LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ
Os dejo un comentario que Luis Carrizo nos hace a esta fotografía del interior del Santuario antiguo que encontré hace unos días no recuerdo dónde.
Quiero ver a Luis, un rubiales muy poseido de su papel de comulgante.
Amigo Luis, leerte es un placer. Gracias.
Feliz día de San José.
LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ
Están apareciendo estos días en los papeles noticias y entrevistas a Julio Llamazares con motivo de la publicación de su última novela Diversas formas de mirar el agua, donde parece ser que el novelista habla de Vegamián, el pueblo que le vio nacer y que yace desde hace ya un porrón de años bajo las aguas del embalse del Porma. Por lo visto, eso de que entierren tu pueblo en agua y que sus huertas y calles, y su iglesia y cementerio desaparezcan para in sécula seculórum, marca mucho y desnorta mucho, e impele mucho a escribir, según se ve, posiblemente por exorcizar tanto fantasma sin enterrar como Dios manda.
El también desaparecido Santuario de la Virgen del Camino, que aquí aparece, quizás merecía otra novela, o una elegía al menos, un treno, un algo…, no lo sé; pero a mi me da mucha pereza reeditar el Libro de las lamentaciones y adentrarme por los trillados y estériles caminos de la añoranza, porque cualquiera tiempo pasado no fue mejor, a pesar de las apariencias, y porque yo me inclino más bien a dejar que los muertos entierren a sus muertos. Ítem más, estos recios muros que aquí podemos contemplar no se rindieron a su gran pesadumbre —lo que siempre les hubiera prestado un cierto halo de romanticismo y su tirón literario—, sino a la administrativa acción de la piqueta de la autoridad competente, aunque yo tengo para mí que fue, en última instancia, la fuerza irrefrenable de la historia la que empujó al obispo Almarcha a firmar el decreto de demolición. No puede encontrársele otra explicación. De una u otra forma, constituye un ejercicio tan inútil como deslucido ponerse a estas alturas a entonar nenias sobre la leche derramada.
Al fin y al cabo, los devotos de la Virgen del Camino salimos mejor parados que los vecinos de Vegamián, pues ellos solo pudieron guardar como recuerdo las llaves de sus casas —según relata Llamazares— mientras que Fr. Francisco Coello de Portugal, más clemente que el ingeniero Juan Benet, constructor del pantano, evitó que el pueblo fiel se desnortara manteniendo el mismo retablo —que apenas se percibe tras las rejas en la fotografía— y en el mismo emplazamiento y punto cardinal.
Pero, a pesar de esas precauciones, la desorientación del pueblo fiel acabaría por llegar e inficionarlo, y no solo a él sino también a sus pastores, porque cuando el viento de la historia empieza a resoplar y a repartir estopa, su acción no se constriñe a los gustos estéticos sino que remueve, cambia y trastoca usos y costumbres. Ideas, no, porque las multitudes ni tienen ni funcionan con ideas (solo con sentimientos —a veces inconfesables— y consignas; por si alguien tenía la curiosidad). Venía comentando que, si el aquilón de HELMA EMPRESA CONSTRUCTORA barrió primero las paredes del santuario antiguo, ventarrones y galernas posteriores acabaron por desollar el rabo llevándose también por delante a los habitantes del nuevo. Los párrocos comenzaron a recibir a horarios fijos, como los dentistas, y a tomar vacaciones con la misma puntualidad que los funcionarios del estado; y los parroquianos, por su parte, dieron en cambiar la comunión diaria por la ducha diaria, al director espiritual por el coach, o por el personal trainer; y el ayuno y la abstinencia por dietas hipocalóricas y menús macrobióticos y vegetarianos.
Así, poco a poco y por sus pasos contados, las distintas réplicas de aquel turbión primero fueron vaciando las iglesias: desertaron los noctámbulos miembros de la Adoración Nocturna y los madrugadores adictos a los Rosarios de la Aurora; tres cuartos de lo mismo sucedió con los adictos a los Primeros Viernes y con la muchedumbre de asiduos a Rosarios, Triduos y Novenas; y algo muy parecido termino de pasar con los incondicionales de tanta festividad y efeméride y hasta con el ejército de beatas y sus inevitables bisbiseos, que, dicho sea con ánimo de ofender, debían de aburrir a dios y a su madre. De esta concreta forma se fue jodiendo la marrana.
Me contaba mi padre, cada vez que se presentaba la ocasión y con la misma satisfacción con que el entrenador del Alcoyano podría narrar aquel partido que le ganó al Real Madrid, que en cierta ocasión entró en nuestra casa el fraile dominico que a la sazón ejercía de párroco (diré el pecado, pero no el pecador). Se daba el caso de que mi padre iba a la iglesia dos o tres veces al año; cuatro, a lo mejor, cuando le parecía oportuno, y el fraile, se conoce que alarmado por tan herética conducta, se sintió en la obligación de llevar al buen redil a aquella oveja descarriada. El dominico —aún recuerdo a mi padre imitando su gesto— apuntaba con el dedo hacia el Santuario mientras afirmaba, bravamente, que el cielo se ganaba “allí” (¡Dios mío, tanto estudiar para esto!). Mi padre, que tenía cuatro hijos, una esposa, y tres trabajos para sacarnos adelante, se complacía en recordar con orgullo que él, dando con los nudillos sobre la mesa de la cocina, replicaba (y jamás dio un paso atrás): “¡aquí, el cielo se gana aquí!”. En casa, quería decir.
