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Antiguos alumnos dominicos VIRGEN DEL CAMINO - LEON

LAS FALDAS AZUL MARINO

LAS FALDAS AZUL MARINO

Me parece una foto realmente instantánea, no sé si me explico. Un día del mes de Febrero pasado envié esta fotografía a Isidro Cícero con la seguridad de que le diría algo, la foto, no yo. Efectivamente no le daba pista alguna, pero bien podrían ser mis hermanas y sus amigas de cuando iban con el uniforme azul marino de las Carmelitas y que se secaban y alisaban el pelo con las horquillas en la comisura de la boca mientras miraban por las ventanas de la galería de mi casa, de la de mis padres en la Plaza de la Inmaculada.

Me pareció una foto especial, diferente, no sé...

¿Acerté? ¿verdad que sí?

Gracias, maestro bueno, qué orgasmo más placentero el leerte.

 


 

LA CIGÜEÑA BLANCA EXTIENDE SUS ALAS

 

Ese fraile parece que va a empezar el movimiento número 11 del Tai-Chi-Chuan, el que llaman  "La cigüeña blanca extiende sus alas". Cuando en febrero -todavía de este mismo año- me enviaste la foto y me encargaste su comentario, fue lo primero que se me vino a la cabeza, lo recuerdo perfectamente. El desarrollo del Tai-Chi es un ejercicio de equilibrios de  contrapesos y  fuerzas del cuerpo, que oscilan unos sobre otros en una danza energética y expresiva en busca de fortaleza y agilidad.  

¡No han pasado cosas, ni nada, desde febrero de este mismo año, cuando me llegó la foto¡ Pero esta fotografía se  ha mantenido impertérrita, el fraile en el centro,como una cigüeña que empieza a extender sus alas, entre apóstoles de seis metros de altura y 700 kilos de peso cada uno. Y de niñas  atentas a la evolución de las manos, a lo que, extendiéndose, las manos del fraile quieren decir. Los santos miran al poniente, ajenos a lo que está sucediendo a sus pies, indiferentes a lo que sobre ellos está contando el fraile, "por nosotros puedes seguir hablando, predicador", como decía un relato del Reader’s Digest que en el comedor a la otra orilla de la carretera les leyeron una vez  a los internos mientras cenaban. Estos cuatro santos, en aquellos tiempos indeterminados en los que se tomó la escena, aun estaban libres de la verdosa gangrena del cardenillo. Pero como no estaban vacunados, les atacó más tarde. 

En general, por las fotografías no pasa el tiempo, es lo bueno que tienen. Ahí te siguen esperando en su fría textura de blancos y negros, indiferentes al fluir de la vida,  al permante deterioro y a la incesante decadencia de las cosas. Vuelvo a mirarla y los que estaban ahí en febrero, ahí siguen, en la misma postura en la que los dejé. El fraile, que se da cierto aire a un padre Arruga de espaldas, ataviado con todos los atuendos indumentarios del reglamento. Es decir, de uniforme.

Las siete niñas, porque son siete, de espaldas también. No me negarás, José Mari, que hubiera sido mucho más fácil el comentario que me encargaste en febrero y me recordaste ayer mismo, reclamándomelo, si el fraile hubiera estado de cara para calcular entre otras cosas si es Arruga o no y , sea quien sea, para ver por su mirada cómo le ha tratado el tiempo. 

Hubiera sido más fácil el comentario si las siete niñas hubieran posado de frente, en plan grupo, el padre en el medio, y las viéramos los ojos, la boca, la nariz. La expresión de las caras, en vez de sólo esas siete  falditas plisadas, que en la foto aparecen en negro, pero que a mi me da que son azul marino. Que eran azul marino, mejor dicho, porque no creo que a estas alturas se conserven esos uniformes de internado en ningún baúl, en ningún desván. Ya no son azul marino ni nada. Ya no son.

