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Antiguos alumnos dominicos VIRGEN DEL CAMINO - LEON

LA CASA DEL SILENCIO (La Vendedora de Globos - 32)

LA CASA DEL SILENCIO (La Vendedora de Globos - 32)

Feliz domingo, amigos queridos. Junto a los copos de nieve ha cuajado en mi terraza un nuevo globo blanco que se escapó de las manos de Isidro Cicero y que me llega por el cielo allende las Cantabrias. Al recogerlo he escuchado el silencio de "La casa del silencio".

"...Ascienda pues, tardío, hasta donde pueda subir, mientras bajan copos blancos tras los cristales, este globo que estuvo inflado en principio para responder aquella vieja cuestión tan reiterada, tan pertinente, sobre si uno sabe qué es uno con seguridad...".

Leed la Vendedora de Globos 32 "La casa del silencio", os lo recomiendo, merece la pena este regalo de Navidad. Me ha permitido visualizar recuerdos, pensar, oler el futuro y acabé riendo, y no hago la venia porque el suelo de mi terraza está muy frio y puedo coger lo que no tengo.

Gracias amigo Isidro por tu regalo en cuartillas que actualizo en __D E S C Á R G A T E__.

 Sabes lo mucho que todos te queremos. ¡Feliz Navidad!

22 comentarios

lalo -

Claro, Argüeso.
Si metes a Dios en las matemáticas, las variables se hacen infinitas.
Y entonces 2+2 son... vete tú a saber. Lo que más interese en ese momento, que es lo que siempre han hecho sus servidores (de Dios, no de las Matemáticas) al más alto nivel y en todos los periodos históricos.

No obstante, acepto totalmente la versión de que por los pasillos de la casa del silencio, además de semovientes, circulaban levitantes.

Y, para los que no estuvimos allí, ¿quiénes eran?
¿eran siempre los mismos?
¿están entre nosotros?
¿perdieron esa facultad o siguen disfrutándola/sufriéndola en su vida actual?

Si las conservas, cuelga imágenes

Salud
Lalo

Chema Sarmiento -

Querido Isidro:

Cómo se te puede pasar por la cabeza que alguna de tus palabras haya podido aburrirme. En todo caso habrá podido abrumarme la sensación de que cuando algunos habláis otros estamos mejor callados, y por eso cerramos pico y pluma.

Escribes, Isidro, con prosa ligera, suelta, como si pensaras en voz alta. Con la misma facilidad aparente y engañosa con la que un pintor ejecuta una obra de arte ante la cual el profano puede ridiculizarse diciendo: esto también lo hago yo. Pero, cuando se observa atentamente, puedo uno darse cuenta de que lo que resulta fácil es leerte, porque tú te haces cargo de todo el trabajo a la hora de escribir. Como en el ballet, se esconde el esfuerzo para que aparezca sólo el arte.

Lo anterior atañe a las palabras. Si consideramos ahora lo que esas palabras vehiculan, estoy seguro de que a muchos de tus lectores les viene a la cabeza la misma reflexión que a mí: “Yo también estaba allí, estaba junto a él, y vi lo que vieron sus ojos; pero no alcancé a pensar sus pensamientos”. Aceptando pues mis limitaciones, renunciaré a la palabra para expresarme con imágenes. En lugar de ideas, trasmitiré sólo anécdotas, aventuras, fantasías. Este es mi cuarto voto.

Citas, querido Cicero, a los de tu Noviciado que faltaron al reencuentro porque ya no están entre nosotros, y olvidas a Gerardo Suárez. O quizás el Eduardo Suárez que mencionas es realidad Gerardo. Como sólo coincidiste con él un año, sería comprensible la equivocación.

Felices fiestas a ti y a todos nuestro compañeros. Y que el sumo hacedor sea este año buena persona con los que dejó olvidados el pasado.

Javier del Vigo -

Considerando primero: si alguien leyó que Andrés Trapiello habla bien de mí, de mis perifollos literarios, no lo creais; ayer comió conmigo (pagué yo) y luego tomamos copas -varias-(pagué yo también); dado que lo abandoné hacia la hora cuando se pone el sol y que él sacó narices por este blog-y vaya narices, oiga! genuinas leonesas- a eso de la hora nona, pregunto ¿cuántas otras copas no se tomó? estas ya de su bolsillo, claro!

En fin, que Dios le perdone por mentir. Y que no le haga crecer más la nariz cuando miente, porque entonces...

Te la beso, chaval! La nariz, digo...

Considerando segundo: Mira, Luis Teódulo; días pasados Josemari colgó por ahí unos dibujos de juventud hechos por Mingote sobre un fraile lego -recuerdo aquel Fray Francisco, este párroco que hablará a sus fieles una vez más de la "buena nueva" en esta Navidad; y le felicito, al menos, en espíritu!- dominico en Lima. ¿Recordáis, virgocamineros? La escena me viene que ni ex-profeso. Es aquella en que un obrero cae de un andamio y nuestro lego negrito le para en el aire, porque tiene que ir a pedir permiso para hacer un milagro...

¿Recuerdas, Luis, cuánta guerra con aquello de la obediencia? Casi tanto como el sexo. Espero que te quede la impronta y obedezcas:

Escribe tu. Es una orden. Escribe más!! Que llevas ya meses en dique seco; en actitud de venia. Creo que hay ya bula papal -expedida a tu nombre- que te redime de todos tus pecados.

Así que menos jalear a los demás y más sudar la gota gorda sobre el teclado! Que -cuando quieres- haces joyas de inestimable valor.

Si obedeces, como los frailes buenos, sin rechistar, algo también te besaré. Lo juro!

