote, me recordé, me identifiqué contigo. Veo que estamos cerca y que el reencuentro físico-químico puede ser en cualquier momento. Cuando quieras. Por otra parte, creo que hoy sólo estamos los unos de los otros tan lejos o tan cerca como queramos. La distancia y el tiempo, aquellas magnitudes de las que en nuestra época sólo estaban libres los dioses y diosas del olimpo, hoy se han resumido tanto que ya no existen, a no ser que queramos que existan. Entre tú y yo, querido Javier, no tiene por qué haberlas.

Querido Máximo Oloriz, qué alegría me has dado. Te he recordado siempre y siempre con la música a cuestas, explorando territorios para mi vedados. Siempre con una risa limpia, siempre majo y compañero. Fuiste un amigo. Recuerdo la gracia que te hizo lo de la curación del mulo, que has traído aquí a colación y yo la vuelvo a traer para que Javier del Vigo se dé cuenta de que no visito el blog de ciento en viento: A mi también me hizo gracia mi error y a muchos más. La risa, no siempre permitida, vitanda durante la mayor parte del día, de hecho formaba parte de nuestra dieta. Del “coenantibus illis”, te diré lo que he pensado muchas veces: Me encantaba, (excepto el estribillo, coro, o como tú me digas que se llama). Interpretado por José Luis o por ti, en su defecto, era un luminoso lujo matinal. Pero voy más allá: en su conjunto me ha parecido siempre un modelo de narración: Tiene las condiciones que me gustan en los relatos: intensidad, claridad y emotividad. Esta última se la proporciona la maravillosa melodía, cuyo autor desconozco, y las prodigiosas voces que oí interpretándola. José Luis o tú. Por otro lado, ya te he dicho que la risa era parte de nuestra dieta, para mi “coenantibus illis” era un modelo perfecto para las frases en ablativo absoluto que solíamos retorcer, porque siempre andábamos buscando la risa con lo que teníamos a mano y porque – lo descubres mucho después- nunca hay nada sacro o fano, si no va acompañado de lo profano. ¿Recuerdas si allí y entonces, con tantas cuaresmas, celebráramos los carnavales? Por ejemplo para decirnos parodiábamos el coenantibus illis y decíamos “merendantibus illis”, “meantibus illis” o simplemente “paseantibus illis”. Cosas de chavales.

Querido Pedro López Llorente, (¿molesto si digo querido Perico?) Tú me convocaste el primero a esta conmemoración y me enviaste cosas que yo había escrito en el principio de los tiempos, tan ingenuas como poseídas de si mismas, que tú conservabas y que yo archivaba en una nebulosa mental vaga. Te dije la sensación que me produjeron tu saludo y tu envío, porque según iba leyendo aquellas cosas, notaba que volvían a recrearse en mi mente iguales a si mismas, como cuando surgieron. Iba releyendo y, casi a la vez, rescribiendo. Una pasada, se dice ahora. Me comprometí contigo a enviarte un texto para la revista CAMINO. Ya tenía el asunto, (un descubrimiento a raíz de un viaje a Barcelona, cuando reencontré en la Sagrada Familia la misma estética que Subirach había empleado en la Virgen del Camino décadas antes. Y a raíz de este descubrimiento, la potente plataforma que el destino proporcionó a un niño muy de pueblo, muy de alta montaña, al meterlo de repente en una carcasa de vanguardia: el edificio vanguardista de Coello de Portugal con una decoración vanguardista de José María Subirach. Luego me enteré en este blog, como ves Javier lo he leído más de lo que tú crees, que una escritora catalana andaba detrás de Subirach. Me retraje, y me puse a esperar a leer lo que escriba. Lo e hecho muchas otras veces: Siempre leer ha sido una pasión. Siempre escribir ha sido un trabajo. Y soy perezoso.

Otros saludos enviaré en otro momento. Querido Andrés Cortés, que me llamaste por teléfono y con quien mantuve una temprana amistad. Gracias por ser un referente de todo esto y felicidades por tu nieta. Queridos José María Cortés, Miguel Angel Trapiello, Enrique Muñiz -Alique Iglesias, Oscar Fernández, Fernando Ferreras Llamazares, Luis Heredia, Gracias a todos por vuestra atención y simpatía. Os escribiré pronto. Os lo prometo.

Mariano Estrada -

Querido Javierdelvigopalencia (ya tenía ganas yo de escribir este nombre de nuevo, leche):

¿Qué haces tú aquí, si tu paraíso de agosto es escardar cebollinos, que es una de las formas del arte? Bien sé que, como arte segundario, te dedicas a asistir a conferencias pronunciadas por tal Pepe Arenas, viejo conocido de la afición, o a quedar con José Luís Zamanillo para tomar un “marianito” en algún viejo bar de la localidad. Salud, hermanos, las copas de la amistad tienen sus efectos en el corazón, que suele acabar por abrirse como un capullo de hibisco al amanecer. En este caso, en los hortales de Arija o de Montejo o donde coños estéis a la hora de la celebración ¡Aleluya!

Querido Guadiana del Vigo, sobre esa brisa de la noche burgalesa, que os da en la frente y hace tan gratos los recuerdos, dile a José Luís que escuche los sonidos de la amistad, dile que “No es el viento el que mueve la rama, ni hace ruido la maleza. Es mi corazón que se queja como el fresco otoñal”. Él entenderá de qué hablo y alzará de nuevo la copa. Y entonces brindaremos los tres, como mosqueteros de Fuenteovejuna: Queridos amigos: ¡Nasdarobia! Porque habéis de saber que en Fuenteovejuna ya se brinda en ruso.

Yo también siento, como Isidro, los golpes de batán de aquel recitador al que tan bien ha dibujado, repercutiendo en el poema de Lorca: “A las cinco de la tarde” “Eran las cinco en sombra de la tarde”. Pocas cosas me han quedado grabadas en la memoria con tanta intensidad como aquellos mágicos versos y aquellas gesticulaciones elocuentes, casi desaforadas, del rapsoda. Es más, no hay vez que lea o escuche ese poema que no me acuerde de él. Nada digo ya si es recitado. Luego he podido admirar a otros declamadores, alguno de los cuales me ha dejado unas huellas imperecederas. Hablo de Paco Llorca, sobre todo, un hombre que, aparte del amor por su madre, sólo tenía dos pasiones en esta vida: el teatro y la música. Murió en el 92, con la casa llena de libros y más de 4000 elepés en las estanterías. Hacía tan sólo cuatro meses que había ofrecido un recital en el teatro De Rojas de Toledo, al que increíblemente acudió gente de Muelas. ¿Los autores recitados? Machado, Lorca, Alberti, Aleixandre, Miguel Hernández, Neruda… Muchos y muy buenos poetas, muchos y hermosos versos, los mismos que cita Isidro, los mismos que una tarde noche, en aquel teatro blanco de La Virgen del Camino –hoy tan viejo casi como el órgano de la Capilla Menor, cuya ruina ha descrito tan bien nuestro querido Félix Martínez del Cura- los mismos versos, repito, que recitara aquel hombre cuya cara olvidé con los años, como todos, supongo, menos Isidro, que tuvo la suerte de compartir con él un trocito más de intimidad y de vida.

