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A LUIS CARRIZO LE LLAMABA YO MEDINA (Por Isidro Cicero)

A LUIS CARRIZO LE LLAMABA YO MEDINA (Por Isidro Cicero)
A LUIS CARRIZO LE LLAMABA YO MEDINA


Isidro CICERO


Acabo de leer (blog 24-10-2019 YUGADAS Y AÑOS LUZ) esta estampa entre melancólica y acidulada de mi querido amigo Luis Carrizo y me he dicho “¡qué bien escribe el jodido¡”. Esto lo he dicho para mis adentros; si lo hubiera dicho para mis afueras, habría dado igual, tampoco había nadie por aquí cerca para escucharlo. Qué bien escribe Luis Carrizo, lo repito.


A Luis Carrizo, cuando entonces, yo siempre le llamaba Medina, por su segundo apellido, creo que era el único que le llamaba así; no pretendía jugar a arabizarlo ni arameizarlo, lo hacía por motivos prácticos que tenían más que ver con la exclusión y el descarte. Lo explicaré en pocas palabras.

 

La exclusión de la palabra “Carrizo” era por contener una erre tónica, que - como un urriellu imposible de escalar- sobresalía desafiante en la mitad fonética del apellido. Carrizo tenía una erre intervocálica, vitanda para mi lengua discapacitada. Cuando la pronunciaba a mi modo gutural e inmotivadamente  aquitano, yo mismo tenía la sensación de estar faltándole al respeto al amigo de la manera más groseramente escatológica. La timidez, el profundo cariño que le profesaba y las autodefensas psicológicas frente a la irrisión, me obligaban a excluir el vocablo Carrizo.

 
También descartaba el “Luis” bautismal que el chaval había recibido en la pila. No eran tiempos propicios aquellos, ni se daban en aquellos lugares unas condiciones objetivas mínimas como para tomarnos ese tipo de confianzas.

El uso del nombre de pila no se estilaba. Allí todos éramos Faes, Borge, Tobes, Cícero, Trapiello, (no Trapi, no Trapi, Trapiello con las tres sílabas completas), Castañón, De Pablos, Hernández, Santamarta, Estrada, Del Vigo, Corzo, Suazo, Viñuela… Cortés era Cortés, no Andrés. Izquieta Etuláin, Olano, Manso, Olóriz, Rey, me dejo muchos, me dejo la mayoría. Y Carrizo.

Para mí, nunca jamás y eso por motivos personales: pero Díaz Álvarez era Manolón para el resto de los muchachos desde que una noche de filas, el religioso que controlaba el orden desconsideró a mi amigo con ese aumentativo apelativo y en cierto modo despectivo; o sea, apellidativo, apellidador; alejado, por tanto, de lo que hubiera podido ser un uso prójimo del nombre de casa; que, en este caso, tampoco era el nombre de casa, ya que en casa llamaron al guaje Xuanín desde que nació.


Algunos nombres de pila sí se usaban, pero ¿los de quiénes se usaban? Me salen únicamente los de aquellos camaradas que, al llegar, ya tenían en el interior a alguien de la familia, un tío dominico, un primo en la escuela mayor, un hermano, lo cual siempre imponía respeto y prestigio. También usaban el nombre de pila, cuando el compañero llegaba con otra gente desde la escuelina unitaria de una misma aldea entre montañas; estos grupos que venían de la misma escuelina, ya venían hechos al nombre de pila y al mote. Aquellas escuelinas unitarias regidas siempre por señoritas maestras, no por señoritos maestros, porque el régimen, en su prudente providencia, consideraba más seguro que fueran chicas las que se encargaran de enseñar a niños, que chicos los encargados de enseñar a niñas.

Excepciones, claro que las había. Todavía me estoy preguntando yo por qué entre las estirpes de Martines y Holgados, se coló el infantojuvenil hipocorístico “Seque”. Y por qué se abrió paso Seque entre sus apellidos, no de modo momentáneo, sino con una fuerza tal que perduraría intocable más allá del nacimiento del bigote y del cambio de voz de su portador, llegando incluso hasta el momento feliz de la jubilación intacto en nuestro universo convivial, como suele decir Antonio Alonso. Si alguien entiende estos caprichos del lenguaje y de la sociología de grupos pequeños que lo explique.