Considerando tercero. Este Isidro es una fiera! Cuando entra en vena, entras en barrena. Y nos sacas del baúl de los recuerdos escenas tiernísimas, escenas que me llegan hasta los tuétanos del recuerdo; escenas adornadas, encima, con ese sentido poético y místico que solo alguien cuya vida durante más de cincuenta años fue -y es- convertir el polvo en estrellas es capaz de hacernos ver.

Es propio de tu categoría, Isidro, que dieses perdón a Pedro cuando se te presentó la ocasión. Es así como vamos haciendo cielo mientras respiramos. Pareciera que la vaca espiritual que te tragaste, boa querido, no era vaca, que era toda una vaquería! ¿Sabes, por cierto, Isidro que Pedro cumple años hoy?

Os abrazo a ambos, y en ambos represento hoy tanta vida, tantos recuerdos que pueblan mi "Libro de los silencios". Sois emblemas de aquel tiempo, igual que el Guggenheim lo es hoy de Bilbao; pero os disfruto en este otro tiempo, recuperado, una enormidad.

Considerando cuarto: Me voy pal pueblo de inmediato. Antonio, daré una vuelta por tus heredades, que no sé yo si los de Casorvida y sus amigos habrán vuelto a saltar la valla para mangarte coles, frío, paz...

Te aseguro que como vea a estos mayorones asaltando tu casa, saco la berga -uy! qué palabrita, señor- y me lío a zurriagazos con todos ellos. Para eso me vió Justino subido a Babieca y con algún instrumento en alto!

Que el frío de Bruselas te recuerde ese otro, húmedo y total, que baja a la puesta del sol sobre las tierras que rodean el Pantano Regulador del Ebro! Llano y Arija son dos lugares que forjan personas; ¿será por ello que pudimos soportar, cuando en León, aquellas temperarturas, aquellas corridas matutinas, aquellas aguas gélidas de las duchas exteriores?

Conclusión: me voy pero volveré (espero). Y si durante el mientras alguien quiere ver lobos, pasar frío, triscar hojarasca de bosque... daos un paseo por la zona del Pantano de Arija-Llano. Algo con qué combatir el frío ya encontraremos.

Antonio Argüeso -

Lalo, ¿olvidaste que "en las matemáticas de Dios uno por uno son dos"? y en la casa del silencio, las matemáticas no eran humanas por lo que, al contar los zapatos, no ses incluyen los de quienes levitaban.

lalo -

Cicero, puedes comprobar que los dos somos de letras.
Pero para mayor seguridad, pidamos la exactitud de los números a algún experto, como Froilan o Marcos,

salud
lalo

lalo -

Cicero, en aquellas filas de 31 por 2, quiénes eran los diez que iban descalzos?

salud y noches felices a todos
lalo

Antonio Argüeso -

Un día sin abrir el blog y veo que me esperan de nuevo excelentes regagos. No ya otro de Isidro, sino también de Javier. Javier, que de los sinsabores que la vida nos depara a veces (recuerda, todo son menudencias) no quede ni rastro en el 2009.

Isidro, los globos 32 y 33 son no digo ya una cima, pues seguro que nos asombrarás de nuevo, sino un genial compendio. Si el 32 rememora casi jubilosamente ese pasado latente que todos llevamos dentro, el 33 nos deja con un regustillo similar al que nos quedaba hace 40 años tras leer una párrafada de Marcuse o ver una película de Ingmar Bergman (seamos pedantes y dejemos constancia de lo plasta que fuimos años ha: ¡da a leer un texto de Marcuse o pon una película de Bergman a tus hijos!)

¡Hay Luis Teódulo! Qué razón tienes. Levitar, como siempre fui bastante pesado (de peso al menos), no he levitado, no. Aunque, como a casi todos, los placeres terrenales sí nos han llevado más de una vez por senderos frondosos e indescriptibles. Pero por favor la camarera, no se la toques al Trapiello, que mira cómo se pone.

Termino con el querido arijano: tu controlado torrente me ha impresionado. Trasluce nítidamente la influencia de aquel determinante y nada normal período de nuestras vidas (que de forma tan traslúcida nos transmite, repito, Isidro) y que cada uno ha tenido que gestionar como ha querido o como ha podido. Uno de los indiscutibles méritos de este blog, de este «libro de recuerdos» es el de aparecer justo en el momento en el que la mayoría peinamos canas y, por tanto, nostalgias y en el que también la mayoría podría aplicarse la frase de Isidro Cícero, con o sin acento. Entrañable tu felicitación. Nos vemos en 2009 y gracias por romper una lanza a favor de la zona campurriana en el pleito, ya claramente ganado, con pueblos casorvidianos periféricos que por no tener, ni asfalto han puesto en su carretera

luis teódulo -

No cambiemos el pasado, Isidro. Pero el futuro lo veo luminoso. Te quedan aún muchas cosas por contar y escribir. Y espero estar ahí para disfrutarlo.

Seguro que leiste el otro día la entrevista a Marsé, de 72 años, en el Pais. Hablaba de la necesidad de la memoria en los escritores. Y tú la memoria la tienes privilegiada y una pluma tan elegante que los recuerdos te fluyen como un río. Da gusto sumergirse en esas aguas tan limpias.

Javivi, aunque esté perezoso, nos deleitará con otra de sus magníficas contestaciones, seguro.

Un placer leeros, amigos.

Y tú, Andresín, no te me enfades. Nadie levita mejor que tú, salvo Mariano y Vibot, aunque por otras razones. Algún día levitaremos juntos tú y yo.

Un abrazo.


