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Antiguos alumnos dominicos VIRGEN DEL CAMINO - LEON

LO QUE PASA, PASA (Por Isidro Cicero)

LO QUE PASA, PASA (Por Isidro Cicero)

LO QUE PASA, PASA
Es que yo por más que me esfuerzo no comprendo la añoranza, a a veces herida, de algunos leoneses y algunas leonesas respecto a lo que supone para ellos la desaparición "del viejo santuario".


¿Qué tenía de especial aquel viejo edificio? ¿Qué perdimos con su sustitución? 
Por una parte, añoras cosas que se te quedaron grabadas en el alma como la impronta que un sello deja en un trozo de cera: así lo decía Platón en el Teecteto, pero la inmensa mayoría de los añorantes vivientes del santuario antiguo, carecen de esa huella, porque nunca estuvieron en contacto directo con aquel edificio demolido para construir ese prodigio del que muchos otros estamos enamorados. Algunos ni lo conocieron, no habían nacido.


Añoran el recuerdo del recuerdo imaginado, la ilusión de la imaginaión.


No me quiero ni imaginar el esfuerzo reconstructor de la memoria, que está desarrollando Josemari Cortés en internet para encontrar estas fotografías que 
jamás nadie habíamos visto. Fotografías que nos "recuerdan" cosas que no conocíamos. Pero si no las conocíamos, si no las habíamos visto, ni oído, ni olido, ni palpado, ¿cómo las podemos recordar? Y si no las podemos recordar, ¿cómo las podemos añorar? 
Estas fotos, lo que sí hacen, es situarnos ante lo que se sacrificó en aras a conseguir nuestra joya de nuestro tiempo. Nos valen estas fotos para comparar y valorar.
¿Perdimos o ganamos? - hay que preguntarlo así, directamente, a cara perro. Para mi no perdimos nada importante y ganamos sin embargo un mundo fascinante de significaciones concatenadas.


Los habitantes de esas casucas de la fotografía que encontró Cortés, vete a saber dónde, ¿qué perdieron cuando fueron demolidas? ¿Perdieron o ganaron cuando las cambiaron por las que ahora tienen, muho más cómodas, más habitables, más amplias y más modernas y más al gusto de la gente que hoy vive en ellas? 
Ganaron, y si no lo creéis, vais y se lo preguntáis. 


Y pregunto yo: ¿Lo que vale para la casa de una familia de esas de la foto, vale o no vale para los edificios cuyos residentes son familias de símbolos?

11 comentarios

Ramón Hernández Martín -

Y no olvidemos, Lalo, que lo mejor del pasado para nosotros, los que vivimos en el presente, tal vez lo único importante, es lo que pervive y actúa en forma de tesoro por ser nuestro patrimonio, el que nos ofrece la inmensa pradera donde pacemos y que Chávarri llama "medio histórico" (os recuerdo las otras tres grandes praderas de que él habla: el mundo interior, el medio natural cósmico y el medio metahistórico). La cultura-civilización-aprendizaje es, pues, una de las cuatro sólidas columnas que sostienen el tinglado de nuestras vidas humanas. Nos interesa, por ello, seleccionar un buen "pasto" de esa inmensa pradera. La pena, penita, pena es que, siendo inteligentes como decimos ser, nos alimentemos muchas veces, como muy bien describes en tu entrada, de zarzas y ortigas, de contravalores, de mentiras que solo son rentables a muy corto plazo. Recuerdo cómo tenían de lustrosas las carnes los terneros tras llevar paciendo tres meses en los altos del Puerto de San Isidro en mis tiempos folclóricos, cuando me encargaba de organizar concursos de ganado en La Raya (de cuyo perímetro urbano formaba parte el Llano del Fito, hoy Estación Invernal Fuentes de Invierno).¡Esos sí que eran pastos! ¡Y qué buenos pastos nos ofrece el medio histórico si nos adentramos en él sin prejuicios y sin intereses espurios! Resumiendo, solo quería decir que la "no joya gótica o románica" primera y el "insulso caserón" posterior están ahí, en la admirable joya actual que con tanto placer contemplamos y nos cobija espiritualmente hoy, como cimiento y estructura, como emoción y exigencia conductual para recorrer nuestro propio camino de peregrinaje. Pero eso ya lo has dicho tú al hablar de las "avemarías".

