LA ESTRELLA BLANCA (La Vendedora de Globos - 37)
LA ESTRELLA BLANCA (Dedicado a Jesús Herrero, por la serie)
La iglesia de Reinosa tiene unos veinte centímetros de nieve sobre los tejados, ya se irá.
La iglesia de Reinosa tiene unos veinte centímetros de nieve sobre los tejados, ya se irá.
A cubierto de la nieve y el hielo, propiamente en medio del retablo principal chapado en oro, está el patrón del pueblo, San Sebastián.
A San Sebastián le llamaban en Campoo el Santu Coritu porque está en cueros vivos. ¿Y por qué Coritu?, preguntaban antaño los de los pueblos vecinos. Pues porque está Esnugu, por esa simple razón.
En Reinosa, San Sebastián se celebra a últimos de enero, en uno de los días más fríos de toda la rueda del año. El día de San Sebastián, a la fuente de cuatro o seis caños que hay en el centro de la plaza, los de Reinosa le mandan manar vino en vez de agua, durante unas horas, supongo que la razón sea porque el vino no se congela, no por otra cosa. A mi me llamaba mucho la atención esto de los caños de vino, me parecía muy original, pero luego ya me enterado de que también hacen algo parecido en otras partes, como Daroca por ejemplo.
Ese día, a últimos de enero, los de Reinosa celebran al aire libre, en la plaza donde mana el vino, que se llama Plaza de España, un concurso de ollas ferroviarias.
Cuando el día 23 de diciembre de 2010 llegamos Javier del Vigo y yo a Reinosa, los relojes de la plaza de España daba las ocho menos cuarto y ya nevaba intensamente. Cuando nos fuimos deprisa, en evitación de males mayores hora y media después, la nevada se ponía seria; levantaba ya entre diez y quince centímetros y hacía peligrosa la circulación. Del Vigo, a quien aquella tarde me declaré, se reveló como un conductor valiente, es decir templado y decidido. Javier y yo pasamos dos horas largas en la intimidad de su coche, hablando de nosotros, de la historia en general y de la historia de España en particular. Javier es un gran conversador. Javier es un buen escuchador. Me declaré a él diciéndole: te empeñas en mostrarte en el blog de Jose Mari mucho más frívolo de lo que eres en realidad. En realidad derrochas cariño hacia todos. Y hacia todas.
Con Javivi no comenté lo de las ollas ferroviarias, tenía que haberlo hecho, porque una parte de nuestra conversación versó sobre La Robla, nuestro añorado, nuestro mítico tren de la Robla. El maquinista de la Robla, si venía de León en León y si venía de Bilbao en Bilbao, ponía sobre el vapor de la locomotora en una lata las patatas y la carne que traía de casa y las dejaba que se fueran haciendo sin ninguna prisa. Dicen que la hora de comer aquel guiso era cuando llegaban a Mataporquera. Y que allí cada quién presumía de su maestría.
Sin ninguna prisa ha cocinado también Jose Luis Fernández Martínez (para mi) su sabiduría musical a lo largo de un trayecto no ya comparable al de la Robla, sino más bien al Transiberiano. Jose Luis que se llama Zamanillo para casi todos hoy en día, dirigía esa noche el concierto de Navidad de Reinosa, debajo de la nieve que estaba cayendo en los tejados de la iglesia y delante del Santu Coritu; cantó, tocó el órgano cuando el guión lo exigió, nos dedicó a Javivi y a mi La Baila leonesa –esta va por vosotros, nos susurró en tono pianíssimo- , nos echó a todos una microhomilía y durante poco más de una hora llenó aquel ámbito barroco delimitado por piedras de sillería, muchas de las cuales fueron traídas de las ruinas de la antigua ciudad romano-cantabra de Iuliógriga, de una música extremada que gobernó con mano sabia. La microhomilía nos la ubicó entre las exquisiteces navideñas de la primera parte, y la segunda más clásica: Estos días, nos dijo, son para desearnos unos a otros paz, felicidad y amor. Pero para que nos lleguen la paz, la felicidad y el amor, son necesarias dos condiciones.
La primera es el perdón. Que sepamos pedirnos perdón unos a otros. Y la segunda es la gratitud: Que sepamos darnos las gracias los unos a los otros.
Así nos lo dijo. Brevemente. Y yo pensé: Ya podían otros aprender a explicarse con esta brevedad y con esta sencillez.
No le quité la vista de encima durante todo el concierto. Buscaba establecer identidades entre este hombre de melena blanquísima (que, mientras dirigía con una mano nos invitaba con su maravillosa voz varonil: Vénganle todos a preguntar. Que las verdades de Perogrullo son puramente verdad) y aquel niño prodigioso que en la Paramera de los sesenta nos fascinaba con su voz inigualable.
Yo no le quitaba la vista de encima, incluso cuando la soprano Carmen Bocanegra interpretaba el “Panis Angélicus” o el “O Sanctissima”, desplegando texturas cromáticas idénticas a las que entonces nos regalaba José Luis delante del milagro de color de la vidriera.
