EN LA ESCUELA MAYOR
Creo que esta foto de la capilla de la Escuela Mayor no la tenemos en nuestros álbumes.
Otra para el museo.
Creo que esta foto de la capilla de la Escuela Mayor no la tenemos en nuestros álbumes.
Otra para el museo.
7 comentarios
Vibot -
Isidro Cicero -
Luis Heredia -
Nada más pisar nuestra Capilla de la Escuela Mayor, me di cuenta que me encontraba en otro mundo. Era mi mundo y se convirtió en mi Capilla. Tenía una Capilla en mi propia casa y además música y coro de querubines propio. Encajaba todo como si aquello formara una sola pieza. Ese organito eléctrico era la pieza clave que maridaba con el imponente mosaico cuando los dedos de los que yo consideré siempre como virtuosos lo tocábais. Siempre me dejè llevar por vuestra música como si estuviera sobre una suave ola. Desatendía el oficio religioso por atender la música. Mi Capilla me sirvió para pelearme en solitario muchas veces conmigo mismo meditando si realmente estaba en el lugar que me correspondía y debía seguir adelante.
No gozaba ni gozo de rizos para que alguien se fijara en mi pero sí muchas veces torcí mi cabeza para admirar a Vibot y a los que le precedieron. Y aún les sigo admirando, incluso màs, por los años vividos y nunca olvidados.
Vibot -
A pesar de este inconveniente, como otros muchos en los distintos pianos del colegio -no había uno bueno-, yo pasé muchas horas tocando en aquella capilla, escapándome a veces de las ligas y los otros recreos, sumergiéndome en aquellos gastados cuadernos de partituras: las Harmonies paroissiales del abad Délepine, las Horas místicas de Léon Boëllmann y, sobre todo, las partituras corales de D. Joaquín y los Cantos íntimos de Eduardo Torres, cuyas harmonías impresionistas con sus aterciopeladas disonancias me fascinaban. Ya lo evoqué apasionadamente en los primeros años de este blog.
Harmonías. Misticismo. Intimidad. ¡Qué conceptos tan nosotros aquellos años! Misteriosas harmonías en las músicas con que nos despertaban que adormecían nuestra melancolía y desvalimiento lejos de nuestras familias. Misticismo ilusorio para escapar en vano de todo lo que no comprendíamos a penas. Intimidad en mi caso masacrada por aquel impuesto silencio sobre los sentimientos, tan alevosamente prohibidos, aquella culpa injusta, desmedida, irreparable.
Es mi eterna canción, diréis, pero allí estaba él, sólo unos bancos más adelante, de rodillas con la cara sumida entre las manos en la acción de gracias y yo sólo veía su cabeza, sus rubios rizos querubínicos, su inefable sonrisa siempre en mi alma que me hacía llorar en las camarillas noche tras noche amargas sin salida, aquel muchacho que nunca supo que le quise tanto, ni aún hoy. Ni aún hoy después de tantas confidencias.
¡Wordsworth! Qué perfecto apellido para un escritor: el valor de las palabras el digno de la palabra. Qué importa que aquella sublime belleza y que el esplendor en la hierba y la gloria en las flores -¡ay, sólo imaginados, impunemente cercenados!- subsistan siempre en el recuerdo si nada podrá devolvernos aquel amor, aquella teofanía
Habláis, queridos amigos, de nombres con dos oes. No deberíais olvidar a Antinoo, el amado de Hadriano, el bello joven que se suicidó por amor al emperador, para protegerlo de los adversos oráculos y tras cuya muerte en el Nilo, éste se hundió en ingente tristeza y mas tarde ordenó construir en su honor la ciudad conmemorativa de Antinópolis, elevó a su amado perdido a la categoría de dios y llenó de estatuas suyas el imperio romano donde se perpetúa hasta hoy su maravillosa y melancólica sonrisa, como ese busto suyo en delicado mármol susurrante que se conserva en el Museo del Prado Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, es una conmovedora, penetrante, inolvidable recreación de este histórico amor correspondido.
En aquellas larguísimas comuniones matinales diarias de esa inmortal capilla, mientras tocaba para vosotros aquellas melodías y harmonías, como antes lo hicieron Tejo, Olóriz, Seque, Rueda y después Manuel Esteban, Víctor Pablo, tantos otros cuántos sueños de amor, cuánta vida prohibida, cercenada. Sigo oyendo ese órgano ya desaparecido y sus quejas de amor, como el agua del río heraclitano donde ya nunca más nos bañaremos.
Olóriz -
Luis Carrizo -
Te lo digo por lo del consecuente, que yo encuentro asaz lenitivo dentro de todo.
Por lo demás, me encanta tu faceta de despistado (siempre me gustó), que aún conservas y por muchos años y yo que los vea, que nacimos casi el mismo día del mismo mes del mismo año, y que te lleva hasta transcribir indebidamente tu apellido. Pero hasta en el error aciertas, al menos para mi gusto, pues me perezco por los nombres que llevan dos oes: Alcinoo, Laocoonte... Se me ocurre otro más reciente, que no cito por no abrir heridas aún frescas. Cicero, al que envío un gran abrazo, sabe a qué me refiero.
Oloóriz -