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Antiguos alumnos dominicos VIRGEN DEL CAMINO - LEON

MI CRÓNICA DEL 2 DE MAYO EN LEÓN. Y 3

MI CRÓNICA DEL 2 DE MAYO EN LEÓN. Y 3
Y llegó tu tercera parte, Maestro. Permíteme que la encabece con esta fotografía que recoge nuestra sencilla camiseta con la que querríamos abrigar a Marga. Muchos besos y toda la fuerza de la Fuerza para todos vosotros.
Mira a ver, Sidrín, si en el fondo "no" solo se trataba de una hermosa ilusión...

“Después de ésta, sé que de infarto ya no me voy a morir”, decía José Luis Alcalde Revilla en el AC León y lo repetía en la histórica bodega de Cembranos, hoy hace justamente una semana. Parecía como si el compañero más estable de Pedro Sánchez, estuviera sometiendo a pruebas desmesuradas su inmenso corazón; y parecía sentirse feliz porque, una a una, las estaba superando todas. Era como José María Cortés Aranaz, fuerte como un toro, sano como un pez, promotor de esta milagrosa aventura cibernética de comunicación que con la entrada mía de ahora marca un registro de 801.191 entradas. Ninguno de nosotros tiene la mínima duda sobre su esforzado buen hacer, y sin embargo, a últimos de abril tuvo que responder ante las máquinas precisamente sobre esfuerzos. Las máquinas muchas veces se ponen puñeteras.

Hoy hace una semana justa de todo aquello que ocurrió en el AC León y en la histórica bodega de Cembranos. Rara es la vida, rara. Alcalde, a lo que se quería referir, creo yo, era exclusivamente a la intensa emoción que nos salpicó a todos los que estuvimos allí el día 2 en algunos determinados momentos. Una emoción que salpimentó de cuando en cuando la tónica divertida y alegre de la reunión. No pudo serlo más. “Cuanto me hubiera gustado que estuvieras aquÍ”, le dije por teléfono a Marga, nada más llegar a Cembranos. “Se han acordado de ti, te mandan una camiseta, muchos besos y toda la fuerza de la Fuerza”. Y ella: “Diles que gracias y que ya habrá ocasión”. “Claro que la habrá”. Y mis dos hijos: “Teníamos que haberte acompañado, de haberlo sabido; pero como nos has salido tan reservado”... “Ya habrá otras ocasiones”, les dije.

No hay más que repasar las fotos para comprobar que predominó la risa, el buen humor y las canciones más alegres de la tribu. Y los chistes. Tentaciones tengo de contar el que hizo circular Fresno (fue el desove). De boca de Julio Correas, el chiste nos llegó a Perico, a Pablo Borge, a Manolo / Conchita y a mi mientras degustábamos los rellenos del excelente cocido, mientras hablábamos de nuestras vidas particulares, mientras recordábamos a otras amistades particulares de nuestra misma promoción: aquellos tiempos en que de ninguna manera la amistad podía ser particular, sino que tenía que ser general y estar nacionalizada como la RENFE, la Telefónica y las casetas de peones camineros de Obras Públicas. Tentaciones tengo de lo del chiste, no creáis.

Había prometido deciros en qué se concretaron mis palabras cuando me llegó el momento de intervenir, después de hacerlo José Mari y el editor Lalo F. Mayo. Pero antes os diré que soy casi una fotocopia del suegro de Mayo, de tanto como nos parecemos; nos lo certificó su santa a Habibi y a mi: quedó en mandar fotografías por si no la creíamos.

Ya os he dicho que para mi intervención había preparado la víspera unas fichas porque no me gusta dejar las cosas importantes a la improvisación y que las fichas se me extraviaron con las prisas de la última hora. Hacía un mínimo currículum vitae literario, por si había periodistas de León, que no tenían por qué saber nadad de mi, y los hubo. Pero como, con las prisas y las emociones no las encontré, tuve que improvisar y casi mejor, porque así fui al grano. Aún seguía recorriendo bolsillos, excepto, claro el que las escondía y mientras tanto iba agradeciendo a todos los presentes su estar allí, a José Mari, al grupo de León, al editor Lalo, a los prologuistas, comentaristas y epiloguistas del libro, al despliegue de imaginación, al derroche de ingenio y afecto de toda la velada literaria, hasta que ya dí las fichas por desaparecidas y me lancé a hablar sin red. Pero lo que se escribe se lee, y al final puedo añadir cosas que contenían aquellas fichas a las cosas que me oísteis en el AC.

Dije que mi primer libro trataba del maquis y se titulaba Los que se echaron al monte y que éste de hoy trata de los que nos echaron a estudiar a León. Y que había ciertas concomitancias entre unos y otros, porque teníamos en común ser personas en circunstancia límites. Las circunstancias entorno a los miles de hombres jóvenes de toda la cordillera cantábrica, (Galicia, León, Asturias, Cantabria) que se echaron al monte desde el 37 al 58 fueron de crueldad extrema, de soledad profunda, de aislamiento, de extrañamiento; pero también de ayuda mutua, de amistad profunda y de tiernos afectos. Dije que de las mismas geografías, se nos “echó” a muchos miles de nosotros, jóvenes de la siguiente generación, a otros montes metafóricos, que eso eran los seminarios y los colegios apostólicos como la Virgen del Camino. Y me quedé dándole vueltas al verbo echar que significa muchas cosas, entre ellas algunas tan dolorosas como arrojar, hacer salir y por consiguiente arrancar, desarraigar.

