Blogia
Antiguos alumnos dominicos VIRGEN DEL CAMINO - LEON

PARAÍSOS (texto de la introducción)

PARAÍSOS (texto de la introducción)

Introducción al libro PARAÍSOS de Jesusito Herrero. Os animo a reservarlo.


Paraísos
Hay razones, incluso científicas, para pensar que, en ocasiones, podríamos modificar el estado de ánimo simplemente rememorando lejanos paraísos ya pasados, pero a veces cristalizados en el presente en forma de paisajes, olores, sonidos, sabores o, incluso, sensaciones táctiles.
Estos paraísos, que solemos utilizar como oasis mentales esporádicamente, son revividos gracias al recuerdo de épocas en las que fuimos capaces de acariciar con cierto grado de intensidad algo parecido a la despreocupación.
Puede que lo contrario de eso sea el Infierno, pero algún Papa ya casi olvidado dejó claro que, al menos con llamas, no había nada reseñable en la otra vida, en esa con cuya previsión ahuyentamos nuestros miedos a la muerte. Bastante infierno, creo que añadía, había ya en ésta como para seguir añadiendo leña al fuego. Con esto se vino a cargar de un plumazo mil años de teorías sobre castigos y penalidades para los agradecidos pecadores, especie muy abundante, sobre todo en determinados momentos históricos cuando el miedo escatológico era capaz de reconducir a los extraviados a un camino hipotéticamente mejor. No se dijo nada del Cielo o del Paraíso, creo, pero tampoco hace demasiada falta en estos tiempos añadir algo sobre este particular, al fin y al cabo si lo uno desaparece también lo otro.
Mucha gente, más de la deseable, se ha quedado tranquila con la supresión institucional del fuego, aunque, como todo el mundo sabe, solo fuera una entelequia de repercusiones físicas dolorosas. Los que debieron experimentar mayor alivio serían, supongo, los del cuerpo de bomberos. Sería inimaginable y triste el descrédito profesional que sufriría la institución ante la imposibilidad de apagar un fuego pretendidamente eterno por muchas ganas que se pusiera en el empeño.
Vuelvo al paraíso de los recuerdos de una infancia alegre porque estos tiempos, al contrario que aquellos, son más complicados y revueltos y, sin que ello suponga una huida del presente: Se trata de buscar los remansos en los que recuperar el aliento. Pero solo eso: Nunca he creído en el dicho popular de «cualquier tiempo pasado fue mejor».
A ese lugar ya remoto entré por primera a través de una puerta de cristales traslúcidos y de colores angelicales. Así era la puerta de la casa familiar del pueblo donde nació mi madre Carmen. Siempre estaba abierta. Al entrar se percibía invariablemente un suave olor a rosquillas de anís que nunca faltaban en la bandeja de porcelana que había sobre una alacena cerca de la entrada. Bueno, nunca faltaban cuando no estaba yo.
Desde el verano del año 1954 hasta el del 1958 solía ir al pueblo en vacaciones, ya fueran de verano, Navidad o Semana Santa. Supongo que para los habitantes de la casa, es decir, mi tía Maruja, mis tíos Miguel y José María y mi abuela, que también se llamaba Carmen, yo era algo así como la revolución, no la bolchevique, por supuesto, que en aquel entonces se decía que era cosa del demonio, sino otra más inocente aunque no menos agitada y, en cualquier caso, muy oportuna, porque en años anteriores mi tía había perdido algunos bebés a causa del fatal Rh que en aquellos tiempos hacía estragos entre la población infantil. En ese momento yo era el único niño, de apenas cuatro años de edad, capaz de generar un movimiento físico y mental distinto al habitual en el trascurso de las horas y los días, un ritmo más acelerado aunque, justo es reconocer, a veces era más bien exceso de velocidad. Algo normal si se piensa en un niño acostumbrado a los rigurosos horarios de la capital: despegarse de las sábanas, desayuno, colegio con todas sus connotaciones traumáticas, vuelta a casa, comida, vuelta al cole, vuelta a casa, merienda, los fatídicos deberes, cena y a la cama, todo ello con el implacable control paterno y, sobre todo, materno. 
Cuando ese niño llega a un sitio donde se olvidan los aludidos rigores y ni siquiera está muy clara la hora de levantarse de la cama, o la de comer, o la de perderse por el campo, el río o la era, cosas todas ellas del máximo interés, empieza a encontrarse en situación de entender, captar o sentir conceptos más serios y consistentes, como por ejemplo libertad o felicidad, conceptos que no dejan de despedir un cierto tufillo a cursi, no lo voy a negar. Quizá un niño de esa edad solo pueda sentir o intuir mejor la sensación de despreocupación, o tranquilidad, que es lo que se siente cuando a uno no le faltan cosas, o no echa de menos nada importante. En definitiva, ese niño está posiblemente empezando a cruzar la verdadera puerta de su paraíso particular.
JESÚS HERRERO MARCOS

5 comentarios

Andres Martínez Trapiello -

Yo me apunto, que ya se lo dejo a Anselma y, sobre todo, al Juanillo... Bueno, también a Él Mudo, a ver qué me dice.

