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Antiguos alumnos dominicos VIRGEN DEL CAMINO - LEON

DICHOSOS LOS LIMPIOS DE CORAZÓN, LOS QUE TRABAJAN Y LUCHAN POR EL ARTE Y LA PAZ

DICHOSOS LOS LIMPIOS DE CORAZÓN, LOS QUE TRABAJAN Y LUCHAN POR EL ARTE Y LA PAZ

Escrito que recibimos desde los Estados Unidos de nuestro querido compañero Eugenio Gonzalez y que hoy coloco como portada del blog. 

 


 

La misma suerte, a Dios gracias, corrimos otros muchos. Orgulloso me siento de haber podido estudiar en un colegio nuevo y rezar en un santuario con solera, cargado de futuro. Cuando escucho a otros colegas que estuvieron en colegios-seminarios religiosos, yo siempre doy gracias por haber estado en la Virgen del Camino, porque no sólo el edificio, sino la calidad de la enseñanza, la modernidad para aquellos años (teatro, cine, piscina, campos de deporte al aire libre, lugares de culto), eran más que notorias.

 

De todos modos, ahora quiero hablar de otra oportunidad que tuve casi recién salido de Salamanca. Destinados a Centroamérica llegamos varios compañeros, seis en total (Gregorio, Juárez, Tapuerca, + Pisonero, Menoyo),   varios siguen allí, uno ya falleció, y otros hemos regresado. El tema del que hoy quiero hablar, al hilo del santuario de la Virgen del Camino, es la Iglesia del Rosario, ubicada en el Parque Libertad, en el mero casco antiguo de San Salvador, donde los bolitos se aseaban de mañana tras noches de mala bohemia callejera, y el jefe de turno de la Guardia Nacional, formada cada 15 de septiembre, mirando para los ‘padrecitos’, y como perdonándonos la vida,  gritaba, “¡mueran los gachupines!”.

 

 

Es una iglesia de “diseño único”, en boca de su arquitecto Rubén Martínez, a quien conocí haciendo las estaciones del viacrucis, rematado en la imagen que adjunto, a la que el pueblo cariñosamente llama, ‘el Cristo guerrillero’, y que no es otra que la apoteosis, en hierro volátil,  del Cristo resucitado. La iglesia y el pueblo salvadoreño están llenos de vida y de color, vida y color marcados por el sufrimiento, pero también por la esperanza de un nuevo amanecer, reflejado en los colores.

En la construcción de la nueva iglesia  - desvencijada la colonial por un terremoto-,  tuvo mucho que ver el padre Domingo Iturgáiz Liriza. Rubén y él se encargaron de hacer el proyecto, enviarlo a Roma y tras meses de estudio fue aprobado. El alma de la construcción (colón a colón, saco a saco de cemento) fue un hombre carismático, siempre muy querido por el pueblo salvadoreño, el padre Alejandro Peinador Primo. Allí lo conocí, con su aire joven, a pesar de sus años, su sonrisa de  niño pícaro, y su corazón de padrazo. Las gentes venían y depositaban su saco de cemento, su colón, moneda entonces oficial (hoy es el dólar). “Es para la iglesia, padrecito” – le recodaban, y él apuntaba en su libro, y siempre a cambio les devolvía una gran sonrisa y las bendiciones de San Martincico.

Es cierto que es una iglesia única como pueden ver por la foto: cemento, hierro, vidrieras de cristal, y enormes y seguros bancos de madera. Como memoria de un  pueblo arrecho, en su interior, hay una pequeña lápida que cubre una gran sepultura, donde están enterrados veintitrés salvadoreños/as que el ejército masacró, unos dentro y otros fuera del templo. No cabe duda que es única. Aparte del arte, allí no hay obispos, ni virreyes enterrados, allí está escondida el alma del pueblo. Sus novias, sus esposas, sus madres y sus hijos todavía acuden a depositar flores en la tumba de los héroes de Cuscatlán, sabiendo que a escasos metros, en la Catedral Metropolitana,  sigue predicando San Romero de América (arzobispo Oscar Arnulfo).

 

Hace como un año que pasé por allá. No pude ver al padre Gregorio Ramírez, de vacaciones en España,  pero sí pude contemplar, como cuarenta años atrás, que en los bancos de la iglesia seguía gente joven sentada, rezando, leyendo, charlando por lo bajo. Tal vez algo menos que en tiempos de Peinador, porque ahora está cerrada muchas horas al día, como cerrado estaba el corazón de uno de los padres que no quiso salir a saludar al grupo que veníamos, ‘por falta de energía y agotamiento dominical’, nos dijo el sacristán que se desvivió por atendernos. Si hubiera sabido que bajábamos de los cerros de Chalatenango - tierra de mártires, ametrallados desde los aviones -, hartos de caminar a pie por senderos de caballo, donde la gente malvive, anda descalza, y ni carretera tienen para que suban los coches, tal vez se hubiera dignado atendernos, o tal vez no, vete tú a saber, porque haberlos cómodos, sigue habiéndolos, digo yo.