¿Qué quiero decir con todo esto? Quiero decir que a Carrizo tampoco me era dable llamarle Luis, porque el nombre de pila no era allí usual, no era allí usuable. Argüeso era Argüeso, nunca Antonio; Valdés era Valdés, no José Manuel. Hubiera resultado improcedente si alguien se refiriera al primero como Antonio, no digamos nada como Toñín, que es como algunos le llaman ahora, a buenas horas, mangas verdes.

Quiero decir que, tal como yo lo veo, usar allí, en el internado el nombre de casa era como invadir zonas íntimas de la personalidad; era como sorprender al compañero en pelotas cuando salía de la ducha. Esta obscenidad no ocurría jamás, gracias sin duda a la especial consagración colectiva e individual que teníamos a la pureza inmaculada de la Virgen. Y gracias también al ejemplo especiales de castidad de nuestro padre santo Domingo, mis queridos apostólicos, que vivió virgen hasta el día de su muerte. Como sabemos, cuando le llegó el momento del tránsito, el santo reunió fuerzas de flaqueza para dirigirse a Dios y darle gracias ante toda la comunidad, en especial por haberle conservado virgen siempre desde el día que nació en mitad de Castilla. Por haber mantenido su carne intacta, sin la mancilla ni la corrupción del pecado. Después tuvo que confesarse con fray Ventura, porque, dicho lo de la carne intacta, le entró al santo patriarca un escrúpulo de conciencia, pensando que sus palabras podían haber escandalizado a sus frailes. Podían haberlo entendido éstos como un ensoberbecimiento personal, cuando lo que había querido transmitirnos era que las victorias sobre el aguijón de la carne no las consegue el apostólico, ni el novicio, ni el profeso, ni el sacerdote, ni el prior: son victorias de la gracia santificante que te acude para ayudarte, para completar a la mortificación personal y al trabajo de perfección.


Por eso, excluido “Carrizo” por la erre fuerte y descartado “Luis” por el supuesto exceso de confianza, solo le quedaba Medina a mis limitaciones. Todavía lo utilicé durante años en cartas, ya sin ninguna necesidad, porque como es bien sabido, cuando escribes una carta, puedes estar tranquilo respecto a la fonética, nadie se va a reír por cómo usas los distintos fonemas que la componen. Después de todos estos años, ya casi tengo superado el rubor causado por mi pequeña minusvalía fono-articuladora; ya casi no tengo inconveniente en decir ante cualquier público que Luis Carrizo Medina escribe rematadamente bien, el jodido.

 

Sobre cómo escribe Luis Carrizo, me quedo yo con su manera ancha y sobrada de construir periodos expresivos en frases complejas, ramificadas, perfectamente trabadas, sosegadamente articuladas. Esto en cuanto a la arquitectura de la forma.


En cuanto a lo que guardan las formas por dentro, en el caso de Luis Carrizo yo me quedo con el fino regusto ácido que te dejan las verdades que dice. La melancolía acidulada de este escrito sobre un San Foilán en los tempranos cincuenta está en comprender que, para cuando nos hemos querido dar cuenta, el mundo que nos empeñamos en creer que estaba ahí, ya no está ahí y nos entra la duda de si de verdad estuvo ahí alguna vez.  Ni siquiera nos resulta amargo constatarlo; eso sí, aumenta la acidez irse a la cama pensando que mañana por la mañana tampoco nosotros seremos lo que éramos en el día de hoy. Lo que éramos hoy, mientras tecleábamos Word. Hoy se acabó ya, cómo decirlo, se nos ha ido escurriendo inasible entre los dedos de las manos por las cañerías del sueño, mientras escribíamos, mientras recordábamos lo que habíamos escrito. Que tampoco está mal. La cosa.

 Al día siguiente, como la cosa tenía fallos, José Mari me dio una segunda oportunidad de corregirlos en algo así como una economía circular del ejercicio de redactar. Tenía que ser así siempre y en todo.  

 

 

18 comentarios

Isidro Cicero -

Me cuesta darte la razón, Ramón, a pesar de tus apabullantes argumentos, uno sacado nada menos que del catálogo de la Bibliotrca Nacional y otro de tu propia memoria de lector físico del libro.
Me resisto porque en mi memoria persiste machacón como Libro Blanco, y porque conceptualmente no se trata de una cuestión de colores de las tapas, sino de propósitos.
Compruebo que existe un Libro Rojo del ministerio de Fernando María Castiella, incluso dos, pero también y posterior a él, también existe el Libro Blanco sobre Gibraltar publicado en 1965 por el Foreign Office.
Quizá en la Biblioteca de Caleruega, cuidada con primor profesional por el padre Jesús Martín, se conserve uno de los dos títulos, aunque evidentemente, también pueden estar los dos. O ninguno.
Ah, y efectivamente, el referente desencadenador del álbum era la novela de Torbado, tienes toda la razón.

