EL ARCA DEL MORO Y OTRAS MADERAS (por Isidro Cícero)
En el blog del día 21 de Spgtiembre publiqué una vieja e impactante fotografía que me había enviado Manolo Centeno que nos ayudó a recordar la leyenda del Arca del Moro, arca que puede verse en la sala de Exvotos del Santuario de la Virgen del Camino.
Aventuré que “Isidro Cícero nos podría ampliar hasta aburrirnos todo lo referido a esta leyenda viajera”.
Amigo Isidro, te estaba esperando. Gracias por entrar al trapo de mi reto, aburrirnos y extenuarnos con tus escritos. Una delicia y un privilegio el poder leerte, lectura pausada para este fin de semana, aire fresco en el rostro.
Muy interesante lo de la viga de Cañas. Como todos sabréis, en la alta Edad Media, siglo XI los edficios levantados en el Occidente cristiano eran de proporciones limitadas, por la escasez económica y por ser pocos los maestros capaces de erigir edificios con anchuras mayores a la longitud de las vigas de madera disponibles por el tamaño de los troncos de los árboles del entorno donde se construía el edificio, tal y como mantiene el medievalista J.L.Corral.
Para una lectura más cómoda, copiad y utilizad este enlace que os llevará al Arca de aquel Moro que a los pies de la Virgen promete quedarse como ermitaño contando a los peregrinos y devotos el prodigio de su liberación, mostrando el arca que le sirvió de cárcel, y de la que la Virgen le había liberado.
https://docs.google.com/open?id=0Bwa-tDajhmtLLUxfcTFEN29pVG8
I. Una viga en la Rioja
Esta crónica trata del arca, el moro, el cautivo y la Virgen. Y del milagro que los unió a los cuatro. Pero trescientos años antes de que tal prodigio ocurriera, sucedió otro hecho extraordinario en un pueblo de la Rioja llamado Cañas, que, a poca paciencia que le eche, mi querido lector observará a qué grado vienen a consonante la una cosa con la otra y cómo de bien encajan las dos piezas entre sí. El lector impaciente dirá que emprendo ahora una digresión ad extra, el avisado y concienzudo me dará la razón y opinará que no.
Lo de Cañas va a hacer pronto mil años. Eso es mucho, ¿no? Mil años. Pues fíjate, Heredia, lo que son las cosas. Para entonces ya la iglesia rural de Cañas era una ruina imposible. Tendría aquel edificio dedicado a Santa María otros tres o cuatro siglos, que en estos asuntos de religión y cultos, los tiempos son incalculablemente largos, nos perdemos ante su inconmensurabilidad. ¿Qué hacer con aquellas piedras amontonadas? ¿Qué hacer con aquellos trozos de madera apolillada llenas de ortigas y lagartijas? Hace mil años, igual que ahora, estas preguntas tenían también dos respuestas: dejar que se acabara desmoronando todo, ya poco le faltaba, o intentar la rehabilitación. En ciertos lugares, determinados autores suelen denominar a esta segunda opción restauración, cosa que, aunque parezca igual, a mi modesto entender no es exactamente lo mismo. No sé lo que dirá al respecto Jesús Herrero.
Hace cosa de mil años, se reunieron los propietarios del caserón y, a pesar de la crisis, eligieron la solución segunda: restaurar, rehabilitar, reedificar. Para ello, enviaron a Cañas una cuadrilla de muchachos vigorosos y pusieron al mando de ella a un mozo talludo que precisamente nacido en Cañas el año 1000 y, aunque hacía bastante que se había ido del pueblo, lo conocía al dedillo. De hecho, cuando niño, había sido pastor del rebaño de su padre por aquellos montes. Ahora vivía en San Millán de la Cogolla cursando una especie de noviciado, estudiantado, coristado o como queráis llamarlo. Las ruinas de Cañas, que no se me olvide, tenían por propietarios a los monjes benitos de la abadía de San Millán. “Así que te vas a tu pueblo, te llevas a unos cuantos de esta lista y te las arreglas como puedas, porque ya ves que en estos tiempos de penurias no hay un céntimo ni para tener por lo que se cae” le dijo el abad. “Eso sí, quiero que dejes aquello reluciente como una patena. Vamos, quiero que te quede como para que diga allí misa de pontifical el arzobispo de Zaragoza”, añadió el buen abad.
Encantado aceptó el encargo el novicio. Organizó la cuadrilla, ordenó el desescombro, quitó capas y capas de telarañas y de polvo viejo; limpió las cagadas de las ovejas, las cuales habían estado sesteando entre el frescor de la nave durante diez generaciones; seleccionó en el caserón los materiales todavía aprovechables, en su mayoría piedras de la antigua iglesia; rebuscó entre los maderos los que conservaban un poco de corazón y no estaban del todo carcomidos; aprovechando el excelente abono que salió de entre las piedras plantó cerca en los ratos libres algunas hortalizas y unos pocos pies de vid, y esperó a la primera luna menguante de enero, cuando toda la savia del roble se baja hasta las raíces. Entonces subió él al monte con los más espabilados de su grupo y algunos destacados vecinos del lugar, entendidos en labores de estas, a cortar las piezas nuevas.
Piezas a las que ya había echado el ojo en los primeros días. Piezas que conocía él desde niño, de cuando andaba por entre ellas de pastor. Piezas, es más, en algunas de las cuales reconoció no sin cierta emoción una tosca D y una esquemática M, que no significaban “deo mediante”, como interpretó uno de sus compañeros, sino que eran las iniciales de su propio nombre y apellido, grabadas con la punta de su navaja durante el largo pastar del rebaño, cuando tenía catorce veranos y languidecía en la frescura amena del bosque, refugiado él y las ovejas del insoportable calor exterior. Le conmovió el recuerdo de aquellas calientes ensoñaciones propias de la edad. No tardó en encontrar también en un roble una fecha: MXIV. Era el número de años que habían transcurrido ya entonces desde la venida al mundo de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, que nació del seno intacto de Santa María la Virgen.
Robles gigantescos. Te lo diré en medidas nuestras, Argüeso, porque si te hablo de pies y cuartas, puedes hacerte una idea errónea. No da la misma largura tu pie del 46 que, pongamos por caso aquel pequeño pie que el difunto padre Enrique avanzaba por debajo de la túnica blanca para tirar las bolas; desde la uña del pulgar a la del índice, no abarca lo mismo tu manaza que aquella mano, breve pero contundente, del padre Enrique que en paz descanse. Los dos son pies, las dos son cuartas, pero no son pies y cuartas iguales. Como unidades métricas me parecen una birria. Hablemos pues en metros, para entendernos. Los robles que se necesitaban para dejar Santa María como una patena tenían que dar como mínimo 18 metros de los nuestros de madera útil, aunque tuviera nudos.
Los encontró el encargado y los señaló. Luego los talaron con el hacho de doble filo teniendo muchísimo cuidado de que, al caer, no pillaran debajo a nadie; tronzaron el sobrante y los escañaron; luego hicieron una lumbre para obtener ceniza y fueron a buscar un poco de agua. Con el agua y la ceniza hicieron una masa. En la masa metieron una cuerda. Con la cuerda mojada y tensada marcaron las líneas rectas de la futura viga, para labrarla sus cuatro lados, sus cuatro aristas, sus cuatro ángulos rectos. El mozo que lo labraba era el mejor considerado. Se ponía, un pie detrás del otro, encima del árbol tumbado y golpe de precisión tras golpe de precisión iba pasando el filo del hacho por la línea marcada de ceniza, quitando las astillas sobrantes hasta descubrir la cara lisa. Cuando ésta estaba terminada, le daban la vuelta con las palancas, para labrar el lado opuesto y, así, hasta que quedaban afinados los cuatro lados.