 

Como dije antes, en la iglesia, huyendo del calor de horno del mediodía que tal vez sólo resisten los zopilotes y las iguanas (¿sobre el tejado de cinz?),  se estacionaba todo vicho viviente: hombres trajeados y sudorosos que salían de las oficinas, elegantes secretarias minifalderas, bolitos pedigüeños y pordioseros, perros callejeros, y sobre todo estudiantes de secundaria. ¿Qué lees? – le pregunté a una morenita agraciada  y sonriente. Leo al Marqués de Sade, me tecleó con su dulce acento salvadoreño. Recién salido de la “nevera del tomismo”, casi me da un patatús, y mi cara y mis gestos, una vez repuesto, fueron de censura, como supuestamente correspondía a un sacerdote católico, lector asiduo del padre Royo Marín. Ella se quedó más tranquila que un ocho, mirándome a los ojos con simpatía, como siempre miran ellas.

Allí descubrí, una vez más que las prohibiciones, los ‘índices’ del pasado,  los ‘eso no se lee’, de ‘eso no se habla’, sólo crean represión y almas innecesariamente doloridas. Yo me fui y ella siguió leyendo-rezando en su libro, y dedicándome una linda e inolvidable sonrisa de despedida. Supongo que a los Habitantes de la iglesia tampoco les importaba nada lo que ella leyera. Ellos pasan de todas esas cosas y dicen los que de verdad saben, que sólo miran el corazón. Es posible que tal vez yo con mis escrúpulos –pocos tenía ya entonces-, despertara en ella lo que uno nunca debe despertar en las almas inocentes: el mal, que no está en las cosas, sino en la mente, en el corazón. ¡Qué triste que haya gente que se dedica a despertarlo, como yo, ignorante de mí, hice en aquella ocasión, hace cuarenta años… y pico!

 

 

 

Eugenio Gonzalez Nuñez

13 comentarios

Enrique frade -

Un abrazo para todos.
Gracias Josemari poe este camino de 2 millones de KILOMETROS QUE HEMOS ANDADO JUNTOS ,veo que algunos compañeros de los años 50 y 60 han vuelto a aparecer despues del verano,como manolo junco que estaba desaparecido,
Hace unos dias han cambiado de parroco en la Parroquia de San Pablo de la Argañosa que es la Mia ,aunque no la tengo en propiedad ,la comparto con el resto del barrio,pues han traido un parroco de dos sacerdotes,mi vecino Antonio y otro que se llama josé,es de Lieres yfue dominico en Valencia,le enseñé mi foto de novicio,de lo que vacilo ,y me dice escaleruega ahí hice Yo el noviciado,quedamos en hablar un dia pero aún no tuve ocasion,ya os contaré.
Me alegro un montón de los comentarios de mi hermano Eugenio ,Mallada y Santinos,ayer estube con nuestro Miguelon,lo encontré por Oviedo.
Abrazos para todos,Eugenio escribeme en el correo,ahora solo recibo en el facebook por parte de Jane.
quique Frade

Eugenio -

Amigo Santiago, la verdad es que sí cito a Carlos B. Menoyo. Coincidimos durante casi diez años en Cantroamérica. El nunca se movió de Guatemala. Recuerdo que se identificó y amó tanto al mundo indígena, que aprendió su lengua y se quedó a vivir con ellos en San Miguel Chicaj, entre Salamá (donde había una casa dominicana) y Rabinal (donde había otra). Salamá, era un mundo de ladinos un tanto atravesaos, pero San Miguel Chicaj y Rabinal eran un mundo de nativos muy interesante. Personas pobres, humildes, sencillas, pero llenas de valores: solidaridad, hospitalidad, fe profunda en Dios, en la vida; gentes pacientes hasta el extremo, rayanas en la resignación, pero a la vez dignas, 'orgullosas' de ser ellas mismas, amantes de su tierra, capaces de valorar y disfrutar lo poco que la vida les había dado y que, aún así, siempre sabían compartir.

Allá dejé a Carlos B.M. un año del siglo pasado de 1974, y después de 40 años, nada concreto he vuelto a saber de él. En cierta ocasión, en la Rúa de Petín (Ourense), vi a Jesús Tapuerca por unas horas, y mantengo cierta relación de email con Gregorio Ramírez que está en la Iglesia del Rosario, en San Salvador. Creo que a través de él podremos ponernos en contacto con Carlos. Voy a intentarlo y si lo logro te aviso.

¡Qué fácil es vivir en España y verse con frecuencia, siempre que la madre pereza noos lo impida!

América es otra cosa...pero hermosa.