No puedo explicar en un solo globo la tensión pasado-presente que viví durante una hora aquella noche mientras nevaba en Reinosa. La nevada exterior de Reinosa se parecía en todo a aquellas nevadas exteriores en León. La música en gran parte era la misma. Las texturas cardinales también. El gesto de José Luis, reconcentrado exclusivamente en el horizonte de la partitura y sus virtualidades, era el mismo gesto de hace casi cincuenta años. Su tez blanca como la nieve, sigue siendo la misma. Entonces era música viva y casi cincuenta años después sigue siendo música viva. La misma dedicación a la misma causa con las mismas herramientas excepto aquella voz que encandilaba y que hoy reencarna con ventaja Carmen Bocanegra.
Cuando este madrileño era pequeño y pasaba los veranos en Arija, le hizo las pruebas de ingreso en la Virgen del Camino (que es como propiamente se llama La Paramera) el padre Cura. La prueba debió de ser en Montesclaros. A ver como cantas, le dijo el dominico,después de las preguntas de cultura, de grado y de psicotecnia. ¿Y qué quiere que le cante?, preguntó José Luis. Lo que quieras, lo primero que se te ocurra.
A José Luis, lo primero que se le ocurrió fue “Cheli te quiero, cheli te adoro, como la salsa del pomodoro”. Cheli te quiero era la canción de verano de aquel año, si es que entonces había canciones de verano, que habría que comprobarlo. El padre Cura, excelente catador de voces, al escucharlo abrió unos ojos como platos. No daba crédito. Cuando José Luis terminó, el religioso reaccionó soltando al aire una carcajada atronadora: ¡Otra vez! Se frotaba las manos enérgicamente. ¡Otra, ahora empieza así! Y le marcaba una escala cada vez más alta, cada vez más alta hasta llegar a lo increíble. Sabemos quienes lo sabemos que aquel fue uno de los días más felices del padre Cura, porque, a las orillas del Ebro, en el valle de Campoo, había encontrado lo que iba a ser uno de los elementos claves de la futura escolanía Virgen del Camino de León. Lo que iba a ser la estrella de la escolanía. La voz más blanca entre el conjunto de voces blancas.
Pero el recuerdo de aquel astro lo tuve que arrancar yo violentamente de mi memoria desde un día ignoto, en el que nos llamaron a los dos a capítulo, a mi en primer lugar y a él a continuación, y nos prohibieron seguir siendo amigos en lo sucesivo. Es más. Nos dijeron que en lo sucesivo ni siquiera podíamos dirigirnos la palabra. Salí yo del despacho y, cuando pasé delante de José Luis, miré hacia otro lado como si nunca le hubiera visto, como si nunca le hubiera oído ni escuchado. La decisión de los frailes sin lugar a dudas debió de ser por nuestro bien espiritual, el celo de aquellos religiosos es comprensible. Cuando a José Luis le interrogaron sobre qué hablábamos cuando paseábamos por aquellos campos desolados, les contestó que de la niebla. ¿De la niebla? Sí, los dos estábamos marcados por la niebla original. De música, él estaba marcado por la música. De literatura, yo estaba marcado por ella. De cosas de mi pueblo en el caso mío. De cosas de Madrid, en el caso suyo. No hace mucho me contó José Luis este recuerdo doloroso. A mi se me había borrado de la conciencia igual que se me borró el del jersey amarillo, un mal recuerdo que no recuperé hasta ver en el diccionario de la memoria la palabra Procuración. Por más vueltas que le doy no recuerdo qué respondí yo en aquel breve y tajante interrogatorio que decretó el final de una amistad de adolescentes internos en un lugar de la Paramera. ¡Tanto dolor se me debió agrupar en el costado con aquella imposición¡ Si hoy lo sé es porque el propio José Luis me lo ha contado, no porque ninguna de mis células me lo ponga delante a mi.
Pensaba en todo esto a lo largo del concierto de Navidad de Reinosa, una gozada. A medida que el coro de Reinosa y Carmen Bocanegra, serenaban el ambiente, ya de por si bastante sereno, vestían el aire de hermosura y luz no usada, mientras hacían sonar una música extremadamente emocionante, gobernada por la sabia mano de José Luis Fernández Martínez (para mi), a pesar de todo, mi querido amigo.
A San Sebastián le llamaban en Campoo el Santu Coritu porque está en cueros vivos. ¿Y por qué Coritu?, preguntaban antaño los de los pueblos vecinos. Pues porque está Esnugu, por esa simple razón.
En Reinosa, San Sebastián se celebra a últimos de enero, en uno de los días más fríos de toda la rueda del año. El día de San Sebastián, a la fuente de cuatro o seis caños que hay en el centro de la plaza, los de Reinosa le mandan manar vino en vez de agua, durante unas horas, supongo que la razón sea porque el vino no se congela, no por otra cosa. A mi me llamaba mucho la atención esto de los caños de vino, me parecía muy original, pero luego ya me enterado de que también hacen algo parecido en otras partes, como Daroca por ejemplo.
Ese día, a últimos de enero, los de Reinosa celebran al aire libre, en la plaza donde mana el vino, que se llama Plaza de España, un concurso de ollas ferroviarias.