lalo -

¿Y nadie va a añorar (o lo que sea) lo que sea que hubiera antes del viejo y derribado santuario?
Parece ser, según las crónicas y el "En clave de misterios" de Cicero, que Alvar Simón consiguió unas perras para levantar una ermita donde le dijo la Virgen. Esto era allá por 1501.
Quizás alguien sepa —pero yo no, bien que lo siento— si a lo largo de más de dos siglos, del XVI al XVIII, los fieles y sobre todo las anovenarias ciceronianas se amontonaban en el interior de la muy posiblemente estrecha y reducida nave de la ermita.
Desde el XVIII el cambio ya fue notable y en el interior del nuevo (entonces) santuario pudieron juntarse decenas de asturianos de los praus y de las cuencas, de leoneses de la ribera, de la montaña y del páramo, además de algunos peregrinos primero y turistas después que por allí caerían en el sanfroilán.

¿Añorarían los del XVIII la primitiva ermita? O las reverberaciones de los cánticos y rezos rebotando por las altas naves llenarían de tal gozo a los fieles que se olvidarían de los humildes orígenes del lugar y de las dotes como voluntarioso albañil de Alvar Simón Fernández?

Ahora que tan de actualidad está, ¿es que añoran los mexicanos las matanzas salvajes con las que se divertían los pueblos indígenas que se encontró Cortés y compañía, sustituidas por las mucho más civilizadas del extremeño y los suyos? (Que eran, dicen, los nuestros). Aún más: los actuales y mexicanísimos apellidos López, Obrador, Márquez, Fernández, García, Cárdenas, Salinas... ¿han pedido ya perdón a aquellos indígenas machacadores de cráneos porque sus antepasados (no los nuestros) acabaron con la diversión con las finas toledanas de acero?

¿Y qué tiene que ver el viejo santuario y lo que en este blog nos ocupa, con López Obrador y su polémica mediática? Pues eso, que ya Epi y Blas nos decían en Barrio Sésamo que existen dos conceptos: lo nuevo y lo viejo. No siempre se sabe qué es lo mejor, aunque solo sea por la falta de perspectiva de lo nuevo, que no sabemos sus resultados hasta que pasa a ser viejo. Pero una cosa es perogrullescamente cierta: que lo nuevo siempre sustituye a lo viejo, para bien o para no tan bien. Y que la Historia no se para y aunque es saludable mirar de vez en cuando para atrás, tampoco se puede cambiar.

Alegrémonos pues, queridos compañeros, porque al menos la obra de fray Curro, Subirachs, Ràfols, Iturgaiz —y también, claro, Pablo Diez— no se levantó sobre las piedras de ninguna irremplazable joya románica o gótica, sinó sobre las de un insulso caserón.
Las avemarías siguen sonando ahora con la misma devoción que entonces, que es lo que importa ¿no?
Salud a todos

Santos Suárez Santamarta -

Siempre es muy grato leeros. Mis loas (aunque con erratas) son sentidas y, con seguridad, compartidas por muchos compañeros. Es también una manera de pediros que volváis a dar brillo a este blog siempre que podáis.

Luis Carrizo -

Además de disfrutar una vez más de tus bien acompasados y siempre sentidos versos, muy apreciado Santos, hoy vienen con el valor añadido de verme mencionado en ellos e involucrado con Isidro Cicero. Dos honores y dos placeres.
Una vez más me quito la gorra.

Isidro Cicero -

Cómo te agradezco esos versos, Santos. Me siento una vez más, porque no es la primera que me dedicas palabras así, ennoblecido por ellaa. Luis Carrizo estoy seguro qhe te dirá lo mismo. Un fuerte abrazo.

