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Antiguos alumnos dominicos VIRGEN DEL CAMINO - LEON

Texto que escribe Pedro G. Trapiello en el libro EL CANDOR Y LA CULPA de Santos Vibot

Texto que escribe Pedro G. Trapiello en el libro EL CANDOR Y LA CULPA de Santos Vibot

Besar el manto del cielo desde una escalera de lágrimas

 

Pedro García Trapiello

 


 

 

nota.- fotografía de la contraportada del libro con textos de Luis M.de Merlo y Pedro Trapiello

6 comentarios

Vibot -

Gracias, Carmelo por la parte que me toca. Y muchas gracias anticipadas por tu lectura!

Carmelo Flórez Cosío -

Muy apreciado Pedro, otra cornada corderil que me hace levitar esta noche amable de media luna, en Sabero.
Yo no pude ser compañero de Vibot ni tuyo, porque soy algo mayor, pero espero disfrutar de su inspiración poética tanto como de tu prosa, siempre tan divina.

Vibot -

Recuerdo nítidamente a Pedro García Trapiello, que era de mi curso y sección, sentado en su pupitre junto al ventanal del gran estudio de la escuela menor cuando estábamos en tercero. Yo, que era el más pequeño de la clase, tenía once y doce años aquel curso -¡qué vértigo de tiempo recordarlo!- y él uno o dos más quizá. En aquellos años aquel gran recinto con dos filas de columnas centrales estaba completamente ocupado, salvo un pasillo en el medio,  por aquellos pupitres individuales de moderno diseño cincuentero con las patas de hierro negro calzadas por tacos triangulares de goma gris. Y allí, los casi trescientos chicos de la escuela menor, pasábamos todas las largas horas de estudio silencioso previas y posteriores a las clases, vigilados siempre por un estricto inspector que mantenía el silencio y la concentración.
 Los de tercero estábamos en la parte de atrás del todo, al fondo del estudio. Mi pupitre estaba en el lado izquierdo según se miraba a la puerta junto a los ventanales que daban al jardín de cerezos y los campos de deporte. A mi derecha se sentaba Iturriaga, pálido pero fuerte y rotundo de cuerpo, con unas preciosas manos blancas que después serían las del mejor guitarrista de la rondalla, junto a las de Marcelino. En las mañanas soleadas  -y había muchas incluso en los crudísimos inviernos- Pedro, que se sentaba una fila por delante pero a la izquierda del todo, junto al cristal, sacaba de uno de sus bolsillos un pequeño y precioso reloj de sol rectangular de madera muy ornamentado caligráficamente de roleos florales con papeles pegados por fuera y por dentro. Lo abría ceremoniosamente en ángulo recto tensando el hilo rojo que servía de normón y, como si se tratara de un valiosísimo objeto de alta precisión, lo colocaba suavemente sobre el pupitre e, inclinándose teatralmente con misterioso aire de alquimista, dedicaba un largo rato, sabiéndose observado y envidiado por poseer tan preciado juguete, a orientarlo concienzuda y minuciosamente hasta que la sombra del hilo incidiera con toda exactitud en la hora solar del cuadrante. Tenía este relojito además en su parte horizontal, una hendidura circular en la que se alojaba una pequeña brújula con su agujita negra suspendida en su eje, temblorosa y magnética.Sólo entonces se disponía a estudiar...o a ensoñar aventuras fluviales, literarias o pictóricas, que ya era muy artista desde niño este Pedro Trapiello.   Por las mañanas entraba a raudales aquel sol invernal esmaltando de reflejos dorados nuestras pequeñas cabezas, nuestras manos pequeñas, nuestras pequeñas vidas soñadoras en aquel ala izquierda del estudio...   Ya en Caleruega, con quince y dieciséis años -¡qué sabría yo de aquellas teologías a esa edad!- el padre Pedro y el padre Alcalde nos pidieron escribir un pequeño trabajo a cada uno y el mío versó sobre la virtud teologal de la Esperanza. Encuaderné mis folios en una carpeta que confeccioné con dos delgadas tablas rectangulares que encontré en un trastero del convento y que uní por uno de sus lados largos mediante un cordón. Le pedí a Pedro que me pintara en una de ellas la portada y me compuso -no solo en la portada sino en las dos tapas- una maravilla impresionista predominando los tonos verdes rasgados de amarillos y de geniales rasgos rojos. Precioso. Totalmente evocaban un óleo de Monet.   
Y ya en la verde y embriagadora bruma de La Caldas Pedro se fue. Los argumentos que nos dió a los amigos para su partida, con unas palabras inolvidables, fueron tan sorprendentes y originales como era todo en él desde que, embelesado y magnetizador, orientaba el normón de su reloj de sol a sus doce años bajo el melado sol de las mañanas en aquellos inviernos de la infancia que se llevó la trampa, el implacable tiempo, ese tenaz ladrón de nuestras horas.
 
   Y ha pasado la vida con zarpas de ciclón y horas serenas y hemos vuelto a encontrar a los amigos de aquella infancia azul en el colegio...
Hace unos cuatro años le pedí a Pedro, entregándole el borrador de El candor y la culpa aún en fase de preedición, que escribiera algún texto para mi libro. Y la respuesta, como podéis comprobar más arriba, no pudo ser más generosa. Aunque él minusvalora sus dotes de crítico de poesía, la perceptividad y originalidad de sus observaciones y el crepitante e inventivo verbo en que las vierte  ponen siempre -como en sus impagables artículos de Cornada de lobo a diario en la prensa de León- el dedo en la llaga y el frescor de su ingenio que hace verlo, sentirlo más bien, todo más claro.
Lamento sin embargo en esta ocasión que, por intrincadas razones editoriales, un error final en la imprenta, no aparezca finalmente en la edición todo el texto completo como podéis leerlo aquí, aunque sí -íntegra- toda la primera parte. Con ella, como el mejor broche de oro imaginable, queda brillantemente coronada y guarnecida esta obra que siempre permanecerá agradecida y acompañada y en deuda con el inimitable, lúcido, deslumbrante escritor Pedro García Trapiello.

Carlos Tejo -

Embobado e identificado con lo leído. Los de "provincias" tuvimos en ese lugar, en esa época, en esos maestros y en esos compañeros todos los premios de la lotería. Probablemente no los pudimos disfrutar como se nos hubiera apetecido pero, cuántos no tuvieron esa dicha?
Y algunos lo cuentan como Pedro, con ese final en tromba y otros lo reviven, esos años y los siguientes, como mi compañero Vibot, con palabras qun huelen y que duelen.
¿Estuvimos todos a su altura?
Él sabe que lo voy a leer y, como este prólogo, a releer.

Luis Heredia -

Pedro, emocionante. Una cosa es escribir bien y otra, ver a través de tu letra.
El deporte, la música, la enseñanza, la arquitectura y el diseño que vivimos lo consideré secundario a lo largo de los años.
“Aquel tiempo escrituró las sendas que vendrían”

José Luis Suárez Sánchez -

Pedro, me he emocionado leyendo tu brillantísimo escrito. Espero poder leer pronto el libro de nuestro amigo Vibot