Andrés Martínez Trapiello -

¿Pueden gustar unas felicitaciones más que otras?
Ninguna desmerece, y los buenos y honestos deseos para estas fechas se agradecen.
Sin embargo me vais a permitir que aquí, en este trozo de libertad del blog, haga publico mi agradecimiento a dos felicitaciones que me... : La de Javier del Vigo y la de Isidro Cícero en su Globo 33.
¡Qué rápido has sido, Isidro! Casi te veía perdido en letras; ¿quizás vago como Javi?

Felicidad a todos, al menos para hoy.

Isidro Cicero -


LA VENDEDORA DE GLOBOS 33. SINCRONIA JAPONESA

El grupo enclaustrado en la casa del silencio era de 62 mozos y no se les oía una sola palabra. El grupo de los 62 era semoviente. Para semoverse lo hacía en dos filas de 31, acompasadas, cadenciosas. En cada hilera, 62 pies, entre las dos 114 zapatos, más que un ciempiés. Yo sé que estos números son exactos porque se deben a la meticulosidad registradora de Daniel Orden Santamarta, que nos hace unos meses nos hizo un censo escrupuloso, por algo le han nombrado aquí Alto Inspector del Ministerio de Educación, dadle la enhorabuena. Daniel nos remitió una lista perfecta de los que éramos aquel año en la casa del silencio, distinguiendo bien los que acudiríamos solos, yo por ejemplo, con pareja, los que no acudirían, y los que ya se habían muerto: estos cinco: Alberto Acitores Balbás, Cayo Arranz Sacristán, Baudilio González Casares, Eduardo Suárez González y Bernardo Vázquez Villa, ahora que lo pienso mucho habría que hacerles a cada uno de ellos una biografía, un globo. Entonces nos movíamos juntos, ya digo. Caminábamos con un paso similar, nada les ha impedido, al final, adelantarnos.

Para ir a cualquier sitio, las filas. En vez de decir “para ir a cualquier sitio”, sería más exacto decir para regresar a cualquier sitio. Porque los sitios eran tan contados, tan limitados eran en número, que la palabra ir les queda grande. Los sitios eran el coro, la celda, el pasillo, la recreación, el comedor y los revisitábamos todos los días a su debido tiempo, de modo que la idea del eterno peregrinar del alma por un reducido polígono de perímetros regulares te fuera penetrando poco a poco como una lluvia fina hasta los tuétanos del subconsciente. Como venimos del Languedoc y de la Edad Media, ya lo dije en uno de los primeros globos, llevamos en los genes la idea de que estamos aquí como peregrinos, en modo alguno como turistas.

El peregrino camina siempre hacia la meta que es ganar el jubileo, o por lo menos besar la reliquia. El peregrino regresa de la meta purificado. Aquí donde escribo lo explicaba bien esta canturriada: “Vengo del Cristo de Bielba de cumplir una promesa y ahora que ya vengo santu, dame un besucu Teresa”, o sea, santo, purificado, aunque el estribillo seguía con “qué guapa eres, que buena estás”. El peregrino era un viajero espiritual como nuestro padre santo domingo mis queridos apostólicos que iba por los caminos hablando de Dios o hablando con Dios. O cantando el ave maris stella, que para el caso es lo mismo. El turista no, el turista es otra cosa. Al turista le gusta pararse en los mesones, charlar de chismes baladíes, disiparse con las jóvenes y los muchachos, escuchar a los viejos sus batallitas, comer con los que comen, beber con los que beben, bailar con las que bailan, fotografiar canecillos y distraerse. Al turista lo que le pierde es la curiosidad. La curiositas, decían los confesores medievales. Un pecado que, si te dejabas llevar, te podía arruinar una peregrinación a Santiago o a Roma. Las filas te entrenaban contra la curiositas. Para peregrinar sin mirar, para ver sin ver, para pasar por las cosas de la vida sin fijarse en ellas. Monjes ha habido que tras tirarse cuarenta años atravesando dos veces al día el mismo claustro, llegaron a las puertas de la muerte sin haberse dado cuenta de que los capiteles labrados por manos de infieles se tomaban muy en broma las cosas a las que ellos habían destinado su existencia.

Caminaban las filas, por aquellas claustrosidades, revestidas de blanco. Normalmente iban revestidas de blanco, ya digo, pero conforme avanzaba el año se presentaban ocasiones en las que las filas se teñían de negro, tal el adviento, tal la cuaresma, tal las solemnitates de invierno. Por consiguiente, las filas blancas también podían ser filas negras con el blanco debajo, indicando los dos extremismos de la gama, la cara y la cruz del cromatismo, la exclusión del gris, la opción total entre el frío y el caliente, porque a los tibios y a los de pensamiento débil, los expulsaré de mi boca. O quizá no fuera exclusión entre contrarios, sino una inclusión suprema, la oportunidad de llevar siempre encima: Quizá fuera llevar pegados al cuerpo de forma permanente los dos polos contrarios de la única verdad que merece la pena: Percatarte de que esta perra vida es al mismo tiempo esta perra muerte. Llevar siempre sobre ti, pegadas a tu piel , las contradicciones fundamentales del ser humano, que Santo Tomás resumió en cinco palabras: media vita in morte sumus. Lo sabré yo.

En el globo 32 se me planteó una cuestión por fuera parte que yo no me había planteado. Se montó un acento sobre un qué que lo cambió todo. Yo escribía sobre aquella vieja cuestión tan reiterada por Habibi, tan pertinente, sobre si sé si soy yo en una foto vieja en el que parece que aparezco en la trasera de un autobús mirando cómo fumaba Tejo al lado de Torrellas. ¿Soy yo o no lo soy? Supongo que soy yo, no podría asegurarlo, pero el globo 32 por su cuenta y riesgo dio un giro a la pregunta transformada en otra cuestión mucho más interesante; si uno sabe qué es uno con seguridad. ¿Qué somos? Habibi dice que agnóstico, está bien. ¿Sois cristiano?, nos preguntaba Astete, “soy cristiano por la gracia de Dios”, contestabas cuando niño. Hoy no estás tan seguro. Muy astuto que te hace preguntas difíciles: ¿Qué eres tú con seguridad?

