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Antiguos alumnos dominicos VIRGEN DEL CAMINO - LEON

PRIMAVERA DE 2005

PRIMAVERA DE 2005

Después de enviar a Isidro cícdero la fotografía de la primavea de 1938, pensé que sería interesante algún comentario sobre otra de la bajada de la Virgen del Camino a León en las mismas circunstancias, pero en "circunstancias" y "colores" tan distintas...

Y Eugenio Cascón nos la comenta:

 


 

 

Ahí está. Me refiero, claro, a la Virgen del Camino, la nuestra, que aparece en la foto en su trono ambulante, meciéndose a hombros de devotos y autoridades por una calle de León que no sé reconocer porque no hay indicios para ello, y también porque no soy experto en la geografía urbana de esta ciudad. Los nativos dirán, si pueden.

Da la impresión de que la venerada imagen, a pesar del dolor reflejado en su rostro, o quizá por ello, siente la necesidad de salir a respirar de vez en cuando, de darse un paseo desde su silencioso santuario paramero hasta la ciudad ruidosa, carretera abajo, mezclándose con su gente, como en un intento de compartir de cerca las vivencias y las circunstancias del mundo de los humanos, de sentir sus colores, olores y sonidos. De repente se nos hace urbanita. Después, pasará unos días en el fresco interior de la Pulchra Leonina, recreándose con los juegos de luces que proyectan las vidrieras y convirtiendo la catedral, por breve tiempo, en su sala de audiencias, en el auditorio de ruegos, súplicas y alabanzas.  

Largo es el trayecto procesional, ciertamente, y parece que antigua, muy antigua, la tradición. Hay noticias y documentos de romerías y procesiones casi desde el mismo instante de la aparición, “entre grandes luces”, al pastor Alvar Simón Fernández, natural de Velilla de la Reina, que andaba por allí cuidando el ganado, como era  obligación propia de su oficio. Ocurrió el 2 de julio de 1505 y después vino todo lo que ya sabemos en lo tocante a devoción, manifestaciones de fe, construcción de ermitas y santuarios, etc. Por cierto, por si alguien lo desconoce aún, el santuario actual, el de los apóstoles raros de bronce, ese al que accedíamos a través de un túnel que salvaba la carretera y en cuyo coro cantaban algunos, fue elevado con fecha de 24 de febrero de 2009 a la categoría de Basílica Menor (quizá cobre más prestancia al modo latino, Basilica Minor, pues lo de “menor”, en román paladino, a lo mejor desmerece un poco).

Y en este punto me vais a permitir _no os queda otra, es lo que tiene la comunicación escrita_ un breve excurso: no creo ser el primero en preguntarse el porqué de la predilección de la Virgen María por los pastores y otras humildes gentes del campo a la hora de aparecerse. Puedo citar, un poco al vuelo, casos tan conocidos como los de la Vigen de Fátima y sus tres pastorcillos; la de Lourdes, que hablaba con Bernadette, una muchachita casi analfabeta; la de Guadalupe y el indio Juan Diego; la de Aránzazu, la guipuzcoana, dando el susto al pastor Rodrigo de Balzategui allá por el siglo XV; la de la Candelaria, tinerfeña ella, que se presentó, en 1392, a dos aborígenes guanches que, cómo no, andaban de pastoreo. Y muchas otras (conste que algunos datos los he consultado, no me los sabía de memoria). Será quizá porque hoy los pastores ya escasean por lo que ha decrecido sustancialmente el número de apariciones marianas.    

Retomo el hilo. Hay muestras de esta devoción incluso en la novela picaresca. Así, en La pícara Justina, libro de 1605 que narra la historia de aquella desenvuelta moza procedente de Mansilla de las Mulas y que hoy tiene plaza a su nombre tanto en este pueblo como en la propia capital leonesa, se habla de las romerías y de cómo, en situaciones de catástrofe, se traía a la Virgen a la catedral para hacerle un novenario.   

La causa principal de estas excursiones, repetidas innumerables veces, ha sido, pues, la de impetrar la protección y el favor de la Madre de Dios para que arregle algún desaguisado de la naturaleza; esto es, para realizar lo que vulgarmente se llaman rogativas, las más frecuentes de las cuales han sido las destinadas a pedir la lluvia. Y todo está perfectamente reglamentado desde hace siglos, con un estricto protocolo que se sigue a rajatabla para que todo salga bien y se presten todos los homenajes debidos.