Dije y/o escribí que el libro trata más o menos de eso. Y que la Vendedora de Globos resulta un libro novedoso, porque se ha hecho de forma novedosa: Del autor que es inmediatamente leído, comentado, corregido, sugerido por el lector. Del lector que se convierte él mismo en autor. Y eso no habrá pasado muchas veces. Dije o escribí que era un libro coral, escolanístico, en el yo sólo había sido el solista, el Joseluisfernándezmartínez del siglo XXI, aunque por desgracia sin estar dotado de aquel instrumento prodigioso que una vez en San Isidoro hizo a Franco mirar para atrás. Yo también he hecho a la gente mirar para atrás, pero a Franco no. Mirar para atrás estando en misa, lo hacían los niños malos y se les castigaba con un buen coscorrón. Pena.

Peor no es un libro de solista, no. Dije o quise decir que el nuestro se trata de uno de los primeros productos de este nuevo mundo que pudiéramos llamar Blogialandia, de estas nuevas redes de interacción social tan novedosas. Vas a Blogia ya no en busca de información y herramientas, ya vas a participar, a crear, a aportar y a relacionarte. Esa relación suele ser espontánea y efímera. Pero en La Vendedora de globos se hizo libro, cuajó en algo permanente.

Me referí a nuestra generación, una de las siete que coexistimos sobre el suelo español en el siglo XX. Fuimos una generación diferente, todas lo son, pero la diferencia de la nuestra consistió en que vivimos y conocimos lo antiguo pero fuimos los que abandonamos lo antiguo sin olvidarlo del too. Esto me lo explicó a mi muy bien el alcalde de un pueblo de los Picos de Europa que tiene un bar en Torrelavega muy decorado con instrumentos del campo de la etnografía de toda la vida, olvidada ya. “En el conocimiento los de nuestra generación somos unos privilegiados. Nuestros padres sabían utilizar esas herramientas con maestría, pero no pudieron colgarlas en un museo. Los que vienen a verlas saben para qué servían pero no saben usarlas. Los de la generación nuestra sabemos usarlas pero tuvimos la gran suerte de ser los primeros en miles de años que las pudimos colgar en las paredes del museo sin tener que usarlas para ganarnos la vida”.

Nosotros parecido: Fuimos los primeros que colgamos todos aquellos instrumentales rancios que durante siglos encadenaron a generaciones y generaciones de jóvenes, aunque aprendimos a usarlos. Los oque vinieron detrás no saben usarlos, prácticamente, y es una suerte, no saben ni para qué valían.

Conté por qué tuve yo tantas dudas en participar en el blog. A Mariano Estrada, que me animaba, se lo expliqué claramente hace dos años. Le confesé que no sabía qué decir. Le expliqué el vértigo, el miedo de alguien que se sintió idealizado como escritor en el pequeño mundo del colegio cuando era niño, y que ahora tenía miedo a decepcionar cuarenta y tantos años después. No dar la talla, no estar a la altura me producía terror. Por eso tardé meses en participar.

También le dije a Estrada en su momento y se lo repetí en León a todos que me sentí obligado a vencer el terror y a participar porque de algún modo tienes que mostrar tu agradecimiento a las personas que te apoyaron y creyeron en ti en unos tiempos tan lejanos. Además me habían metido en la lista de alumnos ilustres del colegio... Lo más cómodo era mirar para otro lado, no darse por aludido, y asomarme al blog, a la blog, sólo para disfrutar con lo que otros escriben y recuerdan. A día de hoy no me lo habría perdonado.

Al final me hicieron preguntas, varias preguntas. A tenor de ellas tuve la ocasión de repetir algo del talante subyacente a la Vendedora de Globos: No hay el más mínimo vestigio de rencor en la colección. Ningún resentimiento y sí mucha gratitud. Hay la consciencia de que vivíamos en una dictadura general, como todos nuestros coetáneos y que allí, la dictadura se concretaba y se especializaba, pero nuestros formadores eran tan víctimas o más que nosotros de esa misma dictadura. Su reclutamiento había tenido lugar en tanta o más pobreza que el nuestro, su voluntad, buena voluntad, estaba fuera de toda duda. Y en todo caso, ellos eran entonces tan jóvenes como nuestros propios hijos hoy día. Sin mixtificaciones y sin camuflar realidades, ese era el fondo de la cuestión.

La parte sórdida de la experiencia ya la han escrito otros muy bien, por lo cual este autor se ha considerado felizmente liberado de semejante obligación. Lo que otro haya escrito, no lo repetiré yo para qué.

Que para qué escribí lo que escribí. Quizá para recuperar, quizá para sondear, quizá para exorcizar, quizá para agradecer.

