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Antiguos alumnos dominicos VIRGEN DEL CAMINO - LEON

NOS VIMOS EN BRUSELAS

NOS VIMOS EN BRUSELAS

Os transcribo los comentarios que me envía el querido compañero Antonio Argüeso de su encuentro en Bruselas con el no menos querido Isidro Cícero. Por supuesto que se llevan la bronca por no haber tenido una máquina de fotos a mano para dejar inmortalizado el momento; de esta forma, nos lo tenemos que creer sin vero, como...

 Un abrazo, amigos.

El día 19 de mayo, festividad de San Ivo, patrón de legistas (aunque Heredia y demás juristas blogueros, festejarán San Raimundo de Peñafort) tuve la enorme alegría de encontrarme con Isidro Cícero aquí, en Bruselas. El encuentro fue breve, muy breve (ni dos horas), pero entrañable y, espero, repetible. Es una de esas cosas bonitas, muy bonitas, que inesperadamente te depara la vida.

 

Él me dice, y hago mías estas palabras, que “se sintió muy bien” y que el encuentro ayudó a “revivir aquellos años que muchos hemos mantenido como células durmientes en nuestras biografías”.

 

Hablamos, claro, de todo, mientras tomábamos una cerveza en la terraza del “Roi d’Espagne”, en la “Grand Place” de Bruselas. Comentábamos el enorme cambio experimentado por España desde los años del internado no sólo en el interior, sino también de imagen en Europa. Le recordaba cómo, por ejemplo, en los años 70 y 80 había reuniones a las que asistía aquí, en Francia o en Gran Bretaña donde, si no me conocían, decía que era chileno (mi tonalidad me traicionaba cuando hablaba) por una razón muy sencilla: porque si decía que era español, lo que dijere no les interesaba, mientras que los chilenos estaban muy bien considerados. En otras palabras: sólo veían al español como emigrante y en un trabajo manual y subalterno.

 

Como ejemplo concreto de imagen le daba el de esta placa de la “Maison du Roi”, cerca de donde tomábamos la cerveza: por más que en los años 80 y 90 intentamos, con el apoyo incluso de autoridades españolas, que se cambiara, no hubo forma.

 

Cuando vuelva Isidro, nos haremos una foto ante la nueva placa, que remplaza la que aquí aparece, y la pondremos en el blog (esta vez los dos olvidamos la máquina, ¡imperdonable!). La actual relata simplemente hechos que, como tantas veces ocurre, para unos fueron heroicos, para otros trágicos y de sufrimiento para todos; pero que tenían que ver con una estrategia, una situación mucho más compleja que la del simple despotismo e intolerancia, sambenitos que con demasiada facilitar han querido cargar durante demasiado tiempo a los españoles (¿os suena que en inglés “inquisition” lleva obligatoriamente delante “Spanish”?).

 

De Isidro recordaba mucho, claro. No porque fuera de la Montaña, que también (cuando aquello Cantabria era sólo un futurible), sino y sobre todo por su verbo fácil y su expresión comedida y sensata; en esto, no ha cambiado. Supongo que, de cruzarme sin saber que andaba por aquí, no lo hubiera reconocido, pero su tono de voz y su forma de expresarse sí las reconocí, sí. Él me decía que a mí me pasaba lo mismo (no comentó, por lo comedido que digo es, que la verborrea también la mantenía).

 

Durante los paseos que me he dado tras el encuentro tengo una curiosa sensación de baúl abierto con recuerdos desordenados, difusos unos, claros otros; todos en un desorden que, poco a poco, habrá que intentar organizar.

 

Espero que otros se animen a indicarme cuándo pasan por aquí. Hay mucho que ver, además de la Plaza Mayor, Gante, Brujas y Amberes, ¡os lo aseguro!

7 comentarios

Vibot -

Cícero queridísimo: tu no te reconocías en aquel terciopelo en el que te envolví, ese smooth operator que yo siento al leerte...

Y ahora yo no me encuentro en esos caramelos que tu dices. Y que aún me duelen tanto. Esos torvos fantasmas con los tal vez nunca estaré en paz...

Si en algo me acerqué a las vidrieras, yo soy aún mucho más su prisionero.

