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Antiguos alumnos dominicos VIRGEN DEL CAMINO - LEON

Operaciones especiales: I.- La leva

Operaciones especiales: I.- La leva

Como yo soy, os guste no os guste, Furriel con mando en la plaza de este maravilloso artilugio, he  considerado merecedor de la portada el comentario de nuestro compañero Santos Suárez Santamarta, S3 como diría Fernando Box.

¡Qué delicia de lectura! Ya me estoy mordiendo las uñas esperando al CONTINUARÁ, en vilo me hallo, como cuando de niño esperaba al viernes la salida del Capitán Trueno, siempre que tuviese las 1,50 que costaba.

Gracias y un abrazo, amigo Santos.

Nota.- Para ilustrar este artículo, por aquello del Quid-Quae-Quod, coloco este documento rescatado por Ándrés Trapi en sus catacumbas de papelajos. Admiraos: apuntes del Trapi de 20-11-1962, profesor Padre Tascón, encabezamiento ORACIONES CIRCUNSTANCIALES. (Lo dejo en el álbum DOCUMENTOS de Ver Fotos/Documentos).


Autor: Santos S. Santamarta

Operaciones especiales: I.- La leva
“Ille illa illud”, “quídam quaedam quoddam o quídam”, “quispiam, quaepiam, quodpiam o quidpiam” , “quilibet, quaelibet, quodlibet”… cuiuslibet…, quibuscumque…

Por más que los repito no es posible que me los aprenda. Podría ser un buen ejercicio para quien necesitase soltar la lengua tras tenerla largo tiempo escayolada. Alguien nos dijo que el griego Demóstenes había sido tartamudo de pequeño y llegó a ser el orador más celebrado de todos los tiempos gracias a que ponía una piedrecita bajo la lengua y pronunciaba discursos mientras subía corriendo por la ladera de una montaña. El ejercicio repetido de la declinación de todos estos pronombres le hubiese producido mejor efecto aún en menos tiempo.

En estas o parecidas zozobras estudiantiles estaba una tarde-noche de no sé qué día de la semana (probablemente viernes) y de no sé qué mes del año (probablemente noviembre o diciembre) cuando se abrió la puerta de aquel amplio salón de estudio, ocupado al completo por un elevado número de jóvenes colegiales internos.

Se abrió la puerta, digo, y aquel fraile de resplandeciente hábito blanco que apareció ante nosotros, fue avanzando resueltamente por el pasillo central sorteando las columnas del mismo a cuyos lados, en largas hileras, los estudiantes nos alineábamos sentados cada cual ante su correspondiente pupitre.

Con su connatural delicadeza y la discreción requerida por las circunstancias del momento, para no perturbar el habitual ambiente de estudio, buscó con la mirada y se dirigió uno por uno a algunos de nosotros invitándonos con un suave gesto a que dejásemos nuestra tarea y saliésemos fuera de la sala.

Así lo fuimos haciendo con presteza y al pronto nos vimos fuera de la sala de estudio un reducido número de compañeros (creo que unos seis u ocho) con una expresión de cara que denotaba a un tiempo satisfacción por abandonar el estudio y perplejidad de no saber qué podría demandarse de nosotros a aquellas horas ya avanzadas de la tarde-noche.

En mi curiosidad por encontrar alguna razón para aquel requerimiento, buscaba alguna señal común o alguna coincidencia de perfil entre nosotros que me hiciera suponer la naturaleza aproximada de nuestra misión. Y una cosa parecía clara: a los integrantes de aquella inesperada leva no les esperaba una tarea menor, como introducir tarjetas en sobres o abrir hojas de libros, no guillotinados, con un cortaplumas. Nuestra tarea tenía que ser algo distinto, tenía que ser urgente, para gente más avezada, sin determinados remilgos y, hasta cierto punto, especializada o al menos polivalente.

No adivinaba qué podría ser, pero percibiendo enseguida la horma rural y aldeana de aquel equipo de “voluntarios” creado precipitadamente, debería ser algo que cayese bajo el patrocinio y las competencias de San Isidro Labrador, santo este que no nos era ajeno porque quien más, quien menos, había tenido que oficiar de monaguillo en la procesión en la que su icono “en andas y en volandas” -desde su privilegiada atalaya móvil- dominaba los floreados campos de su municipio de origen.

