EL FRAILE QUE SE PARECÍA A BÚSTER KEATON y otros pecios de la memoria (I)
Nuestro querido compañero Marcelino Iglesias nos relata sus recuerdos y sentimientos en un viaje imprevisto al pasado de aquel colegio apostólico del que, dice Marce, ignoraba su significado, su alcance...
Espero que Marcelino no se me enface si os descubro que me ha manifestado dudas sobre la oportunidad de publicar sus relatos en el blog, pues teme que algunas de sus consideraciones, opiniones o toma de postura ideológica pudieran molestar a algunos (o muchos) compañeros.
Él conoce mi opinión sobre estos temas y como, tras leer varias veces su relato, puedo dar fé de su respeto con las personas sin renunciar al ejercicio de su libertad, ni a sus recuerdos, sensaciones y sentimientos...pues aquí os dejo la primera parte de este entrañable relato titulado EL FRAILE QUE SE PARECÍA A BÚSTER KEATON Y OTROS PECIOS DE LA MEMORIA.
Además...¡qué narices! nadie tiene que dar explicación alguna para publicar lo que le parezca en este blog.
En días sucesivos iré publicando las nuevas entregas de EL FRAILE QUE SE PARECÍA A..., y al final, lo reuniré en un documento al que os daré acceso para descargarlo.
Ha acabado el NODO, se apagan las luces, silencio, ved y disfrutad de la primera parte de esta película, todo empieza con el recuerdo de aquel fraile delgado, cariñoso, santo, un fraile bueno, el Padre Uría...
Todavía sobreviven los recuerdos.
Gracias amigo Marcelino.
El fraile que se parecía a Búster Keaton y otros pecios de la memoria (I)
- Un viaje imprevisto
- Del sentimiento de culpa y otros pesares, con migajas de alivio
- Yo siempre supe qué era el amor
- Tres navidades tan tristes
Un viaje imprevisto
Una tarde gris de otoño, apagada como la melancolía, en un impulso —sin saber muy bien por qué ni qué quería encontrar—, decido viajar, regresar a ese espacio cerrado, a ese ámbito en que transcurrieron cinco años de mi vida. Como todo es posible en el territorio de ficción —la imaginación, la fantasía son así—, al punto levanto el vuelo. Me detengo breve instante en Soto de Rey —cruce de caminos, de líneas férreas, de sentimientos—, cuya estación marcaba bien el punto triste de la ida allá en septiembre, bien el punto alegre del regreso a primeros de julio. Una vez sobrevolada la cordillera (no sin antes echarle una mirada a ese enclave privilegiado de nombre Casorvida— único en el orbe, tal como aparece en algún texto antiguo, dicen los expertos que apócrifo—, donde, admirado sin duda por tanta grandeza, el tren siempre chifla; dicen algunos que por justa pleitesía a sus nobles moradores; otros, de colmillo retorcido, que es una simple manifestación —un alarde, vamos— de la potencia de su pitu), planeo confiado sobre el comienzo de la meseta.
Diviso ahora a los lejos la cruz de un santuario. Edificios simétricos, campos de deportes, una granja. Allá al fondo, según se comienza a descender la finca, camino del Tomillar, aprecio una mella en el terreno: una excavación en el talud. Ahí me veo, 45 años atrás, ultimando con otros compañeros la primera fosa, la que inauguraba lo que iba a ser cementerio. Y me acordé de un poema de Paul Celan —el poeta que decidió abreviar, poner punto final a su vida arrojándose a las aguas del Sena—, cuyos versos parafraseo: él cavó su tumba no en el agua sino en los arrebatados acordes del órgano… Y recuerdo apenado aquellos meses últimos y la fatiga con que se movía. ¿Por qué queríamos tanto a aquel fraile con algo de cara de palo, de fingida seriedad que apenas lograba disimular su alegría de vivir, la bondad que transmitía? Sigo viendo emocionado la figura de aquel organista que, con sus gestos y ademanes —conscientemente histriónicos—, provocaba nuestra sonrisa cómplice, cariñosa. Sí, lo recuerdo muy bien: en aquel octubre lejano tan lluvioso, yo también cavé en el talud de la finca.