Un día de estos, tengo que preguntarle su opinión a Cicero. A mí que me parece que Fr. Coello se inspiró en la fachada de San Pablo, de Valladolid, para enmarcar el viejo retablo en el nuevo santuario, entre esos dos altos muros de piedra que le escoltan…
Luis Carrizo
12 comentarios
Santos S. Santamarta -
Sin embargo al contemplar hoy las fotografías del mismo ver también la mostrada el 8 de febrero- y los comentarios de Luis Carrizo sobre las mismas, no he podido evitar un sentimiento especial, si no de nostalgia personal, pues ni visité ni conocí el templo demolido, sí de empatía con los que lo han añorado, y de condolencia con quienes albergaron y aún albergan ese cierto escozor de la nostalgia. No debe ser fácilmente tragable ni digerible asistir al paisaje desolador de los restos del pueblo donde se ha nacido y vivido emergiendo al tiempo que desciende el nivel de las aguas del pantano que un día lo sepultó. Y no debe ser fácilmente tragable ni digerible anímicamente ver demoler un edificio de culto, donde se han vivido momentos señeros en la biografía de un cristiano, sin tener más causa explicativa del hecho que la promesa de tener otro templo más grande y más moderno.
Yo soy uno de los que también compartiría la tristeza y el disgusto por la acción de la piqueta demoledora si, como fue el caso, algunos prebostes -con poder de decisión y con dinero- insuflados por los vendavales de la modernidad, decidieron arrasar por las bravas un edificio dedicado al culto, que según se aprecia en las fotografías no tenía nada de viejo, o de deteriorado, o de indigno, o de inservible, o de feo, o de indecoroso, sino todo lo contrario.
Quise entender tal vez sea pura apreciación subjetiva- la marejada interior del Luis Carrizo cuando al ver la fotografía del antiguo santuario, reproduce unos versos elegíacos de Núñez de Arce para decir a continuación que a él le encaja perfectamente su título, Tristeza, y añade, escuetamente y como de pasada, que él hizo entre esos pilares y esas bóvedas su primera comunión. Ninguna otra palabra más hace falta para el buen entendedor.
Hijo, como soy, de uno de aquellos habilidosos y esforzados canteros que en tiempos de postguerra extraían y labraban toneladas y toneladas de caliza desde el amanecer hasta la noche para levantar o reconstruir los edificios públicos destruidos -¡maldita guerra!- en aquellos planes gubernamentales de empleo Regiones Devastadas, no podría prever -o tal vez sí- mi reacción ante la demolición gratuita de algunas de estas edificaciones. Sí sé que cada vez que los visito, nace en mí el impulso de acariciar sus esquinas por tratar de sentir, recuperado, el pulso y el tacto de las manos paternas que con rítmicos e interminables golpes de la maza sobre la cabeza de cinceles, uñetas y punteros, perfilaron bordes y aristas hasta que la escuadra dictaminaba milimétricamente la perfección del ángulo recto de los sillares que luego irían recreciendo muros y columnas.
Al contemplar las imágenes aquí mostradas del viejo santuario he vuelto a recordar un hecho al que ya me referí en una ocasión anterior. Algunas de esas piedras, labradas con especial esmero por anónimos canteros fueron luego, un día, descabalgadas por las bravas del lugar que arquitectos y alarifes habían diseñado para ellas; quiero suponer que no con la violencia y ensañamiento iconoclasta de los milicianos del Estado Islámico de la que tenemos reciente recuerdo.
No acierto a recordar el año o curso en que me encontraba. Es el asunto que un día se me requirió la colaboración para realizar -en varios viajes- un curioso y peligroso traslado. Se trataba ni más ni menos que de transportar piedras labradas de considerable tamaño y peso procedentes del viejo santuario a alguna zona de los campos de nuestro colegio. Ya no recuerdo a qué parte ni con qué objetivo. Sí recuerdo que el medio utilizado fue el carro de la granja tirado por aquel poderosísimo mulo y guiado por nuestro recordado, siempre sonriente, granjero. Al llegar al lugar de aquella extraña carga nos encontramos con, todavía, muchas piezas de caliza primorosamente labradas, abandonadas, dispersas, separadas (y no dejaron piedra sobre piedra) y semienterradas algunas. A alguien inevitablemente le podrían sugerir la imagen de los pecios de un naufragio o, peor aún, algunas presentaban una curiosa disposición que bien podían parecer rodeadas como estaban por el verdoso césped en la extensa pradera- el brazo alzado de un náufrago en demanda de auxilio y justicia.