Con esta técnica se labraron los 18 metros de largo de la viga del cumbre, que en realidad eran 72, si multiplicamos este lado por cuatro. Lo mismo hicieron con las dos vigas caballares, con las dos tercias, con las dos bajas, con los catorce cabrios de tejado, con los cuatro cabrios forasteros y con los ocho postes. De cabrios no hacía falta cortar más que siete para cada lado, ya que para el resto se podían reutilizar algunos maderos de la iglesia vieja. A pesar de que tenían ya quinientos o más años, todavía conservaban sanos sus corazones.
El encargado repetía a la cuadrilla el respeto y el amor con que había que tratar la madera. “Estos árboles gigantes eran bellotas o tiernos retoños cuando andaba por aquí el rey Leovigildo”, les decía, “y desde entonces han aprovechado el vigor de cada rayo de sol, de cada gota de rocío que están aquí, como quien dice en esta materia”. El encargado sabía la necesidad de dejar secar al roble recién cortado para evitar que una vez puesto se retorciera o se doblara. Que llore el roble, que sude todos sus taninos interiores antes de arrastrarlo al lugar y subirlo a su sitio en el edificio.
Mientras la cuadrilla se dedicaba a levantar las paredes básicas de la iglesia, las columnas, la espadaña, los ventanos prerrománicos, la panza del levante que andando el tiempo todo el mundo llamaría ábside y la puerta dando vista al poniente, allá arriba en el monte el sudor de cada madero tumbado teñía de color cárdeno el lecho de alrededor y su perfume de madera centenaria embalsamaba el aire atrayendo aquella primavera, aquel verano y aquel otoño a las avispas.
Para la orientación de la iglesia nueva calcaron la de la antigua. No había nada que inventar. Había que seguir el sentido del sol, o lo que es lo mismo, la ruta nocturna de las estrellas, el mismo camino que cuando él era pastor venían siguiendo los viajeros que se paraban un rato a parlar con él en latinajos a veces indescifrables y otras veces en trabalenguas que nada tenían que ver con el viejo latín. Eso sí, siempre le daban a entender que se dirigían a Compostela. Le gustaba la conversación y por eso ordeñaba a las ovejas y cabras recién paridas para dar a los peregrinos jarras de leche fresca y, cuando era la temporada, queso.
Ya habían dado dos veces uvas las parras que plantaron al pincipio, cuando llegó el momento de bajar los maderos del monte. Uncieron los bueyes que pidieron prestados para la ocasión, tomaron en las manos las ijadas para arrearlos, cargaron sobre sus yugos unas cadenas de encuartar por si hubiera que duplicar la fuerza de arrastre, se echaron a los hombros unas barras de hierro para ayudarse en la operación y subieron a la panda donde habían dejado oreando los maderos.
No voy a pormenorizar los detalles de este laborioso transporte, porque me faltan datos y sería una locura, una folie, inventarlos para escribirlos:
De qual guisa ocurrió / decir non lo sabría
Ca fallesció el libro / en qui lo aprendía
Perdiose un quaderno / non fue por culpa mia
Y escrevir a ventura / seríe grand folía.
Lo que sí sé es que todo iba más o menos bien, hasta que llegó el momento de subir al tejado la viga maestra, la llamada cumbre y en algunas partes, cumbrial. Cuando iban a “aferrarla” saltó el escándalo. Se dieron cuanta con desolación de que habían errado la medida. Se les había quedado corta. ¡Le faltaba a la viga más de una cuarta de las de Argüeso! Entonces fue cuando la cuadrilla se alteró. Nada dice la crónica de que hasta entonces hubiera habido enfrentamientos entre ellos, o de ellos con el encargado, o de unos oficiales con otros, pero llegada esta ocasión, las tensiones contenidas estallaron, saltó por los aires la tapa de la olla como si dijéramos, se insultaron y hasta se echaron mano. Inútil, tonto, babión e hijo de la gran puta fueron palabras que, dichas ya en un latín completamente corrompido, sobrevolaron como graznidos de cuervos de una esquina de la iglesia hasta la otra, del suelo al lugar en el que iba a ser colocado el techo.
De pronto el encargado impuso silencio a todos. “A ver, silencio. Dejad de echaros la culpa unos a otros que eso no arregla nada. Vamos a comer, vamos a echar un poco de siesta. Vamos a descansar todos un rato, vamos a enfriar la discusión y, después, con los ánimos más tranquilos, veremos qué se puede hacer”. Comieron, bebieron, descansaron y regresaron a la obra. “¿Cuánto dices que le faltaba?” “Una cuarta bien cumplida o cuarta y media”. “Bueno, pues habrá que cortar otro roble un poco más largo y repetir toda la operación”. “No es tan sencillo cortar un roble un poco más largo, que este era el más largo del monte. Además, mientras le damos tiempo a que seque no acabaremos la obra nunca”.
DM, iniciales que el ahora encargado había escrito en el robledo a los catorce años cuando cuidaba el ganado, en la pura realidad correspondían al nombre de Domingo Manso. DM, Domingo Manso. Los años venideros le conocerían como Santo Domingo, “el que dicen de Silos”, señalaba Gonzalo de Berceo
De hecho resulta provechoso repasar a Berceo un poco más allá del vaso de bon vino, que todos los de León aprendimos de memoria:
Quiero que lo sepades / luego de la primera
Cuya es la historia / metervos en carrera
Es de Sancto Domingo / toda bien verdadera
El que dicen de Silos / que salva la frontera.
Hombre de fe, el antiguo pastor de Cañas, ahora novicio de San Millán, había estado meditando durante la comida en el misterio de la relatividad de las medidas, dándole vueltas a la pregunta de qué supone para Dios omnipotente una cuarta de más o una cuarta de menos y llegando a la conclusión de que para Dios crecer un árbol o mermar la longitud de una iglesia no es ningún esfuerzo.
“Lo primero, vamos a volver a medir”, dijo al final. “Eso, a ver cuánta largura hay que darle a la viga que cortemos ahora”, repuso uno de sus oficiales de mejor criterio. Y aquí es cuando surgió el milagro, el prodigio, la maravilla o como queráis llamar a semejante taumaturgia. La viga daba ahora la medida. No sólo no le faltaba una cuarta de las de Argüeso, ni una cuarta de las de Alvarez Lobo, sino que le sobraban más de dos. Tres o cuatro dicen algunos autores que le sobraban, es decir, más de setenta centímetros. Así que (¿cómo te quedas?) hubo que cortar madera.
Pero esto no es lo mejor. Lo mejor es que convencidos del prodigio, del milagro, de la maravilla o como queráis llamarlo, decidieron no poner aquella viga en el tejado. No por pensar que con tanto juego de cuartas la madera resultara virtual en vez de roble y acabara cayéndose al suelo, sino por que querían dejarla cerca de los fieles, a la altura de sus labios para que estos pudieran besarla maravillados de la omnipotencia divina y de la poderosa influencia ante él su siervo Domingo.