Isidro Cicero -

Sí señor: corrupción de sí mismo. Ese era el lema de la segunda parte,ahora estoy seguro. Pero no creo, Carrizo, que dedicáramos la sección al padre maestro en exclusiva, sino a un genérico "uno mismo" que nos incluía a todos permitiéndonos colocar con cierta coherencia argumental los retratos de todos nuestros compañeros, en acción.

Ramón Pajares Box -

Isidro: Otra vez yo, pesado que soy, ya ves.

Acabo de consultar el catálogo de la Biblioteca Nacional y el Libro del Ministerio de Asuntos Exteriores sobre Gibraltar era, como yo decía, "El libro rojo", publicado en 1965.

Y creo también recordar que la tapa o cubierta era efectivamente roja, aunque de la exactitud de mi memoria visual he aprendido a desconfiar.

Por otro lado, lo de "Las Corrupciones" como título del álbum, ¿no sería un eco de la novela homónima de Jesús Torbado, publicada ese mismo año? Recuerdo que el paPedro estaba un poco encendido con la primera corrupción de la novela, porque reflejaba torcidamente la vida del autor cuando era apostólico en Corias, colegio que fue también el primer destino de Pedro como educador.

Luis carrizo -

No pondría la mano en la brasa del incensario, pero yo diría que la segunda parte se titulaba "La corrupción de sí mismo" (no de "uno" mismo), porque quiero creer que nos referíamos al destinatario del álbum, id est, al padre Pedro.

Isidro Cicero -

Cagontal pos es verdá 66-67 qué estaría yo pensando.y además te aseguro que lo pensé y hasta eché números calculando por lo de París y demás.
Deliciosas cosas las que me cuentas, el álbum para los padres sugerido por el de Caleruega, la pronunciación del apellido del ministro de Exteriores de Su Majestad (osper, la misma reina que tienen todavía) Los papelines del prior, el Libro sobre Gibraltar que tú recuerds como rojo y yo diría que era el blanco... la típica echada del chaval que se aventura con la ficción que le parece la lógica. Todo bonito Ramón.
La pena es el álbum,hombre, tan trabajado, tan reído, tan recordado excepto por su destinatario él hombre al que estuvo dedicado, qué le vamos a hacer.
Una consideración al margen. Le habíamos Habíamos titulado Las Corrupciones, y se dividía en tres partes: corrupción de Dios, corrupción de uno mismo (creo que era así aunque tengo dudas, Luis dirá) y la tercera parte Corrupción de la mortadela. A Carrizo me parece que no aprobaba la proliferación de bocadillos de este material en las meriendas.
Lo que no me explico es cómo nos dieron tanta libertad para hacer una cosa así. Se supone que aquello era un noviciado, ¿no?

Ramón Pajares Box -

Isidro: gracias por darme noticias del álbum de fotos, aunque sean negativas.

Bien siento que se haya perdido, porque lo que recuerdo de él era muy positivo. Tenía ganas de verlo aunque solo fuera para comprobar si la memoria amplifica el pasado (que me temo que así es) y que lo que simplemente no estaba mal lo recordamos como buenísimo.

Años después, ya fuera, se celebró en mi casa las bodas de plata de mis padres. Recordando el álbum de marras, convencí a mis hermanos para que hiciéramos uno parecido como regalo y homenaje a nuestros padres. Lo hicimos y ese álbum no se ha perdido, aún existe y lo hojeamos cuando nos da la nostalgia.

Lo de tus recuerdos de lector en el refectorio de Caleruega enlaza, de algún modo, con los míos. El prior del momento nos entregó para leer El Libro rojo de Gibraltar (era la época en que Franco cerró la verja). Recuerdo que cuando me tocó de lector tuve que leer varias veces el nombre del ministro británico del Foreign Office, lord Home. Yo, dándomelas de sabidillo, me empeñaba en pronunciar LORD HOUM. El prior, que sabía inglés, me mandaba papelitos al atril de lectura para decirme que, en ese caso, se pronunciaba LORD HIUM. Espero que no os diérais cuenta, pero yo me bajé del atril más corrido que Sancho cuando hacía de las suyas.