Cuando el día 23 de diciembre de 2010 llegamos Javier del Vigo y yo a Reinosa, los relojes de la plaza de España daba las ocho menos cuarto y ya nevaba intensamente. Cuando nos fuimos deprisa, en evitación de males mayores hora y media después, la nevada se ponía seria; levantaba ya entre diez y quince centímetros y hacía peligrosa la circulación. Del Vigo, a quien aquella tarde me declaré, se reveló como un conductor valiente, es decir templado y decidido. Javier y yo pasamos dos horas largas en la intimidad de su coche, hablando de nosotros, de la historia en general y de la historia de España en particular. Javier es un gran conversador. Javier es un buen escuchador. Me declaré a él diciéndole: te empeñas en mostrarte en el blog de Jose Mari mucho más frívolo de lo que eres en realidad. En realidad derrochas cariño hacia todos. Y hacia todas.
Con Javivi no comenté lo de las ollas ferroviarias, tenía que haberlo hecho, porque una parte de nuestra conversación versó sobre La Robla, nuestro añorado, nuestro mítico tren de la Robla. El maquinista de la Robla, si venía de León en León y si venía de Bilbao en Bilbao, ponía sobre el vapor de la locomotora en una lata las patatas y la carne que traía de casa y las dejaba que se fueran haciendo sin ninguna prisa. Dicen que la hora de comer aquel guiso era cuando llegaban a Mataporquera. Y que allí cada quién presumía de su maestría.
Sin ninguna prisa ha cocinado también Jose Luis Fernández Martínez (para mi) su sabiduría musical a lo largo de un trayecto no ya comparable al de la Robla, sino más bien al Transiberiano. Jose Luis que se llama Zamanillo para casi todos hoy en día, dirigía esa noche el concierto de Navidad de Reinosa, debajo de la nieve que estaba cayendo en los tejados de la iglesia y delante del Santu Coritu; cantó, tocó el órgano cuando el guión lo exigió, nos dedicó a Javivi y a mi La Baila leonesa –esta va por vosotros, nos susurró en tono pianíssimo- , nos echó a todos una microhomilía y durante poco más de una hora llenó aquel ámbito barroco delimitado por piedras de sillería, muchas de las cuales fueron traídas de las ruinas de la antigua ciudad romano-cantabra de Iuliógriga, de una música extremada que gobernó con mano sabia. La microhomilía nos la ubicó entre las exquisiteces navideñas de la primera parte, y la segunda más clásica: Estos días, nos dijo, son para desearnos unos a otros paz, felicidad y amor. Pero para que nos lleguen la paz, la felicidad y el amor, son necesarias dos condiciones.
La primera es el perdón. Que sepamos pedirnos perdón unos a otros. Y la segunda es la gratitud: Que sepamos darnos las gracias los unos a los otros.
Así nos lo dijo. Brevemente. Y yo pensé: Ya podían otros aprender a explicarse con esta brevedad y con esta sencillez.
No le quité la vista de encima durante todo el concierto. Buscaba establecer identidades entre este hombre de melena blanquísima (que, mientras dirigía con una mano nos invitaba con su maravillosa voz varonil: Vénganle todos a preguntar. Que las verdades de Perogrullo son puramente verdad) y aquel niño prodigioso que en la Paramera de los sesenta nos fascinaba con su voz inigualable.
Yo no le quitaba la vista de encima, incluso cuando la soprano Carmen Bocanegra interpretaba el “Panis Angélicus” o el “O Sanctissima”, desplegando texturas cromáticas idénticas a las que entonces nos regalaba José Luis delante del milagro de color de la vidriera.
No puedo explicar en un solo globo la tensión pasado-presente que viví durante una hora aquella noche mientras nevaba en Reinosa. La nevada exterior de Reinosa se parecía en todo a aquellas nevadas exteriores en León. La música en gran parte era la misma. Las texturas cardinales también. El gesto de José Luis, reconcentrado exclusivamente en el horizonte de la partitura y sus virtualidades, era el mismo gesto de hace casi cincuenta años. Su tez blanca como la nieve, sigue siendo la misma. Entonces era música viva y casi cincuenta años después sigue siendo música viva. La misma dedicación a la misma causa con las mismas herramientas excepto aquella voz que encandilaba y que hoy reencarna con ventaja Carmen Bocanegra.
Cuando este madrileño era pequeño y pasaba los veranos en Arija, le hizo las pruebas de ingreso en la Virgen del Camino (que es como propiamente se llama La Paramera) el padre Cura. La prueba debió de ser en Montesclaros. A ver como cantas, le dijo el dominico,después de las preguntas de cultura, de grado y de psicotecnia. ¿Y qué quiere que le cante?, preguntó José Luis. Lo que quieras, lo primero que se te ocurra.
A José Luis, lo primero que se le ocurrió fue “Cheli te quiero, cheli te adoro, como la salsa del pomodoro”. Cheli te quiero era la canción de verano de aquel año, si es que entonces había canciones de verano, que habría que comprobarlo. El padre Cura, excelente catador de voces, al escucharlo abrió unos ojos como platos. No daba crédito. Cuando José Luis terminó, el religioso reaccionó soltando al aire una carcajada atronadora: ¡Otra vez! Se frotaba las manos enérgicamente. ¡Otra, ahora empieza así! Y le marcaba una escala cada vez más alta, cada vez más alta hasta llegar a lo increíble. Sabemos quienes lo sabemos que aquel fue uno de los días más felices del padre Cura, porque, a las orillas del Ebro, en el valle de Campoo, había encontrado lo que iba a ser uno de los elementos claves de la futura escolanía Virgen del Camino de León. Lo que iba a ser la estrella de la escolanía. La voz más blanca entre el conjunto de voces blancas.
