VIAJE POR EL RECUERDO
Santos Suárez Santamarta nos felicita estas Navidades a la vez que nos acompaña su versión de nuestra historia, de nuestros recuerdos del Colegio de la Virgen del Camino y de aquella edad primera, edad bella y bendita sobre la que el recuerdo siempre orbita.
La fotografía me la envía Guillermo García, una representación navideña del año 1959 en el Teatro del Colegio.
Sea mi felicitación de Navidad compartir con vosotros estas estrofas –entre la oda y la elegía- en las que van recuerdos y afectos en torno a nuestra ya lejana vida colegial con ánimo de seguir reforzando los lazos que nos unen, despertar algunas de nuestras mejores vivencias de aquel entonces y contribuir a que este blog no decaiga.
Feliz Navidad.
Un abrazo. Santos S.Santamarta.
Otro viaje por el recuerdo
Queridos compañeros,
antes que termitas del olvido
hagan más agujeros
al recuerdo del tiempo compartido,
quiero avivar ahora
las ascuas del ayer sin más demora.
Mi despejada frente
parece no tener otro cuidado
que andar frecuentemente
volcada en los asuntos del pasado,
con mayor insistencia
los del tiempo que fue de adolescencia
Pues de modo incesante
como frutos asibles a la mano
recobro a cada instante
los recuerdos de aquel ayer lejano
en que yo, adolescente ,
de la vida y del mundo era inconsciente.
Da comienzo esta historia
cuando aún era niño pueblerino
en marcha migratoria
a un colegio en la Virgen del Camino,
internado de chicos,
fundado por los frailes dominicos
Que se había erigido
dominando una extensa paramera
en un árido ejido
y al borde de la misma carretera
que es también el camino
del que marcha a Santiago peregrino.
Fue al final de un verano;
todavía quedaba por la era
la parva, escasa en grano,
cuando dejaba yo por vez primera
mi gente y mi poblado
y llegaba, medroso, al internado.
Allí encontré enseguida,
ahuyentando temores venideros,
animosa acogida,
aunque en muchos de aquellos compañeros
veía mi reflejo
como si cada cual fuese un espejo.
Hoy juzgo un privilegio
y una satisfacción haber vivido
interno en un colegio
al que siempre recuerdo agradecido
y a no ser por demencia
de él siempre hablaré con complacencia
Pues en tiempos de inopia,
tras una guerra cruel no muy lejana,
tuve allí casa propia
y enteramente abierta una ventana
que daba por ventura
al mar de la amistad y la cultura.
Mis recuerdos mejores
quisieran ser un cálido homenaje
a aquellos profesores
que me dieron no sólo este equipaje
con que voy por el mundo
sino un algo especial y más profundo.
Y aunque la mayoría
de cuantos allí estaban ya se han ido
los llevo cada día
a salvo de la incuria y del olvido:
cada cual con su acento
fue para mi velamen brisa o viento.
En su diaria brega
con nosotros, aunque de carne y hueso,
fueron tesón y entrega
entusiasmo y saber; y yo por eso
no fuera bien nacido
sin sentirme y mostrarme agradecido.
Con afecto y ternura
recuerdo especialmente a un hombre bueno
de ascética figura,
abnegado, magnánimo y sereno,
de interior fortaleza
y fuente de exterior delicadeza
Tuve allí compañeros
agraciados con tan extensa parte
de dones verdaderos
de amistad y nobleza, ciencia y arte,
que muy difícilmente
diera en otro lugar con mejor gente:
Actores y cantores
pintores y cabales deportistas,
poetas y escritores
y una nutrida pléyade de artistas
de habilidosas manos
que tocaban guitarras y pianos.
Otros más igualmente
con no menor destreza y disciplina
tañían sabiamente
la bandurria, el laúd, la mandolina…
como si ángeles fueran
o antes ya de nacer tocar supieran.
Pero allí sobre todo
hice buenos amigos cuya alma,
a semejanza o modo
de aquel sobrio lugar de luz y calma,
era sencilla y clara
y razón de que siempre los amara.
Como en el pan va el trigo
van su nombre y su rostro adolescente
amasados conmigo
y aunque el tiempo me hiciere un día demente,
no restara motivos
para que en mi demencia fueran vivos.
A modo de inventario
hoy mi mente se va a la camarilla
al nuevo santuario,
al estudio, las aulas, la capilla,
al hall o locutorio,
al salón de recreo, al refectorio…
A los largos pasillos,
al teatro y a tantos más lugares
donde siendo chiquillos
vivimos peripecias y avatares
de quienes tienen sueños
por crecer y dejar de ser pequeños.
