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EL ESCENARIO DEL TEATRO

EL ESCENARIO DEL TEATRO

Leed aquí algunos de los pensamientos de nuestro querido compañero Eugenio González, tan lejano y tan cercano a la par, sobre la incuria y el abandono de uno de los lugares más emblemáticos y queridos de nuestro pasado: EL ESCENARIO DEL TEATRO.

La fotografías la tomó Quique Muñiz hace unas semanas.

 


 

 

IMPOTENTE Y MELANCÓLICA TRISTEZA 

Aquél que fue quimera, sonrisa, aplauso,                                                           yace hoy sucio y mudo, triste y solitario.

 

¡Quién nos lo diría!

¡Ver lo que fue un día,

viendo lo que hoy es!

 

Es como si el carro de Tespis, cargado de furibundos borrachos, hubiera volcado sobre el escenario, los camerinos, la concha del apuntador,  dejando todo patas arriba. Es como si la furia del vendaval y del olvido, odiaran el rigor de la tragedia, el humor de la comedia, la grandeza delirante del auto sacramental, todas la bondades de un séptimo arte, dulce y soñador, justo a nuestra medida: La siega, Los tres gibosos de Egipto, El alcalde de Zalamea, La vida es sueño, El gran teatro del mundo, La muerte tenía un precio, Marcelino pan y vino, Vera Cruz, Un rayo de luz.   

 

Bien seguro que allí flotan todavía,

entre telón roto y bambalinas caídas

ecos y susurros de mil voces amigas,

notas de Vivaldi, Wagner, Haendel,

borrosas imágenes de los NO+DOs,

patrioteros, y de un solo y soso actor.

Olor a pólvora mojada de viejo Oeste,

flequillo y espuelas de Gary Cooper,

prohibidos  besos  de Sarita Montiel.

Y es que todos ellos se empeñaban en

que nosotros, inocentes,  candorosos,

fuéramos  ya fervorosos voyeuristas, 

gracias al blanco y negro escapulario,

en gozosas tardes de aquel lejano ayer.

 

Allí, allí mismo, una mañana de mayo, alguien nos desmigajó el Piyayo; nos dejó boquiabiertos - y a algunos encandilados-,  el misionero de turno de las misteriosas y lejanas selvas del Perú; nos sorprendió en octubre, entre risas y llantos, la primera lectura de notas; nos deleitaron decenas de obras teatrales, y breves retazos de música clásica en movidos  y apasionados concursos navideños en los que, por razón de oído, que no de oreja, nunca participé. Hoy, con olor a nauseabundo recinto clausurado, vacío el perchero, el ojo del cíclope mirándome,  en vertiginosa y alocada carrera, se me cruzan y me zancadillean mil imágenes, y saltando del cine al teatro, cambiando la pantalla blanca por el telón café light, entonces aterciopelado, trepo raudo al escenario, hago mutis por el fondo, y escondido tras la concha chivatera, acústica y acusica (para navarricos), acusita (en el Reino de León), quiero gritarle a la incuria, ¡no hay derecho!, esperando que alguien se digne cambiar ese insólito y cochambroso guión, porque...

 

¡Quién lo iba a decir!

¡Ver lo que fue un día,

-secreta cajita de sueños,

nido de arte, inspiración-,

hoy, maltrecha y mohosa,

mugrienta y cutre, sin voces,

sin humor, sin música ni amor! 

 

Eugenio González    

  

8 comentarios

jose ignacio -

Santos, Eugenio, es una dicha leeros...

Me suena a viento del pasado. Todo es igual y nada es igual, por eso me repito.

VIENTOS DE MI VIDA,
vientos de la paramera,
vientos viejos.

Vientos que riegan desiertos
donde durmieron pasados
y ahora me miran despiertos
ojos negros desarmados.

Vientos que mecen olivos
abrazando la aceituna,
pues si vienen los furtivos
queda llorando la luna.

Vientos que crecen sin huertos
y llevan amor con hambre,
dejando por siempre abiertos
cercas de espino y alambre..

Vientos que soplan los muertos,
olas de fuego de dentro,
y aunque enterrados y yertos
soplan caricias y encuentro.

Vientos de besos de vivos,
vivos que piden un beso,
besos que llegan cautivos
si no sienten tu regreso.


Eugenio González Núñez -

Tomando el tema de Santines,
la vehemencia de Luis Heredia,
de Lorca prestaré sus versos
para ensamblar mis palabras.

"Compadre, quiero morir
decentemente en mi cama.
de acero si puede ser,
con las sábanas de holanda."

Soné sábanas de holanda.
Las que las madres ponían,
para las fiestas de Pascua,
planchadas, tersas, limpias
como los chorros del alba,
como resplandece en enero,
nívea, la Cumbre Aquiana.







Que por efímera y corta
que sea la vida humana
y todo al fracaso aboque,
queremos vejez piadosa
-Eneas llevó a Anquises-
huyendo de la barbarie
que todo lo bello embarra.

Si el teatro ha de morir,
fiel a las leyes humanas:
solitario, viejo, cascado,
como muere la chicharra
-solista de mil veranos-,
ruego que muera limpio,
como en patena de plata.

Luis Heredia -

Eugenio, que quede también bien claro: Acojonante y más que acojonante porque has dado pié y metido el dedo en la llaga de la parte de un cuerpo sin vida, inerte, del que nos alimentamos en vida como brutales caníbales y que ni tan siquiera ahora como vulagares necrófagos vamos a disfrutar de él. Ni tan siquiera lo embalsamaron para verlo guapo y limpio.

San José -

Da gusto leeros antes de ir a dormir (soñar).

Isidro Cicero -

Acojonante (s). Si uno mucho, el otro tanto o más.

Luis Heredia -

Santos, ¡Acojonante¡

Santos S. Santamarta -

¿Y qué se puede hacer, amigo Eugenio,
si la ley que gobierna nuestra vida
y todo cuanto nace o se construye,
es única y la misma?

Nada de cuanto hay es para siempre,
nada resiste al tiempo y la fatiga;
tan solo el puro ser, la esencia simple
de la divinidad, de ello se libra.

La mengua, el deterioro,
la pérdida, el quebranto, la avería
es condición de toda creatura
que la razón de ser no está en si misma.

Por eso amigo Eugenio
es el mundo en que estamos una filfa:
es verdad lo que hay, o tal parece,
pero es también verdad que es de mentira.

No encontraremos nada que perdure.
Heráclito, ya sabes, nos decía
que todo es un tejerse y destejerse
sin que nada haya estable que perviva.

Si el tiempo barre imperios
y palacios y alcázares derriba;
si se van los amigos
y nosotros también; si el tiempo mina
el color y el perfume de las flores,
que apenas esplendor tienen un día,
qué puede sorprendernos
comprobar que otras cosas son efímeras.

Con todo, amigo Eugenio
quizá –según la ley- nada termina
y sólo se transforma, como el árbol
que nace mientras muere su semilla.

Aquello que ayer fue bueno y hermoso
y hoy amenaza ruina
no debiera llevarnos a la pena
ni con ésta le haríamos justicia.
Bienvenido si ha sido
aunque fuese tan solo por un día.

Julio Correas -

Enorme, Eugenio.

Gracias.

Un abrazo.