Vuelvo grupas, tomo tierra y entro en el Santuario. Recorro el pasillo central de la nave observando distraídamente cual si de un visitante despistado se tratara, tal vez con la actitud curiosa propia de un turista. Me siento en un rincón discreto, en un lateral, próximo a uno de los confesionarios.
Suenan los acordes del órgano: solemnes, rasgando el silencio, acallando los bisbiseos de los rezos. Como si saliesen de un alma intensa y apasionada, se me ocurre… Y en estado de somnolencia, acunado por la intensidad sonora de aquel órgano arrebatado, comenzaron a fluir los recuerdos. Miré hacia atrás, a la cristalera que da acceso al coro y al pasadizo que cruza por debajo de la carretera, cordón umbilical entre colegio y santuario. Fue fácil provocar la evocación, permitir que los recuerdos (caóticos, entreverándose, pugnando por ocupar un lugar en el decurso del tiempo) afloraran remansándose, estableciendo entre ellos una jerarquía ordenada. Es tan fácil moverse por el territorio de la memoria: basta proponérselo, ensoñar, recordar…
Del sentimiento de culpa y otros pesares, con migajas de alivio
Un escalofrío. No, no tengo miedo, pero siento frío, mucho frío. Siempre que sueño que “todavía” estoy allí, siento frío. El frío y los sabañones. El frío y el desvalimiento; el desvalimiento propio de los huérfanos, allí recluidos en aquella estepa. El frío y lo peor: el sentimiento de culpa que cala, que taladra, que socava toda resistencia. La culpa sin encantos. Frío, mucho frío y hambre. La culpa como parte inseparable del frío: dos caras de la moneda, haz y envés. Frío exterior y frío interior. Ese frío perverso cala hasta el tuétano, se apodera de tu interior, te anula.
Culpa, pecado, tinieblas: ¿será una pesadilla recurrente, una pesadilla que se disipará al despertar? Culpables de qué, pobres muchachos. ¿Por estudiar allí aunque muchos (¿cuántos?) ni siquiera hubiéramos entrado con el propósito de ser frailes? ¿Por ser pobres, pertenecer la mayoría a la clase obrera, al campesinado? Y recuerdo ahora el día de primavera en que se presentó en la escuela de mi pueblo, en el corazón de la cuenca minera del Nalón, aquel fraile menudo, nariz de aguijón de avispa y gafas gruesas. El P. Arruga —buen orador, con probado dominio retórico— hizo una impecable exposición propagandística de las bondades del colegio, de sus instalaciones; nos mostró fotos ilustrativas: quedé fascinado por los campos de deportes, por la piscina. Pero en absoluto nos habló (o no lo recuerda ya esta memoria enflaquecida, siempre selectiva) de la necesidad de querer ser frailes. Supongo que eso se daba por supuesto. Supongo. Ya sé, ya sé: se trataba de un colegio apostólico, pero yo entonces, antes de aquel día de principios de octubre de 1962 en que crucé sus puertas, ignoraba su significado, su alcance.
Desolación, sospecha: acusaciones en la capilla. Es de noche. Resuenan lúgubres, como si anillaran grilletes en los pies, cada una de las voces de quien, más que amonestarnos, nos acusa indiscriminadamente. Y veo un dedo acusador vestido de blanco que dispara. Pienso lo que no pensaba aquel cohibido niño de entonces, aquel indeciso adolescente: ¿Se puede dirigir un internado como si fuera un campo de concentración? ¿Un educador puede tener como paradigma para su delicada misión biografías de grandes militares? Esparta: sobran los débiles. La mili, años después, como unas plácidas vacaciones. ¡Parecéis niñas! Resuenan aún sus gritos en el recuerdo. Largos pasillos que se alargan y alargan: pesadilla, sudor frío. Los terrores de la noche, desvalimiento, orfandad… Los pasillos se dilatan, se curvan, se alejan perdida la perspectiva. Abismo.