Santos Suárez Santamarta -

Ved cómo rizan el rizo
del decir bello y certero
los Carrizo y los Cicero,
o los Cicero y Carrizo.
El Sumo Hacedor los hizo
dotados de tal manera
de este don que yo quisiera
darles trato de Señores
y nombrarlos con honores
Glorias de la Paramera

Les basta con encontrar
una imagen, una idea
un recuerdo, lo que sea,
visto o hallado al azar.
Es lo suyo el engarzar
palabras con tal decoro
que no fraguara un tesoro
semejante ni Vulcano
cuando los dos, pluma en mano,
las van moldeando oro.

Isidro Cicero -

Vaya, hombre. Me subo al pueblo a pasar el finde con la madre (92años) a la vetusta casa (500 años) remozada, donde no tengo teléfono ni internet. A la bajada espero tener ocasión de volver a hablar contigo de lo viejo y lo nuevo, Las dos cosas me encantan, repito,querido Luis.

Luis Carrizo -

LOS QUE CALLAN NO CONSIENTEN
Hoy no he venido a hablar de tu libro, y bien que lo siento querido Cicero; ni a ejercitar mis habilidades en el juego de comparar santuarios, trabajo inocuo y hasta de cierto lucimiento, pero que sospecho puede estar ya cansando al personal. Estoy de acuerdo contigo en lo que dices del amor a lo viejo y a lo nuevo, y disfruto como tú con las elevadas consideraciones de los filósofos antiguos y de la no menos elevada torre de Coello sobre la que el sol juega sus bazas dibujando sombras que a los dos nos asombran. Lo que yo no comprendo es que te cueste tanto entender la añoranza humana en general y la de algunos viejos aborígenes de La Virgen en particular. Quiero creer que las lecturas de Platón te tienen estos días alejado del mundo de las realidades concretas.
Nos dices que vayamos a preguntar a quienes vivieron en las casucas de la fotografía (para a renglón seguido disentir por elevación contra los añorantes del viejo santuario) si preferían esas casas a las casas que se hacen hoy día. Como se da la circunstancia de que todos están ya irremisiblemente muertos, tú nos respondes en su nombre que, némine discrepante (nos ha jodido), las casas de ahora son mejores. Ergo dejémonos de incomprensibles e inútiles miradas hacia atrás. La verdad es que la fotografía en que apoyas tu argumento constituye la viva imagen de la desolación, pero aun con eso, quiero hacer una consideración: yo — imagino como casi todo el mundo—, me he visto en la necesidad de cambiar de domicilio varias veces a lo largo de mi vida. En general, casi por ley de vida, las casas han ido siendo lo que se puede entender por “mejores”, pero también he observado que siempre, cuando se cambia, se pierden cosas. Esto es muy humano y muy sencillo de entender, pienso yo. Se pierde una vecina extraordinaria que te atendía a los niños cuando lo necesitabas; se pierde la panadería de abajo, que hacía un pan exquisito; se pierde aquel comedor tan bien orientado y soleado; se pierde el álamo que estaba frente a la ventana, que te arrullaba con el ruido de sus hojas y sus pájaros; se pierde el silencio del entorno… Y todo esto yo entiendo que es razonable puedar ser recordado con alguna añorante delectación. A esto me refería en mi anterior entrada cuando decía que qué bellamente triste o que tristemente bella es a veces la realidad. Resulta también muy humano e inevitable, por lo que veo cada día, juzgar las cosas pasadas con los criterios presentes. Me parece un extendido error si ya no un vicio intelectual. La imposible pregunta que deberíamos plantear, en mi opinión, a los desaparecidos habitantes de esas casas de la fotografía no es si encuentran mejores las casas actuales, sino si vivían bien en las que tuvieron. En esas que estamos viendo, por inhóspitas que nos parezcan. Me niego a admitir (en Caldas se decía “repugna a la razón”) que no se pudiera vivir gozosamente hasta que llegó la luz, el agua corriente o la electricidad. Sé muy bien, ciceroniano Cicero, que Platón tiene más relumbrón que Séneca, pero, como tampoco estamos compitiendo hoy, me viene al pelo acabar con estas líneas del cordobés:
[Epístolas morales a Lucilio. Está hablando de la Edad de Oro, que era “entodavía” más vieja que las casucas motivo de este comentario] …”horquillas, colgadas de uno y otro lado, sostenían la cabaña; espesura de ramaje y hacinamiento de hojas, colocadas en pendiente, facilitaban el desagüe de la lluvia, aunque fuese abundante. En estas moradas habitaron seguros; el techo de paja los protegía en libertad; la servidumbre habita ahora bajo mármol y oro.”
Las casas… y lo que les cuelga.
No me confundas con un misoneísta, admirado amigo, pero tenemos que seguir definiendo lo que es el progreso.

