Blogia
Antiguos alumnos dominicos VIRGEN DEL CAMINO - LEON

O VOS OMNES

Una grabación de la Escolanía de los Dominicos del Colegio de la Virgen del Camino,, León (España) realizada en el año 1963.
Las imágenes corresponden a la Basílica de San Isidoro de LEON (España).

4 comentarios

Luis Heredia -

Despuès de 54 años se me siguen poniendo los pelos de punta escuchando estas grabaciones con los escaso medios tècnicos de los que se disponían. Suena a música celestial.

José García Gómez -

DESPUÉS DE TANTO TIEMPO

Después de tantos siglos todavía
se escucha el gotear del desconsuelo
de aquel viernes de abril y de desvelo
en las sombras que deja al irse el día.

Se extingue bajo el sol la lejanía
la tarde es como un místico revuelo
de sombras que en la brisa envía el cielo
queriendo acompañarte en tu agonía.

No te puedo ofrecer mi vida, es tuya,
Tú la das y la quitas de igual suerte
se esconda el pobre ser, proteste o huya.

Pero puedo ofrecerte, oh Dios, mi muerte
-cada ser sí que es dueño de la suya-
toda a cambio, Señor, de no perderte.

Autor:José Manuel Feito
Cura de Miranda-Avilés
Libro: "JESÚS DEL ATARDECER".

Javier Muñiz -

Muchas gracias, Furriel.
el ministro

Baldo -

EL "DOLORISMO" TAN ARRAIGADO EN NUESTRAS PROCESIONES DE SEMANA SANTA
(Reflexión para creyentes)

Existe una continuidad entre la vida de Jesús y su muerte, y por esta continuidad la importancia salvadora de Jesús alcanza su clímax en la crucifixión. Pero de ningún modo nos podemos fijar en ella de un modo aislado del resto de la vida y de la resurrección. Es un grandísimo error cristiano separar esas tres etapas de la vida de Jesús, como muy frecuente se hace. Sólo en conjunto y en mutua relación e implicación tienen sentido cada una de ellas. En las procesiones de Semana Santa, por ejemplo, se dedica a la crucifixión más de un 80% de atención, mientras que la resurrección no recibe ni el 10%. No digamos ya de la vida de Jesús en Galilea, que está totalmente ausente.

1. EL CRUCIFICADO

1.1. La cruz no está planteada por Dios como una parte esencial de la redención, en cuanto que fueron los hombres, y no Dios, quienes eligieron libremente crucificar a Jesús

La cruz no es un signo de honor, sino una maldición, dice Pablo (Gál 3. 13), un escándalo y un ultraje. La muerte de Jesús es una ejecución vergonzosa que no guardaba la menor proporción con el itinerario real de la vida de Jesús –al contrario: lo contradecía flagrantemente–. El crucificado en sí mismo es un fracaso. Dios nos salvó, no por la crucifixión de Jesús, sino a pesar de dicha crucifixión. Sólo porque existe una unidad entre la muerte histórica de Jesús en la cruz y su exaltación junto al «Padre de todos», sólo por eso podemos hablar de la muerte salvadora. El sufrimiento y la muerte continúan de este modo siendo absurdos y no es posible, tampoco en el caso de Jesús, darles un sentido místico y de resignación. Porque el sufrimiento no tiene la última palabra, pues el Dios liberador estaba absolutamente con Jesús en la cruz, como lo había estado durante toda la vida de Jesús. Y lo resucitó.

1.2. El crucificado es un ejemplo de extrema fidelidad al plan del Padre

Ni Jesús ni el Padre quisieron la muerte del inocente Jesús en la ignominia de la cruz. El dar la propia vida por los demás es, en efecto, el mayor signo de amor y de amistad, pero sólo cuando cualquier otra solución queda excluida como imposible. Es decir, que Jesús hubiera demostrado su amor aunque hubiera muerto de forma natural. Jesús siguió el plan de amor de Dios a los seres humanos, sobre todo a los más necesitados, no por la muerte en la cruz, sino a pesar de la muerte en la cruz. Dios, para quien según el Levítico los sacrificios humanos son una abominación (Lev 18, 21–30; 20, 1–5), no fue quien llevó a Jesús a la cruz. Lo hicieron los seres humanos. Aunque Dios siempre aparece con poder, el poder divino no utiliza la fuerza ni siquiera en contra de los hombres que crucifican al Cristo de Dios. Los que tienen esperanza al modo de Jesús, el reino de Dios viene de improviso, a pesar del mal uso humano del poder y del rechazo humano del reino de Dios.


1.3. La vivencia y exaltación de la cruz y del sufrimiento por sí mismos hace que el símbolo de la cruz se convierta en legitimación de abusos sociales, aunque no se tenga conciencia de ello.

El sanedrín judío no encontró motivos jurídicos suficientes para condenar a muerte a Jesús y no pudo llegar a un acuerdo unánime al respecto (pese a las probables presiones, sobre todo por parte de los saduceos y los herodianos). Sin embargo, se tomó por mayoría la decisión de entregar por «motivos de colaboracionismo políticos», a un compatriota, Jesús de Nazaret, a los romanos, tan odiados por la mayoría de los sanedritas.

Una visión de la cruz en la que se olvide o no se dé la debida importancia a la culpabilidad de los actores políticos que decretaron y realizaron la crucifixión, anularía de raíz el impulso de liberación que alienta a muchos movimientos, porque, centrándose exclusiva o principalmente en la cruz, no tendría sentido la protesta frente a cualquier orden político y social que condena a los inocentes, sino que llevaría a la conformidad con la calamidad, con el fracaso y con el sufrimiento injustos, porque se acepta hasta con alegría llevar cada uno su cruz a imitación del Maestro. Si la pasión y la muerte de Jesús son separadas de las causas históricas que las motivaron –los romanos y los judíos colaboracionistas que lo sentenciaron y ejecutaron–, el «puro hecho de sufrir» como Jesús, lejos de ser una fuerza crítica, un servicio de amor, expresa actitudes reaccionarias nada cristianas.