Ah, y por cierto, Isidro: estuvimos en Caleruega en 1966-67, no un año después.

Isidro Cicero -

Lo del álbum fotográfico, amigo Ramón, no tiene remedio, ya lo hemos andado buscando Carrizo y yo durante años y no aparece. Es una pena grande, porque hecho con tapas de madera pirograbadas para felicitar el San Pedro de aquel año 68 a Pedro Sánchez Menéndez, Pedro Sánchez Menéndez, aún dentro de su lúcida clarividencia, lo ha olvidado por completo. Ni siquiera sabe que lo hicimos.
Yo recuerdo -Caleruega 1967-1968- a toda la comunidad de jóvenes varones y de otros hombres de mucha edad alrededor de las largas mesas de pie; dispuestos los cubiertos sobre las mesas, los trozos de pan delante de los platos vacíos; los vasos, de latón de color verde, los fruteros de cristal, con naranjas; las soperas, humeando al fondo, fuera de la vista, pero al alcance del olfato. Recuerdo que uno de los varones, decía al prior: Benedicite. El interpelado contestaba: Dominus. El otro decía: Dominus qui fecit totum, benedicat cibum et potum. La comida y la bebida.
Luego entraba en acción uno de nosotros, a quien por orden creo que diario o quizá hebdomadario, le tocaba leer en voz alta uno, dos o tres versículos del santo evangelio. El maestro de novicios nos había repetido: “Los titulillos de los capítulos, no se leen, que los han puesto ahí Nácar y Colunga en negrita en plan indicador. Solo se lee lo que escribió Mateo”. Bueno, Mateo o cualquiera de los otros tres.
Uno de los días me tocó a mi hacer aquella lectura, que aunque breve, no por ello dejaba de ser sacra; olvidé las instrucciones del Maestro y fui derecho al título del capítulo. Ponía “La curación de un mudo”, pero yo dije “La curación de un mulo”. Me parece que estos tropiezos se llaman lapsus linguae y no tienen nada que ver con las fallas fonéticas derivadas de cierta insuficiencia articulatoria para hacer vibrar la lengua contra el paladar de manera rápida y repetida produciendo así el sonido que representa el símbolo /r̄/.
Un lapsus linguae de ese tipo le pasó a Pablo Iglesias en el debate, a mi no me pasó inadvertido. Quería decir “de las muchas manadas”, pero le salió “de las muchas mamadas”, ya verás tú cómo este lapsus trae cola. Hace años, doce sobre poco más o menos, nos recordó aquí Olóriz, en este mismo blog, la anécdota del mulo, la risa generalizada que produjo, tan inapropiada para aquellos lugares y aquellos momentos. El padre Pedro me dijo con suave severidad: "¿No os he dicho que omitáis los titulillos?".
Sí, lo había dicho hasta la saciedad y yo sabía que lo había dicho, pero a veces se cruzan imprevistos entre saberlo y hacerlo que, sin provocar faltas graves, ni siquiera leves, hacen parecer desobediente al que no lo es.
Una de las fotos del álbum era el padre maestro con la capucha calada en su sitio del comedor y sirviéndose sopa con un cacillo. El pie informativo era éste: “El padre Pedro repitiendo hasta la saciedad”.