Muchos versos, muchos, incluidos algunos míos, que, a lo largo de los años, he tenido el placer (y el atrevimiento) de dedicar a algunos de esos grandes poetas: “Trozos de cárcel y pueblo / Filos de reja y espada / Cuánto es el luto del hierro / tras las paredes de España” (A Miguel Hernández). “Ya nadie mira a la luna / porque la luna es mirarse / asesinar con los ojos / hasta el dolor de la sangre (A Lorca), “Hace mucho tiempo, cuando mi cuerpo era intrincado laberinto de un ángel jovial y revoltoso, fui tocado en el alma por el pico de una grulla poética. Yo era fuente de risa sin desmayo que, acaso por azar, tropezó con este críptico verso: “A un niño, a un solo niño que iba para piedra nocturna”” (A Alberti)… Finalmente y, como primicia, el “Homenaje a Toledo” que Paco Llorca me había encargado para la ocasión: “Aunque es verdad que el acero / tiene que ser toledano / para cantar a Toledo / se puede ser zamorano” (Dejo aquí un vínculo por si alguien tiene los huevos de leerlo en su integridad, ya que no es manco de Lepanto): http://www.elalmanaque.com/poesias/poemas/toledo.htm).

Querido Isidro: sigues teniéndome como el primer admirador de tu prosa, lo que no está reñido con lo que voy a decirte a continuación: te he notado lejano con nosotros, y no lo digo sólo porque después de llamarte hasta la saciedad con esa aldaba mágica de la que habla Javier (y he puesto ya en cuarentena), no me hayas mandado ni un pequeño saludo, sino porque otros te han llamado también o nombrado por tu nombre, y tampoco se han visto correspondidos. No voy a quejarme demasiado. Es cierto que he sentido el golpe y que me hubiera gustado que me saludaras, pero sólo ha sido un momento, lo justo para matar la pequeña vanidad, que es lo más superficial del asunto. Lo profundo te aseguro que no está dolido. Hace tiempo que escribí en el corazón las siguientes palabras de Borges: “Dichoso el que acepta con ánimo parejo la derrota y las palmas”. No es fácil, pero yo intento, en esto como en todo, recibir los beneficios de la dicha.

Y, por supuesto, te mando un abrazo Cariñoso (Lo escribo con mayúscula en honor de un personaje tuyo), ya que tengo de ti muy buena opinión y muy buenos recuerdos. Son recuerdos de niños o de adolescentes, pero están ahí, ocupando su rinconcito en la memoria afectiva. Bueno, niño era yo, tú ya eras una persona mayor y responsable, que iba en las filas en silencio, y como tal te trataban los profesores ¿De verdad te dieron a leer a Lorca y a Miguel Hernández? ¿En aquellos años? ¿Y en un colegio de frailes? ¡Que suerte! ¡Quién lo hubiera dicho! Ya ves, yo tuve que esperar al 70. Y aún los leí con ansiedad casi clandestina.

Coda: en esos recuerdos de pasillo, aguantando a la fuerza mis payasadas -puesto que estábamos muy juntos-, yo te veo con los labios cerrados, apretando aquella risa tuya, tan irónica, que luchaba por salir y convertirse en una risa abierta. Y algunas veces lo consiguió. Eso, o es que te quiero tanto que me has hecho falsear la memoria.

Mariano

Luis Heredia -

Isidro y Javier.

Después de lo que he leido, me voy a la cama pensando que es lo mejor que he hecho hoy.

Ya sé lo que tengo que hacer el resto de mis días y noches.

Un beso muy fuerte a todos.

Luis

Javier del Vigo -

La Virgen!

Mañana es –de hecho- "fiesta nacional" en una nación de las autonotuyas, sin creencias y sin memoria histórica... Mañana es "la virgen", fiesta en más de media España, en el esplendor del verano, aunque la religiosidad y María, aquella mujer santa, no esté en el camino de algunos de nosotros ya...

Enhorabuena a quienes tenéis aún referentes de religión, de cristianismo; de una madre de dios buena que os guía por este camino lleno de vericuetos y de injusticia! A quienes mantenéis viva la piedad que nos infundían en aquel colegio, hace ya casi medio siglo!

Hoy, una tarde de sudor húmedo, aquí, al norte de la piel de morlaco, he entrado a la página de Josemari de vuelta de algunos viajes míos; algunos de ellos, a un pasado común, que os pienso relatar con amor, ironía e imágenes. Y me he encontrado con novedades. Con muchas novedades!!!.

No sé ni por dónde empezar, aunque se debe empezar jaleando a los nuevos “escribidores”, máxime si alguno de ellos es escribiente oficial con intenso historial a la espalda...

Isidro Cicero Gómez!

Te escribí sin acento, ¿viste? Deberás ser tu quien me corrija o me ratifique, porque nunca supe, a ciencia cierta, si tienes acento o no. Desde luego, lo que tienes es memoria y pluma. Pluma, sobre todo!.

Pero ¿sabes? Te veo en un proceso intermedio entre el profesional -de la pluma, claro!- y el compañero de aquellos antiguos pupitres... Por qué? Muy fácil. Mira, intuyo que de ciento en viento has echado una miradita al blog. Lo que escribes delata que no lo haces a vuelapluma, sino con tu memoria fresca de tanto texto como va "pegándose" acá, salido de mil experiencias, la mayoría de ellas escritas con el corazón...

No digo que lo tuyo sea literatura solo. No. Dios me libre de que se me entienda lo que no pienso ni dije. Son recuerdos entrañables los que narras! Y lo que surge desde la entraña lleva calor de corazón.

Entonces?

A estas alturas del blog, echo en falta otros nombres. Muchos otros nombres que lleves en el recuerdo. En lo negro de nuestro pasado... Nombres, escenas, rincones, nostalgias... Te irán saliendo, si sigues “practicando” el blog, como el agua, cuando nace en los manantiales: con naturalidad!

Yo no puedo dar fe de tu cumpleaños con vino y timideces, tal como refieres en tu primer texto. No!. No “era” de tu clase!

