EL FRAILE QUE SE PARECÍA A BÚSTER KEATON y otros pecios de la memoria (II)
La bendita avería inesperada de la calefacción del Colegio que relata Marcelino, compañero te corrijo pues estoy seguro fueron las Navidades 66-67, me ocasionó mi primera pérdida de vocación. En esas Navidades, únicas de apostólico en casa, me enamoré, ¡por primera vez!, como un pardalín, de una chica que había estudiado violín conmigo de niños (nuestro profesor era Odón Alonso padre). Mi primer escarceo amoroso fué el ir con ella al Teatro Emperador a ver la película Busquen a esa chica, del dúo Dinámico, y nada más.
Por eso, querido Marcelino, estoy seguro de que fueron esas Navidades.
Lástima que al finalizar las vacaciones y de nuevo en el Colegio, me enamoré ¡segunda vez! de otra niña que subía al coro con sus padres a la misa de una de los domingos.
Mi tercer amor era una chiquilla que nos seguía en los paseos de Caleruega.
Y el cuarto...
Disfrutad de la segunda parte de los pecios de la memoria de Marce.
El fraile que se parecía a Búster Keaton y otros pecios de la memoria (II)
- Don Florentino Soria y el cine
- Bendita avería inesperada
- Una ingenua forma de comunismo
- De los autos sacramentales al Reloj sincopado
- Un recuerdo preterido
Don Florentino Soria y el cine
Cómo olvidar algunas películas memorables que nos proporcionaba generoso don Florentino Soria, a la sazón subdirector de la Filmoteca Nacional. ¡Cuánto le debemos a este hombre, qué agradecido le estoy por el buen cine que pudimos ver! Precisamente me acordé de él, hace meses, el día en que se murió el inmenso Luis G. Berlanga, el amigo con quien colaboró y quien le dio papeles anecdóticos —fugaces apariciones sin texto— en su trilogía nacional. Y se filtraron, vertiginosos, títulos y secuencias de tantas buenas películas que vimos gracias a su generosidad; títulos tan inolvidables como Calabuch (de la que fue coguionista), Bienvenido Mr. Marshall, El puente (qué tremenda película: cómo nos marcó…), Sólo ante el peligro, El chico, El hombre que mató a Liberty Valance, Los hermanos Marx en el oeste, Moby Dick, Diálogo de carmelitas…
A Florentino Soria Heredia, padre de nuestro añorado compañero Fernando Soria Tosantos, lo recuerdo muy bien. Cuando los días de visita acudía a ver a sus hijos y familiares (los Torrellas, Heredia), me llamaba la atención por su aspecto de profesor despistado y atuendo inconfundible: el mentón (el cazu, como decimos en Asturias, como se dice en su Gijón natal) prominente y puntiagudo, flequillo rebelde, sienes plateadas a pesar de ser entonces todavía bastante joven, y también la llamativa pajarita de colores, las gafitas de intelectual… Seguramente Luis Heredia me pueda corregir esta imagen o matizarla, ¿verdad, compañero?
En 2008, uno de los periódicos asturianos* recordaba su trayectoria y entrevistaba al nonagenario hombre de cine que, por sus respuestas, conservaba íntegra su lucidez. Y me acordé con simpatía y agradecimiento de cuánta tristeza había aliviado tantos domingos de tantos meses; aquellos tremendos domingos que nos sumían en la más deprimente desilusión sin el bálsamo del cine…
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*La Nueva España (Domingo, 30 de marzo de 2008) en la sección TV y Espectáculos: “Florentino Soria, historia viva del cine español”. Se puede acceder al artículo pinchando en la hemeroteca del diario y marcando ese epígrafe.