Luis Heredia -

Hola, Jesusín.

A mi no me ha tocado aún experimentar con gaseosa para confirmar que el Paraíso existe, aquel al que van los buenos directamente, los regulares después de haber pasado una temporada en cuarentena purgando culpas, en incluso los malos porque si no existe el Infierno no sé dónde podrían recalar por muy mala uva que hayan tenido por aquí abajo. Tampoco te creas tú que me creo yo mucho aquello del Edén porque lo de Adán y Eva me pareció un desperdicio de vida rodeados de todo lo que tenían y lo mal que acabaron. Para colmo, echan la culpa de todos los males a una manzana con todo lo que esta fruta supuso después de la expulsión del Edén. A Newton, la manzana le sacó del anonimato y a los llagareros en Asturias de la ruina.

Por eso, Jesusín, después de haber pedido dos ejemplares de tu libro sé que el Paraíso existe, aunque me parece a mi que ésto del Paraíso ya estaba inventado por los asturianos. Estoy seguro que Asturias es Paraíso Natural porque ya hice experimentos con sidra en vez de con gaseosa pero estoy seguro que tu Paraíso no es de lata sino también Natural a tenor de la introducción de tu magistral libro. Y de verdad, que me encantaría vivirlo y hacer experimentos con vino y contigo. De momento, voy a adentrarme en el tuyo cuando lea tu libro, que a buen seguro, Adán y Eva, de haberlo conocido aún los tendrías por ahí de okupas y no los vais a echar de ahí ni con agua fuerte. Prueba, no obstante, con una manzana a ver si te da resultado porque el hombr@ es el único animal que tropieza dos veces en la misma manzana.

Sabes que te admiro y te quiero, como al resto.

Ramón Hernández Martín -

Gracias, Jesús, por los minutos deliciosos pasados en "tu paraíso", tan parecido al de otros muchos niños de pueblo, como yo, que sufrimos (?) carencias mucho más acusadas debido a las secuelas de los últimos años treinta. Se trata de un paraíso cuidadosamente cultivado por la memoria selectiva, la que afortunadamente nos cobija de la intemperie y nos enraíza en lo humano, valorando el propio tiempo, fuera el que fuera, como el mejor por ser el único nuestro.
Como aportación personal, a nivel especulativo o en lo relativo al reducidísimo espacio del pensamiento, te diré que me ha hecho gracia la contundencia de tu conclusión cuando dices que "si lo uno desaparece también lo otro", referido a los horrores del infierno (el "coco" de la espiritualidad) y, lógicamente, a las beatitudes del cielo. Si aquel ha sido reducido a un estado de total ausencia de Dios (imposible metafísico porque todo lo que es tiene ser), este ha sido limpiado de toda edulcoración medieval por fray Eladio Chávarri al reducir su expectativa a una "esperanza radical", es decir, a pura esperanza en que, tras la muerte, nos adentraremos en la plenitud del ser que llamamos Dios, convirtiendo la muerte en tránsito o puerta de entrada al hogar paterno.
Seguro que las páginas del libro, visto lo visto, será un paseo gozoso por parajes de humanización. Gracias de nuevo.

Jesús María Herrero Marcos -

Querido Luis, el lugar se llama Sotobañado, lo cual define perfectamente su paisaje topográfico, un pueblín rodeado de arroyos y un río, el Boedo) que riega un soto sombreado por arces, álamos y fresnos, o sea, el paraíso... Abrazos Jesús

Luis Carrizo -

No me cabe ninguna duda: tener una madre con el bellísimo nombre de Carmen, una casa con la puerta siempre abierta y en cuyo interior se percibía invariablemente un olor a rosquillas de anís,son los requisitos mínimos exigibles a cualquier paraíso que se precie.
Me gusta este aperitivo.
Por cierto, Herrero, ¿cómo se llama el pueblo? Seguro que tiene también resonancias paradisíacas (no me respondas si mi suposición es errónea).