Y bueno, luego el cocido de Cembranos, delicioso. El lugar un lujo. Tengo que repetir. Los globos que jalonaron la ruta, una ideaza. Los regalos amarillos de Heredia –Macondo amaneció un buen día invadido por millones de mariposas amarillas, que se han interpretado de muy diferentes maneras – muy útiles, no sé como he podido llegar hasta aquí sin ellos. El grabado que me regaló Vibot, un lujo. Las corrupciones que también me regaló Vibot empecé a releerlas como un poseso a primeras horas del domingo. En el libro de Carlos Tejo sobre Ribadesella, salté todas las hojas hasta encontrar lo que más me interesaba, lo de José Ramón y lo de la bella madre de ambos.

Las frases de cariño, los besos de unos y otros, los consejos, los buenos deseos, el desvío del prior de Oviedo que paró a vernos y se llevó unos cuantos ejemplares, todo esto llévolo en les entreteles.

Mira que si llego a ceder a la comodidad y hago como que la iniciativa de José Mari no iba conmigo, presionado por miedos y complejos, no sé. Ahora no podría mirar a Cicero a la cara.


  • Fecha: 09/05/2009 19:33
  • Autor: Isidro Cicero

12 comentarios

Andrés Martínez Trapiello -

...y hoy, más que nunca, junto a Cícero -para mí-, para todos.

Vibot -

El caso es que salí de los alrededores de aquel Neptuno del bosque de los monstruos medio aturdido recordando las piezas con las que había temblado frente a los tribunales del Conservatorio hasta octavo de piano: los preludios y fugas, estudios de Chopin, oleadas de Albéniz y Granados...¿aquel fuí yo, perdido en bellas músicas aún?

En el hotel todo fueron abrazos, reconocimientos, cariñosas sonrisas. Vi por primera vez al "Pardalín", con quien tantos versillos he cambiado. Y recogí de muuuchos de vosotros ese afecto profundo más dulce que la miel, fruto de tantas horas de escritura nocturna, de intercambio de hermosas emociones y misterio... ¡Me hubiera gustado tanto abrazar a Luis Teódulo, conocerle en persona, como ya le conozco en el fondo del alma, muchacho, feliz cumpleaños, no estés solo, ¡cuando vas a venir a estos encuentros, yo quiero conocerte y reírme contigo, y seguro que muchos más también!

La velada fue espléndida, como ya os han contado. Me gustó mucho sentir llorar a Cícero, aunque se contenía, al ver el delicado detallismo con que habían reconstruído aquel paquete perdido del jersey amarillo de pico: hasta sellos de Franco pusieron estos mágicos golfos de León, y el cordelillo cuidadosamente anudado en varios sitios, y las distintas capas de envoltorios: el exterior de aquel papel ocre anaranjado de entonces, un poquito arrugado después de 40 años de extravío, de periódicos, de papel de estraza... cuánto cariño en el jersey doblado, en la carta de la madre, en el fardelico de avellanas montañesas...benditas lágrimas, Isidro del camino.

Fuí a la bodega en el coche de Santos Suárez Sanchez y su simpatiquísima santa Soco, hablando de mil cosas bien sabrosas, de su reciente nieto con quien son tan felices, de mi querido Borja, de cómo estamos todos tan contentos de vernos y de hablarnos de nuevo.

Cembranos fue un auténtico ágape, bajo esas bóvedas con tanto carácter, excavadas meticulosamente en el subsuelo arcilloso. Cantamos hasta quedar afónicos entre humo de cigarros y chupitos riquísimos.

Me gustó mucho sentarme un rato pegadito a Javivi, compartiendo la misma silla, junto al Papedro y frente a un Box radiante de sonrisas. Charlar con Alcaldito, con todos los del curso. Y bambolearme con el sultán Muñiz.

Nunca olvidaré las cariñosísimas palabras transparentes de Manolón, invitándome a Ovieu. Ni la "unción" con la que Centeno me cogió del codo y me llevó a presentarme a su mujer para invitarme un día a su famoso botillo. Ni las admirativas y agradecidas palabras de Cascajares. Ni el suave e intimista comentario del otro Jose Ignacio diciéndome entre plato y plato que en mis Aromas de Las Caldas había algo muy delicado. Ni todo lo que sin que dijérais nada he sentido de nuevo a vuestro lado, en vuestra bienvenida de ojos limpios.


Vibot -

Pues las respuestas, Javivi querido, no te las sé dar yo, salvo una parte de la tercera. Y es que nuestro imborrable Joseluis sí que conserva, mudado en "sopranista" el prodigioso instrumento de su voz y de su impactante estilo de interpretación, que le escuché en Palencia hace unos meses y me quedé en sin habla, como te lo cuento. Ojalá le podamos escuchar en el cincuentenario del Santuario. O mucho antes mejor, ¿no?.
En cuanto al otro fistro sersuá habría que indagar.

Javier del Vigo -

Bravo, Vibot; bravo, César! Que siga la resaca, sí. Sobre todo, César, dale caña a las teclas, que Vibot nos gana en este portillo. Emúlale, tu que sabes!