1.4. La cruz es una denuncia contra todos los crucificadores de inocentes que ha habido en el tiempo pasado, presente y futuro.

Niños inocentes que siguen muriendo a diario asesinados. También hombres, mujeres, ancianos son asesina¬dos inicuamente por regímenes dóciles a las grandes finanzas, o mueren en "daños colaterales" o fallecen a causa del hambre perfectamente superable. Son los "santos inocentes" de hoy, en acertada expresión de Jon Sobrino. Y también son crucificados aquellos asesinados que trabajan y luchan por la justicia, por la defensa de los oprimidos. La cruz en este caso es una denuncia contra los crucificadores.

1.5. La cruz de un inocente, Jesús, es un impulso a levantarse contra los crucificadores

La cruz, pues, no es el símbolo de la resignación y de la fatalidad. Es ciertamente el castigo que amenaza a quién aspira a transformar la historia de la violencia y de la opresión, y en ese sentido la cruz pone de manifiesto el poder de la injusticia. Pero al mismo tiempo, la cruz es un signo provocador, porque incita a los pobres a alzarse contra la opresión. La cruz es el símbolo de la lucha hasta la muerte contra la alienación de nuestra historia de sufrimientos, la consecuencia del mensaje de un Dios volcado hacia la humanidad. Esto tan evidente en el Nuevo Testamento no ha solido serlo sin embargo en la conciencia de los cristianos. Y, consecuentemente, tampoco lo ha sido poner la muerte de Jesús en relación con la realidad crucificada de las víctimas de la historia. Sobre ambas cosas se cierne una ceguera, que es, en parte, culpable. Es en lo que debemos abrir los ojos los cristianos y comprometernos y levantarnos contra los crucificadores, "hasta la muerte", si es preciso.

2. LA VIDA DE JESÚS

La muerte de Jesús no puede considerarse aislada del contexto de su vida, de su mensaje y de su estilo de vida; de otro modo convertiríamos en un mito el significado redentor de su muerte.

Es precisamente al dejar de lado el mensaje de Jesús y la forma de vida que le llevó a su muerte cuando ocultamos el significado salvador de su vida. La muerte de Jesús es la expresión histórica del carácter incondicional de su proclamación y estilo de vida, para el que palidecen las consecuencias fatales para su vida –su pasión y muerte– por seguir el plan del Padre. La muerte de Jesús fue un sufrir como consecuencia de una práctica de vida que implicaba el hacer el bien y oponerse al mal y al sufrimiento.

3. LA RESURRECCIÓN DE JESÚS

El evangelio de la resurrección, proclamado en Jerusalén, sobre todo en el santo sepulcro, tenía que aparecer como fe en la rehabilitación divina del Nazareno crucificado

La respuesta humana de la vida de Cristo a la iniciativa de misión del Padre: «Se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (20). La respuesta divina a la humillación obediente de la vida de Jesús. «Por esto Dios (es decir, el Padre) lo ha glorificado y le ha dado un nombre que está por encima de todo nombre» (21), es decir, una fuerza superior a todas las fuerzas; Jesús se ha convertido en el Señor, el Kyrios, es decir, en Aquél que tiene poder, dominio, «Dios lo ha constituido como Kyrios» (22).

En la resurrección, Dios autentifica la persona, el mensaje y la vida entera de Jesús. Pone sobre ellos su sello y se pronuncia contra lo que los hombres han hecho a Jesús. Nadie negará que en la predicación del cristianismo neotestamentario, vida, cruz y resurrección constituyen una unidad compacta, y que a pesar de ello, o precisamente por eso, Pablo, por ejemplo, habla en ocasiones exclusivamente de la muerte salvífica de Jesús, sin mencionar la resurrección, y en otros pasajes parece ver la salvación sólo en la resurrección, sin mencionar la muerte (por ejemplo, compárese 1 Cor 1,17–2,5 con 1 Cor 15,12–18 y, en las cartas deuteropaulinas, Ef 1,17, 2,10 con Ef 2,11–22), porque se daba supuesto que esta tríada de vida, muerte y resurrección era inseparable.

La experiencia fundamental de los primeros discípulos tras el viernes santo fue: no, el mal, la cruz, no pueden tener la última palabra; el camino que ha recorrido la vida de Jesús es el correcto, y es la última palabra, rubricada en su resurrección.


4. LOS CRISTIANOS ESTAMOS OBLIGADOS A SER RESUCITANTES

A Jesús resucitado se le confiesa en la práctica allí donde el bien triunfa y el sufrimiento y la injusticia pierden.

Cuando la vida es entrega por amor a los otros y a lo que en los otros hay de desvalido, pobre, indefenso, producto de la injusticia, en ese caso se da un parecido entre esa vida y su muerte, y la vida y la muerte de Jesús. Entonces, y desde un punto de vista cristiano sólo entonces, se puede participar también en la espe¬ranza de la resurrección. En suma, la comunidad en la vida de Jesús –bajando de la cruz a las víctimas (pobres, viudas, enfermos, inmigrantes, etc.)– es lo que da esperanza de que se realice también en nosotros lo que se hizo en Jesús. Así lo que proclama el obispo Pedro Casaldáliga: "Porque resucitaré, debo ir resuci¬tando y provocando resurrección... A cada acto de fe en la resurrec¬ción debo responder con un acto de justicia, de servicio, de solidari¬dad, de amor". Es plenitud resucitar a las víctimas, y es triunfo la superación del egoísmo, y de los riesgos y del miedo que conlleva.