De hecho, pronto se comprobó que la viga misma hacía milagros. Los fieles, los peregrinos, venían con sus navajas y cortaban pequeñas astillas de la enorme viga hasta que la dejaron hecha una cachiza. Por llevarse una astilla para sanar de una cojera, de la sarna, de la ceguera, o de un insoportable dolor de oídos, dejaban sus estipendios. Así que con los años, toda la viga se repartió en reliquias por toda Rioja, lo que hoy son las provincias de Burgos y Soria, toda Navarra, medio Aragón, Alava y Vizcaya. Y la zona sureste de Cantabria, sobre todo el valle por el que discurre el Ebro. Peregrinos de Santiago la revendieron en Sahagún y toda esa zona seca donde tuvo lugar el encuentro Palencia en el Camino; y más allá, por la Maragatería, el Bierzo y Galicia. Algunas reliquias de ella fueron a parar a capillas de lo que hoy es Alsacia.
A la zona occidental de Cantabria digo yo que no llegarían esas astillas riojanas porque allí había sucursales propias de la misma multinacional benedicta, que naturalmente promocionarían sus propias astillas, de calidad óptima, de competitividad máxima, las del santo madero, las del Dulce lignum crucis del que una tarde pendió el cuerpo del Redentor por la salvación de todos nosotros (y nosotras). Recordad, no caigas, Javier del Vigo, en la coquetería de aparentar que tampoco tú recuerdas el nombre del instrumental propio del oficio para el que a punto estuvieron de formarte. Y si algún detalle no recordaras, supongamos qué coños era el acetre, cinco años intensivos de blog equivalen a una carrera superior on line. Así que, hablando de madera, que nadie haga como que no sabe de lo que le hablo cuando le digo que
Dulce lignum, dulces clavos
Dulcia ferens pondera
Quae sola fuistis digna sustinere
Regem coelorum et Dominum
En conclusión. Para madero, el madero de los maderos. Y, sin embargo, desde el suceso de Cañas cuando en una obra se miden vigas, postes, cabrios y zapatas, la medición se repite dos o tres veces. Dicen los operarios: “Mide otra vez, anda, no se nos vaya a quedar corta”. “Eso, a ver si sólo nos va a valer para hacer reliquias”.
II -Más madera
Bueno, pues Santo Domingo se murió ya de mayor, a eso de los 73 o 74 años en Silos, después de una vida anovelada y desde entonces su cuerpo, su sepulcro, no pararon de hacer milagros como el de la viga de Cañas. Ahora veréis mis queridos lectores que me acompañáis hasta aquí, por qué las primeras palabras de esta crónica fueron para asegurar, que a pesar de lo que pudiera parecer con lo de la viga, trataría del arca, del moro, del cautivo, de la Virgen y del milagro que los unió a los cuatro.
También dijimos al principio y ahora se verá el alcance de aquellas palabras, que en estos asuntos de religión y cultos, los tiempos son incalculablemente largos, nos perdemos ante su inconmensurabilidad y complejidad.
Porque resulta que con el tiempo, Santo Domingo de Silos ya en el cielo especializó su acción protectora en la redención de cautivos. Hasta “Redentor de España” le llegaron a llamar. Segundo Moisén, le puso algún exagerado. He leído yo rescates hechos por Santo Domingo en tierras de moros, hasta aburrirme. Yo sí que llegué a aburrirme. Pedro, de Chantada; Alvito y Oliverio, de Alcalá, Pelayo, de Sepúlveda, Juan, de Calatrava, Domingo, de Zamora… Incontables sus rescates durante los siglos que duró la reconquista e incluso posteriormente, a consecuencia de las guerras contra el turco.…
Cambiaba el escenario, mermaba el poder de la media luna, pero el poder de Silos permanecía intacto. Los moros con esclavos cristianos, al que de Silos dicen que salva la frontera, le tenían pavor. No sabían dónde y cómo guardar sus esclavos, porque se les aparecía el santo y se los llevaba como un gavilán se lleva un pollo del corral.
Berbería, ya sabéis que es Berebería, o sea la tierra de los bereberes: Marruecos, Argelia, Túnez, Mauritania, por ahí. Pues bien un moro de Berbería tenía un cristiano al que estimaba mucho, ya que el cristiano sabía hacerle unos trabajos que no le hacía nadie. Estimaba más el moro al cristiano que el cristiano al moro. Una vez por Berbería se corrió el rumor de que andaba por allí Santo Domingo de Silos haciendo el mal, robándoles sus esclavos así por las buenas, sin pagarles el rescate ni cristo que lo fundó, sin distinguir si tenían aquellos esclavos por botín, rapto, prisión, transacción comercial o acuerdo. A este moro que digo le entró pavor de que viniera una noche Santo Domingo y le dejara sin cristiano.
¿Qué discurrió el moro, cuyo nombre no conozco? Subió un arca a su habitación, metió dentro de ella a su cristiano preferido, le amarró bien con una cadena gruesa y le puso unos grillos en los pies; después barrenó un pequeño agujero en el fondo del arca y sacó por él la cadena para amarrarla al poste principal. El joven cristiano no oponía resistencia. “Que venga, que venga Santo Domingo a ver si puede llevarte ahora”, sonreía el moro, muy seguro de su treta. “Porque ahora voy y me acuesto yo encima y cuando entre, con esta espada le parto por la mitad”.
- Ya- se contraargumentó a si mismo. ¿Y si no le oigo? ¿Si me quedo frito y no me entero?
Y volvió a sonreír, porque se le había ocurrido de repente perfeccionar el discurrimiento de la estratagema: “Pues para enterarme, si me quedo frito….” Subió el mastín y lo colocó a los pies del arca. “Ladrará y me despertará si viene Santo Domingo”. Luego subió una gallina y un gallo blancos, de raza bereber, de esos que, de pollos, son como copos de nieve y tienen las patas amarillas como las velas de cera. “Cantarán y se esgrijarán cuando oigan al mastín si entra Santo Domingo de Silos”. Y los sejó encima del arca, justo encima de donde el cristiano tenía puesta la cabeza. “Entre el un despertador y el otro, no falla que me despierte a tiempo de evitar que me robe el esclavo y se lo lleve al otro lado del mar”.
Bien, pues de nada le sirvió tanto ingenio. Porque sin que amaneciera, vino Santo Domingo y de un vuelo los plantó a todos a las puertas del monasterio de Silos, delante de la iglesia donde él tiene su milagroso sepulcro. En un suspiro los puso allí.
Así que lo primero que despertó al moro ni fue el mastín, ni fue el gallo, ni fue la gallina, ni fue como otras veces el primer bostezo de su cristiano, sino las campanas de la iglesia de Santo Domingo, cuando tocando a maitines para que se levanten los monjes, estremecen el silencio congelado de las Peñas de Cervera y los chopos de la ribera del Mataviejas.
- ¿Qué cencerros serán esos que se oyen aquí mismo?, preguntó el moro al despertar.
- No me parecen cencerros, respondió el cautivo desde dentro del arca. Más bien son campanas de un pueblo de cristianos.
Bajaron los monjes, abrieron las puertas, sacaron al cautivo, observaron los ojos aterrorizados del moro, amarraron al perro que no tardó en morirse y metieron al monasterio el hermoso gallo y la linda gallina.
El moro estaba tan asombrado que solicitó el bautismo y una colocación en la huerta; el cristiano no paró de dar gracias al sepulcro de Santo Domingo, el perro ya hemos dicho y el gallo y la gallina dieron origen a una raza nueva de aves árabes, nunca antes vista en Castilla que supuso una revolución. Mansas, domésticas, educadas, al oír la campanilla acudían a la fila de los monjes para comer con ellos en el refectorio. Si alguno se distraía y no les tiraba algo al suelo, se le subían a la mesa y le picoteaban el plato. Durante el día escarbaban en el suelo del claustro y por la noche ocupaban un espacio que se les habilitó al lado del refectorio. A ese sitio todavía lo llaman el gallinero del santo. Las gallinas de Berbería se hicieron famosas y deseadas en toda la comarca no sólo por sus huevos si no también por su carne y las mujeres de esa parte del Arlanza trataban por todos los medios de hacerse con los huevos de los monjes y echárselos a sus propias gallinas para que los incubaran.