Pero sí que me has avivado aquella tarde en el teatro, donde un loco –“ya no hay locos”, cantaban León Felipe y Paco Ibáñez- recitaba poesía... Qué rarezas tan deliciosas, a la vuelta del medio siglo!! No recuerdo su sombrero ni su traje verde. Lo juro! Pero me ha hecho ilusión tu “canto” a aquel hombre que yo medio-olvidé y tu paladeaste al correr del tiempo, para ponérnoslo al alcance de la memoria hoy!

Por cierto: ¿recuerda alguien la “visita” que nos hizo una “actriz” de aquel tiempo, en la sala de estudios? La conocíamos por el celuloide; era alta y muy desgarbada. El antídoto de la Marilyn Monroe aquella. Estoy seguro de que nuestros compañeros los censores no tuvieron que “censurar” su anatomía en ninguna película... Y de pronto, una tarde, aquella “diosa casta” del celuloide” –pero divertida entre los cómicos de su época- entró en la sala de estudios, exhibió su mejor sonrisa y nos deseo lo mejor como personas y como futuros propagadores de la “feliz nueva”. Luego se fue por donde entró...

Ella fue Mary Sanpere. Que hace cine desde tiempo atrás en las praderas del cielo, donde un día se quedó, en vuelo directo desde Barcelona!

Isidro, echo en falta tu “aterrizaje” definitivo. Has escrito dos perlas literarias. No es nuevo en tu “historial” este piropo, verdad?. Pero van ya cinco meses que algunos de quienes “perdemos el tiempo” leyendo y escribiendo aquí andamos mendigando tus migajas... “Isidro, saluda!”, “Isidro, hazte notar!”, “Isidro... por favor, Isidro...!”

Mariano Estrada fue el primero. Y andaba triste el hombre, porque empezaba a dudar del poder de su aldaba.
-“Hombre de poca fe, no dudes más, coño, Mariano!. Tu aldaba sigue dando resultados!. Isidro va calentando motores...”

Sin falsa modestia, ese “anónimo impersonal” que creyó verte a la esquina del cigarro de Tejo fue un servidor,- sin nombres ni apellidos, y a estas alturas de la vida, ligero de equipaje-;(voy arrojando lo poco que me va quedando, no sea que, al subir al avión, mi equipaje no pueda ir conmigo, por el demasiado peso).

No supe aquel día que mi afirmación rotunda te sirviera para hacerte una pregunta literaria:“no sé si yo soy yo”. ¿Nuestra imagen de ayer y nuestra realidad de hoy pueden ser la misma cosa?... Uf! Una pregunta para mentes privilegiadas, que no es la mía! Pero sois muchos quienes la tenéis aún...

Lo dicho, Isidro: bienvenido! Leeré a Bruno, que tiene una nariz mucho más hermosa que la de tu yo-que-no-es de la vieja foto! Te contaré el resultado, si me dejas...

Y a los demás, por no hacer de esto un capítulo para dormir osos, deciros que he aterrizado al blog desde la lejanía del verano sin internet, transitoriamente. Que traigo en las alforjas del alma y en la memoria de la cámara fotográfica mil historias que iré desgranando y mandando a Josemari, para general conocimiento...

Josemari,te he leído, querido, en tu referencia al abrazo cuando nos vimos en León el pasado 7. Hay instantes que no se pueden -yo soy incapaz- de convertir en literatura. Se profana el sentimiento. Aquel instante fue sentimiento puro. Te sentí. Que lo sepas. No sé si tu me sentiste con igual intensidad. Uno fue siempre tímido. Pero guardo el momento en el libro de los recuerdos dorados...

Besos a todos!



Isidro Cicero -

LA VENDEDORA DE GLOBOS/ 2. Yo y Tejo


Una vez tocaron el silbato para que nos pusiéramos todos en fila y nos pusimos. ¿Para ir a dónde? Ah, eso no se sabía. Al santuario no, que no eran horas. Al comedor, tampoco: acababan repartir las dos onzas de chocolate y el chusco correspondiente a la merienda. Al estudio tampoco, estaba en otra dirección. ¿A la camarilla? Hombre por Dios, lo que faltaba todavía para ir a la camarilla. ¿Castigados a la capilla? No había motivo. ¿A dónde íbamos, pues? A donde hubiera que ir. En una fila, tu obligación es seguir siempre al de adelante, en mi caso a Pablo Borge, silencioso como yo, parco de palabras como yo, o más si cabe. Y la obligación del de atrás es seguirte a ti. Esa era la mansa perfección de las filas. Así estaba estipulado el orden de las cosas, siglos atrás y así, la cabeza de uno podía estar recorriendo tranquilamente el mundo, mientras los pies daban vueltas eternas al mismo pasillo. Siempre el mismo pasillo pero, como todas las cosas, siempre un pasillo diferente. No ibamos al santuario, ni al dormitorio, ni al estudio, ni al recreo. Íbamos al teatro.

Estoy seguro de que era noviembre . Lo sé, no porque llevara apuntadas las filas de cada día, sino porque es la típica sensación de noviembre la que me quedó grabada en el cuerpo, este magnetofón que llevamos incorporado, y del que podemos sacar recuerdos cuando pulsamos las teclas adecuadas.

Los hombres de blanco llevaban ya puestas encima sus capas negras e incluso llevaban ya puestas las capuchas. Algunas veces se desplazaban tres o cuatro de ellos entre las dos larguísimas filas, guardando entre sí una distancia estratégica. Sus volúmenes negros imprimían un ritmo de tutela vigilante a las líneas paralelas que desfilaban al lado de las paredes. Vistos por detrás eran anónimos. No sabías quién estaba allí hasta después del sorpasso, cuando, al fluir la hilera, adelantabas a alguno por la izquierda o por la derecha y podías identificarlos de reojo. Las caras no eran uniformes. Lo que había detrás de cada cara, tampoco.

Fuera de todo ordenamiento, yo desfilaba delante de José Ramón Tejo, que esa tarde – insisto, de noviembre- se puso en la fila donde le dio la gana. No sé por qué. Quizá porque habíamos comido juntos las onzas de chocolate y el silbato nos había interrumpido la conversación (todo el mundo sabe que a esas edades, una conversación tiene una importancia imponente). O quizá se colocó allí por el simple instinto de querer compartir conmigo lo que hubiera que compartir aquella tarde, sin saber para nada lo que era.