Hoy, después de más de medio siglo, casi me surge un sentimiento de mala conciencia al contemplar las fotografías aquí expuestas y conocer mejor las circunstancias y antecedentes de aquel anti-decente hecho. ¿O no es anti-decente colaborar en la esquilma no de unas piedras, sino de unas piezas del arte de cantería pensadas y trabajadas con primor para su lucimiento en un espacio sagrado de comunicación y comunión con lo divino?
Miguel Ángel Díez Ordóñez -
Luis Carrizo -
Gracias, Emiliano, Pajares, tocayo Luis Heredia, Alcalde, por vuestro reconocimiento. Compensa estrujarse un poco las meninges si sirve para aportar algo al blog, pues también soy de los que miran y participan en contadas ocasiones (me parece lamentable, por ejemplo, que no haya felicitado al furriel por el aniversario del blog y a Jesús Herrero por la originalísima alegoría que creó para señalarlo. Qué buen título "las putas excusas", para una entrada que incidiese en estos temas.
Las verjas... ¿puede habérselas comido el cardenillo, o el hierro no entra en su dieta? Esta es otra pregunta para Cicero, pero ya me estoy poniendo en lo peor, en relación con su paradero.
Isidro Cicero -
La que haces del San Pablo/retablo me parece una intuición genial.No puedo estar más de acuerdo.
Solo te haré un apunte más: Conozco blogs y otros escritos de origen leonés, en los que la añoranza y el lamento por el santuario viejo es una constante. También es todavía una constante el desconcierto que sigue produciendo el santuario 'nuevo', contra el que aún menudean los improperios a día de hoy. Quizá se deba a lo traumático que debió de resultar el proceso de sustitución del uno por el otro a nivel de cultura popular. Yo creo que Cazurland todavía no ha interiorizado la estética, ni la ética ni la mística, ni la poesía escueta que le vino dada de improviso, quizá forzada y hasta impuesta.
JOSÉ MANUEL GARCÍA VALDÉS -
Argüeso si consigues que el muerto resucite tendrás premio.
Yo me autofelicito y felicito a pepes, pepas,peplos, peplas, fthers and grand fathers, en fin, a to dios.
Abrazos
Ramón Pajares Box -
Y volviendo al tema del santuario, ese antiguo que estas fotos recuperadas nos ayudan a conocer: alguien me podría decir qué fue de la verja que separa el presbiterio del resto de la nave. Porque el retablo no se ve en estas fotos viejas, pero la verja sí, y tiene pinta de haber sido un trabajo de forja notable. Espero que no se haya perdido del todo y que aún se encuentre en algún lugar que se pueda visitar.
Miguel Ángel Díez Ordóñez -
Ciuraqui: manzana, mundo manzana...
Urbano: estaba buena la manzana?
Alonso: golden delicious...
Tres entradas así me dejan sin aire, me satisfacen ... y me llevan a un verso grandioso de un compañero de estudios, poeta inadmitido por hoy, que tituló: "Original pecado:
Una boa entre el Tigris y el Éufrates/ceñida infernalmente a un ubicuo manzano".
Siempre la manzana... todo está dicho.
Felicidades a todos los José: a Jose mari, a jose pepe, a jose carlos, a jose juan, a jose Alberto, a Pepín, a Pepín el de.., a josefa la de Pepín, a mª jose la de pepe, a josemari el del ... y a los que merecéis ser felicitados también, a todos, por supuesto.
Emiliano Luengo Becerril -
me dan ganas de felicitar hasta los que no se llamen así .
Mira que no felicitar a mi compañero de brisca, imperdonable.
Antonio Argüeso -
Pero bueno, ya que entro, voy a aprovechar. Parece ser que últimamente con el blog pasa como cuando hacíamos la bolera ¿os acordáis?, la que tenía bancos con respaldo de tapines traídos casi de Trobajo en recias carretillas: trabajábamos dos, a lo sumo tres y nos miraba multitud. Así va con el blog. Por ejemplo, solo 14 entradas (y dos de Cirauqui) para celebrar el precioso y evocador logotipo de los ocho años . Pero admirarlo . centenas, seguro.
Y ya, el no va más. Son las 17:11 y nadie, absolutamente nadie ha felicitado a los Josés, Josefas, Pepas y Pepes. ¡Imperdonable! Así pues para absolverme de también tanta ausencia, felicito a todos los Josés, Josefas, Pepas y Pepes.
Y ya de puesto, felicito al José Manuel García no recuerdo bien qué más, vecino de un pueblín perdido en/por las montañas asturcántabras (mejor cántabrasastur, pero suena peor) por dos cosas: primero porque se llama José y segundo, porque hace como quien dice unas horas se acercó oficialmente aún más a los setenta; cuidado amigo Pitu, que como no pongas remedio caes en ellos en un santiamén.
José Luis Alcalde Revilla -
Emiliano Luengo Becerril -
Haces comentarios sobre tu padre que yo comprendo pues mi padre no veia la iglesia ni de lejos pues como ancdota te diré que cuando pasaba Franco por Valladolid dormia en los calabozos hasta que desaparecia el "caudillo" de la zona. !Que tiempos!
Luis Heredia -