La fotografía que nos ocupa y que gentilmente me ha pedido que comente nuestro furriel corresponde al traslado que se efectuó en el año 2005, con motivo de la celebración del quinto centenario de la aparición. El impulso no era esta vez, por tanto, petitorio, sino festivo. Y, según cuentan recientes crónicas, el paseo desde el Santuario a la Catedral duró seis horas y media, de las 3 de la tarde a las 9:30 de la noche, y se cumplieron escrupulosamente todos los pasos, estaciones y rituales preestablecidos, con un primer y breve tranco que era poco más que la salida del del Santuario, un segundo hasta San Marcos y un tercero hasta la Catedral. Aunque en la foto no se ven, dicen que había profusión de pendones, cruces y ciriales de las parroquias de Sobarriba, Valverde, la Virgen del Camino y Trobajo, Villaturiel y Valdefresno, los llamados “pueblos del Voto”.

El cortejo, como nos muestra la coloreada instantánea, era diverso y variopinto, pero, eso sí, muy ordenado, muy procesional. Basta fijarse en el grupo del centro, el cogollo de la ceremonia: se enmarca en una isla cuyos márgenes de asfalto lo separan de la multitud, que se mantiene respetuosamente a cierta distancia. Tal vez influya en ello la presencia de los uniformes, que siempre infunden algo de temor, aunque la ocasión sea pacífica, y de los chalecos amarillos de algunos agentes de movilidad que se ven por ahí.

Hombres trajeados presuntamente importantes, algunos hasta con banda o con vara, signos de autoridad, portan las andas. Imagino que serán los munícipes y altos cargos provinciales. En los flancos, militares de gala y azul, es de suponer que mandos del Ejército del Aire, instalado en el cercano aeródromo. Detrás, la mancha blanca y contemplativa de un grupo de frailes dominicos (algún otro se ha adelantado y anda por ahí escaqueado y de cháchara), cuyas facciones soy incapaz de distinguir, por más que trato de aproximarlas con el zoom, a ver si entre ellos figura alguno conocido, pero las facciones se difuminan con el acercamiento. Seguro que más de uno de vosotros lo consigue. Y, tras los frailes, la retaguardia que forma  otro equipo de hombres de calidad: más corbatas, bandas y uniformes. ¡En qué quedarían los festejos sin la presencia de las autoridades! Entre todos ello, creo adivinar la presencia de una sola mujer: se ve que por entonces aún no funcionaba la paridad.

Y alrededor, el pueblo, más o menos llano, supongo que con algunos desniveles, porque la sociedad tiene altos y bajos. Pero gente de a pie, en suma, que forma parte del cortejo o, simplemente, se ha situado en un lugar estratégico para verlo pasar y, si hace al caso, lanzar algunos vivas a la Excelsa Patrona. Pero no hay sensación de barullo, ya que la el personal guarda la compostura y va casi en fila, no sé si con fervor, que eso ya es cosa de cada uno, pero sí con respeto. Como debe ser.

El ambiente rezuma calor veraniego y la estampa parece estallar de alegría y colorido. El atuendo veraniego contribuye poderosamente a ello. Muchos sombreros y algunas sombrillas protegen del sol y proporcionan aún más color y desenfado. Estamos en los comienzos del siglo XXI, en plena etapa de prosperidad burbujeante, y la felicidad que esta proporciona se refleja en el ambiente festivo. Lástima que más tarde la burbuja estallara y devolviera sordos rumores de otros tiempos. Pero es cierto que ya no vivimos en un mundo mayoritariamente de labriegos que hurgan afanosa y a veces inútilmente en campos sedientos. Ya no son aquellos a los que don Antonio Machado llamaba, injusto y desafortunado esta vez en su descripción de los campesinos castellanos, “atónitos palurdos sin danzas ni canciones”. Ahora, “España va bien” y hay que mostrarse en consonancia.

Veo también, a la izquierda de la imagen, una hilera de mujeres  con atavío regional, tal vez componentes de uno de esos grupos danzantes, tan propios de estos festejos, que conservan las señas identitarias de aquellos que se integraban en los inefables Coros y Danzas de la Sección Femenina.

Este ambiente, festivo a fuer de religioso, o quizá religioso a fuer de festivo, se ha convertido en habitual en las últimas bajadas, todas de celebración jubilosa. Dos años antes, en mayo de 2003, se había producido otra con motivo del VII Centenario de la consagración de la Catedral. Poco tienen estas procesiones recientes con la mayoría de las que se sucedieron en los tiempos previos, destinadas, como dijimos, no a celebrar, sino a pedir, con fe y con angustia. Nada, por ejemplo, con la de 1938, en pleno desastre, encaminada a pedir el final de la guerra, con final feliz, naturalmente, para quienes la organizaban.