Creo que ni se abrió el telón del escenario. Creo que ni hubo presentaciones. Creo que si las hubo, no las escuché, quizá enfrascado en la prolongación del cuchicheo de las onzas de chocolate. Iluminaron con focos a un señor mayor y desconocido. Delgado como un quijote, vestido con un traje verde botella, cubierto con un sombrero verde también que enseguida dejó a un lado para empezar a mover despacio los huesos de las manos y a declamar unos versos rotundos como puñetazos. ¡Entonces sí que se me abrió el telón¡ Por fortuna, nunca ha vuelto a cerrarse.

Empezó suave, uno, do y tré, tre banderishero en er redondé, pero luego se remontó por yo quiero ser llorando el hortelano de la tierra que ocupas y estercolas, yugos os quiere poner gente de la hierba mala, la muerte puso huevos en la herida a las cinco en punto de la tarde, si vinieran los gitanos, harían con tu corazón collares y anillos blancos, puedo escribir los versos más tristes esta noche, y llegó hasta cuando callas estás como ausente...

Descorrerse aquel telón fue la revelación santa. Ni yo ni la mayoría de los que estábamos allí, habíamos oído algo parecido en toda nuestra vida. Tejo y yo nos mirábamos deslumbrados. Era lo más fascinante que habíamos sido capaces de imaginar, salvo algunos ejercicios de traducción de Homero, Teníamos el oído hecho al verso verboso de la época y a las naderías florales. Pero ¿aquello, santo cielo? Estábamos fascinados.

En días sucesivos hablamos con frecuencia del recital, del desconocido rapsoda y del misterio gozoso que supuso aquella velada imprevista. Quizá, de la cantidad de belleza que todavía nos quedaba por descubrir. Poco después Huarte nos traía, o por lo menos me traía, las obras completas de García Lorca en una edición de Aguilar en papel biblia y tapas de piel. Bendito sea el padre Huarte por esto. Poco después, Lebrato me dejaba cosas de Crémer, de Leopoldo Panero y de Wenceslao Fernández Flórez. Y Reyero, las obras de Juan Ramón y los cuentos de Oscar Wilde. Y otro, las obras completas de Tagore. Otro, los Campos de Castilla de Machado en la colección Austral. Y, de la colección Gredos, calas literarias de Dámaso Alonso. Ya digo, detrás de cada cara, debajo de cada capucha, cada quién era cada quién. Entonces, la mayoría de los hombres de blanco también eran muy jóvenes, también estaban aprendiendo y también tenían una vida por delante que descubrir. Me di cuenta de esto muchos años después.

Si algún joven leyera estas líneas, no acertaría a comprender qué es lo que estoy tratando de contar. Pero si alguno de mi edad las lee, cosa de la que estoy seguro, recordará conmigo que los nombres que acabo de citar no sólo eran desconocidos para nosotros, sino que estaban completamente borrados del panorama cultural español, si es que aquello tenía algo de panorama. Cuando Tejo y yo nos encontrábamos por los pasillos en aquel invierno, nos saludábamos con dos endecasílabos:

- ¡Eran las cinco en todos los relojes¡, decía Tejo o decía yo.
- ¡Eran las cinco en sombra de la tarde¡, contestaba yo o contestaba Tejo.

Estos días me he enterado de que Tejo ya se ha muerto. No sé a qué hora, no sé qué día, no sé ningún detalle. Vino a verme una vez a Santander, pero luego se difuminó en las sombras, como todo aquella época. Eso sí, me dejó en el recuerdo una estela verde. No sé si por la ropa que traía, por las gafas o por el color de los ojos, quién sabe si verdes. O por reverberancia del recuerdo ya para entonces lejano del viejo recitador desconocido y de su sombrero.

Ahora hay quien dice que yo estoy con Tejo y con Ángel Torrellas, los dos ya difuntos, en la parte de atrás de un autobús, que no se sabe a dónde iba ni de donde venía como las filas de León algunas veces. Es una foto, una muy buena foto, en la que Tejo está fumando, Torrellas pensando y “yo” observando curioso. He visto incluso que se han cruzado apuestas sobre si ese yo es Isidro Cícero u otro compañero al que aún nadie ha conseguido identificar. “Que salga aquí Cícero y nos saque de dudas”, se ha dicho. Bueno, pues no veáis ningún juego de palabras en esto, pero no sé si yo soy yo.

La primera vez que vi la foto, creí ver a mi hijo pequeño, Bruno Cicero, un joven filósofo de quien, por cierto, los del gremio ya podéis leer artículos muy sesudos en Internet. El de la foto es clavado a él aunque Bruno tiene la nariz más bonita. Sobre la foto, dice Marga, mi mujer: “Pues claro que .eres tú. ¿Es que tienes alguna duda?”.

Las tengo. Puede que sea yo y no recuerde el momento: No sé nada de ese autobús, ni a dónde iba, ni de dónde venía. Puede que esa parte de la memoria no la haya vuelto a practicar nunca y haya quedado sepultada en el olvido. Os recuerdo a Cicerón, cuando nos decía que la memoria “diminuitur atque moritur nisi exerceas eam” Pero también puede ocurrir que haya por ahí algún otro señor de nuestra edad que un día acabe reclamando ese rostro. Llegado el momento, se lo adjudicamos y en paz. Mientras tanto y con todas las reservas, me lo quedo yo, aunque sólo sea por estar en alguna parte junto a José Ramón Tejo y Ángel Torrellas.

Y ¿cómo creéis que acaba esta historia, mis queridos apostólicos? Pues veréis. Muchos años después, en Santander, me hice amigo de aquel recitador desconocido. Se llamaba Pío Fernández Cueto.

Había estudiado en una escuela laica y otra protestante. En el frente daba recitales a los soldados. Logró huir a Francia y dio con sus huesos en un campo de concentración. Cuando regresó, le condenaron a muerte, pero Pemán, que también le debía el favor de haberle prestado su voz a alguno de sus poemas, hizo que le conmutaran la pena de muerte por la de quince años y un día. Al final cumplió poco más de tres en la cárcel de Oviedo. El resto, los pasó desterrado, deambulando de aquí para allá. Se le permitía dar recitales en colegios, como la Virgen del Camino, y así sacaba algo para comer él y María Luisa, la mujer que le acompaño siempre. El permiso para recitar era con dos condiciones: que se cambiara el nombre, se puso Pío Muriedas, y que no se le ocurriera jamás actuar ni en Asturias, ni en la provincia de Santander.

Damaso Alonso, Gerardo Diego, Lorca, Alberti, Aleixandre, Guillén, Margarita Xirgú, en cuya compañía trabajó, le dedicaron poemas. Valle Inclán le describió como un “recitante de capa, daga, camino y mesón”. Y Daniel Alegre le pidió en los años veinte que le sirviera de modelo para el Cristo de la Palabra Eterna que le habían encargado los jesuitas.

