EL FRAILE QUE SE PARECÍA A BÚSTER KEATON y otros pecios de la memoria (V)
Leyendo esta quinta parte, mi querido Marcelino, me has dejado "pallá" con tu recuerdo de dejar relucientes los zapatos a la luz de los pilotos de los pasillos de las camarillas. Recuerdo que un año, creo que al principio de cuarto curso, me tocó la primera camarilla del pasillo de entrada a la derecha; tenía un piloto encima justo de mi cama. Como era y sigo siendo de muy mal dormir, recuerdo tener durante todo el año una revista que me traje de casa con la que me tapaba la cabeza por las noches, con cuidado de que no me la viese el P.Cura, pues dicha revista, puedo aseguraros que era Garbo, tenía peligrosas señoritas de muy buen ver.
El fraile que se parecía a Búster Keaton y otros pecios de la memoria (V)
- Los fuera de cacharro
- Redada: en busca de cigarrillos clandestinos
- Profesor Tanausú
- Mi clase desde el pasillo
Los fuera de cacharro
¿Qué ocurre? ¿Por qué tal efervescencia de gritos y voces, de risas y bromas, idas y venidas precipitadas? ¿Zafarrancho? ¿Será hoy uno de esos días señalados en los que a toque de corneta —en fin: de silbato— nos entregábamos con ánimo y entusiasmo —no dejaba de ser una forma de romper con el pegajoso tedio de la rutina— a una limpieza general? Y allá nos veo, con los útiles de limpieza dispuestos a dejar camarillas y pasillos como patenas. ¿Os acordáis?
No, no parece ser hoy el día señalado: la rutina impone su apelmazada liga. Se disipan escaleras abajo las carreras al galope de los rezagados camino de la capilla, casi siempre los mismos, los propensos a estar siempre fuera de cacharro: por lo general gente tranquila y simpática, con ese don especial para la síncopa, para sortear espontáneamente el cumplimiento adocenado y mecánico del deber, de la prontitud y del orden, del ritmo establecido a toque de silbato y de voz en mando… Qué bien me siguen cayendo en el recuerdo: hasta vislumbro algunas de esas caras de entonces aunque no consiga ponerles nombre a casi ninguno… Pero sí a uno. Ah, el bueno de Alberto del Río Guinea era uno de ellos: qué estupendo chaval, qué noble compañero. ¿Qué fue de ti, amigo, por dónde andas?
Redada: en busca de cigarrillos clandestinos
A partir de 3º, ya en la Escuela Mayor —no recuerdo que nadie se atreviera en la Menor—, algunos de nosotros comenzamos a fumar, por supuesto que clandestinamente. Para ser preciso: me sumé al club de fumadores que tenía años ya de solera. ¿Os acordáis de cuál era el día propicio, la noche que no había moros en la costa? Recordaréis como yo que los sábados los frailes veían la película que, caso de pasar la censura, veríamos nosotros al día siguiente. Esas noches, mientras dejábamos relucientes los zapatos a la luz de los pilotos, a la puerta de los servicios, algunos aprovechábamos para fumarnos un cigarrillo en los servicios con las ventanas abiertas, para recrearnos en hacer aros y volutas con el humo, auténticas virguerías en labios de algún virtuoso. En fin, para bromear y pasar el rato con la sensación agradable de esa minúscula transgresión, de rebeldía y libertad.
Yo ya había probado el tabaco de muy niño, tal vez a los siete años. Y seguí fumando esporádicamente algún que otro cigarrillo a escondidas durante los años siguientes. Ya en el colegio, no volví a probarlo los dos primeros cursos: es que ni por asomo se me ocurría tal transgresión; ni siquiera durante las vacaciones de verano de 1º. Creo recordar que fue en las vacaciones de verano de 2º cuando volví a fumar algunos cigarrillos, a escondidas, claro está. Y ya entonces, en 3º y en la Escuela Mayor (recordaréis que fuimos separados: la mitad del curso se quedó en la Escuela Menor), me atreví a camuflar en mi equipaje de regreso la primera cajetilla: de Bisonte, me parece. Y así seguí, fumando algún pitillo clandestino durante los cursos siguientes. Y ahora un pecio —un mal trago en su día, hoy lo rescato con una sonrisa tierna— al respecto.
