PARAÍSOS (Sotobañado)
Hace unos días Jesusito Herrero nos descubrió que el lugar de su libro se llama Sotobañado, lo cual define perfectamente su paisaje topográfico, un pueblín rodeado de arroyos y un río, (el Boedo) que riega un soto sombreado por arces, álamos y fresnos, o sea, el paraíso...
Para abrir boca, aquí os dejo el primer capítulo, que presenta la geografía del libro.
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SOTOBAÑADO
El pueblo se llamaba y se sigue llamando Sotobañado y Priorato, nombre que describe perfectamente sus cualidades orográficas, y se llegaba hasta allí por carreteras polvorientas y sin asfaltar, sobre todo en los últimos kilómetros. Tras una loma, o cambio de rasante, aparecía, dos o tres kilómetros más adelante, minúscula aún, la torre de la iglesia, una arboleda a su derecha y las casas del pueblo a su izquierda. Justo allí se bifurcaba la carretera en direcciones contrapuestas. Y justo allí, envueltos en el polvo que levantaba el coche que me había llevado, desaparecían la carretera y el penoso pasado inmediato, lleno de pesadumbres, obligaciones y horarios deplorables.
El camino que se bifurcaba a la derecha cruzaba una pradera con chopos a la que todo el mundo llamaba Suleja, palabra de origen confuso que se supone relacionada con algún localismo evocador del sol o a un «lugar soleado», o tal vez a una derivación popularizada del latinajo sub ecclesia porque, efectivamente el prado de los chopos se encuentra bajo la iglesia del pueblo. Aquí jugaban a la pelota niños, jóvenes y mayores, se pelaba la pava y otro sin fin de actividades recreativas que los parroquianos fueran capaces de inventar. En fin, un espacio capaz de absorber preocupaciones que nunca alcanzaban un grado de intensidad suficiente como para inquietar o alarmar ni al cura ni al alcalde.
Luego, el camino cruzaba el río Boedo por un puente de piedra desde el que se podían ver, si uno se asomaba al pretil, truchas enormes por docenas deslizándose contra corriente, sobre todo en verano, que es cuando el cauce bajaba más apacible y sereno. Al final del camino, sobre una loma, se levantaba la ermita, a la que nadie iba fuera de los días de romería o procesión, salvo, de vez en cuando, alguna pareja distraída al amparo sus muros.
La larga recta de la carretera principal se desviaba a la izquierda para adentrarse en el pueblo. Aproximadamente en el centro, se levantaba la casa de mi abuela y mis tíos y cuando yo llegaba a la puerta mi cabeza había olvidado ya su penitente vida anterior y había recuperado las intensas sensaciones que, por suerte, se repitieron a lo largo de algunos años. Mi expresión cambiaba, según dice mi madre, desde la seriedad responsable a la de alocado irredento, todo ello en el tiempo aproximado que se tarda en recorrer los últimos tres kilómetros antes de llegar allí, más o menos cuando aparece al fondo, muy pequeña aún, la torre del campanario y sus territorios circundantes dispuestos a recibirme sin reservas ni precauciones.
Después de las imprescindibles recomendaciones de «pórtate bien», «no hagas picias» y una larga lista que iba olvidando a medida que era recitada, llegaba la hora para mis padres de volver a la capital, gentilicio o apelativo genérico con el que la gente del pueblo solía referirse a Palencia para enfatizar su importancia y jerarquía provinciana.
Era el momento de las despedidas antes de montarse en la rubia, que no era otra cosa que el coche con chasis de madera que nos traía y los llevaba de vuelta.
Jesús Herrero
5 comentarios
Jose Manuel García Valdés -
Si lo supieras o supieses habrías de decirme cuándo, cómo, porqué, de qué y con quién va a ser ese magno evento de la PRESENTACIÓN;andaré e junio por Madrid y me gustaría asistir y ponerte la medallona de la aldeína.
Abrazos
Jose Manuel García Valdés -
¿Tú descubres lo que cuelga o lo otro?
Hace falta saber dónde, cómo y cuándo es esa presentación, igual me caigo por allí.
Luís, a ver cuando pagas las cajas de sidra.
Abrazos.
Luis Heredia -
El tuyo, sí, por todo lo que nos estás dejando colgado (en el buen sentido). Pero si sigues colgàndonos tanto ( en el buen sentido) no vas a vender ni una rosca. Que los ex-apostólicos lo descubran por si mismos.
Jose Manuel García Valdés -
Un abrazo.
Ramón Hernández Martín -