Pero el recuerdo de aquel astro lo tuve que arrancar yo violentamente de mi memoria desde un día ignoto, en el que nos llamaron a los dos a capítulo, a mi en primer lugar y a él a continuación, y nos prohibieron seguir siendo amigos en lo sucesivo. Es más. Nos dijeron que en lo sucesivo ni siquiera podíamos dirigirnos la palabra. Salí yo del despacho y, cuando pasé delante de José Luis, miré hacia otro lado como si nunca le hubiera visto, como si nunca le hubiera oído ni escuchado. La decisión de los frailes sin lugar a dudas debió de ser por nuestro bien espiritual, el celo de aquellos religiosos es comprensible. Cuando a José Luis le interrogaron sobre qué hablábamos cuando paseábamos por aquellos campos desolados, les contestó que de la niebla. ¿De la niebla? Sí, los dos estábamos marcados por la niebla original. De música, él estaba marcado por la música. De literatura, yo estaba marcado por ella. De cosas de mi pueblo en el caso mío. De cosas de Madrid, en el caso suyo. No hace mucho me contó José Luis este recuerdo doloroso. A mi se me había borrado de la conciencia igual que se me borró el del jersey amarillo, un mal recuerdo que no recuperé hasta ver en el diccionario de la memoria la palabra Procuración. Por más vueltas que le doy no recuerdo qué respondí yo en aquel breve y tajante interrogatorio que decretó el final de una amistad de adolescentes internos en un lugar de la Paramera. ¡Tanto dolor se me debió agrupar en el costado con aquella imposición¡ Si hoy lo sé es porque el propio José Luis me lo ha contado, no porque ninguna de mis células me lo ponga delante a mi.
Pensaba en todo esto a lo largo del concierto de Navidad de Reinosa, una gozada. A medida que el coro de Reinosa y Carmen Bocanegra, serenaban el ambiente, ya de por si bastante sereno, vestían el aire de hermosura y luz no usada, mientras hacían sonar una música extremadamente emocionante, gobernada por la sabia mano de José Luis Fernández Martínez (para mi), a pesar de todo, mi querido amigo.
- Fecha: 28/12/2010 00:13
- Autor: Isidro Cicero
El furriel comenta la Fotografía: Fotografía que me envió mi amigo el P.Vicente Suárez (Lima).
Se trata de un recuerdo de la obrita de teatro que hicimos recién llegados al Colegio (Navidad de 1961) y que se titulaba "El Hijo del Carpintero". En el centro, el protagonista en el papel del niño Jesús, José Luis (estaba en 2º año), el mejor solista que tuvo la escolanía.
Mirando a la foto, de izq. a derecha: Vicente, de 1º C; Domingo Iturgáiz de 1º C; José Luis, de 2ºB; Seque, de 2º B; y José María Cortés, también de 1ºC.
La foto nos fue sacada unos días más tarde en nuestra aula de 1º C por el P. Arsenio Arenas
24 comentarios
Vibot -
Y qué bien nos replicas a todos en este Minimundo tan sabroso.
Que tengas un buen año, escribidor.
Isidro Cicero -
Pero bueno, así se aprenden cosas. Luis Carrizo me contó una vez que hay un personaje de su Camilo José Cela (ya conoces la sapiencia que acumula Carrizo sobre la obra de Cela) que era un poco como yo. No paraba de contar aventurinas. Cuando acababa de dar la paliza, miraba a sus contertulios y les decía:
- ¿Qué? ¿Sé cosas o no sé cosas?
Está claro que saber sé cosas, pero también que tengo que tener un poco de cuidado para no confundirlas. De lo contrario llegará el día en que ya no sea un placer para nadie leer estos relatos que os escribo; al revés, se convertirá en una duda permanente; perderé todo predicamento y Lalo Mayo, por ejemplo, no me encargará como hizo ayer el prólogo de sus cuadernos de la memoria.
La cosa se resume en no escribir tanto par coeur y no ser tan confiado respecto a los sentidos. Sobre todo, el del oído. Lo decía Santo Tomás, y te lo voy a repetir en latín, porque sé Froilán que disfrutas, que te encanta aquella lengua muerta. Y además así practicamos un poco.
Visus, tactus, gustus... fallitur,
Sed auditu solo tuto creditur.
En la cosa del auditu es donde más cuidado hay que tener. Mayorga no es Mallorca, Matachana no es Matallana. Cuando al que escuchas es de León, por mi parte creditur casi tuto, porque los leoneses soléis pronunciar muy bien: ya se lo dije una vez hace medio siglo a Sarmiento, repasa si no me lo crees el globo número 10. Al mismo Zapatero, ya ves, hay muchos que dicen que no le entienden, pues yo, oye, le entiendo de puta madre. Matachana, Matachana, lo repetiré hasta que se me quede. (A lo mejor el globo de Sarmiento no es el 10 y es el 11. Incorregible, vuelvo a arriesgarme).
(No se te olvide la película, feliz año y un fuerte abrazo para toda la familia).
