BLACK, ONCE KILOS DE RACIONALIDAD.
Aunque a nuestro querido compañero Lalo Mayo a lo peor mañana, al verlo publicado en el blog, se arrepienta y su "santa" le haya dejado sin postre hasta el Centenario, os transcribo el documento que me ha enviado y en el que destila y nos transmite el vacío que once kilos de "racionalidad" animal le han dejado, tras la marcha de su amigo Black, después de compartir día tras día catorce años.
Triste noticia de cierre. Seguro que mereció la pena.
Un abrazo.
Había una vez un perro que llegó a una casa que sus dueños (del perro y de la casa) estrenaban. El perro era un fox terrier tricolor (blanco, negro y canela, que es como deben de ser los fox de pelo duro). En poco tiempo, en su cabeza rectangular desarrolló una poderosa mandíbula en la que se armaban unos caninos de más de dos centímetros a la vista. Y nada más llegar a la casa, como cachorro de tres meses, consideró que una colchoneta en el garaje no era sitio para un aristócrata como él (british, of course) y decidió establecerse en el resto de la casa. Como un señor. Como su señor.
A partir de su llegada, la vida de la familia, vamos a decir que propietaria aunque él no estaría del todo de acuerdo con ese carácter de propiedad, cambió sus costumbres: en las comidas, un diezmo generosamente medido iba siempre a parar a su plato como complemento a ese sucedáneo de comida en forma de bolitas; a los pies de cada una de las camas tenía él una colchoneta sucursal que cada noche visitaba durante unas horas, hasta que consideraba que los que allí dormían habían pasado a la respiración rítmica del que duerme tranquilo; en el coche había un cinturón adaptado de modo y manera que superase la más dura crítica de cualquier cabo de la Guardia Civil de Tráfico, y superó todas; él era el que decidía el lugar de residencia de las vacaciones: nada de hoteles, que ponen pegas a los perros, y siempre casas con jardín donde secarse al sol del duro y húmedo año gallego. Él no tenía un sitio en los sofás; los sofás eran todos de él y los miembros de la familia ocupaban el espacio restante, aunque conservaban el derecho a que él reposase su cabeza sobre el muslo quien él eligiese.
Su aparición en medio de la familia que adoptó tuvo lugar en las Navidades del año 1994 y desde entonces, día tras día, no la dejó más que brevísimas estancias en algún hotel (pijo y selecto, claro) a causa de esas normas estúpidas que ponen los humanos (sobre todo los comandantes de aviones) para hacer la vida imposible a los perros. Él bajaba por la mañana a por el pan, aunque siempre llevaba a su dueño para que cargara con él. También cada día abría la bolsa de plástico donde venía el periódico sin importarle para nada que el suelo estuviera mojado. Cuántas noticias se quedaron sin final, con las columnas de texto impreso enredadas entre sus caninos... Y por las tardes esperaba de imaginaria hasta que llegaba su dueña, a la que recibía como si la acabaran de soltar del presidio de Guantánamo, en el conocimiento de que nada le iba a impedir volver a salir a pasear, a recibir a la vuelta una hamburguesa poco hecha y, con un poco de suerte, compartir con ella un trozo de bombón. Ah!, el chocolate... ese dulce vicio.
Él esperaba a oler el café de la sobremesa para reclamar su derecho consuetudinario a la chuchería nuestra de cada día. Eso sí, no antes de que el aroma del café inundara la cocina. Nadie podía salir sin abonar el peaje. Jamás rompió nada, jamás mordió un mueble, ni uno solo de los muchos modelos de barcos de madera y aviones de plástico que su dueño ponía, inconscientemente, a su alcance. Tampoco hizo nunca en la casa esas cosas tan naturales y cotidianas que a los humanos no nos gusta que hagan los perros en las casas, salvo que algún desarreglo corporal y temporal lo sorprendiera inopinadamente. En ese caso se escondía avergonzado. Que se supiera algo así de un señor como él... Imperdonable.
Dos veces, dos, y solo dos se le pusieron a tiro sendas nada dóciles congéneres y dos veces cumplió como el mejor, tierno, dominador y certero, extendiendo sus genes en sendas medias docenas de cachorros alborotadores que por ahí andarán todavía. Y el resto del tiempo supo sobrellevar sus impulsos juveniles -más mal que bien, cierto es- con un burdo simulador textil que aunque le daba alguna puntual satisfacción, no le hizo olvidar que el hombre se las da muy mal para imitar a la Naturaleza.