El continuo flashback (analepsis, según los clásicos) en el que nos sumergimos cada vez que levantamos la tapa de este baúl de nuestros recuerdos me lleva a otro viaje de la Virgen a León en los años sesenta. En aquel íbamos nosostros, por entonces colegiales apostólicos, como parte numerosa de la comitiva, carretera abajo, ordenados en filas, como casi siempre. El motivo era, una vez más, la rogativa: llevaba mucho tiempo sin llover sobres los campos pobres y secos. Transcurrió la semana del destierro catedralicio y, cuando volvimos a traer la imagen a su lugar, seguía sin caer una gota. “No ha llovido agua del cielo, pero sí la fe en nuestros corazones”, exclamaba, aproximadamente, uno de nuestros frailes, no recuerdo quién, en la prédica final. No sé si la lluvia a que aludía serviría de consuelo a las desesperadas gentes que veían peligrar su cosecha y su sustento. Con todo, la fe no dejaba de ser un asidero, quizá un paliativo en una España rural y pobre, de tonos oscuros, casi negros, aunque nosotros no los percibíamos entonces porque no teníamos con qué comparar.

La Virgen se va de visita y vuelve, sale y entra de su casa de vez en cuando, no como nosotros, descastados, que nos fuimos una vez y no volvimos. Pero me temo que no podía ser de otro modo. “Adiós, madre de mi vida…”.

 

Eugenio Cascón

4 comentarios

josemari cortes aranaz -

mis disculpas, maestro Eugenio.
Hemos estado unos días fuera de casa.
Ya he corregido tu relato colocando la nueva versión que me enviaste.

Un abrazo.

Eugenio Cascón -

Queridos compañeros. Creo que por esta vez puedo obviar la reiterativa especificación de género, aunque en ocasiones hayan intervenido en este foro algunas señoras. Con todo, lo que se utiliza en estos casos es un morfema genérico, no exclusivamente masculino, aunque muchas personas y, sobre todo instituciones, no lo vean así. Alguna discusión me ha costado el asunto; incluso he llegado a ser tildado por ello de machista y cosas peores. Es difícil convencer a la gente de que una cosa es la gramática y sus convenciones y otra los convencionalismos sociales. En fin, no era de esto de lo que yo quería escribir, pero uno es algo disperso y se va con frecuencia por las ramas.

Me gustaría decir que el escrito que Josemari ha insertado como comentario de la foto no es el que debería haber aparecido. Le envié una primera versión, que es la que veis aquí, pero luego la corregí, maticé y amplié ligeramente, añadiendo algunos detalles referentes al contenido de la propia imagen _siempre sin llegar ni de lejos a la minuciosidad y la agudeza del maestro Cicero_ y algunas otras cosas. Parece, sin embargo, que no le llegó debidamente mi correo o que le pasó inadvertido. No pasa nada, de todas formas, pues tampoco es algo digno de incluirse en ninguna antología.

Y, tras los preliminares, quiero dar las gracias a los dos Luises, Carrizo y Heredia, por la atención que me han prestado. Lo que no imaginaba yo era que que el excurso referente a la aparición de la Virgen preferentemente a pastores se convirtiera en piedra de toque. La explicación a este hecho pienso que dependerá del punto de vista que se adopte, en consonancia con la visión de las cosas que cada cual tiene. Un creyente sin fisuras lo justificará recurriendo al tópico de que la gente sencilla, sin mundanales cantos de sirena en los oídos ni brillos de neón en los ojos, es la más merecedora de este regalo, pues siempre estará dispuesta a aceptarlo. Un escéptico o descreído dirá, por el contrario, que las personas de esta clase son las más fácilmente manipulables, ya que carecen de los recursos argumentales necesarios para rebatir lo que no son sino fingimientos hábilmente urdidos. Y, en medio de estos dos extremos, todo tipo de matices y media tintas.

Los tiempos cambian, sin embargo, y los videntes de la Virgen son actualmente de otra naturaleza. Ahí tenemos al papa Clemente, del Palmar de Troya, y, más recientemente, a la inefable Amparo de El Escorial, a dos pasos de Madrid, que consiguió amasar una respetable fortuna a costa de la credulidad de la gente. En relación con esta última presunta aparición, unos conocidos me mostraron ciertas fotografías de unas nubes en las que, según ellos, se veía a la propia Virgen María junto a otros miembros de la corte celestial y no sé qué otros prodigios. Pero yo no distinguía más que nubes y así se lo confesé. Se enfadaron conmigo. Debe de ser cuestión de fe.

Te admiro y te envidio, amigo Luis Heredia por la fortaleza de tu fe. Lo que ocurre es que la fe no es solo cuestión de querer, sino también de poder. Creo recordar que nos decían que la fe es un don de Dios, que el hombre no puede alcanzarla solamente con sus fuerzas. No sé… Como deserté en quinto de bachillerato y no llegué a estudiar filosofía ni teología, ni siquiera alcanzo a conocer por completo lo que, dentro del catolicismo, es cuestión de fe y lo que no lo es. Creo que lo de las Vírgenes, no. Muchos de vosotros sabréis de esto más que yo.