 Lo mismo que sus siete chaquetitas de punto haciendo juego. Ya no son, ya no existen. Está destegida la lana. Se la ha llevado la trampa. En la fotografía sí, existen como estaban en febrero, como estaban cuando las llevaban esas niñas de espalda, pero ni el frío de León es lo suficientemente congelante como para conservar durante tanto tiempo los tejidos caducos de las indumentarias, los recuerdos, las cosas, tantas cosas, que a la gente les pasaron dentro de él por fuera y por dentro. Por no existir, ya no existen tampoco las siete melenitas uniformadas, me pica la curiosidad por saber qué material, piloso o no, ocupará ahora  los siete lugares que ocuparon esas sitete melenas tan presumidamente peinadas de la fotografía tan bien conseguida.

No me has dado ninguna pista sobre esa foto, sobre esas niñas, me has mandado la semeya como dicen nuestros amigos asturianos y me has dicho hala, coméntala. Pero no sé si las chicas son de las mercedarias, lo parecen; de las esclavas, de las hermanas de la caridad, de las teresianas señoritas, de las agustinas recoletas, de las dominicas de la anunciata, de las siervas del sagrado corazón, de las oblatas, que aquí donde vivo cuando regentaban la prisión de mujeres las llamaban orlatas, o de qué otro internado femenino de los muchos que supongo habría en León y su noble provincia. Sólo lo supongo, porque lo que es saber nunca supimos nada de ellas. Sabíamos que habia una legión del otro sexo paralela a nuestra propia legión pero,  lo que es ver nunca las vimos.

 

Un atardecer de primavera regresaba al colegio desde León uno que yo me sé, solo, a pasos rápidos y enérgicos y lo que menos se esperaba es que a la orilla de la carretera, tapándole el paso, se iba a encontrar un grupo de niñas así como de su misma edad. La edad aproximada a las de la foto. Ellas volvían en dirección a la ciudad, probablemente después de dar un paseo. No eran de uniforme. Las divisó el muchacho con suficiente antelación, las oyó reir cuando todavía estaba lejos, presintio cómo vacilaban entre ellas, probablemente preparando alguna broma grupal para cuando aquel muchacho solitario llegara a su altura. Pero en lo que al joven tocaba, que no tocaba gran cosa, cuando tuviera lugar aquel encuentro inevitable, ya enseguida , ¿cómo tenía que comportarse? ¿Con qué clase de naturalidad debía pasar junto a ellas? 

 

¿Habrá que recordar aquí para tanta pichabrava que lee estas páginas que en la Paramera no teníamos contacto alguno con chicas durante todo el año? ¿Que desde el verano anterior, hasta el próximo verano, las únicas faldas que veíamos eran las que salían en las películas de los domingos por la tarde? ¿Que más allá de las faldas no sabíamos muy bien en qué turbadoras consistencias se resolvía aquello? ¿Que no estábamos entrenados para el trato con ellas? ¿Que nuestras lecturas eran todas de admoniciones?¿Que las clases de sexualidad del padre Pedro no habían empezado y cuando empezaron pecaban un poco de teóricas?  El muchacho vio que también había un señor en el grupo de niñas, cada vez más cerca, y pensó que sería el padre de alguna de aquellas alegres leonesas. 

 

Cuando llegó a su altura, siempre con el mismo paso mantenido y enérgico, sin darle ni siquiera la opción de dirigirles el saludo circunstancial que había estado preparandoles, las chicas se dividieron en dos filas y le dejaron por en medio un pasillo como el que abrió el mar Rojo para que pasara Moisés, sólo que más pequeño. Una movió la melena a un lado y al otro y exclamó: 

 

- ¡Paso al sha de Persia¡

 

El sha de Persia, como sabes, era uno que salía mucho en el Hola cuando todavía no había Sálvame. 

 

El atardecer estaba rojo, ya te lo puedes suponer, el muchacho aquel, igual. El señor mayor, comprendiendo su turbación, le devolvió el saludo que acabó balbuciendo y, para mayor humillación, para mayor ridículo de su propia virilidad, le recomendó desde cierta distancia que no hiciera caso de las cosas que aquellas muchachas le estaban diciendo.