Los años (y quizás las sobredosis de chocolate) le golpearon en dos de sus sentidos más necesarios, la vista y el oído, además de en el hígado. Pero usando la nariz y la memoria (sí, los perros la tienen) fue capaz de desplazarse durante dos o tres años por los lugares habituales subiendo y bajando escaleras, atravesando calles y aceras y volviendo a sus matojos favoritos. Y es que le gustaba satisfacer sus necesidades fisiológicas primarias sobre algún tupido vegetal de escaso porte en el cual, al tiempo que le acariciaba en esas partes sensibles, dejara oculto entre sus ramas, de forma discreta, el vergonzante montoncito.
Ese ser pequeño, de solo once kilos y ladrador a carteros y bombas de palenque a las que tan dados son por este noroeste, se llamaba Black. Black Woodpecker, de los Woodpecker de toda la vida. British (via Portugal), of course.
Y Black, el cuarto miembro de una breve familia de tres en la que solo viven habitualmente dos, ha dejado a todos muy tristes porque el martes, apenas sin avisar, se escondió de los humanos que habían compartido con él día tras día catorce años, dejó de comer, desmadejó su breve cuerpo y se difuminó para siempre.
Y nos dejó muy tristes a los tres.
Esto quería yo que supierais.
Y también quisiera yo que supierais que no he perdido la real medida de las cosas.
Que sé que Black era un perro.
Y que aquí, justo al lado y en estos mismos días, nos estamos acordando con cariño y con gratitud de un hombre que nos ayudó a todos cuando también éramos cachorros.
Que sé que Black era un perro y que el cielo de los perros se acaba con su último suspiro, mientras que el de los hombres (ojalá que sea así) se extiende por la eternidad.
Y que esa diferencia la he tenido muy presente en el momento de escribir estas letras porque tal vez a mí también me resultaría desmesurado leer sobre otra firma lo que aquí he escrito.
En este instante nada me impide contestar 5 a la pregunta del 2+2 y dejar estas líneas en el limbo de lo no escrito.
Pero quería yo que lo supiérais.
Salud
Lalo
16 comentarios
lalo -
Me alegra volver a ver tu nombre por aquí.
Y más me alegraría darte un fuerte abrazo, porque desde tus/mis/nuestros 16 no nos hemos vuelto a ver.
Pero ya sabes cómo va el barril de brent. A 146 y subiendo. A mi, la verdad, que suba el brent me da lo mismo. El problema es que con él también sube el gasoil, y eso ya me afecta más, porque mi coche navega con ese viento.
Pero es posible que a tí te hagan un precio en el viejo camino de hierro, que decían los indios cuando tú y yo (y algunos de los que por aquí leen, escriben, o leen y también escriben) éramos algo más jóvenes.
Sabrás que para llegar desde Madrid, donde vives, hasta La Coruña, donde vivo, aún es preciso invertir las mismas horas que cuando tú y yo (y algunos de los que... etc, etc) éramos más jóvenes. Entre el AVE que llega despacio, Villar Mir que no quiere dejaros pasar las vías por su mina, doña Magdalena Álvarez que nos mira atravesá y los Presupuestos, que no llegan para todo, aquí estamos, a horas luz de la capital.
Pero aunque sea en un viejo correo Rías Altas, seguro, repito, que te hacen precio en Renfe para recorrer estos 600 kilómetros de nada que nos separan.
En cualquier caso, no desesperes. Desde Galicia, para ir a cualquier sitio que no sea por mar, es preciso pasar por Madrid. Así que por ahí caeré más tarde o mas temprano, y ahí nos veremos.
Salud
Lalo
mariano santiso -
Seguimos pendientes de reencontrarnos y recordar nuestras travesuras juntos en el Colegio.
Comprendo vuestros sentimientos al perder a Black, yo no tengo perro por que mi casa es un piso pequeño y no quiero castigarlo, así que tengo gata "Lua" que se comporta igual que un perrillo.
De niño en Gijón recogía los perros callejeros y los llevaba a mi casa hasta que mis abuelos los descubrían escondidos en la carbonera.
Un abrazo y espero que podamos vernos pronto.
escolastico borge -
lalo -
Visto desde fuera y por quien que no haya disfrutado de esas fieles compañías incondicionales puede parecer hasta escandaloso. De ahí mi miedo a que no se supiera comprender y de ahí, también, la justificación de los últimos párrafos del relato.
He comprobado, con alivio, que esos párrafos eran innecesarios.
Y me han alegrado mucho vuestas respuestas.
Muchas gracias.
Salud
Lalo
Carlos Bañugues -
En mi casa hubo perros de caza siempre:pointers,irlandeses rojos,hispaniel bretón etc.Los recuerdo a todos y recuerdo los disgustos de mi madre tan profundos cuando se iba alguno.Le duraba la pena muchísimo tiempo y les recordaba,en voz alta,cada día.