Dicen que las verdades auténticas tienen su residencia en el corazón. Y también que es fácil y gratuito viajar con la imaginación al territorio de fantasía, donde siempre que se desee, llueve. Es posible. No sé con certeza que sea gratuito bucear en la memoria. Claroscuros: alegrías, sí, pero también tantos sinsabores… A escala, he pensado hace ya tiempo que aquel microcosmos era reflejo del exterior: de una sociedad sometida por aquella nefasta dictadura, de aquel estado perpetuo de miedo y violencia, cuya cabeza visible —criminal de paz, en acertada denominación de Manolo Vázquez Montalbán— se murió en la cama y no inmolado en africana guerra por su dios y su patria (qué lástima, ¿verdad?)… Un hombre de treinta y tantos años puede ser tan hábil en el interrogatorio…: busca las llamadas —qué crueldad— manzanas podridas. Qué fácil sonsacarles a niños de diez, once o doce años: qué cobardía, qué perversión de miras, qué torpeza absurda. Inocencia, debilidad; tal vez miedo. Dudo que hubiera algún vocacional, algún perverso. Qué nos quedaría, sin esa confianza, esa fe antropológica, a cuantos hemos depositado nuestra creencia en los seres humanos y no en otras entelequias, llámese como se llame el dios de cada creencia religiosa… Y pienso entonces que también él, que también ellos, los hombres de hábito blanco, eran producto de la debilidad, del miedo. Pero no lo tengo tan claro: ellos eran ya adultos, sabían discernir. Eslabones del poder establecido en todo caso.
No todo es triste. Me gusta la nieve. Recuerdo ahora un verso del Dante: después llovió en la alta fantasía. Recurro a la paráfrasis: nieva ahora en mi fantasía. Me pasaré, como siempre que nieva, la noche en vela: mirando por la ventana a ver cómo sigue nevando sobre los campos de deportes, sobre la granja; contemplando embelesado cómo aumenta de grosor la capa que ya cubre totalmente el paisaje. Blancura en la noche, luminosidad reverberada, danza blanca de copos arremolinados. Cuanta más blancura, más nieve ha caído. Y deseo vivamente que las nevadas se prolonguen días y días.
No, no todo es tristeza: también me reconforta el cine de los domingos, ese momento mágico de la semana, ese escape a un mundo de fantasía e ilusión. Pero qué terribles domingos cuando la película era censurada o no había llegado por cualquier circunstancia. Inmensa tristeza, decaimiento, melancolía. Esperar a que llegue la noche y entonces, sí: llorar en silencio, para ti solo, porque las lágrimas son de cada uno. Llorar es tan reconfortante… Y dormirse luego profundamente. Y a esperar confiando que la semana siguiente haya más suerte.
Yo siempre supe qué era el amor
Y ahora, como contrapunto benéfico, la memoria abre una rendija de luz, rescata una bocanada cálida: la hora del reparto del correo. Es, sin embargo, un recuerdo agridulce. Por una parte, qué vileza policiaca la censura de las cartas; que impudicia el asalto a la intimidad ajena. Por otra, se me siguen soltando lágrimas de emoción al recordar con ternura cuando leía una de aquellas cartas que mi tío materno Luis, con su impecable letra pulcra, escribía al dictado de mi bisabuela, mujer sabia aun siendo analfabeta. Y entonces ensoñaba y me alegraba de las pequeñas alegrías (el parto feliz de una de nuestras vacas, la buena cosecha de manzanas o de castañas, la siembra de las patatas o la eclosión de los pitinos de la pita franciscana) y me entristecía con las penas de las que mi güelina me hacía partícipe (sus dolencias y achaques, muerte o enfermedad de algún familiar o vecino, un accidente en la mina…). Y aquellos billetes de 25 o de 50 pesetas que adjuntaba… ¿Cómo olvidar tanta ternura, tanto sentimiento aquilatado en cada carta? Yo siempre supe qué era el amor.
Tres navidades tan tristes
Y me asalta ahora a traición el recuerdo de aquellas navidades tristes, desoladoras, apenas mitigadas por el afecto mutuo, la solidaridad entre iguales; en fin, los universales del sentimiento: morriña, añoranza de los nuestros, juegos y risas compartidas, la fuerza del cariño. Un contrapunto luminoso, revelador, un bálsamo blanco para tanta melancolía: durante las navidades del curso 63-64 (¿o fueron las del 64-65?) nevó y nevó, días y días. Qué alegría, cómo palió la tristeza de estar lejos de la familia, allí encerrados, allí recluidos: esa es la sensación, ese es el recuerdo de las navidades allí pasadas, tres tristes navidades consecutivas.
