MAXI (Por Isidro Cícero)
Maxi Trapero quiere a la Virgen del Camino. Cómo no la va a querer si es leonés de la comarca de los Oteros. Del pueblo de Gusendos. Cómo no la va a querer si fue aquí donde se sintió captado para la literatura, la música, el arte y la cultura en general. Cómo no la va a querer si, germinó aquí lo que ha sido y hecho como profesional de éxito a lo largo de tantos años. Aquí, en esta teoría de rectángulos y ninguna curva. Aquí, en este increíble teatro nuestro -hoy descacharrado- con el que fray Francisco Coello de Portugal quiso hacer un guiño de homenaje a Le Corbusier en la Paramera.
Los que éramos niños de pueblo habitamos aquellas bellezas nuevas e increíbles con avidez, con gratitud. No acertábamos entonces a valorarlas. No teníamos suficiente perspectiva todavía para calibrar aquella ofrenda que la vida ponía delante a miles de niños. Pero lo mismo que a doscientos metros Coello hizo un templo vanguardista para albergar un retablo barroco, la comunidad de frailes utilizó un teatro que hubiera podido firmar Le Corbusier para albergar obras barrocas de Tirso de Molina, Valdivielso, Lope de Vega o Calderón. Dos lenguajes opuestos, que allí se ensamblaron a la perfección. Allí, y yo creo que casi solo allí. Aquel ensamblaje se puso al servicio de la construcción de la personalidad de muchísimos niños venidos del campo. Nosotros.
Maxi aprendió en La Virgen miles y miles de versos barrocos. Fue el Paulo del “Condenado por desconfiado” y también actuó en “La siega”. Copió y aprendió de memoria millares de estrofas de dificilísima interpretación. Cuando dice que aquí germinó lo que ha sido en la vida, debe de referirse a que aquí comenzó a formarse la talla intelectual que hoy todo el mundo le reconoce en la degustación del comprender, en la emoción del descifrar y analizar.
¿Qué otros comienzos pueden haber sido la referencia de una vida dedicada al estudio de la palabra si no es aquella satisfacción íntima que sentía cuando lograba penetrar el sentido exacto que el poeta barroco ocultaba dentro de aquellos galimatías?
Una noche en que Maxi y yo cenamos juntos – le acababan de condecorar con una muy prestigiosa medalla de oro y estaba acompañado a la mesa por hispanistas de primer nivel y autoridades diversas- Yo estaba allí, en aquella mesa, sólo por circunstancias de la vida. Maxi se me quedo mirando.
- Hasta dónde ha llegado lo que nos enseñaron aquellos frailucos, ¿eh Isidro? –dijo.
Maxi Trapero quiere a la Virgen del Camino, claro. Pero lo que de verdad le fascinó fue Corias. El río fresco, el bosque tupido, el verde intenso, los sonidos extraños de otra “selva umbrosa” donde los “huéspedes” eran helechos frondosos, sauces, arándanos, prados de siega y miles de especies diferentes que expresan todas las tonalidades del verdor y que impresionaron para siempre los ojos de un niño llegado allí desde los Oteros de la meseta, donde si hubiera un árbol le harían un monumento. se sintieron fascinados y enamorados de este terruño.
Maxi era de pueblo. En realidad, de pueblo éramos casi todos. Hasta los que habían subido de las históricas ciudades de León y Burgos. También los de Oviedo, y que no se me ofendan. En aquellos años León, Burgos, Oviedo (y hasta Palencia) eran pequeñas ciudades pueblerinas, aplastadas por las mismas pesadumbres que aplastaban a los pueblos. Cada quien a su manera.
Maxi Trapero está en la edad de cosechar distinciones y reconocimientos. Motivos le sobran. Si una medalla es importante, la siguiente lo es aún más. Pero Maxi Trapero – yo no le llamo Maximiano porque una vez puse aquí, respetuosamente y reverencialmente, su nombre completo y me llamó la atención. Me dijo que entre compañeros y amigos le sonaba mejor Maxi. Manolo me ha enseñado cómo son y cuánto valen los hipocorísticos, que yo, como no tengo, no había caído.