Yo no tengo animales en casa pero sí he sentido sus afectos.Eran unos más de la familia.De todos se conservan fotos.Eran de raza pura y tambien hermosos.
¿Te acuerdas del Canto de las criaturas?...Criaturas del señor,alabad su inmensa gloria,bendecid al Señor..¡claro que tendrán su cielo particular!.Aquí se lo habeis proporcionado vosotros con mucho amor...correspondido.
El relato,Lalo,es precioso como tu compañero fiel.¿Quién mejor que tú lo haría?Nadie,porque era parte de vuestra vida.El pastor reconoce a cada oveja y a todas quiere.
Os deseo que paséis pronto de la tristeza a los buenos recuerdos.Se adivina que tú,Lalo,ya lo estás consiguiendo.
Un abrazo a la familia.Una caricia al hermoso Black.
Luis T Barberia -
Qué nos dirán los teólogos sesudos, qué razones esgrimirán para sacarnos de nuestra ignorancia? Ya no recuerdo yo aquellos razonamientos tomistas.
Somos herejes? A estas alturas, me importa un rábano, con todos los respetos. A estas alturas de la vida cada cual se las arregla como puede.
Siempre es preferible que le espere a uno Black que cualquier amigo de estos sableros, que no dejarán de esquilmarnos hasta en los mismos infiernos.
Desde allá - o desde acá, que uno no acaba de situarse bien- Black no deja de menearnos la cola, tan ufano él de que sigamos recordándole con cariño.
jose ignacio serrano mallada -
He leído y releído tu bonito comentario sobre el Black, y yo que he convivido con perros toda la vida, sé traducir que la muerte de Black, a pesar de ser un perro, ha dejado un profundo hueco tras 14 años de ser un miembro más en la casa. Es una minitragedia que hay que vivirla para poder explicarla tan bien y de una manera tan bonita como lo has hecho tú. Catorce años de verle, hablarle, de vernos, de hablarnos, de ladrarnos, de pedirnos, son muchos años y la ausencia para siempre después de tanto tiempo se paga y se paga duramente.
Yo ahora tengo una perrita de 7 años, de raza golden retriever, se llama Zeta, y es casi tan lista como el Black. Es otro miembro más de la familia. Mi mujer cuando se nos muere el perro de turno jura y perjura que nunca entrará en casa ningún otro perro por el sufrimiento que causa el recuerdo del que se murió. Yo entonces lo que hago es, a hechos consumados ,traer inmediatamente otro cachorro, y una vez que sobrellevo el primer chaparrón, ella mira al cachorro, el cachorro le hace una gracia, ella se ríe, yo le miro a ella, ella me mira a mí y vuelta a empezar, a otra cosa mariposa, así fue como llegaron uno tras otro.
Yo tuve varios perros, que recuerde el Pol, el Tarzán, el Rus, el Gugú, el Etorri, la Ziska, la Picota que murió muy jovencita y era una perrita encantadora, y ahora la reina de la casa, la Zeta, incansable nadadora, amiga de los niños y eterna suplicante de galletas, queso, chocolate, y de cualquier otra comida no recomendable para los perros, igual que le pasaba al Black. Por eso te digo que todo lo que contabas del Black lo estoy reviviendo personalmente ahora con la Zeta
Siempre me crié con algún perro; sin dinero cuando era niño, ellos fueron mis auténticos juguetes, y aún hoy me turba esa mirada directa a los ojos que siempre encuentro y que expresa su confianza y entrega total en los humanos, mirada que habla y que desarma. No concibo el maltrato, ni el abandono. A veces los perros nos superan, desgraciadamente. Por eso siempre digo que la convivencia con los perros es enriquecedora en fidelidad, y fidelidad hasta la muerte.
Yo creo que los perros tienen alma. Yo espero ver a mis perros. Vendrán todos corriendo, moviendo el rabo, a que les haga una caricia
lalo -
Salud
Lalo
Luis T Barberia -
Tuvimos un husky siberiano diez años. De pequeño jugaba con mi chico y sus amigos.
Luego se hizo mayor y se volvió violento. Señoreaba su territorio del corral con demasiado celo. Recuerdo su magnífica estampa, subido sobre la leña nevada y ululaba a la luna como un auténtico lobo.
El problema es que no admitía extraños en su territorio y se volvía salvaje y peligroso. Tuve que llamar a la perrera para que se lo llevaran y evitar males mayores.
Tienen alma los perros? No sé si me la estará guardando el día en que los dos volvamos a encontrarnos.
Vibot -
Hace casi dos años que no vivimos juntos ellos dos y yo.
Miro a todos los perros por la calle y me acerco si puedo, especialmente a los que se parecen.