Isidro Cicero -

TÚ LO HAS DICHO “YO SOY GUEY”
Me ha resultado muy buena, muy divertida, traída muy a consonancia esa digresión mental que dices, mi preferido amigo de Levante Ileón.
Te leí anteanoche antes de irme a la cama -anoche ese momento me lo ocupó el debate- y, mientras me dormía o no me dormía, me preguntaba: Fuera de bromas, ¿qué habría pasado si en aquel entonces, 1967 o 1968, me levanto yo en medio de toda aquella gente, diciendo (o leyendo que para el caso es lo mismo) “yo soy guey”? ¿Cuál habría sido la reacción de aquel piadoso pero juvenil auditorio, buena parte del cual combatía para sus adentros las batallas de la sexualidad, frecuentemente de la propia identidad sexual?
No habría ocurrido nada, me contesté. Excepto sin duda las consabidas risitas derivadas de mi reconocida discapacidad para articular, lingualmente, /r̄/: el sonido vibrante fuerte y múltiple de nuestro alfabeto. Ninguna risita surgiría, sin embargo, derivada por sospechas de desviación sexual mía. Al menos en aquella ocasión, el “yo soy guey” nadie en ningún pueblo de la provincia de Burgos, tampoco en la Caleruega, lo habría vinculado a una eventual confesión pública sobre orientación sexual. Es decir, si no había referente no había chiste. Después ya me dormí.
Dices, mi amigo, que la digresión era dislocada. Yo no la veo dislocada aunque sí algo destemporizada. En espacialidad la digresión atinó perfectamente al situarse en aquella Caleruega donde convivimos a la sombra de una torre medieval viendo desenrollarse en torno a ella y a nosotros toda la redondez de la infinita Castilla.
¿Y por qué estoy tan seguro de que nadie habría vinculado guey de gueino con gay? Porque debemos tener siempre en cuenta el factor “cuando”, el factor tiempo. Somos seres en el tiempo, tú y yo también. Luis Carrizo; aunque quisíéramos no podemos marginar a Heidegger, que yo la verdad, ni quiero. Eso del tiempo da sentido, quita, pone “semas” a las cosas, las muta y las permuta. Como todos los bio-entes, las palabras nacen en la cuna del tiempo, viven un tiempo y mueren en el cementerio del tiempo. Aterrizando, no habría habido risitas ambiguas en el noviciado de 1967 - 1968 al oírme decir “yo soy guey”, porque entonces no existía la palabra gay. Ni en España ni siquiera en San Francisco, California. Los connovicios más cultos del hipotético auditorio, que había bastantes y en grado de alta excelencia, quizá habrían evocado entre nieblas mentales la “gaya ciencia” o el “gai trinar” de Machado, el gai francés que significa alegre, pero no, ninguno el gay que bastantes años después apareció para referirse a un homosexual.
A “gay”, referido a homosexual, todavía le faltaban años para ser incorporado a nuestro lenguaje. Hasta 1984, el Diccionario Manual e Ilustrado no lo incorporó y su uso no había empezado mucho antes. Fue a raíz del VIH y la criminalización de las prácticas homosexuales realizadas sin protección, cuando la comunidad luego llamada gay vio la necesidad de combatir por su imagen y contra la discriminación.
Por los años de entonces, de cuando Caleruega y sus alrededores, los términos que había para referirnos a esa realidad venían de muy antiguo y eran todos condenatorios e inmisericordes: marica, maricón, mariquita, afeminado bujarrón, sarasa, bollera, invertido, lesbiana, tortillera, marimacho… En aquel entonces, para nosotros, seres humanos refinados y justos, todos esos vocablos los teníamos fuera de uso, ya estaban muertos. Pero el neutro gay todavía no había nacido.

Luis Carrizo -

La anterior entrada, olvidé señalarlo, es un comentario a la de Cirauqui.

Luis Carrizo -

Espeluznante no: lo anterior. Porque quizá resulte excesivo utilizar ese dramático adjetivo para describir los problemas de índole afectiva, por llamarlos así, que las vueltas a casa que nos describes te producían. Si yo tuviera un nieto de quince años seguro que calificaría la escena, como mínimo, de superfuerte. De una u otra forma, quiero dejar constancia del impacto que me ha causado.
En otro orden de cosas, a mí no me extraña que tú, con tu prodigiosa memoria, te acuerdes de los nombres y dos apellidos de todos los compañeros, dado que hasta yo, que soy un desastre, recuerdo muchísimos: Tobes del Arrabal, (al que, con motivo de su muerte, Cicero dedicó una entrañable y bellísima entrada que, también recuerdo, se titulaba "Tobes ya no vive aquí" y que os invito a releer), o el de Ezequiel Martín Holgado, bambién glosado con gran maestría por Isidro; pero especialmente recuerdo, como una retahila, los siempre muy sonoros patronímicos vasco-navarros: Izquieta Etulain, Olóriz Gorráiz, Olano Mendía, o Ulzurrun Biurrun, que afortunadamente --lo digo por Cicero, ya que aquí no hubiera tenido elección-- no era de nuestro curso.
Vuelvo a subrayar el acierto del tantas veces mencionado Cicero de tomar este asunto de los nombres y apellidos como tema de sus cogitaciones. Y esto,sin entrar ya en la extraordinaria forma en que lo hace, valga la redundancia.