Cada vez que las recuerdo, siento frío, mucho frío. El frío y los sabañones, aquella tortura de picores y llagas que a tantos martirizaba durante los meses de invierno. Tristeza y dolor que algo mitigaban los villancicos por megafonía acompañándonos a todas horas, las estancias prolongadas en la recreación decorada con motivos navideños, las cenas “especiales” de Nochebuena y Nochevieja (pollo y patatas fritas como las de freiduría, y ¡hasta un poco de aquel vino aguado que nos sabía a gloria!, algo de turrón y polvorones y peladillas y uvas pasas: todo un lujo respecto al menú cotidiano). Siempre que lo recuerdo, siempre que se inmiscuye el recuerdo de aquellas navidades tan tristes, tan lejos de los nuestros, con tanta morriña acumulada, siempre se ve compensada, como un bálsamo reparador, por la nieve…Por la nieve y la programación cinematográfica especial: casi todos los días una película o, en su defecto, unos dibujos animados o unos cortos de Chaplin o algún documental. En suma, una pequeña compensación que aminora tanta tristeza, tanta añoranza, tanta pena…
Y ahora que releo lo escrito, me pregunto — ¿sorprendido?—: ¿Por qué tantos de los recuerdos que van fluyendo atropellados y con ganas de ser verbalizados se centran en o sobre motivos navideños? Soledad, tristeza, sentimiento de orfandad. En fin: los inextricables surcos de la memoria.
Marcelino Iglesias.
35 comentarios
Santiago Glez. Alfayate -
Muchos recuerdos y sentimientos se hacen presentes una vez más. Un saludo
Antonio Argüeso -
Y también, aunque nada tengo que ver con los de Casorvida (faltaría más) también he pingado el moco. Menos mal que a a unu de San Feliz le pasó lo mismo (y seguro que a bastantes más), que si no, hasta me hubiera inquietado.
Como Jesús Herrero, espero la continuación como agua de mayo.
Gracy Alonso -
Como saben, imposible en tiempo y distancia le pudimos conocer, solo los recuerdos de mi papá. Hoy gracias a ustedes le he podido conocer más.
Dios ponga en mi camino personas que al igual que tu conocieron a mi tío, hayan conocido también a Javier y Basilio. Un fuerte abrazo!
José Mª Sierra Tascón -
Supongo que hablaremos de lo divino y de lo humano y pondremos flores aunque sean simbólicas en recuerdo de los que lo merecen.
Un abrazo JHM. Para ti y para todos. Y ten cuidado con el centollo.
Jesús Herrero Marcos -
Sierra, cuando mañana sábado te juntes con los bandarras de Oviedo para comer bichos marinos, poned todos unas cuántas flores más. Yo me comeré el centollo en Madrid. Mi flor ya está puesta.
José Mª Sierra Tascón -
Un beso a los que sentí y siento mis mejores profesores y amigos.
Gracy Alonso -
jose ignacio -
Hace muchos años , al lado de la fuente del pulpo, tan magistralmente evocada en su día por Vibot, crecían unas catalpas en las que había un nido con cinco jilguerillos. Eran de una preciosidad tal que quedaron para siempre en la memoria de un niño.
si te cubre el negro frío
que me lleve aquel jilguero,
como si fuera en estío,
a volar sobre el otero
para verte, niño mío.
Francisco -
josemari cortés aranaz -
A la izquierda de la fotografía verás el tajo y la excavación en el talud que relata Marcelino.
besos cariñosos que vuelen hasta Méjico.
josemari.
José Mª Sierra Tascón -
No es que yo sea muy creyente. Pero con la perspectiva que me da la edad (a vosotros, compañeros, os lo voy a decir) creo que se me concede el derecho de distinguir quién fue y quién no fue...
Y, por favor, el P. Uría en "madreñes", que diría el de Casorvida y su alfoz, se fue al cielo. O se quedó entre nosotros, en este cielo, menos cielo, desde que se fue.
No me tocó cavar. Pero cavo cada día para que salga alguien como él...
Gracy Alonso -
Juan A. Iturriaga -
Me dijeron que era una costumbre y que se hacía por cuestiones de salud.
Espero no haberlo soñado.
Lo digo porque ya empiezo a creer que todo aquello fue un sueño.
amador robles -
un abrazo, de verdad. eso sí "a pesar de Casorvida..." que como está allá arriba casi fugada sin falta de Bach acechando a los lenenses y mierenses...también parte del ribete deesa asturias NEGRA DE MINERALES....
suerte en esta noche de luna creciente a pesar de los pesares....
