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Antiguos alumnos dominicos VIRGEN DEL CAMINO - LEON

No era exactamente un internado gris

No era exactamente un internado gris

Os dejo unos pasajes de la entrevista que hacen a Andrés García Trapiello en la que Andrés hace referencia al Colegio de la Virgen del Camino.

Ved en la fotografía a Andrés bebiendo en la fuente de los pulpos, primavera de 1967.

http://www.jotdown.es/2013/05/andres-trapiello-el-mayor-fracaso-de-la-oposicion-al-franquismo-fue-que-se-demostro-inutil-para-derrocarlo/

 

Pasaste seis años en un internado de León, en un ambiente gris, triste, dickensiano. ¿Ya escribías algo por entonces?

No era exactamente un internado gris, triste y dickensiano: al contrario, era un edificio de arquitectura moderna, con piscina, aulas, cine propio, pasillos y dormitorios muy luminosos, y bastante divertido para un niño, mucho deporte, mucho teatro y mucha música… Yo estudiaba piano, solfeo y composición con ahínco, y en cuanto a la educación general creo que era algo mejor que la que había en la mayoría de los colegios e institutos de la época, ajustados estos a lo que se llamaba “formación del espíritu nacional”, una especie de fascismo de manual. En el nuestro, de eso había menos. Tengo buenos recuerdos de aquellos años. Excepto dos o tres frailes, verdaderamente demenciados y violentos, la mayoría eran buenas personas y los recuerdo con afecto. Claro que vivir 24 horas al día con los mismos compañeros y aquellos profesores te permitía conocer de cerca y desde muy pronto y bastante a fondo el género humano. Desde el punto de vista literario, como vivero de novelas, un internado es un gran invento. No le desearía aquel internado a nadie, pero ahora me alegro haber pasado por él, y haber salido más o menos indemne, como de una guerra. Y sí, ya escribía, me gustaba hacerlo. ¿A qué obedece un impulso como este, cuál es el origen de la vocación literaria, en una edad tan temprana? Para mí es un misterio, sobre todo cuando por entonces tenía también inclinaciones de pintor, por darles un nombre pomposo. Como pintor creo que habría tenido fortuna, si me hubiese cultivado, porque apuntaba maneras. Más que de escritor. Aunque yo lo que quería ser entonces era aventurero o legionario. Al principio, la gente me sugería: tú mejor te dedicas al dibujo, a la pintura. ¿Por qué, pues, ese empeño en escribir y en desoír a todo el mundo? No lo sé. Se conoce que lo que quería decir necesitaba ser dicho de esa manera, con palabras, no con pintura. Me gustaba también mucho la música, pero en cambio para ella no estuve nunca demasiado dotado. En un internado, contra lo que pueda pensarse, pasa uno muchas horas solo y a solas. Se nos obligaba a estar en silencio muchas horas al día. Y el silencio es el mejor campo de cultivo. Cuando al fin empecé a dedicarme a escribir, se produjo algo curioso. Es la historia de mi vida. Como empecé siendo tipógrafo, editando a otros, al publicar mi primer libro de poemas, algunos me dijeron: “Tus poemas están bien, pero todavía eres mejor como tipógrafo”. Luego publiqué mi primer libro de ensayos y los mismos se apresuraron a aconsejarme: “Son estupendos los ensayos, pero tú eres bueno como poeta”. Al fin me decidí a escribir una novela. No sabía escribir novelas, así que empecé por los diarios. Y otra vez lo mismo: “Es genial ese diario; ahora, donde tú has dado la nota más alta es en los ensayos”. Ahora hay algunos que dicen que mis novelas no valen lo que mis diarios, incluso que no valen nada. No entiendo por qué me comparan siempre conmigo mismo y no con los demás. Si alguna vez quiero oír decir que mis novelas son buenas no tengo más que ponerme a hacer una película, y dedicarme al cine.

 

La religión es algo que estuvo muy presente en esos años. Más tarde, en 1970, incluso entras como novicio en un convento dominico de Burgos, pero te echan pronto por “falta notoria de espiritualidad y descreimiento general”, según cuentas en un texto autobiográfico que escribiste .

En realidad no sé por qué me metí allí en aquel momento, porque ya entonces tenía eso que se llamaba “una seria crisis religiosa” y “dudas de fe”, hasta el punto de que otros dos compañeros y yo, que hacíamos partida, nos sinceramos la víspera de tomar hábito con la misma pregunta: “¿Tú crees en Dios?”. No solo teníamos dudas sobre nuestra vocación religiosa, sino sobre la existencia de Dios, e íbamos a tomar hábito. Creo que entramos allí con la esperanza más que de hacernos frailes, de recuperar la fe. Las cosas no fueron bien, claro, y nos echaron a los tres meses, a mí al primero. El maestro de novicios pretendía que usáramos unas disciplinas, cilicios y flagelos bastante toscos, que nos repartió a los novicios. Aquellos artilugios me produjeron un asco invencible, porque no dejaban de ser instrumentos de tortura con sangre seca y piltrafas de piel de quienes los habían llevado antes. Le dije delante de todo el mundo que estaba loco si pretendía que yo me pusiera alguno de aquellos chismes. Una hora más tarde me convocó a su despacho: me daba 24 horas para abandonar el convento, improrrogables; temía que corrompiera a los demás si permanecía con ellos un minuto más. Llegué a mi casa y tres meses después me echaron de casa porque me encontraron unos números de Mundo Obrero, la revista del PCE. En casa de un falangista aquel descubrimiento causó sensación. Me los había pasado una prima madrileña, cinco años mayor que yo a la que acababa de conocer esa Semana Santa y de la que me había enamorado violentamente en dos o tres horas. Fue como en una novela de Stendhal en todo, incluido el final amargo. A partir de ahí y durante mucho tiempo me fueron echando de todas partes. No creo que fuese por rebeldía mía. En realidad siempre me ha gustado quedarme en cualquier rincón, tiendo a aclimatarme pronto. La expulsión de mi casa disgustó mucho a mi familia, pero a mí me hizo feliz, porque lo que quería era fugarme con la que pensaba que iba a ser el amor de mi vida. Me vine a Madrid a la aventura con una maleta y un billete de 1000 pesetas. Tenía 17 años.

Andrés G. Trapiello

1 comentario

Luis Heredia -

Muy interesante. Sobre todo la evolución sufrida. O se dice involución.

Realmente, Andrés primo reconoce que no lo llegó a pasar tan mal. Superó el trauma de los dos o tres frailes demenciados -¿quiénes serían?-, se quitó de encima el hábito y el cilicio. O sea, se lo quitó para irse y no dio oportunidad al artilugio de conocer su cuerpo.

De todos modos, tengo como la impresión de que lo pasó casi peor en otra etapa de su vida buscando un camino que al final lo encontró hasta con vuelta.

Deseo a Andrés García Trapiello los mayores éxitos como tipógrafo, escritor novelista y poeta. Pero también desearía que participara alguna vez como lo hace su primo Trapi, que no sé si en sus años mozos fue tipógrafo pero sí tan buen escritor y poeta como su primo. Y lo sigue siendo. Además, también tuvo su camino de ida y vuelta porque como actor llegó a vestir sotana. Del cilicio se libró por pelos en sus años mozos. Actualmente como no tiene tanto pelo, el cilicio le domina desde que se jubiló porque anda con muy malas compañías por el Barrio Húmedo, quejándose siempre porque dice que son un tormento y además le hacen pagar siempre.