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Antiguos alumnos dominicos VIRGEN DEL CAMINO - LEON

UN CUENTO VUELTO DEL REVÉS (Por Eugenio Cascón)

UN CUENTO VUELTO DEL REVÉS (Por Eugenio Cascón)

Hola a todos. Me atrevo una vez más a abusar de vuestra paciencia endilgándoos otro casi cuento, de esos que envío al Furriel de vez en cuando por si tiene a bien darle entrada en el espacio común.

 

La cosa va, como en los casos anteriores, de recuerdos de aquella época lejana y de nuevo echo mano de la licencia del desdoblamiento entre el yo de ahora y el yo de entonces, si bien en esta ocasión es la voz del pasado la que viene a entrometerse en la vida diaria del personaje actual, personaje que, como ya he dicho con anterioridad, podría ser cualquiera de nosotros. Precisamente a este cambio de dirección obedece lo de “vuelto del revés”.

            La conversación imaginaria entre ambas voces gira esta vez, más que en los hechos pretéritos, en los recientes y actuales, en esta segunda oportunidad de vivencias comunes que surgió a raíz del reencuentro y que sigue viva merced a la persistencia heroica de José María Cortés como mantenedor y atizador del blog. 

          Sirva esta pequeña historia de modesto homenaje y muestra de agradecimiento. Y gracias, también, anticipadas a quienes tengáis el valor de leerla. 

 


 

 

UN CUENTO VUELTO DEL REVÉS

 

 

 

            Cercano ya a los 70, no es que se viera como un anciano decrépito, pero sí cada día más viejo, con tantos chaperones en el cuerpo como socavones en la mente. Se había jubilado unos años antes _quizá demasiado pronto, solía decirse a sí mismo y a los demás_ y, como tantos otros de su condición, andaba a la caza de ocupaciones en que emplear tanto tiempo de ese que llaman libre, pero que en realidad lo convierte a uno en esclavo de sí mismo.

            Aquel día le había dado nostálgica. Y era la suya una nostalgia lejana, de muy atrás, de aquellos años de la temprana adolescencia que transcurrieron en La Virgen del Camino, el internado de los frailes dominicos al que lo habían llevado con once o doce años y donde lo habían depositado para que se hiciera hombre y fraile a la vez.

            Y ahora le estaban viniendo en tropel unos recuerdos de aquella época que volvían a hacerse realidad en su pensamiento, como si fuera él quien retrocediera en el tiempo para recuperar aquella figura menuda y algo enclenque, y aquella vida tan poco desgastada aún. Y volvió a sentir el frío de la recreación, que se filtraba por los cristales rotos y satinaba la algarabía de un tropel de gente menuda que trataba de combatirlo jugando al ping pong o lo que se pudiese, hasta llegar a olvidarse de él; y las interminables vueltas a la finca sobre la escarcha de los amaneceres aún no resueltos; y las idas y venidas en fila por aquellos largos pasillos que llevaban a todas partes; y las horas de comedor, a menudo instaladas en un silencio con fondo de música clásica y acompasado por el ruido de los cubiertos sobre el plato; y las infinitas horas de estudio en la sala inmensa; y las misas, rosarios y horas de meditación en la capilla, donde, a la hora de cantar, unos elevaban y exhibían su voz, mientras que otros, los que lo hacían mal, trataban de ocultar la suya para que no se les notase demasiado; y el paso del túnel, bajo la carretera, para acudir al Santuario, donde solo cantaban los de buena voz y oído, los que habían sido seleccionados para la escolanía; y los juegos y deportes que se practicaban durante el recreo, en los que también, como suele ocurrir, unos destacaban, al tiempo que otros hacían lo que podían. Y…

Y recordaba, cómo no, las clases de Latín de su primer año con el padre Reyero, joven, presumidillo y recién llegado; las de Literatura con el padre Felipe Lanz, tan serio y patriota, y a la vez tan entrañable, que sacaba a relucir cada dos por tres la conocida anécdota lingüística del ‘marinero de Tarpeya’; las de Francés, primero con el propio padre Felipe y su grupo ‘yod’, y más adelante con el padre Jesús Martín, recién llegado de París, que introdujo el uso del magnetofón con el novedoso método Assimil; las de Física y Química, primero con el padre Uría, tan simpático y que se fue tan pronto, y más tarde con el padre Box, tan sabio y tan moderno; las de Geografía e Historia con el padre Ángel, tan alegre y saltarín; las de matemáticas con el padre Pedro, tan sosegado y tan diáfano al explicarlas; las de Griego con el padre Tascón, tan temido, pero menos ogro de lo que parecía; las de Música, novedosas para la época, con el padre Torrellas, tan paciente y buena persona. Hasta de Inglés llegamos a tener, con el father Paniagua, que arribó al colegio desde los Estados Unidos… Y otros que ahora no le venían a la mente.