Pero entre emotividades y resacas, tres preguntas que exigen respuesta. (Y prometo brevedad, aunque os cueste creerlo)

1.- ¿Qué fue de la cartera que te faltaba, Carlitos Bañugues? Tu cabeza con agujeros te la dejó en casa o has tenido contratiempos y burocracias, por haberla perdido?

2.- A Jesús Fresno y/o Isidro: ¿Ese chiste que callais? En abierto o en email, mejor en abierto, que un chiste es siempre sólo un chiste, yo no quiero seguir sin leerlo. Y si, además, el chiste pone alegría a la vida, mejor!

3.- Ano-nada-do me has, Isidro. ¿De qué "instrumento prodigioso" estuvo dotado José Luis Zamanillo, que hizo volver la cabeza hasta al mismo Franco? ¿Lo mantiene o perdió poder? Mira que yo lo que le he oído es que tras aquella actuación de la Escolanía, Franco, a modo de caricia, le endilgó un tortazo, pero de instrumentos, no; nunca me habló. ¿Tendremos que preguntarle a José Luis? ¿"Instrumento prodigioso..."?

Feliz día, niños, que hoy es fiesta y la mañana brilla fantástica!

A ver, las respuestas...

Loseiros (César Alvarez) -

Si vibrante y emotiva fue la presentación del libro, aún resulta más emocionante, si cabe, la resaca.

Que no pare, por favor.

Vibot -

Llegué a León y lo encontré aguardándome. El renegrido hangar, con los altivos arcos de alabastro, los clausurados servicios de azulejos negros que nos vieron peinarnos la raya con el agua del grifo para subir muy guapos al colegio después de todo el viaje despeinándonos asomados a las ventanillas, el tinglado de hierros roblonados, triangulados.
Al trasponer el hall eché de menos aquel pretil de obra que cerraba el recinto- aparcamiento...y ver pasar los grises autobuses de La Virgen, que paraban en la acera de enfrente, a la izquierda, ¿verdad?
El puente de los leones está espléndido, con unos barandales de magníficos hierros broquelados y pasamanos de madera, en vez de aquel tan burdo de hormigón. El cauce está irreconocible de bonito, con un embalsamiento bajo el puente, derramado en cascada escalonada, y paseos a ambos lados para bicis y gente, con farolas y árbolitos jóvenes. Y los muros cubiertos de enormes madreselvas, ¡cómo olerá en las tardes de verano!
Y, sin embargo, para hacer todo esto, han talado unos chopos centenarios que refulgían aquel otoño del 75 -¡viva el rey!- y que yo sentí en mi apasionado desconcierto de entonces como lo más hermoso de León, aquellas desquiciadas alamedas de oro que mecieron mis sueños tan difíciles.
Debieron conservar aquellos árboles, que eran joyas botánicas, aquellos concejales insensibles. Hoy acrecentarían de lujo centenario los pelados paseos. ¿Véis cómo también mueren los lugares?

Y de los descuidados jardines de Papalaguinda, sólo el paseíto inicial de plátanos enlazados y las dos pequeñas fuentes de hierro, verdinoso y romántico, gorgoteando un agua de recuerdos, permanecen incólumes. Y, claro, los imponentes cedros y abetos, y algún chopo gigante, hermano de los espectros que ardían en el cauce que os decía. Y también, un poco más lejos, sobre sus humildes pérgolas de cemento armado, los paquidérmicos troncos de las glicinias, con sus curvas como de lava gris solidificada, frente al puentecito nuevo que lleva a la estación de autobuses.
Los mismos pájaros -pero ya otros, oh río heraclitano- hacen allí sus nidos y cantan las canciones que escuché de muchacho. Sin saber.

Pregunté por el Hotel AC y vine a salir a un feo edificio rectangulado que me resultó enormemente familiar. Miré el rótulo de la calle -Santa Nonia- y recordé al instante que era el Conservatorio, donde me fuí examinando año tras año de piano por libre, ante aquel tribunal acongojante, en aquel piano de cola de patas torneadas y teclado desajustado en el que nunca me dejaban ensayar ni un momento y en el que nada más poner el pie derecho sobre el pedal, me temblaba toda la pierna.
Y atravesé -por vez primera, ¡en qué estaría pensando entonces!- esa arboleda que está enfrente y que siempre debió ser el Parque San Francisco. Y vi al Santo de pedra con el lobo que acaricia al cordero. Y, en un jardín rehundido, a la francesa, circular, al gigante Neptuno empuñando el oxidado tridente y flanqueado por tres niños con ocas. Todo enorme y adusto. Tallado en un granito con aura de Bomarzo. ¡Cómo no lo vi nunca!

Javier del Vigo -

Quiero indicaros –por si hay quien no sabe el camino- que yo ya colgué las fotos que hice el 2 de mayo en Google.

Para quien no recuerde cómo, es fácil: a la derecha del blog de Josemari, en “enlaces”, golpead en “ALBUM JAVIERDELVIGO” en “fotos y documentos”.

Una vez internet os lleve a la portada de mis álbumes, aún más fácil: dad con fuerza en “La vendedora de globos”. Y a disfrutar.