Si alguna vez venís por Santander, podéis ver ese Cristo que es Pío Muriedas en la iglesia que os he dicho. Si venís a Santander, también podéis ver la farola que le dedicamos en 1982 en la plaza de Numancia, con esta frase escrita para él por Vicente Aleixandre: “¡Oh voz de las voces, sobre el haz de España!”.

Esto está resultado largo y pesado, lo sé. Pero no quiero terminar sin contaros que cuando Pío pudo al fin regresar a su ciudad y fue a verse en la talla del crucificado de los jesuitas, vio a una feligresa delante de él a una feligresa rezándole de rodillas y a punto de echarle una limosna en el cepillo. Pío le tocó en el hombro, señaló con el dedo hacia la talla y le dijo: “Señora, ese soy yo. Vengo del destierro y traigo mucha hambre. Más caridad y más justicia haría usted si me diera a mi esas pesetas que dándoselas a mi imagen”.

La mujer, escandalizada, fue a pedir auxilio a un padre de la Compañía, pero cuando éste vino, Pío ya se había ido con el rabo entre las patas como un perro escarmentado.

Así que fijaos, amigos míos, hasta dónde han llegado aquellas dos filas que se formaron en León una tarde de noviembre, a toque de silbato, después de un chusco de pan y, probablemente, dos onzas de chocolate. Tejo iba detrás de mí en aquella fila y, según algunos autores, iba también entre Torrellas y yo en la trasera de un autobús. Sabe Dios hacia dónde se dirige esta fila de ahora.

Mariano Estrada -

Hola, Luís:

No sé a qué correo has mandado el emilio, pero hay uno que va a un agujero negro del ciberespacio.

Lo mejor es que me lo mandes aquí: maritos@telefonica.net

Querido Luís: parece que en el plazo fijado inicialmente, llegó un sólo artículo para la proyectada edición de la Revista Camino ¿Sabes de quién? Ya, ya, a estas alturas me voy mereciendo el honorable título de pesado...

Un fuerte abrazo

Luis Heredia -

Isidro, cada vez estoy más sorprendido.

Leyendo tu relato, hasta me veía yo sentado en el pupitre aún no habiendo sido testigo de cargo.

Mariano, entré en tu web y te envié un correo al e.milio que dices pero parece que no entra. O sea, salir si sale pero entrar no entra. No busques ninguna segunda intención. Me parece que me dice el cartero que me lo devuelve porque ya se superan las entradas como 500 más de las permitidas.

Por cierto, ¿quién dijo que se necesitan más colaboraciones para "rellenar" la tirada especial de CAMINO?.

Luis Heredia -

Hola Ali

Por un momento pensé que se nos había colado en el blog un intruso o un despistado.

Una cría preciosa.

Espero conocerla en Octubre. Pero tener cuidado, porque de pequeña no conviene que ya empiece a tener malas compañías.

Un beso muy fuerte a toda la familia.

Mariano Estrada -

Hola, Ali, soy Mariano Estrada. Ya he visto las fotos de Leyre. Es preciosa. Y Botoya también...

Enhorabuena por lo que te toca.

Un beso
Mariano

Ali -

Hola, para el que no me conozca soy Ali, la hija del "furriel" este.
Solo os escribo por si quereis conocer a la preciosa nieta de Andres(ito), visitando nuestro blog: www.cortespuntocom.blogspot.com

Mariano Estrada -

Llamada personal.

Insisto, llamada personal: llamo a Isidro y a Juan Manuel… ¿Hola, hola?... ¿Sí?... Ya, ya, sé que Juan Manuel está de vacaciones, pero ¿Isidro? ¿Dónde está Isidro? ¿En el río, en la playa, en el Parlamento? Querido Isidro: nos das la miel “en hojas de nogal y de ternura” y a continuación desapareces… Perdóname que insista. Llámame pesado. Y si quieres… Llámame insistencia.

Ya sabes que en el verano se producen ciertas burbujas

Para ti, para Juan Manuel, y para todos aquellos que tienen en el alma un poso lírico.

Un abrazo


LLÁMAME INSISTENCIA

Llevaba un día gris en la expresión intensa de la cara. Pero no era un lunes, sino una honda y acerada pena. Entonces la miré y le dije:

-Tienes los ojos tremendamente claros, tanto que se ve la lejanía en la que habitas. Pero tú te muestras oscura como las tormentas del atardecer y tu frente está llena de tribulación ¿Dónde quedan los brillos contagiosos de la luz, los alargados labios de la risa, los brotes alegres del deseo que se ofrecían ingrávidos a la primavera, la ternura de los sueños aterciopelados en el silencio nocturno de las almohadas? ¿Dónde está la voz que promovía canciones de felicidad allí donde reinaba el desconsuelo y la tristeza? ¿Puedo contemplarte con los ojos de la interrogación, entreabriendo los labios para que adquieran realidad las intuiciones? Y si es así, dime: ¿puedo llamarte noche interminable, velo pertinaz y declaradamente opaco? ¿Puedo llamarte venda, apagón, eclipse, fotografía del subsuelo…? O, más sencillamente: ¿puedo llamarte sombra?

-No, llámame tan sólo contraluz. O, si así lo prefieres, parpadeo.

-¿Puedo llamarte llanto prolongado, lágrima profunda y permanente?

-No, llámame lluvia del corazón, llámame pena transitoria y deseo insatisfecho, llámame agua condolida o atribulada...

-¿Puedo llamarte hoyo, desolación, piedra enterrada en el desierto?

-Jamás, llámame esperanza que muere y resucita, llámame terquedad innumerable e ilusoria, llámame herida que no cura... Pero llámame, sobre todo, persistencia. Porque yo estaré de pie después de que los vértigos se hayan estrellado en los precipicios, después de que las brisas hayan despejado los nubarrones.

-¿Hasta quedarte sola?

-No, hasta alcanzar la plenitud o nube donde viven, insobornados, los rebeldes.

Mariano Estrada www.mestrada.net Paisajes Literarios
Blog: http://paisajes.blogcindario.com

Fernando Ferreras Llamazares -

Tenemos al administrador del blog de vacaciones, pero creo que a pesar de todo se debe hacer mención hoy a SANTO DOMINGO DE GUZMÁN, "por culpa del cual" hoy estamos todos nosotros implicados en esta historia, fundó una orden y sus discípulos somos todos los que formamos la familia dominicana.

¡FELICIDADES A TODOS!

¡FELICIDADES DOMINGOS!