Y le llegaba también aquel lejano desasosiego de las dudas sobre la vocación, de los presuntos pecados que lo hacían plantearse si ir a comulgar o no aquel día, aunque el no hacerlo lo exponía a quedar de algún modo señalado. Y las primeras dudas existenciales, aunque aún no sabía que se llamaban así, y las primeras llamadas del mundo y de la carne, que se acentuaban en las vacaciones veraniegas, las únicas que tenían.

En estos devaneos andaba aquella mañana cuando empezó a tintinearle en el oído interno una voz infantil.                                                                                                                                                                                              

_Oye, que no todo es tan malo, que también lo pasamos muy bien aquí.

            _¿Quién eres?

_¿A ti qué te parece? Ahora te toca a ti aguantarme, como te he aguantado yo varias veces.

_¿Por qué dices eso?

_¿Es que no te acuerdas de aquella vuelta a la finca que me diste, o de aquella Navidad, o de cuando te dio por meterte con lo mal que canto?

_La verdad es que no recuerdo haber hecho tal cosa.

_Será que ya estás chocho o que lo estoy yo, porque al fin y al cabo soy tú, el que fuiste en aquellos años que ahora estás recordando. 

_Venga hombre, que no estoy para letanías, que hoy me duele todo.

_Pues lo siento, pero no te voy a dejar en paz durante todo el día, así que te puedes ir preparando.

La voz cesó momentáneamente y el hombre se quedó un rato cavilando. ¿Era real o una ilusión acústica de su cerebro? A ver si ahora iba a empezar a creer en fantasmas charlatanes, cuando todo el mundo sabe que son mudos o, como mucho, hacen uuuuhhhh. Lo dejaría estar.

Ya con la vestimenta adecuada, incluida la ominosa mascarilla que imponían los tiempos por mor del dichoso virus, salió a dar el paseo diario que suele prescribirse a los jubilados, a fin de que no se atrofien más de lo que ya están. Y por ahí andaba, recorriendo los senderos del parque cercano, entre lauros, bojes, aligustres y otros matojos por el estilo, pensando en Dios sabe qué, es decir, divagando agradable y difusamente, cuando la vocecita volvió a sonar.

_¡Qué bien se va así, eh, sin tener que correr y pasar frío como en las dichosas vueltas a la finca!

_¡Pero qué coño está pasando aquí! Voy a tener que ir al otorrino a ver si lo que me pasa es que tengo acúfenos articulados.

_No, hombre, no, que es verdad que soy yo, o sea, tú hace mucho tiempo. Por cierto, te veo muy mayor. ¿Cuántos años tienes ya?

_Pues mira, si eres yo, como dices, deberías saberlo, pero lo voy a decir en voz alta para que no se me olvide: los próximos que cumpla serán 70.

Una chica que pasaba a su lado en aquel momento lo miró de reojo como diciendo para sí: “¿Y a mí que me importa?”.

_¡Hala, casi como el padre Fernando! _se disparó la voz desconocida_. Bueno, por lo menos sé que voy a durar todo eso.

_Pero se te va a olvidar. ¿Y se puede saber con qué objeto vienes hoy a darme la murga?

_Te la doy casi todos los días, porque, como te acuerdas de aquello muchas veces, por ahí ando yo metido. Lo que pasa es que hoy me ha dado por hablar, porque quiero preguntarte algunas cosas de lo que me espera, para estar preparado.

_Supongo que sabes que no puedo decirte nada de eso, pues nadie puede conocer su futuro. ¡Estaría bueno! Si fuera así, todos intentaríamos cambiar lo que no nos gusta, qunque de ese modo la vida perdería gran parte de su gracia.

_Algo he adivinado ya, y es que al final no te hiciste dominico. Pero algunas cosas sí que me podrás decir de los compañeros, de los profesores, del colegio… 

_Bueno, luego te contaré algo, que ahora quiero disfrutar tranquilo del paseo y del resto de la mañana sin un Pepito Grillo en la oreja.