En cuanto al arca, siguió el mismo destino de la viga de Cañas. Fue escachizada y repartida para remedio de sus males, afianzamiento de su fe católica y rechazo al maldito moro infiel entre romeros, devotos, fieles y peregrinos. Cuando se terminó la madera, ya que no tuvieron la precaución de forrarla de cinc como si hicieron siglos más tarde con el arca gemela de la Virgen del Camino, al parecer la reemplazaron por otra de piedra.
Hay autores que piensan que este moro no estaba en Berbería sino en Granada, que se llamaba Aboazar y que en vez de estimar tanto a su esclavo, aquella noche tenía el propósito el musulmán de cortarle el pescuezo al amanecer en honor de sus padres y como regalo de una boda que se celebraba al día siguiente. Hay quien cree que el cristiano se llamaba Domingo y era de Jódar, Jaén.
III Y MÁS Y MÁS.
Ya hemos repetido que en estos asuntos de religión y cultos, los tiempos son incalculablemente largos y confusos, pero la verdad es que los espacios no se quedan atrás. Josemari Cortés, nuestro querido amigo aprovechó una vieja e impactante fotografía que le había enviado Manolo Centeno para recordarnos la leyenda del Arca del Moro que, según asegura, se puede ver en la sala del Santuario de la Virgen del Camino conocida como Sala de Exvotos. Un arca de un moro, porque ya hemos visto que en Silos hubo otra parecida. Pero habrá más.
Aventuró Cortés que “Isidro Cícero nos podría ampliar”, (hasta aburrirnos, precisó) “todo lo referido a esta leyenda viajera”. No sé si os habréis aburrido ya, que no hemos hecho más que empezar, pero en lo tocante a “ampliar” los antecedentes de la taumaturgia, pienso que he ampliado hasta demasiado. Julio Correas averiguó que el moro de la Virgen del Camino se llamaba Alcazaba y que era un inmigrante con dolor de muelas que vendía astillas baratas en la puerta de San Froilán el día de la romería.
No sé si sería él el que las vendía, pero no me extrañaría que el negocio fuera cosa del Cabildo. Maribel se remonta más atrás del milagro del Arca de la Virgen del Camino, aunque no tan lejos como para llegar al milagro del arca de Silos. Llega hasta el año de la aparición a Simón Alvar: “Di al obispo que encontrará esta piedra tan grande, etc”, nos recuerda Maribel. He leído por mi cuenta que aquel año 1504 no había obispo en León a quien decirle nada y que por tanto no pudo subir el obispo con su acompañamiento, ni calcular cuánto había crecido la piedra, ni si había piedra siquiera. El obispo de León había muerto en Roma y al que nombraron era el de Catania, don Diego Ramírez de Guzmán, que demoraría lo suyo en llegar a León.
Por lo demás, la historia del arca de Silos y la de León, que Manuel Centeno, José Mari, Julio Tomás y Maribel han refrescado, se parecen mucho. Yo, el único pero que pongo,lo único que me ha dejado un poco mosca es la personalidad cazurra del beneficiario, don Alfonso Ribera, de Villamañán. Teniendo a su disposición como tenía a una virgen propia, en su pueblo, con un nombre tan hermoso como Nuestra Señora de la Zarza, no sé por qué clamaba a Camino en vez de invocarla a ella. Con el agravante de que el santuario viejo de la primera era por entonces nuevo flamante y de su aparición sólo hacía 18 años. Tampoco sé por qué no se llevó a la ermita de la Zarza los exvotos que dejó en la de la Virgen. Quizá eso explica que el pueblo de Villamañán ni siquiera se ha acordado de don Alfonso para dedicarle una calle.
El arca del moro que acabó en Silos y al mismo tiempo acabó en la Virgen no son las únicas.
A Huelva, por ejemplo, la Virgen de la Cinta trajo de Berbería al celoso moro dormido, sentado encima de la misma arca y al cautivo cristiano encerrado dentro. El moro de este caso no podía soportar que su esclavo hablara con las mujeres.
- ¿Qué mujer es esa que habla contigo?, le preguntó al cristiano un día.
- Nuestra Señora de la Cinta, que me va a llevar a mi tierra
Este moro se enfureció igual que en las otras versiones, sólo que, en vez de poner el gallo en la escena como hizo el de Santo Domingo, cogió el gallo y le cortó la cabeza. “Cuando cante este gallo, será cuando tú te vayas de aquí”, advirtió a su esclavo. El arca, las cadenas, el vuelo, las campanas, el bautizo del infiel, la gratitud del cristiano, los exvotos, la devoción de las astillas y demás elementos, igual.
En Soria también tuvo su destino final el arca del moro. Hay un pueblo que se llama Almenar, con una virgen propia que se llama Virgen de la Llana que también trajo el arca con el moro dormido encima y encadenado dentro al cristiano, que esta vez se llama Manuel Martínez, es de Peroniel del Campo y vive cautivo en Berbería. Manuel en su día se enamoró de la hija del marqués de Almenar, mientras que la hija del marqués se enamoró de él. Al no poder ser aquellos amores interclasistas, se fue a pelear con los moros a las órdenes de Alfonso X. Fue capturado por los musulmanes en Algeciras, vendido como esclavo y trasladado a Argel. Lo del arca y el moro durmiendo encima, coincide con los demás relatos. Lo de invocar a la virgen, también, en su caso a la Virgen de La Llana.
En la madrugada del martes de Pentecostés, la Virgen de La Llana hizo su rescate. A primera hora de la mañana, llegó el arca volando y se posó junto al Santuario cuando la gente estaba preparándose para la misa. Podemos imaginar la alegría de todos y especialmente de su novia, la hija del marqués, que al final se casó con él.
En la ermita se encuentran expuestos el arca y los grilletes del cautivo.
Y hay más lugares que, como la Virgen del Camino, la Virgen de la Cinta y la Virgen de la Llana, conservan el arca que un día llegó volando con un devoto dentro y un moro cruel encima.
Isidro Cícero
37 comentarios
José Luis Alcalde Revilla -
Pedro Sánchez Menéndez -
Isidro Cicero -
En fin Agradezco mucho los deseos de largo y hondo disfrute familiar que me habéis manifestado desde que os conté lo de la jubilación. Ojalá sea así. Y ojalá que vosotros lo veáis también, Luis (es), Javi, Manolo, Jesús, Fernando, Julio, Pitu, Federico. Y todos los demás. Pasadlo bien y hasta la próxima.
Julio Correas -
Oye Isidro... éste no sería el moro que estaba en una encrucijada de caminos (hoy semáforo) y le preguntó otro moro:
"Oye, tú cuánto has sacado?"
Le contestó: "Yo tres ducados" (Hoy euros)
"¿Y qué pone en tu cartel?"
Le contestó: "Pues lo típico... tengo mujer y cuatro hijos"
"Oye, y tú ¿Cuánto has sacado?"
Le respondió: "Yo tres mil ducados" (hoy euros).
"Bendito sea Alá ¿Y qué pone tu cartel?"
Le respondió: "me faltan seis ducados para volverme a Marruecos".
P.D. Es un chiste. Nada más lejos que el racismo o la xenofobia!