Mariano Estrada -

Reclamación pública de Juan Manuel

Reclamo públicamente la inmediata presencia de Juan Manuel Díaz Álvarez, antiguo compañero de quien los lectores de este Blog nos estamos perdiendo su magnífica literatura. Nada más colgar el escrito de bienvenida a Isidro Cicero (quien se presentó con un relato en el que es protagonista Juan Manuel, precisamente), me he encontrado en la bandeja de entrada con un correo suyo. Suyo de Juan Manuel, alias Juan, alias Manolo, alias sobre todo Manolón, por involuntario bautizo en segundas del inefable Padre Cura, mi bien querido Félix.

No lo cuelgo aquí porque es privado, pero puedo decir que destila literatura por todas partes. Y literatura de la buena. Y un buen corazón y unos nobles sentimientos. Pero esto no es nuevo para mí, que ya he tenido la suerte de apreciarlo otras veces, aunque no es de los que más se prodigan. De manera que… ¿Quousque tandem, Juan Manuel, nos privarás de tu literatura y, a través de ella, de tus vivencias, versen o no sobre asuntos del Colegio? Ya ves que es una pregunta muy fácil…

Lo que sí puedo hacer, queridos blogueros, es dejaros un botón de muestra de la incisiva pluma de este hombre al que también abrazaremos en octubre:

“Hoy he vuelto a Oviedo desde mis cuarteles de verano, allende la Cordillera Cantábrica, en visita fugaz. Aproveché para actualizar el correo y visitar el blog, porque durante el verano "desengancho" y regreso al medioevo comunicativo, sin ordenador y con luz a borbotones”.

Un fuerte abrazo, querido Juan, desde la luz, precisamente.

Mariano

Oscar Fernández -

Pedro (Llorente), P. Sánchez y San José un trío de bondades.
Cicero, todos estamos felices por tu entrada en este templo cibernético donde te esperábamos, pero nadie tanto como Mariano y Javier del Vigo, quienes como el viejo Simeón y movidos quizás por el espíritu estaban convencidos de tu venida. Ahora aligerados, dales satisfacción y cuéntanos vivencias semejantes a la de Juan Manuel un día de San Isidro. En breve te enviaré una secuencia cinematográfica de hace cuarenta años, grabada en Super-8 y ahora pasada a CD, donde tú me abres el portón de Caleruega para enseñarme el camino de Domingo.
A propósito, hoy día de Santo Domingo, felicidades a los “Domingos” especialmente a Domingo Iturgaiz (tío y sobrino), y agradecimiento a nuestros profesores por su entrega.
Un abrazo.
Oscar

Enrique Muñiz-Alique Iglesias -

Querido Isidro Cícero:Desde la admiración más cariñosa he celebrado tu entrada en estas páginas/abrazos leyendo la magia de tu cuento inacabado, hasta caerme entre el vértigo cómodo de tus líneas hacia una balonera en la que nunca estuve, pero de la que salgo brindando en garrafón por que te quedes entre nosotros.
¡Quédate, que amanece!
Un fuerte abrazo

Mariano Estrada -

Fútbol. Finalmente empatamos, queridos amigos. Y ya sabéis que empatar viene de pata, que es lo que ahora mismo me duele: la pata ¿Por qué no me advirtieron de que los otros eran chavales de veinte años y que el mayor tenía 26, como mi hijo?

Por cierto, dado que se jugaba tanto al fútbol en el Colegio, ¿cómo es que sólo ha destacado Cirauqui, que en paz descanse, en este hermoso deporte? Por otro lado, ¿cómo es que no ha habido ningún monstruo de la media distancia, con las vueltas que le dábamos a la finca? ¿O los ha habido e ignoramos que fueron compañeros? Porque yo no sabía hasta ahora, por ejemplo, que los tres componentes del Grupo Café Quijano habían estudiado en La Virgen del Camino. Sabía, eso sí, lo de Jesús Torbado y Pepe Domingo Castaño. Pero lo de ellos, no, ya veis. De haberlo sabido me hubiera acercado a saludarles cuando cantaron en Villajoyosa aquello de La Taberna del Buda, cuya letra, supongo, no estaría inspirada en los dominicos.

En fin, que yo tenía en el fútbol varios espejos en los que mirarme. Uno era Ángel Luís Valdés, el de Cistierna, otro José Luís Izquieta Etuláin, el de Navarra. Por nombrar sólo a dos, que había más. En el terreno de la música, aunque recuerdo muy bien la afición de Javier Serrano por el género lírico, mi modelo se llamaba José Luís Fernández Martínez, quien, con el permiso de Olóriz, fue el mejor solista de la Escolanía (Por cierto, Olóriz, el “Cenántibus illis”, José Luís lo bordaba). Los profesores no contaban a estos efectos, naturalmente, porque se suponía que eran sabios ¿Cómo no admirar a los profesores, aunque fuera a unos más que a otros? Además, hablo con los ojos de entonces, no de ahora.

Había otras admiraciones que, salvo una, en el teatro (¿mentiría si digo que admiraba a alguno de los Trapiello, muy muy delgadito?), no eran tan evidentes o destacadas. Doy por descontada la que sentía por Serrano en el dibujo. A Serrano le admirábamos todos.

Pero veo que la lista no es completa. Es más, falta la admiración más grande de todas. Bueno, a lo mejor estaba empatada con la que profesaba por José Luís. Se trata, precisamente, de mi admiración por Isidro Cicero Gómez. En la Literatura, claro, y en la bondad como persona, porque en el fútbol, el pobre, poco tenía que decir: era exactamente un patoso.

