Blogia
Antiguos alumnos dominicos VIRGEN DEL CAMINO - LEON

Operaciones especiales: II.- Operación pluma

Operaciones especiales: II.- Operación pluma

EL DESENLACE Y PILÓGO.- Mira que me he hecho p...mentales. Que si sería para llevar las bolsas de la ropa sucia hasta las monjas, que si para recortar las hostias del Santuario, que si para limpiar las mesas del refectorio, que si para probarles como lectores en el mismo, que si sería para grabar un guión en la emisora, o afinar las bandurrias de la Rondalla, quizás para una selección de monaguillos, podría ser para contar folios en la Procuración, echar petróleo a los tranvías, ser nombrados "baloneros", sanear las cajoneras de la Recreación, probar el agua caliente de las duchas, podría ser que necesitaban testigos para una boda en el Santuario, y nada: no he acertado ni de lejos.

Por fin nos alumbra el desenlace y nos abre la puerta del misterio.

Amigo Santos, un placer leerte.


Autor: Santos S. Santamarta

II.-   “Operación pluma”

 Con cierto apresuramiento, abandonamos el vestíbulo contiguo al salón de estudio y emprendimos la marcha tras nuestro guía siguiendo el largo pasillo de las clases, luego  tal vez hicimos un giro hacia la derecha, bajamos algunas escaleras… pero ya no me pidáis el detalle del itinerario recorrido,  hasta que llegamos a lo que vagamente creo recordar que era el cuarto de calderas de la calefacción del Colegio. Allí nos esperaba  un afable y sonriente señor que –desde mi estatura de entonces (igual que la de ahora, para qué vamos a  engañarnos) diría que era alto, de unos cuarenta años, con algunos indicios de alopecia,  cuya característica fisonómica más relevante era el perfil de la parte inferior de su cara, que se unía a su cuello formando una suave línea en la que apenas podía distinguirse una mínima curvatura de mentón o barbilla. Lo he recordado posteriormente tantas veces cuantas vi a Gustavo Re, aquel actor de comedia, de procedencia italiana que formaba pareja, en programas de humor de la TV, con el austríaco Franz Johan.

Nuestro afable y dicharachero recepcionista en aquel local de subsuelo, no muy iluminado, enseguida nos puso al corriente de lo que se esperaba de nosotros. La misión encomendada era algo especial, sí,  sobre todo para aquellos cuya sensibilidad era más afín al ecologismo de  la escuela franciscana,  pero no requería una especial preparación técnica, ni particulares dotes de fortaleza física, ni siquiera mucha entereza de ánimo. Para quienes  podíamos  exhibir un amplio currículo de experiencia en el sector ganadero como ayudantes cualificados de matarifes, aventajados asistentes de capadores, practicantes sanitarios de toda la gama de animales domésticos… el encargo que se nos hacía no era cosa que fatigase en exceso nuestro cuerpo, turbase nuestro ánimo ni hiciese flaquear nuestra determinación.

Se trataba ni más ni menos –ahora ya puedo decirlo- de desplumar gallinas. Sí, gallinas jóvenes o gallinitas, muchas gallinitas, quizá más de un centenar de tiernas avecillas ponedoras, aún en potencia de ser tales, puesto que habían nacido destinadas, por decisión ajena, a la pura y simple puesta de huevos. Y no en la intimidad de un acogedor y privado “nial” como correspondería a su natural doméstico, sino en duras, frías y vergonzantes jaulas metálicas. Todo ello con la exclusiva finalidad de aminorar gazuzas de otros animales, bípedos y jovencitos también, pero implumes,  que   compartían igualmente un cierto grado de enjaulamiento en la paramera leonesa.

Nuestro amable jefe de operaciones -lamento no recordar su nombre- que a la sazón creo que se ocupaba y tenía la responsabilidad de hacer que funcionase la calefacción, era, como ya dije, un señor encantador. El hecho de que en su principal quehacer no hubiese tenido el éxito deseado, por ser causa indirecta de la proliferación de sabañones entre los colegiales, no impidió que nos amenizase la velada, ya de por sí bastante divertida, con chistes chascarrillos y chirigotas  hasta la finalización de aquella “operación pluma” que se prolongó, según me parece recordar, hasta altas horas de la noche.