Isidro Cicero -
Pues sí, Santos Vibot. La amistad era uno de los mayores peligros que corrían nuestras pobres almas indefensas allá en la Paramera y por eso los hombres de blanco tenían que tener muchísimo cuidado con nosotros. Predicarnos sin cesar esos peligros y facilitarnos lecturas ad hoc, como las del obispo imperial Tihamer Thot, a quien mi amigo Teofilo Velasco Peinador, uno de los que entre nosotros tenía un humor más agudo, llamaba Pijamer Thor.
Estábamos allí para aprender a amar a Dios, pero a Dios nadie le veía por los pasillos, nadie se cruzaba con él en la recreación. Nos pasaba con Dios como con las mujeres. Eran invisibles. Excepto para los de León, que salían los domingos, siempre los consideré unos privilegiados por la suerte.
Para los hombres de blanco las amistades particulares, así las llamaban, era un sinvivir. La amistad mejor que no la hubiera, pero de haberla, debería ser universal, o cuando menos en grupo. Jamás de dos en dos. Eso era un peligro continuo y ellos tenían que estar al cabo de la calle de peligros como esos.
Las cosas entonces eran así. Eran manías de la dictadura. En las ciudades, fuera de los muros de la paramera, lo sospechoso y lo intolerable era cuando la policía secreta veía juntos a tres o más de tres, eso ya era multitud. Bandos hubo, concretamente yo conozco uno de cuando el incendio de Santander, para avisar que si se encontraban a más de tres juntos serían pasados inmediatamente por las armas. Allí lo prohibido era el número dos. Y eso que estaba el ejemplo benemérito de la Guardia Civil, que siempre iban precisamente de dos en dos y nadie tenia miedo de que se metieran mano. Al revés: En la Corte de los Milagros de Valle Inclán hay una página donde se nos cuenta el respeto con el que se trataba a la pareja de la Guardia Civil. La gente al tropezarse con ella se quitaba el sombrero y decía:
- Con Dios la Señora Pareja.
Si nos descuidamos nos forman, me decía un amigo (fórmennos, Cicero, porque el amigo es asturiano y no se llama precisamente Manolo).
Luego viene Gamal El Guitani que escribe sobre situaciones de encierro y vigilancia como aquellas. Había un vigilante brutal, un tal Ibn Radi, y otro sutil, Zaiami Barakat. El bruto decía: La salida de aquí debe ser para el prisionero una división tajante entre dos periodos. Su vida se ha de dividir en dos partes, de tal manera que cuando el individuo salga de aquí, no habrá cambiado de nombre, sino de alma. El vigilante sutil por el contrario pensaba: Podremos examinar la vida entera de una persona, no sólo lo que es visible sino también sus deseos, sus sueños, sus inclinaciones. De manera que podamos predecir lo que va a hacer un individuo al llegar a la edad adulta. Hay que trabajar juntos para conseguir la conversión de todos al espionaje.
O sea que nosotros ni tan mal.
Isidro Cicero -
A principios del último diciembre decía yo aquí en el blog (este Pantalla, este Minimundo, este Telecosas, este nuevo Dukinaltum, este dacibao cibernético que nos estamos trajinando de la mano de Jose Mari): Ya vienen los dibujantes: lo mismo que ya llegó Jesús Herrero, se esperan otros, Serrano por ejemplo. En la primera parte de la frase enumeraba yo todas las cabeceras en las que trabajé allá en la Paramera, bien como simple redactor de base, bien como redactor jefe, incluso como director y en una de ellas como fundador. Siempre he sido consciente de la necesidad de que los dibujantes, caricaturistas, humoristas, estuvieran, estén en la prensa. Son los que mejor toman el pulso a los momentos.
Si en la relacción que precede no aludí a Camino, la revista de referencia de la Paramera, en primer lugar fue porque se me olvidó; pero también puede ser porque aquella cabecera tenía otro nivel; la editaba un hombre de la Casa creo que el Padre Iparraguirre- y en ella, excepto algunas apariciones esporádicas, yo no tenía el curro que tuve en las otras. Cierto es que el director de Camino me publicó algunas cosas sueltas y que un año me encargó la Agenda, nada menos, aquella mítica sección que venía tramada en color y que, antes que yo, hicieron el navarro Cirauqui y el asturiano Luis Javier Álvarez, todavía no sé en qué orden, veréis qué pronto lo aprendo.
Muchísimos años después, Luis Javier fue profesor de Estética de mi hijo Bruno en Oviedo sin llegar a saberlo. Para que nos hagamos una idea de lo que estamos aprendiendo y recordando merced al invento del blog, os diré que en uno de los globos del primer año, quería a toda costa hablar de Javier Cirauqui, pero fui incapaz de recordar su nombre o su apellido. Hoy me salen con absoluta espontaneidad. Pero entonces, con ese desparpajo que ya me caracteriza a estas alturas de la vida, me despaché diciendo: Es navarro y casi seguro que empieza por B. como Burlada. Qué bruto. Hoy Cirauqui ya es de carne y hueso, poesía y espíritu, sensibilidad y compromiso. Le he recordado perfectamente, que es como cordar otra vez, o sea meterlo de nuevo en el corazón.
Me pasó igual con Jesús Herrero, este palentino que escribe fresco, terso, luminoso y salado. Que tan bien dibuja. Que con tanta gracia nos pinta.