¡Que cosas le dijeron aquellas muchachas mientras él seguía a su paso rumbo al Poniente, la verdad¡ Ya en la protección conocida del colegio no comentó con nadie lo que había ocurrido allá afuera, en el mundo, a la orilla de la carretera, no quiso decir por hombre, las cosas que ellas le dijeron. Pero en la soledad asegurada de la noche y estoy seguro que sin demasiado convencimiento no paró de dar vueltas en la cama pensando: Ojalá hubieran venido una a una a decirme las cosas que medijeron en pandilla.

 

Aparentemente el fraile de la fotografia está indicando con la mano derecha algo de lo mucho que hay para señalar en el plano superior, ya ves que la fotografía se divide claramente en dos planos, el del mundo real donde hay personas, niñas rodeando a un fraile, y el plano superior, poblado por seres míticos, que de tanto agigantarse frente al sol que se pone han acabado en bronces. El fraile parece que levanta la mano para indicar algo, para señalar algo. Pero si te fijas bien, no se limita el fraile a señalar e indicar.  Para señalar, la gente usa una mano, el fraile dos manos, la derecha y la izquierda; la gente un sólo dedo, el índice, e fraile, el índice y el corazón. 

Nadie emplea tanta redundancia semiótica sólo para señalar.  Y es que este fraile no está sólo indicando: está explicando, está convenciendo, está catequizando.

En realidad,  es para explicar, glosar, catequizar, convencer  y predicar se han hecho desde siempre las fachadas de los santuarios y también muchas de las cosas que contienen dentro. La fachada de la Paramera no es ninguna excepción. En cuanto a las cosas de interior, fíjate, hasta el juego de bolos lo inventaron los monjes del medievo centroeuropeo más antiguo para atraerse a sus abadías a los mozos bárbaros y una vez allí, con la disculpa de los torneos de bolos aprovechar la ocasión para explicarles el misterio de la Trinidad. Tres filas de bolos. Tres bolos por  aquí, tres bolos por allí, y otros tres por allí, nueve en total. ¡Lo importante que será el número tres que hasta en el Dios único se contiene¡ Tiene Lutero un bello opúsculo sobre la teología de la bolera, él mismo fue un buen birlador, que no he visto, querido amigo,  citárais en vuestro documentadísimo debate sobre esta materia de los bolos hace poco celebrado aquí. 

 

Pues el fraile de la foto, lo mismo. Intérprete de lo de arriba para las de abajo,  traductor al lenguaje común de los idiomas del bronce teológico y sus complicados intríngulis, está diciendo con los dedos que la cosa consta de dos, quizá que se encierra en dos. "Esos dos de ahí arriba". Sigues su movimiento digital y te topas con dos apóstoles, tienen que ser ellos: San Felipe y  San Mateo. A la  izquierda queda Matías, arrinconado, pero el fraile no está hablando de él, y a la derecha Tomás y  Santiago el Mayor, cuya cabeza ha quedado fuera del encuadre conseguido por el angular de la máquina de fotos. El fraile de esta hermosa foto probablemente ha descrito ya a las muchachas la iconografía de estos últimos destacando que la desconfianza congénita de Tomás se evidencia en que hasta que no ve las lenguas sobre las cabezas, no se lo acaba de creer; destacando también que el monstruoso brazo erecto de Santiago el Mayor, lo que hace aquí es señalar el rumbo hacia su sepulcro gallego y a la vez extenderse sobre los peregrinos que van a visitarlo, en una especie de bendicion. 