En el Divan de Fuzuli la pregunta se contesta de esta sublime manera, querido y admirado Vibot: “Yo no soy yo. Ese que llamo yo has sido siempre tú”. Y no creo que se haya escrito enjamás una declaración de amor como ésta que escribió Agustín de Hipona, se lo quería decir a Habibi. “Si yo fuera Dios y tu fueras Agustín, yo me haría Agustín para que tú fueras Dios”.

Aquellas filas silenciosas daban mucho de si para pensar y todavía no se han detenido, como ves. Aquellas filas eran semovientes para ir a comer, a cenar, a desayunar y a dormir. Aquellas filas eran meditatorias, no diré meditabundas porque eso lo dice cualquiera y yo soy bastante repipio.

Aquellas filas de 114 pisadas acompasadas las hacían majos muchachos de entre dieciséis y diecinueve, con la excepción de Arranz, Cayo, que entró de mayor. Aquellas filas, muy frecuentemente se doblaban sobre si mismas, todos los jóvenes a la vez, con estética sincronía japonesa para adorar doxológicamente un misterio cada dos por tres invocado. El insondable misterio de la trinidad, que ni Agustín de Hipona con el caldero en la playa, ya que hablábamos antes de Agustín de Hipona. Aquellas filas de jóvenes morenos y musculosos, de cuando en cuando salpicadas por algún que otro castaño, algún rojo, algún pelirrojo, algún rubio de palidez lechosa y blancura nuclear.

Ningún rubio era tan rubio como el frailecillo holandés que sin saber yo por qué ni por qué no, pasó por allí, errante. Fuera de allí otros muchachos de la edad y la musculatura de los de las filas musculaban la agricultura, la industria y el comercio en oficios de hombres, el oficio de la casa del silencio ya lo dije era oficio divino, tal vez angélico, angelical.

Filas de jóvenes que, revestidos con aquellas sombras medievales, parecían momias encapuchadas. Filas siempre pidiendo, siempre agradeciendo y siempre alabando. Cuando las filas llegaban al comedor, pedían bendiciones para el cibum y el potum. Entonces había nuevos trozos de evangelio antes de sentarse a comer las filas (ahí fue donde leí yo el milagro de la curación de un mulo, que tanta gracia le hizo entonces a un Olóriz con sentido del humor). Ahí fue donde rompí el ritual cambiando la d por la l, la sorda dental por la líquida, si es que no he olvidado yo, como he olvidado tantas cosas, los rudimentos de la fonética. Ahí fue donde transgredí, distraje y causé risa. Probablemente ahí tuve que hacer venia mayor o venia menor, besando penitente el santo escapulario blanco, que junto a la cara roja de rubor, pintó por un instante la bandera de polonia y la futura bandera de una comunidad autónoma del norte del país. Allí todo era ritual preestablecido, repetido, ordenado, y, siendo esto así, cambiabas la d por la l y te coronabas de celebridad para una temporada. Era una proeza.

Y, después de comer, otros trozos de sagrados textos. Las comidas y las cenas desembocaban en un piadoso agradecer al sumo hacedor aquellos alimentos - no escasos, eso sí es verdad - que de su largueza, que de su generosidad, que de su bondad acabábamos de recibir. Porque la primera vez que yo estuve en la casa del silencio, el sumo hacedor se ocupaba personalmente de aquellos, tan de agradecer, de que no nos faltara el café con leche por la mañana, con las galletas quizá, la sopa y algo de carne al mediodía, la mortadela al atardecer, el arroz blanco y algo de pescado, blanco también, antes de las completas.

Era muy buena persona el hacedor sumo. Tener un sumo hacedor así, tan bien dispuesto, era un privilegio, era como años más tarde, como ahora mismo, tener un puesto de trabajo y la cartilla de la seguridad social en orden. La primera vez que yo estuve en la casa del silencio, meditación, diálogo interior, silencio exterior, silencio mediopensionista, sobre todo silencio.

Suma, amable lector, amable Habibi, los tiempos y los espacios que te he dicho. Y luego, con el sumatorio de lo sumado y algunos renglones que se me pueden haber perdido en las médulas de la memoria casi cincuenta años después de aquello, dime si dudas tú que el espíritu nos saliera por las orejas. Por eso salíamos la primera vez que estuvimos allí, casi levitando sobre el mundo, el demonio y la carne.

Cierto, allá afuera las cosas no eran lo mismo, allá afuera estaba el mundo tal cual, la intemperie. La mayoría de la gente no tenía allá afuera un sumo hacedor tan bien dispuesto, se deslomaban sobre los terrones o en las galerías de la mina o en los altos prados de segar, o haciendo el asfaltado de la carretera, o arando las rojizas tierras de sembrar, o con la motosierra en los montes donde se cortaban aquellos pinos que se medían por estéreos, no sé si tú sabes lo que es un estéreo, que nada tiene que ver con los cacharros del picú ni con las tierras como la tuya escasas en madera.