El 2 de mayo anduve algo vago con la cámara, pero algunas fotos ya hice.

Acabo: ¿Qué es de las fotos de Alberto, de las de Joaquín, las de Perico y/o Isidro, las de César, las de Quique…? Me dejo alguien, seguro! ¿Vais a hacer un álbum –como sugería Josemari- o nos indicáis el camino para poder fisgarlas en vuestros respectivos “álbunes”?

Ug! Ardo en deseos de verlas!

Javier del Vigo -

Ha pasado una semana desde la puesta de largo de “La vendedora de Globos”, como libro, en León.

Justamente, Isidro acaba de recordárnoslo en la entrada superior.

Una semana que volvimos a juntarnos un montón de adolescentes devenidos a niños por mor de los años.


María, la mujer de Daniel, me echó a la cara el sábado pasado, entre risas e ironía -como cuando el cincuentenario, allá en el coro del Santuario, en La Virgen del Camino, mientras os arrancabais con aquel “Aleluya” - la frase, que se las trae: “Sois como niños cuando os juntáis.” Y la parte cínica que me habita estuvo de acuerdo con ella: niños con -sobre más o menos- medio siglo a la espalda cuando nos re-encontramos. Pero la parte sentimental, que pugna con mi cinismo, se deja envolver por aquellos recuerdos, por esta nostalgia de un tiempo ido, del que andamos buscando olores, sabores, imágenes, nombres… Así que le respondí a María, ahora que tenemos más confianza: “Si tienes lo que hay que tener, grítalo para que se enteren todos!” Evidentemente, lo mío era retórica y ella no “tiene lo que hay que tener” (menos mal!), frase fina donde las haya, que habla de atributos de varón. Era a los postres, en la bodega de Cembranos. Manolo me había mandado ir al coche, a buscar el jersey amarillo en pico que le llegó por correo al protagonista cuarenta y tantos años después de que se lo mandara Lina, su madre, mientras que Luis Heredia y Carlos Tejo le entregaban el “inflador” del que “habemos” referencia gráfica y literaria en este portillo. María y yo reímos las chiquilladas de estos hombrones, mis niños, que caminan hacia la jubilación o que ya han llegado…


Así que aplaudimos las gracias que leía Luis Heredia, de corazón. Y cubrimos de piedad y cariño los mil detalles que se sucedieron el pasado sábado, sábado que culminó con los 6 goles que metió el Barcelona al Madrid, para disgusto de Alberto Cortés y de Julio Correas.


Perfecto, Lalo! Un trabajo fino el que urdiste hasta convertirlo en ese libro de cabecera que es de Isidro, pero nuestro también, porque en las 245 páginas que lo integran hay 145 fotos donde se entreveran como un tocino con hebra aquel ayer y este hoy de muchos “apostólicos”. Genial! Porque son los 36 globos de Isidro los que van marcando las diacronías de nuestros tiempos, pero hay sólo 4 que has dejado limpios; son suyos en exclusividad, sin otros comentarios. Los 32 restantes, sin embargo, son “lugares de la memoria” interactivos, matizados literariamente por un buen puñado de plumas. Es así que este libro, además de hablar de un pasado compartido, puede leerse de mil manera posibles. Y sustanciarse en modulaciones casi infinitas, tantas cuantas el estado de ánimo del lector permita y el escritor o el globo seleccionado sugieran.

Este sábado ando vago, descansando en casa mayormente. Mis hijas, que habían programado venir a comer, finalmente no lo hicieron, por contratiempos de última hora. Lo hemos pospuesto hasta mañana, a ver si hay más suerte. Así que en la tarde eché siesta mayúscula, paseé con perra a la puesta del sol, en esa hora dulce en la que los pájaros hablan con la primavera en gorjeos de “amoristad” (Quique dixit), y me senté frente al ordenador, para echar una mirada al blog.

Como no podía ser de otra forma, vuestros textos me excitaron. Y aquí me tenéis, pelando pava con las teclas, en busca de recuerdos que contaros, para sumarme a la "crónica general del 2 de mayo en León". Día largo, en el que me levanté al alba, poco después de las 5, y volví a la cama a eso de la 1 de la mañana, ya roto, pero con alegría interior por haber estado en el lugar adecuado en el momento oportuno, para la memoria recuperada.

Cuando amanecía el sábado 2, Isidro y yo andábamos ya, carretera alante, por las frías tierras entre Cantabria y Palencia. El termómetro marcaba grado y medio. El sol engañaba tras los cristales del coche. Dentro hacía calor: eran nuestras palabras, que caldeaban el habitáculo. Porque creo que no dimos tregua al silencio en las tres horas de viaje ni un segundo. Cundieron. Vaya si cundieron!

Como Isidro es tremendamente serio cuando adquiere una responsabilidad, quiso asegurar que estuviéramos en el hotel convenido a las 11, para comenzar “su” trabajo, el ritual de firmas libros. Hacia las 9,30 ya estábamos en León.