Como las perlas, si algún oriente tienen mis palabras es que provienen de una enfermedad.

El trauma del colegio -¿o fue tan sólo el trauma de crecer, los sueños destruídos por una realidad impenetrable, inmerecida, injusta?- ha incubado palabras al borde de estampida durante tantos años
que...

¡Por Dios, claro que quiero, cena conmigo que yo te matriculo y yo te aprendo mis artes de adjetivador mágico y de herido poeta para siempre.

Con tal que tu me aprendas tu azul misericordia.

Te quiero, Cícero biennombrado, desde mi absorta admiración de entonces, hasta este otoño ubérrimo de frutos después de tanta vida, dulce, certero Isidro.

Isidro Cicero -

CONTIGO, YO, VIBOT

Yo contigo, Vibot, no quedaré tranquilo,
hasta que no te infle.
Compréndeme bien, será algún día,
iré yo por Madrid y cenaremos juntos.
Entonces me explicarás.
Me indicarás dónde se matricula uno
para ser como tú.
Para aprender lo que tú sabes
para hablar como tú y ser tan poeta.
Y tan feliz, con las vivencias.

Para regar con tanta gracia el adjetivo
Para pintar con tanta hondura las vidrieras.

Se ve que vives bien, eso está claro.
y que contigo mismo estás en paz.
Se ve que estás en paz con los fantasmas,
No te cruje el pasado, son caramelos.

Lo dicho Vibot, si quieres un día que quedemos
yo te inflo
Y luego asciendes ya tu sólo hasta los cielos,
para que todos te admiren como a Pedro

Vibot -

¡Cuánto admirábamos el enorme cuerpo de Argüeso los pequeños, sus majestuosos movimientos!

Cícero, ten misericordia. Yo no puedo leerte sin este nudo de lágrimas que me sube a los ojos entre las inflexiones de tu voz, ese aura muchacho recién despertado que ha adquirido tu forma de contarnos los recuerdos, esa pátina de uvas en otoño con polvo del camino y melado dulzor que casi amarga...

Argüeso, Cabo, Cícero, Cirauqui.

Serrano, Ariztimuño.

Mendívil, Cimas, Pedregal, Sarmiento.

Morales, Soria...Manso...

Sílabas encriptadas, de risas, de cariños, de candentes amores cercenados en flor. Plateados cascabeles sonando en la distancia fascinada, entre la tibia niebla al despertar helado de aquel "Paseo en trineo" de Leopoldo Mozart.

Aquellos desvalidos y cálidos Diciembres que eran todos los meses del colegio.

Sí, mi querido Cícero, se me sueltan las lágrimas entre tus tiernas líneas inmisericordes.

Antonio Argüeso -

Emocionado quedo una vez más tras el atinado y muy bien enfocado (¡cómo podía ser de otra manera!) globo de Isidro. Ya Andrés Trapiello me había enviado un correo que solamente acabo de descubrir. Te responderé, Andrés, pero no hoy; estoy en pleno ajetreo por el bautizo de mi nieta y, como amenaza lluvia, hay que sacar las carpas y no sé si estufas (bufandas seguro que sí).

Isidro dice al final que ninguno de los dos sabe si éramos del mismo año, pero llegamos a la conclusión de que ambos éramos de la mejor yeguada o lo mejor de la yeguada, no recuerdo bien; los dos somos de pueblo, con lo que queda claro que, “como el mío, ninguno”, sobre todo si no se vive en él, claro.

Termino: si tenéis que llevar a Isidro a algún sitio, id con tiempo; me ha parecido un pelín ansioso y, como yo soy de los que llego justo a tiempo (e incluso a destiempo), creo que sufrió algo al final; pero sólo caí en la cuenta de vuelta, ya solo, hacia el coche.

Luis T. Barbería -

No conozco a Antonio Argüeso. Sólo le había seguido en una serie de intercambios con Javier del Vigo en un portal anterior que me parecieron muy interesantes por ambas partes.

Así es que no me extraña que, de este encuentro en Bruselas entre Antonio e Isidro, salga un relato tan afortunado.