Al regreso de unas vacaciones, como la policía no es tonta y los fumadores ya éramos bastantes, el P. Cura organizó una busca y captura de tabaco —y también algo de alcohol— mientras estábamos en el estudio, el último de la jornada. Recuerdo que algo se filtró, que estaba habiendo registro general en las camarillas. Inquietud, nerviosismo, comentarios durante la cena. Ya en la capilla aguardábamos expectantes, inquietos.
Y allí entró con paso ágil, ademán estudiado y gesto ceñudo, el P. Cura. Venía con la capa a modo de saco y, en su interior, el valioso cargamento clandestino que, con efectismo dramático, brindó a la vista general de cuantos conteníamos la respiración y estirábamos el cuello por tratar de identificar la cajetilla de nuestra propiedad. Unos treinta paquetes de color y pelaje vario abultaban en aquel improvisado recipiente. Y tronó entonces su voz que sepultó los murmullos crecientes, las miradas cómplices, el encogimiento de hombros, la duda: ¿sería alguno de ellos el propio? Unos gesticulaban afirmativamente al reconocer la suya, otros no acabábamos de identificarla (yo no veía por parte alguna mi mediada cajetilla de Reno, aquel tabaco mentolado tan malo). Acabada la reprimenda jupiterina y tomada nota de que habría castigo para los infractores, cabizbajos y gesticulantes fuimos abandonando la capilla camino del dormitorio. ¿Sería el mío uno de aquellos paquetes que habían quedado ocultos entre el montón? Era consciente de que mi escondite era muy bueno, difícil de dar con él a no ser en un rastreo propio de policía experimentada. Ya en la camarilla, en vilo, dejé que transcurriera un tiempo prudencial. De un vistazo aprecié que sí habían removido en mis cajones, en la maleta. Con mano temblorosa dejé para el final el camuflaje de mi cajetilla. Abrí el neceser en que guardaba los útiles de limpieza del calzado y una pastilla de jabón de repuesto, es decir, un envoltorio nuevecito en que había dado el cambiazo de la pastilla por los cigarrillos. En efecto: allí estaba, en el interior del envoltorio, mi mediada cajetilla. Un respiro de alivio, la confidencia con los próximos y, tras el derroche de adrenalina, creo recordar que aquella noche dormí a pierna suelta, como un bendito.
Y ahora que hace ya 15 años que dejé el tabaco, sigo evocando con delectación aquellos cigarrillos clandestinos, aquellos cigarrillos inolvidables. Y me sigue oliendo a betún en el recuerdo mientras se apagan los murmullos y las risas acalladas y, a la carrera, nos metemos en las camarillas porque escaleras arriba suena el tintinear de las cuentas de un rosario, el haldear del hábito y las chirriantes pisadas de la goma de los zapatos sobre las losas impolutas y abrillantadas por el petróleo generosamente derramado sobre el trozo de manta del tranvía.
Profesor Tanausú
Pateo esos espacios evocados, ya casi olvidados algunos, otros aproximadamente situados o a punto de ser engullidos definitivamente por el olvido. Creo recordar que el laboratorio estaba en dirección a La Capilla de la Escuela Mayor.
Aspiré hondo y me olió a tabaco; he de precisar: me olió a Tanausú, el tabaco canario que fumaba el profesor que nos dio prácticas de laboratorio en la asignatura de Física y Química de 4º o tal vez la Química de 5ª, el primer profesor seglar que tuvimos en el colegio. Fulgurante, como un flash, volví a verlo con su bata blanca y su inseparable cigarrillo humeando. No recordé su nombre, pero sí qué fumaba y aquel gesto suyo pausado al encender y saborear con delectación la primera calada a su cigarrillo. Me gustaba cómo olía, pero sobre todo se ha instalado en la memoria por el sugerente y exótico nombre del tabaco: Tanausú. En mi fantasía comencé a llamarle el profesor Tanausú; otras veces, Tanausú era un territorio ignoto de selva intrincada, un espacio mítico en el que mi fantasía se adentraba. Lo cierto fue que, en cuanto pude, abandoné mis habituales bisontes y los sustituí por aquel buen tabaco canario: fue uno de mis paquetes de cigarrillos clandestinos, aquellos cigarrillos furtivos que fumábamos en las reuniones de los sábados mientras limpiábamos los zapatos a la luz de los focos de los pilotos. Después, ya lejos de allí, cada vez que esporádicamente compraba ese tabaco me acordaba de aquel profesor que fumaba Tanausú, el primer profesor seglar que tuvimos.