Javier Cirauqui -
Tengo mi ordenador estropeado y en el curro, mucho trabajo con eso de la OLA DE FRIO.
Me hubiera gustado hacer un comentario y haber desgranado unos recuerdos, al respecto. En la segunda parte, que anuncias, lo haré.
Un saludo. JAVIER
José Mª Sierra Tascón -
Gracias la película que has hecho pasar ante mí.
Sigue filmando, por favor.
No más Navidades tristes: Aunque estas últimas han sido sin nieve.
Y que no te "acojone" el de Casorvida...
Un fuerte abrazo.
Gracy Alonso -
Tu relato tiene tanta vida como transcendencia. Tu mente es hermosa, haces que mi persona se transporte a lugares y hechos inalcanzables a mi existencia, son tus sentimientos palpables al calor de cada palabra leída! Es inexplicable el sentimiento que provocan al relatar sus experiencias al lado de mi tío, santo amado por tantas almas. Un abrazo grande desde Guadalajara, México.
Benjamín Díaz Gutiérrez -
Javier Muñiz -
JOSE MANUEL GARCÍA VALDES -
Juan, empiezo a pensar que me mentiste; siempre me dijiste que tu padre mientras facíais chocolate en la carreña os hablaba de ortofruticultura pero pa mí que os hablaba de la escolástica de la épica y de la epigrmática, sino haber porqué citas con tanta facilidad al Doctor Angélico, a Campoamor y a quien se te ponga por delante. Tú fuiste leído para el colegio. A mí, en cambio, mientras abríamos aguatochos, mi padre me rezaba el rosario, citaba con gran soltura, de carrretilla, a Dios y los santos,lo llevaba a todos en la memoria, por eso fui para el colegio muy piadoso pero sin saber hacer la o con un canuto, y así sigo. Tendríamos que reuninos cualquier día en Uvieo o Xixón, para hablar de estes coses; pa explicai a Pedrín que ye eso de la esguitoná y cómo presta cuando sale.
En la próxima cumbre en Madrid se lo explicaremos a los asistentes, vale la pena.
Juan, a ti en las cartas hablabante de la Cachorra, a mí me hablaban del parto de la gocha de la vecina que había parío varios gochinos que nun paraban de "urniar"; supongo que el que leía las cartas estará todavía buscando el significado. Juan, explícalo.
Marcelino, lo tuyo tien mérito pero no tanto; lo tendrá cuando acabes. Juan y yo hablaremos de los otros recuerdos.
Un abrazo
Domingo Iturgaiz -
José Manuel, nuestro compañero Jesús Luis Graña participó también con el pico y la pala.
Luis Heredia -
Y hablando del Santo P. Uría, y desear que llegaran sus clases y prácticas en el laboratorio, los experimentos, aquella tenia en el frasco de la que procuraba yo siempre apartar la vista, ¿No os acordáis de los caleidoscopios que nos enseñó a fabricar con los cristales que había en los tapones de ls tubos de algunos medicamentos, o con piedrinas muy pequeñas de colores.? ¿Fue también él quien nos enseñó cómo con un simple trozo de cristal expuesto a la luz del sol sus rayos lo atravesaban hasta quemar lo que se encontraan por delante? O fue Fernando Box
José Luis Alcalde Revilla -
Manolo Díaz -
El primero, predominante, es de gratitud. Nos regalas un relato que hizo vibrar las cuerdas de la parte irracional y emocional de mi mente, el id freudiano.
Tú, el narrador, hablas en primera persona. Pero todas las cosas que cuentas, hasta los detalles más nimios, podrían estar protagonizados por mí, que veo mi propia biografía reflejada en ellos como en un espejo.
El segundo de los sentimientos aludidos se relaciona con el pecado capital que Santo Tomás decía ser propio de los ambiciosos de honor, los pusilánimes y los viejos Se trata, claro está, de la envidia. Nuestro paisano, Campoamor, en su famosa Dolora Quién supiera escribir, clamaba Dios mío, ¡cuántas cosas le diría / si yo supiera escribir!...