_Pero ante dime por qué va la gente enmascarada si no es época de carnaval.

_¡Ojalá lo fuera! No es por eso, sino porque nos ha venido un virus muy malo que está causando muchos problemas de salud, pero no puedo decirte más.

_¿Y por qué hay tantos perros señoritos y tanta gente en bicicleta y tantos patinetes?

_Son modas de este tiempo.

_¿Y por qué la gente va hablando sola con una cosa en la mano que parece un telefonino, y con esas otras cosas en las orejas?

_Son avances técnicos que verás dentro de muchos años, pero ¡ya está bien, cállate de una vez y deja de preguntarme cosas!  

La voz cesó por fin. El hombre respiró hondo y continuó su pausado garbeo hasta completar la hora exacta que se había impuesto. Después, se dirigió a la tasca donde solía quedar, ya avanzada la mañana, con sus colegas de siempre, a fin de darse el pequeño homenaje de cada día compuesto de caña y pincho y entretenerse un rato con la charla habitual que, como casi todas, solía estar integrada por los recuerdos que les eran comunes, las menudencias del entorno, los achaques de cada uno, las críticas a los políticos y, sobre todo en estos días azarosos, por la noticias sobre la progresión amenazadora de la pandemia. Solo que ahora tenían que sentarse en dos mesas separadas y permanecer en la terraza a pesar de que ya iba haciendo fresco.

Regresó a casa y, ya avanzada la tarde, después de la comida, el ratito de siesta, la sesión de lectura y otras pequeñas tareas convertidas ya en hábitos, el hombre mayor se sentó ante el ordenador a escribir algo que, casualmente, iba destinado al blog de antiguos alumnos: aquel día todo giraba en torno a lo mismo. Y hete aquí que de nuevo vino a interrumpirlo el susurro parvulario de la mañana.

_Oye, que ya estoy aquí otra vez. Como esta mañana me has despachado de mala manera… 

_¡Vaya por Dios! ¿Se puede saber qué quieres ahora?

_¿Pues qué va a ser? Seguir preguntándote cosas, a ver si de una vez me contestas a algo.

_Pues hala, empieza a disparar.

_¿Qué estás haciendo?

_Mira, iba a ponerme a escribir, y tengo intención de hacerlo cuando me dejes en paz.

_¿Y escribes con ese aparato tan raro, que es como una de máquina de escribir y una televisión juntas?

_Sí, se llama ordenador. Ya llegará un día en que termines harto de él.

_¿Y qué estás escribiendo? 

_Eres un verdadero mezucón. Yo no recuerdo haberlo sido tanto.

_Bueno, ¿me lo dices o no?

–Vale, estoy escribiendo precisamente lo que me está pasando hoy contigo, para enviarlo al blog y que se enteren los antiguos compañeros y profesores que lo leen de lo cotilla que eres, aunque lógicamente creerán que es un cuento que me estoy inventando.

_¡Otra vez el blog! Ya una vez me hablaste de él, pero no me dijiste lo que era.

_Es que no lo vas a entender sin conocer muchos de los inventos que se han hecho. Es como un sitio en el que aparecen escritos de muchas personas que se intercambian opiniones, comentarios, relatos, poesías, fotos, etc., y cada uno puede leer lo que dicen los demás e intervenir desde su casa a través en pantallas como esta o de otras más pequeñas, como las de los telefoninos que decías. El nuestro lo organiza José María Cortés Aranaz, un chico que creo que está en un curso por encima del tuyo. ¿Te suena?

_Sí, claro que me suena, toca la mandolina o el laúd, no estoy seguro, en la rondalla, pero vamos a dejar lo del blog, porque es verdad que no entiendo nada, y cuéntame algo de mis compañeros. ¿Has vuelto a verlos? ¿Cómo son ahora? Seguro que tan mayores como tú, y algunos a lo mejor hasta gordos y calvos.

_He visto a algunos, a bastantes, y sí, lógicamente se han hecho mayores y hay de todo, el tiempo nos va cambiando.

_¿Se ha muerto alguno?

_Desgraciadamente sí, pero no me preguntes quiénes porque no te lo voy a decir. Hay muchos de los que no he vuelto a tener noticias.

_Y aparte de escribiros, ¿os habéis vuelto a ver?