Un abrazo, Santiago.

santiago rodriguez -

Eugenio emocionante relato....Citas en tu travesía a Menoyo, ¿Se trata de Carlos Berganza Menoyo?...se que estaba por centroamerica, si se trata del mismo, me gustaría saber de él. Fuimos compañeros desde el primer curso de Villava, compañeros de fila también y de noviciado. Creo que por ahí anduvo tambien Fernando Suazo, aunque creo que este excelente compañero se secularizó más tarde..

jose ignacio -

Eugenio,
te mandaron a volar hasta el otro lado del mar.


mi niño, quisiste volar
con alas llevando fuego
que quemaba por el ruego
de ser pastor tras el mar.

mi niño, quisiste volar
poniendo tu vida en juego
para recordarnos luego
cómo el pobre daba sin dar.

Eugenio -

A todos los navarricos venidos de Villaba,
que con su aire festivo y su sonrisa
le dieron un nuevo estilo al colegio.
Arrecho miro a este toro.
Santines me lo ha dejado
sobre la arena del ruedo;
a la arena voy saltando a
lidiar con mis recuerdos.

Soy un fiel subalterno
del entrañable maestro:
a él le brindo mi faena,
lidiando con la palabra
al viejo toro del tiempo.

Si la lidia no me cuadra,
por impericia del diestro,
pasad aviso a don Santos:
-en Asturias vive y rima-
¡ahí le queda otro sobrero!




Doscientas testas rapadas,
cuatrocientos ojos, negros,
castaños, verdes, azules,
que tímidos desafiaban
fríos y largos inviernos.

Veinte ventanas veladas,
doradas como las dunas,
cuento en pared moruna,
desde un ecuménico coro,
en misa a media mañana.

Ochenta tubos el órgano,
graves, grandes, gruesos,
alegres, altos, apareados,
pequeños, pitos, picudos,
robaban nuestros alientos.

Tres altares, desiguales,
un retablo, en el centro:
barroco, dolorido, añoso.
Dos atriles empotrados,
viejo y nuevo testamento.


Cien velitas encendidas,
pagando promesas viejas,
desafiando retos nuevos.
Confesionarios velados
para ocultar los secretos.

Allá, muy lejos, al fondo,
alguien bien encopetado,
viéndonos de frente, grita
-perdida tengo la cuenta-,
‘ite missa est”, vámonos.

Y todos nos levantamos
entre murmullo apagado.
Bajando vamos en filas,
y por el túnel del tiempo
cifras me asaltan de nuevo:

Cien días para la Pascua,
otros cien para San Pedro.
¡Seis años de internado!
-un viacrucis escondido-,
en una vida de encierros.

Peña que pena en silencio,
contando todas las horas,
y apurando los seis meses
-¡pocos días ya le quedan!-,
a julio para otro Encierro.

Santos S. Santamarta -

Sorprendentes y aleccionadoras muchas de las cosas que nos cuentas, querido Eugenio. Qué bueno sería para nuestra decadente sociedad europea, conocer e imitar más la manera de vivir y de sentir de muchos de esos pueblos que desde aquí se les ve a veces con indiferencia, si no con menosprecio, teniendo tantas cosas que aprender de ellos.
Espero que cuantos leemos este blog podamos seguir encontrando tus relatos, siempre tan interesantes y emotivos. Te va mi abrazo trasatlántico.

Luis Heredia -

Lo mismo que Cirauqui.
¡Admirable¡

Luis Heredia -

Es que lo que escribe Eugenio es para emocionar a cualquiera.

inocencio fdez.mdez. -

EUGENIO GONZALEZ NUÑEZ
Me he emocionado leyendo tú comentario.
Gracias.

Javier Cirauqui -

Querido Eugenio, a mi también me dan mucha alegría tus escritos y me siento muy agraciado por ser destinatario de ellos.
Veo que tu actividad es enorme y por supuesto me suena lo de velada artístico literasria. Por aquí ya no se prodigan estos eventos, como dicen ahora.
Quiero disculparme por haber comparado los bolitos salvadoreños con mis usuarios, son dos cosas muy diferentes y alabo la labor que desarrollais.
Hoy ya no tienen que ver con Max Estrella, ni con la Corte de Monipodio, ni con la sopa boba, ni con los pordioseros, pero el problema cada vez es más acuciante acuciante. Los perfiles han cambiado totalmente y cada uno de nosotros, cualquiera, puede ser un potencial sin hogar, un sin techo, un pobre. Siempre he tenido la sensación de ser un gestor de la miseria que los Ayuntamientos y los Gobiernos dedican a estos menesteres. Por eso he procurado siempre amarlos y respetarlos y servirles. Había que hablar de justicia y no de caridad.
Me uno al recuerdo cariñoso de sus ojos suplicantes, con la mayor ternura de mi corazón.
Para tí el recuerdo mas cariñoso y un abrazo con todas mis fuerzas. Javier

Joaquín Urbano -

Gracias, Eugenio. En Mayúscula.
Javier, benditos tus " líos".
Un fuerte abrazo para ambos.
Joaquín Urbano.