Querido Isidro: dejo aquí las líneas que escribí hace unos años con el objeto de presentarte en mi página. Son de hace 4 años, pero creo que no me expresaría mejor con palabras de ahora:
“Isidro Cicero Gómez es un antiguo compañero de colegio a quien, por desgracia, hacía 38 años que le había perdido la pista. Era, con mucho, el que mejor escribía de todos los que, de una forma o de otra, hacíamos pinitos en el aún inexplorado terreno de la literatura. Lo cual no despertaba la envidia entre nosotros, sino la admiración, una admiración que prosigue en este mes de mayo del 2003, en el que yo tengo la suerte de poder ofrecerles, como lectores de Paisajes Literarios, no ya una confirmación de estos urgentes elogios y ponderaciones, sino una pequeña obra maestra. Ella les hablará por sí misma.
“Sapos con alas” es el primer capítulo de “Vindio, la historia de Cantabria contada a los niños”, que en 1980 recibió el Premio Ateneo de Santander al libro más importante del año y que ahora está en proceso de reelaboración. Mariano Estrada.
Ver curriculum del autor al final del capítulo”
La historia que hoy nos cuentas es una más de las muchas que ocurrieron en nuestro colegio durante aquellos ya distantes años. Bien contada, es verdad, pero… ¿Podría ser de otro modo, siendo tú un contador magnífico de historias y, en algún caso, un contador preciso de la Historia, con mayúsculas, de Cantabria, o al menos de algunos de sus difíciles y no lejanos momentos? Ahora me refiero, claro, a “Los que se echaron al monte”, libro que tuviste la delicadeza de enviarme y yo tuve el placer de leer.
Bienvenido a este Blog de Josemari, querido Isidro Cicero. Los que llevamos tiempo en él y estamos ya muy vistos, celebramos con satisfacción un apoyo tan grande como el tuyo. Más aún, a ver si tienes tiempo de veras y nos puedes relevar un poquillo… Trapiello ha preguntado dos veces que a ver cuándo coge las vacaciones Mariano… ¿Insinuación? Yo creo que el Fideo Garrapata empieza a no soportarme…Porque no le he invitado aún a un Prieto Picudo, aunque haya intentado engañarle con un arroz lejano, el mismo que ya probó Andrés Cortés e hizo que se olvidara del huevo. Ya te dije que estos de León son gente mala y dañina. Y muy interesados. Muy interesados. De hecho, se interesan absolutamente por todo, incluso por ti y por mí. Fíjate. Y por Julio Cubatas, el madrileño reconvertido. Y por Javier del Vigo Palencia, que éste sí, éste se ha tomado unos días para regalarle a su cuerpo de luciérnaga unas vacaciones antes de que llegue septiembre.

Un fuerte abrazo

Pedro López LLorente -

Ha sido un auténtico placer volver a leer tus relatos, Isidro, muchas gracias y un abrazo. Pedro

Fernando Ferreras Llamazares -

Querido Isidro Cicero:

Has estado genial. Lo has descrito de forma magnífica. Yo que soy de algunos años posteriores a los tuyos, he revivido en tu relato una escena de aquellas qe cada día se producían en nuestro colegio.

El tiempo ha pasado para todos, pero es sorprendente ver como nuestra memoria retiene intactas escenas de infancia llenas de emociones...

Gracias por colaborar y espero que pronto nos cuentes lo de la "vendedora de globos".

Un saludo.

Mariano Estrada -

Querido Isidro:

Lo que nos has hecho esperar… ¡Maldito cántabro!

No te imaginas la alegría que me ha producido ver tu nombre en una de las dos entregas que nos ha ofrecido hoy Josemari, antes de subir de nuevo a la leonera…

(Pero antes de seguir con la bienvenida, quiero prevenirte del lugar en que te metes, no sea que vengas engañado por la bondad evangélica de aquel Colegio Apostólico que tienes tú en el recuerdo, y no alcances a ver la malignidad intrínseca de algunos de los personajes más siniestros que en él se han formado. Les llaman el grupo de León, ya ves tú, como si fueran La Metro)

(El Furriel y sus amigos se refieren a la susodicha leonera como la casita de la montaña, pero dime: ¿qué tipo de casas, casitas o casonas, son las que habitan los furrieles? ¿Bases, barracas, barracones, pocilgas, tugurios, chiringuitos, cuarteles de alta panadería para hacer chuscos de puta, quiero decir de punta? Más si son de León, que ya no les queda ni El Ferral, pues te diré que lo vendieron al mejor impostor que en él había: un tipo con la nariz sobresaliente ¿Dónde piensas tú que tiene Trapiello el aposento? ¿Por qué crees que le ha comido el coco una garrapata? Estos leoneses, dado que no pudieron ser frailes, son militares de pandereta, Isidro, que armonizan las fiestas con cecina y las riegan con un Prieto Picudo. Con muchos Prietos Picudos. Con infinitos Prietos Picudos. En realidad son borrachos adictos y declarados, casi unos vulgares atorrantes. Por eso se han traído a la causa a Julio Correas, que es el amo del Gin (qué bien se lo ha montado, el capullo). E incluso están muy Cercas de ganarse a Javier del Vigo Palencia, que el pobre es inocente desde la Virgen a Bilbao y va por toda la orilla con su barba de rebelde sin causa, como James Dean, en busca de José Luís Zamanillo. No sabe aún donde se mete, porque todos comerán a su cuenta y encima va a fregar los platos del Hostal, puesto que Julio se niega a comer en restaurantes de calidad no contrastada. Y dicen que Froilán, además de venderles el alcohol (que no es un “River ha”, ya digo, sino un desolador Prieto Picudo), tiene que alimentar a la solitaria, que le come un pastón, casi como una vaca cántabra de la Liébana. Y no digamos Trapiello, AM, que cada vez que le llamo por teléfono le pillo con la tajada en la boca…Por cierto, para terminar con los de León: ellos son los que llevan el cotarro hacia delante y los se quedan con el dinero ¿Con qué dinero? No sé, pero seguro que se lo quedan. Y nos cobrarán hasta la entrada de la misa concelebrada y el buffet de las cinco. Ya ves, han confundido la celebración del aniversario con una vulgar corrida de toros, en la que ni siquiera va a estar el compañero Mondeño. Pues bien, o les haces la pelota desde el principio, o te puedes quedar en Santander, aposentado en el solio de una multitudinaria rueda de prensa. Quedas avisado)

Lo siento, Isidro, pero me toca ir al fútbol. A jugar, claro. Como me he extendido mucho en los créditos, haré la película por partes. Esta noche o mañana (dependiendo de las derrotas con las que venga), te haré los honores de la bienvenida. Los que tú te mereces.

De momento quiero decirte que por aquí se te quiere. Lo mismo que a Juan Manuel Díaz Álvarez, del que no sabía yo sus aficiones al vino ¿Las habrá cultivado como estos vinateros del Reino de León, que todo lo convierten en burbujas para el mareo?

Un fuerte abrazo

Mariano

Máximo Olóriz -

Isidro: esta mañana he incluido, entre las partituras que he "colgado" en la red, la del "Coenantibus illis", e inevitablemente me he acordado de ti, que tantas veces me hiciste cantártela en los recreos, haciendo caso omiso de mis protestas.
Bienvenido al blogg y encantadísimo de que nos veamos de nuevo en octubre.
Un abrazo muy fuerte.
También me he acordado de José Luis, auténtico "dueño" de esta obra. José Luis, ¿nos la cantarás el día 13? Te corresponde.