_Yo estuve mucho tiempo sin saber nada de nadie, pero hace varios años se celebró un encuentro para celebrar los cincuenta años de la fundación del colegio y al que asistieron casi quinientos, y desde entonces estamos en contacto. Después, hemos hecho varias reuniones en sitios como Caleruega, Salamanca, Oviedo, las Caldas…

_Jobar, qué bien. ¿Puedo contarlo por aquí?

_Ni se te ocurra. Además, no te iban a creer y se iban a reír de ti, como cuando haces poesías.

_Ya, eso lo sabes por experiencia. ¿Y a quiénes has visto, a los del curso?

_A varios de ellos, aunque no son los que más aparecen, y a otros muchos de cursos diferentes. Fíjate qué cosas, muchos de los que tú conoces de vista y que te parecen muy mayores, ahora vienen a ser como yo, pues cuando se ha cumplido un montón de años, una diferencia de tres o cuatro apenas se nota.

_¿Y los frailes?

_Algunos siguen vivos y muy marchosos. Por ahí anda el padre Pedro, con más de noventa años, pero igual que siempre. Y el padre Box, que tiene el pelo blanco, pero  tampoco ha cambiado mucho, aunque creo que ya no es fraile. Y el padre Huarte, que creo que está en Pamplona, y algunos más que ahora no recuerdo. Otros se han ido ya, unos hace años y otros recientemente, como el padre Ángel y el padre Cura. Y también murió no hace mucho fray Francisco, el enfermero, ese que os cuida y os llama ovejos.

_Me da pena de todos ellos, pero todavía falta mucho para eso. Bueno, no es que me hayas contado mucho, pero algo es algo. Y no te preocupes, que no voy a decir nada, pues dirían que estoy loco y muchas cosas más. Así que, tranquilo, que ya te dejo, aunque a lo mejor vuelvo otro día. Pero dime solo una cosa para terminar: ¿Y el Real Madrid qué? ¿Ha seguido ganando copas de Europa, no?

_Pues mira, tardó bastante en volver a ganar una, pero otra vez ha cogido carrerilla y lleva unas cuantas seguidas.

_Oye, ¿no te habrás cambiado de equipo?

_Ya sabes que se puede cambiar casi todo, pero de eso resulta casi imposible, así que ahí seguimos.

_Bueno, me quedo contento. Hasta otro día.

_Adiós, y no tengas prisa en volver.

El hombre mayor se aplicó al teclado y comenzó a escribir todas estas cosas, estos recuerdos que le llegan hoy y todos los días a través de una lejana voz infantil que, como todo él, se ha ido transformando y deteriorando. Y así seguirá, representando en el tinglado de esta farsa o cuasicomedia que es la vida. Hasta que el autor la dé por terminada.

Y sí, creo que todo ha merecido la pena.

 

Eugenio Cascón Martín

 

9 comentarios

Francisco Javier Cirauqui Cirauqui Armendariz -

Gracias, por recordarnos, estos diálogos entre tu yo niño y adolescente, recuerdo de tu paso por el colegio que te asaltan muchas veces.
Hace muchos años que llevo conmigo puestos los recuerdos de Villava y León, antes del blog y el encuentro, casi los rechazaba pues me sentía solo, pero ahora veo que son muchos como yo los que me acompañan.
Desde que me salí del colegio siempre he tenido un pepito grillo, que en cada situación me traía la memoria del Colegio.
Paso diariamente por el Colegio de Villava y eso agudiza todavía más mis recuerdos. Ayer, a la noche, iba paseando, y me acerqué a la puerta trasera del convento, para ver como había quedado esa parte y de pronto se abrió una puerta y apareció una persona, quizá un fraile, que iba a tirar la basura y me comentó como estaba ahora el colegio, que eran 18 enfermos y 13 frailes en la comunidad y que el comedor se había convertido en biblioteca, también le pregunté por el Padre Huarte y me dijo que estaba hospitalizado, pero que estaba bien y que era un poco hipocondriaco. Tiene 88 años. De lo que luego me arrepentí es de no haberle preguntado quien era él. Me afirmó que le diría al Padre Huarte, que había hablado conmigo y que le había dado recuerdos.
Seguí el paseo rememorando momentos vividos en aquel colegio, los frailes, el campo de futbol, los columpios, los frailes, Padres, Huarte, Iturbe, Noceda, Torrellas, Federico, Velasco, Criado, Sanchez Guerra,
Gago, Benito, José Mari, Azpiroz, la emisora, Ora et Labora, Betania y además como consecuencia me asaltaron los recuerdos de León, de mis vivencias, de mis frailes, de mi colegio de mis compañeros.
Así que me fui a casa con la mente llena de recuerdos entrañables. Un fuerte abrazo para ti, Eugenio.

