PERO ERAN DE CAOBA AUTÉNTICA (Por Juan Iturriaga)
Recuerdo un chiste que aparecía en el libro “Autopista” del Perich, en el que un currante, con los ojos desencajados, se enfrentaba a un jefe parapetado en su mesa y le gritaba: ¡TODO!...
No era una reivindicación puntual. Era una enmienda a la totalidad.
Esa fue mi primera impresión cuan vi el confesionario del Santuario, aunque posteriormente y, una vez que se los enseñé a un par de amigos, explicándoles que eran de caoba de la auténtica, casi me dio pena y hasta una cierta melancolía al reconocer que se habían convertido en cuartos trasteros.
De todas formas, para nosotros, por lo menos para mí, estos confesionarios, fueron un poco misteriosos y lejanos. Allí se confesaban “los gentiles”.
Nosotros lo hacíamos en las capillas respectivas, y “a pelo”. Quiero decir sin separación alguna con el confesor. Un poco enredado en sus hábitos y con una intimidad que, ciertamente, recuerdo con desagrado.
Lo tenías casi encima de ti. Alguno tenía la costumbre de acariciarte por aquí y por allá, e incluso había quien se rascaba con su barba medio afeitada por tu bendita cara.
¡NO!
¿Quién ha dicho NO?
Los apostólicos bastante tenían con arrepentirse de haber hablado en filas, no rezar lo suficiente o, ya en la escuela mayor, haberse masturbado.
- ¿Cuántas veces?
- ¿Pensabas en mujer?
Buenas preguntas.
El día que leí a Juan Marsé aquello del olor del obispo, “huele bien, a cera virgen, a parquet de casa de ricos, a nardos de entierro, a masaje Floid”, yo me acordé del olor de alguno de aquellos. A champú Geniol, a jabón Heno de Pravia y en algún caso, a tabaco medio rubio.
Hoy en el confesionario solo hay trastos viejos.
¿Quién se confiesa a estas alturas?
¿Siguen preguntando “cuantas veces”?
¿Y qué les contestan?
Pero amigos, eran de caoba auténtica. Una maravilla.
4 comentarios
Ramón Hernández Martín -
Vibot -
Iturriaga evoca la caoba de aquellos mechinales, zulos para la culpa impuesta impunemente, tribunales sumarios para niños, la culpa y el candor...este blog que ya dura doce años al que siempre volvemos aunque nos alejemos. Porque está en nuestra mente todo aquello.
Roberto -
Ramón Hernández Martín -
Después, hubo cosas más molestas, pues también me tocó sufrir los inconvenientes de la proximidad que tan bien describe Juan.
¿No cabría hacer un interesante museo de "confesonarios" (los hay que son auténticas obras de arte), y hacer que sus maderas cobraran vida para contar lo que oyeron?
Claramente, todo pecado es un contravalor, por lo que su único remedio consiste en "convertirse" para cultivar el valor opuesto, según el magistral pensamiento de fray Eladio, tan pedagógicamente expuesto por nuestro Baldo.