Tengo la suerte de que esa gracia que no quiso darme a mí el cielo, se la concedió a compañeros como tú o como Cícero, el mi Cícero, que además de bordar los relatos, conseguís que los leamos entre exclamaciones (¡Eso, ye eso!).
Si has conseguido que i pingue el mocu a uno de Casorvida, ¿qué nun va a pingai a unu de San Feliz? Algún día te contaré para qué sirve el aguatuxu que une ambos pueblos. Pero eso es otra historia. Ahora es pertinente aclarar que la envidia confesada por el Pitu hacia tu fina pluma encaja exclusivamente en el primer supuesto tomista, porque está hecho un chaval y ¡nunca fue pusilánime! ¡Pusilánimes ni los hay ni los hubo jamás en Casorvida! Doy fe.
Dices, Marcelino, Yo siempre supe qué era el amor. ¡Dios! ¡Cuántas connotaciones me despertaron esas palabras y las que añades a continuación. Jamás superé que las cartas de mi madre, más sagradas para mí que el Arca de la Alianza para un judío, llegasen a mis manos ajadas y magreadas por ojos y por manos que, quebrantando los más elementales derechos, se atrevían a profanar el santuario de un corazón infantil. ¿Qué les importaba si la Cachorra, la vaca que yo lindié tantas veces, tenía un xatín? ¿O si había una buena cosecha de cerezas en la Mexaoria? Fíjate: Mis hijos se extrañaron siempre por mi actitud hacia la correspondencia familiar. Sólo el titular nominal podía abrir la carta. Era una norma sagrada. Nunca les expliqué por qué actuaba así.
Espero, con la misma ilusión que en su día esperaba las cartas familiares en la paramera, las futuras entregas que nos prometes. Las sorberé de un trago, como hice con esta. Tiempo habrá luego para rumiarlas.
Hasta pronto, amigo.
Manolo
Salva -
Julio S -
Bandera (¿Quién te pasaba el vino en el noviciado y compartía contigo el encendido de la máquina de calor?. ¡¡¡Vaya desayunos!!!), ese día no estaba, pero participé en todas las labores de la fase previa, en las que al pico le costaba penetrar en aquel terreno arcilloso. Uno de los días, tras dura labor, nos fueron a buscar para jugar, por la mañana (fútbol) y por la tarde (balon-mano), contra un colegio de la Coruña que estaba de visita y al que barrimos en ambos deportes. Fue la única vez en que vi al P. Cura orgulloso de sus alumnos.
Pitu, se te nota mucho la envidia, y hasta confundes el sexo, que ya no practicamos, con el afecto y el cariño.
Marcelino, espero una pronta entrega de tu maravilloso relato. ¡¡¡Pura sensibilidad!!!. Un placer leerlo. Me ha ayudado a apreciar más el colegio y la educación recibida, de los que, durante muchos años, me sentí avergonzado.
Un abrazo a todos.
Martín -
Aunque no comparto muchos de tus sentimientos te agradezco enormemente que reavives nuestros recuerdos, es un placer leerte con los ojos cerrados y vivir nuevamente aquellos pasados tiempos que no necesariamente fueron peores ni mejores, fueron lo que fueron.
Esperamos nos sigas deleitando con tus recuerdos y tus sentimientos.
Martín
JOSE MANUEL GARCÍA VALDES -
1ª. La del P. Uría, una de mis debilidades; el profesor que yo siempre pondré como ejemplo de buen profesor y de buen hombre; en el ejercicio de la profesión siempre quise parecerme a él: humor- serio, bondad-estricta, autoridad-democrática, asturiano-español, sabio que sabe que no sabe nada Cuando me creía un negado para estudiar, cuando mis suspensos eran más numerosos que los aprobados (Antonio Úbeda a mi lado un aprendiz del suspenso) apareció él para levantar mi autoestima; me nombró junto con Joaquín, hermano de Eliseo, encargado del laboratorio de Química y aquello me hizo comprender que yo podía ser como los demás; ya comenté que acabé sacando sobresaliente en química, llegué a saber que el agua, si la metes en una cantimplora, se convierte en H2O, y lo mejor, acabé valorándome a mí mismo, ¡cómo no va a ser una de mis debilidades! Cómo sería la cosa que a partir de ahí cursé dos carreras universitarias y una tercera, civil, la carrera del señorito, bueno en ésta nada tuvo que ver el P. Uría; por desgracia ésta no la acabé, se me atravesó la asignatura titulada estrategias para vivir del cuento, por lo que hube de vivir como un pringao trabajando 38 años para, por fin, vivir, no del cuento, sino como otro pringao jubilodo.