Los de fuera no tenían esos privilegios. No habían sido elegidos. Eso, los de fuera de aquí cerca, porque los de un poco más lejos, en aquellos días de cibum y potum bendecido se estaban matando concienzudamente los unos a los otros. Chavales árabes y chavales israelíes de nuestra edad se mataban a conciencia aquella primavera como estaban acostumbrados a hacer desde el himno al sol de Akhenaton, sin que el sumo hacedor se fijara en aquella costumbre. Y más lejos aún los vietmin, los vietcong y los usarmy teñían de rojo, llevaban años tiñéndolos, los ríos aquellos de las misiones orientales que salían en las revistas. Pero nosotros estábamos protegidos y podíamos dedicarnos a cantar lindas canciones del folclore del Oriente Medio: “Ha arrojado al mar al caballo y al jinete”, cantábamos, presumiendo de la fuerza descomunal de un señor valiente, de mano fuerte, terrible en la batalla que además estaba de parte de nosotros.

Muchos años después, ante el pelotón de fusilamiento del pasado, el padre Pedro, el padre maestro, el padre nuestro, se confesó conmigo de un pecado del que le absolví inmediatamente: no rezo esos salmos, no, no puedo, cómo va Dios a hacer esas cosas que dicen que hacía.

Era 1967 e inspirábamos sobredosis de espiritualidad, querido Habibi, tantas dosis, que su expiración todavía la estamos haciendo, como esas boas que comen vacas enteras y luego tardan una vida en hacer la digestión. Inspirar, expirar, inspirar, expirar... Y el expirar aún dura, se siente. Es el ritmo de la vida y vuelvo a poner puntos suspensivos, ya que esto era parte de un globo para Habibi y sé que con él me puedo tomar ciertas libertades de puntuación y de interjección, incluso de interjección e interrogación combinadas, un auténtico chollo escribir para Habibi.

Y llegados aquí a muchos quizá nos hubiera gustado que nuestra juventud hubiera sido de otra manera. Quizá. Alejandro Dumas en “Las tumbas de Saint Denis nos dice que las cosas fueron como fueron y que si fueron así, ahora no tienen remedio: “Pobres locos”, dice el francés. “No comprenden que los hombres pueden a veces cambiar el futuro, el pasado nunca”.

Feliz navidad.

Vibot -

Teodulillo, es verdad que me encanta enredar en las vidrieras. Y tú siempre me ves en transparencias, mi querido poeta.
***
Javivi, yo no quería guardarme los abrazos...

Ahora todo pasó y leo en Gabriele D'Anunnzio una frase que parece describir nuestro blog de nostálgicos:

"Los recuerdos de la edad virgen exhalan en el espíritu un perfume siempre fresco y benéfico".

luis teodulo -

Habláis de desnudeces en este invierno helador?

Seguro que Havivi conoce estos versos de Jorge Reichmann:

El vestido más hermoso

El mejor vestido para mi cuerpo
es tu cuerpo desnudo.
el mejor vestido para tu cuerpo
es mi cuerpo desnudo.

Vestido así,
no tengo ganas de desnudarme
nunca.

Que nadie se nos resfríe. Abrazos

andres cortes aranaz -

¿Cuándo se desnudó Javivi?
¿Dónde?
¿Para quién?
¿Cuánto tiempo?
¿Qué os pareció a los privilegiados?
¿Se encamó con Mariano?
¿Le fué infiel?
Siempre me pierdo lo mejor.
Abrazos

Vibot -

¡Sí, chaval!

josemari cortes aranaz -

Javivi, ¡qué guapo estás cuando te desnudas!.

Javier del Vigo -

De Javivi a Cicero, que es como decir de la Amistad al Olimpo de las letras.

