EL POZÍN
En un lateral del Santuario, al lado de la casa de las Novenas, se encontraba el pozo de los Peregrinos, también conocido como "el pozín", justo al lado de la carretera general, donde era habitual ver a la gente del pueblo sacarse fotos.
Era el lugar acordado antiguamente donde se hacían cargo de la imagen de la Virgen los Ayuntamientos del Votoc uando bajaba a León.
El brocal de este pozo se encuentra actualmente en el edificio de los Dominicos.
También enfrente del Santuario estaban la casa del cura y del organista.
3 comentarios
AMADOR ROBLES TASCÓN -
buenas fiestas a todos!
BALDO -
1. El agua
El agua es susceptible de ser valorada desde muchas perspectivas: tantas como dimensiones vitales del ser humano a las que contribuye a desarrollar. Y así, es un bien necesario para nuestro organismo (para lo que, seguramente, estaba destinado ese pocín: para saciar la sed de las sedientas y sudorosas anovenarias y anovenarios), para la limpieza y el refresco de nuestro cuerpo, para jugar y divertirse con ella (en la playa, en la nieve o en otros juegos), como bien económico, como objeto de estudio en sus múltiples facetas, como motivo de celebraciones sociales, como objeto de distribución justa, como belleza que nos deleita en sus múltiples manifestaciones, etc. Pero también el agua es un contravalor: cuando deteriora o destruye alguna de las dimensiones vitales humanas. Pensemos, por ejemplo, en diluvios, tsunamis, ríos y mares en los que se ahogan personas; en aguas que queman, estropean o destruyen nuestros vestidos o casas; en lo cara que nos resulta su adquisición; en lo mal repartida que está; en los enfrentamientos que se producen por su causa; en aguas hediondas, irritantes y feas. Pues bien ¿admite el agua también una valoración teológica cristiana? Por supuesto que sí. La pila bautismal, la pila del agua bendita, los asperges con el hisopo, etc. son símbolos (sacramentos) religiosos. Pero me voy a fijar en el brocal del pozo de Jacob, donde se encontraron Jesús y la samaritana (oí a las viejas de mi pueblo que, al referirse a una mujer de costumbres algo licenciosas, la calificaban con la expresión ¡menuda samaritana está hecha!).
El pueblo israelita estaba dividido desde hacía siglos en dos reinos: el del norte (Israel), cuya capital era Samaría, y el del sur (Judá), con la capital en Jerusalén. Entre estos dos reinos israelitas se sucedieron enfrentamientos políticos y religiosos de gran calado. Los judíos tenían por cismáticos y hasta por herejes a los samaritanos. Estos, por el contrario, se consideraban los auténticos adoradores de Yahvé.
Como vemos, tal enfrentamiento se trasluce en el relato. Así, cuando Jesús habla a la samaritana poniéndose en un plano de igualdad con ella, la mujer responde mostrando su sorpresa: ¿cómo se atreve un judío a pasar por encima de las prohibiciones sociales y rituales que lo separan de los samaritanos, y mucho más tratándose de una mujer? La pregunta de la samaritana plantea ante todo la situación de ruptura entre las dos etnias; el narrador evangélico insiste en ello con la explicación que ofrece: «los judíos no mantienen relaciones (no se sirven de objetos en común) con los samarita¬nos». En ambos casos, este paréntesis joánico subraya, como decimos, la separación de las dos comunidades, hecho importante en el relato al que nos estamos refiriendo. Sin embargo, con su réplica inmediata a la demanda de Jesús, la mujer demuestra que supera la oposición étnica y que no rechaza el diálogo. Incluso sitúa el inter¬cambio en el plano de la relación de persona a persona: «¿Tú a mí...?».