Froilán Cortés -
Comenzaría como el Pitu. Espero que al recibo de la presente...
Pero se me hace demasiado largo.
En alguno de tus primeros globos te dejé escrito, porque quería que lo supieras, el gozo que me proporcionaba el leerte. Y tambien, el releerte. Y quiero volver a decírtelo, porque quiero que lo sigas sabiendo.
Y tambien quiero que sepas otras cosas:
- Que no me he olvidado de que te hice una promesa, y la tengo pendiente de cumplir. Algún día te haré llegar la "peli" completa del día de la presentación de tus globos.
- Que la morcilla no era de Matallana, aunque la comieras con Enrique. Sería de Matachana, que ha sido sin duda la mejor morcilla de León. Fíjate si era buena, que a pesar de llevar cerrada la carnicería donde la hacían (a la sazón, Matachana) un montón de años, y muertos sus propietarios un tiempo similar, aún se sigue vendiendo, como si fuera ayer, morcilla de Matachana. Yo siempre me he preguntado que dónde y quién coño la hace, pero la realidad es que los Lupa, Arbol o Alimerka, la siguen vendiendo como tal. No sé si me he explicado con claridad, pero es igual.
- Que quiero que nos sigas inflando globos, aunque Lalo nos los tenga que apendizar.
Un fuerte abrazo, Isidro.
Isidro Cicero -
Trapiello, Andrés. ¿Has visto la maquetación de este portillo que nos ha hecho Lalo por sorpresa y que José Mari ha colocado abriendo otro más arriba? Colosal, pensé yo cuando lo abrí. Claro que enseguida puse a funcionar mi máquina de dudas, por otra parte casi siempre téngola activada, y me plenteé si limitarme a la maqueta como estaba en las instrucciones de Lalo que en cierto modo sonaba a punto final, o seguir el programa que esta vez me había propuesto de dedicar algunas palabras cariñosas a quienes habéis entrado a comentar mi extemporáneo globo número 37.
Tú dices que leído el globo, has imaginado y casi has oído el concierto de José Luis en Reinosa. Lo has oído. Te lo confirmo yo. El O Sanctissima o piissima, sonaba tal cual lo oímos allí, puede que incluso tú y yo lo cantáramos - haciendo la tercera voz, que para otras no nos daba- . Y lo que te digo del Sanctissima de lo digo del Panis angelicus y otras piezas.
Las dudas siempre paralizan un poco. Esta vacilación sobre si seguir o no escribiendo en este portillo no tiene la misma envergadura de la madre de todas las dudas, si es más noble para el hombre soportar las flechas y pedradas de las áspera Fortuna o empuñar las armas contra un mar de dificultades. Hete ahí la cuestión.
De pronto he visto que el siguiente de la lista eres tú y, la verdad, a ti no te dejo yo con tres palmos de narices y perdona por lo de las narices, que en modo alguno quiere aludir a cosa distinta al dicho castellano utilizado como comodín que tú tan bien conoces.
Encima amplías nuestros saberes sobre el tren de la Robla diciéndonos en primer lugar que también se llamaba Hullero y también el de Matallana, cuando yo de Matallana sólo recordaba haberos oído a los leoneses hablar de la morcillina de esa localidad, a la que por cierto fui generosamente invitado por Enrique Muñíz la penúltima vez que os visité. Y en segundo lugar nos informas de que probos funcionarios de Correos viajaban también en ese mítico tren al que tenemos que seguir dando vida en nuestros recuerdos.
Dar vida en los recuerdos, qué otra cosa es sino contarlos y escribirlos. Yo ya he pagado la contribución porque llevo escritas varias páginas sobre el Hullero de León. A ver si te animas y nos cuentas tú alguna historia protagonizada por aquellos héroes de Correos, tan meritorios. Me agrada verlos en la imaginación compartir las patatas con carne, los fréjoles con matanza, con los maquinistas, los guardafrenos y los fogoneros, pero de eso tú sabes más. Lo que sí es cierto es que me has abierto el apetito con este nuevo ingrediente, de los carteros, en olla ferroviaria de la Robla. A pesar de que hoy es Año Nuevo y uno llega a estas horas de la noche ya más bien estragado.
En resumidas cuentas, querido Andrés, que la olla ferroviaria, es un monumento visible, audible, odorable y sabroso a la sencillez del pobre honrado.
Este globo 37 nada tiene que ver con el salmo 37, tú mismo lo podrás comprobar. Ahora bien, tiene algunas resonancias lejanas. Es cuando dice que lo poco que tiene el hombre justo es mejor que las enormes riquezas de los impíos.
Y otra resonancia es cuando, no sé si pensando en los maquinistas, los fogoneros, los guardafrenos, los revisores y los funcionarios de Correos de la Robla, dice el sabio: Cuando viene el mal tiempo (en la línea de la Robla el mal tiempo era habitual) estos hombres justos no pasan apuros: cuando viene el hambre, estos hombres justos están hartos.
La olla ferroviaria, que trajimos a colación aquí sólo de pasada y ya se ha quedado entre nosotros.
San José -
Para remate, me uno a la petición de que el desaparecido Barbería añada unas líneas, sobre este tema, sobre Cariñena que conoce muy bien, o sobre cualquier otra cosa, que seguro lo bordará.
