PARTIDO DE BALONCESTO EN LAS CALDAS
Comentario que nos envía Luis Carrizo al partidillo de baloncesto que recoge esta fotografía, que ha sufrido el paso del tiempo, de Las Caldas, que también ha sufrido el paso del tiempo.
Un abrazo, amigo y paisano Luis.
Y me voy a ver los pendones de nuestra tierra en la Calle Ancha y a presenciar las Cantaderas, aquellas Cien desdichadas doncellas que León aportaba a los califas musulmanes a cambio de no sufrir sus ataques hasta que el rey Ramiro I se enfrentó, por supuesto después de que las doncellas que iban a ser entregadas prefirieron cortarse una mano a dejarse llevar por su destino.
Feliz domingo, compañeros.
El deporte, amigo Cortés, ha sido siempre exaltado y preconizado no solo por los beneficios que reporta a quien lo practica, sino por los males que le puede evitar. Esto es así desde los griegos; que leí yo un libro intitulado Paideia, en los tiempos en que se tomó la fotografía que sometes a mi comentario, y allí se decía muy claramente, y con pelos y señales. Para juzgar de sus bondades no tienes más que fijarte en lo bien que salían todos en las estatuas, en los abdominales que indefectiblemente lucían, y en lo tiesas que se las tenían a los persas, a pesar de que eran más. Los griegos de ahora, sin embargo, inficionados por la actual cultura de la “gimnasia pasiva” (y del “inglés sin esfuerzo”, y del “adelgace comiendo”) han ido desmedrándose —¡Oh, Zeus, si Epaminondas levantara la cabeza!— hasta llegar a la calamitosa situación en que se encuentran.
Andando el tiempo, con los planes del trívium y quadrivium la asignatura de gimnasia desapareció inexplicablemente del temario. Quizá la incluyeron como optativa, o, más probablemente, como convalidable, por el socorrido método de ejercitarse batallando contra el moro en las huestes del señor de turno. Lo cierto es que, aunque acabamos expulsando al sarraceno, nos quedamos con sus traducciones de Aristóteles y de otros amigos de él y de la sabiduría; y como en el estudiantado de Las Caldas eran precisamente aquellas materias las que se estudiaban, volvimos a descubrir y dar lustre al antiguo y olvidado adagio “mens sana in córpore sano”.
El adagio se esculpió —es un decir— en el frontispicio del campo de baloncesto que aparece en la foto, en el que jugamos incontables partidos. Se erigió, igualmente, a la entrada de un campo de fútbol, construido a pico y pala por una generación de esforzados frailes que se tomaron al pie de la letra las exhortaciones del profeta Isaías cuando decía “que se alcen todos los valles y se rebajen todos los montes y collados; que se allanen las cuestas y se nivelen los declives”; campo donde corrimos miles de kilómetros, ora tras el balón en el terreno de juego, ora buscándolo cuando un “chut” mal conectado lo descarriaba entre helechos y zarzales monte abajo. Y se esculpió —sigo hablando figuradamente— en el tímpano de una especie de gimnasio muy rudimentario, pero muy útil, que fue creado tomando la materia prima de la aquiescencia de la superioridad, y la forma sustancial de la iniciativa y del esfuerzo de Justo Robles, a quien Juan Antonio Turienzo, al que recuerdo a menudo con infinito cariño, apodaba “el bolas”, por sus bíceps, claro. Justo Robles, aunque nació en la Hueria de Urbies, entre las verdes montañas asturianas, vino a morir —¡mecagüen la leche!— ahogado en las azules y límpidas, y traicioneras, aguas del Mediterráneo, en Alicante.
En el teatro que existía en el estudiantado, y al que dábamos muy jugosa utilización (representábamos hasta a Bertold Brecht, no te lo pierdas), montamos en cierta ocasión la obra “Los Pelópidas”, de Jorge Llopis Establier, una muy divertida parodia de las tragedias griegas. Yo hacía de Antrax, rey de Tebas, y, en un momento dado, al entrar en mi palacio, mantenía este diálogo con Faetón de Estraza, un filósofo (seguramente no estoico, por lo impresionable), que me acompañaba:
FAETÓN. ¡Qué esculpido está todo!
ANTRAX. ¡Por el cielo…!
En tiempos de mi abuelo se decía
que la gente tenía la manía
de esculpir con anhelo
suelo, techo, pared… lo que veía
hasta que al contemplar tal demasía,
un buen día mi abuelo,
que estaba ya hasta el pelo
de toda aquella gente que esculpía,
puso un cartel en el que se leía:
“No esculpir en el suelo”.
Has de perdonarme esta digresión, querido José María, pero necesitaba desahogar con la sonrisa la melancolía que me producían los recuerdos que estaba evocando.
Venía diciéndote que con el deporte manteníamos el cuerpo sano, como rezaba el viejo lema, pero puedo asegurarte que aunque este objetivo no figurara en él de forma explícita, la exaltación y el estímulo al ejercicio físico tenían allí otra finalidad semi-inconfesable: constituirse en el canal por el que desaguar todas las tensiones que se acumulaban en aquellos cuerpos jóvenes y fuertes; y embridar, de esta manera, las más bajas pasiones. No sé si me entiendes lo que te quiero decir. Sé perfectamente que muchos os inclináis más por el más castizo aforismo “a tentación de bragueta, cuartillo de vino”, cuando de domeñar el instinto se trata. Lejos de mí discutir las bondades de ese método, pero —a los hechos me remito— en Las Caldas las cosas eran como te acabo de explicar.
Aparecía también, en el palacio de Los Pelópidas, una esclava llamada Creosota, que expresaba la añoranza de su Ampurias natal con unos sentidos lamentos que comenzaban así:
CREOSOTA. ¡Oh, Ampurias, la de las flores
que con tus frescos olores
has perfumado mi vida…!
¡Ampurias, patria querida,
Ampurias, de mis amores!
Luis Carrizo
3 comentarios
santiago rodriguez -
JOSE MANUEL GARCÍA VALDES -
Santiago, debes mandar tu cometario al Guinnes porque has conseguido que el tiempo corra hacia atrás; el tal Piri aún no nacido. Es broma; yo casi nunca me "enquivoco".
¿Dónde están los mirones? ¿Dónde están los del cambio?
Un saludo para todos los del 59, menos a uno.
Un abrazo
santiago rodriguez -