“Cicero te dedica su 32 globo!”-me dijo aquella voz al teléfono, surgida de la noche de los tiempos. Voz que confesaba en la distancia llevar 47 años sin sabernos, sin perturbar nuestros silencios mutuos; aquellos silencios que se produjeron un día, hace ya una eternidad, cuando desplegamos el vuelo de la vida y dejamos atrás, -oscurecido como la torre del santuario de La Virgen del Camino-, el tiempo de la tensión, de las hojas verdes, de las risas tonantes y la piel hambrienta de otras pieles con las que rozarnos hasta tiritar de pasión. De pasión de amor, que la otra la apuró hasta las heces el Nazareno, allá por el año uno, según las crónicas oficiales…
“¿Le has leído?”, -volvía a preguntarme Manuel. Le reconocí que llevaba varios días sin abrir el “Libro de Mis Recuerdos de Adolescencia”: este blog; las navidades, el frío invernal, otras ocupaciones inexcusables, una cierta vagancia por agotamiento intelectual que llevo a cuestas; “quien esté libre de pecado, tire la primera piedra”; Mariano Estrada sabe bien lo que es pasar por altibajos y seguir viviendo, malgré lui…! aquellos humanos envidiosos –los judíos del Sanedrín, en el Nuevo Testamento- con narices de perro perdiguero fueron alejándose de la pecadora, cuenta el relato evangélico… (Quizá, confesado el pecado, me permitáis hacer la venia ante vuestras miradas misericordes y quede limpio de culpa; incluso de pecado, que uno no sabe ya si es lo mismo o no…).
Manuel Centeno tiene voz joven, pero en botella de “crianza en roble”; modulada por toda una vida de aventuras y desventuras. Casi hermana de otra voz con “aldaba” y “señorío”: “Señorío de Nava”, mismamente, en la denominación del Duero. ¿Hablamos de alguno de los Cortés de León? No y sí: Hablamos de la piña en su conjunto. De los hermanos Cortés; el jubileta, el gestor de ricos vinos y del abuelo emigrado a tierras valencianas. Incluso, de su hermana y allegados. En Navidad hay que tener en casa algún San José, con su vara de lirios blancos. ¡Queda tan bonito! ¡Feliz año, “Corteses” y familia!
Nos habíamos escrito varias veces. Hablo de Manuel Centeno y yo. Pero nunca nos habíamos hablado, desde hace toda una vida… Esta mañana de la lotería –a mi me queda la salud; ¡del próximo año no pasa, lo juro!- me ha llamado y nos hemos abrazado como se abrazan dos personas que se quieren pero que no se ven desde hace medio siglo. En la distancia, contra un sol invernal diáfano, con esa pasión dorada que da la experiencia. Con deseos de vernos y tocarnos pronto; sea bajo el profundo cielo azul de León o bajo los cielos menos densos de la Cantabria marinera…
¡Que los abrazos no dejan culpa, dejan gusto! ¿Me has leído, Santines? Santos Vibot, si te dieron ganas de abrazar a Isidro, guárdales hasta que le veas in person; aquel día, abrázale, pero no las frustres. Que la frustración genera pecado…
¡Hasta muy pronto, amigo Centeno! ¡Por estas!
Así que, Isidro, luego he sorteado los obstáculos que ha puesto Josemari para llegar a tu texto –este Josemari protege bien a los buenos, con alambradas que dificultan el acceso a sus tesoros más queridos- para llegar a disfrutar de tu último texto.
Recuerdo perfectamente el escenario que desencadenó tu último globo. Una vieja foto. Los asientos traseros de un autobús, del que nadie recuerda a dónde iba ni de dónde venía. ¿Amnesia colectiva? Ya digo: Hace de ello muchos, muchos años. Tantos que varios protagonistas de aquella foto amarillenta navegan ya por los procelosos mares del Norte, fumando cigarros de eternidad. Por esos mares que ha recorrido infinitas veces Quique Muñiz en busca de restos de nuestros naufragios, para el recuerdo de todos y cada uno de ellos.
En aquella foto estaba Ángel Torrellas, la melodía viajera, uno de nuestros iconos de aquellos tiempos prohibidos; y José Ramón Tejo dando una calada a un cigarro, que –por prohibida- le daba ceño de especial pasión. (Beso con respeto tu eternidad, José Ramón, a quien quise tanto…!) Y estabas tú, Isidro Cicero –yo lo escribo sin acento, como ves, Andrés Trapiello; allá tú con tus fantasmas-.
Valorando la foto, en algún momento, dejaste escrito: “Ya no sé si yo soy yo”.
Ya ves, amigo, cómo una frase puede desencadenar un terremoto. A mí me lo causó y me sigue dando vueltas por los adentros. No sólo en lo que pueda afectar a Isidro, mi viejo amigo que aún anhelas, como niño de otros tiempos, se te regale un jersey amarillo de pico, en justiciera satisfacción, en desagravio por aquel que nunca llegó a destino, aunque llevaba amores de madre…
Incluso en lo que me concierne, la frase genera seísmos aún hoy.
Concierne a todos nuestros compañeros de aquel ayer. Y no tengo claro si el presente es una suma de pasados o los pasados se arrumban en la historia como juguetes rotos e inútiles. ¿Sois juguetes rotos de mi ayer? ¿Soy trasto inútil en vuestro presente?
Tú quizá la escribiste sin intención especial; ¿o quizá la tuvo? ¿Fue una greguería medio en broma o indicaba tu situación en el mundo, frente a él? ¡Vete a saber! A estas alturas, ya me preocupa poco el botepronto; me interesa más –mucho más- la filosofía que lo envuelve. ¿Qué somos, qué queda de lo que fuimos, las esencias de nuestro yo cambian como para acabar no reconociéndonos en lo que fuimos o somos barnices superpuestos en “El jardín de las delicias” esa alegoría de un turbador Bosco? O de “Las tres Venus”. Barnices que no se ven, pero que le dan toda su belleza, el “tono”, a la visión total del cuadro, a las “carnosidades” que dicen “tócame, voyeur!”.
Lo dejé escrito, creo; pero lo reitero. Por ejemplo, yo, -que no fui nunca a la Casa de los Silencios, hasta el septiembre último- abandoné León y quise limpiarme de todo lo que León había significado para mí. Así fui creciendo. Pasando, incluso sin girar la cabeza, por la carretera que oculta el pasadizo que comunica el recinto colegial del santuario, cuando subía al Bierzo; o cuando me llegaba a Galicia, algún verano. Ni un rictus! Nada… Igual que si cinco años de mi vida nunca los hubiese vivido…
Los quise muertos y era imposible matarlos. Dialéctica fatal.