¿Qué hacer?, nos dijimos. Y subimos a La Virgen del Camino, para pasear por nuestros recuerdos sobre el escenario real de aquel tiempo “…que se nos va entre los dedos”, tal como él ha dejado escrito. Dejadme que cuente aquí una picardía que me salió mal: llamamos a Enrique Muñiz, en el convencimiento de que andaría en su último sueño, tras una noche de viernes “toledana”. ¡Vaya chasco: nosotros casi a la puerta de su casa y él ya en el hotel con el resto del GL, rematando detalles para el acontecimiento!

Mientras acababa una misa en el Santuario, dimos una vuelta por los alrededores. Los árboles del jardín de Recepción han crecido una enormidad. Lo mismo que los nenúfares y los peces de colores de la fuente. Escudriñamos tras los cristales del viejo refectorio de la Escuela Mayor: aquellas mesas solidarias donde comíamos no existen. Contemplamos tras la verja la trasera del teatro, al que han colocado como compañero un edificio para convento de dominicas: aquel teatro vacío no arrancaba aplausos ni nosotros estábamos sentados dentro esperando el comienzo de la representación . Mientras nuestras miradas se posaban sobre estos lugares, la memoria buceaba en pasajes de aquel ayer: en el niño que, arrancado de su pueblo, pretendía limpiar los zapatos con pasta de dientes; los teatros leídos; la literatura que pobló nuestros años en el colegio... La puerta que da acceso a los pasillos de la Escuela Mayor estaba cerrada, como aquel tiempo “…que se lo llevó la trampa”. Los cristales de aquella sala inmensa por la que había que acceder al comedor, tintados en blanco. Así que ni ver tras los cristales pudimos el museo natural que han colocado los frailes allí actualmente.

A Isidro le preocupaba no ser capaz de convertir en literatura aquellos olores, los olores del colegio, cuando regresábamos en septiembre, morenos de sol de pueblo y nostálgicos por las familias lejanas. “Era un olor especial”, repetía, olor que –estoy seguro- acabará convertido en literatura de su mano; o de la mano de vosotros, plumas finas. ¡Y en música en vuestras manos, maestros de las corcheas!

Lugares de la memoria, memoria, lugares… También la arquitectura y la geografía, como las caras infantiles de aquellos nuestros compañeros de internado, se van siendo sustituidas con imágenes reales de esta actualidad contumaz, que nos va colocando en el filo de un tiempo fugaz. ¿Tempus fugit?

No sé si fue Isidro o fui yo quien hizo el descubrimiento: “La torre de la estrella colorá no es tan alta como me parecía cuando aquello”. Y no sé si fui yo o fue Isidro quien replicó: “Es que nos hemos hecho más mayores y las casas de adobe que rodeaban aquel complejo ultramoderno de cuando el ayer son ahora edificios de vecindad de varias alturas”. Valverde del Camino –término administrativo que subsume hoy a La Virgen del Camino- está convirtiéndose en ciudad; ¿barrio residencial, ciudad dormitorio de León?

¡Lugares de la memoria!

Ha quedado espléndido el retablo restaurado del Santuario. Brilla como el sol. Aquel sagrario en bronce tan moderno está ahora en el camarín, tras el altar; el viejo tabernáculo del antiguo santuario ha vuelto a ocupar su lugar. Acertadamente, creo, porque uniformiza el estilo del retablo, aunque mi recuerdo tiene mayor querencia por la síntesis anterior, de barroquismo y modernidad.

Cuando por fin llegamos al hotel, cada cual nos dedicamos a nuestros efusivos abrazos abusivos.

Yo tuve más suerte que él. A Isidro lo sentaron en una mesa, pluma en ristre; así permaneció hasta que ocupó su lugar en la presentación; después, otra vez sentado, tuvo que seguir “su quehacer”: y firmaba y firmaba… Se sabe el ritual, lo ha tenido que practicar muchas veces con anterioridad. Y se sometió sin rechistar al protocolo. Con seriedad.

Aproveché para charlar: con Josemari, Justino, Manolo Centeno, mientras bajábamos los libros y me contaban el “trabajo” que me habían endilgado; con Marta y Julio, mientras tomábamos un café; con los Santos –Vibot y Suarez, con quien nunca antes lo había hecho, aunque habremos de hacerlo más-, con Isidro Cascajares, con Jesús Fresno –a quienes tenía “ganas” de echarles la vista encima-, con Manolo y Conchita… Al final, el tiempo cunde tan poco!

Santiago Rodríguez. Visto y no visto, porque te fuiste, Santiago, sin despedirnos. También tenía yo ganas de echarte la vista encima. Pero justo eso pude hacer, porque viniste, nos abrazamos, me diste noticia de Arsenio Arenas, te diste a conocer mientras preguntabas a autor, editor y blogero mayor... Después, de nuevo, tu sitio vacío, como si hubieras sido un sueño. Que no lo fue; no fuiste sueño. Quedaste incluso reflejado, -en esquina, eso sí, como fue tu fugaz presencia-, en un par de instantáneas que tiré al azar. Espero que haya sucesivos encuentros para charlar contigo y que sigas, mientras, siendo nuestro historiador mayor de aquel tiempo.