Luis Carrizo -

A Santos Suárez:
El hecho de haber elogiado y aplaudido siempre (y no me canso)la calidad de tus versos, discreto Santos, me autorizan a celebrarlos una vez más, aunque yo sea juez y parte en este juicio de hoy. Pero la verdad es la verdad, dígala Agamenón o su palmero.
Lo que me parece increíble es que hayan pasado ya cinco años desde la edición príncipe.

Francisco Javier Cirauqui -

No cabe duda que tanto Cicero como Carrizo. o Carrizo como Cicero son dos grandes escritores y ya nos lo han demostrado en sus libros y en todas sus intervenciones en este blog y que como dice Santos Suarez Santamarta (cito con nombre y dos apellidos, herencia del Colegio de la Virgen del Camino):
"Ved como rizan el rizo
del decir bello y certero
los Carrizo y los Cicero,
o los Cicero y Carrizo...
y nombrarlos con honores
Glorias de la Paramera".

El escrito de Luis Carrizo "Yugadas y años luz", ya lo comenté en su momento le dije lo que pensaba de su artículo y le mencioné
los recuerdos que guardaba de las romerías de San Froilán y de la Virgen del Camino.
Él me contestó y sus comentarios me agradaron mucho..

Yo, ahora quería comentar, Cicero, tu artículo "A Luis Carrizo le llamaba yo Medina". Me ha parecido interesantísimo y me ha removido muchos recuerdos al citar a compañeros, sobre todo de tu curso, aunque yo he recordado a los míos,
y el cómo nos nombrábamos por los apellidos y como arreglaste tan inteligéntemente el problema de la erre, llamando a Carrizo Medina y todo, por supuesto muy bien escrito.
Un maestro de Burlada, a los que tenían problemas con la erre hacía repetir o escribir la siguiente frase:
"El perro de San Roque no tiene rabo porque Ramón Rodríguez se lo ha robado". Lo que me imagino supondría para ellos el suplicio de los suplicios.
Este mismo dicho figuraba en las cartillas como ejemplo de la erre.
De todas formas no me extraña que nos llamáramos por el apellido, cuando todos los días pasaban listas cuatro o cinco veces y nos nombraban por los nombres completos y los dos apellidos, así que me parece normal que la mayoría de nosotros supiéramos los dos apellidos de nuestros compañeros. Hasta hace poco tiempo me acordaba de muchos de ellos.
Como tú dices: "No eran tiempos propicios aquellos, ni se daban en aquellos lugares unas condiciones objetivas mínimas como para tomarnos ese tiempo de confianzas."
Desde luego que era difícil expresar tus
sentimientos demostrar tu cariño, la ternura que te generaba la amistad y el contacto con tus compañeros.
Recuerdo, que cuando iba de vacaciones a casa tenía verdaderos problemas con el recibimiento y si besar o abrazar a mi madre, a mi padre y a mis hermanos. Había perdido la costumbre del beso y el abrazo.
uno era extremadamente tímido y falto de seguridad afectiva. En aquella edad necesitábamos cariño y hasta mimos.
Bueno, Cicero, gracias por recordarnos todos esas cosas que fueron parte importante de nuestra vida en el Colegio.
Un fuerte abrazo. Javier.

Santos Suárez Santamarta -

Se me permitirá reproducir otra vez una décima que en su día, hace más de cinco años, les dedicaba a estos dos compañeros.

Ved cómo rizan el rizo
del decir bello y certero
los Carrizo y los Cicero,
o los Cicero y Carrizo.
El Sumo Hacedor los hizo
dotados de tal manera
de este don, que yo quisiera
darles trato de Señores
y nombrarlos con honores
Glorias de la Paramera

Jose Manuel García Valdés -

Seguramente lo políticamente correcto sería que yo, ahora, hiciera un panegírico de o sobre los que escriben bien, pero como dicen en la Aldea Global en estos casos:
" ¿Tienes buena moza, Juan? Contestación:
" Ella lo dirá ".