Imaginaba yo que así había borrado todos los símbolos, sus sustancias, sus sinergias… aquello que no me servía para moverme en mis nuevos mundos, los civiles, los agnósticos. Confieso una vez más que ahora creo que estuve confundido. No se me borraron. Se me enquistaron dentro; muy dentro. Pero mis dedos seguían recordando que alguna vez tuve sabañones. Cuando en León. Mis meninges recordaban párrafos enteros de los libros sagrados que leímos. Cuando en León. Mis relaciones con los demás –sobre todo con ellas- estaban cortocircuitadas por las normas en las que fuimos creciendo…
¡Cuando en León! Luego, León estaba vivo en mi historia, que iba engordando, con el pasar de los años…
Así que mi inmersión en el blog y en aquellos tiempos dorados por la distancia, de vuestra mano, compañeros, ha sido un camino hacia mi propio yo; hacia aquel yo que quise destruir sin lograrlo. He podido encontrar esa capa del cuadro que no encontraba, pero sin la que las carnosidades de los cuerpos de las bellas Venus no adquirirán toda su erótica visual. Menos mal que atemperé mi propia progresía y no acabé de mutilarme por progre! Llegasteis a tiempo para “salvarme” el trozo del cuadro al que la humedad y los vientos habían deteriorado enormemente. Creo que al día de hoy está adecuadamente restaurado todo mi cuadro. Mis Venus lucen perfectas y carnosas. Gracias, chavales!
Te he de contar, Isidro, un secretillo: cuando volví a Bilbao, -acabado mi ciclo leonés-, anduve en núcleos progres de la Iglesia Católica: HOAC,JOC…. Los domingos, un cura amigo que no acabó en obispo por rojo, nos dirigía la misa en los lugares más inverosímiles; en ella bebíamos vino –tinto!- y comíamos pan, mientras cantábamos canciones de subversión con guitarras y tambores. Nada de latines, claro. Ni, en aquellos años, aún de euskera. No; todo en castellano. Fueron los tiempos en los que jugaba a los futbolines con otro cura que –este sí- acabó siendo obispo y ejerce por alguna diócesis vasca actualmente. Nos “confesábamos” en público; los pecados eran de intencionalidad social. El sexo iba dejando de tener significado, al revés que cuando León; sólo iríamos al infierno si éramos tibios en la lucha por la justicia social y contra la opresión. Seguía habiendo infierno, aunque un infierno distinto al de León, bien es verdad. El sexo, aunque casi milagro ejercerlo, ya no era pecado. Pecado era estar con los poderosos.
Duré poco en aquella experiencia, pero Señor, Señor…! Cuánto cambio se estaba produciendo en mi cosmovisión!
Ya en confidencias, ahí va otra. Me encantó ver a mis antiguos compañeros –entre quienes estabas tú- en Charleroi, en aquella misa vespertina una tarde de sábado del septiembre último. Estaban dirigiendo la ceremonia –como recordáis quienes fuisteis- Pedro, Jesús y José Antonio. Cada uno de ellos con sus matices, con sus diferentes capas de color, que les dan tonalidades y matices diversos dentro del gran cuadro dominicano. Yo entendía bien todos los rituales y sus significados. No en vano transité como “apostólico” por León durante casi 6 años. A instancia de los dominicos, os entró –¿nos entró?- un cierto furor “salvador”. De pronto, os vi casi niños, -como cuando en León- queriendo combatir la injusticia, hacer de la Iglesia Católica –la estructura- un Paraíso Perdido perfecto… ¡Cuántas venias se agolparon en quienes habíais estado en la Casa del Silencio durante más de seiscientas misas cantadas con sus rosarios, y sus vísperas…! ¿Habrá, al final, tantas iglesias como creyentes? Agradecí que alguien agnóstico, como yo, pudiera asistir a un ritual de creyentes católicos –sin muertos ni casaderos por medio- que exponen en público sus preocupaciones, sus cariños, sus miedos, sus deseos de un mundo mejor…
¿Será que aquel yo de cuando León –misa diaria y meditaciones bajo la férrea dictadura ética de Tihamer Toth- sigue jugándome malas pasadas desde algún rincón de mi memoria?
De mis tiempos de universitario, recuerdo una lectura de Bertrand Russell. Comparaba la vida de las personas a un río. Quizá lo hayáis leído alguna vez. Es un símil bello. Lo hago mío. Pasaron ya los tiempos del nacimiento del río de mi vida; pasaron los meandros de las montañas, con sus embates y sus aguas bravas… Pasó el ensanchamiento de la madurez… Siento que el río de mi vida se va acercando a la desembocadura –“…que es el morir”, escribió el poeta- y mis aguas son profundas, densas, han ido acarreando diferentes tierras, imágenes muy distintas, experiencias encontradas…
Soy capaz hasta de ser comprensivo con las gentes y tener piedad del mundo. Es verdad, Isidro: ya no sé si yo soy yo, que tuve perfiles ideológicos mucho más nítidos. Hoy se me han desdibujado enormemente. Y estoy contento así. ¿O es que soy capaz de disfrutar más y mejor de la vida, de los cariños, de las gentes, de la buena mesa, de un texto literario bello…?
Está bien. Seguiré rumiando tu afirmación, quizá como la rumias tú. Sin cerrarla con frase magistral. Sin dogmatismos, aunque alguna vez Justino me “representó” como un “Sidi campeador”, a lomo de un Babieca invencible. Porque no hay cosa más divertida que intentar localizarse a uno mismo, dibujándose contra el paisaje, pensándose frente a los demás… Estoy seguro de que algún día sabremos cuánto han influido las sucesivas capas que “el pintor” –cherchemos al pintor, como otros cherchent la femme- fue superponiendo en nuestra vida que se va haciendo larga en el tiempo y profunda en las aguas mansas de la experiencia.
Y que el año que viene sigamos pensando si somos río o isla. Por supuesto, con salud, ya que la lotería, al menos, por mi casa no pasó con el zurrón lleno en esta Navidad.
Disfruta de las fiestas, habibi Isidro! Disfrutad de las fiestas, habibis todos que compartisteis conmigo León, sus experiencias, su magisterio, sus éxitos y sus fracasos.
Leí más arriba, pero la vagancia me impidió la réplica, que Antonio Argüeso, el jubilado de la Grand Place, requería mi ayuda para hablar de Arija y sus blasones. Todo se andará, Antonio; recibe por ahora mi abrazo más sincero, por el año que se va y para el año que nos comienza. Del resto, tu, ni caso. Hay gentes envidiosas, vivan en Gijón o hubieran nacido en Casorvida!
Que el 2009 os llene de la misma felicidad que el viejo 2008. O un poquito más, si es posible. Yo me siento tan besucón hoy como Jose, el calerogano besucón!