Mi clase desde el pasillo
De regreso, me detengo ante una de las puertas del dilatado pasillo. En la parte superior, al igual que todas las demás, un cristal que permite ver el interior. Pupitres, unas escaleras que dan acceso a la tarima y en ella una mesa y un encerado.
De pronto, el aula en penumbra se ilumina, adquiere vida. Veo a unos treinta adolescentes, aplicados a su tarea: por la intensidad con que escriben y el absoluto silencio, más tal que cual intento por preguntar algo sin ser observado, concluyo que están realizando un examen. Experimento ahora un chispazo, un calambre: ¿no es aquél de allí Javier Urbano y a su lado Luis Heredia? Y voy recorriendo pupitre a pupitre y reconociendo a quienes lo ocupan. Sí, son ellos, mis compañeros de curso, del grupo A, tal vez en cuarto, ya en la Escuela Mayor: Carlos Puente y Pedro Molleda, Roberto Sastre y Baeza, Leonardo del Olmo y Bañugues, Calvo y Huerta, Alonso Herrero y Robles, Jesús Díaz Velasco y Martín, Urbano Viñuela y Guinea, Lorenzo y Soria, Eugenio Cascón Martín y Espinosa, Juan Manuel Castañón y Gago, José F. Rodrigo y…; ah, y también los venidos de Villava: Cacho y Feliú, Noguera y Marcelino García Sal (ay, añorado y querido tocayo). ¿Y aquél de allí, con ricitos y pelo claro? ¿Seré yo? Tal vez. Tal vez sea aquel yo que fui entonces.
Sí, me veo ahí, en mi mesa, entre mis compañeros. Ese muchacho ingenuo ignora entonces todo cuanto será después, qué será de su vida. Ignora, por ejemplo, que nunca llegará a ser misionero en El Madre de Dios, ni ardoroso predicador ni profesor de Teología en Salamanca. Ignora incluso que ese Dios en que parece querer creer, será dos o tres años después una entelequia, o a lo sumo un vano empeño por dar sentido a tanto sinsentido. Seres para la nada. Apenas una fosforescencia en el devenir ciego de la filogénesis. Nada más: un breve destello entre dos sombras. Pero mientras dura nuestro destello vivirlo con plenitud y armonía solidaria: una limpia aspiración altruista. Una consciente aceptación de nuestros límites, de nuestra modesta condición de seres humanos…
Marcelino Iglesias
13 comentarios
Julio S -
Mi pesar por el falledimiento de las hermanas.
Un abrazo a todos.
jose ignacio -
Acabo de leer en el periódico de hoy la esquela de tres dominicas de la Anunciata: Florentina Araceli Valcárcel Muñiz, Rosalina Martínez Vázquez y María Alvarez Crende, que fallecieron en la Virgen del Camino, siendo su funeral hoy también en la basílica. El mismo día tres monjitas dejaron esta vida cogidas de la mano. Del trabajo de las monjitas nosotros sabemos mucho.
se fueron del palomar
sin decir palabra alguna,
dejaron el tomillar
tan bellas como la luna.
Benjamín Díaz Gutiérrez -
Eugenio Cascón -
1. Martín Alonso, Barrio de la Mota, Méndez Prieto, Mallada, Espinosa, Mielgo, Rafa, Huerta, Valentín Perosanz, Benéitez, Ferreras, Benito, Marcelino.
2. Puente, Viñuelas, Ruiz Moras, Lorenzo, Rodrigo, Castañón, Tascón, Molleda, Díaz Velasco, Cienfuegos, José Luis, Sastre, Urbano, Alonso Herrero.
3. Montoto, ?, Baeza, Calvo, Moreda, ?, Leonardo del Olmo, Guinea, Bañugues, E. Cascón, Lafuente Zorrilla, Robles, Gago.
Veo que tu extraordinaria memoria es capaz de guardar hechos que los propios protagonistas tenemos casi olvidados. Es cierto, cuando llegué al colegio, recién salido de mi entorno, hablaba el dialecto serrano, filoextremeño, propio del sur de Salamanca, que chocaba fuertemente con el asturiano dominante. Y te aseguro que, dada mi natural timidez, lo pasé muy mal al principio, hasta el punto de que casi no me atrevía a hablar ni a contestar en clase. Y resulta que he terminado de lingüista y escribiendo libros sobre el buen uso del español. ¡Qué cosas!