Isidro Cicero -
Isidro Cicero -
Isidro Cicero -
federico esteban monasterio -
Enhorabuena a los que se juvilan, os envidio un poco, no porque me falten años como a Jesús Herrero, (quizás sea el mayor de todos), sino porque un porcentaje me pide el seguir trabajando y, otro, el mayor, por tener necesidad económica. Pero soy feliz.
Abrazos a todos.
Isidro Cicero -
Isidro Cicero -
Julio Correas -
Los "avispos" están muy ocupados en el Registro de la Propiedad y buscando milagros para la canonización de los asesinados por los rojos.
O sea que tranquilo, que no te van a "intervenir" y mucho menos "recortar", que para eso está el Furriel.
Tiene el Furriel una escopeta de feria....
Bienvenido al gremio del júbilo...y ME APUNTO a la folixa. Aunque yo ando todavía
PRE-jubilatus, dentro de un mes paso a jubilatus total por lo que bien sea en Marbella, Madrid, Santander o Pernanbuco allí estaré, también sin reloj de oro.
Manolo, el Llagar esi paezme bien. Debe estar cerca de Casorvida!
Un abrazote pa tós!
Me apunten, oiga!
P.D. Oye, y si lo hacemos con el Imserso? Igual sale más barato el Llagar!
Isidro Cicero -
Isidro Cicero -
JOSE MANUEL GARCÍA VALDES -
Es posible que te hayas equivocado comnicando tu jubilación, te van a llover las peticiones de relatos estupendos y, dada la escased, será necesario que correspondas. Haz lo que te dé la gana, harás bien. A mí sí me regalaron un reloj que metí en un cajón y allí consume su tiempo del tiempo; a lo mejor el nieto lo subasta y saca para unas pipas.
Disfruta cuanto puedas.
Abrazos.
Fernando Alonso Díez -
Isidro, permíteme felicitarte y desear que disfrutes del júbilo. Pero te aviso, ahora vas a saber qué es eso del estrés. Javier apúntame a eso de la novia del mar.
Manolo Díaz -
Si te sirve de consuelo, mió Cicero del alma, yo también me fui en tus mismas condiciones. Felicidades. Sólo deseo que Marga y tú disfruteis de los descendientes de Helena (con H) hasta la cuarta generación.
Si te parece, Javivi, formalizamos la comida en el Llagar de Quelu. De Santander allí hay poco más de una hora. La sidra y algún que otru tropiezu corren de mi cuenta, que en el susodicho Llagar tengo prebendas y potestades. Así matamos dos pájaros de un tiro. Recuerda, Javi, la promesa que me hiciste en Saldaña. Y las promesas, como las penitencias, hay que cumplirlas.
Con esta jubilación ganamos todos. La primerísima Helena.
Un abrazu grande, grande.
Manolo
Isidro Cicero -
Pero verás. Al principio de este blog, yo sabía poco de estas cosas, no comentaba nada a los que comentaban mis comentarios. No veas los cabreos. Engreído, creído y grosero, me llegaron a llamar. Lo cual que yo, vamos, ni una cosa ni la otra, ni la otra. Al revés. Yo, como lo que menos quiero es quedar mal con antiguos compañeros, desde que me enteré del halo de maleducado que estaba generando a mi pesar, siempre que puedo le dedico unas líneas a quienes tienen la deferencia de hacer alguna referencia a mis escritos. Por estricto orden y hasta donde llego.
Que Sara sea de Torrubia me encanta. Que haya allí los embutidos que describes me pone los dientes como limas. Que no hayas conseguido entrar en la ermita, creo que el padre Sama te recomendaría arreglarlo a base de perseverancia. Y por último: ya que no las morcillas del lugar que eso claramente se ve que no, nos prometas a mi y al Furri las fotos del arca de madera de La Llana, me conmueve y emociona, la verdad sea dicha. Tu sugerencia sobre un jubileo de jubilados en plan camino de Santiago, perfecta.
Isidro Cicero -
Jesús Herrero Marcos -
Javier del Vigo -
En breve amenazo con regarlo contigo y algunos más. Aunque no sea en Itxas ederra, que llama un amigo mío al "marco incomparable" donde moran Pili y Luis.
Si allí hay un "mar bello", Santander "es la novia del mar" Así que tendremos que celebrarlo primero en Santander para planificar después lo de Marbella.
¡Dicho queda!
Luis Heredia -
Noticias como esta son las que suben la moral, al beneficiado, y ponen los dientes largos a Los Barrios y Cía.
Lo malo de descubrirnos este secreto es que cada semana te estaremos pidiendo más y más y mucho más.
No te preocupes de los regalos porque....
¡Vivan los nietos, Isidro¡
¿Tendréis un par de días libres para visitar Marbella? Aquí te ofrezco la comida de la jubilación. No serå como en La Capilla Sixtina pero lo puedo intentar.
José María Velasco Peinador -
Hace referencia a la leyenda de la Tradición del Cautivo, que a través de los siglos ha llegado hasta nosotros, envuelta en una ola de veneración de nuestros pasados.
Desde Becerril de Campos hay una "senda del cautivo" que lleva hasta la Ermita de Carejas. Cuenta la leyenda que esta senda es el fruto de las pisadas de una mujer de Becerril :
Un hijo suyo se hallaba preso en poder de los moros. Ella tenía confianza en la Virgen de Carejas para ver libre a su hijo y de manera regular, desde su villa, visitaba a la Virgen. Estas visitas se fueron repitiendo y siempre por el mismo camino hasta que llegó a formarse la senda. Según reza la tradición, los ruegos de la madre obtuvieron al fin la libertad de su hijo. Como prueba de tal milagro los grillos opresores quedaron en Carejas. Esta es sin duda la tradición religiosa que más ha arraigado entre los paredeños.
Si se repasa el relato que el Padre Juan de Villafañe, escribió en 1726, titulado: COMPENDIO HISTORICO EN EL QUE SE DA NOTICIA DE LAS MILAGROSAS, Y DEVOTAS IMÁGENES DE LA REINA DE LOS CIELOS, Y LA TIERRA, MARÍA SANTISIMA QUE SE VENERAN EL LOS MÁS SANTUARIOS DE HESPAÑA. Uno se da cuenta de que, como en la Edad Media, no existía Internet, el copiar y pegar estaba abonado, sin levantar sospechas.
Paz y bien a todos
Isidro Cicero -
Historias como la de nuestra arca del moro dieron pie a tales fervores que al final tuvo que intervenir Roma para evitar abusos, tráfico y falsificaciones.
Me he llenado Julio de preocupación porque digo yo: A ver si por repetir yo la historia del arca va a terminar interviniendo Roma y me
No sé en qué consistió la intervención romana que dice Julio, pero me temo que algo tendría de represiva y sobre todo de recortadora. Yo es que, no sé si porque estoy bastante escarmentado o por, paso mucho miedo, Julito. Si estaré escarmentado que ya hace dos meses que cobro la pensión y todavía no se lo he dicho a nadie Nada, me he ido a la jubilación en silencio, sin felicitaciones por una vida dilatada de trabajo y servicio como los otros, sin que a nadie se le haya ocurrido una triste cena de despedida, sin que nadie haya tenido la idea, ni la tendrá, ni la tendrá, del miserable reloj de oro medio a escote medio corporativo que se acostumbraba hasta hace unos meses. Nada, hala, al retiro y da gracias.
Reliquias van a ser desde ahora los relojes de oro, las cenas y los homenajes, ya verás. O como tu dices, relicarios para usar profesionalmente contra las desgracias, catástrofes naturales, exorcismos a poseídos, hambrunas, epidemias o sequías pertinaces. Y quizá también sirvan para la crisis. Copio y pego en el archivo el catálogo de objetos numínicos que nos facilitas para echar mano de ellos cuando haya necesidad. Nunca se sabe.