2ª. Casorvida y, cómo no, el tren. Un día de setiembre, y esto se repitió durante 6 años, al amanecer me cogía mi padre y, me llevaba andando hasta Campomanes con la maletona de cartón, para coger el tren Rápido, así se llamaba porque era un tren lento más rápido, sólo paraba en las estaciones de pro) que me llevaría a la odiada estación de León. Lloroso y con el ánimo por los suelos, al pasar Puente los Fierros, me situaba en la plataforma, a la derecha dirección León, porque un poco más adelante tenía a mi madre y a mis abuelos a la puerta de casa para decirme adiós; si soy sincero he decir que no los veía porque llevaba en mis ojos más agua que el Caudal a su paso por Mieres. El tren en Casorvida era el taxi, el compañero, el duende, el sustento de buena parte del pueblo; si no fuera por el tren Casorvida no sería la ALDEA GLOBAL, sería la aldeína. Marcelino, no sé si te entendí bien ¿Querías decir que el tren chifla al pasar por Casorvida contagiado por sus moradores o que los moradores chiflan al pasar el tren? Siempre me pareció estar un poco chiflado, quizás me venga de ahí. Si no hubiera sido por la Paramera y porque aguanté como un chino, a estas horas sería, probablemente, un jubilado de Renfe con derecho a kilométrico, podría viajar por todo el orbe del mundo.
Al sentimiento de culpa del que hablas tendría que añadirle el sentimiento de vergüenza por mor de Ricardo y de Frutos. El primero por su ternura con la que encandiló al Julio eSe (así lo quise entender yo, sino que nos lo explique) y el segundo por su dureza de oído. Lo que no recuerdo es si rascarse era pecaminoso o acto reflejo.
No dudo, Marcelino, que todas estas vivencias que describes las has comentado y contrastado con las Pedrín; deja que él, mejor dicho, oblígale a que cuente las suyas, cuando quiere sabe, pero es un poco vaguete o ¿baguette? Dejó la Nada y ahora ya anda por N Retiro lo dicho porque acabo de leer su entrada. Lo tuyo fue una saciedad de hambre y de frío. ¿Qué ye de Castañón? ¿Acaso se fue al pueblo a sembrar cebollinos? Él también viajaba en aquel tren.
Te felicito y te envidio, raro en los de Casorvida. Te envidio por tener una pluma de punta tan fina y tan certera, nada ni nadie se te resiste. Tú crítica es tan sutil que podríamos decir: lo tuyo son críticas halagüeñas.
Abrazos
Pedro López Llorente -
Creo que sería maravilloso para todos poder recordar muchas cosas, y por supuesto escribirlas en el blog, lo que más nos afectó cuando estuvimos en La Paramera, que como hemos comentado alguna vez, era como un campo de concentración, pasamos mucho frio; yo no he vuelto a tener sabañones desde que salí del colegio; y hambre, yo recuerdo que en la merienda cambiamos el trozo de chocolate,la naranja o lo que fuera por el trozo de pan, para quitar un poco más del hambre que pasábamos. En fin, espero poder leer muchas cosas de lo que nos pasó en el colegio. Un abrazo
José Manuel Bandera -
Luis Heredia -
Porque yo creo recordar que fue el 64-65, curso en el que entré yo por la puerta grande. Y digo puerta grande porque creo también que el destino fue excesivamente generoso conmigo al dejarme durante dos años en Sto. Domingo en Oviedo y pasar luego directamente a la Escuela Mayor. Me sentí muy frustrado al no ir a La Virgen cuando yo lo intenté. El test sicodélico me lo impidió. Pero también me impidió el sufrir o pasar por vuestras mismas experiencias en la Escuela Menor, por lo que os leo y os he escuchado tantas veces.
Mis Navidades siguen estando asociadas a la nieve del Colegio. Nunca había visto tanta belleza caer del cielo. Aquella Navidad de nieve, creo no se volvió a repetir.
Jesús Herrero Marcos -
luis barriales -
joaquin lopez-malla ros -
Pedro Sánchez Menéndez -