Ese día, amigos, yo tambièn andaba por Bruselas de alguna manera. Bueno, estaba mi chico en un viaje de dos días con unos amigos y sí que nos comentó que estaba lleno Bruselas de españoles.

Yo quería haberle aconsejado que saludara a mis amigos José Ignacio y Neme, pero estos jóvenes no se dejan interferir demasiado y el viaje fue muy rápido. Otra vez será.

Bueno, si alguna vez llego a beberme una cerveza en la Grand Place - que me la beberé- seguro que me acuerdo de nuestros amigos Argüeso y Cícero y de sus ilustrativas conversaciones.

Un abrazo

Andrés Martínez Trapiello -

Ya ha pasado la "hora sexta", Cícero; y ha vuelto a ser un regalo tu nuevo Globo.

Has conseguido la inquietud de mi mente, y he rebuscado en el archivo del correo electrónico “Recibidos” unas letras de un e-mail. ¡Y estaban!: “¿Cómo no voy a recordar? Me alegro mucho de esta ocasión para el reencuentro. Estaremos en contacto. Un abrazo Isidro Cicero”.
No soy indiscreto desvelando, ¿verdad Isidro?

He escrito aquí alguna vez, que todo lo ocurrido con el Reencuentro ha habido ocasiones que me producía, me produce vértigo. Y he recordado a Pedro, nuestro formador, al que tenemos tanto cariño, cuando me dijo:
- Se podía hacer un estudio sociológico de lo ocurrido.
Y le contesté:
- Déjalo, Pedro: Se ha producido, y punto.

¿Qué explicación puede tener que hoy, en la mañana, tuviera unos momentos para ponerle dos líneas, quizás tres o más, en un e-mail a Argüeso por el anticipo?
Siempre me tengo respuesta: Cariño.

Isidro Cicero -

LA VENDEDORA DE GLOBOS 29. UNA CERVEZA

DEDICADO A ANTONIO ARGÜESO

El sábado 18, antes de irme a dormir aquí en Santander, busqué su dirección electrónica en FICHAS de Alumnos y frailes y le escribí a Antonio Argüeso un correo tal como éste: “Mañana por la tarde ¿te vienes por la Grand Place a tomar una cerveza?” Después de sus intervenciones aquí en al blog, tenía yo ganas de volver a encontrarme con el gran gigantón de mi curso o del curso anterior, o del siguiente, que a esto de las fronteras entre generaciones nunca le he prestado yo demasiada atención.

Y es que, además, cuando estuve con Pedro en Vallecas allá a últimos de abril, me dijo que si volvía pronto por Bruselas hiciera por ver a Antonio Argüeso y le diera un fuerte abrazo de su parte, “que ha tenido unas palabras muy cariñosas hacia mi y encima, es de tu tierra”, me recordó. Sí, Antonio Argüeso, aquel sancristobalón cántabro procede de estas tierras cántabras cristalizadas de la banda pobre del Pantano. Él sabe mucho sobre el pantano. Antonio recuerda con un afecto muy especial a dos hombres de blanco señeros de su/ de nuestra adolescencia: el padre Pedro y el padre Merino. Y un tercero, el padre Iparaguirre, que le mostró predilección cuando trabajaba con él en las tramoyas del teatro. En la terraza del Roy d´Espagne le doy a Antonio los saludos de Pedro y observo que durante un instante se le enternecen los ojos.

Me felicita por los globos de Pedro. Le han encantado. “Es curioso”, le digo, “pero con el padre Pedro es posible que yo no hablara ni seis veces a lo largo de todos los años de León”. “Yo tampoco”, me contesta Antonio. “Yo creo que con Pedro no hablaba nadie, no hacía falta demasiada conversación, sabías que estaba allí, con su modo exacto de estar y eso era bastante”. Estoy de acuerdo. Con Pedro era una relación distante, enfriada, ritualizada y al mismo tiempo llena de misericordia, ya que Vibot ha empleado aquí esa palabra tan maravillosa hace unos días.