Y para terminar, quizá sea bueno que los amigos no muestren tanto fervor por estas historias, sobre todo por la de nuestro moro, no vaya a ser que Roma
Luis Heredia -
Pedro, quë fácil haces y dices las cosas.
JOSE MANUEL GARCÍA VALDES -
Enhora buena y gracias por los relatos.
Luisito, suscribo lo que dices sobre mi compañero y sin embargo amigo Paco Caso. A sus dotes de historiador hay que añadir sus cualidades de cuenta chistes.
Abrazos
Javier del Vigo -
Antes de nada, felicitarte. ¿Por tu relato? Bah! eso no es noticia, ya tu sabes. "Perro muerde hombre..." no vende. Mis felicitaciones hoy son por tus trabajo en pro de la rehabilitación de José Lavín Covo, conocido como "El Cariñoso" en los tiempos del maquis; así como en el reconocimiento como hija suya de Josefina Lavín Solano y en la confección del documental "La saga de El Cariñoso", proyectado recientemente en Santander.
Coqueto soy, no lo niego, mi amigo querido. Pero mayor también. Así que razón tienes: cinco años de blog son como una carrera universitaria on line. Por eso, hoy tuve que ir al diccionario en busca de acetre, porque no recordaba si debía recordar tal palabro; si en nuestra mocedad oí tal. La RAE me sacó de dudas: caldero donde se lleva el agua bendita. Seguiré aprendiendo en el blog. Y contigo.
Me has de entender con lo que te voy a contar. Hace años, -cada día más, que el tiempo vuela- mi coquetería se estimulaba cuando me rebuscaba entre las meninges un nombre propio, un topónimo, aquella cita erudita para epatar a la audiencia Y la palabra o la frase -¡voila!- se hacía carne, sin esfuerzo alguno, como si hubiera estado esperándome en la puerta desde toda la eternidad para dar gusto a esa coquetería que me atribuyes y de la que no reniego.
Sin embargo, hoy les mendigo palabras concretas a las meninges y las meninges, inmisericordes, hacen como que duermen. Es que no me ayudan, porque también se están haciendo mayores y ya no procrean otras neuronas, nuevas y dispuestas a darme gusto. Por tanto, alabo tu ojo clínico respecto a mi apresto escénico, a mi coquetería que no te negué, pero ten por seguro que si dudé sobre el uso del amito, la casulla o el bonete, fue porque en el momento de redactarlo no tuve claro si el cíngulo servía para soportar las vinajeras o si la teja se usaba sólo encima de las vigas labradas con azuela (Toñín dixit) o con hacho de doble filo (en referencia tuya).
De cualquier modo: Cuando os ponéis intelectuales, queridos, os ponéis divinos de la muerte. Pero qué gozo, casi erótico, leeros; por lo bien que juntáis palabritas, que diría Andrés M. Trapiello. Y por los relatos, que amenizan vivamente esos momentos muertos que todos tenemos a lo largo de los días, de las semanas; de los años, que estamos en el sexto desde la fundación de este blog.
Lo repito: un placer.
Placer que me excita, ya me vais conociendo. Como me ha sucedido en este portillo que abres, Isidro, sobre un arca, un cristiano cautivo y un moro sarraceno, volando de un pueblo a otro pueblo, de minarete a espadaña, de Berbería (¿tu apellido Barbería, Luis Teódulo, tiene algo que ver con la morería que habitó durante siglos ese valle del Ebro del viejo Reino de Aragón?) a Tierra de Cristianos en aquellos tiempos oscuros en los que León no tenía aún catedral de vidrieras policromas ni en la voluntad de los hijos de Domingo de Guzmán estaba levantar la Fundación Virgen del Camino, donde nos conocimos hace ya algún tiempo
Así que dejadme que me yerga como torero cuando llega el momento de entrar a matar. Fijaos, incluso, que mientras guiño un ojo para enfocar el lugar exacto dónde he de clavar la espada hoy, dejo al descubierto mi taleguilla torera, abultada por la egolatría y la coquetería en la que me escondo. Pero sed comprensivos: si no me envalentono esta mañana de domingo, fría y lluviosa, otoñal, poniéndolos sobre la mesa, no voy a quedar tranquilo.
Permitidme la licencia, pues.
Que en este albero de las palabras se haga el silencio; que yo tengo ojos sólo ya para los cuernos del morlaco, que se me antojan cuasi infinitos (Echo aquí en falta las sublimes crónicas que tiempos atrás hizo Oscarín sobre toros, toreros apostólicos y morlacos. ¿Cuándo otra crónica, Oscar?)
¿Os habéis percatado, Julito, Javi Cirauqui, Jesusito, Luisines (Carrizo y Heredia), Federico, Antonio (¡contigo me meto luego, Pedro!) Antonio y Alcalde Besucón, que es ésta una fantástica fábula, rabiosa actualidad, de estos tiempos nuestros, tan revueltos?
En la parábola falta una figura, que me apetece incluir: Santiago Matamoros.
Permitidme incluir una versión nueva a las leyendas que con tanto detalle y con precisión tal nos ha contado Isidro; en la alegoría que os relato, dentro del arca están presos con grilletes todos aquellos que firmaron hipotecas usureras con las cajas y los bancos en estos tiempos de crisis pavorosa. ¿Me vais captando? Al fin y al cabo, aquellos judíos viejos guardaron el botín de sus usuras en un arcón, banco sobre el que sentaban sus posaderas, a manera de caja de caudales.
¿Las diferencias entre mi alegoría y los mitos del moro trasportado por los aires a La Virgen del Camino o Santo Domingo de Silos?
Dos muy importantes: la primera es que cada día el moro que puede ser cristiano o judío, porque el dinero no tiene color ni bandera ni religión, lo sabéis, ¿no?- ejecuta quinientas hipotecas de gentes en paro, lanzándolos con mandamiento judicial; y los Gobiernos que nos desgobiernan hacen leyes a favor del cristiano, judío o moro que asienta sus culos sobre el arca de los caudales y les rescatan con cifras mil millonarias, que hemos pagado algunos con nuestro esfuerzo y el sudor de nuestros IVA e IRPC. (¿Qué por qué pongo algunos? Soy de letras, a la contraria que Antonio; por eso no sé de números, como Fernando Box; pero hace pocos días oí a un viejo político esto, textual: El 90% de los presupuestos del Estado están soportados sobre el 45% de los contribuyentes. La frase me marea, pero ya digo: soy de letras.)
¿La segunda diferencia en mi alegoría?
Quiero incluir un Santiago Matamoros, espada en alto, que intervenga en esta batalla de Clavijo, otra vez, entre la banca con sus huestes fieles, los políticos, y la sociedad civil, vencida y desarmada (¡Jesús! ¿A quién he visto yo vestido de Matamoros y cablegrafiando aquello de en el día de hoy, vencido y desarmado ?) para que, al menos, obtenga la pírrica victoria de la dación en pago. Aunque la Constitución que dicen sagrada afirme como derecho irrenunciable una vivienda digna.
Ahora sí; ahora que ya saqué la mala baba que llevo dentro, me permito meterme contigo, Pedro.
Dos palabras, una preposición y un adverbio, entre dos signos de interrogación. Todo seguido, sin punto y aparte que diera realce a la pregunta; sin aspavientos. Culminando, naturalmente, una crítica velada pero radical, desde un posicionamiento jesusístico, cristiano, a la Iglesia Católica actual.