Afloran de repente
mil detalles, recuerdos y emociones
cuando evoca mi mente
todas estas estancias y rincones
en cuyos mudos huecos
¡ cuán dormidos quedaron tantos ecos…!
Recuerdo, a mí llegada,
hallarme ante un larguísimo pasillo,
tras franquear la entrada,
que, aunque extendido en claridad y brillo,
vi ser un cortafuegos…
¡ de tantos y tan íntimos apegos…!
Era el itinerario
de tránsito obligado a comedores,
tres veces a diario.
y por él, de menores a mayores,
se iba en doble hilera
para volver después de igual manera.
En largas filas mudas,
siempre al compás de nuestros pies ligeros,
porteábamos dudas
ilusiones y rezos misioneros
que como lluvia en calma
iban calando hasta el hondón del alma.
Igualmente pudiera
mentar la diminuta camarilla
en que por vez primera
la almohada en que apoyaba la mejilla
sentí no ser mi almohada,
de montaraces hierbas perfumada.
En extremo sencillas,
de poco más de dos metros cuadrados,
eran las camarillas
un nocturno redil de estabulados
cuerpos adolescentes
ajenos a otros mundos y otras gentes.
Si bien la fantasía,
sin trabas ni mordazas ni recelo,
resuelta trascendía
aquel lugar y, remontando el vuelo,
emprendía mil viajes
a los mismos nostálgicos parajes.
Allí, por las ventanas,
a través del cristal buscaba estrellas,
brillantes y lejanas
y otra luz, titilante como ellas,
que en la torre era guía
y estrella colorada parecía.
Luego, en estrecha cama
el sueño cada noche se acercaba
sigiloso al pijama
y remolonamente se marchaba,
sólo llegado el día,
tras la ingrata ablución con agua fría.
Y ya, sin desperezos,
era norma dejar el dormitorio
y acudir a los rezos
bajando con presteza al oratorio
en dócil disciplina
para invocar la protección divina.
Nuestra capilla era
como un cálido troj de la plegaria,
donde el alma pudiera
tener cuanta atención es necesaria
y el concentrado celo
para entrar en contacto con el cielo
Por eso no tenía
ni una sola ventana tan siquiera;
su luz la recibía
de más allá del techo de madera
y aunque oculta o furtiva
fulgores derramaba desde arriba.
Eran allí a diario
pías lecturas y meditaciones,
la misa y rosario,
los candorosos cantos y oraciones
y el continuo ejercicio
para amar la virtud y odiar el vicio.
Es, hoy, cerrar los ojos
y verme ante el mosaico aquel que presidía
nuestros rezos de hinojos
con una dulce imagen de María
nuestra madre y señora
que extendía su manto protectora.
El rezo del rosario
después de la merienda era el preludio,
repetido a diario,
de un tiempo largo en el salón de estudio
en silencio profundo
sostenido hasta el último segundo.
De donde, sin embargo,
se podía salir en ocasiones,
mas sólo por encargo
o acudir a frecuentes confesiones
de pecados veniales:
que lugar no era aquel para otros males.
Dejando el guardapolvo,
que era en dicho local traje de gala,
por el “ego te absolvo”
se podía salir de aquella sala
y volver liberado
de algún rato de estudio y del pecado.
Ante el pupitre, en filas,
apuramos allí las tardes lentas,
monótonas, tranquilas,
fatigosas a veces, somnolientas
donde sólo se oía
el sonar del papel o a quien tosía.
Y entre largas hileras
remaba yo con verbos deponentes
como preso en galeras,
vigilado por tubos fluorescentes
de los que siempre alguno
persistía en guiñarme inoportuno.
¡Cuántos atardeceres
usurpados por las obligaciones
de acumular saberes
acerca de ablativos, ecuaciones…
o mil datos de historia
y darles acomodo en la memoria…!
Embridando de paso
tanta imaginación despendolada,
mientras que hacia el ocaso
se extendía la tarde arrebolada
sobre el páramo abierto
que hacía al internado ser más cierto.
Luminosos locales,
orientados al sol del mediodía
con grandes ventanales,
eran las aulas en donde discurría
todo el aprendizaje
de las ciencias, la historia y el lenguaje.
Mi mente las enlaza
a pupitres de hierro y de madera
con diseño biplaza
que se anclaban sobre una carrilera
teniéndonos unidos,
y en pareja, por orden de apellidos.