Dada la formación humanística de hondas raíces latinas que allí recibimos, no es extraño que hayamos coincidido en los estudios y profesión posteriores, como supongo que habrá ocurrido con otros muchos compañeros. Con todo, he de confesarte que yo deserté de la tiza y me dejé seducir por los cantos de sirena de la RAE, por lo que mis últimos nueve años de trabajo por cuenta ajena los dediqué al DRAE y, sobre todo, a las tres versiones de la Nueva gramática de la lengua española, publicadas por la Docta Casa. No sé si hice bien o mal, pero creo que ha merecido la pena conocer ese mundo tan particular.
Te prometo que buscaré tus libros y los leeré enteros. Estoy seguro de que serán una delicia.
Valdés (aunque creo que los allegados te llaman Pitu), lo que te decía era en tono de broma. No es extraño que no me recuerdes, pues tampoco me he dado mucho a conocer. De todos modos, no abrigues malos pensamientos ni intenciones aviesas para con el pobre Toñín: déjalo que se desarrolle como es debido y disfrute mientras cumple su ciclo vital. Porque de jamones y chacinerías, por allí andamos bastante bien surtidos. Si algún día os decidís, tú o cualquiera de los compañeros, a volver por allí, os enseñaré la fresca y agradable bodeguilla que he preparado en la vieja casa de mis padres (la premura me impidió hacerlo la otra vez) y os invitaré a degustar algo de ello, vino de la tierra incluido, y hasta unos callos a la madrileña de elaboración propia, si se tercia.
Y ya que estamos, aprovecho para informaros de que a lo largo de este verano (junio, julio y agosto) Mogarraz, el pueblo entero, se va a convertir en una sala de exposición al aire libre, algo nuevo, original y espectacular. El pintor Florecio Maíllo, nacido allí, ha realizado unos cuatrocientos retratos de antiguos habitantes del pueblo sobre los negativos de unas fotos de carné de los años sesenta. Los retratos se colgarán en las fachadas de las casas de las que fueron moradores los retratados, ya todos fallecidos. He tenido ocasión de ver algunos y os aseguro que son extraordinarios, que impresiona la forma en que ha sido capaz de captar los rasgos y la expresión, dura y trágica, propia de tantas generaciones de labriegos castellanos. Así que, si os apetece daros una vuelta, más sosegada que la anterior, por mi tierra y disfrutar, de paso, de sus bellezas naturales y sus bondades gastronómicas, informados quedáis.
Un abrazo para todos.
JOSE MANUEL GARCÍA VALDES -
Ámigo Cascón, perdona que no te recuerde y sí recuerde al tal TOÑIN, no es que te haga de menos sino que uno es muy materialista y el Toñín tenía pinta de dar un buen jamón; tú seguro que dabas muy buenas clases como el Marcelino claro que ninguno de los dos tuvo el privilegio de enseñar en el REAL E INTERNACIONAL INSTITUTO JOVELLANOS, sólo los elegidos. Sin ánimo de polémica, estoy seguro que tú eres tú y yo soy un poco de tú porque el ser es y está en todos en proporciónes diversas, según lo largo, lo ancho y lo alto; creo que tú eres de los altos por eso tendrás más ser que yo, pero el mío está muy concentrado. Volveremos a mOgarraz, de noche, a ver si podemos cepillar al RE-TOÑÍN.
Un abrazo
Marcelino Iglesias Suárez -
De ti, recordado Eugenio, tuve noticia casualmente hace unos veinte o veintidós años, libro interpuesto. Fue el caso que uno de los compañeros de departamento (entonces seminario como recordarás) pidió tu libro de análisis de textos para la entonces selectividad de COU y después PAU. Supe así que tú también eras profesor de Lengua y Literatura, me parece que en un instituto de Madrid. Te confieso que pensé en aquel momento en ponerme en contacto contigo, pero la ocasión se fue posponiendo (ay, la procrastinación, de la que tanto sabe el Pitu -en la teoría, no en la práctica: que es muy diligente y emprendedor, como no podía ser menos en alguien nacido en enclave tan privilegiado por los dioses).
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Benjamín: Necesitaría que me situaras algo más: ¿por qué me preguntas por los cotoraxos? ¿Yes samartiniegu? ¿De ónde?
Así, sin más datos no puedo responder.