A nuestra llegada ya tenía preparadas para nosotros las sillas correspondientes, y dispuestas de tal modo que formaban un semicírculo como si estuviesen destinadas a virtuosos maestros y de inmediato fuese a dar comienzo el concierto de un sexteto de cuerda.  De las manos de este hombre  fuimos recibiendo, uno tras otro, sucesivos ejemplares de aquellas inertes y flácidas gallinas de blanca pluma, que habían encontrado su infausto final, hacía pocas horas,  por algún error o descuido relacionado con la peripecia de su traslado por carretera desde la montaña cántabra a la meseta leonesa.

No me extenderé morbosamente en detalles para no herir franciscanas sensibilidades. Todo el mundo ha visto alguna vez cómo se despluma un ave o como se “pela la pava” (navideña o la del día de Acción de Gracias yanqui). Se toma el bípedo penígero por sus extremidades con la mano izquierda (si eres diestro), lo elevas hasta la altura del hombro como hace el violinista antes de apoyar su violín contra el cuello, lo sostienes en el aire con firmeza y luego ya con la mano derecha –como el novato que rasguea con púa las cuerdas de su primera  guitarra- se va procediendo a despojar el plumaje del cuerpo del animal hasta dejarlo en su verdadera “piel de gallina” . 

Cada cual puede imaginarse a su antojo la seráfica escena. Aquel sexteto de “intérpretes” o “ejecutores”, entregados en singular pique a conseguir el trofeo a la eficacia en el desplume del mayor número de piezas, fueron cubriendo rápidamente el suelo con una capa de espesor creciente al tiempo que ellos mismos y toda la maquinaria calefactora quedaban envueltos en nubes y remolinos de blanquísimas plumas, como en la mejor y más enternecedora de las postales navideñas.

Ignoro cuál fue el destino inmediato de  nuestro animoso trabajo. No recuerdo que en días posteriores a esa fecha se hubiese incrementado la ingesta de tiernos muslitos de ave. Desde luego no sería por falta de garantías de frescura, salubridad e higiene. Se actuó de manera rápida y profesional. Otra cosa  fuese que  ante la economía de supervivencia de aquel tiempo y la visión especulativa del procurador, todo este excedente de tentación carnal fuese objeto de trueque, o simplemente vendido a los propietarios de algún  puesto de asado de pollos de Papalaguinda, pongamos por caso, pero eso ya son meras suposiciones infundadas.

Y respecto a las plumas… yo no lo puedo evitar. Quienes  esta noche reposéis vuestra cabeza sobre una  almohada de plumón de IKEA hacedme el favor de reconocer aquí que habéis sufrido el mismo efecto de quien pone al oído una caracola marina y que luego, en sueños, os habéis visto flotando sobre nubes de plumas.

2 comentarios

Enrique Frade Alonso -

Querido Santamarta.
Tuvisteis suerte ,yo recuerdo algunas de aquellas aventuras por los bajos de las cocinas ,por aquellas escaleras estrechas y l´gubres ,casi sin luz,pero a mí nunca me tocaron pollos ni gallinas ,a mí o nosotros los que ivan conmigo nos tocaron una vez carbón,no te imaginas como salimos,y otra vez sacos de patatas,tan grandes que tuvimos que hacer acopio de nuestras escasas fuerzas pueriles para bajar uno a uno todo un camión de los dichosos sacos.Toda una aventura.
Quzas algún dia os coente lo de los "gochos y sus consecuencias".
Un fuerte abrazo para todos.
Quique frade.

CARLOS TEJO -

Querio amigo Santos S. S.
Yo no fui de la partida y sin embargo me suena haber oido, enonces,la historia del desplume que tan bien nos describes.
Lo estaba leyendo, con mi santa al lado, ya que de vez en cuando le digo que se acerque al ordenador, para disfrutar juntos de los relatos que por aquí florecen, cuando le dio un respingo y se alejó rauda. Y eso que no leyó el final de la almohada. No me acordaba de que no se puede acercar a un ave ya que es alérgica a las plumas; incluso cambia de canal en la TV cuando aparecen pájaros.
Terminé yo solo de leerlo y me imaginé la escena, el blanco sobre negro, el movimiento de la lluvia de plumas. ¿Y los olores? Os imagino sudorosos, rientes y muy crios.
Desde aquellos años de la paramera, nunca se nos calleron los anillos por hacer lo que hubiera que hacer, incluso escribir sobre entonces.
Gracias querido amigo Santos una vez más. LOs mejores deseos para ti y los tuyos en este año que ya casi nos saluda.
Carlos y Marian