Frente al amplio encerado
pudimoos ser a veces vagabundos,
viajeros del pasado,
héroes y exploradores de otros mundos
o cualesquiera empeños
que tuvieran cabida en nuestros sueños.
Sin dejar, a diario,
de dar cuenta de todas las lecciones
que marcaba el temario
y, por enmarañadas traducciones,
transitar los caminos
de los clásicos griegos y latinos.
¡Cuántos palos de ciego
propiné allí, de pie, frente al estrado
si el profesor de griego
me instaba a presentarle, despiadado,
mis traducciones toscas
que yo osaba adobar… ¡por si las moscas…!
Como Olimpo veía
el alto estrado al que los profesores
se alzaban cada día
y un Sísifo era yo que entre sudores
las piernas me temblaban
si a subir allá arriba me llamaban.
Por eso era un alivio
deportar en los fines de semana,
a César, Tito Livio..
y a toda aquella otra tropa hermana
de luminarias griegas:
Tucídides, Heródoto… y colegas.
¡Qué cambios de semblante
y de ánimo los viernes se advertía
al ver que por delante
mayor tiempo de holganza se ofrecía,
más soñados paseos,
más deporte, más cine y más recreos!
Fuera sobre las cuatro
de la tarde en domingos y festivos
cuando rumbo al teatro
nos íbamos, alegres fugitivos,
llevados por la prisa
y ávidos de emoción, sorpresa o risa.
Era abrirse el oscuro
-verde oscuro- telón cuando ocurría
desmoronarse el muro
que confinaba nuestra fantasía
y allí quedaba suelta
hasta el ingrato fin y el dar la vuelta.
¡Conciertos, recitales
de coros y rondalla… las funciones
de autos sacramentales,
comedias, sainetes … proyecciones
de cine, sobre todo,
a las que siempre precedía el NO-DO!
Recuerdo boquiabierto
-y en esto la memoria no me falla-
aquel primer concierto
con que en este local nuestra rondalla
me ató con suave tiento
y lazos de embeleso al duro asiento.
¡Fueron tantas veladas
de estéticas y gratas emociones,
de risa a carcajadas
por cómicas o chuscas actuaciones
que se me hacen presentes
las nostalgias, si en ello pongo mientes!
Caudal de sensaciones
era cada visita al santuario
en las celebraciones
con asperges, hisopo e incensario…
el órgano tronante,
y la engolada voz del celebrante.
Aunque yo prefería
algunos otros más íntimos goces:
el canto, la armonía,
el temperado timbre de las voces
y la cadencia suave
que eran del sentimiento puerta y llave.
¡Qué hondas sacudidas
cuando una voz traslúcida entonaba
“Mañanicas floridas…”
y con límpido timbre se elevaba
como un ciprés de hielo
que quisiera encender de escarcha el cielo!.
O el sonoro estallido
de aleluya por El Resucitado
con tal fervor sentido
y con tanta pasión interpretado
que si Haendel lo oyera
de una igual emoción se estremeciera.
Abatidos e insomnes,
en cambio, nos dejaba aquel lamento
de dolor “Oh, vos omnes…”
cantado con la unción y sentimiento
del que ante sí tenía
la imagen del tormento y la agonía.
Polícromas vidrieras,
por el sol de la tarde traspasadas,
tintaban las maderas
olorosas del coro en mil lanzadas
de rayos de colores
despertando recónditos fervores.
Y desde el alto coro
llegaba a todo el templo y lo invadía
el surtidor sonoro
de nuestra bien templada escolanía,
guiada con tal brío,
que, escucharla, causaba escalofrío.
Allí un sabio organista,
dotado de finura en los sentidos
de oído, tacto y vista,
daba brillo y color a los sonidos
manejando entramados
de pedales, registros y teclados.
¡Con qué humilde soltura
practicaba su arte y se adaptaba
a nuestra partitura
que el maestro de coro interpretaba
y a la vez dirigía
con pericia y pasión que conmovía …!
No evoco la comida
cuando va mi recuerdo al refectorio,
ya que en él enseguida
me sentía como en un auditorio
reparador de males
y fuente de deleites musicales.
Pues siendo melindroso
y desganado hasta lo indecible,
no encontraba sabroso
plato alguno ni nada apetecible,
aunque sí disfrutaba
de cuanta buena música sonaba.
Y usando los cubiertos
cual batutas iluso dirigía
sonatas y conciertos
o la más intrincada melodía:
ni el “Pájaro de fuego”
érame inaccesible en este juego.