Andrés Martínez Trapiello -
Isidro Cicero -
¡Cariñena, hombre, Cariñena, en qué estaría yo pensando querido amigo San José Recio. Cariñena, no Daroca, perdona el error.
Yo de mis errores aprendo siempre mucho. Y de estos errores que siembro en la blog de José Mari, además de aprender, me examino. Porque, mira, en el fondo siempre supe que la ciudad de los caños de vino era Cariñena. Pero como escribo de memoria, sin pensarlo y al tuntún, no me levanté a hacer las comprobaciones siempre recomendables que hacíamos antaño, sino que me dejé llevar por un afán diacrítico, podríamos decir, como dice Google, desambiguador.
En el viaje a Reinosa para el concierto de José Luis, fuimos Javier del Vigo y yo-y regresamos- hablando como cotorras. Quiero decir, quitándonos la palabra el uno al otro de la boca. A la altura de Pozazal la conversación me condujo a decirle: ¿Y sabes a quien echo mucho de menos? ¿A quién? A Luis Teódulo Barbería, me gustaba mucho su pensar y su escribir.
Cuando al poco tiempo me puse a teclear eso de los caños que manan vino y quise poner un ejemplo además de Reinosa, me vino en primer lugar a la mente Cariñena, pero lo deseché, pensando que mi mente se había quedado en un bucle con el cariñena de Teódulo. Tiene que ser, me dije, ese otro pueblo de Zaragoza, cómo se llama, hombre, ah sí, Daroca. Y seguí escribiendo.
Daroca. Lo conozco. Y si no fuera, querido San José Recio, por no quebrantar el voto que como sabes tengo formulado de sólo La Paramera/ sólo los sesenta, te contaría que no es ésta la primera vez que meto la pata escribiendo sobre Daroca. La otra fue más grave porque confundí a un padre que escribía un artículo los corporales con su hijo que tenía los mismos apellidos, claro, y el mismo nombre, y del que se esperaba que escribiera aquel día de cosas muy distintas.
Isidro Cicero -
Entonces me diste una noticia para la alegría, ¿lo divulgo? ¿Me dejas?. Sí, me dejas. Vas a ser abuelo, también tú. Ante eso se evaporaron las pequeñas justas de dicción, de pensamiento y /o de estilo, en las que de vez en cuando nos entretenemos. Te felicité desde lo hondo y os deseé, a ti, a Blandine y a tu hijo, que se cumplan todos vuestros mejores deseos.
Luis Carrizo. A Santo Tomás no le hagas ni caso. Y escribe, escribe (nos), querido amigo. Que tú sabes.
Javier Cirauqui -
Respecto a la separación de tus amigos, es algo que yo también sufrí. En todos los paseos, alguien me recordaba que no se debía ir solo con alguien, había que hacerlo en trío o en tropel y lo más cruel es que mi mejor amigo del Colegio, Arrúe se fue a su casa un día antes que yo.
Bien podíamos haber hecho el trayecto juntos, pues ibamos por el mismo recorrido, por lo menos hasta Alsasua.
Que Argüeso, Lacalle, El Pitu, Cabo y otros de mi curso eran altos, lo tengo muy claro, pues cuando iba con ellos no me dejaban ver el paisaje. Ha sido un gozo leerte. Un saludo. Javier.
Isidro Cicero -
Cuando hablamos por teléfono, no te expliqué nada sobre el melancólico motivo de aquel viaje; sólo hablamos de unos libros y de tus vinculaciones cántabras.
Nos tenemos que animar: creo que fuiste tú el que hace algún tiempo nos invitaba a hacer un relato de relatos de la Robla. Yo le tengo un cariño añorante a ese tren, Javier del Vigo y yo lo comentamos durante la ida a Reinosa, o durante la vuelta, ahora no te sabría decir. Pero nos tenemos que animar, yo tengo algunos sabrosos recuerdos de esa línea. Aunque lo importante es que poco a poco esa mítica línea se va poblando de seres de carne y hueso, como tu padre, ferroviario, que hacía los dos trayectos, el de abajo y el de arriba, y hacía una variedad de la olla que sólo con su breve letanía me hace la boca agua: fréjoles, el pique de la matanza , tal vez una dosis del costillar, algo de la cinta, un trozo de hebra, otro trozo de chorizo y una morcilla. Y todos esos ingredientes, ensamblándose unos con otros en sabia alquimia aprovechando la alquitara de la locomotora, y combinando una prodigiosa articulación de elementos. Tan sencillo y tan genial
Concluido el concierto de Navidad en Reinosa, mi querido Santiago, saludamos a José Luis, a Carmen Bocanegra y a algunos otros miembros del Orfeón. Que si queríamos compartir con ellos la cena. Que no, que gracias. Que se estaba poniendo la carretera criminal. Bueno pues a ver si podemos vernos en Santander un día de estos, cuando volvamos de Madrid, dijo José Luis. Y añadió: Tenemos que ir porque mi madre tiene encargada una misa por mi padre, que, por cierto, murió el día de Navidad. ¿De qué año, le pregunté yo con un estremeciendo que no estaba precisamente producido por el frío. Y es que, mi querido Santiago, ya no habrás oído decir en varias ocasiones que yo no creo en las casualidades.
Vibot -
Isidro Cicero -
Ya habrá otras ocasiones.
