EL RECUERDO QUE TENGO DEL pBOX (Lalo Mayo)
El comentario de Lalo F.Mayo, el grande, merece la portada del blog.
Rreflejaré aquí el recuerdo que tengo del pBox.
El llegó al colegio el mismo año que yo pero, claro está, a pabellones distintos. El de él estaba más cerca de la entrada (o salida) del Colegio. Y aunque entonces no nos dimos cuenta, al menos los menores, fue un soplo de aire fresco y joven teñido de cierta dureza académica.
Visto con mis ojos de ahora y tamizado, eso sí, por los errores de perspectiva que unos hechos tan lejanos pueden dejar en la memoria, recuerdo a Box como un fraile muy joven, alto, atlético, serio, estricto en clase y al que ningún alumno se le ocurriría copiar en un examen. No por deseo o falta de necesidad, sino por imposibilidad manifiesta.
Box tenía una especial manera de vigilar los exámenes que no sé si la llevaría a las aulas en que impartió enseñanza y educación posteriormente: en el mismo instante en que comenzaba el tiempo de la prueba iniciaba él una frenética e imparable carrera por los pasillos del aula, entre las mesas, que impedía cualquier intento tramposo. Pasaba ante ti mirándote serio desde su altura camino del otro extremo del aula y diez segundos después volvía a estar delante y mirándote con una muda pregunta:
—"¿Has hecho algo reprobable en mi ausencia?
—Imposible, padre. No me ha dejado tiempo.
Sin duda era alguien especial. Lo es.
Los recuerdos se mezclan y difuminan, he de repetirlo, y no sé si la siguiente anécdota ocurrió en mi aula o fue en otra, pero corrió como un torrente por la Escuela Menor. Una mañana llega Box a dar clase. Y la clase está revuelta. No calla; quizás sea víspera de fiesta o quizás el Real Madrid ganó anoche al Manchester. O, más raro, perdió. A estas alturas cualquiera recuerda. Box cruza con el paso firme que siempre tuvo el aula desde la entrada, llega a lo alto de la tarima y en pie, apoyado delicadamente en la mesa de profesor, se nos queda mirando. No dice nada. La algarabía sigue. Cruzado de brazos, mueve la cabeza escaneando lentamente mesa a mesa, chaval a chaval. Y sin gestos añadidos se decide: recoge sus cosas y sin decir nada se va del aula. Es un hecho extraordinario. Nunca ningún otro fraile lo había hecho antes ni lo repitió después, al menos que yo sepa. No conozco la trastienda que provocó aquella actitud revolucionaria en el claustro ni el frufrú de escapularios que pudo generar en el refectorio de los padres donde seguro que ese mismo mediodía la transgresión ya era conocida y comentada entre cucharada y cucharada de sopa. ¿O en aquel refectorio también se seguía, estricta, la ley del silencio?
Lo lógico para aquel entonces, tenía lugar todos los días, hubieran sido un par de gritos, unas palmadas mano contra mano o, más habitual, mano contra mejilla, uno, dos o tres capones, unas frases de más y algún recreo de menos, y hasta la siguiente. Pero no. No hubo otra. No con él. Desde aquel día al pBox se le recibía como la jerarquía más alta quería que los alumnos recibiéramos al profesor: con las orejas abiertas y, sobre todo, con la boca cerrada.
No sé si repitió más veces aquella novedosa actitud con otros cursos. Seguro que no fue necesario. Con una bastó y a partir de aquel día en sus horas de clase no se oyeron más que su voz clara y rotunda y los balbuceos de algunos de los nuestros desde el encerado ante sus preguntas por una de aquellas indescifrables fórmulas matemáticas.
***
En la Paramera había una piscina. No era una piscina cualquiera, era una piscina de 60 metros de largo por diez de ancho. Estaba rodeada de cemento fraguado con nuestras propias manos, tenía un trampolín fijo que acogía la depuradora, a su alrededor había árboles entonces muy bajitos y, amenazante para medio millar de niños y adolescentes, a un costado se levantaba aquella estructura del pasillo de duchas.
Temíamos más el paso aquel, que nos obligaba a avanzar acelerados con las piernas abiertas y la cabeza gacha bajo la agresión inclemente del agua fría, que los Invencibles de Jerjes cruzando las Termópilas apedreados por los 300 de Leónidas. La ducha todavía existe, oxidada pero en pie. Hay fotos recientes que dan fe de ello. Pero lo más importante de todo, aquella piscina que hoy yace enterrada en aquellos días estaba llena de agua. Podría pensarse que nada más natural que una piscina tuviera agua, pero no. Aquello era la Paramera, un secarral, y había que profundizar mucho y muy caro para encontrarla. Los pesos “coronita a coronita” de don Pablo la encontraron en un rincón y ya no pasamos sed. Y daba para llenar la piscina, orgullo y disfrute dos veces al día entre los primeros de abril y los últimos de septiembre.