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Bendita avería inesperada
Y no olvidaré nunca la navidad del curso 65-66, el correspondiente a mi cuarto de bachillerato: Una avería en la calefacción fue la causante de que a última hora nos enviaran — ¡por primera vez en navidades!— a casa de vacaciones; no sé muy bien si sólo a los de la Escuela Mayor. Y recuerdo la intensidad de los rumores, la inquietud, la zozobra, el deseo de que se cumpliese el pronóstico: la calefacción necesitaba una reparación de urgencia. Y así fue: ¡todos a casa! Bueno: casi todos. Desgraciadamente, algunos compañeros por diversas causas tuvieron que quedarse allí (uno de ellos porque era canario, a quien llamábamos el Guanche, ¿os acordáis de él?) Tal vez sea esa la causa de mi extraña fascinación agradecida desde entonces por los radiadores, mi simpatía por esos benditos radiadores…
Una ingenua forma de comunismo
En ámbito tan reaccionario y conservador, destella intermitente el pabilo de una velita inolvidable, tierna e iluminadora: la requisa de parte del contenido de los paquetes que recibíamos por correo. Tengo buen recuerdo de esa sisa solidaria (si bien ni maldita la gracia nos hacía entonces cuando era tu paquete el aligerado al extremo, sobre todo de cuanto pudiera alimentar a los mures) pues fui agente de requisa cuando compartí con Emilio Devesa la ayudantía del P. Huarte, subdirector de la Escuela Menor. Y el recuerdo es grato —siempre que lo cuento o rememoro esbozo una espontánea sonrisa tierna, nostálgica—porque con motivo de alguna festividad, se repartían equitativamente en aquella suerte de fuegos de campamento, bien en el exterior si el tiempo lo permitía, bien en la propia recreación.
Cerrad los ojos, dejaos llevar por el recuerdo: ¿no os veis en la recreación, cada uno sentado en el cajón que tenía asignado, en espera del reparto, entre risas, voces, bromas? Poned atención, el P. Torrellas, maestro de ceremonias imprescindible, reclama un momento de silencio, da el tono y arrancamos a cantar (en tales ocasiones nos estaba permitido desafinar a quienes natura no había dotado del don de oído musical). Si la memoria no me falla, una de esas veladas entrañables, a modo de fuego de campamento, se organizó un día de esa navidad del curso 62-63 o puede que la del año siguiente, tal vez el día de los Inocentes. ¿Os acordáis, compañeros? Durante la velada, entre risas y bromas, se fueron sucediendo canciones regionales, villancicos, chistes, imitaciones. Aquel acto de solidaridad hermanada pervive luminoso en la memoria.
Mientras, seguía nevando y mi gozo momentáneo, paliativo de tanta tristeza, se continuó durante una parte de la noche, embelesado en el cadencioso aleteo de los copos, en su danza silenciosa, tal vez también escuchando entrecortadamente, a trompicones se puede decir, fragmentos de algún programa nocturno en una de aquellas —rudimentarias pero útiles— radios de galena clandestinas. Viendo caer la nieve en la duermevela, observando absorto desde la ventana cómo los desfalleciente copos bailaban delicadamente acariciados por la brisa, era tan intensa la ensoñación que me desdoblaba y me veía allá abajo, hollando aquel manto blanco sobre los campos de deportes, camino de la finca: mi espectro pisaba la nieve crujiente pero no dejaba huella.
De los autos sacramentales al Reloj sincopado
Además del cine que nos llegaba, el otro espectáculo al que teníamos acceso como espectadores (y cuando correspondía, también participación como actores o tramoyistas) era el teatro. Sigo recordando con nitidez aquel escenario nuestro, la elemental tramoya, los decorados sencillos pero efectivos y suficientes. Me acuerdo, cómo no, de los autos sacramentales: aquel notable empeño en que tantos participasteis: Los encantos de la culpa, El gran teatro del mundo…
Aunque —y no sabría explicar por qué— más que los autos sacramentales, pervive con más intensidad en la memoria alguna representación breve, ligera: una función constituida por varios números. Y de esa tarde, de ese repertorio variado guardo especial recuerdo de una improvisación mímica, pura actuación gestual, cuyo fondo y motivo era la pieza breve El reloj sincopado de Anderson: un banco, un perchero y un modesto fondo con arbolitos verdes pintados sobre cartulina blanca: una magistral actuación no sabría precisar de quién (¿Zarzuelo, aquel gran actor de papeles cómicos?). En ese almacén en que se van acumulando los recuerdos, esos recuerdos que ahora desempolvo con mimo, vislumbro al actor (¿Berrueta tal vez?) disfrazado de Charlot: bigotillo perfilado a carbonilla, pantalones anchos y caídos, bombín de incierto color, bastón endeble y combado… O tal vez fueran dos las actuaciones y la memoria haga un trasvase sincrético. Recordaréis cómo los días siguientes de aquella lograda imitación, hala, nos pusimos todos a hacer lo mismo, a imitar al imitador mientras tarareábamos los compases más sugestivos y pegadizos de la pieza breve de Anderson. Así que en mis escarceos teatrales de tres años después, con aquel grupo que formamos varios universitarios de la cuenca minera del Nalón —un grupo de teatro de agitación política que trataba de adaptar el método del denominado teatro pobre de Grotowski—, me acordaba más que de la grandilocuencia de los autos sacramentales, de aquel genial número, tan entrañable, con el reloj sincopado como motivo.
