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Antiguos alumnos dominicos VIRGEN DEL CAMINO - LEON

MI NIETA, MI PERRO Y YO (Por Eugenio González Núñez)

Hace unos días me levanté un tanto aturdido y de mal talante, pensando que era un niño. Y en verdad que no andaba muy descaminado. Fui a poner la ropa, y al vestirme los pantalones, a punto estuve de caerme porque los dos pies los metí por la misma pernera. No encontré, a la hora de desayunar, la taza del desayuno, y después de tomarlo en un plato, en vez de llevarlo al lavaplatos, lo dejé directamente en el armario. ¡Qué mañana aquella! Por la tarde, mi esposa me llevó a la farmacia para comprar unos reconstituyentes.

Ya de noche, no acababa de sentarme en el sofá, cuando me quedé dormido como un tronco. Tuvo Jane que zarandearme y llevarme a la cama. Vi que, hasta la mirada de mi perro Alfred fue de sincera compasión y verdadera empatía, porque también él tiene doce años, y me había notado ya algo torpe como él. Al día siguiente, me levanté más despejado, pero incapaz de recordar el nombre de mi nieta. ¡Nos ronda el alzhéimer!, pronosticó mi esposa muy preocupada. ¡Profesor, de eso, nada, no se aflija, son los años!, dijo el doctor, dos semanas después y, tras muchos análisis. Y en verdad que me quedé más tranquilo, porque pensé, aquéllos, solo fueron pequeños descuidos o dislates sin mayor importancia.

Yo supongo que, años arriba, años abajo, los síntomas son muy similares en todos los humanos. Momentáneamente olvidamos hasta los nombres de las personas queridas, lugares que por décadas nos fueron muy familiares, dejamos algo en un lugar y al momento no sabemos dónde lo dejamos, nos dan una noticia y a la mañana siguiente no podemos recordarla; nos sentimos más torpes al andar, al comer, al asearnos e ir al baño, al vestirnos y calzarnos, al conducir — si es que la sociedad, incluidos los hijos —, nos lo permiten.

Total, que, lentamente, a los ojos de la familia y de la sociedad, nos vamos convirtiendo en viejos baúles listos a ser aparcados en el oscuro desván de los recuerdos. ¡Yo no estoy dispuesto a ello, ni quiero que nadie, en mi lugar, lo esté! Que somos como niños, bien que lo sabemos, pero también pedimos que, así como no se aparca a los niños porque no lo sepan todo, ninguna razón hay para aparcarnos a nosotros porque olvidemos.

Y la verdad es que no creo que haya muchos milagros para curar estas deficiencias propias de la edad. Mi nieta ha sido mi referente en estos últimos años. La persona más cercana a mí que he visto nacer, aprender a mamar y a andar, a hablar y a comunicarse, a comer, a asearse, ir al baño y vestirse sola, a leer y a escribir, a manejar el móvil, a cantar y a nadar, y sobre todo a aceptar que ignora muchas cosas que, poco a poco, tendrá que ir aprendiendo. Ella, de momento, es mi mejor mentora y maestra, mi mejor receta para seguir viviendo sin sobresaltos ni angustias, haciéndolo todo más despacio, porque ahora nada corre prisa, y hacer las cosas con paciencia y serenidad, es mi mejor secreto, antídoto y bálsamo contra el inexorable y achacoso paso de los años.

En el país donde vivo, queda prohibido, a la hora de buscar un empleo, preguntarle al solicitante su edad. En este país, en el que —a todos los niveles—, se necesita tanta mano de ‘obra’, yo sigo impartiendo clases, de acuerdo a mis posibilidades; y si antes enseñaba dieciséis horas o más a la semana, ahora solo enseño seis. Este trabajo me permite ser productivo, estar en contacto con la universidad y el entusiasmo de mis estudiantes, seguir viajando, leyendo y escribiendo, en una palabra, manteniéndome en forma, de acuerdo a mis posibilidades de hoy.

Reivindico para mí y para mis coetáneos el mismo derecho que se les concede a las personas menos capacitadas para una cierta actividad, porque a la hora de la verdad todos somos —si ustedes me perdonan, y mirándolo bien—, un poco discapacitados por carecer de ciertas habilidades que otros tienen. Por ejemplo, yo soy discapacitado para la música, y no por ello, aunque lo lamento, me he pasado llorando la vida entera.