Isidro Cicero -

La vendedora de globos

Una vez estaba yo hablando por teléfono con Juan Manuel Díaz Álvarez (más hermano que amigo en tiempos duros) y surgió lo de la vendedora de globos. Intercambiábamos nuestros ataques de periódica nostalgia cada vez más frecuentes y hablábamos de planear un encuentro en León a tumba abierta, junto a un puñado de compañeros de nuestra misma edad y sentimientos. Un encuentro para reconocernos y, si me permites José Mari esta palabra, para re-narrarnos.

El pasaje de la vendedora de globos lo había leído yo en una novela japonesa. Pero nos reflejaba. Era una imagen de nosotros en relación con León, con la Virgen del Camino, con lo que de allí sacamos en limpio o en sucio; con los intangibles que aún nos amarran y nos separan por encima de cuarenta y tantos tacos de tiempo espaciado. “Ye eso, ye eso”, me interrumpía Manolo desde Oviedo. “Ye tal cual”, sentenció.

Esta conversación con Manolo tuvo lugar quizás hace un par de años. Luego llegó la alegría de tu blog, querido José María Cortés Aranaz, (qué familiares las dos últimas palabras). Y en las expectativas que ha generado tu blog quedaron subsumidas las nuestras. Ahí nos veremos, en octubre, con todos los demás.

Manolo es de Santa Cristina de Lena, en plena cuenca minera. Mientras duró nuestra convivencia hombro con hombro, y duró mucho, este asturiano fue siempre muy relevante para mi. Nos vemos muy poco, hablamos muy poco, pero siempre tenemos unas cuantas vivencias referenciales a las que volvemos en todas las conversaciones. Una es la de la estrella colorá, otra la que voy a contar ahora, pero hay muchas más.

Con tu permiso, José María.

Era un quince de mayo, lo recuerdo bien. Serían las doce de la mañana. Estábamos en clase de matemáticas, una de las últimas del año, con el padre Loizaga. Fuera estallaba el sol y el inolvidable olor de la primavera leonesa. Hacía calor. Las persianas del aula eran incapaces de tamizar una luz tan incompatible con la pereza de las matemáticas.

Estábamos en silencio, con algún problema de trigonometría. De pronto, Manolo levantó la mano: “Padre, que ye´l santu ‘d Cícero”.

Le había salido espontáneo. Cícero se puso tan colorado como siempre, metió la cara entre las manos, se acodó sobre el pupitre y durante un rato no supo a dónde dirigir la mirada. Vio la cara sorprendida de Loizaga, luego la de Manolo y creyó leer en la expresión de su amigo lo que más o menos quería: Padre, por favor, que ye’l santu de esti probín, mírelu lo solín que´tá. Tan lejos de la su casa, tan a desmano de to, aquí solu, arrodeau de balones y de matemátiques. Y además fuera ye primavera y la trigonometría ye insoportable, ho.

A Manolo le reñían los padres asturianos y le miraban con cierta superioridad los compañeros de Oviedo porque no acababa de entregarse a la lengua común. A mi también se me hacía cuesta arriba renunciar a la u montañesa, aunque se me notaba menos. Tengo escrito que en mi tierra sólo hablaban con la o el señor cura, la señorita maestra, la pareja de la guardia civil, el farmacéutico y algún emigrante retornado, caso este último que resultaba algo y artificioso y, como tal, ridículo.

El padre Loizaga, lo recuerdo, era un buen hombre, alto, con humor, madurez y talento. “¿Pues qué día es hoy?”, preguntó. “Quince de mayo, padre, San Isidro Labrador”, contestó Manolo y otros compañeros. Creo recordar que los breviarios que usaban entonces aquellos sacerdotes no traían a San Isidro, sino a otro bienaventurado de la corte celestial quizá con mejor currículum y más alta ejemplaridad.

Loizaga se pasó la mano por la cabeza. Por un momento, la manga derecha de la túnica le cubrió de blanco la cara. Después nos dijo con ironía y afecto: “¿Y qué podemos hacer? ¿Cómo podemos celebrarlo como hay que celebrarlo?”

Es posible que Manolo tuviera prevista la respuesta, pero también es posible que le sobreviniera allí mismo un momento oportunidad, un momento kairos, por referirme al concepto que pocos días atrás trajo a colación aquí el padre Cura, a quien saludo con respeto y afecto.

- ¿Que qué hacer? Podíamos tomarnos unos vinines a la salud de Cícero y después salir al recreo, dijo Manolo.

- ¿Vinines?

Loizaga dijo que si estuviéramos en nuestro pueblo y libres en la vida libre, no habría ningún inconveniente. Pero en aquellas circunstancias... El religioso vasco acompañaba su razonamiento con un gesto de las manos que describía todas aquellas circunstancias: Un internado apostólico, rigurosamente reglamentado en cuantos movimientos individuales y colectivos se producían o pudieran producirse; una rigurosa disciplina desde el amanecer, una austeridad total y un igualitarismo absoluto. Las manos del padre Loizaga, su gesto, abarcaban también la comprensión favorable con la que personalmente afrontaría la propuesta de un poteo matutino si no concurrieran las circunstancias antedichas.

Esta segunda mímica fue la que indicó a Manolo y a otro asturiano que habían triunfado. Se miraron, me miraron, se pusieron de pie y echaron a andar a donde tuvieran que ir, que no era muy lejos. Posiblemente a la parte de atrás de la clase, un lugar que llamábamos balonera o balonería. A los pocos minutos, regresaron al aula con un garrafón de vino, uno por cada asa. Y a continuación nos lo bebimos entre todos a la salud de Isidro Cícero, el probín. Todos, los treinta que más o menos éramos, con el padre Loizaga, bondadoso, tierno y con sentido del humor.

Casi cincuenta años después, Manolo recordaba mejor que yo los detalles de esta historia, pero yo recordaba mejor que él el nombre de aquel profesor de matemáticas que no se me ha ido de la memoria del corazón.

No he celebrado muchas onomásticas como aquella que le dedicaron a Cícero en León unos cuantos leoneses, varios castellanos (entonces no era lo mismo una cosa y la otra, y creo que sigue sin serlo), algún gallego, algún navarro, dos o tres vascos y muchos asturianos. Queridos amigos, queridos hermanos de niñez y adolescencia. Y un fraile vasco.

De toda la solidaridad que yo haya podido aprender, la más fina la aprendí en León de mis amigos los asturianos y los leoneses. Gente como Manolo sabía leer casi por instinto la tristeza del otro y su melancolía. Gente que hablaba compañerismo como idioma materno, con la misma facilidad que los portugueses hablan portugués.

Siento que me he enrollado con el santo de Cícero y no os he contado lo de la vendedora de globos, que es a lo que iba. Pero otro día será.