En esa misma velada —si mi memoria no trastoca actos y fechas— se puso en escena una parodia de “La canción del pirata”. Y de nuevo la evocación, tan caprichosa, quiere verte a ti, oh insustituible furriel, Eldelabientempladamandolina, interpretando ese número sobre aquel escenario nuestro (¿o ahora es posible que no fueras tú y sí Berrueta o Zarzuelo? En escena, si cerráis los ojos, cuantos asististeis a la función conseguiréis ver al improvisado actor, llegado al “no corta el mar” (y reforzaba la negación con la cabeza al tiempo que remedaba con sus dedos índice y corazón a modo de tijeras imaginarias el corte que negaba), “sino vuela” (y aspaventaba entonces con los brazos extendidos a modo de alas tal que si fuera a despegar del suelo); “bajel pirata que llaman” (¡baje el pirata, que llaman!, y ahuecaba las manos sobre la boca como refuerzo gestual), “por su bravura el Temido, de uno (carrerita hasta un extremo del escenario) a otro (otra carrerita hasta el otro extremo) confín”. ¿Os acordáis, o es solo una fantasía retrospectiva de esta memoria desfalleciente?
Ya no en el teatro, sino en el estudio de la Escuela Menor, y con impulso y dirección del P. Sánchez Ramírez (¿qué fue de él?), recuerdo varias lecturas de piezas breves de teatro leído, con los flexos y el micrófono como únicos auxiliares…Y ahí sí que me tocó leer algún papel; me acuerdo, por ejemplo, de mi participación en La nicotina.
Un recuerdo preterido
Sin embargo, la magnífica actuación de aquel rapsoda profesional que en su día nos maravilló había quedado relegada, aparcada en quién sabe qué recoveco sinuoso de esa papelera de reciclaje que viene a ser la memoria. Pero en estas llegó Cícero y despertó de su sueño aquel recuerdo arrinconado: según leía, me parecía estar allí todavía, escuchando embelesado la memorable actuación que nos marcó durante meses, aquella educada voz que ponía emoción y sentimiento al recitado.
Y del repertorio, resonaron estremecedores como entonces los versos de Lorca, las terribles cinco en sombra de la tarde, las cinco en punto de la tarde, que repetimos y repetimos imitando en lo posible las pausas y la fuerza arrolladora de aquella voz privilegiada, plena de intensidad y sentimiento.
Y cuántos días hicimos el ganso — ¿no os acordáis?—, dando palmas y simulando un taconeo de baile sobre las losas relucientes de los pasillos o en la recreación o donde se terciara, mientras recitábamos el estribillo de este poema menor, pero simpático y cargado de ritmo y duende, que el rapsoda había interpretado magistralmente:
Uno, uno, dóh y tréh,
tréh banderilleroh en el reondel.
Marcelino Iglesias.
14 comentarios
filomeno zambudio -
JOSE MANUEL GARCÍA VALDES -
Marcelino, el que escribas bien no te exime de entrar y escribir cosuques de menos enjundia. Los mortales no escribimos tratados ni encopledias, escribimos lo que podemos. A ti, que eres persona seria, no como tu colega, y sin embargo amigo, Pedrín, te encomiendo que cites al personal a un cónclave gastronómico para hablar mucho y mal de los que no estén, pero no cites a los que se citaron en la última cita ovetense, que se jodan (lo siento ,juro que esto no me lo enseñaron en el colegio, lo aprendí yo solito.
Quema el frío.