No dejes que te apuren —ni con gestos ni con palabras—, vete a tu ritmo, disfruta tu tiempo, tus pequeños quehaceres, tus éxitos del pasado, pero a la vez proponte nuevas, aunque sean pequeñas, metas para el futuro. Camina, si te gusta caminar; lee o escribe si te gustan los libros; cultiva tu jardín o tu huerta si la tienes; amígate con lo que ahora llaman una mascota, un perrito, y cuando estés solo, háblale, que los perros entienden muy bien, mejor que muchos académicos, el lenguaje de la soledad humana. Siempre, cuando detrás de muchas puertas solo estén las malas caras, tu perro amigo, saltarín y sonriente, estará esperándote cuando abras. Nunca te metas las manos en los bolsillos, antesala de la derrota, y te quedes como lelo viendo que el mundo corre y corre, sin llevarte consigo; tú, vete a tu ritmo y no pares a escuchar lamentos de tiempos mejores ni desdichas de enfermedades sin fin. Hasta el último día, hasta el último aliento, no dejes que la flojera del cuerpo sea superior al brío de tu espíritu, ni te rindas a aceptarlo.

Llegando a este país a las cincuenta y cinco —ya con pretensiones de jubilación en España—, volví a sentarme como pipiolo para aprender inglés, del que no tenía ni pajolera idea. De poco me valió lo mucho que yo creía traer conmigo ‘bajo el brazo’ - aunque aquello por decenios hubiera sido mi ideal -, porque tuve que empezar de nuevo, aceptando con humildad que otros me enseñaran, me corrigieran y me dijeran cómo tenía que hablar y enseñar, qué tenía que comer y cómo debía vivir.

Jubilarse no es dejar de hacer cosas; simplemente es, dejar de hacerlas como las hicimos siempre, es decir, de diferentes maneras a como las hicimos antes. Jubilarse es completar una etapa de aprendizaje productivo, para pasar a otra no menos productiva en valores cívicos, de menos altanería y mayor sencillez; morales, que preconicen sentimientos de verdad, justicia, respeto y libertad; afectivos, amándolo todo quizás con menos pasión, pero con más ternura, cercanía y cordialidad. A mi edad no se vive para impresionar, ni para molestar a nadie, sino para promocionar la felicidad a todos.

Por todo ello, me niego a envejecer, si eso significa no hacer nada, si alguien pretende aparcarme como a trasto viejo o me recibe con las mal llamadas miradas compasivas. El ciclo de la vida, si tenemos la dicha de llegar a la ancianidad, es todo un círculo vital que nos lleva a la niñez; es como una pescadilla que se muerde la cola, nunca como un estado calamitoso que los demás tienen el deber de evitar o disculpar, «¡pobre abuelo, no le tomes en serio, porque…!», porque eso es edadismo, y de eso hablaré otro día.

DIARIO DE LEÓN 14 DE AGOSTO DE 2020

 

 

 

 

10 comentarios

Vibot -

Eugenio, me has hecho llorar de esperanza. Y todos los demás también. Unas lágrimas muy dulces y alegres de tener unos compañeros como vosotros, con los que cada día entonces, antes de la primera clase de la mañana recé aquella emocionante oración:

Creador inefable...
...dígnate infundir sobre las tinieblas de mi entendimiento un rayo de tu claridad...

Eugenio Gonález Núñez -

Nada de frivolidad, Juan, son asociaciones gratuitas que tenemos. Por ejemplo, nunca olvidaré la película que en aquel cine de fantasía de nuestra querida Virgen del Camino, nos proyectaron la película mexicana "Mi caballo, ni niño y yo". ¿La recuerdan, compadritos?
Viejos y calvos somos -algunos-, pero en recuerdos somos millonarios.
Abrazos. amigos

Juan A. Iturriaga -

Perdonarme la frivolidad, pero al leer el título de la entrada, me ha venido a la cabeza la canción de la película Rio Bravo “mi rifle mi caballo y yo”

https://youtu.be/UGGIFfp9gs0

Un saludo

Ramón Hernández Martín -

Mientras la cabeza furrule, no habrá viejera que se atreva. A la vista están los siete magníficos que preceden. Enhora buena a todos ellos por su decir y a todos los que esto leyeren por su asentir. Yo me quedo con el asombroso asombro que me asombra, que no es poco.