Estaba claro que éramos un comando rural de intervención rápida y yo diría que de repente nos habían convertido en un grupo operativo de élite. Algo había ocurrido que requería una pronta y colectiva intervención cooperativa. ¿Habría que descargar acaso algún cargamento de patatas, manzanas, castañas, higos u otro producto de condumio? ¿Habría que hacer, con sigilo y nocturnidad, algún transporte comprometido con el carro y el poderoso mulo de la granja como cuando en otra ocasión hicimos unos cuantos viajes para traernos las grandes piedras labradas procedentes del ya derruido viejo santuario? ¿Se habrían escapado en desbandada los cerdos de la granja a aquellas intempestivas horas y deberíamos darles alcance y caza antes de que invadiesen los dominios municipales de Quintana de Raneros?, (continuará)

6 comentarios

Andres Martinez Trapiello -

Julito y Santos: ¿Se puede perder mejor el tiempo con algo que no sea leeros?; creo que no. Y si a ello le añades un fondo de jazz...
Esto tiene que ser pecado, porque disfruto con vuestras letras.

CARLOS TEJO -

Yo, respigueme primero con esta primera entrega de Santos. Dejásteme con ganas de saber, por lo que falta y por lo bien que lo narras. Después terminé emocionándome de veras con Julio, aunque esa emoción no me impide el que ya esté preparado para el próximo fascículo.
Un abrazo a todos y Felices Navidades.
Carlos

mariángeles -

Solo tan alto a donde alcanzo puedo crecer,solo tan lejos a donde exploro puedo llegar,solo en la profundidad en la que miro puedo ver,solo en la medida en la que sueño puedo ser...K.R. Mary

josemari cortes aranaz -

Julito, ¡qué gozada leerte!.
Genio, mas que genio.
besines.

Enrique Frade Alonso -

Y aparecieron los gochos ?
Quedé muy preocupau nun baya ser que se junten con los xabalis y fagan una raza nueva y peligrosa,como la gripe AH!.
Quien yera el Pá que llegó tan despacín?
UN abrazu Santamarta ,y pa tos los otros.
¿ta bien escriyu l,asturianu?

Julio Correas -

Querido amigo Santos:

No es mi intención desbaratar el “regalo” con que nos deleitas y mucho menos desbrozar el jeroglífico de la duda de las gentes que esperan el continuará, pero al leerte se me ha ido la imaginación a aquellos días y me he visto, como en un dèjá vu, saliendo del estudio en tres retratos diferentes :

Primer retrato :
Imaginaba yo de inmediato, que el fraile de hábito blanco resplandeciente que entró en el estudio y recorría las hileras de estudiantes, se arremangaba las mangas del hábito un par de vueltas (especialmente la izquierda), lo suficiente para dejar ver los puños de la camisa y un centímetro de jersey. Sólo se levantaba la vista, con gran amedrentamiento, si de reojo veías que el hábito blanco se había parado a propósito junto a tu mesa. Y al levantar la cabeza del libro, si el gesto era de complicidad señalándote la puerta, un suspiro de alivio y una leve sonrisa, tímidamente esbozada en la comisura de los labios te acompañaban mientras salías casi de puntillas.
Si al salir del estudio encontrabas en el grupo de tus condiscípulos al Ministro y a Julito Barrio… era trabajo físico. Algo pesado habíamos de acarrear o había que realizar alguna tarea peculiar con la miel, el estiércol y los champiñones, el cemento con grijo del valle, algún arreglo en la “puri”, recopilar sebo para las baloneras, o alguna tarea puntual en la granja, con o sin mulo.

Segundo retrato:
Aquel fraile de hábito blanco resplandeciente que entró en el estudio y recorría las hileras de estudiantes, andaba quedo, como acompasando sus pisadas al frufrú del hábito, y desprendía un aroma extraordinario y peculiar de colonia Varón Dandy y tabaco rubio. Cuando levantabas la cabeza ya sabías que te ibas a encontrar con una sonrisa amplia y fresca que te esponjaba el ánimo y al salir del estudio sabías también que a la sombra de algún piano, en alguna de las aulas colindantes, había unas partituras hechas a mano que había que ensayar.

Tercer retrato:
Los pasos presurosos que se acercaban eran sonoros, tajantes, rápidos y eficaces. Y cuando de reojo veías que alguien se había parado junto a tu mesa, te sorprendía comprobar que junto a ti había alguien en pantalones, o sea, de paisano. Al levantar la vista te encontrabas el jersey color beige de punto grueso, muchas veces de cuello alto, de lana de madeja castellana. Aroma de tabaco negro, de cuarterón, cuando depositaba su mano en tu hombro para llamar tu atención. Era Pepe Colinas. Y su cara redonda y sonrosada, con la sonrisa franca de hombre felizmente ocupado, te anunciaba la buena nueva : tenías visita.

Amigo Santos, me has hecho recordar. Ardo en deseos de leer tu “continuará”.

Un abrazo