Eran las sinfonías,
conciertos y corales, condimento
de arroces y judías
o, por mejor decir, propio alimento
que, probado en inicio,
resultó ser después creciente vicio.
¡Cuántos aprendizajes
musicales -si en mi recuerdo hurgo-
prendidos a potajes…!
los Conciertos de Bach de Brandenburgo,
la Heroica, la Italiana,
la Incompleta, el Reloj o la Renana…
La sin par Primavera
o el Otoño, las Danzas Polovsianas
la Melodía Viajera,
nocturnos, barcarolas y pavanas,
el Reloj Sincopado
la Suite del Gran Cañón del Colorado…
O grandes oberturas
y otras célebres piezas… audiciones
que, aliñando verduras
o garbanzos, o arroz, o macarrones,
hacíanme su ingesta
algo menos difícil y molesta.
En mis cavilaciones
he llegado a pensar qué hubiera sido
sin aquellas raciones
de tan gustoso pan para el oído…
pues fue cabal sustento
para un alma infantil en crecimiento.
Llegando cada año
el tiempo de calor, apetecía
la práctica del baño
y era de ver en él cuánta alegría
y qué hidráulicos goces
causaban tanta risa y tales voces.
Aunque también había
compañeros que, siendo de secano,
les faltaba osadía
para lanzarse al agua y con la mano
al borde se agarraban
y no hidratarles mucho suplicaban.
Retengo en mi retina
surtido de albornoces de colores
en torno a la piscina
y en mi piel la caricia y los frescores
del agua recibida
en cada chapuzón y zambullida.
Y las competiciones
por lograr la pericia y las maneras
de emular tiburones
o delfines en tamañas carreras
que pocos sin embargo
nadaban de seguido más de un largo.
De mi primer recreo
traigo conmigo aquel paraje llano,
que en el recuerdo aún veo,
su apacible horizonte, tan lejano ,
y un aroma que era
de uva madurada y rastrojera
con los vendimiadores
que volvían trayendo ya repletas
de afanes, de labores
y certezas de vino sus carretas.
Y al pasar nos miraban…
y por entre el vallado uvas nos daban.
O el campo pedregoso
mostrando aún heridas del arado,
y el botar engañoso
de un balón recosido y abombado
que tras de sí atraía,
en tropel, pertinaz chavalería.
Y aquel lúdico invento
que “sebá” se llamaba y consistía
en el enroscamiento
de un cordel -y un balón, que de él pendía-
a un mástil de madera
y evitar que el rival lo consiguiera.
También de aquellos días
mi dispersa memoria aún recuerda
endebles porterías
montadas con dos palos y una cuerda,
que eran vano objetivo
del balón-bumerán de bote esquivo
Y la paciente espera
por si el azar dejaba allí, a mi lado
aquella extraña esfera
para verme, por fin, recompensado
al menos con un chute
y obtener tan efímero disfrute.
Con un tan mal calzado
que al chutar al balón el pie torcía
o dejaba dañado.
Nadie, para jugar, botas tenía,
ni siquiera baratas:
solamente playeros o alpargatas.
Retengo aquel paisaje,
de intensa luz tendida por el suelo
sin brumas ni celaje
mientras zurciendo el puro azul del cielo
livianas avionetas
ensayaban picados y piruetas.
¡Qué gratas las mañanas
de domingo y tardes de recreo…
con qué codicia y ganas
nos dábamos al juego y parloteo
al que fin daba, ingrato,
el pitido estridente de un silbato!
¡Y aquellas tardes quedas
de paseo entre vides o entre trigos
por rústicas veredas
polvorientas con el grupo de amigos
de todo conversando
en su qué y su por qué, su cómo y cuándo…!
Y en llegando al destino
-que al salir del invierno eran las eras
del poblado vecino-
¡qué sonoro pregón de primaveras
eran las infinitas,
silenciosas y humildes margaritas…!
¡O el plácido aleteo
de hojas de los álamos albares
del valle, y el oreo
de aquellos perfumados tomillares
que extendían su aroma
por toda la ladera y por la loma…!
Luego, al volver, la fuente
de peces de colores teselada…
y aquel pulpo indolente
de fija y enigmática mirada,
que si el agua caía
sobre él pareciera que reía…
Catalpas y cerezos,
que en nuestro entorno, allí, lentos crecían,
velaban nuestros rezos,
nuestros juegos y estudio; y nos medían
a su lograda altura
curso a curso también nuestra estatura.