El globo de Antonio tuvo una trayectoria valiente y precoz, voló lejos, voló pronto, voló solo y voló bien, incluso, con los vientos de frente. Tiene mucho mérito mi paisano Argüeso. Antonio lleva cuarenta años en el corazón de la babel europea enseñando a unos y a otros el manejo de la lengua, este lujo de herramienta, la más trascendental inventada por nuestra especie. Lleva cuarenta años pulimentando y enseñando a pulimentar las técnicas y las ciencias con las que se tejen los entendimientos de la traducción y la interpretación. Pura civilización, como veis, mis queridos compañeros.

Argüeso, cuatro hijos, si no me confundo, cuatro o cinco nietos, si no escuché mal, recuerda como yo algunas cosas de nuestra vida en la Virgen del Camino. Cosas con sabor. Hacíamos juntos los viajes de regreso en el tren de la Robla León–Mataporquera. Y cada verano reestrenábamos allí, en Mataporquera, los primeros desconciertos de la libertad sin tutela, sin filas, sin silbatos, mientras esperábamos los enlaces. Y nos reíamos, porque no sabíamos qué hacer con ella, con aquella libertad, con aquella inocencia, como los jóvenes preventivos cuando salen a la calle por primera vez, antes de hacerse reincidentes.
Así que escotábamos un melón y nos lo comíamos entre risas y nostalgias. Risas porque ya entonces compartíamos graciosuras del colegio, quizá arrentábamos al padre Tascón, quizá volvíamos a glosar en aquel escenario extemporáneo cualquiera de las voces que conforman el diccionario de la Memoria de este blog, tan acertadamente puesto en marcha por Enrique Muñiz. Alique-Iglesias. Risas porque había uno de Palencia muy gracioso – lo recuerda Argüeso- que no se creía nada. No se creía ni una palabra de lo que le decíamos. Era un desconfiado, era listo. En Mataporquera veo a Argüeso sobresaliendo con su estatura por encima del pequeño grupo, y, al sobresalir, dominando, dirigiendo y protegiendo.

Y allí en Mataporquera, la despedida hasta después del verano, hasta después de la hierba, de los tábanos, de las autoexclusiones, de las autoimposiciones en las escasas romerías y de los callos en las manos en tantos menesteres trabajadas. Hasta el curso que viene. En el colegio, Antonio Argüeso y yo tuvimos pocas coincidencias, porque nuestras aficiones no coincidían. San Cristobalón estaba siempre ocupado con herramientas, tramoyas, alicates, llaves inglesas, llaves de abrir y cerrar. Y yo, ya sabéis, amigos míos, para lo que me aprendieron y para lo que no.

Así que el sábado 18, antes de irme a dormir aquí busqué su dirección electrónica y le cité en el corazón impreciso de Bruselas. “Encantadísimo”, me contestó a primeras horas del domingo. “Pero dime hacia qué hora. Supongo que cuando dices mañana, te refieres a hoy”. Sí. Era para el domingo 19, pero con los vuelos y algunos contratiempos de la prensa, ya sólo pude precisarle horario y hotel en pleno viaje, por SMS, que no recibió. Sé que estuvo impaciente todo el día, qué majo, tenía que haberle precisado un poco más lo “de la tarde”, que "dicho por un español, aunque sea cántabro es demasiado lato”, me dijo contrariado. Ya en Bruselas, le llamé y ya no pudimos quedar para esa tarde-noche. Sí para el final del lunes, después de mis reuniones y antes del vuelo de regreso. Él se ofreció además a llevarme al aeropuerto. Qué amigo.

Llegué caminando, como siempre que puedo, y mientras le esperaba en la terraza del Roy d’ Espagne, me entretuve en ver la inscipción de la puerta: Hic quando vixit (Albertus) mira in pauperis pietate eluxit. Antes pasé junto a la catedral y traté sin conseguirlo de “wath the Peregrine Falcon breeding on the tower of the Catedral”, según se me invitaba en un cartel.