Ramón Hernández Martín -

Gracias, Isidro, "tomo nota" de tu gran pasión, tan aleccionadora, tan fructífera. Con tu sensibilidad y sentido (discernimiento) de lo hecho haces que realmente "hablen las piedras" (los materiales).

Isidro Cicero -

Pues yo, amigo Ramón, creo que esta vez me he explicado muy malamente, porque no tengo que ver nada con competiciones ni competencias. Nunca he competido con nadie, nunca he ganado a nadie, nunca nadie me ha ganado a mi salvo al mus. En estos comentarios que hacemos aquí, muchos de los cuales leo con avidez y devoción fraterna, la rivalidad está completamente ausente. Venero lo antiguo, me fascinan las ruinas y estudio con la lupa las fotografías que demasiado de vez en cuando nos trae José Mari desde vete tú a saber dónde. Mientras las estudio, reflexiono. Me surgen dudas, algunas certezas y muchos comentarios.
Hay cosas antiguas a las que he dedicado horas y horas de mi vida, las vigas de roble de la casa paterna-materna, las pesebreras de las vacas pulidas para convertirlas en mesa de salón; algunos de los Diálogos de Platón, que estos días estoy estudiando con asombro. También por el contrario hay cosas nuevas, pretenciosas, vacuas, que me repugnan. No quería ir por la dicotomía antiguo-nuevo mi comentario, mal lo he expuesto esta vez.
Lo que digo es que la vieja Virgen del Camino a mí no me dice nada porque no la conocí, no la vi. No escuché el eco de las salves reverberando en sus bóvedas ni el son de las campanas en sus torres, ni cuando éstas eran dos ni mucho menos, cuando más antiguamente todavía era una sola como sabemos por fotos como las de José Mari; no olí su incienso, que incienso habría; ni el humo de la cera al quemarse, ni el olor aldeano y la voz rural de las anovenarias allí congregadas durante días; mi paladar no conserva ningún sabor relacionado con el centenario edificio. Ninguna huella quedó impresa en el bloque de cera de mi memoria, ningún recuerdo, por tanto, ninguna añoranza.
A don Pablo Diez y a don Luis Carrizo sí les impactó el edificio. Lo que impactó a don Pablo ya lo hemos contado aquí hasta aburrir a las ovejas, él mismo se acercó una mañana a la notaría para que el escribano público levantara acta de aquella impresión cuando apenas tenía seis años. Aquella impresión si que dio de sí. Lo que le impactó a él, Luis Carrizo lo ha contado con precisión primorosa en textos memorables, yo me los sé enteros, el último de los cuales el que provocó todo esto que estoy diciendo. Mi amigo Luis fue monaguillo en aquel templo desaparecido, Luis recibió delante de sus gradas el pan de los ángeles, que es como mayormente habían dado en llamar por entonces a lo que se recibía en la primera comunión.
Ellos sí recibieron la impronta, tienen recuerdo, guardaron memoria y -la pueden exhibir- nostalgia. La nostalgia de don Pablo fructificó en arte y la de Carrizo en literatura. Yo no, en absoluto y la mayor parte de los añorantes tampoco. Yo no hice caso a Franco (“a mi esto no me gusta nada”, dijo un día delante de la fachada de Subirachs) y mucho me temo que detrás de algunas añoranzas de lo viejo subyaga el rechazo más político que estético hacia lo nuevo de los nuevos tiempos.
Haber sido centro de peregrinación durante siglos, tienes razón, fue siempre el gran valor de aquel espacio: haber sido el punto que concentró las emociones de miles de personas. Pero eso es un valor permanente, no lo destruyó la arquitectura nueva sino que lo reorientó y le dotó de un nuevo sentido. Sostengo que el santuario de la Virgen del Camino es un templo dedicado a la Mirada. La Mirada (de compasión y de empatía) estaba por supuesto en la antigua iglesia pero lo que hizo la arquitectura de Coello de Portugal fue resaltarla y concentrarla sin distracción. Lo que logra Coello es invitar a los millones de ojos que transitan per viam a concentrarse en la Mirada.
Por cierto, y este es un asunto que nada tiene que ver con lo anterior. Veo ahora que el (viejo) apellido Coello de Portugal resmanece estos días en un personaje (nuevo) de la extrema católica, mala suerte. Nada nuevo, sin embargo. Iñaki Urdangarín (nuevo) no sé si seguirá o no seguirá emparentado con la casa Borbón, pero sí sé que es miembro de la misma familia biológica que el (antiguo) elorriano Valentín de Berriochoa, a cuya familia moral pertenecimos temporalmente nosotros en el pasado.