Eugenio Cascón -

Muchas gracias, amigos, por vuestro tiempo y por vuestras palabras. Y gracias también por vuestras aportaciones a este foro, por la extraordinaria sensibilidad artística de Vibot, por los derroches de ingenio y sabiduría de Valdés y por la calidez humana y la naturalidad que nos regala Luis Heredia. Todos deberíamos, como dice el Pitu, imitaros y aparecer más por aquí,

Ya veo, como sospechaba, que lo de hablar con el yo pasado, es decir, lo de disimular de alguna manera eso de hablar solos, que tanto miedo nos da, es algo que nos ocurre a casi todos cuando llegamos a esta atalaya de la edad en la que ya estamos. Sí, alrededor de los 70, año más, año menos. He de confesarte, Señor de Casorvida, que todavía me falta un poco para alcanzarlos y a ese lapso me agarro desesperadamente, pues lo de cambiar de década es aterrador a estas alturas.

Mirad, se me ocurre una teoría para explicar por qué me da de vez en cuando por desdoblarme de esta manera. Los que durante años nos dedicamos a la tarea de intentar enseñar, estábamos acostumbrados a tener un auditorio obligado a escucharnos o, al menos, a oírnos. Puede ser, entonces, que el hecho de recurrir a la presencia del muchacho que fuimos no sea más que un intento de convertirlo en sujeto paciente de aquellas peroratas que endilgábamos a nuestros sufridos alumnos sin que pudieran, al menos físicamente, sustraerse a ellas. Porque no es cuestión de ir por ahí pretendiendo dar una clase improvisada a cualquiera que se deje, ya que no se va a dejar. Los filósofos, al menos, lo tenéis más fácil, ya que podéis hablar de todo y embaucarnos cuando y como queráis con vuestras teorías sólidamente construidas, pero los lengüeros, por ejemplo, lo tenemos más crudo. Imaginaos que de repente nos ponemos a largarle a alguien a una charla sobre las distintas construcciones y valores de las subordinadas de relativo; o les recitamos de corrido las reglas de acentuación (en un manual de ortografía que publiqué hace años, las puse en verso ripioso para que colaran mejor, pero no creo que colaran). Lo más seguro es que nos corrieran a gorrazos. Además, como con esto de las reclusiones y confinamientos _que ahora sí, ahora no; que ahora hasta aquí, que luego hasta allí_ cada vez tenemos más difícil hablar con los semejantes, algunos nos vemos obligados a inventarnos un amigo, como el Manuel de Marcelino pan y vino, aunque ese amigo sea el rescate de ti mismo. Y si eso es estar un poco chifleta, como dice Luis, o chochear, como teme el Pitu, pues mejor, que nos quiten lo bailao.

Un abrazo más, que en la distancia sí se puede.

Luis Heredia -

Ay!, Eugenio. Menos mal que contigo ya no solamente disfruto sino que también empiezo a pensar que no estoy chifleta.
Esa segunda voz, no precisamente la del coro, me trajo por la calle de la amargura cuando decidí no ir a tomar el hábito.
Con el reencuentro de hace ahora 13 años sí me volví chiflado, que no es lo mismo que chifleta. Ahora, cumplidos los 70, algo que no me podía imaginar hace 13 años ni hace los 58 de cuando lleguè al Colegio, mi otro yo se me aparece de imprevisto a cualquier hora del día o de la noche. Pero ya no me causa tanto trastorno como me causaba con 18 años porque ambos llegamos a la conclusión de que cada uno tiene su sitio y el respeto por el otro es uno de los valores que nos inculcaron en La Virgen del Camino.
Precioso lo que escribes y la forma, Eugenio.