Antonio me contó cosas de la Plaza que yo nunca había oído. Me contó lo que él os ha contado más arriba. Y muchas cosas más. Me contó cómo ha sido siempre un ciudadano activo, que ha intentado poner los puntos sobre las íes en cosas relativas a los españoles, como la sustitución de la lápida que, en plana Grand Place, se nos insultaba con carácter permanente y general. Me dio una idea exacta de lo que significaba ser español en Europa en los últimos años sesenta y los setenta. Y lo que es hoy. Yo también le conté a él muchas cosas mías, de la familia, del trabajo. De los recuerdos compartidos o no. Qué gloria ésta de poder encontrarte a esta edad con esta reserva de amigos casi sin estrenar. Gracias leoneses. Amigos a los que no hemos tenido la oportunidad de desgastar durante cuarenta años con nuestros achaques. Amigos que tampoco nos han desgastado a nosotros con los suyos. Qué lujos estos redescubrimientos, qué lujos estas sabanas pobladas de recuerdos y vivencias aún por compartir.

Antonio y yo hablamos del colegio, de nosotros, de nuestros compañeros y amigos comunes, de los hombres de blanco. De los hombres de blanco, Antonio y yo hablamos con mucho cariño, con mucho reconocimiento. Habían sido buenas personas, buena gente. La conversación en Bruselas se desarrollaba envuelta en ese frío aire del nordeste que siempre está presente en la Grand Place. Acordamos lo siguiente: Nosotros, en el cambio de la década de los años cincuenta a los años sesenta, tuvimos suerte. Por los motivos que fuera, alguien tomó una serie de decisiones que nos beneficiaron. Alguien decidió invertir dinero abundante en aquel proyecto arquitectónico, nuevo por una parte y prodigioso por la otra. Alguien tuvo suficiente libertad como para escoger sin demasiadas servidumbres al pasado un grupo joven de hombres de blanco, un grupo de muchachos preparados, ilusionados, vocacionados y entusiastas. Alguien se sentó un día y dijo. A ver, chavales nuevos, con ganas. De en enseñar música los que amen la música. De enseñar teatro, los que vivan el teatro. De enseñar literatura y poesía jóvenes formados en literatura y poesía. De enseñar lenguas clásicas quienes amen las lenguas clásicas. Otros de la retórica, otros de la historia, otros de la espiritualidad. Nosotros nos beneficiamos de aquellas libres disposiciones, que confluyeron.

Y fue una suerte, reconocimos Antonio y yo. Si no llega a ser por eso, nuestra vida no habría sido la misma. Y, pienso yo, si no llega a ser por eso, a lo mejor las escuelas europeas de traducción e interpretación no serían lo que ahora son.

Ni Antonio ni yo somos personas que nos gusten los privilegios. De los privilegios no somos partidarios. Igual que aquel cura que había predicado el sermón del domingo. “Del pecado, habló”, contestó un muchacho a su madre cuando ésta le interrogaba para comprobar si se había corrido la misa. “Y ¿qué dijo el mosén del pecado?”, repreguntó la madre desconfiada. “No, pues que no era partidario”.

De privilegios no somos partidarios. Pero, como ya dije en otra ocasión, la historia que camina con lento y vacilante paso de vaca, por aquellos años comenzó a impartir justicia con los muchachos del mundo rural y a devolverles aquello que tan inicuamente nos había arrebatado. Empezando por nosotros sí, ahí estuvo nuestra suerte. Habría que esperar años para que resultaran beneficiados también los demás que eran tan guapos como nosotros y tan listos como nosotros y tan sensibles o más que nosotros y así quedaran casi en paz nuestras conciencias. Pero, mientras tanto, “qué beneficio más grande / dios al mundo quiso hacer” aquellos años.

Al final las dos horas que pasamos juntos se nos fueron en un suspiro. Yo tenía que vigilar el reloj con frecuencia, no fuéramos a pasarnos. Antonio me llevó en su coche hasta el aeropuerto y fue tal el grado de comunicación establecido entre los dos, que me acompañó hasta donde ya no dejan pasar, hasta el control mismo de la policía, hasta la barrera de las bandejas y los scanners, cuando te mandan quitarte el cinturón, el reloj, la chaqueta y ponerlo todo junto al móvil y el monedero en una bandeja.

Estuvimos dos horas charlando. ¿Mucho o poco? Depende. Si le preguntas al lápiz, toda una vida. Si me preguntas a mi, un soplo. Ya hemos quedado Argüeso y yo para la próxima, quizá pronto. Para entonces, querido Antonio, no olvides la cámara.