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*Ahí va, por si algún compañero del 62 se anima a poner nombre o corregir posibles errores, de izquierda a derecha y de arriba a abajo:
1)¿Martín?, Molpeceres,?, Mallada, Espinosa, Carlos Muñiz, Mielgo, Rafa, Huerta,?,?,?,?, Marcelino Iglesias
2)Carlos Puente, Urbano Viñuela, Ruiz,?,José F. Rodrigo,Juan Manuel Castañón,?,¿Molleda?,Jesús Díaz Velasco,?, ¿Santos Suárez?, Roberto Sastre,Fco. Javier Urbano, Alonso Herrero
3)Montoto,?,Baeza, Calvo, Moreda,?, Del Olmo, Guinea, Bañugues, Eugenio Cascón, Lafuente, Robles, Gago.
Marcelino
Javier Cirauqui -
Parece mentira que, aunque fueramos de distintos cursos, la mayoría de nosotros tengamos los mismos recuerdos y parecidas vivencias.
Recuerdo alguna que otra fumarrada en los baños, pero sobre todo cuando íbamos de excursión o de paseo a Quintana de Raneros, la Almunia, La Vecilla, etc.
Me ha encantado lo de dar lustre a los zapatos a la luz de los pilotos.
Lo que si me acuerdo es de siseos y susurros entre las taquillas y mis trajines, por lavar los calcetines sucios, preparar la ropa para el día siguiente, coser algún descosido y hasta poner carton en las plantas de los zapatos rotos, lo mío no era el orden y el cuidado de mis ropas. Cepillaba la chaqueta azul de botones cruzados, pero creo que la dejaba más sucia.
Recuerdo que cuando se estrenó el Auto Sacramental El Hospital de los Locos y tenía que hacer la presentación, me pase toda la noche preparando y limpiando todo lo que me iba poner al día siguiente, una verdadera angustia. Me depile las piernas con una pócima llamada Raky- Depilatorio. A los días me crecieron los pelos como a los monos, por lo que tuve que llevar puestos mis únicos pantalones largos.
Recuerdos agri-dulces y en duerme-vela.(Oximorones).
Un saludo. Javier.
Eugenio Cascón Martín -
Permíteme otro argumento, este más grosero, más de a pie de calle. ¿Recuerdas Mogarraz, mi pueblo? Supongo que sí, pues apareciste retratado con nuestro entrañable Toñín, el cerdito que deambulaba por las calles. Pues bien, aquel Toñín hace tiempo que fue a parar a las fauces de los humanos. Sin embargo, si vuelves por allí, verás que Toñín sigue en el mismo deambulatorio, moviendo armoniosamente sus cuartos traseros. Entonces, es Toñín y no lo es; es el mismo, pero es otro.
En fin, perdóname esta melopea divagatoria, que no aspira en absoluto a polémica y que deriva de la necesidad de ocupar las horas que tenemos los jubilados de nuevo cuño. Y que me perdone también mi compañero de clase Marcelino por haber desviado momentáneamente la atención de sus hermosas evocaciones. Un abrazo para los dos.
Estaba de paso -
JOSE MANUEL GARCÍA VALDES -
Alguien alude a que no sois los mismos, pues yo digo que sí porque el SER ES AHORA Y SIEMPRE y, mientras no se demuestre lo contrario, vosotros sois TODO EN LA NADA (¿será oxímoron?); Pedrín, siento meterme en tu campo, pero como estás más callado que un fiambre tengo que salir yo a la palestra. A ver si enseña a Marcelino a escribir como Dios manda.
Un abrazo
Eugenio Cascón Martín -
Gracias por describir el espacio y citar los nombres de los ocupantes de aquella clase, mi clase. Los nombres... Todos me traen alguna evocación, un recuerdo fugaz; en todos vislumbro algún guiño cómplice. Miro la foto del curso -creo que se hizo en 2.º, 1963-64, el año en que yo llegué al colegio- y me asombro al comprobar que recuerdo con claridad a todos los que aparecen en ella, que aún soy capaz de asociar nombres y caras. Ahí veo, aparte de los que tú citas, a otros como Barrio, Huerta, Benéitez, Montoto, Ruiz Moras, Calvo, Cienfuegos, Tascón, Muñiz, Mallada... Ahí está, en la fila de arrodillados, el buscado Guinea. Y un poco más a la derecha, me veo a mí mismo, entre Bañugues y Lafuente Zorrilla. Y estás tú, Marcelino, en el extremo derecho de la fila superior... Pero son las caras de entonces. Hoy ya no podría asociarlas: habitamos cuerpos muy baqueteados por años que a veces parecen siglos. Pero, en fin, aquí seguimos y es mucho poder revivir aquello, aunque, echando mano de la cita facilona de Neruda, "Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos".
santiago rodriguez -
Benjamín Díaz Gutiérrez -