La actitud de Jesús ante la división y conflicto no es evadirse. El evangelio señala que Jesús tenía que pasar por Samaría. El verbo «tenía que» (édei) se refiere en Juan no a un motivo cualquiera, sino a uno de orden teologal. Si Jesús atraviesa Samaría, es que lo exige su misión según el designio de Dios. ¿Por qué? El paso desde Judea a través de Samaría hace pensar en la profecía de Isaías, según la cual los dos reinos separados (Israel y Judá) se reconciliarían algún día. Así pues, parece como si, al pasar por Samaría para dirigirse a Galilea, Jesús quisiera reconciliar simbólicamente a los dos pueblos, a los hermanos divididos desde los comienzos de la monarquía.
La escena se sucede en torno a un pozo. Éste va a desempeñar una función simbólica importante en todo el relato. En efecto, al situar el diálogo cerca de un pozo, el de Jacob, el evangelista no puede dejar de tener presente toda la literatura bíblica patriarcal sobre el asunto. En un país en que escasea el agua, los pozos son lugares privilegiados de encuentro, de conflicto y de reconciliación.
2. La sed
Al pedirle a la samaritana que le dé de beber, Jesús manifiesta que tiene sed, como una persona cualquiera, cuya primera preocupación es asegurarse la vida. No hay que dejar a un lado esta intención. Pero tampoco hay que quedarse sslo en ella, porque hay un mensaje contundente y claro en Jn 7, 3739: 37 El último día de la fiesta, el día grande, Jesús estaba de pie y exclamaba diciendo: «Sí alguien tiene sed, ¡que venga a mí y beba! 38 El que cree en mí, como dice la Escritura, 'de su seno brotarán ríos de agua viva'».
Jesús no da a la mujer samaritana ninguna explicación de por qué un judío pide a una samaritana agua para beber, porque, enlazando con lo que la mujer le dice, va a llevar el diálogo a otro terreno. Es verdad que la mujer viene a sacar agua; pero para el evangelista su visita al pozo de su padre Jacob simboliza que los samaritanos tienen sed de algo más que de agua. Hay una esperanza más profunda que la de saciar la sed del cuerpo, como manifiestan sus referencias al lugar del culto y al Mesías «que nos lo enseñará todo». Jesús, a lo largo del diálogo, la conduce a expresar esta búsqueda. De lo que en lo profundo la samaritana tiene sed es de la que Jesús llama agua viva, y que solamente él puede dársela. A partir de este momento y hasta el v. 16, el diálogo está construido sobre el simbolismo del agua viva.
Al escuchar la promesa que Jesús ha pronunciado con una autoridad soberana, la samaritana pasa de la extrañeza al deseo. La inversión de papeles respecto a la situación inicial culmina en este momento: Jesús ha suscitado en la samaritana una espera que la orienta hacia él como hacia el único que es capaz de escucharla.
3. Conclusiones
A vuela pluma, se me ocurren dos conclusiones de este rápido e incompleto comentario al relato del encuentro de la samaritana con el judío Jesús de Nazaret. Primera, que coloquen el brocal del pozo, que decís que está en el edificio de los dominicos, en el atrio de entrada al Santuario (Basílica) y que, previa explicación por Isidro del ambienterelato artístico creado por dos gigantes catalanes (Subirach y RafolsCasamada), se sienten en el brocal Pedro Sánchez y Oriol Junqueras (para el que, dada su propia confesión de ser un católico de comunión diaria, no le resultaría extraño esta frase de Jesús en el brocal: El que cree en mí, como dice la Escritura, 'de su seno brotarán ríos de agua viva'). Seguro que sería un provechoso lugar de encuentro. Segunda, que como Jesús trató a la samaritana en un plano de igualdad, los obisperinos (Carrizo dixit), archimandritas y clerigalla en general dejen de andar buscando textos neotestamentarios en los que fundamentar la igualdad incluso la superioridad de funciones de las mujeres en la Iglesia. Estos diálogos que dice el evangelista Juan que tuvieron lugar en el brocal del pozo de Jacob entre Jesús y la samaritana son bien claros y explícitos.
Isidro Cicero -