Tu entrada aquí me ofrece la de decirte algo sobre ese villancico francés al que aludes, que tantas veces se oye sobre todo cuando vas a Carrefour, pero que esta vez en Reinosa, captó mi atención y por tanto me fijé en él especialmente. Se titula Minuit, chretiéns, cest lheure solemnelle, nunca se lo escuchamos allí a nuestro admirado solista y, al menos yo, nunca me había detenido a oírlo. Carmen Bocanegra lo borda. En Reinosa me apliqué a él de forma especial. Manda al pueblo ponerse de rodillas, (Peuple a geneux) en esa hora en la que el hombre-dios descendió hasta nosotros para borrar el pecado original y para detener la cólera de su padre. Noël, Noël, voici le Redempteur, repite el estribillo, para continuar enseguida que a partir de ese momento la tierra ya es libre y ya están abiertas las puertas del cielo. Donde antes había un esclavo, ahora se ve un hermano; donde antes se amarraba a la gente con hierros y cadenas, cadenas, ahora es el amor lo que amarra a los seres humanos.
Se trata, querido Daniel, de un canto a la utopía que tiene los mismos años que tú y que yo más otros cien.
Jesús Herrero -
Isidro Cicero -
En mis tiempos el alto - alto era Manolo. Tanto que nuestro paisano campurriano el padre Eduardo, aquel que solía exclamar ay mamachi mía, cuando le preguntaba en clase le decía: Vamos a ver, Altísimo señor.
Andrés Martínez Trapiello -
También en ese tren de la Robla o Hullero o de Matallana hacían viaje hasta Mataporquera y hasta Bilbao algunos funcionarios de Correos que seguramente compartieron alguna Olla Ferroviaria con los maquinistas de aquel inolvidable tren.
San José -
Solamente hacerte una aclaración, pues creo que a la fuente que mana vino te refieres a la de Cariñena (pueblo famoso por su vino precisamente).
Un fuerte abrazo para todos y un muy feliz año 2011.
Isidro CIcero -
Querido Seque: Entiendo perfectamente lo que dices. Lo comparto. La terapia del olvido ha sido un tratamiento excelente lo mismo que el cambio de aires, de rumbos y la suelta de lastre. Tampoco a mi me pesa aquel lastre más allá de lo justo, porque me he automedicado como el primero con la terapia del olvido. Acude más a menudo y explícanos más en detalle los mecanismos profundos del olvido, tú eres perito en estas cosas.
Desde la cicatrización de cualquier herida si alguna vez la hubo es desde donde me salen estos relatos que a ti y otros que vienen de tan lejos como tú o como yo, os acercan y os hacen familiares aquellos viejos momentos y sucesos que de una manera u otra compartimos. Es lo que dices.
Me halaga que disfrutes con estos relatos, que no pretenden otra cosa. ¿Escribir, ese esfuerzo, qué otra finalidad tiene? Escribir estos relatos, para mi tiene el mismo sentido que para ti o para José Luis hacer vuestra música en público. Por eso, sé que me comprendes plenamente, Seque, cuando agradezco desde lo hondo tus aplausos.
Luis Carrizo -
GRACIAS, AMIGO CORTÉS. MIS MEJORES DESEOS PARA TODOS.
santiago rodriguez -
Daniel Oden Santamarta -
Por si alguno quiere escuchar parte de este concierto, no el de Reinosa sino el de Arija ,Iglesia de la Ascención, del 23 de diciembre del 2007.
Un Villancico Francés - Adeste Fideles - Noche de Paz - O Sanctissima
Este es el enlace.
A disfrutar...
http://www.arija.org/es/index.php?title=Concierto_de_Navidad_2007
Antonio Argüeso -
No sabía que en el 60 el promotor de vocaciones de la zona fuera el P. Cura. En el 59 fue el reinosano P. Eduardo Ruíz, más tarde Procurador en el internado. No hizo pruebas de canto, lo que explica que me llevara a la paramera.
Seque (Ezequiel) -
Siguiendo los consejos de José Luis para la Navidad, doy GRACIAS a los que mantenéis este espacio de comunicación e información en primer lugar desde la magnífica gestión del estado mayor (la furrilería ha quedado sobradamente superada). Desde la comandancia de personal del ministerio del aire (en la que pasó los últimos años de militar de la aviación mi padre) he recibido y te transmito la ORDEN DE ASCENSO a General de División de blogueros pre y post jubilares. En segundo lugar desde las colaboraciones e intervenciones de plumas con estilos diferentes y un denominador común muy poco común: calidad. En este aspecto pongo en duda eso de que casi nos formaron. Por esta razón me he hecho blogadicto, porque consumo con fruición lo que se escribe y por la misma me da un poco de vértigo la altura, facilidad y habilidad de comunicación escrita existente. Sumado a lo anterior una media de once horas de trabajo al día, pido PERDÓN por intervenir muy poco, pero con propósito de enmienda, por supuesto.
Respecto a la fotografía de la obra el Hijo del Carpintero, que efectivamente se representó en las navidades del 61, el año que ingresé en la Virgen del Camino, en 2º curso, yo soy el que está a la izquierda de José Luis, el segundo por la derecha. Sin gafas, porque los pastores de Belén no las usaban todavía y porque yo las empecé a usar en abril del 62.