Abrazos a tutiplén
Manolo Díaz -
Johnny Gray (Buster Keaton) tenía dos grandes amores: su chica y su máquina. En mis años de paramera mi principal amor fue el cine. También tuve moza, una rapaza del pueblu que no era precisamente Anabelle Lee. Pero ese amor fue puro platonismo. Un ideal no correspondido que finalizó cuando ella. xuntose a otru. ¡Si al menos hubiese sido de Casorvida, se lo habría perdonado!
El cine, sin embargo, sigue conmigo.
En mi actividad docente lo utilicé como recurso didáctico. Y ahora, jubilado, tengo iniciado un proyecto que confieso en público por primera vez: elaborar la tesis doctoral sobre los valores humanos en el western. En eso estamos. ¡Gracias, Don Florentino!
Y que sigan tus pecios, camarada, compañero y amigo. En uno de ellos, preciosas perlas de memoria naufragada, hay un arcón de herraje oxidado, Ábrelo, por favor. Seguro que, envuelto en niebla, pasa un renqueante tren por medio de Casorvida. Yo viajo en él, con la cara pegada al cristal de la ventanilla. Y veo una casa con correor de maera del que cuelguen riestres de panoyes. Debaxo, una palancana, tres pares de madreñes, un gadeñu, un gaxepu y dos pites roxes que picotian los granos sueltos. Valdés había partido en el tren anterior, más lujoso y más rápido. Porque en Casorvida los niños venían con un pan debajo de un brazo y un kilométrico debajo del otro. ¡Privilegios de cierta infancia!
Nihili est qui nihil amat (Va por ti, Valdés)
Te reitero mi gratitud, Marcelino. Sigo a la espera.
Manolo
jose ignacio -
Maravilloso tu relato y perdón por no haberlo dicho
anteriormente.
Estás obligándome a rebobinar mi escasa memoria y ello me ayuda a volver a recordar muchas cosas que evocas. Sí, el P.Uría fue muy buenín y a todos nos dejó una gran huella.
Pienso siempre en la gente que se marchó y que se nos está marchando continuamente. No puedo menos de contraponer estas pérdidas con la visión y el recuerdo de la niñez y la juventud en la paramera: empuje y salud frente a la actual enfermedad y ocaso.
Por eso con dolor asocio la imagen de aquellos niños y profesores con las tristes noticias que tan a menudo nos conmueven. Ello, con vuestro permiso, me obliga a completar la poesía insertada en la primera parte de hace unos días:
si te cubre el negro frío
que me lleve aquel jilguero
como si fuera en estío
a volar sobre el otero
para verte, niño mío.
en ese otero no umbrío,
como en aquel tiempo lejano
en medio de gran vocerío,
apareces tan lozano
sin clavos entre el gentío.
Un abrazo, Marcelino.
Felicidades, Justino.
José Luis Alcalde Revilla -
Pedro Sánchez Menéndez -
Luis Heredia -
Marce, leyéndote, no comprendo cómo hay tanto despistado que aún tiene dudas de haber estado en el mismo Colegio.
El único despiste que yo tengo es que no recuerdo que me hubieran "sisado". Caben varias posibilidades: Que el contenido de mi paquete no fuera de interés en aquellos años, lo mismo que ahora. Por eso dicen que la historia siempre se repite. Que habiendo sido de tanto interés,el envoltorio hubiera vuelto al estado en el que se encontraba antes del hurto, qué digo hurto, robo con violencia, y un chorizo más o menos solamente se nota cuando haces cocido o fabada. Que yo no recibiera por antaño tantos chorizos como recibo ahora y no le diera tanta importancia. Total, para uno o dos o paquetes al año, ¿crees que me iba a fijar si me faltaba algo? para mi lo importante no era el contenido, sino el continente; es decir, recibir un paquete. Lo demás, era sorpresa. En fin, hipótesis que me resolverá Pedrín algún día que le encuentre entre bogavantes.
De las vacaciones de Navidad que fuimos a casa, en la Escuela Mayor, por lo menos, se admiten apuestas. Me inclino por los dos últimos cursos, 5º y 6º. Además, leyendo a Julito que no se acuerda de nada, más a mi favor porque a él solamente le tocó ir a casa una vez. Por eso no se acuerda. También te digo que me despisto por cuál debió ser la razón. Como en el caso de mi paquete, lo de menos fue la razón.