Yo también tenía miedo de los perros.
Nunca sentí un amor más perdurable, exhuberante y fiel.
Lalo, descanse en paz tu Black, en ese alegre cielo de los perros. Te he sentido tan cerca!
Un abrazo, muchacho.
Oscar Fernández -
Y Troylo era una persona.
Lalo, al leerte me sentí conmovido, como entonces, por el amor que desprendeis quienes haceis historia común con vuestro Black. Mucho tenemos que aprender los temerosos de los perros, entre los que me incluyo.
En la charla de despedida, del adiós, decía el autor ¿Pueden morir del todo alguna vez unos ojos que se han mirado tanto, se han entendido tanto, se han consolado tanto?
Oscar
Javier Muñiz -
Todavía, algunas veces, cuando llego a casa, la llamo y no viene........
Creo que sólo puede entenderlo quien tenga o haya tenido perro.
Dicen que a algunos sólo les falta hablar, pero yo creo que es mejor que no lo hagan porque a algunos nos daría un poco de vergüenza de la falta de correspondencia.
Lo siento.
El ministro
Escolástico Borge -
Sólo los que hemos tenido un perro amigo podemos entenderte. A esos, a los que hemos tenido un amigo como el tuyo, no nos hacen falta los últimos párrafos de tu artículo. Y no es que tengamos nublado el entendimiento por pensar en ellos como en personas, es que, muy a menudo... mejor no lo digo.
Un abrazo
(Mi perra se llamaba Diana y era una mezcla de no sé qué con no sé cual, pero eso sí era una mezcla explosiva)
andres cortes aranaz -
Os voy a contar la mía.
En casa tenemos un yorkshaire terrier de los grandes (4 kilos), que para esta raza es grande, siendo además sus padres y sus tres hermanas de no más de kilo y medio.
Su nombre es GOLI (Goliat) y tiene ahora 14 años, es decir, está bastante al final de su existencia.
Mis hermanos y los de León saben la historia de este perro y lo que supuso para todos nosotros su llegada a un hogar en el que mi hija Vicky era la única a la que le gustaban.
No quiero alargarme, pero sí deciros que la tal vicky, pasó por un proceso muy grave de anorexia nerviosa, que se quedó en 32 kilos, que estuvo casi cinco meses en la UCI, y que hoy gracias a Dios, está totalmente curada y es la madre de mi nieta Leyre.
El perrito llegó de cachorro a casa, por indicación del siqyuiatra que atendía a mi hija, asgurándonos que iban a trabajar juntos el perro, mi hija y el siquiatra.
Efectivamente, después de mucha lucha conseguimos lo siguiente:
La curación de mi hija, en proceso largo y siempre con el perro.
Que ni Tere, ni mi hijo ni yo, tuviéramos nunca más miedo a los perros.
Que ya no tuviéramos sitio fijo donde sentarnos cada uno, ya que tenía que ser allí donde no estaba Goli.
Que la alegría que desbordan este tipo de perros, se nos contagiase a todos.
Ya tiene 14 años..........
Jesús García Marcos -
Un abrazo
Juan A. Iturriaga -
Pero cuando nació mi hijo, todo cambió.
A él le gustaban los perros. Y curiosamente él también gustaba a los perros. No había forma de pasear sin que se nos acercaran todos los perros del barrio.
Solíamos ir a Francia a un caserío donde había un perro guardián que pasaba por ser peligroso. Sin embargo cuando nos íbamos, le tenían que atar porque nos seguía y no se quería separar de mi hijo, con el que había estado jugando el tiempo de la visita.
Para mi un problema, ya que no era capaz de acercarme a ninguno de ellos.
Un día, un boxer del barrio con aspecto indescriptible, se nos acercó, y yo le eché un bufido y lo espanté con cajas destempladas. Mi hijo me hizo ver que aquello no había estado bien. Me dijo: Aitá, ¡pero si solo quería una caricia.!
Pasé vergüenza, esa es la verdad. Desde aquel momento empecé a mirar a los perros de otra forma, y descubrí otra faceta de la vida que me había perdido.
Hoy soy yo el que tiene las buenas relaciones con todos los perros del vecindario. Hay un bulldog, que se llama bourbon, más vago que la chaqueta de un guardia, que no quiere salir de casa cuando llueve o hace frío, y que se ríe hasta de su sombra. Cuando me ve, me saluda, me da una especie de empujón en sustitución del apretón de manos, y luego a lo suyo.
Ahora ya estoy en disposición de entender que sea una circunstancia especial la separación de un perro con el que has convivido catorce años.
Y como eso, seguro que hay muchas otras facetas de la vida que me han pasado desapercibidas. ¿Moriré sin haber vivido?