Tengo varios amigos que son absolutamente fieles a la fe de su infancia y no permiten que aparezca en ella ninguna fisura; ni siquiera se plantean dudas. Otros tienen la misma seguridad en lo contrario. Quizá sea, como tú dices, lo fácil, pero también se requiere valentía, tanto en uno como en otro caso. Sin embargo, la mayoría no sabemos vivir sin la duda como forma de conducta. Quizá también sea válida la “feliz incertidumbre”, de la que hablaba Unamuno.

Pero, volviendo a nuestras Vírgenes, es curioso que, al menos para los de nuestra generación y cultura, para los que fuimos educados en aquel sistema de valores y de interpretaciones del mundo, se han convertido en verdaderos emblemas. Casi todos tenemos nuestra Virgen, que, como también dice Luis Heredia, suele corresponder a la del lugar donde hemos nacido o vivido. Yo he de confesar que, aparte de la del Camino, tengo, por paisanaje, otras dos: la Virgen de la Peña de Francia, a la que muchos visitasteis hace unos años, y la Virgen de las Nieves, que es la de mi pueblo. Incluso mi hija mayor se llama Nieves, si bien el empeño fue de mis padres, que actuaron de padrinos. No sé cómo llegó hasta un rincón tan perdido como ese en el que nací esta advocación romana, aunque en este caso hay que matizar que no se apareció a un pastor, sino, en sueños, a un rico patricio romano, de nombre Juan, casado y sin hijos, para indicarle dónde quería que se le edificara un templo. Y ese lugar fue el monte Esquilino de Roma, que apareció nevado el cinco de agosto, en plena canícula romana. Seguro que alguien ya está pensando mal a causa de la riqueza y la falta de descendencia del citado patricio. Por cierto, para los musicólogos: nuestra Virgen de las Nieves tiene un himno, precioso tanto en el libreto como en la partitura, a ritmo de vals, que compuso en su día don Anibal Fraile, excelente recopilador del Cancionero salmantino y que a lo mejor a alguno os resulta conocido. Merece la pena.

¿Se puede hablar de fe por el hecho de que cada uno tenga su Virgen? Creo que, de alguna manera y sin entrar en profundidades, sí. Nosotros, sin ir más lejos, tenemos una en común y nos sirve de lazo de unión.

Y aquí lo dejo. Que cada uno sea todo lo feliz que pueda bajo la protección de la Virgen de sus devociones.

Luis Heredia -

Eugenio, yo me pregunté lo mismo muchas veces: ¿por qué a los pastores y pastoras, salvo raras excepciones, tan raras que desconozco la excepción para confirmar la regla? ¿por qué cada autonomía, provincia o municipio tiene su propia Virgen a venerar como si de un traspaso de competencias se tratara? ¿Es acaso más importante nuestra Virgen del Camino o la mía de Covadonga, -a quien peregriné allá por los 80 para dar gracias, al fin, por mi fin de carrera- que la del Rocío, a la que no conozco ni de pasada y solamente por fotos desde hace 32 años teniéndola a tiru de piedra? En fin, éstas y muchas otras incógnitas -¿o misterios?- me rondan desde hace años. Pero como ya me cuesta mucho trabajo concentrarme para resolver tantas dudas, incógnitas y misterios, he optado por la vía de la Fe o de lo fácil, según se mire: creer lo que no ves porque a mi nunca se me apareció La Virgen, y bien que me gustaría. Desde hace 8 años, me he reencontrado con nuestra Virgen, que es la nuestra compartida con el resto de los mortales, peregrinos y peregrinas que, seguro, tampoco se cuestionan nada como yo aunque sean peregrinas, portadores y portadoras-si las hay- de pendones y pendonas, gente que sube y baja, niños y niñas, curas y frailes…. Y hasta ateos y ateas que seguro haylas entre la muchedumbre que la acompaña y la sigue y que al verla pasar y darles la espalda dirán eso de “Adios Madre de mi vida”, hasta la próxima rogativa, porque el ateísmo estará reñido con la religión pero no con la escasez de lluvia y en estos casos se precisa que todos arrimen el hombro, y si es bajo el baldaquino de la Virgen, con más razón pues la unión hace la fuerza.

Eugenio, me encanta leerte. Como a Isidro y a tantos otros de los nuestros, te digo lo mismo: Me habéis aficionado a la lectura.

Luis Carrizo -

Esto de que la Virgen se le aparezca a los pastores, amigo Cascón, yo creo que tiene más enjundia de la que parece. A mi no se me ocurre cuál puede ser la razón, pero estoy seguro que alguna explicación tiene que haber.
Tu escrito, por lo demás, está muy bien documentado y descrito con gran colorido. Gracias.