Pues bien, y sigo con Box. Decía la leyenda que el pBox se hacía toda la piscina nadando bajo el agua. Sin salir a respirar ni una sola vez, claro. Y que solo había otra persona que lo podía hacer: el pTorrellas. Los dos, uno atlético y muy joven y el otro un poco menos joven y fumador empedernido, se tiraban al lado de la Depu y emergían 60 metros más allá entre la admiración de los colegiales.
Cada uno tenía su técnica particular. Al parecer, Box disfrutaba de una gran capacidad pulmonar que le permitía nadar sumergido un rato largo aunque con una técnica natatoria imperfecta. Torrellas en cambio, con un trozo de sus pulmones ocupado en trasegar humo habitualmente, disfrutaba de una poderosa brazada bajo el agua, adquirida seguramente en sus zambullidas de joven en el mar de Tazones cuando eso de ir de playa solo era afición de un par de locos en aquella Asturias de finales de los cuarenta.
No obstante he de reconocer que yo nunca vi ni a uno ni a otro ni mucho menos a los dos juntos en esa competición subacuática que, tras lo dicho, sigo sin quitarle el marchamo de leyenda colegial. Torrellas, lamentablemente, ya no puede darnos información, pero seguramente Fernando nos lo aclare.
Salud
Lalo F. Mayo
10 comentarios
Juan A. Iturriaga -
En cualquier caso, no quiero perder esta oportunidad para mostrar mi apoyo y afecto a Fernando Box. Al Padre Box, que se decía entonces.
No viene al caso ni el cuándo ni el porqué, pero yo le estoy muy agradecido. Por otra parte, siempre le admiré.
Creo que es una persona admirable.
Un abrazo
Juan A. Iturriaga
fernando muñoz box -
Estoy en Valladolid, jubilado, pero soy Colaborador Honorífico en la Facultad de Ciencias. He sido Profesor Titular de Óptica muchos años.
Lo de bucear era una capacidad mía pero también un poco de presunción. Yo no sabía jugar al fútbol y trataba de compensarlo con otras habilidades delante del chiquerío.
El P. Ángel Pérez Casado en la Peña de Francia me regañó el año pasado porque yo era desobediente en La Virgen y me bañaba con los chicos, cosa que era muy mal vista en las alturas.
A tu disposición y la de todos
fernando muñoz box -
A Cícero decirle que se podrá imaginar que yo supe eso de ser hijo rencoroso infiltrado hace muchos años, porque lo dijeron de mí. Cuando me enteré casi lloré de rabia.
No me enorgullezco de esto que diré ahora: Mi padre fue falangista, terriblemente falangista. Pero era un hecho.
No lo podían entender aquellos que tampoco podían entender que aquél régimen franquista era un horror que algunos "rencorosos" éramos capaces de criticar.
De todas formas hoy entendemos que el régimen, hoy "democrático", no es la causa de nuestros pesares sino, como entonces, las personas que van ensuciándolo todo.
He dicho
Jesús Herrero Marcos -
José Luis Alcalde Revilla -
jose ignacio -
velo negro, velo blanco
con malas cartas de juego,
pero el agua del barranco
no pudo apagarte el fuego.
Un abrazo.
amador robles -
es que siempre que intenté hacer la piscina buceando...me teníaque salir in extremis a un par de metros del final con el cuerpo y sobre todo el cerebro, congestionado y hecho una miga...y me gustaría que este fuera el pretexto para conocer a fernando box...ya que a Torrellas obviamente ya no podemos acudir a él por desgracia!!
gracias anticipadas.
andres cortés aranaz -
Y lo que más importa es que sigue siendo uno más de nosotros.
Un abrazo Fernando y gracias.
Isidro Cicero -
A mí me dijo uno que demasiados hijos de rojos rencorosos se habían estado infiltrando en los seminarios aquellos años y por eso pasaba lo que pasaba.
No dejaron poner el recorte del ABC pero llevaban ellos mismos los periódicos a las clases. Como no podían ir a decirles a los de Barcelona lo que les harían si estuviera en su mano, nos echaban el mitin a nosotros, que les servíamos de público vicario.
Isidro Cicero -