¿Hasta cuándo?. Me sonó como un trueno en la noche. Como un bombazo entre silencios, -a veces, cómplices- de esta sociedad española que aún no está en paro. Este es Pedro, el profeta.
¡Va por ti, Maestro, con mayúscula! Estoy contigo, profeta. No me cobres por usar tu copywright, tan sencillo, tan escueto, tan austero como tú: ¿Hasta cuándo?
Y Allá lejos, muy quedo, un poeta escribió y un cantautor cantó: ¡A galopar, a galopar! ¡Hasta enterrarlos en la mar!
José Luis Alcalde Revilla -
Antonio Argüeso -
Dos cosas:
1. En mi zona las vigas caballares, las tercias, las bajas o los cabrios se labraban con la azuela. Pero tras haberte leído, miraré ahora con otros ojos las viejas vigas con las que me cruce, para ver si fueron labradas con el hacho o con la azuela; supongo que el corte es diferente.
2. Si calzare el 46, Hernández Rojo no me recordaría mostrando, en Las Caldas, los zapatos con las medias suelas totalmente despegadas. Ando más bien por el 50 (en algunos modelos el 48 ó 49 pueden valer). Es decir, que no sirvo como vara de medir, a los sumo, como león de la warner.
Remedo a Correas: Pedro, gracias por tu juventud y dinamismo (o por tu juvenil dinamismo).
Julio Correas -
Un abrazote!
Pedro Sánchez Menéndez -
federico esteban monasterio -
Felicidades por irradiar esa fuerza.
Abrazos a todos.
Luis Heredia Alvarez -
Es curioso que la leyenda no mencione a Dios. Tenía entendido que lo que Dios ata no lo desatará el hombre, salvo que se llamase Goudini, mago que parece ser bebió de las fuentes de su predecesor el Moro hasta que tuvo un despiste y se juntó directamente con él para pedirle explicaciones. Fallo garrafal del Moro por no encomendarse al Divino. De haberlo invocado, la historia, que ya no es leyenda en este caso, hubiera dado un giro de 180º. O quien sabe; de existir de aquella clavos Lerchundi, esto no hubiera sucedido, como dice el chiste que sabrán todos los de Bilbao.
En tu caso, Isidro, una imagen vale más que mil palabras. Esto no te lo digo para que de ahora en adelante nos cuelgues solamente fotos privándonos de tu exquisita prosa. Puede ser que sea otro oxímoron de los que desde hace tiempo pululan por este blog. O sea, esto te lo digo porque tus palabras para mi son como imágenes. Lo leo, y me quedo con ello como si lo estuviera viendo. Es más, te diría que no me hubiera importado haber soñado con Moros y Cristianos la pasada noche. A mi me quedan los Moros más cerca que a ti. Tan cerca, tan cerca que es verdad, créeme, lo que se dice de hay Moros en la Costa. Los veo todos los días, incluso ya arribados.
Yo no conocía de estas leyendas verdaderas. Porque el Moro, el Cristiano Cautivo y la Virgen, existieron, ¿verdad?.
Yo, sobre Arcas, no tengo mucha historia. Sé algo sobre el de Noé por lo que me contaron y leí, Arca al que se debería haber dejado un hueco para el animal del Moro junto con algún que otro Cristiano antes de ser cautivo por el mismo motivo que el del Moro.
Y ya que hablé de Dios, éste los cría y ellos se juntan. En otras ocasiones los juntan los Ayuntamientos, como el de Villajoyosa, donde lo pasan muy bien recordando los tortazos que se habían dado siglos atrás entre ellos, no como nosotros que recordamos los que se dieron los otros y también lo pasamos bomba. Y en otros casos los juntan los cocineros mezclando alubias blancas con negras. Y no quiero seguir hablando de alubias negras o blancas porque a alguno os volverá a recordar los malos momentos pasados en el teatro con los justicieros sobre las tablas.
Otro Arca del que oí hablar y leí sobre él es de la Alianza; el que tengo entendido que desapareció no por arte de magia o de la divinidad como el del Moro, sino por un pavoroso incendió del templo donde se hallaba. Pena de no estar en aquella ocasión el personaje del que no me acuerdo ahora su nombre que libró de lo mismo a la Catedral de León.
También durante mi vida en Gijón oí decir algo sobre el Arca Santa de la Catedral de Oviedo a mi amigo desde la infancia y Catedrático de Historia del Arte, Paco Caso, de nacimiento Francisco Fernández Fernández de Caso y el muy chulo él, como no le gustaba repetir las cosas dos veces, va y se cambia el orden de los apellidos. O sea, un caso típico de que hasta fuera de las Ciencias, el orden de los factores no altera el producto porque Francisquín sigue siendo el mismo, además de buena persona y gran Catedrático; y si me confundo, que me rectifique Pitu si ya está en forma.
Otra de las Arcas con las que sí estoy muy familiarizado y conozco muy bien es la que tengo en mi casa. De esta sí se mucho. No soy como el Moro, pues está abierta y a disposición de cualquiera que me visite y en ella se podrán encontrar restos también de cristianos, muchos, muchos, fotografiados, rosarios, cruces pirograbadas obra del Padre Morán, Gramática Latina Guillén, Librito de canciones de Misa, crucifijo incrustado por su base en una piedra del Camino que me enseño que mi destino iba a ser rodar y rodar durante una pequeña temporada hasta que se paró la susodicha a la altura de la Escalera 3 del Muro, playa de Gijón, carpeta marrón de gomillas con la inscripción de un Colegio Apostólico y alguna que otra cosilla más.
Si me acuerdo de algún que otro Arca, os aviso y lo comentamos porque al hilo del Moro no me imaginé que un Arca diera para tanto. Pero claro, estando Isidro
por medio, no me extraña.
Julio Correas -
Desde que nace la religión cristiana, hace ahora más de veintiún siglos, la veneración de objetos pertenecientes a santos y/o lugares de prevalencia donde curiosamente redundaban las apariciones y las historias como la de nuestro arca del moro, dio pie a unos fervores tales que allá por la Edad Media hubo de intervenir Roma para evitar abusos, tráfico y según ellos, falsificaciones:
Manos, brazos, piernas, fragmentos de la Cruz de Cristo, gotas de la leche de la Virgen, espinas de la corona de Cristo, piedras del pesebre de Belén, dedos, sandalias de S. Pedro, huesos de Santiago Apóstol y un largo etc. hicieron pensar a los abades y monjes que eran necesarios los relicarios que luego podrían usar profesionalmente contra las desgracias, catástrofes naturales, exorcismos a poseídos, hambrunas, epidemias o sequías pertinaces.
Tanto fue así que el prestigio de una Institución religiosa era directamente proporcional al número de reliquias que atesoraba. Monasterios, iglesias, ermitas y parroquias rivalizaron en la adquisición de relicarios que acabaron siendo verdaderas obras de arte orfebre.
Pero no contentos con buscar el medio de reclamar dádivas a vecinos y viandantes, los clérigos inventan los bustos-relicarios donde decían introducir huesos de la cabeza de la santa o el santo representado. Ello, naturalmente, derivó en delicados trabajos orfebres especializados, cómo no, en plata y piedras preciosas.
Y predicaron hasta la extenuación que:
Alfonso I venció a los moros gracias a las reliquias que siempre le acompañaban en una arqueta.
Jaime I el Conquistador pudo ganar sus mil batallas porque siempre llevaba consigo una espina de la corona de Cristo.
El Rey Sancho I logró sanar de su grave enfermedad tras hincarse a orar ante el brazo de San Pedro.