Ramón Hernbández Martín -

Amigo Isidro: francamente, no creo que haya nadie dispuesto a jugar contigo el partido que describes sabiendo que no tendría más alternativa que la de “perder”. A mi modo de ver, no procede una comparación en la que lo nuevo gana, obviamente por goleada, a lo antiguo en todos los frentes. Y, sin embargo, yo, que ni siquiera conocí lo antiguo, pues la primera vez que pisé en La Virgen del Camino debió de ser en el verano de 1970, valoro mucho esas fotos antiguas que el Furriel nos regala tras hallarlas pacientemente con su candil de búsqueda de tesoros. Sí, son realmente tesoros, tanto más valiosos cuanto ya solo pueden ser contemplados en ellas. ¿Dónde está el tesoro? A mi modesta forma de ver, de total ateo en el arte y de ingenuo novicio en lo religioso, está no tanto en los valores artísticos del antiguo santuario como en su significación histórica, que esa sí que la conocemos por haber sido centro de peregrinación durante siglos. Ese, me parece, es su gran valor: haber sido el lugar que acunó los más fervorosos sentimientos de miles de leoneses y de asturianos y de españoles. Desde que yo pude hacer algunas visitas más y los cursarios celebramos allí algunos de nuestros encuentros, también para mí resulta realmente un lugar de peregrinación, cultural y religioso, meta y punto de partida de un “largo camino”. Siempre que he podido subir a la Peña de Francia, lugar tan significativo para mí como serrano, mi principal emoción no dimanaba de encontrarme ante unas construcciones robustas y un paisaje espectacular, ni siquiera del primor de dirigir una mirada amorosa a la Morenita, tan majestuosa y juvenil en su rico camerino, sino de saber que estaba pisando las huellas de cientos de miles de seres humanos que allí mismo rezaron y confiaron sus “culpas y penas” a la Virgen serrana. Por ello, para mí la maravilla de la Virgen del Camino no reside tanto en el Santuario como tal, aunque es realmente una joya incomparable del arte religioso, sino en el hecho del abrazo que siento con tantos miles de seres humanos que, como yo, allí expusieron y confiaron sus problemas y sentimientos a la “dolorosa” Señora. Gracias, amigo Isidro, por obligarme a estas reflexiones y a recordar-reproducir tan nobles y bellos sentimientos.