Maxi aprendió en La Virgen miles y miles de versos barrocos. Fue el Paulo del “Condenado por desconfiado” y también actuó en “La siega”. Copió y aprendió de memoria millares de estrofas de dificilísima interpretación. Cuando dice que aquí germinó lo que ha sido en la vida, debe de referirse a que aquí comenzó a formarse la talla intelectual que hoy todo el mundo le reconoce en la degustación del comprender, en la emoción del descifrar y analizar.
¿Qué otros comienzos pueden haber sido la referencia de una vida dedicada al estudio de la palabra si no es aquella satisfacción íntima que sentía cuando lograba penetrar el sentido exacto que el poeta barroco ocultaba dentro de aquellos galimatías?
Una noche en que Maxi y yo cenamos juntos – le acababan de condecorar con una muy prestigiosa medalla de oro y estaba acompañado a la mesa por hispanistas de primer nivel y autoridades diversas- Yo estaba allí, en aquella mesa, sólo por circunstancias de la vida. Maxi se me quedo mirando.
- Hasta dónde ha llegado lo que nos enseñaron aquellos frailucos, ¿eh Isidro? –dijo.
Maxi Trapero quiere a la Virgen del Camino, claro. Pero lo que de verdad le fascinó fue Corias. El río fresco, el bosque tupido, el verde intenso, los sonidos extraños de otra “selva umbrosa” donde los “huéspedes” eran helechos frondosos, sauces, arándanos, prados de siega y miles de especies diferentes que expresan todas las tonalidades del verdor y que impresionaron para siempre los ojos de un niño llegado allí desde los Oteros de la meseta, donde si hubiera un árbol le harían un monumento. se sintieron fascinados y enamorados de este terruño.
Maxi era de pueblo. En realidad, de pueblo éramos casi todos. Hasta los que habían subido de las históricas ciudades de León y Burgos. También los de Oviedo, y que no se me ofendan. En aquellos años León, Burgos, Oviedo (y hasta Palencia) eran pequeñas ciudades pueblerinas, aplastadas por las mismas pesadumbres que aplastaban a los pueblos. Cada quien a su manera.
Maxi Trapero está en la edad de cosechar distinciones y reconocimientos. Motivos le sobran. Si una medalla es importante, la siguiente lo es aún más. Pero Maxi Trapero – yo no le llamo Maximiano porque una vez puse aquí, respetuosamente y reverencialmente, su nombre completo y me llamó la atención. Me dijo que entre compañeros y amigos le sonaba mejor Maxi. Manolo me ha enseñado cómo son y cuánto valen los hipocorísticos, que yo, como no tengo, no había caído.
Isidro Cícero: 17/03/2017
3 comentarios
Vibot -
Yo también he llamado respetuosamente Maximiano más abajo a nuestro compañero. Y espero que, no sólo a mí sino a todos nosotros, nos permita llamarle desde ahora cariñosamente Maxi.
Y completamente de acuerdo sobre aquel saltamontes gigante del teatro. Lo más seguro es que ninguno de nosotros hubiera llegado a sentir la literatura ni la música, y algunas cosas más, sin pasar por aquellos duros bancos y rígidas butacas de madera donde tanto gozamos y sufrimos.
Venir de la gris Palencia de Franco
y escuchar -¡y cantar!- a Palestrina, a Victoria, a Lasso, a Bach, a Haendel... que irradiaban las más inefables y emocionantes curvas y roleos por entre aquella rectilínea arquitectura implacable. O interpretar o presenciar absortos aquel alto teatro versificado... todo ello sembró la semilla imparable que ha florecido por ejemplo en esos más de cuarenta libros de Maxi, o en los ya casi innumerables libros de poesía, novela, memorias y ensayo de Andrés García Trapiello -por citar a dos de los más prolíficos, pero todos sabemos que hay muchos más, cada uno con sus dones-...
Vivir diariamento todo aquello hizo posible también por ejemplo, que Santos Suárez Santamarta haya escrito esa espléndida Silva para agradecerle a Josemari estos diez años de compañía, intensos sentimientos, reconciliaciones periódicas de hermanos que se quieren, polémicas, risas, llantos... y belleza, belleza, belleza.
Daniel Orden Santamarta. -
Joaquín Urbano -