En la comida me tocó una esquina, cuya presidencia “ostentó” Pedro Sánchez, ese fraile vallecano que acapara imágenes en La vendedora de Globos. ¿Os habéis percatado, lectores? ¡Casi que te tengo envidia, Pedro, por tanta foto como hay tuya en el libro! Estoy convencido de que no es por azar que acapares tanto espacio. Eres punto de equilibrio en nuestros lugares de la memoria. Tanto en los designios del “autor” –los globos que Isidro dedicó a Pedro son preciosos, para mi gusto- como en los del “editor” –esa mezcla de fotos del Pedro director-maestro de ayer con el Pedro misionero vallecano de hoy que seleccionó Lalo es acertadísima- este hombre, este Pedro roca, brilla con luz propia en el libro. ¡Y a mí me encanta!

Pero también tuve a mi alrededor a Fernando Box, a Jesús Fresno, a José Ignacio Mallada… Entre garbanzos y rellenos, un lujo hablar con todos ellos. Las conversaciones volaron sobre el presente y el pasado. Hasta los cafés. Yo me permití la licencia de un orujito para quemar el colesterol, pero tuve que dejar la botella que sacaron allí, sin apurar, porque al atardecer había que volver a conducir, de regreso a casa… Una pena, porque estaba rico, rico!

El regreso a Santander, otras tres horas, más cansados y con las voces que se nos iban rompiendo conforme el sol dejaba de iluminar los verdes campos castellanos de esta primavera a la que le ha llovido como nunca. Habíamos hablado mucho, en medio de emociones intensas. Isidro ojeaba y leía textos del libro, que nos daban pié para nuevas conversaciones. ¡El poder de la palabra! Y en este caso, ¡el poder de la palabra impresa! Entre las varias llamadas telefónicas que se produjeron en el camino de regreso, una a Luis Carrizo: “Pero qué majos son estos leoneses, qué buena gente. Lo habían preparado todo al milímetro”.

Después, la noche se nos echó encima, como los maquis de los primeros libros de Isidro se echaron al monte. Así que filosofamos sobre la inminencia de un “López” como lehendakari para Euskadi cuando rebasábamos las luces de Reinosa, la villa más fría de Cantabria que se hermana con Arija al otro lado del pantano del Ebro; sobre el placer de tener tiempo para la investigación y la escritura, del que ahora carecemos, bajando por los viaductos y túneles de la nueva autovía Santander-Meseta; sobre cómo las enfermedades pueden hacernos volver a la pregunta fundamental, -¿qué es la vida, qué es vivir?- ya entrando por La Albericia a Santander…

Estaban cerrando los bares de la zona donde vive Isidro cuando aparcamos, pero encontramos aún uno abierto para tomar algo y cerrar el ritual de las dedicatorias: hizo una para “Javivi, el havivi”, otra para los tres hijos de su aita(los míos), Ariadna, Mikel e Irune; y una tercera para Zamanillo, aquel solista de la escolanía, con el que ya puede ser amigo sin prohibiciones.

Después nos abrazamos. “Hasta pronto”, nos dijimos. E Isidro se fue con Marga. A llevarle esa camiseta blanca con globos que le regalasteis el 2 de mayo.

¡Suerte, amigo! ¡Mucha suerte, Marga, de corazón!

Vibot -

Y madrugué en Palencia el día 2 para acudir a arropar el nacimiento de la Coleción "El Tomillar" con el libro de Cícero, orlado con escolios y guirnaldas de estos nuevos amigos recobrados.
Aún escucho el eco de mis pasos en la desierta Calle Mayor al amanecer, las golondrinas echándose a volar desde los nidos de sus soportales, como cuando era niño. El campo verdecía desde el tren en Paredes de Nava...el trayecto indeleble. Os escribí un soneto cuyo último terceto no he querido tocar, aunque concuerda mal y está imperfecto. Mi idea era leerlo en algún momento, pero me salió triste, como tantas veces, y no quise empañar la bullente alegría de ese día, tan magnífica e impagable. Lo pongo aquí ahora para todos vosotros. Y muy especialmente para Cícero, nombre de aquellos versos de muchacho que nos alucinaban. Y para Lalo, cuyo precioso nombre he descubierto en la página 9, y que me suena a Hélade irradiante y a helados juveniles:

Campos verdes de mayo para veros,
compañeros del alma, he rrecorrido
en un tren mañanero adormecido
de sol y de recuerdos duraderos.

Cielo azul de León, fríos senderos
donde aquel corazón tan aterido
soñó sueños de amor correspondido
y caricias y besos verdaderos.

Se equivocó, no hubo sino quimeras,
cerezos deshojados para nadie,
viento y silencio por las parameras.

Media vida ha pasado, mensajeras
palabras han logrado hoy que irradie
de Cícero y de Lalo las banderas.