Andrés Martínez Trapiello -

¡No seas cabrón, Luis Teódulo!, que con un -bueno: tres o cuatro- Prieto Picudo también se levita.

¿Nos vas a dar lecciones de levitar a los del GL?

¡Venga ya!

luis teódulo -

Leo tu globo, Isidro, con sonrisa cómplice. No llega a ser risa alborotadora que altere la paz de la casa del silencio, donde algún año antes levitaba yo.

Es lo que le pasa a Havivi, Isidro, que no sabe levitar como nosotros, no le enseñaron. No entornaba los ojos, aventurándose por territorios sagrados y místicos. Y así le sale la escritura avasalladora, todo sangre e ímpetu guerrero, sin el tamiz de quien ha contemplado el cielo con ojos iluminados.

Santines Vibot, en cambio, se nos transfigura ahora con la música y es un ángel volador que enreda en la vidrieras, acompañando aquellos salmos nuestros que aún deben perdurar en los rincones y silencios de nuestras capillas. Eran hermosos aquellos salmos, Isidro, y con aquellas palabras empezamos a adentrarnos en lenguajes misteriosos y solemnes.

A Mariano, en cambio, no le veo yo levitando por Caleruega ni por ningún sitio, creo que era demasiado enredador. Y su gusto por la lírica le debe llegar más tarde, de pulsiones terrenales que hirieron su enorme corazón cuando ya pisaba el peligroso mundo exterior.

Y la duda que me sobreviene ahora mismo, Isidro, es si todos estos zascandiles que le dan ahora al prieto picudo con semejante delectación (Centeno, Justino, José Mari, Quique, Andrés, Julito…) levitaron alguna vez por Caleruega o Palencia. Los veo ahora con el vaso en la mano, casi todos luciendo corbata y sonrisa picaruela y me da que ahora levitan bastante mejor entre los tejados nevados de su León querido. O son las brujas que hacen su recorrido en las noches de luna helada.

Argüeso, ¿ves?, que tiene una prosa más conceptualista, si alguna vez llegó a levitar –que no lo sé- aquella camarera fermosa de la Grand Place,le puso en su sitio definitivamente, pisó el suelo cálido de los placeres terrenales, apoyando su vaso y cabeza en pechos hermosos como flores de primavera. Y ya nunca más se supo de levitaciones, como casi todos.

Ramón y Jesús, desde Pamplona, me han dado hoy un abrazo que yo les devuelvo con mis mejores deseos. Y que me ha alegrado la mañana. También Justino y Manolo Centeno, gracias, amigos.

Amigos todos, un fuerte abrazo en estas Navidades. Y gracias por tu globo, Isidro; un hermoso regalo en estos días tan especiales.

Antonio Argüeso -

En esta todavía noche, parece ser que es la más larga del año, encuentro de nuevo un inmenso regalo do José Mari. ¡Qué inmensa es tu casa, José Mari!

Isidro, tu globo me ha rememorado un pasado que creía no recordar pero que al leerte, me doy cuenta de que ocupa la mayor parte de la memoria no sé si virtual u otra de mi disco duro personal e intransferible. No estuve en La Casa del Silencio. El año anterior había pasado por Palencia. Los mismos recuerdos, las mismas sensaciones, las mismas impresiones. Hasta esperaba que apareciera el rosario de la aurora los 13 de cada mes o el arroz de Liborio (¡ay! el arroz de Liborio), algo puramente palentino. Ha sido, de verdad, un inmenso placer recordar tan detalladamente ese año que constato es tan inmenso en mi memoria. Gracias Isidro. Como Andrés, he ganado parte de ese tiempo sin reloj que tanto marcó nuestro devenir. Ansiosamente esperamos el 33.

Y ahora que empiezan a alargar los días, Felices Fiestas de Navidad a todos (“os” con valor predemocrático “=os y as”), a los conocidos, a los desconocidos, a los por conocer, a los escribientes y a los leyentes. A todos, mis mejores deseos de tranquilidad y de amor

Andrés Martínez Trapiello -

Esto celoso, Isidro.
Ya no eres solo Cícero -para mí-, ya lo eres también -sigues siendo- para otros hermanos y padres que compartimos años de nuestra vida. Ya acentúa la “i” también Vibot, y eso me agrada.
Me detendría en describir mil pensamientos, mil recuerdos que bullen en mis neuronas, que se amontonaban mientras te leía; pero no lo haré.
Hoy, en esta tarde fría de León con bullicio de gentes que pasean la Calle Ancha, el Barrio Romántico y otras calles aledañas, y que viven unas ilusiones de fechas próximas, yo he perdido –he ganado- un tiempo sin reloj mientras te leía. Y he disfrutado con imágenes revividas, con una memoria selectiva y positiva de años adolescentes que son difíciles de entender para nuestros hijos, que no tuvieron la fortuna de tener al lado, en filas, al hermano perezoso, al listo de la clase, al atleta, al cabroncete, al chulo, al piadoso, al espabilado, al…

Verás, Cícero: Voy a poner la Sinfonía del Nuevo Mundo –es ya tarde-noche de domingo-, me voy a imaginar en el estudio de la Escuela Mayor en hora similar, y volveré a leer otra vez tu último Globo.

Isidro Cicero -

Qué acierto de portada para un relato así, querido José Mari, qué alegría contiene, muchas gracias. Qué luminosidad fantástica.
Y tú, querido Vibot, querido happy one, cuántos quilates gana la vieja melodía con un guía tan apasionado como tú. Qué vivo está ese "solo de violín en rapto de éxtasis, dúctil e hipnotizante". Te veo en tu fotografía, tan lejos, y tan desconocido, pero ya archivando sensaciones para regalarnos ahora. Qué artista. Un abrazo. Isidro Cicero

Vibot -

Cícero querido, ¡entre tantos sermones y martirologios, cómo destella aún la preciosa sonrisa de Tobes, rebosando alegría y picardía!

En las últimas frases de este globo, ¡qué ganas de abrazarte!