José Manuel García Valdés -

D. Ugenio, no voy a cantar las excelencias de tu escrito, ya tienes suficiente con las que te han dedicado los que me preceden, pero para no quedar mal diré que tu paseo me ha hecho mirarme y ver que se repite en mi cadi a diario, cuántas veces me sorprendo volando con la imaginación en el tiempo y en el espacio. Lo que más me duele de tu relato es que dejas al descubierto que el tempus fugit como alma que lleva el diablo. Hace nada estaba en el examen del P. Land copiando, sobresaliente, y ya no me acuerdo si literatura lleva "h" intercalada o no. De tu escrito "defuzo" que debemos felicitarte por los 70 tacos que deben estar al caerte. Yo soy tan joven como tú también tengo 70 (+2. Este +2 no significa casi nada). Seguiremos paseando con nosotros mismos, yo empiezo a hablar con mi yo joven moviendo los labios, la gente me mira ( chochea, pensarán) y yo pienso ¿y si es verdad?.
Muy guapo tu relato. Los que tenéis bien aprendido el oficio deberíais escribir más e incluso mejor, lis demás bastante hacemos con leeros.
Abrazos enmascarillados.

Vibot -

Querido Eugenio, no ha sido deferencia ni paciencia, sino un gratísimo pasear contigo por ese metarelato en el que me he sentido como en aquellos laberintos de cristales y espejos de las ferias de antaño...antaño es una palabra que ya solo decimos los mayores, con ese color de nostalgia y su punta de melancolía que nos da la certeza de no poder regresar. Sentimiento otoñal que no debe impedirnos gozar de ese pincho y cerveza que son tantas otras cosas buenas que tenemos ahora y cada cuál sabe bien.
Gracias por el paseo, Eugenio, me has regalado compañía y sonrisas, ¡qué más puedo pedir!

Aquella voz infantil que todos llevamos dentro

Eugenio Cascón -

Gracias, Marcelino, por tu valoración. Los nombres y las circunstancias a que hago referencia nos son comunes, pues compartimos aula durante varios años y con el espacio, personas y vivencias. Bien cierto es que, parafraseando a don Antonio, todos podemos afirmar de manera ineludible que "converso con el niño que siempre llevo dentro".
Amigo y paisano Ramón, tan generoso en el elogio como siempre, ahí seguimos, compartiendo otras vivencias, las del terruño que nos es común, ya que la distancia entre las fechas de nacimiento no nos permitió compartir la de la adolescencia colegial.
Efectivamente, Carlos Tejo, lo que pretendo siempre con estos recuerdos objetivados a manera de diálogos con el pasado es poner de relieve algo que es nos es común a todos nosotros y, por extensión, a cualquier ser humano: la presencia de lo que fuimos, sobre todos de los años de la infancia, lo que permanece en nosotros de aquella etapa, que es casi todo.
Muchas gracias a todos los que habéis tenido la deferencia y la paciencia de leerme.

Carlos Tejo -

Qué quieres que te diga, amigo Cascón, pues que no ibas solo en ese paseo. Muchas preguntas las estuve oyendo y no quise interrumpir vuestra conversación pero ganas tuve de sumarme a ella. Y es que aquello fue así. Fue verdadero.

Ramón Hernández Martín -

Gracias, Eugenio, por la delicia de este relato tuyo de va y viene, del laberinto al treinta y de oca en oca, tan autobiográfico e inspirado, fraguado en el devenir pausado de un tiempo tan cargado de vibrantes experiencias como de interrogantes que escuecen. Lo veo todo él más que como un ingenioso y rico relato literario como un pálpito vital de jugosa amistad, magistralmente ofrecida a tantos compañeros y generosamente compartida con ellos. Gracias por tu buen decir, por tu precioso narrar y por la riqueza humana que tan suave y dulcemente compartes. Y gracias, también, a cuantos estos últimos días han venido dejando en este blog, como entrada o como comentario, brillantes perlas del decir y del sentir, hermosa cacharrería en la que el elefante que me siento afortunadamente no se ha atrevido a entrar.

Marcelino Iglesias -

Gracias, Eugenio, por este emotivo relato: ese diálogo con el yo que nos habita, ese que fuimos “cuando entonces”, con el que, al modo machadiano, mantienes este diálogo sobre el que tejes un ágil relato, una evocación de nombres y su pincelada impresionista, situaciones de la vida cotidiana, emociones y sensaciones compartidas.
En suma, Eugenio: un regalo narrativo el que nos ofreces, aderezado además con algunas expresiones y términos tan poco usados hoy en día. Y un acierto ese sugerente final de diálogo, al modo unamuniano…
Salud
Marcelino