Jose Manuel García Valdés -

Mala la hubisteis, abuelos, en esta esta entrada de lamentables.
Hemos entrado en esa fase en que el sol apunta al ocaso y las sombras empiezan a oscurecer el día. No podemos dejarnos cegar, hay gafas de visión nocturna y eso es lo que aprecio en los escritos anteriores. Dentro del lamento veo esperanza, luz y mucha ternura al hablar de esos nietinos que, por un lado, nos ponen frente a la realidad de la mayoría de edad pero, por otra, nos dan carretadas de alegría.
Sois, todos, unos fenómenos expresando sentimientos. Os temblará el pulso para utilizar la tablet pero no para utilizar la pluma. En Piñera les tiembla el pulso, y mucho, para utilizar la "fesoria" para desbrozar los caminos.
Si no tienes un nieto adóptalo, te hará reír, te volverá a la infancia tal como dice Ugenio, con E.
Ahorrad y soltad la mosca con lis nietinos.
Un abrazo

BALDO -

¡Qué profundas reflexiones y cuán bello es vuestro decir! Gracias hermanos Eugenio, Santinos (que entrasteis en mi vida el 6 de octubre de 1958) y José Luis.

José Luis Suárez Sánchez -

Y llegan mis nietos, Rodrigo y Pablo, a celebrar el "reúma" de mis ochenta tacos, y me "espetan":

Abuelito, ¡que eres viejo!
Ya se nota en tu mirada,
en los párpados caídos,
en la niebla de tus canas,
en el andar perezoso,
en el comer con desgana.
Abuelito, ¡que eres viejo!
Se abren surcos en tu cara,
ya balancean tus pasos,
ya no hilas las palabras,
ya enmudecen los consejos
que brotaban de tu alma.
Abuelito,¡que eres viejo!
Ya no puedes conducir,
ni debes coger la azada
para plantar cebollín;
disfruta de lo vivido,
descansa y sé feliz...

Qu no, ¡que yo no soy viejo!
Todavía puedo ver
las estrellas en tu alma;
puedo mirarte a los ojos
y leer en tu mirada,
y comprender los caprichos
de tu despeinada infancia.
Que no, ¡que yo no soy viejo!
Todavía puedo ver
las montañas a lo lejos,
y, contigo de la mano,
descubrir caminos nuevos.
Que no, ¡que yo no soy viejo!
Navegan en mis recuerdos
el tañer de las campanas,
sigo sentado en las piedras
moldeadas por el agua,
sigo palpando la niebla
que se abraza a las montañas;
pertenezco a la memoria
que sigue viva en el alma
y conserva los recuerdos
en el arca de mi infancia.
Que no, ¡que yo no soy viejo!
No se encama la esperanza
de seguir sorbiendo vida
y marcando las pisadas
que te indican el sendero
que tu estrenas todavía,
de guijarros y de asfalto,
de penas y de alegrías;
la luz sobre las montañas
te sirve de norte y guía;
las caricias e mis manos
se posan en tus mejillas
acariciando tus sueños
y velando tus vigilias...

Abuelito, ¡¡que eres viejo!!
Que no sabes ya de móviles,
de mails y de ordenador,
de mecánica y de tablets,
de hombres-máquina y robots...

Que no, ¡que yo no soy viejo!
Que sí sé de libertad
y de usar la razón;
hombre-máquina serás
sin poesía y amor....

(Por si no os habéis dormido, y que
me perdonen los "académicos")

Santos Suárez Santamarta -

Muy apropiadas y oportunas reflexiones "otoñales", querido Eugenio. A veces resulta menos difícil expresarlas que llevarlas a la práctica pero ese debe ser el ideal.

Cada día un nuevo Yo,
cada día un nuevo sueño
un propósito, un empeño
distinto al que ya pasó.
Negarse a decir que no
a recorrer el camino.
Sentirse ser peregrino
por la vida y, paso a paso,
andar sin hacerle caso
ni a la muerte ni al destino.

Carlos Tejo -

Leído y releído el artículo de Eugenio, no puedo estar más de acuerdo con él. Y alguno me dirá, normal, no nos queda otra. Es sencillamente cuestión de supervivencia. Evidentemente son reflexiones que nos hacemos los mayores. Sabemos que podemos hacer muchas cosas, físicas e intelectuales, a un ritmo más pausado, claro, pero seguimos creciendo.
Y además el tiempo nos premia con hijos, nietos...eso no lo teníamos antes y es que antes éramos...imperfectos.

Luis Heredia -

!Qué rápido pasa el tiempo y como se van acoplando los escritos al blog!
Este maravilloso artículo de Eugenio no lo hubiera escrito hace 13 años. Claro tampoco existían muchos nietos de aquella, a excepción de Antonín Argueso al que cada 9 meses recibía tantas felicitaciones como entradas aquí. O sea, millones.
¿Quién dice que este blog está muerto o a punto de parálisis nostálgica?
Este blog está en plena forma, como Eugenio.
¿Era Eugenio, verdad? No me vaya a confundir. Es que los años no pasan en balde. Menos para nuestro PaPedro.