¿Escriben bien estos chavales?
Ellos lo dicen con sus escritos.
A mí no me parece que escriban tan bien porque he visto que tienen una caligrafía regular tirando a mala, y escribir bien es hacerlo con letra clara y caligráfica. Estoy hablando de la escritura física, la otra, ahí la tenéis, ella lo dice.
Ramón, se me ocurre una idea para recuperar ese álbum, repetirlo. Os convocáis, os arrejuntáis y os "fotiáis" y álbum resuelto. Lo único que cambiaría sería el tiempo, en lo demás nada cambió porque estáis hechos unos chavales, más guapos, más ricos y más rugosos.
No estaría mal que los que escriben bien, que haberlos hailos, se citarán en este blog para llenarlo de contenido. Que salgan a la palestra los ciceros y los carritos.
Abrazos a todos los escritores y escribientes.

Antonio Argueso Gonzalez -

Si sigo a Losada debería poner "gracias, muchas gracias" y salirme por el foro. Pero como soy parlanchín, añado que ¡vaya dos entradas! la de hace unos días de Carrizo y esta de Cícero (yo sigo poniendo el acento). Cuánta agudeza en la percepción. Y los que lo leemos, cuántos recuerdos también al ir recordando a los portadores de esos apellifos3.

Lo dicho, gracias, muchas gracias.

Ramón Pajares Box -

Lamento tener que ser repetitivo, porque ya se ha dicho, pero no lo puedo evitar, me sale del alma: ¡Jopé, qué bien escribes, Luis!

Por cierto, y ya que lo mencionas, ¿qué fue de aquel álbum fotográfico? Tenía altas dosis de creatividad, y es de las cosas que más recuerdo de mi paso por Caleruega.

Ay, si alguien aún lo conservara...

Luis Carrizo -

En alguna dislocada digresión mental, siempre querido y admirado Cicero (no Isidro; y tampoco Cícero), me he trasladado a aquel tiempo de Caleruega, que como bien dices, ay, "se nos ha ido escurriendo inasible entre los dedos", y he dado en imaginar una viñeta que hubiéramos podido incluir en aquel álbum de fotos que hicimos illo témpore en alborozada comandita, disparando, como Clint Eastwood,sobre todo lo que allí se movía. Ahora no tiene solución, pero tengo que decirte, aunque sea ya tarde, que yo hubiera creado para ti una viñeta compuesta por tres fotos. En la primera apareces subido en un estrado. Se ve que estás hablando en público. En su breve pie de foto puede leerse: "Yo soy guei". En la segunda foto, anexa a esta, aparece el sanedrín de los frailes, dando un respingo y en actitudes que muestran su sorpresa y escándalo. Por fin, en la tercera foto, vuelves a aparecer tú, que sigues hablando impávido. Ahora en el pie de foto puede leerse: "Pero mi 'gueino' no es de este mundo". Esta pequeña tontería --tenía que decírtela--, me ha sugerido la prolija exégesis de tu predilección por mi segundo apellido. ¿Querrás creer, por cierto, que jamás se me ocurrió pensar que el motivo fuese el que explicas?
Con esa disculpa de vas desgranando nombres y apellidos que me suenan tan bien y me evocan tantas cosas buenas. Todo salpimentado con tus, como siempre, inteligentes, intencionadas, a veces agridulces, pero siempre bellas consideraciones.
En alguna ocasión, con su punto de retranca, has comentado hablando de los frailes y sus enseñanzas: "Si nos descuidamos, nos forman". Hay algo, por suerte, muy dominicano de lo que no has podido desembarazarte; se trata de esa pulsión por contemplar y llevar después a tus prójimos el fruto de tus contemplaciones/consideraciones. Por favor, querido Cicero, continúa haciéndolo.

Alfonso Losada Vicente -

Buenos días, para todos.
Termino de mandarle un correo a Carrizo, perdonándole la vida, ¡¡ Menos mal !!
Después de leer, lo que ha escrito, Cícero, respiro.
Es verdad; da gusto leer,a aquellos que, escriben ordenadamente lo que tienen que decir. ¡ Y no como yo.. ! Que lo hago, sin ton ni son. ¡Hala, como salga! Los que no sabemos expresarnos correctamente, deberíamos poner "Gracias, muchas gracias" y así quedaríamos bien y agradecidos.
En una de las fotografías he reconocido a mi paisano, Gerardo Barrado Martín, buen chaval. Por cierto, en las fiestas del pueblo no pude despedirme de él, puesto que tuve que salir precipitadamente; si lo lees, Barrado, perdóname, Gracias.
Saludos para todos. Losada