Eugenio Gonzalez Núñez -

Javier qué alegría me dan tus palabras, qué duda cabe que hay empatía, concordancia (corazón con corazón)entre nosotros, en temas tan humano-divinos como éstos. Mi día ha sido lleno: clases por la mañana, velada artístico-literaria (¿te suena?) hasta hace un rato: gentes de 15 naciones latinoamericanas recitando poemas ("verde que te quiero verde"), cantando, riendo, bailando al son de la cumbia, el ballenato, el tango (los que podían), recordando con nostalgia nuestras patrias lejanas, dándonos como despedida abrazos y besos fraternos, calurosos, cercanos.

"donde los bolitos se aseaban de mañana tras noches de mala bohemia callejera".

Javier, los bolitos salvadoreños, viven y duermen en la calle, sólos, sudorosos, descalzos, tirando de carretones llenos de pasadas mercancias. Beben guaro (cuando lo tienen) y cuando no beben alocohol puro, a patadas los trata la guardia, a empujones los aparta la gente; éstos no son los hijos de Max Estrella, sino los hijos estrellados de una sociedad sin...

Estoy cansado, y te dejo, no sin antes dedicarles a ellos un recuerdo cariño,recordando sus ojos suplicantes, y a ti un sincero agradecimiento de hermano.

Eugenio.

Javier Cirauqui -

Querido Eugenio:

Por supuesto, que benditos los limpios de corazón, los que trabajan y luchan por el arte y los que aman y se dedican a los demás sin contrapartidas.
Estoy contigo en valorar la suerte que tuvimos, como tu dices, en estudiar, en mi caso, tanto en Villava como en la Virgen del Camino, a pesar de los momentos tristes, de las lágrimas, los malos ratos, la ausencia de nuestros amigos y familiares, de nuestro pueblo, las nostalgias, las saudades y las morriñas.
Yo también me alegro de haber pasado por la Virgen del Camino, su colegio, su santuario, sus enseñanzas: música, literatura, poesía, teatro deportes, y haber conocido a todos los frailes y compañeros, a pesar de los pesares.
Es algo que en mí ha quedado grabado para siempre en mi corazón.
Yo creo que es una vuelta a los orígenes, a los recuerdos, al principio, a veces con cierto miedo, pero con mucho cariño y amor.
Me impresiona cuando hablas de tu otra oportunidad, el destino con otros compañeros a San Salvador,"donde los bolitos se aseaban de mañana tras noches de mala bohemia callejera". Quien sabe si no era buena bohemia calejera. A mi cuando hablan de la mala vida que han llevado mis gentes, pienso que llevaron una buena vida, la que quisieron. Pues, después de todo que vivan los gachupines.
La iglesia de "diseño único",
"el Cristo guerrilero", "Cristo resucitado", me llega al alma. No me queda duda que el pueblo salvadoreño, está lleno de vida y color, marcados por el sufrimiento, pero tmbién por la esperanza de un nuevo amanecer.
Agradezco me cuentes tus vivencias y experiencias en el Salvador, del proyecto de Rubén y el Padre Iturgaiz, las aportaciones del pueblo para su construcción, el cariño al Padre Alejandro Peinado....
Me encanta cuando hablas del pueblo y del Obispo San Romero de América y de tu nueva visita y de los cerros de Chalatenango,-tierra de martires, ametrallados de los aviones-.
La morenita agraciada leía al Marqués de Sade, porque le apetecía, sin complejos, sin Royo Marín, sin tomismos, sin represión.
Recuerdo que en la Capilla de la Escuela Mayor, mientras el Padre Pedro nos meditaba por la espalda, yo leía a Sinuhé el Egipcio y a García Lorca, eso sí, con muchos remordimientos y precauciones, si no me confesaba, no iba a comulgar.
Todo esto me ha recordado a mi hermano Roberto, que lleva 39 años de misionero en Panamá, Changuinola, Bocas del Toro y me cuenta humanas historia como las tuyas. En diferentes latitudes y longitudes, yo también me he dedicado a los Sin Hogar, Sin Techo, etc..., a los que sufren, los que padecen y me siento agradecido y feliz por haberles conocido y por el bien que me han hecho.
Te agradezco en el alma, que me hayas contado tus experiencias y vivencias en el Salvador. Procuremos no despertar el mal, que está en las cosas y no en el corazón de las almas sencillas.
Amemos y no juzguemos. Ha sido un placer leerte. Quizás me haya liado un poco, pero allá van mis impresiones.
Un fuerte abrazo. Con mucho cariño. Javier.