Fueron tiempos aquellos
de vigor juvenil y ágil figura ,
de abundosos cabellos,
de esbeltez corporal, de donosura
y tersa piel de seda
de lo cual, por desgracia, nada queda.
Lejanos se han quedado
los rizos, el copete o el flequillo ,
el primer afeitado,
la primera calada a un cigarrillo
y aquel look de muchachos
de pantalones cortos o bombachos.
Y ya el árbol frondoso
del que ayer cada uno fuimos hoja
hoy tiene un tronco añoso
y de continuo ya se nos deshoja.
¡ Cuántas hojas, caídas,
se van yendo en dolientes despedidas… !
¡Qué vívidos y extraños
se me muestran, desde esta edad madura,
aquellos tiernos años…!
Hoy mi mente, advertida, conjetura
que la vida es distancia
y aledaño, tan solo, de la infancia.
Desatinado anhelo
el del niño, que a ser mayor aspira
y a tal fin echa el vuelo,
sin saber que, en llegando allá se vira,
viendo vacío el sueño,
y quisiera volver a ser pequeño.
Por eso es don del cielo
gozar en nuestro otoño esta manera
de hallarnos; y el consuelo
de celebrar aquella edad primera,
edad bella y bendita
sobre la que el recuerdo siempre orbita.
21 comentarios
tirapu -
Salud y suerte para todos
+
Eugenio González Núñez -
Un gran abrazo de hermano.
Eugenio.
Santos Suárez Santamarta -
Un fuerte abrazo para todos con me afecto y mis mejores deseos.
Fernando Alonso Díez -
Gracias también a José Ignacio, reflexionaré durante todo el año con el calendario de cabecera.
PD. ¡¡¡¡MUCHAS FELICIDADES!!!!, ANDRÉS
Javier Cirauqui -
José Ramón Soriano Reig -
Un fuerte abrazo
Jesús Herrero Marcos -
Andresete, felicidades.
Malvárez -
Eres un hacha señor S.S.S.
Por otro lada y aunque sea tarde ¡Feliz Cumpleaños Ito!
Jesús
San Jose -
jose ignacio -
Nos has dado un entrañable regalo de Navidad. Ha sido todo muy bonito.
Un fuerte abrazo.
N/B.- A este paso la presente generación poética de jóvenes promesas, que nuestro blog está descubriendo, va a arrasar dentro de unos años
benjamín -
Luis Heredia -
Y no sigas adelgazando porque al peso que vas no vas a salir en la foto.
Pedro Sánchez Menéndez -
Quiero aprovechar la entrada para desahogarme después de leer todos los versos de José Ignacio. Tengo que reconocer que me han emocionado, como también los de Santos. José Ignacio, ¿te veré en Navidad? Estaré cerca de ti por unos días. Felicidades a todos. Pedro.
Luis Heredia -
Todo en la composición es hermoso, como dice Cícero. Pero es que me impresiona también la manera de terminarla.
No se puede describir mejor lo que fuimos, somos y sentimos muchos de los que vivimos en La Virgen del Camino. Y también los Padres y ex con los que aún compartimos Misa, comida, canciones y encuentros.
Otra vez, gracias, Santos
Julio Correas -
FELICIDADES!!!!
Anda, Furriel, felicita a tu hermanísimo!
Pedro Sánchez Menéndez -
federico esteban monasterio -
Abrazos a todos.
Javier Cirauqui -
Ostris, quué buenos, qué guays, qué cojonudos esto srecuerdos en oda o elegía, como tú dices. Me han anonadado, entusiasmado, ilusionado y hasta acojonado de gusto. Así el blog se crece y se estrechan y unen nuestros lazos, de todos los que pasamos por la Virgen del Camino, los viejos y los nuevos en que siempre pienso.
Merecerías que te dieran el Premio Padre Pedro a la Concordia y el Premio Padre Guervós a la Poesía y a la Metrica, asonantada y aconsonantada. Un fuerte abrazo y gracias por tan tamaña e impresionante felicitación. Con mucho cariño. Javier. Yo también te felicito.
Julio Correas -
Me he puesto música de la Escolanía para releerlo y ... gozada de recuerdos y vivencia ensartada en la amistad de aquellos compañeros. Felicidades!
Un abrazo.
Isidro Cicero -
Luis Heredia -
Santos Suárez, yo te echaba mucho de menos.
Mereció la pena esperar por lo que nos acabas de regalar.
Gracias,pero, prodígate un poco más, por favor.