Vibot -

PARA LALO

En esta pequeña crónica que voy hilvanado a golpes de recuerdo y corazón, quiero decirte, Lalo, que acaricio tu libro-álbum con delicia y asombro crecientes. Fuí leyendo en el tren hasta Palencia todos sus recovecos, que los tiene sin fin, que tú has mimado, urdido y tipografiado según arte. Te siento sonreir en esa página 242 en la que te deleitas y me arrullas con el ensalmo bibliófilo de los tipos palatinos en los estilos Regular y Bold, cuerpo 11 e interlineado de 13 puntos... es como música de las esferas, dinteles esgrafiados, dorado hilo de Ariadna en tantas vidas juntas otra vez, laberinto bendito.
Que gracias por la rosa que atestigua los sueños. La rosa sin espinas.

Vibot -

Sentí un momento mágico en la presentación de "La vendedora de globos", de esos en los que se para el tiempo y no sabes ya muy bien en qué década estás. Surgió un breve pero profundo debate liderado por las sabias y misericordiosas respuestas de Cícero sobre la manipulación de la conciencia... -que quizá hubiéramos prolongado muy gustosamente mucho más si no hubiera estado tanta gente sin asiento- y al final pidió la palabra Fernando Muñoz Box. Todos le habíamos saludado y abrazado varias veces desde aquel Octubre, y habíamos conversado de tú a tú. Pero escuchar su voz hablando para todos, con las mismas inflexiones juveniles de entonces, fresca e inteligente... fue volver al pupitre de la Física, al cineforum deslumbrante sobre los asientos de tabla del teatro...incluso en el transcurso del debate él mismo dijo "podéis llamarme Padre Box"... dulzor de magdalena embebida en un té reconfortante, amigos para siempre, ¿lo sentís?

Ví a Box feliz todo el día entre nosotros, sonriente, radiante. Todos lo estuvimos.
Hablamos él y yo de Las Caldas. Le recordé que nuestro historiador Santiago me había prometido publicar aquí un pequeña historia de aquel enclave mítico y mostró un interés enorme en hablar con él personalmente. Te estuvimos buscando, Santiago, pero desapareciste, no fuiste a la bodega.
No olvides tu promesa. Me dijo Box que, si la cumples, él escribirá sobre su época allí, que recuerda como una de las mejores de su vida, plena y feliz.

Para animarte, transcribo algunas citas de Torbado que no he podido dejar de subrayar:
"Sólo el agua rugía y asaltaba los troncos. Pero era una música intensa y como adormecedora. Entraba en las celdas conventuales y llenaba los claustros y de noche arrullaba el sueño de los frailes. A José Antonio le costaba trabajo dormirse. Sobre las paredes, en el espejo, se reflejaba un resplandor blanco e hiriente que le mantenía con los ojos abiertos. (...) desde que ponía sus pies en el suelo helado (yo no puedo olvidar aquel estremecimiento matinal, el primer contacto con el día, no teníamos alfombra) (...) los árboles erizados de silencio y la carretera con dos grandes caminos negros y la voz monótona del surtidor monástico (...) aquel torrente de ideas, de nombres, de misterios. (...) Una gran soledad nacía del valle y corría por aquellos claustros largos y anchos. Y entraba en las celdas de los estudiantes, a través de los muros gruesos, entraba e inquietaba las almas jóvenes e ignorantes. (...) con desenvoltura y una agilidad no carente de cierta gracia monástica (...) la superficie granulosa del breviario (...) una especie de palco que corría del escenario a la puerta de salida, a un lateral de las butacas (...) la puerta falsa del escenario (...) le impulsaba a una plenitud misteriosa (...) gruesas piedras de sillería (...) los frailes habían paseado dulcemente bajo los rayos amarillos, mientras los pinos parecían extender sus hojas puntiagudas a la luz (...) selevantó a mirar por la ventana. La carretera era negra. (...) el convento de las montañas, y el valle y el río."

Santos Vibot -

Tienes que decirme, querido Cícero, dónde, en que rincón de tu casa has colgado el grabadito.
Me hace ilusión saberlo.

Como pone tu nombre ("Cicero at his Villa") en esa hermosa caligrafía romántica, pensé que podría ser un talismán tenerlo tú.

En "Las corrupciones", que también estoy leyendo, aunque por primera vez, he vuelto a escuchar ensimismado aquella "especie de música que llegaba de los castaños". Y a reconocer sensaciones grabadas a fuego en mí: "Soplaba un viento aromatizado, a ráfagas. Olía a resina y a flores silvestres, de eucaliptos. los grandes árboles tiesos despedían siempre este aroma fresco, incluso en pleno invierno. Sus raíces se hundían por debajo del agua rápida, sus cortezas se abrían en tiras mostrando troncos blancos y grises. Las hojas duraban mucho tiempo, iban cayendo poco a poco como agujas perfumadas. Entre las montañas la noche venía pronto, acompañada de ruidos, de humos. En lo alto se veían reflejos dorados y tenues".

Y he vuelto a escuchar nuestras voces en aquellos últimos paseos de la noche, casi al borde de las confidencias, "su media voz casi fría. (...) aquel aire perfumado aquellos ruidos del crepúsculo. (...) o mirar la noche y escuchar los saltos de agua. (...) como el que grita en un pozo el nombre de alguien que no existe"