El Monasterio de Montearagón se salvó de un incendio gracias a que el cenobio oscense era custodio de un trozo de pan de la última cena.
Pero no perdáis de vista lo que se acumula en el Monasterio de San Juan de la Peña, donde se veneran:
La canilla y parte de la rodilla del Apóstol San Pablo
Una costilla del Apóstol San Bartolomé.
El espinazo de San Mateo Apóstol y evangelista.
Dos astillas del Lignum Crucis.
Un fragmento de la túnica de Cristo
Dos vasitos de leche pura de la Virgen María
Tres trozos de tela del vestido de la Virgen María.
Tres piedras: Una del Santo Sepulcro y dos del pesebre de Belén de Judea.
Y el cáliz en el que Cristo consagró en la Ultima Cena: el santo grial!
Recrista, que decía la abuela de Javivi. Cuán pingües debieron ser, y aún deben seguir siendo, los beneficios del Monasterio!
Pasó la Edad Media a la Moderna y los Monasterios y los Nobles laicos resultaron intactos hasta las reformas liberales y las desamortizaciones que afectaron a la jurisdicción, al sistema fiscal y al patrimonio de Monasterios e Iglesias. Por más que actualmente nos digan los Navarros que los Obispos, tras una ley de Aznar, se autonombran notarios, y están recalificando sus patrimonios y consignándolos a su nombre en el Registro de la Propiedad.
Sigue habiendo cartujos, dominicos, jesuitas, claretianos, cistercienses, franciscanos, mercedarios, benedictinos que siguen guardándose, a escondidas, muchas reliquias y relicarios y menos exvotos pues quedan pocos devotos.
Seguiremos preguntándonos: ¿El hábito no hace al monje?
EPÍLOGO
Leí, no sé dónde ni por qué, que allá por las tierras de Al-geciras, camino de Cádiz, hay un pueblo en el que el Alcalde, por la necesidad perentoria de salvar un barranco, mandó construir, a la entrada del pueblo, un puente entre dos pilares.
Cuando acabó aquella mejora municipal, encargó al Maestro, quizá por ser el único que podía escribirlo, un letrero que diera testimonio del respeto del pueblo a la Religión y del que las autoridades profesaban a la Constitución, alias la Pepa.
El Maestro escribió en uno de los pilares la siguiente leyenda:
Detente aquí, caminante;
Adora la Religión
Ama la Constitución
Y luego pasa adelante
En el otro pilar consignó el día, el año, el nombre del Alcalde, el del albañil que llevó a cabo la obra, el del cantero que labró la piedra y el del alfarero que hizo los ladrillos.
Del Maestro nunca más se supo!
Un abrazote a todos y dos para Isidro.
Luis Carrizo Medina -
Yo, si quieres que te diga la verdad, estoy un poco escocido como hijo que soy de la Virgen del Camino,de que mil años después de Gonzalo de Berceo, por muy inconmensurables que sean mil años, aparezca otro juglar en el pueblo, éste con escuadra y cartabón, para revisar si estaba o no estaba el obispo, o si el de Villafañe podía amar a dos mujeres a la vez y no estar loco, o si hubo o no hubo tales carneros.Tengo que agradecerte, no obstante,que en tu espiral desmitificadora no nos hicieras beber el cáliz hasta la hez añadiendo que los Reyes son los padres.
De tu estilo, ¿qué más se puede decir? Cuentas las cosas más banales de una manera apasionante. Cuentas las cosas apasionantes trufándolas de observaciones que parecen banales, para darles sorprendentemente más énfasis. Y sabes hasta latín.¡Qué bien escribes! Como decía una mi abuela "es que no se le puede reñir".
Por cierto, ¿tú sabes más por viejo o por diablo.
Jesús Herrero Marcos -
En cuanto a lo de rehabilitación o restauración, o incluso reconstrucción, estoy contigo. Efectivamente, no es lo mismo una cosa que otra, y no lo digo desde el punto de vista de los criterios técnicos, sino desde las propias definiciones de la Real Academia.
Por lo que respecta al pueblo de Almenar que mencionas, me causó una agradable sorpresa porque Sara es de Torrubia, es decir, dos pueblos más allá, a unos 15 kilómetros y lo he recorrido en varias ocasiones. Venden unos embutidos tremendos, que es a lo que yo voy a este pueblo, tanto por afición como por hambre perruna, pero, a pesar de tener alguna referencia más o menos próxima de la historia de las arcas voladoras, nunca he conseguido entrar en la ermita: Cuando iba yo no estaba la señora de las llaves, cuando volvía la señora de las llaves ya no estaba yo, y así en varias ocasiones. Evidentemente la Virgen de la Llana, a cambio, hizo conmigo el milagro de los chorizos y las morcillas de alta calidad y no muy elevado precio, el cual milagro yo siempre le agradezco lo mejor que puedo y a mi manera con una buena parrillada. La próxima vez que vaya haré lo imposible por entrar en la ermita, sacar unas fotos del arca y mandártelas a ti y de paso al Furri para disfrute general (no sin antes comprobar que el arca está vacía, no sea que el cautivo Manuel Martínez, el de Peroniel, se haya dejado a su novia dentro por descuido y luego se le haya olvidado sacarla, lo que sería poco edificante aunque comprensible).
Javier Cirauqui -
Recuerdo que había una arqueta, tipo gótica, que estaba en la sacristía, ya de la Iglesia nueva, que eran las reliquias de Santa Quiteria, matada por perros rabiosos y abogada de la rabia, no se qué día de Junio se celebraba su fiesta y las reliquias eran veneradas y besadas por todos los burladeses y Pamplona y todos sus alrededores. Hoy en día están retirados y no se celebra su fiesta. En ese día, recuerdo, que todos los huesos que encontrábamos por el campo eran los huesos de Santa Quiteria. En tiempos lejanos fuerón donados los restos por un rey o una reina a Burlada,pero algún obispo quiso llevárselas a Pamplona y las cargó en una carreta tirada por bueyes, pero no había manera de que estos subieran la cuesta, y desandaban el camino hasta la puerta de la Iglesia, así que en Burlada se quedaron. Me acuerdo, que mi hermano y yo nos subíamos hasta el armario donde estaba la arqueta y contemplábamos un tubo de cristal, cerrado en sus dos partes por un adorno metálico, en cuyo interior había algo parecido a un corcho y cuando nos cansábmos de mirarlo y tocarlo, mi hermano Roberto me decia: "Ciérralo bien cerrado y que no se entere nadie, además ya puedes ir a confesarte porque has cometido sacrilegio."
En aquellos tiempos de vez en cuando llegaban peregrinos a la casa del cura, puesto que Burlada es camino de Santiago, con su bordón, hábito, calabaza, vieira, con grandes barbas,cargados de mierda y chinches y allí les daban de comer y les dejaban lavarse. Entonces aún no estaba de boom y de auge el Camino de Santiago.
Estoy haciendo Historia y en estos momentos estudio Historia Medieval de España, así que hasta me sirve leerte.
No sé por qué, desde el colegio he leido y releido a Gonzalo de Berceo, conozco San Millán de Yuso, de Suso, Berceo, Cañas y toda la zona.
Gracias, Cicero, por traerme tan gratos recuerdos. Un saludo y hasta pronto. Javier.
Julio Correas -
compruebo, aún con la sonrisa puesta tras leer a Isidro y sus maderas, arcas del moro, vírgenes y exvotos.
Si será bandarra que se acuerda que de aquella me llamaban Julio Tomás.
He de contestar a tu escrito, inconmensurable castellano... antes o después de que cante la gallina.
Un abrazo