 

El fraile indica a las niñas que esos dos de ahí arriba son inconfundibles porque el uno, Felipe, lleva algún pez y algún pan del día de las Bienaventuranzas, cuando le dijo Cristo que con siete peces y siete panes diera de comer a una muchedumbre hambrienta y él se, contra toda lógica, se creyó este idealismo.  El otro señalado junto a él, Mateo lleva en la mano el bestseller del que es autor, este sí que no tiene pérdida, podría estar diciendo el fraile. En la contraportada del libro, la que sale en la foto pone Mateo, así que blanco y en botella. Y en la portada, que no se ve en al foto, dice Genealogía de Jesucristo, si no recuerdo mal, que es como empieza su relato. Un relato que todavía hoy se lee en todos los idiomas de la tierra, en templos como éste, más grandes y más pequeños que este en todas las naciones del mundo.

Una pena, ya digo que no estén de frente los que están de espaldas para verles los ojos. Pero qué quieres que te diga, te fijas en las fotos antiguas de los que salen de frente, yo mismo, cuando salgo y te planteas si ese eres tú o no. Los ojos que te miran desde una foto antigua, no saben, no se pueden ni imaginar la de cosas que iban a tener que ver después.

Para mi que no son los mismos ni mucho menos. 

 

Isidro Cícero

4 comentarios

Juan A. Iturriaga -

Después de profundas investigaciones, estoy en condiciones de confirmar que NO se trata del uniforme azul de las Carmelitas de León. La falda, etc. era distinta, y lo demás, también.

Julio Correas -

Bonito requiebro, Isidro.
No sé qué me gusta más, si la fachada del fraile,que más parece un Guzmán el Bueno con capa negra y escapulario blanco; la de las mocitas o pollitas con su media melena y peinados variados, de las que sólo una tiene la "culera" de la falda arrugada (quizás del duro banco de la capilla)cuando la arruga no era bella,ni el Arruga pudo serlo nunca; o la de los Apóstoles Evangelistas, hieráticos anoréxicos con la mirada perdida en el sur de la Paramera.

A efectos de información, te diría que el fraile que está "de culo y en latín" como en la Misa preconciliar de aquellos tiempos, juraría que es el P. Arruga, por eso de los rizos y aunque no se vea el dos caballos.
Siempre recordaré aquellos tests de psicología del P. Arruga en los que se nos clasificaba con las siglas: E de emotivo; A de activo; P de Primario y sus negaciones NE, NA, y S de Secundario. A partir de esa tésis ... las variaciones tomadas de tres en tres, que diría Box.
El Emotivo, Activo, Primario se denominaba "colérico", lo que a mí siempre me sonó fatal!Parecía que me insultaba!

Y de las féminas que le acompañan son seguro de aquellas Dominicas de algún colegio de Madrid, Asturias o León que iban a la Casa de Ejercicios a pasar una semana de "reflexiones" espirituales, por mor de no equivocarse con los Ejercicios de San Ignacio el Jesuíta de la oposición.
Y digo que deben ser de las Dominicas por eso del uniforme rebeca azul con camisa blanca y faldas de tablas, tan por debajo de la rodilla que se pierden... hasta en la foto.
A ninguna se le veían (ni se le ven) las piernas.Era pecaminoso pero enormemente sensual el uso y disfrute imaginativo de los que en aquel momento éramos jovenzuelos a los que nos salían las hormonas hasta por las orejas.

Sí recuerdo que del Colegio de las Dominicas de la calle Alfonso XIII de Madrid,donde estudiaba mi hermana, venían en tandas a hacer los Ejercicios y a escuchar los sermones del "queenpazdescanse" ínclito P. Sama, que en realidad se llamaba Fernández.

Los únicos que no han cambiado desde entonces son los Apóstoles de la fachada del Santuario/Basílica. A los demás, a todos nos ha afectado, más o menos, el cardenillo!

Un abrazote a todos.

Isidro Cicero -

Gracias, Salva, por ese generoso comentario. Isidro

Salva -

Foto en blanco y negro, cuatro apóstoles y medio algo lejanos. Fraile desconocido y mocitas sin rasgo alguno que deje sitio a la imaginación. Con esos mimbres, pedazo cesta. ¿Qué siento ? Pues ganas de darte la enhorabuena, que te mando, y envidia que te digo que me corroe por ser incapaz de escribir tanto y tan bién con tan poco.