MALDITOS RUSOS (por Pedro G.Trapiello)
Mi fútbol de infancia era juego sin campo, sin balón, sin porterías, sin árbitro... y al fuera de juego le decíamos «orsai», castellanización pedera y eficaz del «out side» de los inventores de este deporte.
Era fútbol en las calles sin coches del barrio de San Esteban o en las Eras de Renueva, jugábamos con pelotas de toda hechura y tamaño porque el balón «de reglamento» era privativo de guajes con posibles y las botas de futbolista un lujo, así que lo normal era calzar alpargatas o playeras... y chirucas los leñeros de carnet.
Lo más curioso es que nadie nos enseñó los rudimentos y estrategias de este de deporte de equipo con sus distintos papeles porque, como en tantas cosas de aquella vida, «a capar se aprendía capando»; y nunca había defensa, media o delantera, sino un enjambre de piernas tras la pelota y todos con ganas de ser delantero-centro. Las faltas, claro está, no existían, una rodilla desollada era medalla de guerra con postilla y ganar era la única obsesión.
En el patio de las escuelas de El Cid jugábamos al fútbol con una pelota no mayor que una bola de tenis de imposible precisión en el tiro y con garantías de cristal roto (me tocó pagar dos). Otra cosa fue el bachillerato con los dominicos en La Virgen, allí había balones de cuero y cuatro campos de fúbol, cuatro, pero con matiz: no eran de hierba, sino de arcilla y grijo, viejas viñas explanadas, así, sin más, desolladero seguro si te ibas al suelo; o sin irte, pues aquellos balones exigían embadurnarlos bien de grasa y de esta forma se rebozaban de piedrecillas al comienzo del partido para que cualquier balonazo te levantara la piel como lija del 32; hubo uno al que no perdoné; y dirán los teólogos de este deporte que el fútbol hace amigos, pero enemigos ni te cuento. Y a cuento viene todo esto porque hoy no hay siesta en España, algo inédito: se juega contra Rusia y la maldición anfitriona. Peláez barrunta gafura y un ¡malditos rusos! temiendo que, si nos va mal, la grada coree esos ooolés que hoy, imitando a los españoles, copia todo país cuando los suyos se ponen a burear al otro a base de pase burlón... (¡Peláez, cenizo!)
Era fútbol en las calles sin coches del barrio de San Esteban o en las Eras de Renueva, jugábamos con pelotas de toda hechura y tamaño porque el balón «de reglamento» era privativo de guajes con posibles y las botas de futbolista un lujo, así que lo normal era calzar alpargatas o playeras... y chirucas los leñeros de carnet.
Lo más curioso es que nadie nos enseñó los rudimentos y estrategias de este de deporte de equipo con sus distintos papeles porque, como en tantas cosas de aquella vida, «a capar se aprendía capando»; y nunca había defensa, media o delantera, sino un enjambre de piernas tras la pelota y todos con ganas de ser delantero-centro. Las faltas, claro está, no existían, una rodilla desollada era medalla de guerra con postilla y ganar era la única obsesión.
En el patio de las escuelas de El Cid jugábamos al fútbol con una pelota no mayor que una bola de tenis de imposible precisión en el tiro y con garantías de cristal roto (me tocó pagar dos). Otra cosa fue el bachillerato con los dominicos en La Virgen, allí había balones de cuero y cuatro campos de fúbol, cuatro, pero con matiz: no eran de hierba, sino de arcilla y grijo, viejas viñas explanadas, así, sin más, desolladero seguro si te ibas al suelo; o sin irte, pues aquellos balones exigían embadurnarlos bien de grasa y de esta forma se rebozaban de piedrecillas al comienzo del partido para que cualquier balonazo te levantara la piel como lija del 32; hubo uno al que no perdoné; y dirán los teólogos de este deporte que el fútbol hace amigos, pero enemigos ni te cuento. Y a cuento viene todo esto porque hoy no hay siesta en España, algo inédito: se juega contra Rusia y la maldición anfitriona. Peláez barrunta gafura y un ¡malditos rusos! temiendo que, si nos va mal, la grada coree esos ooolés que hoy, imitando a los españoles, copia todo país cuando los suyos se ponen a burear al otro a base de pase burlón... (¡Peláez, cenizo!)
6 comentarios
Alfonso Losada Vicente -
Javier Cirauqui -
Yo no era muy aficionado al fútbol, creo que el motivo era que mis dos hermanos mayores, uno en los dominicos y otro en los agustinos recoletos eran dos grandes jugadores y todo el mundo tenía todas las expectativas puestas en mí y yo decidí rebelarme y dedicarme a otras cosas.
Para mí jugar era un suplicio. Aún así me gustaba el fútbol como afición y espectáculo.
Recuerdo las tardes dominicales de Carrusel Deportivo y el Triunfo de la Selección contra Rusia e el Campeonato Europeo. Lo vimos y comentamos como 300 mil veces.
Un fuerte abrazo. Javier
Un día de estos os mandaré un artículo sobre "el Carrusel Deportivo" en las tardes de domingo, que tengo a medias.
Joaquin Urbano -
Lo de los balones, su efecto y dolencias es para contarlo. Pero somos abuelos y no nos hacen caso.: historietas...y teníamos la gran suerte que nuestro Pedro Rey era el gran conservador de su buen estado. Por eso paraba tan bien. Los tenía domesticados. Gran entrenamiento para su extraordinaria dedicación peruana y nunca bien reconocida.
Me he salido del guión pero me gusta la deriva elegida. En poco tiempo estaremos en otra celebración, sin penas anteriores y España volverá a ser la mejor.
Feliz verano, un fuerte abrazo para todos.
Joaquín Urbano.
INOCENCIO FERNÁNDEZ MENÉNDEZ -
Algún Trapiello conozco...El más conocido me hizo ganar buenas pesetas y luego euros...con sus libros...
Con el tiempo a un cliente,alto funcionario de la Xunta,me dijo..soy primo de Trapiello...y somos muchos Trapiello...ne dijo.
El único exorcista de Galicia(eso dicen)es un Trapiello...dominico,que reside en Belvis-Santiago...con quién a veces he coincidido.
A lo que vamos...magnífica la descripción que haces de aquellos eriales en los que se jugaba al fútbol.
Entiendo que vosotros llegásteis en tiempos de bonanza con balones de cuero y botas,camisetas,etc.
En el otoño 57 cuando nosotros llegamos...ni un balón había...ni dinero para comprarlos.
Recuerdo que el P.Arias,ahora muy anciano,que reside en Palencia, creó un equipo,que sorteando al vigilante de las obras,accediamos a las vigas de maderas de las casas tiradas para hacer el Colegio,con el fin de sacar aquellos clavos de fragua,centenarios,y que pesaban y medían lo suyo...conseguimos unos cuantos kilos y pesetas y con eso se compraron los primeros balones.
Creo que nadie usaba botas...ni los más pudientes.
Ramón Hernández Martín -
Ramón Hernández Martín -
¡Ah, ya!, eso de capar lo he oído decir así: "se aprende a capar cortando cojones", con todas las letras y palabras y fuerza.
No te quejes, Trapiello, pues, en penurias y escaseces de aquellos tiempos, algunos llegamos a cuartos y a semifinales y hasta ganamos el campeonato, ¡jajajá! Seguro que por eso, y solo por eso, hoy somos los mejores. Feliz semana. Amén.
Por cierto, acabo de dejar en RD, en "Esperanza Radical", mi post número siete sobre "Audaz relectura del cristianismo". En él que puede que encontréis alguna novedad sobre su catolicidad. Que aproveche. ¡Hasta puede que os descongestione de Moscú!