Marce, a pesar de la nostalgia y morriñas, ¡¡¡¡qué bien lo pasábamos en Navidad¡¡¡¡ Al menos, yo.
Jo, marce, qué cantidad de recuerdos tengo yo y los que tú me haces revivir.
Antonio Argüeso -
Varios puntos en este relato sí me han traído recuerdos agradables:
-el trabajo como tramoyista ya que diríase que era para lo único que valía, junto con el cultivo de champiñones y el acarreo de tapines (consuélate, Pitu, tú llegaste a ser apoderado del laboratorio, cargo que en otras circunstancias conlleva el privilegio de tener gorra)
-el recuerdo del rapsoda que ya Isidro nos comentó y hasta amplió información sobre la persona
-y sobre todo tu descripción del reparto de las sisas de paquetes. He leído y hasta oído que algún que otro pudiente, fuere de Casorvida o de tierras más o menos limítrofes, lo consideraban un atropello; y los comprendo. Pero para los que ni paquetes recibíamos las sorpresas de lo que llegaba en esos repartos de las sisas era una de las raras alegrías, sobre todo en la época que conocíamos; había tan pocas (lo que corrobora aquello de que cada uno habla de la feria como les fue en ella).
A ver si tus narraciones despiertan vocaciones (de escritores, no se malinterprete).
Pedro Sánchez Menéndez -
Julio Correas -
Todavía no vamos a escribir nuestras memorias, ni a presentar una memoria de la asignatura, ni a hurgar en la memoria RAM del ordenador, donde dicen que se almacenan los datos.
Pero déjame que te diga que me asombra esa memoria tuya, esa capacidad de conservar los recuerdos durante cincuenta años y reproducirlos.
Gracias por refrescarnos la memoria porque yo no me acuerdo de casi nada. Quizás sea un actitud inconsciente en forma de conducta vital. Por no recordar no recuerdo ni que fuéramos a casa unas Navidades.
Por eso me hace mucha más gracia ver fotos y leer anécdotas que me hacen recordar aquellos años de la Paramera y revivir recuerdos dormidos
Una, doh y tré
Tré banderilleroh en el redondé.
Gracias Maestro.
Un abrazo
Jesús Herrero Marcos -
santiago rodriguez -
Javier del Vigo -
Quizá das en la diana y tienes razón -además de expresión brillante- cuando dejas entrever que si la melancolía fue tiñendo aquel tiempo y aquel lugar, hubo un tiempo con especial tinte melancólico: la Navidad.
Si hubo fríos en la Paramera, las navidades condensaban todos ellos, acechándonos por las esquinas de pasillos, dormitorios, clases y patios de recreo.
Eran, quizá, los tiempos en los que más necesidad de cariños tuvimos, niños y adolescentes solitarios; por lo que la compañía de los compañeros, su calor, sus confidencias... nos eran más urgentes.
Una cosa: Como las memorias de cada cual son muy selectivas, yo había leido por acá, en otros portillos, que nunca tuvimos unas navidades con la familia. Yo, que soy muy crédulo, lo creí, por supuesto; aunque algo en los rincones perdidos de mi memoria rechinaba. Así que hoy, cuando te he leido lo de la calefacción averiada en aquellas navidades blancas de nieve y heladas de frío, se acabó el rechinar. Tenía como propio que alguna navidad yo estuve en casa, en familia, con el calor y las penurias propias de la época; pero en casa. ¡Perfecto este pasaje tuyo de nuestra memoria colectiva, que libera e ilumina otro de mis rincones oscuros!
Tú verás, Marcelino, que re-escribirte en aquel lugar y con aquellos años te ha de servir a tí mismo de cataplasma salvífica, que calma y sosiega viejos picores y otros sinsabores. Esta medicina tan clásica, -la de hablar- ya la he recetado alguna otra vez, aunque siga habiendo gentes que no la quieran tomar, porque ni escriben ni se les ve, aunque nos sigan, escondidos por las esquinas del presente.
Soy del grupo de plañideras que te piden nuevos esfuerzos de tu memoria y más tiempo dedicado a deleitarnos con tus recuerdos, que son los nuestros.
Marcelino, me tienes perdidamente rendido.
JOSE MANUEL GARCÍA VALDES -
Abrazos abiertos